«Por mi culpa fue, por mi culpa, Señor Obispo, por mi gravísima culpa. Pero por mí no quedó. Le pregunté: ¿conoces tú la historia de la Virgen de Zitácuaro?, y ella me respondió: ¿la que se hacía cada vez más grandota?, y yo le dije exacto, cuando la iban a cambiar de templo la bajaron del altar y la acostaron en una mesa y el carpintero le tomó las medidas para hacer la caja donde la iban a empacar, y cuando la caja estaba lista pues nada: el carpintero creyó que se había equivocado porque la Virgen no cabía, y dale a tomar las medidas de nuevo para hacer otra caja y que vuelve a pasar lo mismo: la Virgen no cabía, y así una y otra vez, hasta que se dieron cuenta que la Virgen crecía entre caja y caja y que con eso lo que les quería decir era que no deseaba que la cambiaran de templo, de modo que la pusieron de nuevo en su altar y allí está desde entonces y yo pienso hija, y entonces ella me dijo: pero a mí no se me hace que sea una Virgen tan larga, Padre, y yo le dije ah, es que cuando la colocaron de nuevo en el altar recuperó su tamaño natural, de otra manera no hubiera cabido tampoco en su nicho, pero no me interrumpas, hija, yo pienso, te decía, así le dije, que a Nuestro Señor y sus oscuros designios hay que tomarlos como se presentan y no tratar de comprenderlos porque si tratas de abarcar a Dios en tu cerebro, de encajonarlo en él, pues no cabe, ¿me explico?, y por más que agrandes tu cerebro para que quepa Dios en él, pues resulta que Dios siempre va a estar un poco más largo, ¿me entiendes?, a Dios y sus designios hay que tenerlos siempre en un altar, y contemplarlos de lejos, aceptarlos como son, y si Dios quiere una monarquía para México, dejemos que Dios decida, ¿no te parece?, le dije y ella me replicó que de eso no estaba muy segura que digamos, y que no se imaginaba cómo Morelia la gloriosa, así me dijo, o Zitácuaro la heroica, podrían jamás llegar a ser monárquicas, y yo le dije a ver dime por qué Morelia es gloriosa, porque en ella nació el Cura Morelos, Padre, me replicó, Morelos fue un renegado le contesté, ¿cómo puede usted decir eso, Padre, si Morelos fue un cura?, me preguntó y yo le dije a Morelos lo juzgó el Tribunal de la Santa Inquisición, por si no lo sabías, y murió degradado, y a ver, dime por qué Zitácuaro es heroica, porque la incendió Calleja, me respondió, porque la redujeron a pavesas los santanistas, agregó y yo le dije qué va, hija, qué va, Zitácuaro es un nido de heresiarcas y algo muy grave he de haber hecho en mi vida, ay, Señor Obispo, algo más grave aún he cometido y me pregunto ahora si usted me dará la absolución, pero como le iba contando le dije a ella, mucho he de haber pecado, mucho, para que Dios me haya mandado a Michoacán porque es un castigo, sí, un castigo tener que oír estas blasfemias, que la Virgen es republicana como dices, me entra por un oído, por el oído que oye tus pecados, pero no me sale por el otro: por la boca me sale, hija, por la boca, en una llamarada, ay hija, te vas a condenar, ay Señor Obispo, me voy a condenar, y ella me arguyó pero Padre, ¿no es mejor una Virgen chicana que una Virgen traidora a la patria?, y yo le dije hija, hija, no blasfemes más: la Patria de la Virgen es el Cielo, y allí la Virgen es reina, Regina Coeli, y porque esta tierra es nido de herejes por eso desde que llegué aquí hace veinte años mi vida ha sido un viacrucis que comenzó en Chucándiro y siguió en todos los pueblos de todos los curatos por los que he pasado: en Tzintzuntzán, en Yurécuaro, en Pátzcuaro, y gracias a Dios que soy vasco, que si no, le dije y ella me interrumpió de nuevo, pero Padre, me dijo, no exagere, se puede ser republicano y católico al mismo tiempo como yo, eso nunca, le contesté: es una contradicción y te decía que si no, que si no fuera yo vasco ni siquiera hubiera podido pronunciar los nombres de mis curatos, ¿cómo dice, Padre?, me preguntó y yo le dije me refiero a todos esos nombres tan difíciles que ustedes tienen como Tangacícuaro, Copándaro, Terímbaro, Pajacuarán, Parangaricutiri… Parangaricutiri…».
