Los días pasaban volando, y a lo largo del mes de septiembre, Elliot ya se había acoplado a la dinámica de Bubbleville.
Las lecciones de Pociones eran cada día más soporíferas. Todos los alumnos estaban ansiosos por aprender alguna poción que les permitiese transformarse en otra criatura, pociones de la verdad e, incluso, algún que otro veneno. Sin embargo, el maestro Stockington les insistía en que mientras no madurasen no les enseñaría la fórmula de ningún veneno.
—Sólo me faltaría que comenzaseis a envenenaros unos a otros. Me pasaría la vida entera buscando antídotos. ¡De ninguna manera! —replicaba indignado, moviendo las manos airadamente.
Por eso, sus clases se limitaron a la enseñanza de pociones curativas «mucho más prudentes y productivas, que a buen seguro habréis de emplear el día de mañana», según sus propias palabras. Finalmente, la última semana del mes, les hizo una pequeña concesión y les mostró cómo preparar una poción de encogimiento.
Por su parte, en las lecciones de Naturaleza Marina se limitaron a conocer mejor el elemento en el que habitaban: el Agua. La mayoría de las veces, la maestra Nymphall les hacía recolectar multitud de algas y plantas de gran utilidad para su aprendizaje de Pociones. Lo más entretenido era cuando tenían que subirse a los caballitos de mar entre las plantaciones de algas. Cuando la maestra Nymphall no miraba, los aprendices aprovechaban para echar carreras. Un día, pilló a Bastían y a Gary y los castigó a recoger un centenar de erizos de mar cada uno… ¡sin guantes!
La maestra de Meteorología seguía sin aparecer, por lo que Tao Tsunami permanecía al mando. Sus lecciones resultaban bastante amenas y él se alegró mucho de lo fácil que les estaba resultando hacerse con el control del elemento Agua.
—Esa ola ha sido fantástica, Elliot —le felicitó, cuando consiguió levantar una por encima de los tres metros. Cuando era capaz de concentrarse, el muchacho hacía auténticas maravillas con el agua.
Pero la concentración no era el fuerte de la disciplina de Geografía Marina. El maestro Brujulatus se empeñaba en dar unas clases tediosas y machaconas, para que les entrase en la cabeza la localización de multitud de lugares submarinos que no visitarían en su vida. ¿A quién le importaba que el Laberinto de la Eternidad fuese tridimensional? Si nadie había logrado salir jamás de él, desde luego no tenía ningún atractivo turístico.
En cuanto al maestro Bryan Lampretti, en la disciplina de Seres Mágicos Acuáticos, tuvo la delicadeza de comunicar a sus alumnos que la visita al Santuario del Calamar Gigante tendría lugar a finales del siguiente mes de octubre. Durante todo el mes el profesor les explicó las diferencias entre las ninfas, las ondinas, las nereidas y las sirenas. Y es que, aunque todas aquellas criaturas vivían bajo lagos y mares, diferían sustancialmente entre sí.
—En cuanto a su aspecto físico —les decía Lampretti—, las ninfas son de tono azulado. Difíciles de ver en el agua. Todo lo contrario sucede con las sirenas, cuya enorme cola de pez las delata al instante. Las ondinas y las nereidas son difíciles de distinguir si uno no presta suficiente atención. Ambas se mimetizan con facilidad, y pueden transformar su figura en aquello que deseen, especialmente en el caso de las ondinas.
Los dibujos que les enseñó les ayudaron a aclarar todas las dudas. Elliot estaba completamente fascinado. Criaturas acuáticas… Claro que había visto peces en su vida, pero nada como aquello.
—Mas el aspecto físico no es lo verdaderamente importante, como siempre —dictaminó con cierta suficiencia el maestro—. Es el comportamiento lo que da una mayor o menor relevancia a cada una de las criaturas. Hay multitud de curiosidades que es conveniente saber para poder interactuar con cualquiera de ellas.
Sus lecciones se prolongaban y prolongaban, mientras explicaba cómo las ondinas vivían envueltas en una abrumadora nostalgia por el futuro. Elliot se sorprendió al enterarse de que tenían cualidades admirables para presagiar sucesos, eso sí, teniendo muy en cuenta que el futuro era algo incierto para todos.
