Noviembre llegó y, con él, el tiempo comenzó a empeorar. Soplaron vientos del norte, en su mayoría provenientes del polo. Quizá llegaban un poco antes de lo esperado, pero a nadie se le escapaba que aquél sería un invierno duro y frío. Sin embargo, la bajada de temperaturas no había logrado abotargar las mentes de Elliot, Eric y Gifu.
Los tres amigos no cesaban de darle vueltas a la oportunidad que les había planteado Úter, de forma involuntaria, cuando les contó la novedad del crucero tan especial que tenía previsto atravesar el Triángulo de las Bermudas en las próximas Navidades.
—Para colarnos en el barco únicamente necesitamos saber dos cosas —puntualizó Elliot, que definitivamente estaba decidido a lanzarse a la aventura. Pinki parecía tan excitado como él, pues no cesaba de batir las alas—: el nombre del barco y las fechas en las que estará en alta mar.
—Yo me encargo de averiguar el nombre —propuso Gifu muy ilusionado. La idea de vivir una nueva aventura apenas le dejaba dormir—. Trataré de sonsacárselo a Goryn. Como cada vez me visita menos, tendrá muchas cosas que contarme.
—Estupendo —dijo Elliot frotándose las manos—. En cuanto a la fecha, creo que Úter nos lo ha dejado bastante claro.
Eric y Gifu lo miraron con extrañeza.
—¿Cómo pretendes saber que…
—Es obvio que saldrán en Nochebuena y tendrán previsto volver durante la primera semana de enero —afirmó Elliot con rotundidad.
—Hum… Desde luego, si vuelve… nuestro gozo en un pozo —indicó Eric mirando para otro lado.
—Aunque parezca raro, así es —asintió Elliot—. Es mejor que el pasaje de ese barco desaparezca… y nosotros con él.
—Os dais cuenta de lo arriesgado del plan, ¿verdad? —dijo Eric nerviosamente—. Son demasiadas las cosas que podrían salir mal…
—¿Ya te ha entrado el canguelo? —preguntó el duende. Y es que, a Gifu, valentía no le faltaba. Estuviese en la situación que estuviese, siempre le podía la curiosidad. Aquello ya le había causado más de un disgusto, pero a él le daba igual. ¿Qué era la vida sin un poquito de riesgo?
—Eric tiene razón —confirmó Elliot, pese a las quejas del duende—. Debemos andarnos con mucho cuidado. Si nos descubren, estaremos en un serio aprieto.
—Nada de eso ocurrirá —dijo Gifu firmemente convencido.
—Eso esperamos todos —apuntó Elliot, dando la discusión por concluida y retornando al punto en el que estaba la conversación hacía unos instantes—. Bien, creo que habría que hacer una excursión el día de Nochebuena. Será la mejor forma de averiguar cuándo tienen previsto adentrarse en el Triángulo de las Bermudas. Hay que estar presentes en el momento oportuno; aquí no vale llegar dos minutos tarde…
—Me parece bien. Para Nochebuena lo tendremos todo dispuesto —aseguró Gifu frotándose las manos, aunque esta vez era más por el frío que tenía que por la emoción que sentía.
—No me importaría contar con alguien más en el grupo —comentó Elliot después de unos segundos de silencio—. Cuando viajamos a Nucleum, teníamos una pequeña idea de a qué nos íbamos a enfrentar. Ahora, no sabemos adonde iremos a parar.
—Creo que podríamos hablar con Merak —sugirió rápidamente Gifu—. Bien sabéis que es de toda confianza, discreto, y estoy seguro de que no querrá perderse la aventura.
Elliot asintió, pensativo.
—Ahora que mencionas a Merak, creo que me llevaré al crucero la Piedra de la Luz. Quién sabe si nos podrá servir de algo…
—Es una buena idea —confirmó Eric.
Cuando los tres estuvieron de acuerdo en incluir al gnomo en la expedición, Eric sugirió alguien más:
—¿Y Úter?
A Gifu casi le da un soponcio.
—¿Estás mal de la cabeza? —le reprochó, mientras se recuperaba del susto—. No es que tenga nada en contra de él, pero seguro que nos dejaría aquí tan pronto como se enterase de nuestros planes.
A Elliot no le agradaba la idea de dejar de lado al fantasma. No sólo porque era un grandísimo y fiel amigo, sino porque su potencial mágico le hacía casi indispensable dentro del grupo. Sin embargo, también comprendía la actitud del duende. Si Úter se enteraba de lo que estaban tramando, se negaría en redondo a que llevasen a cabo tan descabellada idea.
