3. Seducciones: (II). «Espérate, Esperanza…»

Espérate, Esperanza. Quítame esa mano de la axila, que me estás haciendo cosquillas. ¿Qué? ¿Hasta ahora te enteras que soy cosquilludo? No me digas que tú no tienes cosquillas. A ver… te estás aguantando la risa. ¿Sabes una cosa? Me encanta que mis manos huelan a tu sudor. Sí, ya sé que estás limpia. Pero una mujer también tiene que oler y saber a eso, a mujer, y no nada más a jabón y a pachulí. Pero déjame, que ya te dije varias veces que por esta noche no vine a eso, sino a concentrarme en el proceso del Archiduque que es mañana, en el Teatro Iturbide. No, no sé si dejarán entrar mujeres. Lo que sé es que él no va a estar allí y que lo vamos a juzgar en ausencia. Dicen que está muy enfermo, que tiene disentería y se pasa los días en la bacinilla. Yo creo que más bien es de puro miedo. Pero me alegra, Esperanza… déjame en paz el pelo. No, hoy no me puse tanta grasa. Me alegra que no haya podido escaparse, por más que mandó a la princesa ésa, la Salm Salm, a entregarse al Coronel Palacios. Ni de la cárcel ni de la justicia. Y me alegra también que haya sido aquí, en Querétaro, donde cayó prisionero, porque de otra manera, Esperanza, quizás no nos hubiéramos vuelto a ver en mucho tiempo. Que me sueltes, te digo. Deja en paz los botones de la casaca. No, no tengo calor. No pudo escaparse, por más, también, que tantas veces como se le preguntó el motivo de su venida a México, y que fueron tres según la costumbre, tres veces contestó, ¿de dónde sacaste ese anillo?, ¿que te lo di yo? No, no me acuerdo. Tres veces, te decía, contestó que era una cuestión política. Es decir, que desconoció la autoridad de un Consejo de Guerra. Imagínate nomás qué descaro del austríaco ése. ¿Y cómo quieres que pueda yo escribir si no me sueltas la mano? Tengo que hacer muchas notas. Como si no fuera sabido de todo el mundo que cuando iba camino a Querétaro se puso al frente de su llamado Ejército Imperial, disfrazado la mitad de charro mexicano y la mitad de general austríaco. Sí, mujer, sí, ya sabes que siempre me han gustado tus manos. Y esos vellos largos que tienes en los brazos. Y me gustan tus pechos. Y toda tú me gustas. Pero ahora, o te acaricio o escribo. Y mejor escribo. Tengo que estar en el Teatro Iturbide muy temprano, bien descansado. Hasta eso que mal, lo que se dice mal, no me cae el Archiduque. A veces hasta me da lástima. Pero a Miramón lo odio con toda mi alma. Presidente de la República, héroe de Chapultepec y Padierna. ¿De qué le sirvió todo eso si después fue traidor a la patria? ¿De qué, si fue él quien autorizó la orden para asesinar a los mártires de Tacubaya? Comienza a hacer un poco de calor. Sí, está bien, desabróchame la casaca. Y el cinismo del austríaco fue mucho más lejos. No lo vas a creer: dijo también que por ignorar la legislación… ¿un poco más gordo? Bueno, algo de barriga, sí. Será, pienso, de tanta inacción y tanto pulque que hemos tomado para celebrar la caída del Imperio. Y ya me lo dijiste ayer. La legislación por la que se le juzga, necesitaba, por ignorarla, tener a la vista las leyes que sobre el particular haya dictado el Presidente Juárez. No, no me voy a quitar la casaca. Lo que tampoco sabe, espérate, Esperanza, no me juntes tanto las piernas y hazte para allá, que vas a hacer que me equivoque. Lo que tampoco sabe, precisamente por no conocer las leyes del país, y para conocerlas tendría que hablar mejor el español… Esperanza, amor mío, déjame tranquilo. Es que esas leyes, te decía, consideran confeso en el contenido de los cargos no contestados a quienes rehúsan defenderse y guardan un silencio inútil. Y eso, Esperanza, es contumacia. ¿Esta uña? Se me rompió ayer. No, no me la muerdas, tráete unas