También les habló de cómo las nereidas se tornaban criaturas completamente mansas si eras capaz de quitarles una prenda de su preciada ropa. Esto se debía a que eran hijas fruto de la relación entre una sirena y un genio.
Las ninfas destacaban por su carácter afable y servicial, siempre dispuestas a ayudar en cualquier cosa. Todo lo contrario que las sirenas, que eran temidas por su maldad hacia los humanos. Siempre conseguían atraer a los barcos hacia los escollos con sus hipnotizadores cánticos.
Eric no salía de su asombro cada vez que Elliot le contaba las lecciones de Seres Mágicos Acuáticos. Por unos instantes incluso pensaron que la desaparición del Calixto III podría haber sido obra de un grupo de despiadadas sirenas. Pero Elliot no tardó en recordar que se hallaban en mar abierto y que no había escollos por aquella zona. Además, el navío estaba intacto y seguía su curso con total normalidad cuando Elliot se lo encontró vacío.
En el último viernes del mes de septiembre, Elliot y Eric asistieron juntos a la lección de Acuahechizos. Había sido un mes muy intenso, durante el cual la maestra Venhall les había hecho practicar el hechizo Muro-Burbujas (que levantaba un muro de burbujas infranqueable para multitud de criaturas) y el encantamiento Congelador. Como decía la maestra, era ideal para conservar el pescado en buen estado durante bastante tiempo y se enfadó muchísimo cuando Eric sugirió que no sería una mala forma de inmovilizar a un adversario. También habían realizado en varias ocasiones el Bubblelap, en el que hasta Bastian había logrado improvisar bastante.
Pero aquel viernes, según les había dicho, iba a ser especial. Les enseñaría a ejecutar un conjuro asombroso y tremendamente útil no para un hechicero del Agua, sino para cualquiera que fuese capaz de realizarlo.
—Se trata de magia avanzada —comentó la maestra—, pero dados los tiempos que corren creo que no será una pérdida de tiempo que intentemos sacar adelante el hechizo Escudo-Protector.
—¡Eso sí que suena bien! —dejó escapar Eric, que estuvo a punto de dar un salto de alegría. La maestra Venhall le dirigió una severa mirada, frunciendo el entrecejo. Y es que a Eric le apasionaban aquellos hechizos que pudiese emplear en un combate mágico.
—Pues espera a verlo en acción, Eric Damboury —advirtió, antes de pasar a la explicación—. El hechizo Escudo-Protector no es otra cosa que un medio de protección, una ayuda complementaria.
—Pero… ¿en qué consiste? —insistió Eric, impaciente por poder ejecutarlo.
—A eso voy —dijo, aunque a Elliot le pareció que se lo tomaba con mucha más calma de lo habitual—. Bien realizado, con este hechizo lograréis un acompañante temporal cuyo flujo mágico puede resultar de gran utilidad e, incluso, vital.
—¿Un acompañante? —preguntaron los aprendices bastante extrañados. No comprendían cómo podían tener una persona a su lado así, sin más.
—Eso he dicho. Se trata de un acompañante un tanto especial, que os hará de escudo durante un determinado tiempo y os ayudará en caso de necesidad extrema.
—¿Es una especie de fantasma?
—No seas absurda, Eloise —le reprochó la maestra—. Los fantasmas no se crean mediante hechizos.
Sin embargo, no todo el mundo parecía igual de contento por practicar magia avanzada.
—Ni que fuésemos a ser atacados por una cuadrilla de sirenas… —refunfuñó Gary, que estaba sentado a la izquierda de Elliot—. Eso sólo puede pasarle a Tomclyde.
—El mundo del Agua es traicionero —informó la maestra—. Quizá sea el más peligroso de todos los elementos.
—¿Más que el Fuego? —preguntó Susan.
—Me atrevería a afirmar que mucho más, querida.
—Pero en el Fuego hay dragones…
—Y en lo más profundo de los abismos existen criaturas tenebrosas cuyos poderes y cualidades desconocemos. Los dragones tienen puntos débiles perfectamente conocidos, mientras que el fondo de los océanos encierra grandes misterios. Son muchos los hechiceros que se aventuraron a investigarlos y desaparecieron en el intento. Por eso, creo que sería verdaderamente interesante que aprendieseis a ejecutar el Escudo-Protector.
