Con cara de tener los nervios a punto de saltar, Nick paseaba de un lado a otro por el vestíbulo del cine. Cuando Julie se le acercó, el muchacho pareció derrumbarse, como si estuviese agotado. Los ojos de Nick se clavaron en el rostro de Julie y la muchacha no creyó que el chico hubiera adivinado, ya, lo que ella acababa de hacer.
—¿Te ocurre algo? —preguntó Julie.
—Sólo estaba… Te pasaste una eternidad ahí dentro.
—Lo siento. —Le cogió la mano—. ¿Estabas preocupado?
—Empezaba a preguntarme si… —Nick se encogió de hombros.
—No ha ocurrido nada —dijo la joven. Atravesaron el vestíbulo y salieron del cine—. Lamento que te preocupases. Sólo había un excusado que tuviera puerta. Al parecer, todas esperaban para ocupar precisamente ése. Incluida yo.
—Ah. Bueno. Me alegro de que no haya sucedido nada malo.
A pesar del calor de la noche, Julie estaba temblando mientras avanzaba por la acera. Se sentía excitada y audaz.
—¿A dónde quieres ir? —preguntó Nick, cuando llegaron al coche. Se le notaba el nerviosismo en la voz—. ¿Te apetece un helado o algo?
—¿Por qué no nos limitamos a dar una vuelta?
—Claro. Muy bien.
El muchacho puso el motor en marcha y salió del aparcamiento. Julie deseó poder inclinarse y acurrucarse contra él, pero eran asientos hondos, de automóvil deportivo, y resultaba muy incómodo. Decidió esperar y se ciñó el cinturón de seguridad. La presión de la correa a través de sus senos desencadenó un agradable hormigueo en su interior.
—¿Algún sitio en especial? —inquirió Nick.
—No. Lo sabré cuando lo vea. ¿Por qué no tuerces a la izquierda?
Torció, dejando atrás el tránsito del bulevar Ventura. A excepción de alguna que otra farola, la calle estaba sumida en la oscuridad. En las ventanas de las casas brillaban luces, pero Julie no veía a ningún transeúnte. Sólo negrura y automóviles vacíos aparcados junto a los bordillos y en los caminos de acceso a las casas. Ante una bifurcación de la calzada, Julie sugirió que tomasen el ramal de la izquierda. La calzada fue estrechándose a medida que ascendían por las colinas. Cada vez había menos farolas y menos casas. Al ver asomar por una curva las luces largas de unos faros, Nick se situó detrás de uno aparcado para dejar espacio al vehículo que venía de frente. Cuando pasó por su lado un Mercedes, Nick reanudó la marcha. Reducía la velocidad al acercarse a las curvas.
Julie localizó un camino empinado que partía a la izquierda.
—¿Por qué no probamos a ir por ahí?
—No es ninguna calle —informó Nick.
Julie asintió al tiempo que leía el letrero.
—Nos vale.
—Espero que no nos perdamos por tu culpa.
—Lo único que tenemos que hacer es dirigir el coche monte abajo.
—Tú eres la navegante. —Nick tomó aquel camino y emprendió la subida. No había farolas. Pasaron por delante de unos cuantos paseos que partían hacia la derecha y que al parecer llevaban a casas invisibles anidadas en las faldas cubiertas de arbolado que dominaban la carretera. A la izquierda, más allá del guardarraíl, la colina descendía casi a pico. Las luces de unas cuantas casas desperdigadas eran visibles al otro lado del barranco.
—Esto es precioso —comento Julie—. ¿Por qué no paras por aquí en algún sitio y disfrutamos del panorama?
—Muy bien —dijo Nick, en un susurro apenas audible. Al cabo de un momento, condujo el coche hacia la derecha. Los neumáticos de ese lado crujieron al aplastar la gravilla. Las ramas de un arbusto del ribazo arañaron la ventanilla de Julie. Nick apagó los faros. Cortó el encendido del motor y un denso silencio colmó el coche. Miró por la ventanilla. Susurró—: No se ve mucho desde aquí.
—Este lugar es perfecto —opinó Julie. Tenía la boca seca.
Nick se quitó el cinturón de seguridad. Miró por el espejo lateral y por el retrovisor de dentro.
—¿Viene alguien?
Nick dijo que no con la cabeza.
—Me pregunto si nos hemos alejado lo bastante de la carretera.
—Creo que esto está muy bien. —Julie se desabrochó el cinturón de seguridad y lo apartó de encima de sí—. Además, no hay lo que se dice mucho tráfico.