tijeras. Espérate. Qué bonitos dientes tienes, Esperanza. Sí, me lastimaste, pero sólo un poquito. Y por eso es en el último de los trece cargos; trece tenían que ser, fíjate, siendo el pobre Archiduque tan supersticioso como dicen que es. No, no me chupes el dedo que me pongo nervioso. En el último, te decía, lo acusamos de rebeldía y contumacia. Con-tu-ma-cia, mi amor. ¿Cómo te lo explicaré? Pues es algo así como obstinación. Como terquedad. Como lo que eres tú a veces, Esperanza, terca, como hoy. Ya sé que van a decir que la confesión tácita o presunta que implica la rebeldía a contestar está muy distante de tener la fuerza probatoria de la confesión expresa. Y que citarán, seguro, a Escriche. Escriche, el español, el del «Diccionario Razonado de Legislación y Jurisprudencia». ¿Y por qué voy a tener comezón en la espalda cuando a ti se te ocurra? Deja de rascarme. Ya te dije que vine aquí para estar tranquilo y concentrarme en el proceso del Emperador. Quiero decir, del Archiduque. Ya ves cómo hiciste que me equivocara. Abajo del omóplato. Del omóplato, mujer, ese hueso medio salido. Así, así… Imagínate qué ridículo: yo, llamando «Emperador» al acusado. Pero no tan fuerte, que me lastimas: ayer me dejaste la espalda llena de arañazos. Si uno de los principales cargos, o yo diría que el principal, es el de usurpador, ¿no es cierto? El de que vino a México a usurpar el poder constitucional legítimo, y el de haberse prestado a ser el principal instrumento de la intervención francesa que tuvo como objeto… Sí, por supuesto, de este vestido sí que me acuerdo. Te lo di la segunda vez que vine a Querétaro. Cómo no me voy a acordar, si no sólo me gustó porque es de seda de la China y por el color verde bandera sino además por atrevido. Y te dije que no quería que nadie te lo viera puesto, sino sólo yo. Con objeto de alterar la paz. La paz de México, claro. Por medio de… ¿y para qué te subes las faldas? Te digo que quiero que ahora me dejes tranquilo. Ah, sí, las ligas. También me acuerdo de ellas. Pero escúchame. Escúchame, Esperanza: si me vas a enseñar todo lo que yo te he regalado, tendrías que desnudarte. Dime, ¿te pusiste el corpiño ése de ballenas que compré en México, en la Calle de San Francisco, te acuerdas, y que traje un día, disfrazado de arriero, bajo el jorongo de un burro? ¿Te acuerdas? Para alterar la paz, la paz de México, por medio de… espérate. Espérate, amor. No te bajes las medias. Sí, sí, ya sé que ese lunar del muslo no te lo di yo. Por medio, decía, de una guerra injusta, ilegal en su forma, desleal y bárbara en su ejecución… Voy a apuntar esta frase, que me quedó muy bien. ¿Te fijaste ya, Esperanza? Te salió un pelo largo y güero en el lunar. Injusta, ilegal en su forma, ¿qué más dije? Ah, sí: desleal y bárbara en su ejecución. Tienes unas piernas tan bonitas, mujer. Si yo te contara. Pero tan bonitas de verdad. Si yo te contara, decía, la de atrocidades que han cometido todos ellos, franceses y austríacos por igual. Ellos trajeron aquí el suplicio de la cuerda. Nada más hay que recordar los crímenes de Cavaignac en París. Por no mencionar a ese desgraciado del Coronel Du Pin. ¿Sabías que durante el sitio de Querétaro un austríaco, el Mayor Pitner creo que se llamaba, le voló la tapa de los sesos a uno de sus propios soldados, nomás porque se le indisciplinó un poco? Y luego nos hablan de justicia, de fuero civil, de incompetencia del Consejo de Guerra. ¿Cómo es que dices que no te gustan tus rodillas? A mí me gustan. Lo que pasa es que siempre están un poco frías. O será que mis manos, como me has dicho, siempre están calientes. Bueno, ya basta. Esperanza, mujer, súbete esas medias y cúbrete las piernas, que me haces perder la concentración. Tráeme