Nadie contestó.
—Si no hay más preguntas, vayamos con la demostración.
Acto seguido, cerró los ojos concentrándose plenamente. Volvió a abrirlos y, al tiempo que hacía un giro completo con su brazo derecho, pronunció en voz alta y clara:
—¡Scudetto!
Frente a ella comenzó a formarse un torbellino de agua azul cristalina, que fue tomando forma hasta quedarse completamente inmóvil. Las sorprendidas expresiones de los presentes, totalmente boquiabiertos, lo decían todo. Delante de ellos, a escasos metros, se alzaba una imponente figura de más de dos metros de altura. Tenía forma de ola, muy estilizada, como si de una lengua de agua se tratase. A sus lados brotaban unas protuberancias que, sin duda, debían de ser los brazos. Sin embargo, carecía de extremidades inferiores; en su lugar, una pequeña cantidad de agua en ebullición facilitaba a la criatura la movilidad y el desplazamiento por cualquier superficie.
La maestra Venhall sonrió ante el Escudo-Protector.
—Allá a donde me dirija, mi Escudo-Protector me seguirá. Se adaptará a cualquiera de mis movimientos y me protegerá de cualquier peligro.
—¿Durante cuánto tiempo aguantará a nuestro lado? —preguntó Susan, visiblemente más interesada.
—Eso dependerá de la energía y fortaleza del hechicero, querida. Veinte minutos sería un tiempo más que aceptable.
La maestra les tuvo practicando durante el resto de la mañana, pero los frutos obtenidos fueron escasos, por no decir nulos. Elliot y Eric no tardaron en conseguir hacer aparecer sendos torbellinos fugaces, que no llegaban a alcanzar la forma de Escudo-Protector. Resultaba curioso el hecho de que la masa informe que brotaba de Eric siempre salía teñida de color verde, pero no le dieron mayor importancia.
Emery Graveyard despotricaba cuando veía las volutas azules de Elliot, porque él no conseguía nada. Claro que no sabía que éste estaba capacitado para adentrarse en el aprendizaje de cualquiera de los cuatro elementos. Y tampoco estaba al tanto de las lecciones extra de Ilusionismo que había recibido de Úter a lo largo del año anterior para que aprendiese a concentrarse. Y ésta era una tarea que Elliot retomaría muy pronto, tal y como había acordado con el Oráculo.
Cuando terminó la lección de Acuahechizos era casi la hora de la comida. Después de dejar los bártulos en sus respectivas habitaciones y hacer que sus túnicas retomasen su color verde habitual, bajaron al comedor, donde les aguardaba un estupendo almuerzo. Apenas habían atacado el pastel de verduras y las chuletitas de cordero cuando apareció Goryn a sus espaldas. Pinki fue el primero en percatarse, haciendo un gracioso giro de cuello.
—¿Qué tal va todo, muchachos?
—No está mal —contestó Elliot. Y no mentía. Se había adaptado bastante bien a Bubbleville, y la mayoría de sus compañeros, siempre exceptuando a Emery Graveyard, eran bastante agradables. En lo que iba de mes, Graveyard no había dudado en poner la zancadilla a Elliot en un par de ocasiones y tirar de las plumas de la cola de Pinki en mitad de una de las lecciones del maestro Brujulatus. Aquella gracia encima le valió el castigo de tener que dibujar un centenar de mapas indicando el nombre de las ciudades mágicas y su ubicación exacta. Menos mal que Eric le acompañaba en una de las disciplinas, que era más de lo esperado—. Aprendiendo bastante…
—Me alegro. De aprendizaje quería yo hablarte…
Elliot frunció el ceño y Eric puso la antena.
—No te asustes, no es nada grave —lo tranquilizó Goryn, mientras tomaba asiento en la silla que había libre a su lado—. Simplemente vengo a decirte que debes proseguir el plan de estudios que te habían encomendado… ahora que ya estás adaptado a los estudios acuáticos. Una vez por semana nos veremos para ir repasando plantas y hierbas, de manera que no las olvides y vayas aprendiendo nuevas cosas.
Elliot asintió, resignado.
—Úter también está ansioso por echarte un cable con su especialidad —prosiguió el maestro de Naturaleza—. Dice que así tendrá más tiempo para verte, que últimamente apenas le hacéis caso.
