—¿Puedo subirla? —preguntó Rose.
—¿No osh moleta chi la chubo? —le corrigió Alice, edificante, con la voz estropajosa que le imponía el mucho vino trasegado.
—Adelante —permitió Flash. Apenas pudo oír su propia voz, y mucho menos la televisión. El helicóptero pasaba otra vez sobre la casa, en vuelo rasante, llevaba diez minutos dando vueltas por la vecindad. El rimbombante estruendo de sus rotores los ensordecían en determinado momento, para reducirse luego y crecer después hasta el rugido, cuando el aparato volvía a pasar por encima.
Flash observó a Rose, que se arrastró hasta el televisor, alzó el brazo vendado y aumentó el volumen. Retrocedió a gatas hasta el sitio de la alfombra donde se sentaba. Cruzó las piernas.
Alice miró el techo. Parecía a punto de estallar en lágrimas.
—¿Po qué no che lashga? —dijo.
—Debe de andar buscando a algún merodeador. Bueno, por lo menos, esta vez no son las tres de la madrugada.
Esa era la hora en que el helicóptero de la policía acostumbraba a presentarse —su periodicidad parecía ser la de una vez al mes—, para despertarlos y estar media hora dando vueltas, en ocasiones una hora, sobrevolando las casas a muy poca altura, con la luz de los reflectores barriendo prados, jardines y calles. Era un fastidio. Y también resultaba un poco aterrador. A Flash le recordaba Vietnam, y era algo que no se utilizaba en las patrullas de simple rutina. La presencia de los helicópteros quería decir que, por las inmediaciones rondaba algún sospechoso. Muy cerca, en algún sitio.
Uno siempre se preguntaba quién sería, qué habría hecho, dónde podría estar escondido.
Junto a su marido, en el sofá, Alice se inclinó hacia adelante y alargó la mano izquierda hacia el vaso. Las yema de sus dedos tropezaron con el vaso y lo volcaron. El chablis se desparramó por la mesa.
Desde la mecedora que ocupaba, en el otro extremo del cuarto, Heather levantó la mirada del libro que leía y frunció el entrecejo.
Alice vio la mirada de su hija.
—Una no eshtá acotumbrada a ushá la iquierda —estalló. Tenía el rostro contraído y escarlata.
Flash frotó la parte posterior del cuello de Alice.
Los tensos músculos parecían tiras de hierro.
—Está bien, querida. Nadie está libre de un pequeño descuido. Yo lo limpiaré.
La mujer inclinó la cabeza. Apretó los labios. Se contempló el brazo derecho, escarolado desde la punta de los dedos hasta el hombro y que sostenía contra el pecho merced a un cabestrillo. Empezaron a temblarle los labios.
—Traeré también un poco más de vino —le dijo Flash, al tiempo que se levantaba del sofá.
Heather dejó el libro. Le siguió a la cocina y se apoyó en el fogón mientras miraba a su padre, que extrajo del frigorífico una botella de vino y una lata de Budweiser. Las descoloridas cejas de la niña formaban una línea continua.
—No dejes que la cara se te bloquee así —le dijo Flash.
—Está como una cuba —declaró Heather.
—No digas eso.
—Bueno, pues lo está.
—¿Y qué? —saltó Flash, brusco.
Heather dio un respingo y parpadeó. Parecía a punto de estallar en chillidos.
—Lo siento —se excusó Flash—. La culpa la tiene todo este maldito ruido.
—No deberías dejarla beber tanto.
—Si quiere coger esta noche la castaña del siglo, por mí que no quede. Normalmente, te daría… —Comprendió que no necesitaba alzar tanto la voz; el rugido del helicóptero había bajado un poco—. Normalmente, te daría la razón, cariño. No es bueno beber más de la cuenta. Pero tu madre ha vivido esta mañana una experiencia espantosa. Ella y Rose.
—Rose no se está emborrachando.
—Puede hacerlo, si quiere.
Heather miró a su padre como si se hubiera vuelto loco.
—¿Por qué no limpias por mí la mesita de café?
Con un encogimiento de sus delicados hombros, Heather cojeó hasta el mostrador de la cocina. Arrancó del rollo una toalla de papel.
—¿Qué tal tu tobillo?
—Me duele un poco. —La niña sonrió—. ¿Puedo coger yo una trompa?
—¿Quieres?
—No —repuso Heather. Arqueó una ceja—. Prefiero conservar la lucidez, gracias. —Salió, renqueante, con la toalla ondulando a su espalda como una serpentina.
Flash descorchó la botella de vino. Quitó la pestaña de la lata de cerveza. Cuando llevaba las bebidas al salón, el teléfono añadió su repiqueteo al clamor del helicóptero que se acercaba de nuevo.
—El teléfono —advirtió Alice.
