Desde las terrazas del Castillo de Chapultepec, se miraba entero el Valle de México, y sobre todo en un atardecer como aquél, tan claro, y de aire tan transparente. El Paseo de la Emperatriz llegaba, por el oriente, casi al pie de la colina donde se levantaba el castillo. Por el norte, la Calzada de la Verónica. Hacia el suroeste se veían los volcanes nevados. Al sur el Monte del Ajusco. En un día como ése, tan transparente alcanzaban a verse algunos pueblos cercanos a la capital. Al norte San Cristóbal Ecatepec, al oeste Los Remedios, Tacubaya. Al sur Mixcoac, y sus coloridos árboles frutales, San Ángel y Tlalpan. También los ríos, que parecían trepar por las montañas y las forestas llenas de los pinos de Weymouth que tanto le habían gustado a la Condesa de Kollonitz, y en cuyos troncos, decía en sus Memorias, se enredaban las begonias. Para ella, los cedros americanos que se daban en México eran más hermosos y ornamentales que los propios cedros del Líbano. Otros eran los árboles del Bosque de Chapultepec que, al pie del castillo, desbordaban su oscuro verdor hacia el poniente. Los lagos del valle brillaban: Chalco y Xochimilco, Xaltocan, Texcoco…
«… y así como no es posible, Comodoro, distinguir entre una jirafa y otra, o entre un asno y otro asno, yo no podía, se lo juro, parole d’honneur, distinguir entre un negro y otro negro: todos son iguales. Y ahora explíqueme usted… Alle länder gute Menschen tragen: cada pueblo tiene sus hombres buenos, sí, ¿pero dónde, Comodoro, dónde están los mexicanos? Debo reconocer, le dije en una carta a Luis Napoleón, que en México los hombres capaces son inexistentes… y también, la otra vez: que aquí sólo hay tres clases de hombres: los viejos, que son testarudos y carcomidos; los jóvenes que no saben nada; los extranjeros, casi todos aventureros mediocres… con honrosísimas excepciones, claro… Allí tiene usted al General Sterling Price, Gobernador del Missouri, que vive en una tienda de campaña bajo los naranjos, a la orilla del ferrocarril de Veracruz, y que jura va a crecer en sus tierras mejor tabaco que el cubano. Y tenemos al General Brigadier Danville Leadbetter, de Maine, que tanta ayuda está dando para construir el railway… hombres preparados, Comodoro, graduados de West Point… ah, y para fundar Ciudad Carlota, que un día será más grande que Richmond…».
«Y que New Orleans, Sire…».
«Y que la Nueva Orleáns, Comodoro, vino también Fighting Shelby, con su brigada de hierro… ¿O cómo le llaman? Su Iron Cavalry Brigade… Le he pedido a Shelby que me escriba en verso sus informes. ¿Sabía usted que así lo usaba con sus reportes al cuartel confederado?».
«Sí, Su Majestad…».
«Y, of course, está usted también, tan ilustre oceanógrafo mundial…».
El Emperador le pasó sus prismáticos al oceanógrafo y meteorólogo Matthew Fontaine Maury, y señaló hacia el norte.
«Vea usted. No, no: un poco más a la izquierda. Just a little… ¿Lo ve? ¿Ve usted el santuario de Notre Dame de Guadalupe? Siempre me ha parecido un poco moscovita… Do you agree? Y dígame: ¿qué país del mundo puede preciarse de tener como director de colonización a un hombre tan distinguido como usted, Comodoro Maury?».
«Yo, Su Majestad, soy sólo…».
«… ¿al hombre que nos trajo a México el árbol de la quina, y a quien tanto deberemos algún día los enfermos de tercianas? ¿Ve usted, Comodoro, esa pequeña prominencia al lado del santuario? Y deseo aclimatar también en México la alpaca y la llama… ¿la ve usted?».
«Yes, Sire…».