—Y tiene razón. La verdad es que lo tenemos un poco abandonado —aceptó Elliot, mirando de reojo a Eric. Lo de las lecciones extra no le hacía mucha gracia. Aquello iba a reducir mucho su tiempo libre, lo que significaba que dispondría de menos oportunidades para encontrarse con Sheila e investigar el misterio de los Triángulos. Pero, por otra parte, tendría la excusa perfecta para poder ver a Úter con mayor asiduidad, sin levantar sospechas.
—Entonces nos veremos el próximo lunes. Deberías ir a ver a Úter este fin de semana para quedar con él.
Y así lo determinaron.
El sábado amaneció soleado, pero fresco. Se notaba cómo el invierno iba llegando. Pese a ello, el paseo fue bastante agradable porque Elliot iba acompañado: evidentemente, Eric se había apuntado a ver al fantasma, y Gifu, para no ser menos, también se unió al grupo. Merak, en cambio, estaba de viaje, negociando un importante cargamento de piedras preciosas.
Cuando llegaron a la casita de madera, Úter salió despavorido por la puerta, perseguido por un enorme dragón rojo de tres cabezas que escupía enormes llamaradas de fuego. La escena les pilló a todos por sorpresa; se habían quedado tan atónitos con la imagen del monstruo que apenas se habían fijado en la curiosa indumentaria de Úter, vestido como un auténtico caballero medieval, con una brillante armadura plateada. Su mano derecha esgrimía una enorme espada de doble filo, mientras que un inmenso escudo cubría la izquierda.
Al ver a sus amigos, chasqueó los dedos y rápidamente todo volvió a la normalidad.
—Ho-Hola, no esperaba veros por aquí —saludó Úter azarosamente mientras se atusaba el bigote con gesto nervioso. En menos de un segundo se había puesto casi tan rojo como el dragón.
—Nosotros no esperábamos verte ocupado —se apresuró a replicar Gifu, que miraba hacia la casita por si salía otro enorme dragón.
—No… Sólo era un poco de práctica. Ya sabes, hay que mantenerse en forma… En fin, ¡qué alegría veros!
No esperaron mucho para comentar los avances de su primer mes de aprendizaje, aunque la conversación no tardó en irse por otros derroteros.
—¿Hay alguna novedad? —preguntó Elliot con notable ansiedad.
—Nada de nada —negó Úter con un gesto de decepción—. Bueno, nada si dejamos de lado el hecho de que los humanos no pueden ser más estúpidos.
—¿Y eso? ¿Ha ocurrido algo? —preguntó Gifu.
—¿Ha habido más secuestros? —Eric parecía más pesimista.
—¿Les ha pasado algo a mis padres? —Elliot se había alarmado al instante.
—No, no es nada de eso —dijo Úter. Elliot respiró con alivio, aunque seguía un tanto intranquilo—. Hará cosa de un par de días, llegó hasta los miembros del Consejo la noticia de que se va a fletar, para las próximas Navidades, un nuevo crucero que seguirá la misma ruta que el Calixto III.
Elliot, Eric y Gifu intercambiaron miradas. Quizá, la más emocionada de todas era la de Gifu. ¿Significaba aquello lo que pensaban que significaba? ¿Sería posible que tuviesen tanta suerte?
—¡No pueden ser más estúpidos! —prosiguió indignado Úter.
—¿Te refieres a que un nuevo barco se va a adentrar en uno de esos Triángulos de la Muerte? —inquirió Eric, como si la peor de sus pesadillas cobrase realidad.
—A eso mismo me refiero —confirmó el fantasma—. Y no sólo eso. Es tal la expectación que se ha levantado por ver qué se esconde tras el misterio de los barcos desaparecidos, que los pasajes se agotaron en un tiempo récord. No sé cómo las autoridades lo han permitido, de verdad.
—Sí, es cierto que resulta un poco imprudente por su parte —comentó Gifu, casi sin poder ocultar su sonrisa.
