40

—¡Oh, Dios mío! —murmuró Julie—. ¡Oh, Dios mío!

Tiró de la navaja. Nick se puso tenso y soltó un grito, pero la hoja, hundida varios centímetros bajo el hombro derecho, no parecía dispuesta a salir. Julie tiró con más fuerza. El mango se le escurrió de la húmeda mano.

—Lo intentaré yo —dijo Karen.

—Debe de estar clavada en el hueso —comentó Julie—. Ha profundizado de un modo terrible.

—No le quites ojo al lago, Benny —Karen se pasó la mano derecha por el chándal y agarró las cachas de la navaja. Apoyó la izquierda en la ensangrentada espalda de Nick.

—¡Aaaayyyy!

Nick se estremeció y clavó los dedos en la tierra del suelo cuando Karen trató de arrancar el cuchillo. Removió la hoja, hasta que consiguió retirarla. Los músculos de Nick aflojaron su tensión. El muchacho bajó la cara hasta el suelo. Jadeaba y sollozaba.

—Acerquémoslo a la fogata —dijo Karen.

Nick se puso a gatas. Julie y Karen le agarraron por los brazos y le levantaron. Se tambaleó entre ellas, como si las piernas estuviesen demasiado debilitadas para aguantar su propio peso.

Al llegar ante la lumbre, le sentaron en un tocón, de espaldas al resplandor de las llamas. Julie se llevó la mano al nudo del pañuelo empapado que llevaba en el cuello. Lo desató, se quitó el pañuelo y lo retorció para exprimir el agua embebida en él. Lo pasó suavemente por la herida. La cuchillada apenas tenía dos centímetros y medio de ancho. Sangraba fluidamente, pero no a borbotones.

—No parece demasiado grave —diagnosticó Karen.

—No parece que me sienta demasiado bien —replicó Nick. Su voz sonó agarrotada y temblona a la vez.

Julie dobló el pañuelo, formó con él un grueso apósito y lo apretó firmemente contra la herida. Nick dio un respingo.

—Voy a buscar sus ropas —dijo Karen. Se alejó y Benny se fue con ella.

Mientras sostenía el improvisado apósito en su sitio, Julie se inclinó sobre Nick. Oprimió la cara sobre el cabello húmedo y besó a Nick en la cabeza. Alargó la mano libre y le frotó el pecho. Nick temblaba violentamente.

—Supongo que tuve suerte —comentó Nick.

—Mucha suerte —susurró Julie.

—La bruja no pudo sacar el cuchillo. La cagó.

—Claro.

—Esta vez —añadió el muchacho.

Regresó Karen, con las prendas de Nick hechas un fardo en los brazos. Benny llevaba el hacha.

—Tuviste suerte —dijo Julie—. Ahí está tu ropa, y está seca.

—Es cuestión de disponer algo para que el vendaje se mantenga apretado donde debe estar —dijo Karen—. No va a ser fácil. La herida se encuentra en un mal sitio. —Desabrochó la hebilla del cinturón de Nick—. Tendrás que mantener el brazo abajo. —Rodeó con la correa la parte superior del torso. Julie apretó el pañuelo mientras Karen pasaba una punta del cinturón por debajo de la axila izquierda. Pasó el otro por el brazo derecho, justo debajo del hombro, y abrochó la hebilla, bien apretada, en el pecho—. ¿Qué tal?

—Bien, si no levanto el brazo.

—Pues no lo levantes.

—Vale. Siempre y cuando no tenga que hacerlo.

—Le vestiré —dijo Julie.

—Estupendo.

Karen y Benny se alejaron.

Karen volvió los ojos hacia Benny. El chico la contemplaba con fijeza.

—Está feo espiar —advirtió, y entonces Benny apartó la vista.

Karen estaba sentada en un peñasco, tan cerca de la lumbre que ésta arrancaba nubecillas de vapor a las mojadas perneras de los vaqueros. El calor era estupendo, pero sólo surtía efecto por delante. La parte posterior del chándal y de los pantalones tenía un contacto gélido sobre la piel.

Desde el otro lado de la fogata, Benny la miraba fijamente a través de los centelleantes cristales de sus gafas.

