Me muero de aburrimiento, tío. Tanto tiempo recorriendo estas calles, siempre la misma canción; conozco hasta la última cochina grieta del pavimento de Pilrig… desde que me dieron el finiquito en lo de las mudanzas, la vida ha sido una mierda; llevaba allí desde que dejé los estudios. Creía que ser un hombre libre sería Lou Macari[61], pero lo echo de menos; los muchachos, los desplazamientos, entrar en todas esas casas tan gansas con los muebles, ver todas esas vidas diferentes… Ahora todo eso se ha acabado.
Y no es justo. No es justo. Cuando Eric Brogan me dijo: «Lo siento, Danny, vamos a tener que despedirte», no me lo podía creer. Yo lo único que le dije fue: «Ah…, vale…», y fui a recoger mis cosas. Tenía que haberle dicho «¿Pero por qué yo? Donny y Curtis no llevan aquí tanto tiempo como yo». Y sabía que había sido la tal Eleanor esa, es decir, su marido, quien me había delatado. Me puso en primera fila de los candidatos al despido. Yo sólo quería ayudarla y ser amable al verla llorando y eso. Porque se puso supertriste hablándome de su hijo. Cuando aparecí en aquella casa gansa de Ravelston con la factura del porte, ¿sabes? «Siéntate y tómate algo conmigo, Danny», me rogó, con los ojos llenos de lágrimas». «No, señora Simpson, no puedo…». «Por favor», me suplicó de todos modos aquella mujer elegante, guapa y pija, de verdad que como rogándome, ¿sabes? ¿Qué se suponía que tenía que hacer? «Llámame Eleanor», me suelta. «Por favor, Danny, sólo una copa. ¿Quieres que te haga un sándwich?» ¿Qué podía decir? La conocía poco, sólo lo suficiente para saludarla, pero se puso a contarme sus cosas y la escuché un rato. Sólo fui amable y tal. Abrió una botella de vino y ya había otra vacía, pero no parecía que estuviera borracha, sólo triste y eso.
Y lo único que hicimos fue hablar. Bueno, ella hablaba y yo seguí escuchándola. Hablaba de su hijo, que se había quitado la vida con sólo diecisiete años, y decía que nadie lo había visto venir.
Entonces entró él, su maromo. Empezó a gritar a Eleanor, luego a mí, y ella se puso a llorar. Así que dije: «Será mejor que me marche y tal…» Él me miró y dijo: «Pues sí, a mí también me parece que es lo mejor que puedes hacer». Y aquello me avergonzó tanto que no me atreví a explicárselo a Eric. Pero luego, por la actitud de Eric conmigo, supe de todas todas que el tal Simpson le había pegado un telefonazo. Y ahora estoy de patitas en la calle. Caminando sin rumbo. Walk arriba y Walk abajo. A la biblioteca de Leith y de ahí al centro. Hago kilómetros todos los días. Me paso por la oficina del paro, pero ahí no hay nada. Aun así, voy todos los días. Gav Temperley me dijo que me guardaría cualquier cosa apañada que saliera, pero lo único que conseguí fue un cursillo de informática.
Veo a Sick Boy en la parada del autobús. El nota ese nunca mete un solo día de George Raft[62], pero parece andar siempre con los bolsillos llenos de viruta. Pero puedes jugarte el cuello a que sale del bolso de alguna titi. Sigo su línea visual hasta el otro lado de la calle y me topo con un cartel ganso, de esos que ha sacado el gobierno para que la gente se chote entre sí, como en la Alemania nazi, donde incitaban a los críos a delatar a sus viejos:
LLÁMENOS, SOMOS DISCRETOS…
¡ACABEMOS CON EL FRAUDE
EN LAS PRESTACIONES!
Y un número de teléfono rojo al que llamar. Sick Boy patea suavemente con el talón el panel de la marquesina. Me ve y me saluda.
—Spud.
—¿Qué tal, Si? —le suelto yo, porque en grupo puedes llamarle «Sick Boy», pero parece un poco grosero llamárselo cuando vas de solateras—. ¿Qué tal te va?
—Lo de siempre. Problemas de mujeres.
—Yo también, tío, pero en el sentido de que no pica ni una, ¿sabes?
Tiene una risa cálida y acogedora. Cuando ves esa sonrisa, entiendes por qué a las nenas les mola el gato chungo este. Cuando te la dedica, te sientes como si fueras el elegido.