—¿Un poco? Es una tremenda imprudencia. Es buscar el riesgo innecesariamente. ¡En qué cabeza cabe semejante idea! ¡Habría que ser imbécil para meterse en ese barco! Pero no, los pasajes se agotaron en menos de diez horas…
Siguieron discutiendo sobre las posibilidades de que el crucero superase la prueba sin problemas. El más escéptico era Úter que, viendo cómo estaba la situación, creía que los pasajeros tenían todos los números para establecer su nueva residencia en el Limbo de los Perdidos.
Sólo cuando el sol comenzó a ocultarse y las nubes adquirieron un ligero tinte rosáceo, decidieron retornar a Hiddenwood. Antes de emprender el camino de vuelta, y como les había adelantado Goryn, Úter se ofreció amablemente a darles unas lecciones de apoyo en Ilusionismo, al igual que hiciera el año anterior, dejándoles total libertad a la hora de elegir el horario.
A la buena marcha del aprendizaje en Bubbleville se le unieron unas lecciones de apoyo para refrescar los conocimientos de Elliot en las materias referentes al elemento Tierra. Como reconoció Goryn, era verdaderamente asombrosa la capacidad del muchacho para hacerse con tantos hechizos y nombres. Estaba seguro de que muy pronto estaría capacitado para llevar a cabo magia muy avanzada. No cabía duda de que ése era su destino.
El apoyo de Goryn, la perseverancia de Úter y las esporádicas visitas a Merak sirvieron para ir refrescando la mente de Elliot. Si Pinki había asistido a las lecciones en Bubbleville, tampoco faltó a las sesiones extraordinarias de Hiddenwood. Siempre hacía lo posible por estar junto a Elliot, procurando pasar desapercibido (misión prácticamente imposible).
El joven elemental aprendió nuevas denominaciones, tanto de plantas como de minerales, y sus diferentes usos. Había tantas hierbas medicinales que Elliot pensó que podría pasarse toda una vida estudiándolas y jamás llegaría a aprendérselas todas.
—La vida de los sanadores es así de dura —explicaba Goryn con un ramillete de flores de manzanilla en la mano—. Sacrificio constante por los demás. ¿Cómo esperas curar a un enfermo si no te sabes los remedios?
Elliot estuvo a punto de decirle que él no tenía vocación de médico, pero Pinki avisó de que ya era hora de irse a cenar.
La semana antes de la visita al Santuario del Calamar Gigante, Elliot tuvo una nueva lección con Merak. Para aquella ocasión había llevado consigo la extraña piedra azulada que le regaló el gnomo el día que se despidieron al finalizar el primer año de aprendizaje. Aún no habían averiguado qué tipo de roca era ni su procedencia. Pese a que Merak había consultado numerosas fuentes, las referencias a ese mineral eran nulas. Mientras no encontrasen nada al respecto, decidieron llamarla «Piedra de la Luz», en honor a su curiosa propiedad.
Pero no fue la única piedra que mencionaron en aquella lección, como no podía ser de otra manera siendo Merak el maestro. El gnomo no dudó en aclararle una duda que Elliot venía rumiando desde que hablara con el Oráculo.
—¿Qué sabes acerca de las Piedras Elementales? —le había preguntado Elliot, tan de sopetón que el gnomo se quedó mirándole sorprendido.
—No gran cosa, la verdad —respondió—. ¿A qué viene ese interés tan repentino?
—Vengo a aprender, ¿recuerdas? —Elliot se mostraba impaciente—. El Oráculo las mencionó y… en fin, supongo que harán honor a su nombre y tendrán mucha importancia para el mundo mágico.
—Sí, es verdad. Sin embargo, no son minerales y, por lo tanto, no las conozco bien. De todas formas, es muy poquita la información que podría darte. Nadie suele hablar de ellas.
—¿Por qué?
—Nadie conoce dónde están. Sabemos que son cuatro piedras que representan cada uno de los elementos, aunque desconocemos cómo son. Se presume que cada piedra está en su correspondiente reino…
—¿Y nadie las ha tratado de buscar?
—No, que yo sepa.
—¿Qué propiedades tienen?
—No lo sé, Elliot. Lo siento. De todas formas, procura olvidar el tema, porque no te llevará a nada —recomendó Merak dando por zanjada la cuestión. Y aunque no le fue fácil, el muchacho procuró seguir tal recomendación.