«Es el Cerro del Tepeyac, donde la Virgen se apareció al indio Juan Diego… Me contaron, Comodoro, ¡qué de cosas no se les ocurren a los ingleses!, que a los súbditos de sus colonias africanas les están administrando los polvos de la corteza de la quina, disueltos en agua y ginebra… They are clever, aren’t they, Comodoro? Son listos. Y mire, más abajo: esos reflejos color plata, ¿los ve usted?, son del Lago de Xaltocan…».
«Sí, Su Majestad…».
«Y sigo y me pregunto: ¿y qué nación puede preciarse de tener como Director of Land Distribution, como distributor de tierras a un general como John Magruder? Y está Isham Harris, el Gobernador del Tennessee, con sus negros que lo acompañan a México, y en fin, están todos los extranjeros que desean venir a poblar y hacer prosperar este grande territorio: el mundo le tiende una mano a México: mi Patria, Comodoro, y ¿qué hacemos los mexicanos? Nada. Eso es: nada, la nada mexicana de la que habla la Emperatriz… Ah, no sabe usted cómo hallo de menos a la Emperatriz. Más deseos tendría yo de estar con ella en Uxmal, Comodoro, que aquí en Chapultepec. Pobre de mi Carla: el sol le da manchas en la piel… ¡tanto calor allá, y tanto frío aquí! No, no, quédese con los prismáticos un momento, keep them, please…».
«Entiendo que el wellcome que ha tenido la Emperatriz en Yucatán es magnífico…».
«Así es, Comodoro: magnifique! La Emperatriz es el ángel protector del Yucatán. El hada madrina. Y le hacía falta una diversión, ahora que se han ido la Condesa Zichy y la Condesa Kollonitz… se van todas: nostalgia de la Austria, de los valses, de los esplendores de Viena… Pero yo no, Comodoro, teniendo aquí la vista de los ahuehuetes milenarios, de los fresnos del Paseo de la Emperatriz, más bello que Les Champs-Elysées…».
El Emperador tomó del brazo al Comodoro Maury.
«Venga, venga usted: le voy a enseñar la mejor vista del Valle de Anáhuac a estas horas de la tarde. Ni la vista de Sorrento es tan hermosa… Y por si fuera poco, Míster Maury, están esos pobres muchachos belgas, mal entrenados, que mueren como moscas… like flies. ¿Un poco de rapé, Comodoro? El Emperador de México es un fumador empedernido… unrepentant… ¡y cuando no sopla humo, aspira rapé!».
El Comodoro Matthew Fontaine Maury tomó una pizca de rapé de la cajita de plata incrustada con gemas azules.
«Es rapé de Sevilla, Comodore: fuerte, condimentado… Llegó en el último cargamento de Saccone and Speed… ¿Qué haría yo sin Saccone and Speed, Comodoro? ¿Qué harían todos los monarcas In partibus infidelium? Llegó también un licor de casis delicioso, mermeladas de blackcurrant y otras exquisiteces… ah, sí también el magnífico vermouth que le prometí: Noilly Prat…».
«Yes, yes, it’s been quite disgraceful, Sire…».
«¿Cómo? Pardon?».
«La muerte de los jóvenes bélgicos, Su Majestad…».
«En las Netherlands se ha dicho… pero eso es strictement entre nous, entre nosotros, Comodoro…».
«Entiendo, Sire…».
«… se ha dicho que Bazaine prefiere sacrificar a los belgas, que a sus hombres. Nada me extraña de quien dijo, que si sus enemigos eran mexicanos, él era tanto o más árabe que francés, como si así quisiera justificar su indolencia… Y es notorio que cuando los franceses se retiran de una plaza, dejan allí a la caballería húngara y a los jägger… c’est a dire a los cazadores austríacos… Mire allí, al fondo, tiene usted el Lago de Xochimilco, con sus góndolas llenas de adormideras… A la Emperatriz le encanta pasear en góndola…».
«Beautiful, Your Majesty…».
«Sí, beautiful es la palabra… pero para el Gog y el Magog del valle, para los volcanes con nieves eternas: el Popocatépetl y el Iztaccíhuatl… ¿se fija usted que bien pronunciados? yo usaría otro adjetivo…».