«Mícuaro… Parangaricutirimícuaro».
«Mícuaro, sí, Señor Obispo, Mícuaro, sí, hija, le dije, y pues te decía, gracias a que soy vasco, a que nací en Guipúzcoa y a que me apellido Belausteguigoitia, Belausteguiqué, me preguntó, Goitia, le completé, pero no te me desvíes de la confesión, hija, y vamos a lo que me estabas contando porque mis oídos no lo acaban de creer, me decías, le dije, ¿que el Coronel Dumaurier te orina?, ¿cómo es eso?, y ella, Señor Obispo, me dijo sí, se orina entre mis piernas, entre tus piernas, hija, ¿y luego?, luego a veces más arriba, ¿más arriba dónde?, en los pechos, Padre, se orina en mis pechos, ¿y luego?, luego nada, Padre, porque al Coronel Dumaurier no se le, no se le, y si yo le cuento todo esto, Señor Obispo, es porque yo quisiera que comprendiera mi situación, para que pueda usted absolverme por eso le doy todos los detalles como me los dio ella a mí, y fue para poder dárselos sin violar el secreto de confesión que me vine a mula a campo traviesa y por pésimos caminos reales desde mi diócesis de Michoacán a ciento y pico de leguas de aquí a fin de que usted no reconozca a la pecadora aunque al más grande de todos los pecadores sí, que soy yo y no otro para mi condenación, Señor Obispo, y por eso también los nombres que le cite yo tendrá usted que tomar en cuenta que son nombres seudónimos todos ellos principiando por el Coronel Dumaurier que como me dijo ella no se le ponía duro, sí, así, Señor Obispo, me lo dijo con todas sus letras, lo único que le gusta es que estemos los dos parados en una tina, sin ropa, y orinarme, y cuando me orina se pone rojo y resopla y se queja, y cuando acaba de orinar me ordena que me vista y que me vaya, ¿cómo, Señor Obispo? sí, sí, lo mismo que usted me dice le dije yo a ella: ay, hija, no tienes salvación, pero Padre, me dijo, si Nuestro Señor Jesucristo perdonó a la Magdalena que había pecado tanto, sí, sí, mucho pecó María Magdalena, le dije, pero pecó con la carne, yo también, me arguyó, y yo también, Señor Obispo, yo también pequé con la carne, pero tú hija, le dije, con la carne y el espíritu, pero yo no, Señor Obispo, yo no pequé con el espíritu, porque si a la carne te hubieras limitado, le dije, te absolvería, como le pido yo ahora, Señor Obispo, que me absuelva usted, Padre, me dijo, mándeme usted la penitencia que quiera, mándeme rezar diez credos, veinte padrenuestros, de nada serviría, le dije, de nada, hija, cincuenta avemarías, me pidió, ni con cincuenta avemarías, le dije, ¿por qué, Padre, por qué?, ¿por lo que hago con el Coronel Dumaurier?, me preguntó, por lo que haces con el Coronel Dumaurier, le dije, ¿y con el Capitán Desnois y con ese otro Teniente Galliqué? Gallifet, Padre, me dijo y entonces yo le pregunté cómo era que sabía pronunciar el francés tan bien y ella me dijo porque me educaron en el Liceo, Padre, y porque estoy casada con un gabacho, con un gabacho, ah, eso no me lo habías dicho, le dije, y por qué si tanto odias a los franceses te casaste con uno de ellos, le pregunté y ella me dijo porque me obligó la familia, Padre, usted sabe cómo son esas cosas, ¿se acuerda usted, Padre, me preguntó, se acuerda usted, Señor Obispo, de esos versos que dicen: Ya vino el güerito, me alegro infinito, ¡ay hija! te pido por yerno un francés?, pues mi papá me los cantaba y me los cantaba y no me dejó en paz hasta salirse con la suya, hasta que le di por yerno a un francés, y comprenderá usted mi indignación y mi asombro, Señor Obispo, le dije entonces además eres una adúltera, y ella me respondió pero Jesucristo dijo que aviente la primera piedra… y yo le dije calla, no blasfemes más, ay, Señor Obispo, yo qué iba a saber entonces, y volvamos, le dije a lo que haces con el Teniente Gallifet, que también ése no es su verdadero nombre, Señor Obispo, lo que hacía, Padre, me dijo, porque el teniente se murió hace como seis