—Más bien es un lugar aislado, aquí arriba, ¿no?
—Sí. Y oscuro, también. —Luego preguntó, con una sonrisa—: ¿Asustado?
—No. ¿Y tú? Podemos ir a cualquier otro sitio, si quieres.
—Éste me parece bien —repuso Julie.
Nick se volvió en el asiento. Aunque los rayos de la media luna se colaban a través del parabrisas, las sombras ocultaban las facciones del muchacho. Sus ojos eran puntos oscuros, pero Julie sentía su mirada como una cálida caricia. Observó que Nick se humedecía los labios y que se secaba las manos en las perneras de los pantalones. Luego, el muchacho alargó un brazo y le acarició tiernamente la mejilla. Ella volvió la cabeza y le besó la palma. La mano permaneció quieta unos segundos y después se cerró sobre la nuca de Julie y la apremió a acercarse más a él.
La muchacha le abrazó. Le besó. Nick acarició la cara de Julie, el pelo, los hombros.
Estaba excesivamente separado de ella. Ambos se pusieron de lado en los hundidos asientos, se retorcieron desmañadamente y se inclinaron por encima del hueco que los mantenía apartados. Era incómodo y frustrante. Por último, Julie susurró:
—No estoy hecha para estas contorsiones.
—Oh. —Nick se apartó de ella—. Lo siento. ¿Te hice daño?
—No seas bobo. —Julie frotó el labio inferior contra la boca de Nick—. Vamos al asiento de atrás.
—¿Quieres? —Nick se incorporó para otear el camino en un sentido y en otro, como si pretendiera asegurarse de que no había nadie por allí. Luego abrió la portezuela—. Maldita sea —murmuró al encenderse la luz interior del vehículo. Julie se cubrió los ojos para protegerlos de la repentina y brillante claridad. Después pasó por encima del asiento del conductor y se apeó del coche detrás de Nick. Este tumbó hacia adelante el respaldo del asiento. Julie se introdujo en la parte posterior del automóvil. Nick imitó su ejemplo, se aposentó junto a ella y cerró la portezuela. Cuando echaba el seguro, Julie se apretó contra él, le acarició el pecho y le besó en la parte lateral del cuello.
—¡Eh, que me haces cosquillas! —y Nick se encogió.
—¿De veras? —Julie le mordisqueó el cuello, lo que le hizo retorcerse—. Anheeeelo tu sangre —entonó con su mejor acento a lo Bela Lugosi. Acto seguido, le obligó a echarse atravesado en el asiento. De rodillas encima del muchacho, le fue clavando el dedo en las costillas y en el vientre. Entre risitas, Nick se contorsionó tratando de protegerse y, fmalmente, hundió y retorció la punta de los dedos en las axilas de Julie. Con un chillido de protesta, ella le obligó a apartar las manos de allí. Le inmovilizó contra el asiento. Luego le besó. Le soltó las manos. Las cuales fueron directamente a la espalda de la chica y empezaron a acariciarla.
Julie estaba medio fuera del asiento, con la punta de los pies en el suelo y las rodillas apretadas contra el borde del almohadillado.
—Ahora subo —susurró. Pasó una pierna por encima de Nick, se impulsó con la otra, se retorció y, por fin, estuvo sobre él. Julie separó las piernas para dejar sitio a las levantadas rodillas de Nick.
—¿Te estoy aplastando? —preguntó Julie.
—No.
Se besaron durante largo rato. Julie se relajó un poco, mientras saboreaba la proximidad, el íntimo acoplamiento de sus bocas, la sensación de tenerlo debajo de su cuerpo, el contacto de sus manos. Unas manos que se deslizaban en todos los sentidos por los hombros y la espalda, frotándola a través de la tela de la blusa. Siempre se detenían al llegar a la cinturilla de la falda. Aunque la blusa estaba fuera, Nick no descendía más, no pasaba de allí.
Puesta a horcajadas sobre el muchacho, Julie apenas podía moverse. Deseaba retenerlo, sobarlo, no limitarse a estar allí arriba y besarle.
—Quizá si nos sentamos… —dijo por fin. Se quitó de encima de Nick.
Éste se sentó. De cara a él, Julie puso las rodillas encima de su regazo y bajó la cabeza. Nick se inclinó ligeramente hacia adelante. Se abrazaron.
—Esto es mucho mejor —bisbiseó Julie.