—No se puede vivir con ellas ni sin ellas. Cuando era monaguillo en St. Mary’s, tenía que haberme quedado en la empresa y haberme hecho sacerdote. A estas alturas sería el número dos del Santo Padre. Toda una vida de contemplación y serenidad a la que renuncié por tías que no lo saben apreciar. ¿Y tú, qué tal? ¿No tienes ningún curro en perspectiva?
—Igual cuando las ranas críen pelo —le suelto yo—. Y encima estoy más pelao que el culo de una mona. Me mandaron a un sitio donde daban cursillos de informática, pero me jiñé de miedo pensando que igual me cargaba los ordenatas si me equivocaba de tecla y tal, ¿sabes?
—No es lo mío dice él.
—Ni lo mío tampoco. Es como una especie de moda, tío; la verdad, no creo que ese rollo cuaje… porque a la basca le gusta el contacto humano, ¿sabes?
—Ya —dice él, pero se nota que no está muy convencido.
Vuelvo a fijarme en el cartel. Es como si dijera: podemos convertiros en gentuza.
—Qué espanto, ¿no? —Señalo el otro lado de la calle—. Incitar a gente que no tiene un chavo a chotarse unos a otros. Igual que en 1984 —le suelto yo, pero al momento caigo en la cuenta—. A ver, que ya sé que estamos en 1984, pero lo decía por el libro, no por el año.
—Capto —dice él volviendo la cabeza al ver que sube el autobús por el Walk. Saca un billete de cinco del bolsillo—. Ése es el mío, nos vemos —me suelta, y, para mi gran sorpresa, me coloca el billete en el cazo.
—No te estaba sableando —protesto, porque es verdad, pero, en fin, es superlegal por su parte y eso.
—Tranquilo, colega —me suelta, al tiempo que me guiña un ojo, y se sube al autobús.
—Te los devuelvo la semana que viene —grito, mientras desaparece dentro y el autobús arranca. Sick Boy es un tío legal, de lo mejorcito.
Así que vuelvo a bajar por el Walk con un poco más de energía, ahora que el gesto de Sick Boy me ha reavivado la fe en los bípedos. Entro en la tienda de la señora Rylance a comprar el periódico y unos pitos; me echa una sonrisa de oreja a oreja al ver que meto las vueltas en la hucha de plástico amarillo que dice: LIGA PROTECTORA DE GATOS.
—Eres todo un caballero, Danny, hijo —me suelta, sacando a secar esa dentadura sucia que tiene.
—Hay que cuidar de nuestros amigos felinos, señora R. Cuatro patas, bueno, pero igual dos tampoco están tan mal, ¿sabe?
—Así es, hijo. Ya ves, a los animales lo que les ocurre es que no pueden decirte si les pasa algo malo. Para mí que cuanto mayor me hago, más prefiero a los animales antes que a las personas.
Esta gata vieja mola mazo.
—La entiendo, señora R, porque no empiezan guerras, como el fregao ese de las Malvinas —y justo cuando estoy a punto de marcharme del local, hola, hola, aparece otra gatita. Esta vez es LA Woman, Los Angelos, Alison Lozinska, luciendo boina y chaqueta vaquera blanca, con una pinta de felina sexy total—. Hola, Ali.
—Hola, Danny, ¿qué haces?
—Patear las duras calles de Leith. En el modus operandi de este felino, por así decirlo, no hay novedad. ¿Y tú?
—He quedado con Kelly y las demás en el Percy —dice, mientras compra algo de fumeque a la vieja señora R.—. Quiero dejarlo —me suelta—. Mi madre…
—¿Qué tal está? Mark y Si ya me contaron.
—No hay nada que hacer, es sólo cuestión de tiempo —responde Ali resoplando. Voy a pasarle más o menos la mano por la espalda; ella me ve, sonríe y me acaricia la muñeca—. Eres un encanto —me suelta antes de recobrar la compostura—. Lo dicho, voy a ver a las chicas al pub y luego vamos a ir al centro. Es el cumpleaños de Sally. ¿Te apetece venir a tomar algo?
Lo de Sally debe de referirse a Squiggly, y para Murphy eso significa mal rollito. Squiggly y yo no nos llevamos demasiado bien, pero no todos los días lo invitan a uno a Chatilandia, macho, así que no puedes negarte cuando ocurre, ¿sabes? Entonces me guardo el Evening News en el bolsillo interior de la chaqueta vaquera y nos vamos por Puke Street[63]. Le hablo de la vida que lleva Mark en Aberdeen y me suelta:
—Nunca imaginé que sería capaz de hacerlo. Ya sé que se cree un intelectual, pero me sorprende que realmente lograra entrar en la uni. En el colegio siempre sacó unas notas de mierda.