meses en el lomerío de Copándaro, otra víctima de las balas impías recuerdo que le dije, no, me replicó, se murió en un accidente, descubrieron una gruta donde dicen que iba a meditar Don Melchor Ocampo o el Cura Morelos, no lo sé, y entraron en ella con unos hachones de ocote y resultó que la gruta estaba llena de cajas de fulminantes, el Teniente Gallifet acercó el hachón a una de ellas y le estalló en la cara, sí, sí, Señor Obispo, pobre teniente como usted dice y como ella misma dijo pobre teniente era el único francés al que nunca le tuve tirria, me aseguró, porque era belga y estaba muy niño y yo creo que por eso le gustaba chupar mis pechos y entonces yo le pregunté ¿el único francés?, ¿entonces a tu marido no lo quieres?, y me dijo no, Padre, huele muy feo, hágame usted el favor, Señor Obispo, yo que soy tan limpia me baño todos los días, me dijo y yo le dije te preocupas por la limpieza de tu cuerpo, ¿y qué de la limpieza de tu alma?, ay, Señor Obispo, me siento tan sucio, pero si las dos cosas no se oponen, me arguyó, y yo lo que hago lo hago con la conciencia limpia, debes estar loca, le dije, estoy en mis cabales me replicó y me ofenden los malos olores, es que los franceses jieden tanto casi como los españoles, ay, perdón, Padre, me dijo, se me olvidaba que usted es español, y yo le dije ¿yo?, yo no soy español, y entonces por qué habla usted como gachupín, pues para entenderme con ustedes, le dije, pero mi verdadera lengua es el éuzkaro, el vascuence, porque como ya te conté soy vasco por los cuatro costados, que son por parte de mi padre Belausteguigoitia-Amorrortu y de mi madre Lamateguigoerría-Azpilicueta y Lazarragaguebara, le dije, Guebara, hija, Guebara: Lazarragaguebara, Señor Obispo, y ella me dijo ¿vasco, Padre?, ¿como Tata Vasco?, y yo le contesté ay, hija, pensar que Michoacán tuvo a uno de los mejores obispos que mandó mi país al Nuevo Mundo y que todas las semillas de fe y devoción que sembró en este suelo el ilustre Vasco de Quiroga se volvieron ceniza a flor de tierra, porque no sólo Zitácuaro sino todo Michoacán es un criadero de herejes, y que me perdonen las excepciones que confirman la regla como los señores arzobispos Munguía y Labastida que yo sé que también son michoacanos, ¿verdad, Señor Obispo?, y le dije, ¿sabes una cosa?, ¿sabes por qué en Michoacán hay tantos volcanes?, ¿por qué hay tantas fumarolas?, no, Padre, me dijo, ¿no lo sabe usted, Señor Obispo?, pues porque está más cerca de las llamas eternas, ¿o estoy equivocado, Señor Obispo?, pues porque todos esos agujeros olorosos a sulfuro son caminos directos al infierno, si no es cierto, Señor Obispo, podría serlo, uy qué miedo, me dijo y yo le dije, pero volvamos, hija, al capitancito o teniente ése, te sacaba los pechos, me decías, sólo uno, Padre, y él se sentaba en mi regazo y lo chupaba y al mismo tiempo se acariciaba su cosa por encima de la ropa hasta que acababa empapado y luego se iba y usted se podrá dar cuenta, Señor Obispo, lo inquieto que me ponían todas esas cosas que si yo las quería saber, no era por morbo, ¿cómo?, le dije, ¿y luego se iba el tenientito?, sí, con los pantalones mojados, ay, hija, no tienes salvación, ¿la tendré yo, Señor Obispo?, absuélvame, Padre, me suplicó, absuélvame usted, Señor Obispo, se lo ruego por el amor de Dios, inútil, hija, le dije, inútil, mándeme usted una gran penitencia, Padre, me dijo, mándeme usted también a mí, Señor Obispo, lo que usted quiera, ir de rodillas desde mi casa a la catedral, o que rece yo treinta padrenuestros y cien avemarías, me dijo, o doscientas si quiere, Señor Obispo, y yo le dije ni con cien avemarías ni con doscientas te salvas, y cuando ella me dijo que estar con el Teniente Gallifet era como jugar a las muñecas, como darle el pecho a un nenito, le contesté tú hija no quieres entender, ya te lo he dicho hasta el cansancio que no es por los pecados de la carne, ah la carne es débil, Señor Obispo, sino por los pecados del