El resto de los días de aquella semana, la última del mes de octubre, transcurrieron con la vista puesta en la excursión que les había prometido el maestro Bryan Lampretti. Había llegado la hora de que los aprendices realizaran una interesantísima visita al Santuario del Calamar Gigante de Aquamarine.
Cuando todos los aprendices estuvieron en el aula de Seres Mágicos Acuáticos, el maestro Lampretti se dirigió al espejo para practicar el encantamiento correspondiente. Como no podía ser de otra manera, se trasladarían hasta su destino cruzando los espejos mágicos. El maestro apenas pronunció las palabras. Por un momento, Elliot había tenido la impresión de que había hablado en una lengua distinta, sin llegar a percibir lo que había dicho. Los encantamientos de los espejos no dejaban de sorprenderle.
—Podéis pasar —les dijo, una vez que el espejo tuvo libre acceso al Santuario del Calamar Gigante.
Con gran emoción en sus rostros, los jóvenes fueron cruzando uno a uno el espejo para aparecer en una inmensa sala circular. Sus ojos se perdieron rápidamente en un techo abovedado tan alto que apenas era distinguible a simple vista. De la cúpula salían unos finísimos pero resistentes hilos que sostenían una figura blanca alargada, descomunal y sobrecogedora. Tras echarse hacia atrás por el impacto de aquella imagen, Elliot no tardó en encontrar unos redondos ojos negros en la apepinada cabeza. Los tentáculos, largos y gelatinosos, se movían como si la criatura estuviese viva. Sin lugar a dudas, aquello era una maravillosa réplica de calamar gigante. Parecía que estuviera viva aunque, claramente, era imposible.
A medida que sus compañeros iban accediendo a la estancia, se incrementaron los murmullos, y los alegres comentarios resonaron en las paredes de mármol. Instantes después de que el maestro Lampretti accediese a la estancia a través del espejo, sonó un «plop» y apareció una persona al fondo de la sala.
Se oyeron unos pasos apagados antes de que pronunciase palabra alguna.
—Bienvenidos seáis todos —dijo con voz amable aquella persona. A medida que se aproximaba, Elliot dedujo que sin duda era un hechicero del elemento Agua que trabajaba en aquel mausoleo. La figurita dorada de un calamar bordada sobre su brillante túnica azul marino lo delataba como tal—. ¿Falta alguien?
Acto seguido, hizo ademán de contar las cabezas de los asistentes, pero cuando superó la docena, el maestro Lampretti respondió:
—No hace falta que sigas contando. Estamos todos, Wilfredo. Para no dejarme nadie atrás, he decidido pasar en último lugar.
—Estupendo, entonces creo que podemos dar comienzo a nuestra visita —dijo Wilfredo frotándose las manos.
Justo a continuación, de uno de los lados, comenzó a caer agua. Era una finísima capa de agua, tan lisa y transparente, que permitía ver… ¡calamares en movimiento! ¡Era como una pantalla de cine mágica!
Durante aproximadamente tres cuartos de hora, Elliot y sus compañeros disfrutaron de una proyección única. El sonido ambiental también era espectacular, mil veces mejor que el moderno sistema Dolby. Se podían percibir con claridad la llamada de varias ballenas, el flotar de multitud de burbujas que ascendían veloces a la superficie e infinidad de otros sonidos inidentificables. Más de uno creyó que aquello estaba siendo retransmitido en riguroso directo, como si se tratase de una ventana mágica. Sin embargo, la realidad era que imágenes como ésas jamás habían sido vistas al natural.
—Como bien os habrá informado vuestro maestro —explicó Wilfredo una vez que la cascada desapareció—, existen calamares gigantes de hasta veinte metros de longitud, que llegan a pesar en torno a una tonelada. No está nada mal, ¿verdad?
Los muchachos parecían anonadados con el tamaño del animal que pendía sobre sus cabezas. Al ver sus asombrados rostros, Wilfredo aclaró:
—Oh, ya veo. Este calamar no mide más que dieciséis metros y medio. Los hay un poco más grandes, ciertamente.
Sin lugar a dudas, Wilfredo disfrutaba comentando los aspectos más impresionantes de los calamares gigantes.
—Pero no os preocupéis —dijo cuando vio que más de uno se había quedado de un color tan pálido como la cera—. Toparse con un animal de éstos es harto complicado. Principalmente viven en aguas del mar Cantábrico, las Azores, Nueva Zelanda y Canadá. Pero, además, habitan en las profundidades marinas, entre los cuatrocientos y los mil quinientos metros, allá donde no alcanza la luz del sol y la presión es tremenda.