un vaso de agua, ¿quieres? Y tras haber usurpado el poder y formado un ejército con extranjeros, es decir con filibusteros y súbditos de potencias que no estaban en guerra con México… esta frase también me salió muy bien, ¿verdad?, ahora el Archiduque sale diciendo que se necesita que formalmente se declare si es considerado como ex emperador, porque de no ser así, no puede ser tratado de otra manera que como un archiduque austríaco, ¿eh?, ¿qué te parece? y que entonces sólo podría ser entregado como prisionero, por favor, Esperanza, a un buque de guerra de su país. Y tráeme el agua que te pedí. Pobre diablo. Te digo que no me cae tan mal, el Archiduque. Pero lo vamos a mandar al patíbulo. Bueno, a todos, a los tres. Sí, sí, mujer, ya sé que si tus rodillas siempre están frías, tus muslos, en cambio, siempre están que arden. Dímelo a mí. Pero no necesito tocarlos para saberlo. Lo que quiere, claro, es salvar el pellejo a como dé lugar y largarse a sus Miramares sin importarle lo que pueda sucederles a sus turiferarios y estafermos. Los que llevan el incienso en las iglesias. Espérate. No, los turiferarios. Ruliferarios no, turi… espérate, mujer, déjame escribir, suéltame. Te volviste a rasurar las piernas, ¿verdad? Ya sabes que no me gusta. Te quedan rasposas por varios días. Y te cuento que ha tenido el cinismo de enviarle cartas y mensajes a Don Benito, diciéndole que desconoce el idioma legal español, y donde lo llama Señor Presidente. Ahora sí lo reconoces, ¿verdad? Ahora que está hundido para siempre, en su celda de las Teresitas, sentado en la bacinilla y con un crucifijo de plata como único compañero. Espérate. Déjame escribir. ¿Cómo se te ocurren preguntas tan tontas? ¿Por qué me va a gustar uno de tus muslos más que el otro? Perdido, sí, desde el momento en que dictaminó que la causa estaba ya en estado de defensa y podía elevarse a plenario. No, no es cierto: perdido estaba desde que se bajó de la «Novara» y puso un pie en las arenas de Veracruz. Mira, no te voy a decir lo que significa cada palabra. Otro día… si te voy a comenzar a explicar lo que es ocurso legal, plenario, interlocutoria o evacuación de la defensa, no acabamos nunca. Pero no te amuines, Esperanza. Sí, siéntate aquí de nuevo, pero no muy cerca. Gracias por el agua, está muy fresca. No, siéntate de este otro lado. ¿Cuántas veces te he de decir que soy zurdo? Sí, escribo con la derecha porque así me educaron… Más adelante, ordenó que sus propios agentes o consintió que agentes del extranjero, asesinaran a muchos millares de mexicanos. Ya perdí toda la hilación. ¿Hilación es con hache? ¿Entonces? ¿Entonces qué, Esperanza? Ah, pues que aunque ahora no pienso hacerlo, me gusta más tenerte a mi lado derecho, para tocarte con la mano izquierda, que es con la que acaricio mejor. Pero hazte para allá y estáte quieta. Dime, ¿te parece bien esta frase?: Los restos más espurios de las clases vencidas, me refiero a los derrotados en la Guerra de Reforma, apelaron al extranjero, esperando con su ayuda saciar su codicia y su motivo. Lo que más me preocupa es lo de traidor a la patria. Lo querían acusar de eso, pero la pena de muerte sólo puede imponerse al traidor a la patria en guerra extranjera. A Miramón, a Mejía, a Márquez, por ejemplo, y a tantos otros. Sí, sí, puedo sentir los latidos en mi mano. Pero no al Archiduque. Suéltame la mano. Pues como dicen sus defensores, no siendo él defensor… Es decir, no siendo él natural de México, sino de Austria, ¿cómo vamos a imputarle…?, ¿sabes? Tienes unos pechos tan redondos y tan duros… ¿Imputarle el delito de traidor a la patria? En todo caso. Traidor sería. No, no es eso. Es que tengo un poco de comenzón en la ingle. A Austria. Necesito estirar un poco las