«Superb?…».
«Maestoso, Comodoro: majestuoso… Nada en el mundo tan majestuoso como este panorama… ¿Y sabe usted qué me ha propuesto el Mariscal Bazaine? La conscripción forzosa. Como yo le dije: hombre, Mariscal, todo se puede hacer con las bayonetas, menos sentarse en ellas…».
«¡Bravo, Sire! Great!».
«¿Verdad? pero… ¿qué le contaba yo al salir de la terraza?».
«Me contaba Su Majestad de sus… his experiences in Brazil, with the negroes…».
«Ah, sí, sí. Iguales como un mono a otro mono… Yo pienso que los negros americanos, son another thing… otra cosa que los brasileños…».
«El negro americano ha estado en contacto con la civilización más tiempo, Sire…».
«Y hay ejemplos de gran fidelidad y abnegación, Comodoro, como los que cita el Barón de Sauvage en el Dictamen que publicó el “Diario del Imperio”: los negros del Sur que se quedaron a cuidar las propiedades abandonadas por sus amos…».
El Emperador se pasó la mano por el rubio cabello, que le despeinaba la brisa.
«¿Conoce usted la historia de Juan Diego y la Virgen de Guadalupe, Comodoro? ¡Qué más desearía yo que cubrir de rosas este país! Pero no se puede hacer nada: queríamos poblar la ciudad de México de árboles, ¿y qué pasa? Que la ciudad se inunda todos los años, pero no hay agua suficiente para el riego… Le decía: en Bahía, Míster Maury, no encontré cualquier signo de alto intelecto en los ojos de los negros. Y ¿creerá usted?, sus voces tienen algo de animal, sin modulaciones, sin… nuances. Así lo escribí en mis Memorias, que publicaré algún día. No caben dudas, Comodoro, como decía Michel Chevalier… ¿lo conoce usted?».
«¿Michel Chevalier? Chevalier the one who fought with La Fayette in Yorktown?».
«Yes, as far as I know… the author… el autor del “México Antiguo y Moderno”… dice que la ausencia de negros en México se refleja en un promedio más alto de la inteligencia aborigen… Ah, son tan curiosos los descendientes de Cham en Brasil. Usted les pregunta a los negros: ¿cómo te llamas? Y contestan: Minas. ¿Dónde trabajas? Y contestan: Minas. ¿Dónde naciste? Y contestan: Minas. Todo es Minas, Minas Gerais, la provincia. Y muchos de esos pobres infelices sobrevivieron porque sabían nadar: los echaban por la borda los barcos negreros portugueses a uno o dos kilómetros de la costa… Ainda que somos negros, gente somos, e alma temos, dice el proverbio portugués, pero allí sus amos lo ignoran, Comodoro, porque el único cetro que conoce la aristocracia brasileña es el chicote…».
«¿El…?».
«El látigo, Comodoro… ¿pero qué puede esperarse de gente que habla con la nariz y no con la boca? Feo idioma, el portugués, ¿verdad?… Por ello debemos equilibrar el número de negros con indoasiáticos… chinos no, indoasiáticos… Los chinos, Comodoro, son superticiosos y dados al juego y al suicidio… Mire usted, Míster Maury, eso que brilla allí es el Cerro de la Estrella, de importancia religiosa para los aztecas».
«Did they use to sacrifice people there, Your Majesty?».
