41

Petrificado por la amedrentadora sorpresa, Nick miró fijamente la escena del cuerpo que surgía del lago. El rostro contraído no era el de Julie. La figura culebreó en el aire, pataleó hacia el cielo y se desvaneció bajo el agua con un formidable chapoteo.

Karen se lanzó hacia adelante, enarbolando fieramente la navaja. Al tiempo que se precipitaba dentro del lago, Nick la vio hundir los brazos en el agua. Julie había desaparecido. ¿Dónde estaría? ¿Se ahogaba en el fondo, herida de gravedad? Con agua hasta la cintura, el muchacho vadeaba contra el empuje de las aguas cuando surgió la cabeza de Julie.

El brazo izquierdo de Karen emergió a un lado de Nick. Tenía la mano envuelta en largos cabellos negros. Levantó la cabeza de la mujer, cuya boca abierta arrojó agua y sangre. Cuando aparecieron los hombros, Karen alzó la navaja, dispuesta a descargar una cuchillada. Titubeó. Bajó el arma. Miró a Nick.

—¿Muerta?

—Así parece.

Julie se les acercó andando a través del agua.

—¿Está muerta?

—¿Qué ha pasado? —preguntó Nick a su vez.

—Se la cargó con el cuchillo.

A medida que Julie se aproximaba a la orilla, el nivel del agua iba bajando por su cuerpo. El rayo de luz de la linterna la enfocó. La muchacha entornó los párpados y volvió la cara. Nick emitió un gruñido al ver la mandíbula y el hombro desgarrados y cubiertos de sangre.

—Dios bendito, Julie.

—Estoy bien. Llevémosla a la orilla.

—Ya la aguanto yo —dijo Karen.

—Bueno, yo llevo una de las mochilas.

Nick esperó a que pasaran delante. Karen tiraba del cadáver, al que tenía agarrado por los pelos. Flotaba boca abajo, con la cara en el agua, grisáceas la espalda y las estiradas piernas a la pálida claridad lunar. Nick empuñaba el hacha en la mano izquierda, presto a utilizarla, pero no percibió el menor indicio de vida.

Julie fue la primera en llegar a tierra. Dejó la mochila y volvió sobre sus pasos. Karen y ella cogieron un brazo cada una. Arrastraron el cadáver hasta el suelo seco del borde del lago. Benny proyectó la luz de la linterna sobre él. Nick se arrodilló para examinar las heridas de la espalda, dos pulposas cuchilladas que lentamente se iban llenando de sangre.

—Desde luego, te la cargaste —murmuró Benny.

Julie dio la vuelta al cuerpo y Nick retrocedió, impresionado al ver aquello. Benny jadeó. Karen apartó la cara y se llevó las manos a la boca. Julie murmuró:

—¡Jesús!

El torso estaba abierto desde inmediatamente encima del monte de Venus hasta casi la caja torácica. Por la hendidura se derramaban las entrañas. Parecían un montón de serpientes muertas.

Julie se echó atrás, mientras meneaba la cabeza. Nick se le acercó. Dejó caer el hacha y la atrajo hacia sí. Ella le rodeó con los brazos. Estaba fría y empapada. Intensos estremecimientos la sacudían.

—Todo va bien —dijo Nick.

—Yo hice eso —musitó Julie.

—Te viste obligada a hacerlo.

—Lo cual no mejora la cuestión.

—Ya lo sé. También yo he pasado por lo mismo. ¿Te acuerdas?

—Sí.

Julie oprimió su rostro contra el cuello de Nick. Este notó el roce de las pestañas. La diestra del joven aún sujeta por la correa que la mantenía baja, acarició la helada piel del costado de Julie.

—Acerquémonos a la fogata —dijo Nick.

—Quiero sacar las mochilas que quedan en el agua.

—¿Estás majareta?

—Sí. Pero tú me quieres a pesar de todo, ¿no?

—Sí, seguro. —La besó en la boca. Ella le abrazó, apretando con fuerza, olvidando las heridas del muchacho, hasta que Nick dio un respingo de dolor.

—Lo siento.

—No tiene importancia. Anoche fui yo quien te hizo daño.

Julie le sonrió.

—Desde luego. Y no lo olvides.

—No lo olvidaré nunca.

—¿Aún me respetas?

—No.

Ella se echó a reír sosegadamente.

