Karen resbaló en la tierra suelta del camino, sus posaderas chocaron contra el suelo y resbaló unos metros. Clavó en el piso los tacones de las botas y logró detener su deslizamiento. El dolorido escozor de sus nalgas despellejadas le llenó de lágrimas los ojos. Se las enjugó.
Nick y Benny la cogieron por los brazos y la ayudaron a levantarse.
Los siguió hasta el final de la cuesta abajo, con Julie cerrando la marcha. Bordearon el lago hacia el bosquecillo de pinos donde acamparon aquel lunes por la noche, pero aún les faltaba un buen trecho por recorrer cuando Benny se sentó en el suelo.
Karen se detuvo junto al chico. Dejó caer la mochila y se arrodilló delante de ella. Un ramalazo de viento azotó con su frialdad la espalda de la sudada blusa mientras la mujer abría un compartimento lateral y sacaba la 45 automática de Scott. Introdujo un cartucho en la cámara, puso el seguro y tomó asiento. Reclinó la espalda contra la mochila y posó la pesada pistola en el regazo de sus vaqueros.
Benny estaba tendido boca arriba, con las rodillas levantadas. Julie se acomodó también contra la mochila. Todos sudaban y respiraban entrecortadamente. Nick se inclinó sobre su mochila y sacó un hacha. El hacha de Scott. El sheriff aún retenía la de Nick. Se sentó y retiró la funda de cuero.
Karen cerró los ojos. El corazón le latía vertiginosamente y sentía náuseas. El sudor resbalaba por su semblante. Se lo secó con el desnudo antebrazo y luego dejó que la extremidad cayera inerte sobre las rodillas. El hueso de la muñeca chocó con la pistola y Karen gimió.
—Continuemos la marcha —dijo Nick. El repentino sonido de su voz provocó un respingo en Karen.
—No puedo —dijo Julie—. Esperemos un poco.
—Un ratito.
Karen oyó un movimiento. A través del semicerrado visillo de las pestañas vio a Julie arrastrarse hasta Nick y agarrarlo. Le acarició el pelo. Durante un momento, pareció como si el muchacho estuviera a punto de llorar.
Ya había llorado antes un poco en la furgoneta…
¿Hoy? No, ayer. Todo estaba muy confuso en el cerebro de Karen, como si hubiese permanecido adormilada desde el momento en que sacó el cuerpo inconsciente de Scott de entre el amasijo de metales del coche.
Aquello ocurrió dos noches antes. La anterior, en el lago del Enebro, horribles pesadillas la mantuvieron despierta hasta que Benny se acercó a ella, se introdujo en su saco de dormir y se abrazaron hasta que al final se quedaron dormidos uno en brazos del otro.
Cuando Karen se despertó por la mañana, Benny roncaba, acurrucado contra ella. El saco de dormir de Julie se encontraba vacío. La muchacha estaba con Nick. Salió desnuda al helado aire de la mañana y Karen observó que en su muslo había una mancha de sangre seca. Al arrodillarse junto al saco de dormir, Julie se percató de que Karen la estaba mirando. La chica le dedicó una mirada fulminante, como retándola a que la llamase a capítulo.
—Vuelve con él —dijo Karen—. Quédate con él.
La mirada llena de dureza se desvió del rostro de Karen. La barbilla de Julie tembló. La muchacha inclinó la cabeza y volvió al saco de dormir de Nick.
Con posterioridad, ninguna de las dos aludió para nada al incidente. Pero Karen sorprendió a Julie en dos o tres ocasiones, mirándola con una curiosa expresión en el rostro.
—¿Cómo te las apañas, Benny? —preguntó Nick.
—Creo que voy a morirme —repuso el chico.
Karen hizo una mueca. ¿Por qué tenía que sacar la muerte a relucir?
—Todos nos vamos a morir —dijo Nick—. Pero no esta noche. Esta noche le toca el turno a otra persona.
—Eso es condenadamente cierto —subrayó Julie.
—¿Karen?
Esta dijo que sí con la cabeza y cogió la pistola de su regazo.
—Conforme —declaró Nick—. ¡A mover las tabas!