«¿Sacrificios humanos? Ah, no sé con exactitud, Comodoro. Le preguntaré a la Emperatriz: ella está muy enterada… Lo que sé es que en ese Cerro de la Estrella se celebraba el fin de cada siglo azteca, que duraba cincuenta y dos años, y el comienzo de otro. Por cierto, à propos de mi adorada Carla: hay rumores que mi suegro, el Rey Leopoldo, está muy enfermo… ¡Ay, son tantas las cosas que me agobian! Este año, hubo también grandes inundaciones en el departamento de Colima, donde murió tanto ganado y las cosechas se llenaron de arena… Y no hay dinero, Comodoro: el tesoro está exhausto. Los bancos emiten más papel moneda que el efectivo, que el cash que tienen. Y todo, todo lo tiene que pagar mi gobierno. Yo quisiera disponer más fondos para la Junta de Colonización, pero mire usted lo que hemos tenido que pagar: los gastos de los mexicanos que fueron a Miramare a ofrecernos el trono: ciento cinco mil pesos. Y ciento quince mil por la recepción que nos fue dada en la capital… Tan sólo el año pasado las movilizaciones de las tropas de Bazaine nos costaron siete millones de francos… Ay, y los mexicanos, Comodoro: Hidalgo y Esnaurrízar que pide cien mil pesos de indemnización por no sé qué. Agregue lo que nos cuesta la familia Iturbide. Por cierto, Alice o Alicia, la americana, la madre del principito, está loca: no se conforma con nada, sólo piensa en el niño… Ah, mire usted, Comodoro, qué bellos tintes de color rosa y fucsia toma la nieve de los volcanes con el crepúsculo…».
«Oh, sí, sí, muy bello…».
«¿Verdad, verdad que sí, Comodoro?».
«Es por eso, Sire, que no entiendo la poca cooperación de… de the Mexican officers, con perdón de Su Majestad…».
«¿De los funcionarios de mi gobierno, Comodoro? Sí, sí, lo reconozco, así es, por desgracia, unfortunately… ¿Y qué me dice de la actitud intransigente de la Iglesia?».
«Ignorancia, fanaticism, Sire. Vea usted: se ha enseñado… demostrado, que con cien mil colonos en las tierras que ustedes llaman les terres chaudes del Golfo, se producirán quinientos millones de libras de azúcar, y el… el… the income…».
«Los ingresos, Comodoro…».
«Los ingresos serán de treinta millones de pesos… Hay también tantos plantadores de algodón que atrae el proyecto…».
«Con los cien mil colonos negros y del sureste asiático que traeremos, Comodoro, habrá dinero para todo… para la Flota Imperial de acorazados que usted comandará: es una promesa… para su nueva Virginia… para todos mis grandes proyectos: la Academia de Ciencias y Artes, el nuevo drenaje de la capital… He comisionado a varios artistas a pintar la historia del Imperio. ¿Conoce usted “El Sitio de Puebla” de Félix Philippoteaux? Ah, pero nadie como Beaucé, Jean-Adolphe Beaucé, con su gran experiencia en Argelia y Siria, que ha pintado un magnífico “Combate de Yerbabuena”, entre el escuadrón rojo de la contraguerrille française y el primer regimiento de lanceros mexicanos… Ahora le comisionamos un gran óleo que describa la sumisión de los indios de Río Grande al Imperio Mexicano, para el Salón Iturbide del Palacio Imperial… No, no desfallezca usted, Comodoro, se lo ruego…».
«Es difícil, Sire, somos humanitarios: hemos fijado indemnizaciones justas para los propietarios de tierras. Hicimos una ley para obligar a los masters…».
«No diga masters, Comodoro, diga patrones… Sí, una ley que los obliga a alimentar, vestir y curar los operarios y sus hijos, Comodoro, y ahorrar en su beneficio la cuarta parte de su salario, con interés del cinco por ciento: five per cent: todo eso lo hemos repetido hasta cansarnos, ¿y qué pasa? México abre sus puertas a la inmigración mundial, damos la libertad a toda persona de color que pise el territorio mexicano, ¡y nos acusan, Comodoro, de restituir la esclavitud en México! Ludicrous, como dirían ustedes, completely ludicrous…».
«El Imperio Mexicano tiene aún muchos enemigos, Su Majestad…».