Nick le dio un pellizco en las nalgas, por encima de la mojada y sedosa tela de las bragas, y Julie se revolvió contra él. Nick experimentó una cálida oleada de placer.

—No me hagas sentirme demasiado bien —advirtió Julie—, no sea que se me quiten las ganas de volver al lago.

—No quiero que vayas.

—La llamada del deber es la llamada del deber.

Tras un último beso, Julie se alejó hacia el agua.

Karen estaba agachada cerca de la orilla. Benny le procuraba luz con la linterna mientras la mujer rebuscaba en el interior de una mochila. Sacó una caja de plástico.

—Botiquín de primeros auxilios —explicó. Lo levantó hacia Nick—. ¿Por qué no te llevas a Julie hasta la hoguera y la remiendas un poco?

—Estoy perfectamente —afirmó Julie.

—Te desangras por todas partes.

—Tengo que sacar las otras mochilas.

—Yo me encargaré de eso —dijo Karen—. Tú y Nick id a la lumbre y curaos mutuamente.

—¿Estás segura?

—Sí. Largaos.

—Gracias —dijo Nick.

Tomó a Julie de la mano y ambos echaron a andar uno al lado del otro hacia el resplandor de la fogata.

—Quizá sería mejor que no fueses —dijo Benny. Karen sacó de la mochila una goteante camiseta de manga corta y se enderezó.

—¿A qué viene eso? —preguntó.

—No me gusta.

—Esa mujer ha muerto, Benny. Todo se acabó.

El chico se volvió para proyectar el foco de la linterna sobre el cadáver. Seguía allí. No se había movido ni un milímetro.

Karen cogió la mano de Benny. Le presionó el pulgar, obligándolo a desplazarse hasta el interruptor y apagar la linterna.

—No la mires —dijo—. ¿Por qué no te vas a la fogata? Estaré de vuelta dentro de unos minutos.

—Quiero quedarme contigo.

—Está bien, pero mantén la luz apagada.

—No la miraré.

—Ni a mí tampoco.

—¿Cómo?

—No quiero que mi chándal se moje más de lo que está —dijo Karen.

Retorció la blanca camiseta de manga corta, para escurrir el agua que la empapaba. Benny tragó saliva. Se quedó casi sin aliento mientras contemplaba la espalda de Karen a la luz de la Luna. Las bragas parecían una tenue sombra que cruzaban los glúteos. Cuando la mujer alzó los brazos para ponerse la camiseta, el chico vislumbró el lado de un pecho. Se sintió culpable por su índole de mirón, pero no podía evitarlo. Del mismo modo que había sido incapaz de apartar la vista cuando Karen estaba junto a la lumbre.

La mujer se bajó la camiseta hasta la cintura y se volvió de cara a Benny. Tal como se le ceñía la prenda, al chico le entraron unos deseos tremendos de iluminarla con la linterna. Pero no lo hizo.

—Está bien —expresó Karen—. Me voy al agua.

—Date prisa.

La vio meterse andando en el lago. Una figura cuya claridad destacaba sobre las negras aguas. Parecía haberse quedado sin piernas, como si hubiera cortado su cuerpo justo debajo del nivel de la superficie. La imagen le hizo sentirse intranquilo. Lanzó una mirada al cadáver de la bruja, tendido a un par de metros de donde él se hallaba, y luego se apartó. Encendió la linterna y jugueteó con su foco sobre el suelo hasta que tropezó con el hacha, que seguía donde Nick la había dejado caer. Se llegó a ella. Se puso la linterna en un bolsillo de la parka y se inclinó. Un pinchazo relampagueante le recorrió el brazo, pero se convirtió en un dolor sordo al enderezar Benny el cuerpo, ya con el hacha en la mano izquierda.

Miró hacia Karen. La mujer avanzaba despacio, lateralmente, y sólo la cabeza y los amarillentos hombros eran visibles en la negrura.

Benny se acercó a la orilla y bajó la mirada sobre el chándal de Karen, que cubría una de las mochilas. Recordó el tacto suave de la prenda cuando, la noche anterior, se acurrucó contra la mujer. Luego, su imaginación se recreó con la escena de Karen vista al resplandor de la fogata, mientras se calentaba frente a las llamas, ignorante de que él la contemplaba a hurtadillas. «Está feo espiar», le había reconvenido.

La bruja está desnuda.

«Es fea y ha muerto. Mirarla sería una perversión». Pero lo hizo. Los pechos del cadáver, a la luz de la Luna, aparecían grisáceos como las piedras. Los pezones, casi negros.

