16-LA INVESTIGACIÓN DE ÚTER

espejo

Lo primero que hizo Elliot el domingo al levantarse fue ir en busca de Eric para contarle todo lo que le había sucedido. Aún era temprano y no había mucha gente en el comedor. Eric se estaba sirviendo un buen cuenco de gachas de avena, mientras Elliot lo miraba; lo último que le apetecía era comer. Quería contarle a toda costa a su amigo sus sospechas de que bajo la residencia del alcalde de Bubbleville había alguien que no deseaba estar allí.

—Pero… ¿quién puede ser? —preguntó Eric cuando Elliot acabó su explicación.

—No lo sé, pero sea quien sea está prisionero contra su voluntad.

—¿Por qué estás tan seguro? Quiero decir… No tiene por qué ser un prisionero. A lo mejor era alguien que simplemente necesitaba ayuda —sugirió Eric cogiendo un cruasán relleno de chocolate.

—Ya te lo he dicho, Scunter estaba allí. Además, ningún preso normal y corriente pide ayuda —contestó Elliot llevándose las manos a la cabeza y mesándose el cabello—. El que ha cometido un crimen y paga por él puede gritar y protestar, pero es raro que pida ayuda.

—Puede que tengas razón… Aun así, te recuerdo que los presos se envían a Nucleum —terminó por afirmar Eric, que no estaba del todo convencido de la teoría de Elliot—. Y sólo Tánatos ha sido capaz de escaparse de la prisión mágica del Centro de la Tierra.

—No me lo recuerdes… —Elliot ya tenía bastante con pensar qué debía hacer en aquellos instantes como para recordar la espeluznante aventura que corrieron durante la pasada Fiesta de Florecimiento—. Hemos de contarle lo sucedido a Úter.

Pero aquello no fue posible. Pese a los muchos mensajes que le habían pasado por debajo de la puerta, el fantasma no dio señales de vida en todo el mes de abril y parte de mayo. Era como si se lo hubiese tragado la tierra.

Indignado por la repentina desaparición del fantasma, Elliot quería tomar cartas en el asunto y plantarse en la residencia del alcalde Hethlong para interrogar a Scunter. Tanto Eric como Gifu hubieron de pararle los pies en más de una ocasión. Afortunadamente, Pinki parecía haber entrado en razón y, desde el último percance, no había vuelto a escaparse.

Junio se acercaba velozmente. Dos semanas antes del acontecimiento que tan ansiosamente aguardaban, Elliot recibió en su dormitorio un mensaje por Buzón Express. Desdobló el papel y leyó lo que parecía un telegrama.

«He leído todos tus mensajes. STOP. Ya estoy de vuelta. STOP. Pásate mañana, sábado, por la tarde. STOP. Úter Slipherall.»

Elliot arrugó el papel violentamente y lo lanzó a la papelera. ¡Ni una explicación a su ausencia!

—¡Un mes y medio fuera y no dices nada! —le gritó el sábado por la tarde. No le habían bastado las explicaciones que le diera Goryn, quien le había advertido de que el fantasma iba a estar fuera un buen puñado de días por motivos personales—. ¿No te importan ya las lecciones de repaso?

—Pensé que estarías contento por tener más tiempo libre… Además, sabes que estás sobradamente preparado. Ya no puedo enseñarte nada más, Elliot.

¿Nada más? ¿Ya dominaba Ilusionismo? Las palabras de Úter parecieron calmar sus ánimos, lo que le llevó a cambiar de tema.

—¿Qué has estado haciendo todo este tiempo? —preguntó Elliot con una mirada inquisidora.

—Comprobar una teoría… —fue su escueta respuesta.

—¿Qué teoría? ¿Sobre el Limbo de los Perdidos? Elliot sabía muy bien que el lugar del que habían rescatado a aquella gente no podía ser el Limbo de los Perdidos. Quienquiera que hubiese reactivado los Triángulos, había empleado aquella extraña cámara como una antesala. Sí, no era más que un paso a unas cuevas que más parecían una mina que otra cosa. No, el verdadero Limbo de los Perdidos habría estado repleto de gente desaparecida muchos años atrás… Úter parecía debatirse entre contarle algo o no.