—Sí.
Ella le acarició la espalda. Él hizo lo propio con la de Julie. Con el corazón acelerando sus latidos, Nick llevó las manos por debajo de la falda. Julie deslizó la suyas por la tersa piel de Nick. El chico titubeó unos segundos y luego se dejó guiar. Sus manos pasaron por debajo de la espalda de la blusa y ascendieron por la piel desnuda. Se curvaron sobre los hombros, descendieron por ambos costados de un modo que a Julie le provocó estremecimientos y luego regresaron nuevamente hacia la columna vertebral.
Julie se apartó. Las manos de Nick cayeron sobre los muslos de la joven. Permanecieron allí, inmóviles mientras Julie le quitaba la camisa de punto. Frotó el pecho desnudo de Nick y oprimió los pezones contra él. Nick se removió un poco, como incómodo.
—¿Estás bien? —preguntó Julie.
Nick asintió.
—¿Sabes qué hice en los servicios?
—Tengo una idea.
—¿Qué?
—Creo… que te quitaste algo.
—¿Eso es lo que crees?
—Sí. —Nick levantó una de las manos que tenía apoyadas en el muslo. Estaba medio cerrada, casi formando un puño. La movió un poco hacia arriba. El corazón de Julie palpitaba como un mazo batiente cuando los doblados dedos de Nick se apretaron contra la blusa, inmediatamente debajo del seno izquierdo. El chico acarició la parte inferior del pecho y fue ascendiendo por la turgente esfera. Julie contuvo la respiración cuando Nick encontró el erecto pezón. La mano se abrió para posarse sobre él. Acto seguido, la otra mano ascendió también para cubrir el seno derecho. Nick susurró—: ¡Dios, Julie!
La muchacha se aferró a los hombros de Nick y arqueó la espalda. Se puso a temblar cuando él exploró su cuerpo a través de la blusa, desplazando la tela sobre la piel, pasando la palma de la mano por las protuberancias, oprimiendo suavemente la carne, recorriendo el contorno de los pezones con la yema de los dedos. Por último, desabotonó y desplegó la pechera de la blusa. Se quedó mirando.
—Toma una foto —dijo Julie—. Dura más.
Nick rió en tono bajo y tiró de Julie hacia sí. Los desnudos senos se apretaron contra su pecho. Cubrió de besos la cara de la muchacha. Las manos pasaron por debajo de la blusa, para subir y bajar frenéticamente, como si estuviesen hambrientas del tacto de la piel desnuda de Julie.
Se volvió a un lado, mientras retenía a Julie y la obligaba a bajarse. La chica quedó boca arriba. Con una pierna fuera del asiento y la otra entre las de Nick. El muslo del muchacho ejercía una pesada presión sobre la ingle de Julie. Ella se retorció, jadeante, para aliviada.
El pecho de Nick se cargaba en una teta. Una mano acarició el otro seno, lo estrujó, acarició el hinchado pezón. Gimiendo, retorciéndose de ansiedad, Julie separó la cara de Nick de la suya. Obligó al muchacho a bajar la cabeza. Él la besó en el pezón. Lo lamió. Al succionarlo, Julie emitió un gemido. Nick trató de levantar la cabeza, como si le preocupase, pero ella le obligó a bajarla de nuevo y la retuvo allí. Nick libó con entusiasmo. Dolía, pero disparaba sacudidas de goce a través del cuerpo de Julie.
Luego, el muslo de Nick dejó de apoyarse en la entrepierna de Julie. Lo sustituyó una mano. Por fuera de la falda, aunque frotaba a gusto.
—No —jadeó la muchacha—. No, Nick. —Pero la mano no se apartaba de allí. Julie intentó retirarla—. No. Basta.
Bajó su mano y aferró la muñeca de Nick, en un intento de separada de la ingle. Pero lo que consiguió, en cambio, fue que la apretase más.
El pene apoyaba su empalmada rigidez en el muslo de Julie. La muchacha dio un empujón a la cadera de Nick. Este se levantó un poco y ella lo tocó. Estaba duro y caliente bajo los pantalones. Y su tamaño era enorme. Julie se preguntó qué sensación experimentaría si lo tuviese dentro. Tal idea, la forma en que lo sentía en la mano, el modo en que Nick le chupaba los pezones y le daba masaje en la entrepierna… Todo aquello resultó demasiado. Soltó un grito, al tiempo que corcoveaba y se retorcía. Se aferró a Nick. El cipote palpitaba en su mano y el deseo agónico de Julie estalló en un torrente de arrebatado alivio.