Lanzó una ojeada en dirección al campamento. Julie estaba sentada de cara a la fogata. A su espalda, Nick le vendaba el hombro.

Comprobó el lago. En aquel momento la cabeza de Karen se zambullía bajo la superficie y la mujer se perdió de vista.

Unos cuantos pasos rápidos y Benny estuvo de pie ante la bruja. Sostuvo el hacha apretada entre las rodillas. Se sacó la linterna del bolsillo. Proyectó el foco de luz sobre la vieja. A la tenue claridad nocturna, los pechos parecían tersos. Tenían un tono blanco sucio. Distinguió una red de venas azules bajo la piel. Los pezones eran muy grandes. La carne, pardo-rojiza, tenía un extraño toque azulado. El corazón de Benny le retumbaba en el pecho. Se sentía sucio, asqueroso. Pero incapaz de apartar la vista.

Nunca había tocado el pecho desnudo de una mujer. Se preguntó qué tacto tendría.

—¡No! ¡Está muerta!

«O quizá no esté muerta y pretenda liquidarme». Apagó la linterna y retrocedió un paso.

El hacha cayó de entre sus rodillas.

Se agachó para recogerla y quedó inclinado muy cerca de la mujer, con la mirada fija en sus senos iluminados por la Luna. Alargó la temblorosa mano izquierda.

La bruja le agarró la muñeca.

Nick chocó violentamente contra la espalda de Julie, a la que despidió hacia adelante, fuera del tocón. La muchacha levantó un brazo para protegerse la cabeza. Esta tropezó con las piedras que rodeaban la fogata y se hundió entre ellas. El peso abandonó su espalda. Alzó la cabeza para ver a Nick desplomarse en medio de la hoguera y provocar una aparatosa lluvia de chispas. Un sucio hombre desnudo se aferraba a la espalda de Nick.

Ambos permanecieron apenas unos segundos entre las llamas, para luego rodar sobre las piedras de la pequeña línea que protegía la lumbre por el lado contrario. Julie se impulsó hacia arriba. Nick se puso a gatas, con el hombre a horcajadas encima de él. Trataba de ahogarle, con el brazo alrededor de la garganta, tal como el señor Pescado había intentado con él.

Julie cogió una roca. Le abrasó los dedos y la soltó. Nick rodó de costado. Julie lanzó un vistazo a la cara del hombre y se quedó boquiabierta al reconocerlo. Era el sujeto que había violado a Karen, que había intentado violarla. Era el hombre al que Nick había matado casi una semana antes.

A espaldas de Julie chasqueó una rama. Giró en redondo. Una adolescente avanzaba hacia ella dando bandazos. La revuelta cabellera de la moza estaba llena de polvo. Manchas de tierra ensuciaban su piel grisácea. Señales de mordiscos mancillaban sus hombros y pechos.

De un salto, Julie se apartó de las manos tendidas hacia ella. La chica se desvió, sin interrumpir su avance.

—¡Lárgate! —conminó Julie a voces.

Y entonces vio a un hombre que surgía tambaleante de la oscuridad, detrás de la muchacha. La cabeza, baja, colgaba suelta, oscilando y bamboleándose a cada paso del individuo.

Julie se oyó gemir mientras retrocedía. Su talón tropezó con una piedra y en un tris estuvo de ir a parar al suelo. Recobró el equilibrio, se agachó y cogió la roca. Estaba caliente por su cercanía a la fogata, pesaba bastante y tenía bordes dentados. Julie se la arrojó a la chica. Le alcanzó en la nariz y en mitad de la abierta boca.

El impacto despidió la cabeza hacia atrás, pero la adolescente no chilló, se encogió y ni parpadeó siquiera. El peñazo rebotó en su cara. Dejó la nariz partida, el labio superior aplastado y los dientes rotos. Pero no hubo hemorragia.

En silencio, se inclinó y recogió del suelo la piedra.

De improviso, el hombre estaba a su lado.

Julie dirigió la mano hacia la hoguera. Agarró un palo por su extremo no encendido y lo sacó de la lumbre. La otra punta llameaba como una antorcha. Lo movió de un lado a otro por delante de la pareja, pero ellos continuaron avanzando como si no los afectase. Julie retrocedió. Saltó lateralmente y asestó un golpe con la antorcha a la espalda del hombre que estaba encima de Nick. No surtió ningún efecto. Le clavó la punta encendida del palo en la cabeza. La enmarañada cabellera se prendió fuego. Llameó. Pero el agresor continuó sobre el contorsionante cuerpo de Nick, decidido a ahogarle.