Por el momento, decidió dejar aparcada la idea del fantasma. Tenía muchas otras cosas en las que pensar… y aprender. Faltaba poco más de un mes para la fecha y sería conveniente que practicase todos los hechizos que conocía. Por eso, debería repasar todo lo que le había enseñado la maestra Venhall aquel año y practicar los Geohechizos que había aprendido el año anterior con la maestra Gawlery.
Elliot no dejaba de pensar y hacerse preguntas: ¿qué sorpresas albergaban los Triángulos de la Muerte? ¿Cómo sería el Limbo de los Perdidos? ¿Estaban allí sus padres? ¿Era verdad que nadie había logrado salir? Si sus padres estaban allí, no le cabía ninguna duda de que serían los primeros en retornar de aquel lugar.
El trabajo empezó a acumularse al mismo ritmo que la nieve sobre los bosques de Hiddenwood. Elliot comenzó a sentirse agobiado, pues al aprendizaje extra de hechizos junto a Eric se sumaban las lecciones de la mañana en Bubbleville (cada vez más intensas y prolongadas) y el repaso de las disciplinas terrestres con Goryn, Úter y Merak. Elliot estaba convencido de que los dos primeros insistían en alargar sus lecciones para tenerle vigilado el mayor tiempo posible.
Y así llegó diciembre. Las nieves comenzaron a caer con mayor intensidad. Los habitantes de Hiddenwood, al igual que el año anterior, sacaron de sus armarios las túnicas de abrigo para resguardarse del frío. Quien peor parecía soportar las bajas temperaturas era Pinki. Era un ave tropical y, pese a su plumaje, estaba claro que no le gustaba la nieve. Menos aún cuando Gifu le lanzaba un par de copos con gran puntería. Pinki, como es natural, respondía a la agresión con un nuevo surtido de improperios que nadie sabía dónde los había aprendido.
El viernes de la primera semana de diciembre, Úter dio una dura lección de Ilusionismo. Pese a que el fantasma había llenado la casita de ardientes y acogedoras chimeneas, el frío inundaba la estancia, pues no dejaban de ser elementos ilusorios. Los dientes de Elliot castañeteaban y no podía ejecutar correctamente los encantamientos. Por si fuera poco, por su cabeza aún merodeaba la duda de si debía contar con el fantasma para la próxima expedición al crucero. Como seguía sin tomar una decisión al respecto, cada vez se sentía más tenso y de peor humor.
—¡Uy! Esa ilusión ha estado muy flojita —comentó Úter al ver aparecer una figura humana incompleta—. Necesitas concentrarte más.
Pero Elliot ya no podía más.
—No entiendo por qué tengo que hacer esto —gritó Elliot con desesperación—. ¡Ya domino esta disciplina!
Úter sabía que el muchacho había tenido un trimestre muy complicado. No le cabía duda de que se había esforzado por hacer las cosas bien, sobrellevando la desaparición de sus padres sin hacer nuevas travesuras a sus espaldas.
—Elliot, estoy muy orgulloso de tu trabajo —le dijo, tratando de insuflarle moral—. Con sólo quince meses de aprendizaje has logrado realizar ilusiones de personas en movimiento, cuando lo habitual es que los aprendices lo hagan en su cuarto año.
—Pero a ésta le faltaba la cabeza —protestó Elliot.
—Ya, bueno… Un detalle sin importancia. Sabes de lo que eres capaz y que no necesitarías más lecciones de Ilusionismo —afirmó el fantasma—. Simplemente, esperaba que te gustase mi compañía.
En su camino de vuelta a la escuela de Hiddenwood, Elliot se arrepintió de haber gritado al fantasma. Siempre se mostraba atento con él y le ayudaba en todo. Lamentablemente, no le había sido posible indagar más sobre los misteriosos Triángulos de la Muerte ni el Limbo de los Perdidos. Como el consejo estaba muy preocupado, tenía acaparado al fantasma. En cualquier caso, en poco más de dos semanas tendría respuesta para todas sus preguntas.
Debía de estar a unos diez minutos de Hiddenwood cuando distinguió a Sheila a lo lejos. Paseaba sola, pensativa. A Elliot no le extrañó que el año anterior la apresasen unos trentis si siempre iba tan desprevenida. Elliot se detuvo y se quedó como hechizado, contemplándola un buen rato. Iba de un lado a otro, canturreando, sin darse cuenta de que estaba siendo observada. Al cabo de un rato el frío se adueñó de sus pies, y Elliot no tuvo más remedio que moverse para entrar en calor. Fue entonces cuando su túnica verde ondeó al viento y ella lo vio.