—Bien, manténte ojo avizor —le aconsejó Karen—. Malditas las ganas que tenemos de que alguien se acerque furtivamente.

Con una inclinación de cabeza, Benny giró las piernas y dirigió la vista hacia el lago.

Karen se levantó. Se apartó un poco de la fogata y se quitó el chándal. Suspiró cuando el calor le acarició la espalda. Al tiempo que escudriñaba la oscuridad extendida más allá de la hoguera, escurrió el agua del chándal. Cuando terminó, miró por encima del hombro a Benny. El chico la estaba observando. Desvió la mirada apresuradamente y Karen se volvió. Sostuvo el chándal por encima de las llamas. El vapor se desprendió de la prenda como volutas de humo y la brisa se encargó de dispersarlo.

A la izquierda de la mujer, Nick tenía la camisa de franela echada por la espalda. Con un brazo dentro de la manga. Se puso en pie. En cuclillas frente a él, Julie le bajó los calzoncillos. Nick se apoyó en los hombros de la joven mientras ella le quitaba los calzoncillos y procedía a embutirle los vaqueros.

El chándal aún estaba húmedo cuando se lo puso, pero al menos le pareció cálido. De momento. Se sentó en la roca para quitarse las botas y los calcetines. Se desabotonó la cintura de los pantalones, bajó la cremallera y se los quitó junto con las bragas.

Julie ponía los calcetines a Nick.

La piedra estaba fría y granulosa bajo las nalgas de Karen, pero continuó sobre ella mientras escurría las bragas. Las acercó a la fogata mientras Benny seguía examinando la orilla del lago y Julie terminaba de poner a Nick los calcetines y las botas. Luego, Karen se puso en pie, se sacudió de las asentaderas la arena que se le había adherido y se puso las bragas. Estaban cálidas y secas.

Se volvió para que las llamas le calentasen la espalda y se esforzó en retorcer y escurrir los vaqueros. Era difícil domeñar aquella tela acartonada. Acabó por darse por vencida. Se puso de cara a la lumbre y sostuvo los pantalones sobre las llamas.

Nick se volvió hacia la hoguera. Tenía el brazo dentro de la camisa, lo que impidió a Julie abotonársela.

—¿Qué tal te encuentras?

—Un poco mejor. Pero bastante descompuesto.

Benny miró por encima del hombro. Karen le hizo una seña con la cabeza y el chico giró las piernas. Se inclinó hacia el fuego.

—Sospecho que trata de irnos eliminando uno tras otro —dijo Nick.

—Atinado comentario —repuso Karen.

—No me extrañaría que planeara matarnos por congelación —opinó Julie. Se aproximó a la hoguera. Karen vio que estaba tiritando. La muchacha añadió—: ¡Qué diablos! Ya que me estoy quedando como un témpano, lo mismo puedo lanzarme y recuperar las mochilas.

Nick, asombrado, la miró con la boca abierta.

—¿Por qué no? Ya estoy como una sopa.

—Dejémoslas allí hasta mañana —dijo Karen.

—Ni siquiera tenemos la certeza de que los sacos de dormir se hayan mojado. Están dentro de bolsas fuertes. Es posible que se conserven bastante secos. Además, en las mochilas llevamos comida y los botiquines de primeros auxilios. Sobre todo los botiquines. Antisépticos. Podremos ponerte una venda de verdad, Nick. Sería mejor que tenerte trabado con esa correa.

—No podrás conseguirlo —dijo Nick.

—Sabemos dónde se encuentran las mochilas.

—¿Y si ella está allí? —preguntó Benny.

—¿Crees que va a pasarse toda la noche en el lago, con la esperanza de que nosotros volvamos?

—Quizá lo sabe. Tal vez quiere acabar contigo.

—No seas tonta.

Karen suspiró.

—No es un idea inteligente, Julie. Puede estar allí al acecho.

—Aunque esté esperando, ahora ya no tiene cuchillo.

—Eso no lo sabes a ciencia cierta —dijo Nick.

—Si hubiese tenido otra navaja, la hubiera empleado contra ti.

—No se necesita un cuchillo para matar a alguien —sentenció Karen.

—Matar puede hacerlo cualquiera de las dos —dijo Julie. Se llegó a Nick y cogió el cuchillo de monte de su regazo. Él le agarró la muñeca.