Lanzó la rama encendida hacia los otros. No alcanzó al individuo de la cabeza colgante porque se agachó en aquel momento para coger una peña. Julie vislumbró la herida que tenía en la espalda… Era como si hubiesen descargado violentamente sobre aquellas costillas una cuña afilada.

Julie agarró un pie del hombre que cabalgaba sobre Nick. Cerró ambas manos alrededor del frío tobillo y tiró hacia atrás con todas sus fuerzas. Lo arrastró. Nick hizo palanca en el brazo y logró quitárselo de encima.

Julie soltó un grito de dolor cuando una piedra la alcanzó en el hombro vendado. Soltó el pie y giró en redondo. La adolescente atacaba de nuevo. La piedra golpeó un lado de la cara de Julie. Le estalló la cabeza. Tropezó en su retroceso, al pisar una pierna del hombre caído a su espalda, y se desplomó sobre él. Los brazos del individuo se ciñeron alrededor de su cintura. La dejaron sin resuello. Notó en la espalda el calor del carbonizado cuero cabelludo del hombre.

La adolescente se inclinó, con la piedra en las manos. Julie le propinó un puntapié. El hombre de la cabeza suspendida apartó a la chica y se abalanzó contra Julie. Ella adelantó las manos hacia el atacante, pero se le doblaron los brazos. El hombre chocó contra Julie y la frente golpeó la cara de la joven. A través de su aturdimiento, Julie oyó un alarido. Durante unos segundos sintió encima un peso abrumador. Que en seguida se desvaneció. Abrió los ojos. El hombre continuaba encima de ella, pero la cabeza había desaparecido. Nick lo había cogido por el pecho y tiró de él cuando rodó sobre sí mismo. Nick se incorporó sobre las manos y las rodillas. Sus aterrados ojos encontraron los de Julie. De inmediato, la adolescente saltó sobre la espalda de Nick y le arrojó contra el suelo.

—¡No! —chilló Julie cuando la chica lanzó su piedra contra la cabeza de Nick.

Éste se llevó las manos a la parte posterior de la cabeza y fueron ellas, las manos, las que recibieron el impacto.

Algo se estrelló contra el oído de Julie. Gritó y lo retuvo, al tiempo que el dolor reventaba en sus dedos y el hombre sin cabeza volvía a golpearla con la piedra. Los brazos que rodeaban su cintura aliviaron la presión. Con un arrebato de esperanza, Julie asestó un golpe a los hombros del individuo, lo que le impulsó hacia arriba ligeramente. Soltó el pedrusco. Apretó con ambas manos la garganta de Julie. La muchacha contempló el pulposo tocón que era ahora el cuello roto del hombre, mientras éste la empujaba hacia el suelo.

Julie notó un tirón a la altura del pecho. Oyó que se desgarraba la tela. Sintió el contacto de unas manos heladas.

El cadáver que estaba debajo de Julie la acarició y oprimió sus pechos, mientras el que se hallaba encima trataba de estrangularla.

La mano que aferraba la muñeca de Benny le hizo perder el equilibrio. Entumecido por el horror, intentó soltarse. Los dedos continuaron sujetándole con fuerza. Tiraron de él y Benny cayó encima de la bruja. Emitió un grito cuando el rostro se vio impulsado contra el pecho de la mujer. El brazo roto de Benny estalló de dolor.

Mientras yacía atravesado sobre ella, con las rodillas en el suelo, la bruja le retorció el brazo a la espalda. Le cogió la muñeca con la otra mano. Benny sufrió un repentino estirón, un trastazo violento contra el codo. Percibió un ruido chasqueante, de desgarro, cuando se desencajó la articulación que lo unía al hombro y el brazo quedó descoyuntado. Soltó un chillido y se desmayó.

En el lago, Karen retrocedía, con el agua llegándole a la altura del pecho. Tiraba de las dos mochilas, que sujetaba por las correas, cuando oyó un grito procedente de la orilla. Volvió la cabeza. Miró con atención. Las correas se le escaparon de entre los dedos, súbitamente paralizados.

No lo comprendía, no podía creer lo que estaba viendo.