Lo pienso un poco.
—Como todos.
—Habla por ti, yo no.
—Ya, pero con las chicas es distinto. Me refería a los tíos y tal —le suelto yo. Me acuerdo de cuando Ali se ponía aquel jersey de delegada. Fua, tío, ya te digo, esas prendas tendrían que prohibirlas. Pornografía pura.
Ali se ríe tapándose la boca con la mano. Lleva esos guantes de encaje tan monos, más por una cuestión de moda que por funcionalidad, ¿sabes?
—Pero, Danny, si nunca estuviste en el colegio el tiempo suficiente para que se te diera ni bien ni mal. ¡Y te echaron de dos!
—Ya —digo, dándole la razón y, además, justo cuando pasamos por delante de Leithy, uno de mis alma máter, junto con Augies y Craigy—, pero igual el colegio no es el mejor entorno para que aprenda según qué peña. A ver, que la mayor parte de los animales aprende jugando —le digo, guiñándole un ojo—, ¡y en las callejuelas cochambrosas del puerto viejo se juega mucho!
Eso ha sido un intento de flirtear y tal, pero a la tía esta le rebota como las balas contra el pecho de Superman. De todos modos, supongo que esta gatita tiene otras cosas en que pensar. Pero igual ha salido para olvidarlo todo. Y alguien me dijo que estaba saliendo con un tío, por lo visto un tipo suertudo, mayor que ella, del curro. ¿Quién sabe?
Llegamos al Percy y hay tías por todas partes; Kelly, Squiggly, Claire McWhirter, Lorraine McAllister, la supernena sexy esa de Lizzie McIntosh, que fue conmigo al colegio de antes, Esther McLaren y tío, la pequeña Nicola Hanlon (la gatita sexy más adorable de todas, y no es broma) y un montón más a las que no conozco, porque Squiggly y otra chica, Anna, cumplen veintiún años, así que todas las bellezas de Leith han salido de fiestón por la hermosa ciudad de Edina.
Cuando me ve, Squiggers pone cara de vinagre, porque fui yo el que le puso ese mote hace años: Sally Quigly = Squiggly Diggly, por el pulpo aquel que salía en la tele cuando éramos enanos.[64] Nunca me enteré de lo que fue de él: era de Hanna-Barbera, la misma cantera que Don Gato, el oso Yogui y Huckleberry Hound, pero nunca arraigó en la conciencia del público de la misma forma. Pero a Squiggers no le gustó, aunque sólo fue una pequeña venganza, porque ella me venía con la mierda esa de «Scruffy Murphy»[65]. Supongo que el zarpazo vino a cuenta de que, cuando iba al cole, sí que era un poco zarrapastroso, porque en aquella época, en Chez Murphy andábamos tan cortos de dinero que más valía no mentarlo siquiera, ¿sabes?
Por lo demás, el rollito no podría ser mejor, y no hago más que pensar: olvídate de los muchachos, olvídate de oír toda esa mierda futbolera y musical y sobre quién ha humillado o reventado a quién, y quién ha hecho el pirao cuando iba de pedo. La verdad, no hay nada mejor que desplomarse en una silla grande y estar aquí, rodeado de belleza y con los sentidos totalmente ocupados, tío:
—¿… y tú cómo lo ves, Danny?
Veo que molas cantidad, gatita.
—Pues creo que el Hoochie es lo suyo, Nicky. Todos los demás sitios de Edimburgo son unos antros de perdición, ¿sabes?
—¿Y si lo que quieres es un poco de perdición, qué? —me suelta la zorrilla descarada esta, y me parte el corazón, porque Sick Boy, Tommy o incluso Rents o Begbie le habrían contestado algo así como—: «En ese caso quédate conmigo, pequeña». Pero no es ésa la clase de palique que sale de mi boca: me limito a sonreírle mientras pienso en lo cruel que es el mundo y en que toda esa belleza se eche a perder con alguien al que le da igual, que sólo ve a esta tortolita como otra muesca más en el cabezal de su cama. Me muero de ganas de decirle: «¿Te apetece salir a comer algo un rato de éstos? Acaban de abrir un chinky[66] guapo en Elm Row», pero no soy un hombre de empresa, y una chavala que trabaja en la Junta del Gas nunca se rebajaría a salir con un vulgar parado-de-por-vida. Y me juego algo a que el viejo verde del curro con el que sale Ali —y la oigo decir a Squiggers un nombre de tío en plan coqueto total— tiene toneladas de guita. No hay derecho, tío. Es que no hay derecho.