Wilfredo permaneció un buen rato aportando numerosos detalles sobre los calamares gigantes. Poco después pasó al turno de preguntas, donde los aprendices le pidieron información sobre cómo vivían y de qué se alimentaban.
—Son criaturas solitarias. Gustan de tranquilidad y espacio para ellos solos —les explicó—. En cuanto a su alimento preferido, no os negaré que les encantan los peces y una variada cantidad de cefalópodos y crustáceos.
Durante unos segundos nadie habló. Mientras los muchachos pensaban alguna que otra pregunta, Isaac se aventuró a decir:
—Una criatura así no puede tener enemigos.
—Ya lo creo que los tienen —dijo Wilfredo asintiendo enérgicamente con la cabeza—. Sus luchas con los cachalotes y sus congéneres son memorables. Sus larguísimos tentáculos de hasta dieciséis metros les permiten pelear con un cachalote de veinte metros de longitud. Un tamaño nada despreciable…
—Pero con un kraken no tendría nada que hacer. Según tengo entendido miden hasta dos kilómetros… —aventuró Ovidio Misgurno, orgulloso de haber encontrado un enemigo capaz de hacer frente al poderoso calamar gigante.
Wilfredo miró al aprendiz como una pitón observando a una cobaya. Tras soltar una efímera carcajada, respondió:
—Todos sabéis que el kraken es una criatura legendaria. No es más que un ser mitológico inventado por los hechiceros escandinavos para justificar la pérdida de muchos de sus barcos, o para evitar aventurarse al mar. Nadie tiene constancia de su forma. Unos hablan de él como un pulpo gigante y otros lo representan como un calamar. —Era evidente que Wilfredo también dominaba aquel tema—. En cualquier caso, si existiese un monstruo de semejante magnitud, podéis estar seguros de que un miserable calamar gigante no tendría ni la más remota posibilidad de sobrevivir.
Al terminar la tanda de preguntas, Wilfredo les dijo que a continuación irían subiendo plantas para que todos los aprendices pudiesen merodear a su antojo y disfrutar de las maravillas del santuario. Como no había escalera, Wilfredo solucionó el problema en un santiamén.
—¡Elevator! —pronunció con claridad.
El efecto del encantamiento comenzó a sentirse rápidamente bajo sus pies. Empezó como un agradable cosquilleo para terminar alzándose como una gran columna de agua cuya base alcanzaba todo el suelo del Santuario del Calamar Gigante. Los muchachos vieron cómo subía un metro, dos… hasta llegar a lo que parecía la segunda planta.
A diferencia del piso inferior, ésta se encontraba dividida en numerosos compartimientos similares a burbujas de agua. Cada una de ellas estaba dedicada a una temática diferente. Una presentaba una pequeña exposición fotográfica en la que se mostraban imágenes y recortes de la prensa humana con avistamientos de calamares gigantes en las costas. Otro de los apartados parecía un acuario pequeño en el que habitaban un buen número de especies que hacían las veces de alimento del mítico animal. Un tercer compartimiento ensalzaba a aquellos hechiceros que habían dado su vida por la causa de los calamares gigantes. Como era de esperar, la gran mayoría pertenecía al elemento Agua. Sin embargo, a Elliot le sorprendió encontrar que uno fuese del Fuego. Tal vez, los calamares gigantes, al igual que los dragones, escupían fuego.
Después de dar unas cuantas vueltas por la segunda planta del Santuario del Calamar Gigante, Wilfredo ejecutó nuevamente el encantamiento elevador para trasladarles al tercer piso. De dimensiones mucho más reducidas, disponía de un curioso hilo musical con diferentes sonidos del agua (el mar, burbujas, cascadas…). Allí pudieron disfrutar de dos nuevas proyecciones, vieron numerosas instantáneas, esculturas de calamares y dibujos mágicos realizados con lo que sin duda era tinta de calamar.