«Mire, mire usted, Comodoro: ¡qué belleza! El Etna, el siempre fumante Estrómboli que es como un cono de azúcar truncado, el Vesubio donde cocíamos huevos en el cráter yo y mis compañeros, y nos resbalábamos hacia abajo, revoleándonos en las cenizas y saltando como cabras salvajes… ¡ah, qué recuerdos de juventud! Conozco muchos volcanes, como usted debe conocer también de sus largos viajes, pero no he visto nunca, never, Míster Maury, uno tan hermoso como el Popocatépetl. Otro de mis failures: Como Miramare lo llamé así porque mira al mar, y el nombre me lo inspiró un tusculum que era refugio de reyes españoles en el Golfo de Vizcaya, pues a este Castillo de Chapultepec lo quise llamar Miravalle, porque mira al valle… pero nadie lo llama así… Tendría que emitir un Decreto ordenándolo… Sí, sí el Imperio tiene enemigos. Pero pienso que si viviera Lincoln, él habría entendido el carácter humanitario de nuestro proyecto, Comodoro, y nos hubiera dado su apoyo. Pero ya ve usted, el Presidente Johnson…».
El Emperador calló por unos instantes.
«¿Sí, Su Majestad? El Presidente Johnson…».
«Sí, el Presidente Johnson… ¿pero qué puedo decirle que usted no sepa ya? Ha habido tantos americanos que han desistido porque no podrían regresar a Estados Unidos sin el permiso personal del presidente… tantos otros, Comodoro, que saben que las tropas del General Sherman, por órdenes de Ulises Grant, vigilan la frontera día y noche para no dejarlos pasar a México… ¿qué vamos a hacer, Míster Maury?».
«Y el Quai D’Orsay, Sire? What have they said?».
«Monsieur Drouyn de Lhuys aconseja que no se haga énfasis en decir que los colonos son confederados, sino refugiés, des hommes desolés, y que entreguen sus armas en la frontera. Y sí, necesitamos armas: este año mi gobierno compró seis mil rifles y mil quinientos sables a La Habana y ordené otros quince mil fusiles de Viena… pero en todo caso es mejor que Sherman les recoja sus armas, y no que las vendan a los juaristas, como ya lo han hecho unos. O sea, Comodoro, que la palabra “confederado” queda prohibida…».
«I don’t see… No veo cómo el Presidente Johnson puede temer la creación en México de una fuerza confederada…».
«Se especificó, Comodoro, que no haríamos settlements… colonias que incluyeran a más de doce familias de confederados. Pero no se les da gusto con nada. Y aquí, los propios mexicanos, mis compatriotas, critican que traje a México unos cuantos pianos de ébano con adornos de oro, unas cómodas de Boulle, el servicio de Sevres… Pero el Imperio necesita dignidad, ¿no es verdad? Y si no decoramos el palacio, si yo no ordeno quitar los cielorrasos, ¡nunca hubiéramos descubierto esas maravillosas vigas de cedro! Y ahora dígame: ¿qué le parece el Ajusco, nevado también? Éste ha sido un invierno frío en la capital… Y la semana pasada yo, yo su servidor como dicen los mexicanos, tenía muchas ganas de un baño bien caliente, Comodoro, ¿y qué cree usted que pasó?, ¿qué se imagina?».
«No sé, Sire…».
«… que se habían robado unas tuberías del castillo, y nos quedamos sin agua por unos días… así agradece la gente del pueblo a su Emperador todos sus esfuerzos y trabajos…».
Maximiliano volvió a tomar del brazo al Comodoro Matthew Fountain Maury.
«Y han sido tantas cosas, Comodoro, como usted sabe… El Decreto sobre el vestuario y las divisas del Ejército Mexicano. El Decreto sobre Tolerancia de Cultos. El Decreto sobre Revisión de Bienes Nacionalizados. Firmamos un tratado sobre la propiedad artística y literaria entre México y la Baviera. ¿Y de qué hablan todo el tiempo los enemigos del Imperio, Comodoro? Del Decreto del 3 de Octubre que sí, sí, lamentabilmente hubo quizás un error doloroso: la ejecución de los generales Arteaga y Salazar… pero era una medida necesaria: ahora se han concedido muchos perdones. Creamos las Órdenes de San Carlos y del Águila Mexicana: este año nombramos Grandes Cruces con Collar a cuatro emperadores y tres reyes. Y précisément el primero de enero, para comenzar, transformamos el “Periódico Oficial”, que salía de vez en cuando, en “Diario del Imperio”. Mmmm… hermosas nubes. ¿Se acuerda usted del artículo de Monsieur Poey —ese que no concuerda con usted en la cuestión de los alisios— sobre el movimiento acimutal de las nubes? Me estoy aprendiendo los nombres que ustedes dan a las nubes, Comodoro: nubes de convencción, nubes de velo cirroso… Mire: ésas, esas de allá. Comodoro…».
