Eran cuatro.
Descendían al atardecer por la senda del puerto de Carver. Caminaban en fila india.
Agazapada detrás de un peñasco próximo a su cueva, Ettie sólo podía distinguir sus figuras, imprecisas en la distancia. Pero sabía quiénes eran. Y por qué habían ido allí.
Eran los supervivientes.
Llegaban dispuestos a matarla.
Se alegró de que no fueran más que cuatro.