piernas. Sí, traidor a su país, que es Austria. ¿Cuál mancha? Me debe haber caído una gota de agua. En cambio a esos infelices de Miramón y Mejía. Miramón, ¿sabías?, ha tenido el descaro de decir que el militar que sirviendo a la República se pronuncia contra ella, la traiciona por falta a la fe prometida. Pero que el hombre que nunca la ha reconocido ni servido, será un enemigo, pero nunca un traidor. Y lo dice él, imagínate, que fue presidente de la República. Él, el mismo bandido que siendo presidente mandó violar los sellos de la legación inglesa para extraer los fondos destinados por el gobierno constitucional al pago de la Convención… Está bien, sí, sí, me voy a sentar, pero sólo un rato. Tengo que irme pronto. En fin, creo que no me haría mal dejar de pensar por unos minutos en el Archiduque y el juicio para decirte una vez más lo hermosa que eres. Arrímate un poquito. ¿Sabes? Te voy a confesar que de todas esas cosas que trajeron el austríaco y los franceses que tanto me chocan, como las suarés de la Emperatriz y los orvúas, y los bailes esos raros, y el paté de fuagrá por aquí y la champán por allá, de todas esas cosas, decía, lo que sí me gustó fueron los vestidos como éste que te regalé, que tienen un escote que nomás le falta enseñar los pezones. Se te puso la carne de gallina, Esperanza. ¿Y ahora qué te pasa? ¿En qué quedamos, Esperanza? Primero eres tú la que me provoca, y ahora no quieres que te toque. Quién te entiende, mujer. Por suerte me tengo muy bien aprendido el Derecho Internacional de Wheaton y el Derecho de la Guerra de Grocio. De seguro que los van a citar los defensores. ¿Sabes que el licenciado yankee, el tal Hall, llegó con su Wheaton bajo el brazo? Y citarán, claro, a Vattel… ¿Es Vattel con V, o con W? Vattel, mujer, el del Derecho de Gentes… Déjame que te los toque. Nada más un momento, por favor. Te digo que siempre los tienes tan suaves y tan firmes al mismo tiempo. No, por favor, no te los descubras. Por amor de Dios. ¿Yo, creer en Dios? Por supuesto que no, es sólo un decir. ¿Sabes que ahora alegan que el gobierno del Archiduque fue un gobierno de facto? De facto: de hecho. ¿Y que el verdadero usurpador fue Napoleón III? Ya, ya basta, Esperanza. Por amor de Dios o de quien quieras, pero cúbrete, que te vas a resfriar. El hombre es sólo hijo de las circunstancias que lo rodean: éste es otro argumento que usarán los defensores. ¿Y cómo vamos a traer a Napoleón a México, para juzgarlo? Y Mejía, el cínico, que dijo que la Regencia y el llamado Imperio no fueron para él la obra de la intervención francesa, sino de los mexicanos que expresaron su consenso por medio de los votos y llamaron al Archiduque. ¿Acomodar? No, ya te dije que sólo es un poco de comenzón en la ingle. Vattel, que dice que siempre que un partido poderoso se siente con derecho a resistir al soberano… te pusiste hoy también el perfume que te di, ¿verdad? Y que si ese partido está en condiciones de tomar las armas contra el partido en el poder, es necesario… es necesario… cúbrete. ¿Por qué crees que te dije que hoy no me esperaras en la cama, desnuda, sino que te quería vestida, de pies a cabeza, Esperanza? Es necesario considerar entonces a esos dos partidos, en lo sucesivo, o al menos por un tiempo, como dos cuerpos separados. Cuerpos, sí, pero cuerpos en el sentido de naciones, de pueblos, no seas tonta, ¿concibes tú que pueda haber dos pueblos mexicanos? Espérate, Esperanza, que se me arruga el uniforme y es el único que tengo. Mañana debo estar muy limpio y bien presentado para que no digan que al Archiduque lo juzgaron un montón de léperos harapientos. ¿Y a qué hora lo vas a planchar, mujer, si te digo que tengo que irme pronto al cuartel para dormir siquiera unas