Entonces, por indicación de Squiggly, apuran las bebidas y empiezan a levantarse; Nicky me mira con cara triste y dice:
—Siento dejarte aquí, Danny…
—¡Venga, Nicky! —le grita Squiggly.
—No pasa nada, me pasaré por el Walk a ver a los chicos; estarán en el Cenny, en el Spey, en el Volley o en un sitio de ésos, avanzando paso a paso al centro y al ciego total, tía. Ya sabes, el circuito habitual.
Sonríe, y tanto ella como Alison me dicen hasta luego. Entonces se marchan todas y me quedo con el corazón hecho migas. Es una mierda que las tías te cojan cariño pero sólo en plan amigo. Me pasa constantemente: me veo metido en el papel del tío majo con el que no quieren follar. Me encantaría hacer de hijo de puta al que matan a polvos, pero por estos pagos ese mercado lo tiene más o menos copado la basca como Sick Boy, ¿sabes?
Así que voy por Gordon Strasse para llegar al Walk por Easter Road, y al cruzar esa gran vía pública, veo a dos tipos salir del Volley y subir por la calle jalando millas. Lo siguiente que veo es a Begbie, que sale detrás de ellos gritándoles:
—¿Queréis una puta foto, cabrones?
Oh-oh…, cachorros, gatitos y conejitos…, cachorros, gatitos y conejitos…
Los dos tíos se vuelven y miran al Pordiosero de arriba abajo. Uno de ellos tiene un poco de miedo; es gordito y joven, pero todavía un tanto bola de billar. Pero el otro tiene los andares arrogantes esos y entre los rizos castaños asoma una mirada asesina. Este chico no es un mariquita de tapadillo que le esté echando jeta a la cosa a saco; mira con mala intención.
—Le estuviste vacilando a mi hermana…
Asuntos domésticos, tío. Así que cruzo la calle y me pongo al lado de Begbie. Como mínimo tengo que darle apoyo moral y eso. El Pordiosero es mi colega; además, a diferencia de los notas estos de fuera, nos vemos casi todos los días. Tanto el gato asilvestrado como el doméstico me echan una ojeada y, por lo visto, los dos deciden que mi presencia igual no cambia tanto las cosas. La verdad es que ahí tampoco podría llevarle mucho la contraria.
Aunque tampoco es que el Pordiosero se comporte como si necesitara ayuda.
—Le he vacilao a la hermana de más de uno y más de dos —dice, riéndose. Se vuelve hacia mí y me suelta—: Y si les va la marcha, me las cepillo, ¿vale? —Y entonces se vuelve de nuevo hacia el tío ese—: ¿Tienes algún problema con eso, soplapollas?
Vaya, que se nota que en ese momento el menda este odia a su hermana un huevo y quisiera que hubiera echado ese polvo con cualquiera menos con Franco, o que aquella aciaga mañana se hubiera metido una Jack and Jill[67] con el té, ¿sabes? Eso sí, el tipo tiene un par. Da un paso al frente y dice:
—¡Me parece que no sabes con quién te la estás jugando!
Ay, no, tío, me tiemblan los párpados y empiezan a llorarme los ojos, como si les hubiera entrado arenilla. Y me pregunto: ¿dónde está el resto de la banda?
Pero Franco no se arruga; es más, se le nota contento que te cagas, porque a este felino le encantan las broncas y estos chicos… como que se le han puesto a tiro.
—¿Te das cuenta de lo envidiosos que son algunos, Spud? ¡Yo lo único que he hecho ha sido dejaros a vosotros el segundo plato, o eso dice la zorra de vuestra hermana!
Eso da el resultado deseado: el pirao pierde los papeles y entra a saco a por Franco: le mete en el hombro. Begbie le asesta un crochet en el costado; el tío se cree que le ha pegado un puñetazo, pero yo veo el brillo del acero; el siguiente impacto, que le da de lleno en el estómago, lo para en seco; al ver la sangre que empieza a empaparle la camisa, el chaval se petrifica con el horror en la cara. Begbie ya ha guardado la navaja, pero se queda allí examinando fríamente su trabajo, como un capataz inspeccionando la calidad de la obra. El gordito se adelanta y me acerco lentamente a él, pero con las manos a la vista, porque es una pelea limpia y no queda otra…
Ay, ay, ay…
Pero ahora ya han salido Tommy y algunos muchachos, y Tommy corre hacia el gordo y le sacude en todo el hocico.