—Yo lo cogeré —dijo Flash. El aparato lanzó dos timbrazos más mientras el hombre llenaba el vaso de su esposa.
—Puede que sea Nick —aventuró Alice, con una expresión aterrada en los ojos.
Flash se llevó la cerveza consigo al volver apresuradamente a la cocina para coger el auricular.
—¡Dígame!
—¡Hola, Flash, soy Scott!
—¿Ocurre algo malo?
—Los chicos se han…
El estruendo del helicóptero ahogó su voz.
—¿Qué sucede? Uno de esos malditos helicópteros de la policía está armando aquí un zafarrancho de todos los infiernos.
—Sólo decía que los chicos se han ido al cine. ¿Cómo se encuentran Rose y Alice?
—Aaah. ¿Quién sabe? Se recuperan, supongo. ¿Te lo contó Nick?
—Sí. Dijo que la operación salió bien.
—Alice tendrá que llevar la escarola una temporadita. No creo que haya sufrido daños permanentes, pero no prometen nada. Ya conoces a los médicos.
—Seguro que todo saldrá bien. Mira, otro de los motivos de esta llamada es que me preguntaba si no te apetecería traerte aquí mañana a tu tribu. Nick opinó que era una idea bastante potable.
—Apuesto a que sí se lo parece —dijo Flash. Emitió una risita y tomó un sorbo de cerveza—. Seguro que esos dos hacen buenas migas, ¿no?
—Yo diría que sí.
—Bueno, me parece estupendo de veras. Lo plantearé en consejo de familia, pero, si no te llamo para avisarte, puedes esperar nuestra llegada. ¿A qué hora?
—Si queréis pasar aquí todo el día, dejaos caer hacia las diez o las once. Traed los bañadores.
—¿Hemos de llevar algo más?
—Sólo sed y hambre.
—Estupendo, Scott.
—¿Alguna noticia de la policía?
—Este jodido helicóptero. —Se dio cuenta de que el ruido descendía un poco.
—Me refiero a la situación…
—Sí, ya sé a qué te refieres. —Tomó otro trago de cerveza—. Me telefonearon hace cosa de un par de horas. Varios agentes y un guarda forestal recorrieron la zona a caballo. No encontraron el cadáver ni vieron a la mujer. Pero recogieron las tiendas. Dicen que podemos ir a buscarlas al puesto del guardabosques de Cerro Negro, si queremos.
—Malditas las ganas que tengo.
—Lo mismo digo. Al menos, por ahora. De todas formas, todo está en el aire, ya que no encontraron el cadáver. No habrá investigación ni nada.
—Nick parece llevarlo bastante bien.
—Supongo que eso tenemos que agradecérselo a tu hija. ¿Cómo lo soporta Karen?
—Está aquí. Lo aguanta bien. ¡Ah!, hay otra cosa de la que quería hablarte. Karen sufrió anoche un accidente.
Mientras escuchaba, la preocupación de Flash por Karen se convirtió en confusa alarma cuando Scott le contó lo del ataque sufrido por Benny en la biblioteca y los calambres que se cebaron en las piernas de Julie cuando estaba en la piscina.
—Suma a eso el ataque del perro a Alice y Rose —resumió Scott—, y tendremos cuatro incidentes en el transcurso de las últimas veinticuatro horas.
—¿Qué conclusión sacas de todo eso? —preguntó Flash.
—Sinceramente, no sé qué pensar. Si sólo se tratara del resbalón de Karen en la bañera y los problemas de Julie en la piscina, no me preocuparía. Diría que es simple mala suerte. Pero el ataque del perro…
—Alice insiste en que estaba muerto cuando se lanzó sobre ellas.
—Sí, Nick me lo comentó. Y tampoco puedo imaginar una explicación lógica que justifique lo que le ha sucedido a Benny. Esos dos casos sí que me inquietan. Uno no puede considerarlos mala suerte. Son verdaderas agresiones.
Fruncido el entrecejo, Flash contempló la pared, Tomo un sorbo de cerveza. Flash hizo una mueca.
—Tanto uno como otro, esos incidentes pudiera resultar fatales. Me atrevo a decir que el asunto es algo más que condenada mala suerte.
—¿Crees que se trata del maleficio de la vieja arpía?
—Tal parece ser el consenso por aquí. Me resisto a estar de acuerdo, pero empiezo a preocuparme.
—¿Qué vamos a hacer?
—Una cosa es cierta: indudablemente, no estamos indefensos. En cada caso, la rápida reacción salvó el día. Todo lo que se me ocurre sugerir, por ahora, es que nos mantengamos de puntillas y ojo avizor.
—Me parece que tu chico tenía razón, ¿eh? Benny. Debimos coger a la bruja cuando teníamos la posibilidad de hacerlo.