horas y amanecer despabilado? Y van a citar a Hallan y a Macaulay. ¿Que quiénes son Hallan y Macaulay, mi amor? ¿Y para qué quieres saberlo? Unos señores aburridos que están contra la pena de muerte. Cuidado, que puedes mancharme el cuello de la casaca. Está bien, está bien, me la voy a quitar, pero sólo por un rato. Tengo que irme. Y no faltará, seguro, quien hable mañana de Alejandro Magno y de cómo perdonó a algunos milesios por su valor. O de la ejecución del rival de Carlos I, que tanto condenó Pedro de Aragón. No, no la dejes nomás así, cuélgala bien, por favor. Pero dime tú si merece gracia un cobarde como el pobre Archiduque a quien también vamos a acusar de haber abdicado al falso título de Emperador para que esta abdicación tuviese efecto no de inmediato, sino para cuando fuese vencido… Déjame, déjame, Esperanza. O sea, te decía, para un momento, la abdicación, en que ya no por su voluntad… No, si no estoy tratando de besarte… Sino por la fuerza. Y desde luego, Esperanza; puedo, si quiero, cambiar de parecer. O sea para el momento en que ya no por su voluntad, sino por la fuerza, con o sin la abdicación, habría de quedar despojado del título, usurpado, de soberano de México. Claro que tengo varias canas en el pecho, ¿no lo habías notado? Deja allí, ¿qué haces? Suelta el cinturón, por favor. Aunque Mejía no deja de alardear que una vez le perdonó la vida a los generales Escobedo y Treviño. No me los vayas a jalar. ¿Qué? ¿Que los pelos se rizan con un poco de saliva? ¿Y qué fue lo que hicieron ellos? Por favor, deja de tocarme la tetilla, que se me pone dura por horas y luego me arde con el roce del uniforme. Sí, ¿qué hicieron ellos con Arteaga y Salazar? ¿Qué hicieron, me pregunto, con tantos juaristas que torturaron y mataron, y con todas las poblaciones que arrasaron y redujeron a cenizas, y sobre todo… Tienes una pestaña cerca del lagrimal. Ay, Esperanza, qué linda cara tienes, y qué suave. Espérate, no, no me pongas la pierna encima. Se me arrugan los pantalones. Sobre todo, decía, en Michoacán, Sinaloa, Chihuahua, Coahuila. Deja de desabrocharme los pantalones, ¿quieres? Nuevo León y Tamaulipas. ¿Que por qué no vine de civil? ¿Pues no me has dicho mil veces que te gusto más de militar? Y además les voy a recalcar que Vattel sólo escribió para los soberanos de Europa, y que de hecho desconoció el derecho constitucional de repúblicas tan modernas como la nuestra. Mira: si me quito los pantalones, me tengo que meter en la cama. No pensarás que me voy a quedar aquí sentado, en calzoncillos. Y si me meto en la cama, no me voy a quedar allí solo como un imbécil. Y si tú te metes en la cama conmigo, Esperanza, ¿qué te has creído: que soy de palo?

Esperanza… Esperanza… ¿estás dormida? No te puedes haber dormido tan rápido. Te estás haciendo la dormida, ¿verdad? Te dije que si me metía a la cama contigo era con la condición de que te estuvieras quieta y tranquila para que me dejaras pensar en el proceso del Archiduque. Pero no te dije que te durmieras. Me gusta tu compañía. Me gusta que me escuches. ¿Me oyes, Esperanza? Bueno, peor para ti. Me voy a vestir y me largo. ¿Cómo? Perdóname. Es que creía que dormías. No, si no te estoy mordiendo el cuello. Es nada más un beso. ¿Por qué no te volteas de mi lado? Claro que me gusta tu espalda. Me gustas toda. No, no te duermas, por favor. Te prometo ya no hablar del Archiduque. Estoy harto de él, y de Mejía y de Miramón. Harto de la Constitución y de Escriche y de Vattel y de Reynoso. Ah, por supuesto, citarán a Reynoso y la situación de los pueblos indefensos… bueno, pues si no quieres así, voltéate. De someterse al conquistador según el derecho natural. Así, así. Ahora abrázame. Y político. Y dirán que la Ley del 3 de