Siluetas de cuerpos enredados que se retorcían por el suelo, cerca del caótico campamento, donde todo estaba disperso…

Una lucha a brazo partido a la luz de la Luna, junto a la orilla.

Se precipitó hacia adelante y nadó, dando al agua furiosos manotazos y frenéticas patadas. Se devanaba el cerebro mientras corría hacia la ribera. ¿Qué diablos estaba ocurriendo? ¿De dónde había salido toda aquella gente? ¿Y si no podía echar una mano a sus compañeros? ¿Y si llegaba allí para encontrarse muertos a los demás? ¡Oh, Dios, no! ¡Por piedad!

La mano que remató su última brazada arañó el fondo rocoso. Cobró impulso para ponerse en pie y avanzar a toda prisa, salpicando agua. Quería llegar cuanto antes a la fogata. ¿Qué está pasando? Concentró luego la mirada en las extrañas formas que tenía frente a sí. Notó bajo los pies la seca tierra firme.

Allí estaba la mujer —la bruja— tendida boca arriba. Unas piernas inmóviles asomaban por un costado de la figura. ¿Benny? Las manos estaban sobre la cabeza del chico, oprimían su cara contra el hendido vientre, trataban de asfixiarle.

Karen cogió a Benny por las caderas y tiró de él hacia atrás. Cuando le arrastraba fuera del cuerpo, la vieja se dio media vuelta, gruñó, empuñó el hacha y reptó hacia ellos. Karen saltó por encima de Benny. Pisó el hacha, con la hoja contra el suelo, y aplicó el otro pie violentamente al rostro de la mujer. La cabeza salió despedida hacia atrás. Karen cogió la barbilla y la base del cráneo. Retorció con todas sus energías. El cuerpo se desplomó de espaldas. Cuando la cabeza se levantaba, Karen bajó el talón con furia: la cabeza se estrelló contra el piso de roca y el tacón aplastó la nariz. El cuerpo quedó tendido, inmóvil.

Karen cogió el hacha y giró en redondo. Benny levantó la cabeza.

—Quieto ahí —jadeó Karen—. Voy con… los demás… todo este infierno…

Echó a correr hacia la hoguera.

—¡Karen! —gritó el chico.

La mujer volvió la cabeza, sin interrumpir su carrera. Benny se había dado media vuelta para ponerse boca arriba y estaba sentándose.

—¡Regresa! —gritó—. ¡Escúchame! ¡Sé lo que hay que hacer!

Karen retornó presurosamente hacia Benny.

—¡Mata a la bruja! —exclamó—. ¡Rápido!

—No puede…

—¡No está muerta! Si le hubiésemos hecho caso antes…

Karen corrió de regreso y, al llegar, se dejó caer de rodillas. La mujer tendida ante ella murmuraba algo, con la vista en el cielo.

—¡Rápido! —chilló Benny.

Nick había conseguido ponerse a gatas, pero la adolescente seguía montada en su espalda. La piedra le golpeó la cabeza. Se impulsó lateralmente y rodó sobre la muchacha. Las piernas le rodeaban las caderas, ceñidas a ellas. Un brazo le cruzaba la garganta. Se alzó una mano por encima de la cara de Nick. Sostenía la piedra de canto irregular y el muchacho comprendió que no iba a poder levantar el brazo a tiempo para bloquear el golpe.

Karen descargó el hachazo. El filo atravesó la frente de la mujer. El cuerpo sufrió una sacudida y se contorsionó. Karen levantó de nuevo el hacha y asestó otro golpe con ella.

La piedra cayó. Rebotó en la frente de Nick. El brazo curvado sobre su garganta quedó inerte. Las piernas se separaron de su costado.

Nick se desprendió de la adolescente. La chica yacía inmóvil en el suelo. Nick tomó impulso y se levantó. Mientras caminaba tambaleándose hacia ella, Julie, aprisionada entre los dos hombres desnudos, separó las manos del decapitado, hasta entonces aferradas a su garganta. Julie hipaba y sollozaba. Nick agarró por el hombro y la cadera al individuo y lo apartó, haciéndole dar media vuelta. Cuando el cuerpo se desprendió hacia un lado, un par de manos resbalaron fuera de los pechos de Julie.

Ella alzó los brazos hacia Nick.

El muchacho la cogió por las muñecas y tiró de Julie.

Se alejaron de los cadáveres. Nick apoyó contra sí a Julie. Durante un buen rato, se sostuvieron tiernamente el uno al otro y lloraron.