—Tú no puedes… —dijo.

—Precisamos esas mochilas. No me digas que no, o tendría que ponerme en contra tuya.

—Julie.

La muchacha se inclinó un poco más y le besó en la boca. Luego le susurró algo. Nick también le bisbiseó unas palabras y le soltó la muñeca.

—Mantén el fuego bien atizado para mí. Lo necesitaré.

Se acercó a las llamas. Se quitó el cinturón y pasó por la correa la vaina del cuchillo de monte. Sentada en un peñasco, al lado de Benny, se descalzó las botas y los calcetines. A continuación se desnudó hasta quedar sólo con el sostén y las bragas.

—¿Quieres mantener esto caliente mientras vuelvo? —preguntó, al tiempo que tendía las prendas a Karen.

—Voy contigo.

—No tienes por qué.

—Ya lo creo que sí —le sonrió Karen.

—Iremos todos —decretó Nick.

—Benny y tú ya estáis secos.

—Podemos quedarnos en la orilla. Por lo menos, nos encontraremos a mano, caso de que suceda algo.

Julie asintió. Se puso el cinturón y deslizó el cuchillo de monte hasta situarlo en la cadera. Mientras Nick y Benny se levantaban, la muchacha tendió sus prendas sobre unas piedras, cerca de la lumbre.

Karen extendió los vaqueros en la roca sobre la que había estado sentada.

—¡Que empiece el espectáculo! —dijo Julie.

Julie se encogió al entrar en el agua. Antes, cuando se lanzó en pos de Nick, la necesidad de auxiliarlo era tan abrumadoramente apremiante, que apenas tuvo conciencia del frío. Ahora, todo su cuerpo tiritaba mientras iba adentrándose en el lago.

—Zambúllete de golpe —le sugirió Nick.

—Es fácil decirlo —respondió Julie.

Karen, que iba inmediatamente delante de ella, con el agua hasta los muslos, se levantó la parte inferior del chándal para evitar que se mojara. Dio media vuelta para quedar frente a Julie. Llevaba la navajita entre los dientes. La cogió con la mano.

—¿Vale para algo? —preguntó. Su voz era un poco más aguda de lo normal.

—Perfectamente.

—Tardaremos menos si bajamos buceando las dos a por ellas.

—Nos estorbaríamos una a la otra.

Julie adelantó a Karen. Respiró entrecortadamente cuando el agua helada le llegó a la entrepierna. Un paso más y el nivel le alcanzó la cintura. Hundió el vientre como si pretendiera librarlo de aquel toque doloroso.

—¡Dios! —jadeó. Se volvió—. Te pasaré las tres. La última la llevaré yo.

—De acuerdo —dijo Karen.

—Después nos sentaremos encima de la fogata.

—Cuenta con mi voto para eso.

—¡Allá voy! —gritó a los otros.

De pie en la orilla del lago, Nick agitó el hacha por encima de la cabeza. A su lado, Benny dirigió el foco de la linterna sobre los ojos de Julie. El resplandor la cegó dolorosamente. La joven se apartó con un brusco movimiento y murmuró:

—Un millón de gracias.

Luego se alejó un poco más, vadeando. El agua helada ascendió por el sujetador y le cubrió los hombros. Se desvió hacia la derecha e inició la búsqueda. El agua la mantenía a flote, de forma que sus pies apenas tocaban las resbaladizas rocas del fondo. Daba largas y lentas zancadas, golpeando el agua con los brazos, a guisa de paladas, para impulsarse hacia adelante.

Entonces, la punta de los pies tropezó con algo que no era roca. Tanteó con el pie. Era una mochila.

—Ya tengo una —anunció.

A un par de metros de distancia, con el agua a la cintura, Karen inclinó la cabeza y volvió a ponerse la navaja entre los dientes. Julie se llenó de aire los pulmones. Acto seguido, se zambulló. Mantenía los ojos abiertos, pero sólo vio oscuridad mientras sus manos agarraban los lados de la mochila, plantaba los pies en las resbaladizas piedras y se remontaba. La mochila parecía no pesar casi nada.