espíritu: porque eres una hereje, una aliada de las fuerzas del mal, una espía de los juaristas, de los rojos, ay Padre, me dijo, no diga eso que me da miedo y se me pone la carne de gallina, para entonces yo también tenía la carne de gallina, Señor Obispo, miedo debía darte, temor de Dios y de su ira vender tu carne, la amonesté, pero tienes suerte hija porque la ira de Dios es lenta, como su misericordia, pero yo no vendo mi carne, me dijo, Padre, porque no les pido dinero ni regalos, algo más caro te dan a cambio de tus favores, le contesté, algo que no tiene precio: el honor, Padre: ellos son el enemigo, hija, el verdadero enemigo es Benito Juárez, le dije, ¿no está usted de acuerdo, Señor Obispo? Juárez es el anticristo, pero dicen, me arguyó, que el Presidente Juárez es católico, ay hija, de católicos así líbrenos el cielo, como también hay sacerdotes que son republicanos, me dijo, es que no les has alzado la sotana, le contesté, ¿cómo dice, Padre?, me preguntó, porque si se las alzaras, verías que abajo está la cola del diablo, ¿verdad, Señor Obispo?, y le pregunté entonces ¿dónde hacías eso con el Teniente Gallifet, dónde haces todas tus cosas?, y me dijo a veces en la cantina del cuartel cuando no nos ven, a veces en un hotel, ¿conoce usted el Portal de Matamoros?, allí también, una vez, de madrugada en la plaza de toros, Padre, ¿conoce usted el Paseo de las Jacarandas?, en la garita de Chicácuaro, una vez en la barranca de Cahuaro, y yo le dije hija, cahuaro quiere decir barranca en tarasco, no se dice así porque es como si dijeras la barranca de barranca, o como el mal llamado llano de Tepacua, que si dices así es decir el llano del llano porque eso quiere decir tepacua en tarasco, llano y nada más, y en qué otra parte, le pregunté, ¿en la iglesia también?, en un templo jamás, Dios me libre, dijo y yo le dije menos mal, hija, menos mal, ay, Señor Obispo, entonces qué iba yo a saber, y ¿en dónde más?, le pregunté, pero en mi casa sí, me contestó, en mi casa también, y yo asombrado le dije cómo es eso, mi marido, me dijo, viaja mucho, y profanas tu cama, tu lecho conyugal donde lo haces con tu marido, y ella me dijo no, Padre, con mi marido nunca lo hago a él no le interesa y tiene sus amantes, y sí, profano mi cama y he profanado el sofá y la mesa de billar, pero al Capitán Dubois le gustaba hacerlo en el campo y de día, me llevaba al monte y bajo una ziranda, así que también has fornicado a pleno sol, le dije, no siempre ha habido sol, me contestó, una vez que lo hicimos entre las milpas cayó un aguacero de padre y señor mío y llegué a la casa hecha una sopa, dime, le dije, ¿qué hacías con ese Capitán Dubois?, que es también nombre seudónimo, Señor Obispo, y me contestó primero fue el Capitán Desnois que le gusta hacer una cosa que a mí no me gusta hacer, ¿qué cosa?, le insistí, ay, Padre, me da mucha vergüenza decírselo, a mí también me da mucha vergüenza contárselo, Señor Obispo, me parece que se llama sodomía, ¿te parece?, le dije, no sabes ni siquiera cómo se llama lo que haces, sí, es sodomía, era sodomía, Señor Obispo, y yo le pregunté que por qué tenía que hacerlo así el Capitán Desnois siendo que la naturaleza ha proveído el canal apropiado y ella me dijo yo no sé, Padre, el capitán me dijo que pasó mucho tiempo entre los árabes y que se acostumbró a hacerlo, pero no con mujeres, sino con hombres y hasta con machos cabríos y avestruces y que se le quedó la costumbre, ay hija, no tienes salvación, le dije, ¿cómo dice, Señor Obispo?, ah, sí, después me dijo lo que hacía con el Capitán Dubois, pero primero le dije yo: si dices que eso no te gusta quiere decir, me imagino, que lo demás sí, o así lo entiendo, y ella me contestó Padre, qué quiere usted, cuando el Teniente Gallifet me chupaba el pecho a veces sentía yo cosquillas entre las piernas y se me humedecían los muslos, ¿y cuando la orinaba el Coronel Dumaurier?, Señor Obispo, también yo le pregunté, cuando te orina qué, pues