—¿Tiene algo que ver con el Limbo de los Perdidos? —insistió Elliot.

El fantasma retorcía la cabeza, incómodo.

—El que calla otorga —dictaminó Elliot—. Es decir, que has estado investigando sobre el Limbo de los Perdidos.

—Yo no he dicho eso —refutó Úter.

—No hace falta que lo digas. Te conozco muy bien. —La sonrisa del muchacho cubría la totalidad de su rostro y sus ojos brillaban maliciosamente.

—Eres de lo que no hay —dijo al fin Úter—. Pues sí, he estado investigando…

—¿Y? —preguntó Elliot.

—No pienso decir nada más. Eres un entrometido.

—Vamos Úter —protestó Elliot—. ¿Lo encontraste?

Fueron unos instantes de intensa espera. El joven aprendiz perforaba con su mirada al fantasma que, a su vez, se debatía entre soltar prenda o callar. Finalmente, la amistad que les unía lo venció.

—Puede ser. No estoy seguro… —se apresuró a puntualizar.

—¿Cómo que no estás seguro?

—Eso he dicho. Creo que lo he encontrado, pero no ha habido manera de comprobarlo.

—Pero ¿dónde está exactamente?

—Elliot…

—¿Es en la isla de la Montaña Desprendida?

El semblante de Úter cambió al instante. Se tensó y se puso muy serio, con el ceño fruncido. Le faltó decir: «¿Y tú cómo sabes eso?», pero no fue necesario. La expresión de su rostro le había delatado. Elliot no tardó en dar respuesta a aquella pregunta.

—¿Recuerdas el mapa que te comenté? ¿El que había en la residencia de Gorgulus Hethlong?

—Sí…

—Conseguí que me mostrase dónde se encontraba el Limbo de los Perdidos.

Úter alzó una de sus cejas, sorprendido. Acto seguido, Elliot le explicó cómo Pinki se había escapado tras cumplir su castigo con la maestra Nymphall y cómo había volado directo a la residencia del alcalde. El, por supuesto, no había tenido más remedio que entrar y, al ver el salón desierto, no pudo vencer la tentación de entrar y formular la ansiada pregunta al mapa.

—Al comprobar que se encontraba en el Pacífico, muy cerca de la isla Coralina, supuse que algo tendría que ver con la isla de la Montaña Desprendida. Tal y como nos dijo aquel aldeano, nunca se ha encontrado una explicación para ese extraño comportamiento geológico. ¿Podría albergar el Limbo de los Perdidos en su interior?

Úter tragó saliva.

—Jovencito, creo que eres más listo de lo que aparentas. —Elliot sonrió—. Y sí, eso mismo pienso yo —prosiguió el fantasma—. Lamentablemente, no he podido penetrar sus muros.

—¿Y eso?

—Por las rocas. Deben de contener una alta concentración de Traphax mezclado con mineral de hierro. Puede que incluso pirita… Eso lo convertiría en una prisión mágica natural.

—Habrá que comprobarlo…

—Jovencito —le interrumpió Úter al instante—, ¿qué crees que llevo haciendo durante todo este tiempo?

—Tal vez dos personas sean más eficientes que una —apuntó Elliot, sonriendo, al tiempo que se encogía de hombros.

¿Le permitiría Úter desplazarse hasta la isla de la Montaña Desprendida? Para su sorpresa, el fantasma no dijo ni sí, ni no. En cualquier caso, sin darle respuesta, Úter cambió el tema de la conversación.

—Bien, aún no me has dicho cómo te las apañaste para sacar a Pinki de la residencia de Gorgulus Hethlong…

—Ah —suspiró Elliot. Aún tenía que contarle lo que había sucedido en la vivienda de Scunter. ¿Tendría el alcalde algo que ver?

—El alcalde es un hombre de prestigio, ya te lo dije la otra vez. Eso son pamplinas…

—¡Es la verdad! Había alguien pidiendo ayuda y… Y también me persiguió Scunter, el sirviente del alcalde.

—¿Te persiguió ese tal Scunter?

—Sí, pero no me llegó a reconocer —agregó Elliot.

—Menos mal… Seguramente habrá una explicación razonable para todo este asunto —comentó el fantasma—. Por lo que me habéis contado, Scunter no os cayó muy bien desde el principio.