«Mover las tabas». Una expresión propia de Flash.
A Karen se le formó un nudo en la garganta y las lágrimas afluyeron a sus ojos. Dios, apenas conoció a aquel hombre. Pero le parecía un buena persona. Era amigo de Scott y padre de Nick, lo que le hizo suponer a Karen que las lágrimas eran por ellos y por Alice, por Rose y por Heather.
Se levantó. Le temblaron las piernas bajo el peso del cuerpo y los pies le ardían a causa de las ampollas. Mientras los otros se incorporaban, hundió el vientre e introdujo el cañón de la pistola bajo la cintura de los vaqueros. El contacto de arma sobre la piel era duro y frío.
—Rodearemos el lago —dijo Nick—. Después daremos la vuelta al Mezquite Superior.
—Las linternas —recordó Karen.
—Sí. Habrá oscurecido en cuestión de minutos.
—Y hará frío —añadió Benny.
Buscaron en las mochilas. Benny se puso la parka.
Karen se estremecía, pero su parka parecía demasiado voluminosa. La dejó en la mochila, pero sacó la camisa del chándal gris. Se apartó de los demás y se quitó la blusa, húmeda y helada. Hizo un lío con ella. Lo utilizó para secarse el sudor de la cara, de la nuca y de los lados del cuello. Luego la metió en la mochila y se puso la sudadera. Era suave y cálida. Le hizo pensar en Scott, en la noche en que él se la había llevado a su tienda. Si estuviese ahora aquí…
Al volverse, Karen se percató de que Benny la miraba con la boca abierta. El chico bajó la vista rápidamente sobre su linterna, accionó el interruptor y dirigió el foca sobre su propio rostro para comprobar si se encendía.
Karen sacó su linterna y la probó.
Nick señaló hacia la izquierda con el hacha.
—Iremos por ahí, rodearemos la parte de atrás del lago hasta llegar a la cresta.
Emprendieron la marcha. Nick en cabeza, con Julie inmediatamente detrás de él. Karen dejó que Benny se le adelantara. No quería que fuese el último; era una posición demasiado vulnerable para el chico.
Siguieron la orilla del lago, regresando por donde habían ido. En la curva del extremo norte, ascendieron por los quebrados bloques de granito que cubrían la ladera hasta situarse a diez o doce metros por encima del agua. Para Karen, cada paso era una agonía… Supuso que para los otros también. Pero nadie protestó.
Probablemente, podían haberse quedado a esperar en el campamento. Pero habían debatido la cuestión muchas veces durante el camino, y acordaron aquello. Todo el mundo opinaba que lo mejor era aguardar a que la mujer efectuase el primero movimiento. También existía la posibilidad de descubrir su escondite y pillarla desprevenida. Era una probabilidad remota, puesto que los agentes de la ley no habían logrado dar con él, pero de todas formas merecía la pena intentarlo.
Estaban de acuerdo en que la mujer debía de tener un escondrijo en algún punto de las laderas que dominaban los lagos. Llevaban provisiones para cuatro días. De no encontrarla aquella noche, si la anciana se mantenía lejos de ellos, tendrían que seguir la búsqueda hasta que se les agotaran los alimentos.
Nadie pensaba que iban a llegar a eso.
Si la bruja seguía en el lago, intentaría liquidados.
—Quiere cogerme a mí —había dicho Nick—. Soy yo quien mató a su hijo. No estoy incluido en la maldición. No tiene mi sangre y eso.
—Acabó con tu padre —le recordó Julie, al tiempo que le cogía la mano.
—Aquello fue un accidente. Mi padre se interpuso para salvar a mi madre y a las niñas. Estaría bien, de no ser… Tiene que venir a por mí. Y entonces nos la cargaremos.
—¿Y si su muerte no pone fin a la maldición?
—Tiene que ponerlo —afirmó Benny, y explicó que, sin el poder psíquico de la bruja dirigiéndola, la maldición se disiparía.
—¿Qué te hace estar tan seguro?
—Lo dice el libro.
—Confiemos en que el libro tenga razón —deseó Karen.