El Emperador señaló unas nubes con tintes violetas por el rumbo del Lago de Texcoco.
«Esas son estratocúmulos, ¿verdad? Et bien… no le voy a hacer un catálogo de nuestros éxitos. Tampoco de mis penas… Tampoco de las nubes… Como le escribí al Barón De Pont, yo, como Guatimozín, no estoy en un lecho de rosas: j’ai mal à la gorge: a sore throat… y sufro tantas gripas, dolores en el hígado… ¿y cómo no, después de las calumnias de ese abate, cómo se llama: Alleau?, ¿y del regreso del Coronel Du Pin que, ya le dije al mariscal, no lo voy a tolerar? ¡Ah, si estuviera aquí la Emperatriz para sostenerme!».
«Su Majestad la Emperatriz Carlota es… una sabia gobernante, Sire…».
«Bien dit, mon Commodore: mi querida Carla sabe gobernar: sin ella no se habría aprobado el Decreto sobre las clases menesterosas. Usted vio la reacción de los hacendados, Míster Maury. Y los nuestros han sido sólo modestos intentos de hacer justicia a los peones… A la Emperatriz se le saltaban las lágrimas al leer lo que escribió el Ingeniero Bournof sobre los hombres azotados hasta hacerlos sangrar, las familias que se morían de hambre, los jornaleros cargados de cadenas… México es el primer país del mundo, con la legislación de mi Imperio, que crea una ley protectora del campesino, ¿y qué pasa, Comodoro? Nos acusan de esclavistas… de robarnos tierras: ¡Si nunca había antes en México una oficina de tierras, Comodoro… jamás los terrenos fueron medidos! Y hasta nos impugnan por nombrar a una empresa particulière, la Coutfield, para organizar la inmigración, cuando que sólo seguimos el ejemplo de Inglaterra y Francia, que le concedieron el privilegio para la introducción en sus colonias de inmigrantes indoasiáticos y negros a la Hythe Hodger de Londres y a la Régis Ainé de Marseille… ¿Usted entiende, Comodoro Maury? I don’t understand at all… se lo juro: at all».
Por la Calzada de la Verónica se distinguía una polvareda: era un grupo de jinetes.
«Ah, a ver, permítame los prismáticos, Comodoro. Sí, claro… tome, vea, vea usted…».
«Esos… hussars?».
«Sí, sí, húsares húngaros… ¡qué bello espectáculo! Los franceses los imitaron desde 1690, y después España creó el Regimiento de Húsares de la Princesa… pero ninguno como los húngaros, los primeros… ¿Sabe usted, Comodoro? Antes yo decía: “¡sólo Austria los posee, porque sólo Austria posee a Hungría!”… pero ahora los tenemos en México también…».
El Comodoro le devolvió los prismáticos al Emperador y éste los guardó en el estuche de piel de Rusia y con el monograma imperial en oro, que le colgaba del cuello pendiente de una cinta de charol.
Las sombras cubrían el Valle de México. La cumbre del Popocatépetl pareció incendiarse.