no es que me guste, Padre, me dijo, pero ya se imaginará usted el frío que me da allí parada desnuda en la tina así que cuando empiezo a sentir el chorro caliente me sirve de consuelo, y cuando me lo apunta a la entrepierna, muy de cerca, pues no es que sienta yo bonito, pero no siento feo, ay hija, le dije, ni con trescientas avemarías, al menos está caliente como le digo, Padre, y no frío como la sidra, ¿que qué tiene que ver aquí la sidra, Señor Obispo?, pues eso mismo le pregunté yo que qué tenía que ver, a ver dime, y ella me dijo que a otro coronel que se había ido para el norte, un tal Dugason que es también un nombre inventado, le gustaba echarle sidra entre las piernas, y a mí me daba mucho frío, me contó, y que para qué le echaba sidra entre las piernas, Señor Obispo, pues para sorberla luego, ay, Señor Obispo, Señor Obispo, mándeme usted la penitencia que quiera, ordéneme rezar cien credos o quinientas avemarías, Señor Obispo, para sorberla, dices, para sorberla, esos franceses son el diablo, le dije, ¿ya lo ve?, ahora usted mismo lo dice, me rezongó, pero yo le aseguré que de todos modos son nuestra única esperanza, ¿no lo piensa usted así, Señor Obispo?, ¿y de los zuavos qué me dice usted?, me preguntó, y yo, Señor Obispo, que más de una vez me he embarrado la falda de la sotana con la suciedad de un zuavo, qué podía decirle, pues sí señor, que son muy borrachos y cochinos, nos acusan de querer envenenarlos, me dijo, Padre, cuando la verdad es que no saben comer, se atiborran de chirimoyas y chicharrones y guayabas al mismo tiempo, y luego, claro, andan a las carrerillas ensuciándose aquí y allá, en todas partes, pero es que es muy difícil, le dije, hija, acostumbrarse a esta comida, yo casi entrego el alma al Señor, hace veinte años cuando llegué al curato de Tzitzipan… de Tzitzipan…».
«Dacuri, Tzitzipandacuri…».
«Dacuri, sí, Señor Obispo, Dacuri, sí hija, le dije, Tzitzipandacuri, casi me muero, te decía, del atracón que me di de tacos de carne de puerco y la verdad es que me dio mucho trabajo que me gustaran todos estos chiles y especias, sentía yo tanta morriña, hija, tanta, por las angulas a la donostiarra y el bacalao al pil-pil, y te gustaba, le pregunté, que el coronel ése te sorbiera la sidra, ay, Padre, me hace usted ponerme colorada, me contestó, y yo también me puse colorado, Señor Obispo, como ahora puede usted verlo, pues la verdad, Padre, es que a veces sí y a veces no, cómo es eso, le pregunté, pues verá usted, Padre, me contestó, cuando tenía yo los ojos abiertos y lo veía hacerlo me daba mucho coraje y mucho asco, pero si cerraba yo los ojos y me imaginaba que era mi novio el que lo estaba haciendo, pues entonces sí, Padre, entonces sí que me gustaba, ¿su novio?, su novio, Señor Obispo, como le pregunté yo: ¿tu novio?, ¿además de marido tienes novio?, ¿qué novio?, ¿quieres decir ese chinaco al que le pasas todos los secretos que te cuentan los franceses, ese bandido?, sí, Padre, ése mismo, me dijo, pero bandido no es, ah, si lo viera usted, Padre, en su caballo retinto con su sombrero alemán de toquilla de plata, su calzonera negra con botonadura de conchanácar, sus botas de cuero de venado y, basta, basta, le dije, no me interesa saber cómo se viste tu novio, y entonces se me ocurrió preguntarle: oye, ¿no serás tú una Barragana?, y ella me contestó yo una Barragana, Padre, si ni montar a caballo sé y nunca he tenido una pistola en las manos, y Barragana sólo ha habido una, Doña Ignacia Reichy, y yo le dije doña, doña, de doña no tuvo nada, era un demonio y tan lo fue que ya lo ves, ya lo ve usted, Señor Obispo, desperdició la única oportunidad de que el Señor la perdonara, disparándose una bala en el corazón, Dios no le abre el cielo a quien toma su vida con sus propias manos, y ella me dijo yo no soy una Barragana ni en la sierra ni en la cama, y yo le pregunté ¿qué quieres decir con eso?, que la Barragana, me dijo, aunque era mujer era tan hombre que se