—¡Hola! No sabía que estabas por aquí.
—Eh… Hola —dijo Elliot. Tenía la sensación de que de pronto su estómago se había llenado de cubitos de hielo—. Yo… volvía… —Torpemente señaló en dirección a la casa de Úter sin darse cuenta de lo lejos que se encontraba.
—Sí, yo también estaba dando un paseo —comentó ella.
—Es un poco tarde… para dar un paseo, me refiero —dijo Elliot, que iba entrando en calor.
—Sí, lo sé. Pero no he podido resistirme —explicó inocentemente—. ¿Qué tal te va por Bubbleville? Casi no nos vemos este año…
—Es cierto —dijo a duras penas. Ya no tenía la oportunidad de verla a diario en clase, tampoco tenía tiempo de verla por las tardes y apenas coincidían a la hora de la comida—. El elemento Agua es estupendo. Estoy aprendiendo muchísimo.
Durante un buen rato hablaron sobre las disciplinas que estudiaba Elliot en Bubbleville. Él le contó que había aprendido a hacer un remolino en el agua con el maestro Tsunami (Sheila rió al oír el peculiar nombre). También le explicó que había aprendido hechizos para variar la densidad de los líquidos o cómo el maestro Stockington les había enseñado a hacer una poción que curaba las caries.
—Mi padre me ha contado muchas curiosidades de los elementales acuáticos —dijo ella, cambiando el tema de conversación—. Sigue trabajando mucho en Bubbleville. No me ha dicho en qué, pero sé que pronto tendremos novedades.
—Eso es estupendo —contestó Elliot, cuyos labios empezaban a adquirir un tono amoratado.
—¿Qué vas a hacer en Navidad? ¿Vas a pasarla con…? —Pero Sheila interrumpió la pregunta. Su rostro enrojeció, pues había estado a punto de preguntarle si iba a irse con sus padres.
—Me temo que me quedaré aquí —dijo Elliot secamente. Desde luego, no pensaba contarle los planes que tenía previstos.
—Yo pasaré unos días con mi padre. Creo que se tomará unos días de bien merecido descanso.
Elliot asintió. El recuerdo de sus padres le vino a la cabeza.
—Se hace tarde. Debemos regresar a la escuela para la cena —dijo Sheila.
—Es una buena idea. Me estoy quedando congelado. Ambos rieron y emprendieron el camino de vuelta.
Elliot guardó la imagen de Sheila en su mente. De hecho, era mucho más que una imagen. Pero ahora tenía cosas más importantes en qué pensar. Una semana antes de Nochebuena había quedado todo presto y dispuesto. Aunque Gifu aún desconocía el nombre del barco, prometió saberlo la noche del veinticuatro. Después de esa información, sólo quedaba encontrar un espejo desde el que accederían al barco.
No tardaron en descartar los espejos de la escuela de Hiddenwood, pues las puertas que daban acceso al patio-jardín solían estar cerradas mágicamente a no ser que hubiese lecciones. Merak propuso el gran espejo del Claustro Magno, pero fue rápidamente desechado; y es que desde los oscuros acontecimientos de la Fiesta de Florecimiento se había incrementado la vigilancia. Los espejos con los que la señora Pobedy tenía decoradas las habitaciones de su posada eran demasiado pequeños incluso para Gifu y Merak. Aún estaba todo en el aire cuando recibieron una invitación de Úter para cenar con él precisamente en Nochebuena.
—Será una oportunidad estupenda para reunimos y recordar viejos tiempos, ¿verdad? —No dejaba de ser significativo que Úter llamase «viejos tiempos» a algo que había sucedido hacía poco más de medio año. Elliot se preguntó cómo calificaría los tiempos de su niñez. ¿Ancestrales?
Tal y como habían quedado con el fantasma, Elliot, Eric, Gifu y Merak (Pinki también, por supuesto) se plantaron en su pequeña gran casita con total puntualidad la noche del veinticuatro de diciembre. Como no iban a recibir ninguna lección de Ilusionismo, no estaban autorizados para trasladarse por espejos, de manera que Gifu hizo uso de sus polvos mágicos, lo que les permitió caminar livianamente sobre la esponjosa nieve virgen sin que sus pies quedasen congelados. De hecho, era la única posibilidad que Gifu y Merak tenían de caminar sin que sus narices fuesen abriendo camino a través de ésta.