No tardaron en descubrir un compartimiento que parecía una sala de videojuegos. Uno se ponía en el papel del calamar gigante y mantenía una titánica lucha con una pareja de enormes cachalotes. Cuando el maestro Lampretti vio que se formaba una larga cola para participar en aquella actividad y que empezaba a salir un poco de humo gris y maloliente de la parte superior, decidió que era el momento de acceder a la cuarta y última planta.
Allí estaba ubicada la tienda de recuerdos. Elliot se hizo con una figurita de un calamar que movía sus tentáculos agitadamente, y si uno osaba tirar de uno de ellos rápidamente recibía un chorro de tinta en el ojo. También compró un mapa tridimensional —donde se suponía que había probabilidades de encontrar calamares gigantes— y una bolsa de gominolas con forma de pececillos.
Cuando todos finalizaron sus compras, el maestro Lampretti dio por acabada la visita. Elliot había quedado completamente fascinado por todo lo que había visto y reservó un hueco especial en su memoria para el kraken.
Quien pareció aliviado ante la marcha de los aprendices fue Wilfredo. Movía su mano derecha tímidamente, en señal de despedida. Sin embargo, su rostro manifestaba una expresión bien distinta, de ansiedad. Tan pronto como el maestro Lampretti desapareció tras el último de sus alumnos, Wilfredo se apresuró a cerrar la puerta mágica que llevaba a la escuela de Bubbleville. Ni siquiera esperó a que lo hiciese el maestro desde el otro lado.
Frunció el ceño y dio media vuelta. Inmediatamente se dirigió a una puertecilla que apenas llamaba la atención junto a la tienda de recuerdos y descendió por unas estrechas y empinadas escaleras de caracol. A los pies de éstas se alzaba un alargado espejo de cuyo marco de oro parecían brotar tentáculos de calamar.
—¡Qué sabrá el niñato ese acerca de los kraken! —escupió de mala gana.
Con un susurro abrió una puerta mágica y, sin perder un instante, la atravesó.
La oscuridad reinaba al otro lado, aunque sus ojos no tardaron en adaptarse. Había llegado a un habitáculo de reducidas dimensiones con una gruesa vidriera al frente. Junto a ésta había otra persona.
—¿Qué tal se está comportando nuestro amigo gigante? —preguntó Wilfredo a modo de saludo.
—Todo está bajo control —fue la escueta respuesta.
Ambos se acercaron a la ventana y trataron de observar. Al otro lado había agua y algo similar a una montaña. Nadie hubiese afirmado que aquella criatura estaba viva.
—¿Sigue sin comer? —inquirió Wilfredo.
—Así es.
—Estupendo. Lo necesitamos con bastante apetito…
Sin decir nada más, abandonó la estancia. Al parecer no era más que un control de rutina.
Aquellos murmullos despertaron al señor Tomclyde. Su sueño era muy ligero, y el mínimo ruido lo retornaba a la realidad. Aguzó el oído todo lo que pudo. No parecía el loro. No. Aquella vez dialogaban dos personas.
—¡Qué sorpresa verte por aquí, Wilfredo! Pensaba que estarías en tu barquita, pescando…
—No te pases ni un pelo, Scunter —le espetó el recién llegado—. Dentro del menú de mi kraken no serías más que una minúscula col de bruselas…
—Tiemblo de miedo…
—Pues deberías. Como no termines de recolectar todo el Traphax necesario, ya sabes lo que te espera.
—Os creéis que es muy fácil, ¿eh? Necesitamos Traphax para mover a tu asquerosa mascota, para hacernos con más esclavos y, por si fuera poco, para trasladar toda una ciudadela a la superficie.
El señor Tomclyde permanecía a la escucha. ¿Traphax? ¿Kraken? ¿De qué demonios estaban hablando esos dos?
—Tengo entendido que has reservado cristal para una nueva partida de trabajadores y ella no parece muy contenta. No gastes tanto en capturar esclavos…
—Y si no, ¿quién trabaja?
Un silencio invadió la estancia. Seguro que el tal Wilfredo opinaba que trabajase él.
—Tú sabrás lo que haces —dijo el visitante al final—. Bien, veo que has decorado tu casa con una nueva estatua. Lamento decirte que no tienes muy buen gusto para el arte. ¡Esa cara da miedo!
El señor Tomclyde oyó cómo se alejaba el recién llegado, al tiempo que su carcelero maldecía a sus espaldas.