acostaba con mujeres y eso a mí no me gusta, me dijo, una sola vez lo hice con la esposa de un general, sí, Señor Obispo, imagínese usted, que quería le dispensara yo mis favores y quedé muy decepcionada, me dijo, porque me prometió contarme muchos secretos y al final de cuentas no me contó nada y desde entonces aprendí que en las mujeres no se puede confiar, y luego, Señor Obispo, le pregunté quién eres tú, ya le dije Padre, me dijo, que estoy casada con un francés, ¿un militar?, no, Padre, un comerciante que se dedica a importar vinos y exportar cueros, yo soy señora de sociedad, cuando vino Carlota, la Emperatriz, le dije, la Emperatriz Carlota, perdóneme Padre, pero yo no la puedo llamar Emperatriz pues sí, le decía, cuando vino a Morelia con Maximiliano me pidió que fuera yo dama de palacio y le dije que no, ¿lo desaprovechaste, tonta?, le contesté, pero no me recuerdes la visita de los Emperadores, le dije, pensar que preparamos tantos vítores y serenatas, y que colgamos tantas mascaradas, gallardetes y fajas tricolores de los balcones y que alfombramos las calles con girasoles y el Emperador Maximiliano que se presenta de corbata roja, de corbata chinaca, ¿se acuerda usted, Señor Obispo, qué escándalo?, y entonces ella me dijo y eso no es nada, dicen que Maximiliano es más chinaco que su traje, y yo le contesté a veces no lo dudo, hija, mira que desairarnos un Te Deum, ¿se acuerda usted, Señor Obispo?, y que pedirle a la banda de los portales que tocara Los Cangrejos, fue una mofa, hija, una mofa sí, Padre, una burla de la mochitanga, y yo le dije hija te prohíbo que llames así a los verdaderos católicos, pero si yo lo soy, Padre, me dijo, soy una católica verdadera y me arrepiento de mis pecados, pero ya te dije, le contesté, que estás condenada, y que no te vas a salvar así te dejara yo una penitencia de seiscientas avemarías, ay, Señor Obispo, déjemelas usted a mí, ordéneme usted rezar seiscientas avemarías, seiscientas o más, las que usted quiera, setecientas, y ella me arguyó: y también el Archiduque Maximiliano es católico y ya lo ve, ahora usted se queja de él, y yo le dije lo que pasa, hija, es que tú no entiendes nada, de los males el menos, ¿no cree usted, Señor Obispo?, entre Juárez y sus sicarios y el Emperador y los franceses, me quedo con el Emperador, me quedo con los gabachos como les dicen ustedes, ¿verdad, Señor Obispo?, primero, le dije, porque a Maximiliano lo va a suceder un día Agustín de Iturbide, el niño que adoptaron, y entonces tendremos un emperador mexicano, segundo porque los franceses se van a ir un día de éstos, tercero porque Juárez no va a cambiar nunca y Maximiliano sí, ¿no lo cree usted, Señor Obispo? Maximiliano sí va a cambiar cuando se vayan los franceses, lo vas a ver porque entonces no le quedará más remedio que volver a los brazos de la Iglesia, ¿no crees?, ¿no lo cree usted, Señor Obispo?, y entonces ella me dijo no sé, Padre, pero dígame: si yo le dijera que mi verdadero pecado es el de la carne, si yo le dijera que en realidad no hago todo esto para que me cuenten secretos, sino porque me gusta, y que ése es sólo el pretexto, ¿me absolvería usted?, ah no, en esa trampa, le dije, sí que no me haces caer, hija, no señor, y no te puedo absolver, además, ¿cómo dice, Señor Obispo?, ¿lo que hizo con la esposa del general?, pues se me olvidó preguntarle, y como le decía a usted, como le dije a ella, no te puedo absolver porque sobre tu conciencia cargas muchas muertes, cómo es eso, me preguntó, si gracias a que el Capitán Clinchant me contó de los planes de los imperialistas para atacar Tacámbaro fue que los pudimos derrotar, que si no, imagínese usted cuántos chinacos nos hubieran fusilado, y qué de esos pobres muchachos belgas, hija, le dije, que fusilaron allí mismo en Tacámbaro qué, ¿ésos no eran seres humanos?, y entonces ella me dijo pues sí, pobrecitos, pero ellos vinieron aquí a pelear a México, nosotros no fuimos a su país a provocarlos, no