octubre… me gusta más acariciar tus nalgas cuando te tengo de frente a mí. Qué nalgas más hermosas tienes, Esperanza. Espérate. No me toques. Y dirán, te decía, que esa ley perseguía metas semejantes a la del Decreto del 25 de enero y que sólo se dio ad terrorem. Que no me toques. ¿Sabes? Me gusta mucho que se me encajen en los ijares los huesos de tus caderas, mujer. Y éstos, Esperanza, son tus omóplatos. Abre un poco las piernas, sólo un poquito. Por favor. Ándale, Esperanza, no te hagas la rejega. Estás empapada. Sí, sí, me lavé las manos, ¿no te acuerdas? Estás temblando otra vez. Espérate. No, no te voltees. Así ya no vas a tener frío. ¿Te peso mucho, amor? Y además yo diría que la Ley del 25 de enero. No, no las abras tanto, nada más un poquito. Ayúdame un poco. Espérate, espérate, que me lastimas con el anillo. Así, así. Ahora sí, ya, ya… ay, Esperanza, amor mío, no sabes cómo me gustas, cómo te quiero, cómo… La Ley, decía, del 25 de enero. Juárez… Pero no te pongas así. ¡Por Dios, Esperanza: cómo me van a importar el Archiduque y el proceso más que tú! Así, así, amor mío. Pero ya sabes que necesito pensar o hablar de otras cosas para no acabar tan pronto. Espérate, que me estás arañando otra vez con las uñas. No tan fuerte. Ay, Esperanza, Esperanza, qué bonito sabes mover el cuerpo. Así, así, más, amor mío. No, no tanto. No abras tanto las piernas que ya no puedo aguantarme, Mejía, Miramón. Espérate, quédate quieta unos momentos. No, así como estamos. Pero no te muevas, déjame pensar en otras cosas. Las atrocidades que cometieron. No te muevas. Los mataban a bayonetazos. Michoacán, Coahuila, Sinaloa. ¿Me escuchas, Esperanza? Tamaulipas, Nuevo León. Déjame comenzar a moverme, así, muy poco a poco. Pero tú no, como si estuvieras dormida, ¿me escuchas? Nuevo León, Tamaulipas. Vamos a matar al Archiduque. Así, mi amor, así nada más un poquito. No, no las abras más. A Miramón. A Miramón. Y con él a Mejía, Márquez, Coahuila. Por haber venido… por haber… ¿te estoy lastimando? A matarlo. Por contumacia, por rebeldía… Ahora otro poco. No, no tanto… Bueno, sí, así, así, Esperanza, muy despacio. Muy despacio y después, pero hasta que te diga, y entonces más rápido. Ay, no sabes cómo me gustas, Esperanza. Coahuila, Juárez, Tamaulipas. Me estás matando, Esperanza. No, no me quejo, nada más… abre más las piernas, ahora sí, Esperanza, todo lo que puedas. Muévete, amor, muévete, Esperanza. No, espérate. Espérate, por el amor de Dios. Coahuila, Miramón, Mejía, Esperanza, Dios mío, Márquez, Esperanza, por favor, Tamaulipas, Nuevo León, por favor, ya no puedo más, Coahuila, Mejía, Miramón, Miramón, ¡Miramón! ¡Miramón! ¡Mira… mmmm… ooohhh…!

Esperanza… Esperanza… ¿Me escuchas? Me quedé dormido. Apenas si tengo tiempo de presentarme en el juicio. No, no te preocupes, que no voy a llegar tarde. A ver qué te parece esto: concluyo por la Nación pidiendo que sean pasados por las armas los expresados reos. El primero conforme a los artículos 13 y 24. Mira nada más cómo quedaron mis pantalones de arrugados, Esperanza. Y la mancha no se les quitó. Y los otros dos, te decía, conforme a los artículos primero, fracción cuarta, trece y primera parte del veintiuno, de la Ley del 25 de enero de 1862. ¿No viste dónde dejé la gorra? Y por fin ni planchaste la casaca ni le remachaste el botón. No, mujer, si no estoy enojado. Mira, tienes aquí, en el pecho, una de mis canas. ¿Sabes una cosa? Te voy a comprar otro anillo. Un anillo del que me acuerde siempre. No, ya no, Esperanza, tengo que irme. Duérmete. Descansa. En cuanto acabe el juicio me vengo volando. Ponte otra vez el vestido verde, ¿quieres? No, mejor espérame desnuda. ¿Me escuchas? Me vas a esperar, desnuda, en la cama… ¿Verdad, Esperanza?