—Lárgate de aquí, vete a tomar por culo, por tu propio bien —le dice, y entonces, mientras el chaval se aleja tambaleándose, con las manos en la boca partida, Tommy ve sangrando al otro tío y sale al Walk a parar un taxi.
El coche se detiene y Tommy más o menos escolta al psicópata rajado hasta la portezuela y le dice:
—Que te miren eso ahora mismo, lo de la tripa no es muy chungo, pero lo del lado puede que haya afectado algún órgano —Y ahora que veo la cara de miedo que tiene el menda me preocupa, tío; ahora ya no se le ve tan chiflado, sólo es un chavalín asustado. Y entonces Tommy cierra la portezuela y el taxi sale pitando.
El tipo corpulento y calvorota se marcha tambaleándose por el Walk, agarrándose la cara, sin dejar de mirar atrás. Y nosotros venga a reírnos, y luego volvemos al pub. Eso sí, se nota que Tommy está mosqueado con Begbie. Finalmente le dice:
—¿En qué cojones andabas pensando? ¡Sacar una puta navaja en el Walk! No hacía ninguna falta. Entraron aquí, nos vieron y se dieron cuenta de que tenían todas las de perder.
—Tampoco iba a pegarme con ese cabrón en el puto Walk, ¿no? —se mofa Franco—. Así que le pinché un par de veces para darle algo en que pensar camino de casa, ¿vale?
Este tío consigue que todo parezca muy razonable.
Tommy se muerde el labio inferior.
—Pues habrá que cambiar de aires por si aparece la pasma. Y tú tendrás que deshacerte de esa navaja.
—Pues es una navaja de lo más guay —protesta Franco—. El mejor baldeo de acero de Sheffield que he tenido en putos siglos. —Así que se dirige a un tío mayor que iba hacia la salida—. Anda, Jack, llévate esto a casa y mañana me lo traes.
—Ningún problema, hijo —dice el vejete echándose la navaja al bolsillo, y se larga del pub arrastrando los pies.
—Asunto resuelto —dice Begbie con una sonrisa—. Esto hay que mojarlo. —Se vuelve hacia la barra—. Les, ¡unos chupitos de Grouse para todos, guapa! ¡Y otro para ti, princesa!
Mientras Lesley asiente y empieza a servir los whiskies, Tommy pone cara de preocupación.
—Vaya una puta locura —suelta.
Pero Nelly no quiere saber nada.
—Franco tiene razón, coño. Esto es cosa de él y la tía; esos cabrones no tenían que haber metido las putas narices, sean familia o no. Los dos son adultos, tienen edad para consentir, joder. Si esos cabrones quieren convertirlo en su puto problema, nosotros lo convertimos en el nuestro.
—Vaya que sí, coño —suelta Franco—. Tal y como están las cosas últimamente, no te puedes cortar, porque si no, la peña empieza a vacilarte que te cagas, ¿o no?
Tommy se da cuenta de que no va a sacar nada en limpio con la discusión.
Franco le sacude una palmada en la espalda mientras Lesley coloca los chupitos en fila. En realidad a mí no me apetece mucho el whisky; me vendría mejor ron, por aquello de que a mí me va más el rollo marinero portuario, pero como ponga pegas, fijo que el Generalísimo se mosquea.
—De todos modos, Tam, has estado muy fino metiendo al cabrón ese en un taxi. No interesaba que fuera sangrando por el Walk y lo viera la bofia.
—Eso pensé yo: saquemos al capullo este de la calle.
—En fin, salud —suelta Nelly, que va repartiendo chupitos.
Todos brindamos por Franco y el espantoso whisky baja por el gaznate ardiendo como un hierro al rojo, pero deja después un calorcillo agradable. Se nota cuando sales a la calle.
Y entonces nos vamos para Tommy Younger’s camino de Edimburgo, con un subidón total; es la misma emoción que sentía cuando me levantaba para ir a trabajar en lo de las mudanzas y hacía buen día; me preguntaba si haríamos un viaje largo, a lo mejor hasta Perth o Inverness o algún sitio de ésos, o si serían todo portes locales, y pensaba en todas las risas que me iba a echar con los muchachos. Ahora eso es historia; no hay curro para la peña no cualificada como yo. Pero esto sienta bien; no lo de rajar a la peña —en eso Tommy lleva razón y Franco se ha pasado a tope—, sino lo de formar parte de un equipo, tener algo de que hablar, algo que contar. Porque eso lo necesita todo el mundo; todos necesitamos tener algo que hacer y algo que contar.