me arguyas, hija, le contesté, tú no acabas de entender que al fin y al cabo su misión es sagrada: la de restaurar la religión, ¿no es verdad, Señor Obispo?, y los fueros eclesiásticos, ¿no es cierto?, pero si el Capitán Estelle no me dice de las órdenes que dio el General Bertier de batir el Quinceo, me dijo, hubieran pescado viva a la Barragana, y si el Teniente Marechal no me cuenta que el Capitán de La Hayrie y sus zéfiros africanos iban a sorprender a Nicolás Romero en Zirándaro, no, no fue en Zirándaro, sino en Angangueo, ya no me acuerdo, allí lo matan, me dijo, y si el Capitán Dubois no me dice de la emboscada que le tenían preparada al General Arteaga camino a Tingüindín, cuando lo llevaban al pobre en una camilla después de un ataque de epilepsia, lo matan, lo matan al general sin remedio, y yo le dije, Señor Obispo: pues ya ves de qué sirvió, porque de todos modos todos están ya muertos, la Barragana por sus propias manos, y Romero, Salazar, Arteaga, todos fusilados, ay, pobre General Arteaga, me dijo, tan bonita carta que le escribió a su mamá poquito antes de morirse, y se imagina usted, Padre, me dijo, la pena de su santa madre, y yo le dije mira, su madre será una santa, pero ese Arteaga era un hijo de… y no me hagas decir malas palabras, no, Señor Obispo, no la dije, no dije la palabra que tenía en la punta de la lengua, Arteaga era un diablo, hija, sólo eso, y un diablo menos en la tierra es sólo un diablo más en el infierno, ¿el Capitán Marechal?, ¿el Teniente Estelle?, ¿que qué hacía con ellos, Señor Obispo?, yo también le pregunté pero estaba confundido, como usted: Estelle era el capitán y Marechal el teniente, me dijo, como yo le estoy diciendo a usted, Señor Obispo, pero de todos modos no eran sus verdaderos nombres y da la casualidad, Padre, me dijo, que a ellos dos siempre los veía juntos, y yo le pregunté cómo juntos, sí, al mismo tiempo, Padre, así les gustaba a ellos, imagínese usted, Señor Obispo, y yo claro le dije supongo que ellos sí que no te contaban secretos militares porque me imagino que cada uno tendría miedo de que lo acusara el otro, ¿no es cierto?, y me dijo no, ellos no me contaban nada, yo era la que les daba información falsa, qué barbaridad, hija, le dije, eres muy lista, pero también Luzbel era muy inteligente, la inteligencia no es una virtud, ¿no es verdad, Señor Obispo?, y bueno, dime, ¿se metían los tres juntos a la cama?, sí, Padre, ¿y que qué hacían, Señor Obispo?, eso mismo le pregunté y ella me contestó ay, de veras quiere usted que le cuente los detalles, y yo le dije sí, si no me los cuentas completos, ¿cómo te los voy a perdonar?, y ella me dijo, entonces sí me va a perdonar, y yo le contesté no hija, qué va, ni con toda la penitencia del mundo, ni con todas las avemarías del mundo, ¿con ochocientas?, me dijo, ni con novecientas, le contesté, entonces ya me voy, si no me va usted a perdonar no sé qué hago aquí contándole todo esto, me voy, me dijo, no, no se fue, Señor Obispo, ojalá se hubiera ido, ojalá, no estaría yo aquí con usted, contándole todo esto, arrepentido, no, no se fue, le dije vamos a ver primero qué es lo que hacías con el teniente y el capitán, me da mucha vergüenza contárselo, me dijo, me da más vergüenza a mí decírselo a usted, Señor Obispo, el capitán se acuesta bocarriba y yo le beso su cosa, y el teniente se pone atrás de mí, ¿cómo el Capitán Desnois?, le pregunté, y ella me dijo no, no todos son como el Capitán Desnois, el teniente lo hace como dijo usted por el canal apropiado que proveyó natura, y cuando los dos acaban no más cambian de posición y yo me quedo en medio como salero, qué barbaridad, hija, dime, y se me ocurrió preguntarle ¿no era acaso tu novio Nicolás Romero?, y me dijo no, Padre, si mi novio está vivo, pero me hubiera gustado mucho haber sido la novia de Romero, cómo no, era tan apuesto, yo lo veía pasar por la calle con sus cien lanceros de Zaragoza cuando la gente le gritaba Viva el León