«Nous dansons sur un volcan… Danzamos sobre un volcán: eso le dijeron al Duque de Orleáns en Nápoles, en vísperas de la rebelión de 1830, que mandó al exilio a Carlos X, el último rey francés de la línea directa de los Borbones… Pronto, quizás, Comodoro, estaré danzando en otro Vesubio: en el Popocatépetl, ja, ja… Pero venga conmigo… comienza a hacer frío, y me llega una fragance deliciosa… ¿la siente usted? El chocolate debe estar servido… me lo prohíbe el médico, pero un poquito de vez en cuando, yo digo… espumoso… Y usted, Comodoro, anímese. Como le digo a mi querida Emperatriz: Cheer-up! Let’s be optimistic! Su Nueva Virginia será verdad, y lo mismo mi Ciudad Carlota: you have my word. ¡Y nuestra marina nacional! Yo sé de esas cosas. Con Tegetthoff, como sabe usted, modernicé la flota austríaca. Les compramos a los ingleses la fragata de vapor que llamamos “Radetzky” como nuestro vencedor del Piamonte, y construimos el “Káiser” y el “Don Juan de Austria” y blindamos la “Novara”… Y yo no sé de algodón, pero haremos de México un grande productor de algodón… De ganado también, no faltaba más… ¿Cómo es posible que en Inglaterra, que no siembra algodón, esté más barato que en este país, que sí lo produce? Cinco peniques la yarda de manta en Londres, trece peniques en México… ¡Dígame usted! Y antes, toda la vainilla consumida en Francia venía de México, ahora la suministra en su gran parte la Isla de la Reunión… Pero nada se podrá hacer, Comodoro, si como dice Charles Lemprière en su libro, cada nuevo gabinete repudia los compromisos del anterior, por sagrados que hayan sido. México necesita continuidad de política, y esa continuidad se la dará el Imperio… ¡Sí señor, hombre!».
El Emperador extendió el brazo derecho y giró con lentitud sobre sus talones, como si quisiera abarcar todo el valle y lo que el valle contenía: los riachuelos, los ahuehuetes inmemoriales, los grandes lagos espejeantes, al oriente de la Sierra Nevada con Gog y Magog, el Tecámac y el Monte Tláloc; al occidente las alturas de las Cruces y Monte Alto; al noreste el Lago de Texcoco del cual a veces se levantaban, en espirales, trombas de aguas espumosas y, de sus orillas, remolinos de polvo. Pareció que quería abarcar también el cielo azul y transparente que al oscurecer, en las noches sin luna, dejaba que Sirio, Castor y Pólux, el Corazón de León y Antares y un millón de estrellas más brillaran como en ninguna otra parte del mundo.
«¡Y en este valle, en el glorioso Valle del Anáhuac, crecerá un pasto más azul que el más azul pasto de Kentucky…!».
Después apoyó su mano en el hombro del Comodoro.
«Venga. Vamos a tomar un poco de chocolate… Le decía de mis experiencias en Brasil. Fue allí donde vi a un negro con elefantiasis: les dan enfermedades de la piel espantosas. Pero tuve mis compensaciones: me maravillaron la flora y la fauna del Matto Virgem: los besaflores tornasolados, el oscuro color de las aguas del Amazonas, los zarzales de prodigioso ramaje. Llevé algunos especímenes animales de gran rareza a Schönbrunn, entre otras cosas… Allí vi también muchachos half-caste, de raza mixta, Comodoro, que me hicieron pensar en el metal corintio: una mezcla de cobre, oro y bronce. Pero fue en San Vicente, en las Islas Windward, donde tuve mi primera impresión de las negras como unos escarabajos. Es realmente schocking ver a esos esclavos negros en medio de la jungla, con libreas y casacas de terciopelo rojo bordadas con oro y a las negras con vestidos europeos… Se ponen mantillas de encajes y usan crinolinas y parasoles, se peinan a la bordalesa… ¡y están descalzas, barefoot! À propos de negros: me contaba el Capitán Blanchot, que cuando Bazaine venía a México a bordo del “Saint-Louis”, con el 95 de línea, les dieron a los oficiales un banquete delicioso, en Saint-Pierre, de cocina créole y francesa, y como postre sirvieron une crème a la vanille una crema de vainilla que, según les dijeron, estaba hecha avec du lait de négresse: con la leche de una negra. Y el capitán me decía, riendo: et pourtant elle était blanche!, ¡y sin embargo, la crema era blanca!