Después, ambos siguieron tumbados uno junto a otro, jadeantes, mientras se besaban amorosamente.
—Te quiero mucho —musitó Nick.
—Yo te quiero más.
—No, no es posible.
—Sí —insistió ella—. Y deseo quedarme aquí para siempre.
—No quiero marcharme nunca de aquí.
—Tarde o temprano, tendremos que irnos.
—¿Qué hora es?
Nick consultó su reloj de pulsera.
—Las diez menos diez, o así.
—¿Ya? —Julie suspiró. Se apretó contra él. Se besaron. Se acariciaron el uno al otro—. Me siento tan en paz y tan estupendamente…
—Yo también —Nick bostezó.
—¿Te aburro?
Nick se echó a reír, con el calor del seno de Julie sobre su cara.
Julie bostezó también. Se acurrucó contra Nick.
—¿Y si nos quedáramos dormidos y no nos despertásemos hasta medianoche?
—O por la mañana.
—¿Qué hora es?
—Las diez y veinte.
—¡Oh, no!
—¡Oh, sí!
—No quiero irme.
—Pues vale más que nos vayamos. No quiero que tu padre se preocupe.
—Sí, ya lo sé.
Se sentaron. Mientras Nick se estiraba la camisa, Julie miró por la ventanilla. Con la salvedad de los rayos que enviaba la Luna, la oscuridad reinaba de modo absoluto en el lugar. La chica no vio a nadie.
Nick se apartó de ella. Se encendió la brillante luz del techo cuando abrió la portezuela. En tanto Nick se apeaba, Julie se quitó la blusa. La arrojó sobre el asiento delantero.
Nick se asomó al interior del coche y se la quedó mirando.
—¿Ocurre algo?
—¡Dios mío, Julie!
La chica se lanzó por encima del asiento y se apeó del coche. Una brisa cálida la envolvió.
—¿Estás majara? —preguntó Nick.
—Sí. —Julie levantó los brazos y Nick avanzó y se dejó atrapar en ellos. Sus manos subieron y bajaron por la espalda de Julie y la besó. Al cabo de un momento, ella le soltó. Dijo—: Vale más que nos pongamos en marcha.
—Eres tan bonita.
—¿Pero majara?
—También.
Julie esbozó una sonrisa y se volvió. Pasó a gatas por encima del asiento del conductor y se sentó en el contiguo. Nick se puso al volante. Dejó la portezuela entreabierta para que la luz se mantuviera encendida mientras Julie levantaba su bolso del suelo. Sacó de él su sujetador.
—Espera —dijo Nick.
Se inclinó hacia ella y deslizó la mano sobre uno de sus pechos. Los dedos se curvaron y sostuvieron el seno con firmeza. Luego lo soltaron.
La mirada de Nick continuó fija en Julie mientras la joven se ceñía el sostén, lo abrochaba y se ponía la blusa. Cuando se la hubo abotonado, Nick tiró de la portezuela y la cerró. Puso el motor en marcha. Encendió los faros. Metió la primera y soltó el freno de mano. El automóvil empezó a rodar hacia adelante. Su perezoso movimiento le resultó extraño a Julie. Nick bregó con el volante. Luego cortó el encendido del motor.
—¿Qué ocurre? —preguntó Julie.
—No lo sé.
Bajó del coche. Se agachó junto a una rueda delantera, volvió a incorporarse y rodeó el vehículo. Se agachó de nuevo junto al neumático del otro lado. Luego enderezó el cuerpo y miró a Julie a través del parabrisas.
—¡Oh, no! —murmuró la muchacha. Una sensación gélida y desalentadora recorrió su organismo. Se deslizó por el asiento y echó pie a tierra.
El neumático delantero estaba aplastado, sin aire.
—El del otro lado también —informó Nick. Su voz tenía un tono lúgubre.
—¿Cómo ha podido ocurrir?
Nick anduvo despacio hacia ella y tendió la mano abierta.
—Mira.
Julie observó con los párpados entornados el pequeño objeto oscuro que descansaba en la palma de la mano de Nick.
—¿Qué es?
—Un trozo de la válvula de inflado.
—No lo entiendo —murmuró Julie.
—Las dos ruedas delanteras. Alguien arrancó las válvulas de los neumáticos.
—¡Oh, Jesús! Mientras estábamos…
Nick respondió asintiendo con la cabeza.