Como no podía ser de otra manera, la casa de Úter estaba decorada con todos los ornamentos navideños imaginables (y los no imaginables también). Del marco superior de todas las puertas colgaban unas ramitas de acebo y el muérdago aparecía como por arte de magia allá por donde uno mirase. En cada habitación había colocado un abeto navideño con lucecitas y bolas de todos los colores y tamaños. Las guirnaldas cruzaban el techo de lado a lado y en el comedor había generado una ilusión por la que parecía que caía nieve real mientras cenaban.
La comida, para no desentonar con todo lo demás, fue excelente. Pero, aunque todo estaba delicioso, ninguno de ellos pudo gozar en exceso de la comida. Los nervios y la tensión por lo que vendría a continuación se lo impedían; tampoco estuvieron muy pródigos a la hora de entablar conversación. Úter, sin embargo, trató de amenizar la situación con diferentes chistes que los demás rieron de forma un tanto forzada.
—Una cena magnífica, Úter —apuntó Merak mientras saboreaba la última cucharada del helado—. Digna de una noche tan especial como ésta.
—Sí, la verdad es que has sido generoso, amigo —corroboró Gifu.
Elliot no encontraba palabras. Desde que vio al fantasma aquella noche, se le había ido formando un nudo en la garganta que fue apretándose a medida que avanzó la cena. La idea de traicionar a su amigo no era un plato de buen gusto. «Ojalá no se lo tome muy mal», pensaba. Pero sabía que no. No podía hacerlo. Ya le había fallado una vez, pero sus padres… No podía dejarles. Si había una mínima posibilidad, debía aprovecharla.
Pero, de pronto, algo precipitó los acontecimientos. Estaba Úter recogiendo los platos que Merak se prestó a fregar («Es una porquería limpiarlos con una ilusión», le había reprochado el gnomo), cuando dijo algo que los dejó a todos helados.
—Anoche zarpó el famoso barco que se dirigía al Triángulo de las Bermudas. Al parecer, tenían previsto alcanzar los lindes de la zona conflictiva esta misma noche y navegar en el interior del Triángulo por lo menos durante una semana. ¡Menuda insensatez!
Hasta Gifu dejó caer la cuchara de golpe tras el sobresalto. ¿Esta misma noche? Entonces… ¡iban a llegar tarde! Habían calculado que el barco abandonaría el puerto en Nochebuena, no una noche antes… En ese instante, comenzaron las urgencias.
—En fin, Úter… Se nos hace un poco tarde…
—¿Tarde? ¡No seas absurdo! Pero si tenemos toda la noche por delante —replicó el fantasma mientras Gifu se tiraba de los pelos.
—Hum… Bueno, es que íbamos a una fiesta. —Elliot acababa de tener una idea tan fantástica como arriesgada.
—¿Una fiesta? ¿En Nochebuena? —preguntó Úter con el ceño fruncido—. ¿A quién se le ocurriría una cosa así?
—Al primo del amigo de un amigo mío —dijo Gifu, siguiendo la corriente a Elliot, aunque sin saber a qué punto quería llegar éste.
—¡Un duende! Ya me extrañaba a mí. No podía ser alguien decente…
—Nadie ha dicho que fuese un duende —corrigió Gifu, con los brazos cruzados en señal de protesta.
—Bien, entonces, si no es una fiesta de duendes iré con vosotros.
El silencio dejó el ambiente tan frío como el exterior, pero fue rápidamente roto por un agudo grito.
—¿Qué? De ninguna manera —dijo de pronto Gifu, con los ojos saliéndose de sus cuencas. Acababa de comprenderlo todo. ¿El fantasma yendo al crucero? ¡Sería una catástrofe!
Elliot estuvo encantado con el comentario. No le gustaba mentir a Úter ni tampoco quería hacer las cosas a sus espaldas. Necesitaban su ayuda y, una vez en el barco, seguro que no se negaría a nada… o eso esperaba.
—Creo que las excepcionales dotes que Úter tiene para el ilusionismo serán fundamentales para animar la fiesta, ¿no creéis? —convino finalmente Elliot como si tal cosa.
—¡Pues claro! —saltó Eric, que acababa de comprender la estrategia de su amigo.
—Entonces vamos todos a esa estupenda fiesta —apuntó Úter, quien comenzaba a animarse en exceso.