—Confiemos en que la vieja esté aún en el lago —deseó Julie.
—Estará —aseguró Nick—. Estará. Quiere verme muerto.
Nick indicaba con el dedo un punto hacia lo alto de la falda, y eso apartó a Karen de sus pensamientos. El muchacho hablaba a Julie. La joven asintió. Sentada en una peña, se revolvió para verle subir por la cuesta.
Karen siguió a Benny a través de las piedras y se unió a Julie.
—¿A dónde va? —preguntó Karen.
Julie señaló. A cierta distancia, por encima de Nick, se veía una grieta entre las rocas.
—Quiere echar un vistazo. Dice que le esperemos aquí.
Observaron a Nick, que subía ladera arriba, saltando de roca en roca. Recorrió luego un sesgado bloque berroqueño y llegó a la hendidura sombría. Proyectó la luz de la linterna por su interior y luego dio media vuelta, meneó la cabeza negativamente y empezó a bajar.
Karen se sentó encima de una roca. La irregular frialdad de la pétrea superficie le atravesó el fondillo de los vaqueros y la pistola se le clavó en la carne hasta que se inclinó hacia atrás. Se apoyó en los codos.
El viento hacía ondular abajo las aguas del lago, grises a la menguante claridad del atardecer. Enfrente, en la orilla contraria, estaba el claro donde dejaron abandonadas las mochilas. La fogata, a cierta distancia a la izquierda, seguía intacta, rodeada por los tocones y piedras que emplearon a guisa de asientos. Incluso continuaba allí, tal como la dejaron, la pila de leña, la leña que recogieron después de bañarse. Recordó la agradable frescura del agua. El silbido que le dedicó Flash cuando ella se metía en el lago. ¿Estuvieron la loca y su hijo observándolos, espiándolos desde algún lugar en las alturas? Tal vez si no hubieran nadado, si el hombre no las hubiese visto a ella y a Julie en bañador… De nuevo los condicionales «si». Era inútil pensar en ello. Una no puede retroceder en el tiempo y cambiar lo que ya ha ocurrido, así que ¿por qué preocuparse?
Y si hubiesen hecho caso a Benny, aquella noche, cuando propuso perseguir a la vieja y quitarle la bolsa…
Nick dio el último salto y se reunió con ellos.
—No es más que un resquicio en la roca —informó—. No lleva a ninguna parte.
Reanudaron la andadura. No tardó en desaparecer el último resplandor de la tarde. Bajo la media luna, las rocas parecían grises y mustias, como un sucio campo nevado. Un campo cubierto de nieve, acuchillado por negras sombras. Esas sombras, que estaban por todas partes, intranquilizaban a Karen. Introdujo la mano por debajo del chándal y sacó la automática.
Benny volvió la cabeza hacia ella.
—¿Ocurre algo?
—No mucho.
—¿Viste algo?
—Lo que no veo es lo que me preocupa.
—Me gustaría que papá estuviese aquí.
—A mí también.
—¿Crees que se pondrá hecho una furia cuando lo descubra?
—No. Creo que se sentirá muy orgulloso. Sobre todo si cumplimos la misión que nos ha traído aquí.
Con una inclinación de cabeza, Benny volvió a mirar al frente. Encendió la linterna, iluminó la espalda de Julie y luego bajó el foco sobre las piedras que tenía a sus pIes.
Karen accionó a su vez el interruptor de la linterna, pero la brillantez de su luz no hizo más que aumentar la densidad de las negruras que la rodeaban. Mientras se mantenía pisándole los talones a Benny, proyectó el foco ladera arriba, barrió las peñas y trató de penetrar en las tenebrosas grietas. Se dio cuenta de que no tenía protegida la espalda. Se volvió, pero el rayo de luz sólo mostró por su retaguardia peñascos y sombras oscilantes. Nadie por ahí, pensó. Nadie se acerca subrepticiamente.
—¡Yiiiieeeh!