del Desierto, y él se daba una machincuepa sobre el caballo al galope, y la verdad, Padre, que yo me derretía, ahí tiene usted otro patriota, me dijo, asesinado por el extranjero, asesinado no, le dije, hija, ejecutado, aquí a nadie se asesina, se le ejecuta tras haber sido juzgado, y entonces ella me dijo, Señor Obispo, que de todos era sabido que apenas se comenzaba a juzgar a un chinaco en las cortes marciales de Morelia, Zamora o Zitácuaro, empiezan al mismo tiempo a cavar su fosa, y yo le dije hija, basta, el que toma las armas ya sabe a qué se arriesga, y por cada Arteaga, Salazar o Romero que han ejecutado los franceses, los juaristas han asesinado a diez, o viente, y ella insistió, Señor Obispo, ella me dijo ay, no, Padre, nomás acuérdese usted de todos los liberales que fusilaron en el Mesón de las Ánimas y los enterraron en las caballerizas, y de cuando el General Pueblita fue derrotado en Zitácuaro, la cantidad de oficiales chinacos y hasta soldados rasos que fueron pasados por las armas en El Calvario, y sin ir más lejos allá en la Plaza de Mixcalco de México, donde fusilaron a Nicolás Romero, Padre, me dijo, matan a diario a dos o tres republicanos, y no sabía usted, Padre, por cierto, me contó, ¿no sabía usted, Señor Obispo, que Nicolás Romero necesitó un tiro de gracia y que ni aun así se murió porque cuando lo llevaban al panteón en la caja creyéndole muerto de repente rompió la tapa de un golpe y entonces sí, del esfuerzo, se murió?, ¿no, no lo sabía usted, Señor obispo?, no, no lo sabía yo, hija, le dije, pero de todos modos se murió y lo enterraron, ¿no es cierto?, y me dijo sí, yo le dije: porque el diablo, hija, ése sí que cabe en una caja, le aseguré, sin pensar, Señor Obispo, que para entonces ya se me había metido a mí el diablo en el cuerpo, porque el diablo sí que también cabe en cualquier cuerpo humano, ¿no es verdad, Señor Obispo?, de hombre o de mujer, y entonces ella me dijo: Padre, usted me conoce, ¿yo?, le dije, sí, yo soy la hija de Don Aniceto Huitziméngari, ¿de Don Aniceto Huitziméngari, hija?, aunque ése es también nombre seudónimo, Señor Obispo, ah, le dije, entonces tú debes ser la Güera Huitziméngari, la que está casada con Don Antonio Dupont, el francés, claro, claro, sí que te conozco, te recuerdo, y entonces ella me dijo, Señor Obispo, Padre: ¿verdad que soy muy bonita?, y el diablo entonces habló por mi boca: yo no, Señor Obispo, fue el diablo el que dijo: eres bonita, sí, como un ángel, y entonces ella me dijo, Padre, hay algo que puedo hacer por usted si usted me absuelve, y yo, Señor Obispo, le dije no me tientes, cómo lo voy a tentar, Padre, me dijo, si estoy al otro lado del confesionario, y yo le dije tentar de tentación, no me tientes Satanás, entonces ella me dijo Padre, yo le puedo dispensar mis favores, sé hacer muchas cosas como a usted le consta, y yo le dije a mí no me consta nada, no me tientes, no me tientes, ahora sí me consta, Señor Obispo, no me tientes, le dije, a ti te absuelvo yo, pero a mí quién me absuelve, el Señor Obispo, Padre, me dijo ella, el Señor Obispo lo absuelve y yo le dije ay, no hija, no me absolvería jamás, nunca, ¿ni con mil avemarías?, me preguntó, y yo me quedé callado un rato y ella volvió a preguntar: ¿ni con mil avemarías, Padre?, y entonces yo, Señor Obispo, ¿usted recuerda la campana que consagró con sus propias manos Don Vasco de Quiroga y que tiene fama que cuando se tañe se calman las tempestades?, yo quise oír esa campana dentro de mí porque la tempestad que sufría también la tenía dentro de mi cuerpo, pero no pude oírla, no me dejaron los gritos del diablo y el tantán de mi corazón que se me saltaba del pecho, y es por eso, Señor Obispo, que estoy aquí, humildemente de rodillas ante usted, y de rodillas le pido que me absuelva, aunque me deje una penitencia muy grande, la que usted desee, la que usted me indique, las avemarías que me ordene, el número que se le ocurra, Señor Obispo: mil si quiere».