—Pero… Úter, ¿por qué habría de mentirte? —Esta vez Elliot parecía totalmente convincente.

—No sería la primera vez que me engañas —fue la respuesta. Elliot se sonrojó al recordar cómo llevaron a Úter al barco en Navidad.

—Esta vez es verdad, Úter —suspiró Elliot.

—Y esperas que te crea después de jugármela con los aspiretes en agosto del año pasado. ¡Por no mencionar lo del Deep Questl

—Lo siento, Úter. No quería engañarte… y, además, no podía haberte dejado de lado. Siempre me has ayudado en todo.

—Vaya, eso mejora la situación un poco —respondió el fantasma, satisfecho—. Me gusta esa pequeña cura de humildad. Casi hacía dos años desde que Úter conociera a Elliot, y era consciente de lo mucho que había hecho el muchacho para que su vida fuese más agradable. Así pues, terminó por ceder ante la cara de inmensa tristeza del joven. —Debemos trazar un plan— puntualizó. Elliot dio un salto de alegría, aunque pronto retomó la compostura. En realidad, no había ningún motivo para alegrarse. Más bien era la emoción que le embargaba por dentro lo que había motivado aquella reacción. Ahora, más sereno, debía preparar la estrategia que tendrían que seguir.

—Debemos hacerlo durante el partido —propuso Elliot, después de barajar un par de opciones—. Al fin y al cabo, será la única ocasión en que estemos todos juntos en Bubbleville.

—¿Estás loco? —repuso Úter—. No podemos desaparecer todos a la vez de un palco de invitados. De ninguna manera. Resultaría muy sospechoso.

—Pero será una buena oportunidad —insistió el aprendiz—. El alcalde no estará en su casa y Bubbleville será la ciudad más tranquila del mundo mágico durante el partido… No tenemos muchas más opciones. Ten en cuenta que tan sólo quedan dos semanas para el encuentro.

—Pero… ¿has visto un partido de polo acuático alguna vez? —preguntó Úter, dirigiendo una tensa mirada al muchacho. Era consciente de que lo que decía era muy cierto. El momento idóneo sería durante el partido.

—No…

—Oh, está bien. No puedo creer que esté haciendo esto —dijo Úter moviendo la cabeza de un lado a otro—. Tú conoces esa mansión muy bien, Elliot. Irás con Eric a indagar quién se encuentra allí. No os hagáis los héroes ni nada por el estilo. Entráis en la casa sin que os vea nadie, descendéis a esas mazmorras ocultas y tratáis de averiguar quién es ese preso que pide ayuda.

El chico asintió.

—Tan pronto como lo sepáis, debéis salir de allí sin hacer ninguna tontería. ¿De acuerdo?

Volvió a asentir, no sin antes preguntar:

—¿Cómo se supone que nos marcharemos del palco sin que nadie se dé cuenta?

—Escucha. Los partidos de polo acuático tienen tres tiempos que duran unos veinte minutos cada uno. Debéis escaparos en el primer descanso que se efectúe y estar de vuelta durante el segundo descanso.

—¿Y tú qué harás mientras?

—Cubriros las espaldas. Recuerda que soy un gran ilusionista —confirmó, guiñando un ojo.

—¿Vas…? —Pero Elliot no terminó la pregunta.

—Sí, voy a sustituiros por sendas ilusiones.

—¿Y Gifu? Tal vez quiera venir con nosotros… —apuntó Elliot.

—Ya está el duende incordiando otra vez.

—Supongo que siendo tan buen ilusionista, no supondrá un gran problema sustituir a tres personas en lugar de a dos…

Elliot había dado en el clavo.

—Hombre, no es lo mismo… Pero se podría hacer.

Y aquello fue un acierto. A diferencia de Merak, que por una vez preferiría descansar y se decantaría por ver el espectáculo deportivo, Gifu no estaba dispuesto a quedarse fuera de la aventura en cuanto se enteró del plan. Durante más de una hora, Elliot, Eric y Gifu estuvieron barajando todo tipo de hipótesis y hechos que podían suceder o dejar de suceder. No pasaron por alto ningún punto sin analizar. Todo estaba perfectamente organizado de manera que no había nada que pudiese salir mal… ¿o sí?