El discordante grito había salido de la garganta de Benny. Karen saltó hacia adelante mientras el chico se agachaba y se cubría la cabeza y un coyote caía desde lo alto y chocaba contra él. Benny se vio impulsado hacia el borde de un peñasco. Karen se lanzó a través del bloque de granito. El foco de su linterna iluminó las piernas de Benny, que se agitaban en el aire mientras el chico se desplomaba hacia atrás. La linterna y la pistola se desprendieron de las manos de Karen. Estiró los brazos. La punta de los dedos de la mujer rozaron la vuelta de los pantalones vaqueros de Benny, que cayó por el terraplén. Karen fue dando traspiés, llevada por su impulso hacia el filo del precipicio. Se balanceó en el mismo borde. El chándal se tensó sobre su pecho cuando alguien lo sujetó por detrás y frenó a la mujer.
Benny cayó sobre las rocas, tres metros más abajo. Emitió un grito al chocar contra las piedras. El coyote lanzó un gañido y huyó a la carrera.
Julie soltó el chándal de Karen y se puso a su lado.
—¡Benny!
El chico alzó la cabeza.
Una figura encogida sobre sí se desplazaba hacia él sobre los peñascos iluminados por la Luna. La figura empuñaba un hacha.
—¡Cuidado! —chilló Karen.
—Sólo es Nick —advirtió Julie.
Mientras descendían, Karen oyó los quejidos de Benny.
—¡El brazo, el brazo!
Karen se arrodilló junto a él. Benny jadeaba y se cogía el antebrazo derecho.
—Me parece que puede habérselo roto —dijo Nick.
Karen pasó la mano por la sudorosa frente del chico.
—¿Dónde te duele más? —preguntó.
—Me duele todo.
—Ha sido una caída de pronóstico.
—Intenté agacharme y esquivarlo, pero…
—¿Hay algo más roto o torcido? —quiso saber Julie.
—No lo sé —contestó Benny—. No creo.
Al sentarse, hizo una mueca de dolor y se le escapó un sollozo. Le quitaron la parka con gran cuidado. Julie pasó el foco de su linterna por el brazo, mientras Nick levantaba la manga derecha por encima del codo. El antebrazo aparecía hinchado y blanquecino, pero la piel no estaba desgarrada.
—Necesitamos algo para entablillarlo —dijo Nick.
—¿Cuchillos? —sugirió Karen.
—Intentémoslo.
Julie se abrió el cinturón y sacó su cuchillo con vaina de cuero. De la empuñadura a la punta, tenía casi treinta centímetros de largo.
—Servirá —determinó Nick.
Benny llevaba un cuchillo similar.
Karen los colocó en su sitio, uno a cada lado del brazo, en tanto Nick los sujetaba bien con el cinturón de Benny.
—Creo que tendrá que servir hasta que encontremos algo mejor.
—Espero que no necesitemos estas cosas —dijo Julie.
Nick alborotó la cabellera de Benny…
—Ahora estás mejor armado que nosotros.
—Mi pistola —murmuró Karen.
Julie y ella treparon por las rocas para ir a buscarla. Con la linterna de Nick, examinaron la zona donde la había dejado caer. El rayo de luz se deslizó por superficies grises, penetró en rincones oscuros, se hundió en fisuras. Julie localizó la linterna perdida. Se había estropeado. Siguieron buscando.
—Ha de estar en alguna parte —comentó Julie.
—Cualquiera lo pensaría así.
Exploraron la misma zona una y otra vez.
—Tal vez cayó por ahí —dijo Julie, y se acercó al borde del tajo.
—¿Ha habido suerte? —le dio una voz Nick.
—No.
Descendieron y registraron la base del macizo rocoso.
Julie miró a su hermano.
—No estarás sentado encima, ¿verdad?
—No —replicó Benny.
—Déjame probar a mí —dijo Nick.
Julie le tendió su linterna. La muchacha se quedó abajo, mientras Karen y Nick escalaban por los abruptos peñascos hacia el lugar donde la mujer soltó el arma.
—Fue por aquí —dijo, de pie a un metro del borde.
—¿La arrojaste o sólo se te cayó?
—No hice más que abrir la mano para poder agarrar a Benny.
—Quizá le diste una patada.
—Puede. Si lo hice, no me di cuenta.