Emergió y volvió a llenarse los pulmones de aire. Con la mochila bien sujeta, avanzó unos lentos pasos hacia Karen. La mujer estiró los brazos, se hizo cargo de la mochila, dio media vuelta y anduvo hacia la orilla.

Julie giró en redondo. Nadó unas cuantas brazadas. Bajó luego las piernas, probando a tocar fondo. Mientras se deslizaba sobre las rocas, miró hacia un lado. Karen estaba en el borde del lago. Se inclinaba para depositar la mochila en el suelo.

La punta de los pies de Julie tocó una correa. Se zambulló y la cogió con la mano derecha. Parecía de cuero. Debía de ser la Bergen de Karen. Tiró de ella y notó que la mochila ascendía, en tanto ella bajaba las piernas hacia el fondo.

Alguien le propinó un puntapié. Unas uñas le rasgaron el muslo. ¡Uff! ¿Qué hace Karen debajo de mí?

«¡No es Karen!».

Una mano se le clavó en el hombro y la empujó hacia abajo. Otra se le hundió en la espalda. Ambas la comprimieron contra un cuerpo desnudo, que se contorsionó para enganchar las piernas alrededor de Julie. Unos dientes le desgarraron el hombro. Tras una sacudida impulsada por el dolor, Julie agarró los cordeles de una larga cabellera y tiró con fuerza. Los dientes conservaron la presa. El hombro le ardía agónicamente. Le entraron unos locos deseos de gritar, pero mantuvo los labios apretados. Los dientes la soltaron. Intentó mantener la cabeza echada hacia atrás, pero la asaltante se adelantó, el pelo se deslizó entre los dedos de Julie y los dientes se le clavaron en la clavícula.

Julie recordó la advertencia de Karen: «No se necesita un cuchillo para matar a alguien».

Sólo dientes. Hender la yugular.

El cuchillo.

Las mandíbulas se abrieron.

Los dientes buscaban ahora la garganta.

Julie inclinó la cabeza a un lado y levantó el hombro hacia la oreja. Los dientes le mordieron una mejilla y trataron de alcanzar el cuello, por debajo de la quijada. Un espasmo estremeció entonces a la mujer, cuando Julie le hundió en la espalda los quince centímetros de hoja del cuchillo de monte. Las uñas arañaron la piel de la muchacha. La mujer sacudió el cuerpo y se retorció. Julie sacó el cuchillo y lo trasladó a la parte delantera. Aplicó la palma de la mano al rostro de la mujer, empujó para separada un poco y le clavó la hoja del cuchillo en el vientre. Con los pies asentados en el fondo del lago, agarró el mango con ambas manos y tiró hacia arriba.

Benny mantuvo el foco de la linterna sobre el agua en el lugar donde Julie se había sumergido. La superficie parecía estar allí más turbulenta. Julie llevaba mucho tiempo bajo el agua. Más del que hubiera precisado para sacar una mochila.

Sin embargo, Nick continuaba mirando tan tranquilo. No parecía preocupado.

Karen vadeaba rápidamente, pero no tan aprisa como si creyera que algo iba mal.

Y entonces emergió una cabeza. El rayo de luz de Benny se proyectó sobre un rostro que sobresaltó al chico de pies a cabeza. Los ojos se elevaban tanto en las cuencas que sólo quedaba visible el blanco. La boca estaba abierta al máximo y los labios se habían curvado en una mueca. La sangre le resbalaba por la barbilla.

Un chillido anegó la garganta de Benny. La mujer ascendía como si se remontara desde el fondo del lago. Sus hombros atravesaron la superficie como un estallido. Aletearon frenéticamente los brazos. Se zarandeaban los pechos desnudos.

Aparecieron a continuación dos manos, aferradas al vientre. No, no era exactamente así. Pero tampoco la mujer iba a despegar y emprender el vuelo, sino que se veía levantada por aquellas manos. Una cabeza surgió entonces, debajo de la mujer.

Tenía que ser Julie.

Durante un momento, la mujer —la bruja— estuvo sobre la cabeza de Julie, fuera del agua por completo, con su cuerpo desnudo retorciéndose y batiendo el aire. Julie se dobló como si arrojase aquel cuerpo por encima de ella. El cuerpo cayó de cabeza contra el agua y proyectó hacia las alturas un surtidor de agua y espuma.