—¿Cómo decías que se llamaba el anfitrión? —preguntó Elliot a Gifu, mientras Úter deambulaba agitadamente de un lado para otro. Tuvo que guiñarle un ojo, mientras el duende miraba al muchacho con cara de pánico.
—Hum… ¡Ah, sí! —dijo cuando captó la señal del muchacho—. Su nombre es Deep Quest.
—¿Pete West? —repitió el fantasma—. No me suena de nada. Extraño nombre para un duende… —comentó Úter, quien entre idas y venidas había tratado de escuchar lo que decían ambos. Estaba visto que, aunque imaginario, el ponche le había afectado notablemente.
No se molestaron en corregirle para no suscitar sospechas. Simplemente se limitaron a acercarse al espejo que Úter guardaba en una habitación de la planta superior. Cuando estuvieron frente a él, Elliot pronunció en voz alta y clara el nombre del barco. ¿Dónde aparecerían? Esa pregunta surgió nada más formular el hechizo. ¿No se estarían precipitando? De pronto, las dudas comenzaron a aflorar una detrás de otra. ¿Habría más preguntas sin responder? ¿Estarían metiéndose en la boca del lobo? ¿Cómo reaccionaría Úter cuando se enterase de todo? Con un fortísimo ardor en el estómago, Elliot atravesó la gelatinosa superficie del espejo.
La oscuridad era casi total, únicamente sesgada por la plateada luz de la luna que se colaba entre el cortinaje a medio cerrar. Aunque la ventana estaba entornada, el silencio era abrumador. A Elliot le resultó hasta sospechoso. ¿Habrían llegado tarde? Contempló la habitación y no tardó en orientarse. Sin duda estaban en uno de los camarotes más lujosos del barco, a tenor de la decoración que se vislumbraba. La luz iluminaba una inmensa cama de matrimonio del tamaño de una plaza de toros que parecía totalmente nueva. El grito de Úter resonó en toda la habitación.
—Tranquilo, Úter —dijo Eric, tratando de calmar al fantasma—. Está todo controlado.
—¿Todo controlado? —repitió el fantasma, cuya ira iba acrecentándose por segundos. Sin duda, los efectos del ponche se habían esfumado—. ¿Estáis mal de la cabeza? ¿Se puede saber qué es lo que pretendéis? Me prometiste que no volverías a jugármela, Elliot.
Elliot, con mirada compungida, notó cómo le subía un ardor desde la boca del estómago a su garganta, impidiéndole articular palabra alguna. Cuando por fin consiguió sostener la mirada de Úter, le contó lo que tenían pensado. Era inútil ocultárselo. Si iba con ellos, tenía que estar al tanto de todo.
—Tenía que hacerlo, Úter —se excusó Elliot a la desesperada—. Es la única forma de averiguar dónde se encuentran mis padres… y todas esas personas desaparecidas.
—Debo reconocer que eres tan estúpido como valiente —fue lo que le contestó Úter—. Elliot, comprendo perfectamente lo que has pasado en los últimos meses, pero no puedes enfrentarte a un mundo desconocido tú solo.
—Estamos nosotros con él —replicó Gifu rápidamente. Pero la fulminante mirada de Úter lo dejó sin habla.
—No podemos quedarnos aquí. ¿Te has parado a pensar qué diría la gente si viese un grupo tan extraño como el nuestro? Un duende, un gnomo, un fantasma… ¡Sería de escándalo! Hemos tenido mucha suerte de que no hubiese nadie en esta habitación.
De pronto, unos gritos de emoción se colaron por la rendija de la ventana. Úter no hizo más que apresurar la marcha.
—¡Vámonos antes de que sea demasiado tarde! No quiero ni pensar cuál sería la reacción de los inquilinos de este camarote si nos encontrasen aquí dentro. O, peor aún, qué sucedería si llegásemos a…
Pero lo que iba a decir, jamás llegó a ser pronunciado.
Todo sucedió muy rápido. Por la ventana comenzó a filtrarse una niebla espesa, blanca y casi tan densa como el algodón. Prácticamente podían retenerla comías manos. Vieron cómo se colaba lentamente e iba cubriendo el camarote entero desde el suelo. La niebla fue ascendiendo poco a poco.
Merak y Gifu fueron los primeros en quedar totalmente recubiertos por aquel peculiar fluido gaseoso. Pronto les llegaría el turno a los dos muchachos.
Unos instantes después, oyeron gritos a lo lejos y una cegadora luz blanca los dejó aturdidos.