Le indicó el punto donde Julie había encontrado la linterna. Buscaron por allí. Peinaron el escarpado montículo de granito de un lado a otro, avanzando hombro con hombro.
—Es muy posible que haya caído por alguna de esas hendiduras —aventuró Nick finalmente.
—Sea como fuere —le respondió Karen—, no creo que la encontremos. Por lo menos, esta noche. ¿Por qué no volvemos mañana por la mañana, cuando haya luz de sobra?
—Mañana será tarde —repuso Nick. Descendieron y dedicaron un rato a examinar el terreno, alrededor de Benny y Julie.
—También podemos olvidarlo —propuso Julie.
Karen se quitó el cinturón y preparó con él un cabestrillo para el brazo de Benny. Ayudaron al chico a ponerse en pie.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó Julie.
—Volveremos a recoger las mochilas —dijo Nick—. Hay aspirinas en mi botiquín de primeros auxilios. Tal vez alivien a Benny los dolores.
—Encenderemos una buena lumbre para calentarnos —añadió Julie.
—Y comeremos —dijo Benny—. Yo me muero de hambre.
Estaban cerca del extremo sur del lago. Con una de las linternas, Karen encabezó la comitiva. La seguía Nick, que sostenía a Benny. El chico podía andar, aunque cada paso cojeante le costaba un respingo. Con el hacha y la otra linterna que aún funcionaba, Julie cerraba la marcha.
Karen trataba de elegir la ruta más fácil. El foco de su linterna horadaba la oscuridad y barría la ladera a su izquierda. Sin la pistola, se sentía vulnerable.
Al perderla, había puesto a todos en un terrible peligro. Nadie le dirigió crítica alguna y ella trataba de no culparse, pero, maldición, había tirado su principal defensa, la única arma que podía alcanzar a alguien a distancia y dejado fuera de combate. La navaja que llevaba en el bolsillo de los vaqueros constituía escaso consuelo. Los dos cuchillos grandes estaban ceñidos al brazo de Benny. Nick aún tenía un cuchillo de monte y Julie llevaba un hacha. Un armamento bastante lamentable.
«¡Cristo! ¿Por qué no me aferré a la pistola?».
Al rodear la punta del lago llegó al arroyo que alimentaba el Mezquite Superior. La luz de la linterna hizo cabrillear la superficie en movimiento, siguió contracorriente hasta la eminencia de piedra y luego descendió, saltando de una a otra de las rocosas orillas. Sobre la corriente vio sobresalir peñascos y sombras que parecían estar al acecho. Nada más. Se agachó. Cogió un poco de aquella agua fresca en el hueco de la mano y se la llevó a la boca. Después pasó al otro lado del arroyo y mantuvo la luz sobre la superficie.
Nick y Benny lo vadearon también, con el agua arremolinándose en torno a sus botas y empapándoles las perneras de los pantalones casi hasta la altura de las rodillas.
Julie saltó por encima del riachuelo.
—Vosotros dos vais a coger ahora una pulmonía cada uno.
Nick produjo un ruido semejante a una carcajada.
—Eso es mejor que una viejamonía.
Karen echó a andar por la ladera, descendiendo y acercándose al lago. Al cabo de un momento, sus botas pisaron tierra esponjosa en vez de piso de roca. Era como andar sobre un cojín. Una sensación maravillosa. La alfombra de agujas de pino dejaba escapar suaves crujidos al paso de la mujer.
Tomó un rumbo serpenteante para esquivar los árboles y montículos de peñascos. Luego divisó el claro, justo delante. Localizó el lugar de la fogata, los tocones y piedras que la circundaban como taburetes, el montón de leña. La inundó una oleada de placer y alivio, como la sensación que se experimenta al volver a casa tras un largo viaje.
Avanzó titubeante. Tomó asiento en la lisa superficie de un tocón, estiró las doloridas piernas y suspiró relajada.
—¿Qué mierdas…? —exclamó Nick—. ¿A dónde han ido a parar nuestras mochilas?
Karen atravesó la oscuridad con el foco de la linterna. Las mochilas habían desaparecido.