—No sé. Quizá. No estoy convencido de que tenga algo que ver con todo esto. Aunque, si está detrás del asunto, quiero decir, si realmente se trata de una maldición, parece que Nick y tú estáis libres del mal de ojo.
—¿Porque no nos hizo ningún corte?
—Exacto.
Volvía el helicóptero. Flash dejó en el suelo su lata de cerveza.
—La vieja parece creer que necesita sangre y pelo de sus víctimas para que la maldición funcione. Parece que no los consiguió de ti ni de Nick. Claro que…
—¿Dices, que parece? ¿Claro que, qué? —repitió Flash. Se tapo la oreja izquierda con el índice, para impedir el paso del ruido exterior.
—Bueno, he hablado con Benny acerca del particular. Cree que lo más probable es que vosotros estéis libres, a menos que la mujer sepa algo que nosotros ignoremos. Según parece, no se hizo con sangre ni pelo vuestros. Pero a lo mejor sirve una prenda de ropa. Pedazos de uñas cortadas. Benny se sintió un poco incómodo al mencionarlo, pero si la vieja excavó por allí, después de que abandonáramos el campamento, y encontró heces…
Flash hizo una mueca.
—Es que ya ni siquiera va a poder uno cagar.
—¿Lo hiciste?
—No, la verdad es que no. Ni tampoco me corté las uñas. ¿Significa eso que estoy a salvo?
—Puede. Dando por supuesto que afrontamos una maldición. Pero en ningún caso podemos estar completamente seguros ¿Quién diablos lo sabe? Ninguno de nosotros es precisamente un experto en…
Pese a tener el dedo metido en la oreja, Flash no oía las palabras de Scott. El escándalo que armaba el helicóptero era tremendo.
—No te oigo —dijo Flash—. Es inútil. Gracias por llamar y por la invitación. Nos veremos mañana, ¿de acuerdo? —Colgó.
En torno suyo, el aire, la propia casa, pareció estremecerse. ¿Qué puñetas hace ese imbécil? ¿Pretende aterrizar en el dichoso tejado?
Se aparto de la pared y dio un puntapié a la lata de cerveza.
—¡Mierda!
—TÚ, EL QUE ESTÁ DETRÁS DEL ÁRBOL —retumbó una voz—. ARROJA EL ARMA AL SUELO, SAL DE Ahí y PONTE BAJO LA LUZ DEL REFLECTOR, CON LAS MANOS SOBRE LA CABEZA.
Flash irrumpió en la sala de estar. En aquel momento Alice se levantaba del sofá y extendía el brazo bueno hacia Rose, que corría ya rumbo a la puerta frontal.
—¡Quieta! —gritó Flash a la niña.
—REPITO, ARROJA EL ARMA AL SUELO Y…
Flash agarró a Rose por el hombro cuando la mano de la chica casi cogía el picaporte. Su padre tiro de la niña hacia atrás.
—Cuando digo que te quedes quieta…
La detonación de un arma de fuego atravesó la barahúnda de los demás ruidos.
Flash, con irritación, abrió la puerta de golpe.
—¡No! —chilló Alice.
Flash se precipitó al exterior y se detuvo en el césped. Tal como suponía, el helicóptero sobrevolaba la casa, poco menos que rozando el tejado. El rayo de luz blanca del reflector se proyectaba fijo sobre el tronco de un olmo próximo a la calle. El hombre agazapado detrás del árbol empuñaba un revólver. El arma apuntaba hacia arriba. Sufrió una sacudida, a causa del retroceso del segundo disparo dirigido al helicóptero.
Un coche patrulla, con la sirena a todo estruendo y la luz roja y azul girando en el techo, dobló la esquina del extremo de la manzana.
El hombre volvió a disparar. Flash oyó el impacto de la bala contra el metal.
—¡Eh, hijo de Satanás! —gritó, mientras corría hacia el hombre. Las palas del rotor enviaron sobre Flash un remolino de aire caliente.
Había sentido la misma caldeada ventolera en Vietnam, cuando un aparato del ejército descendía para recogerle. Entonces significaba seguridad. Supervivencia.
En unos segundos, si un proyectil del Vietcong no le alcanzaba, estaría a salvo en el aire, después de pasar seis días escondido en la selva, eludiendo patrullas enemigas.
Ninguna bala se clavó en su carne, aquella mañana, pero un cohete dio de lleno en el helicóptero de combate, cuando bajaba, el ingenio cayó envuelto en llamas y el suelo de la selva se estremeció con el impacto.
Si este cabrón se desploma sobre la casa…
Pero el revólver ya no apuntaba al helicóptero. El punto de mira había descendido para encañonar a Flash mientras corría hacia el hombre, al tiempo que el coche patrulla se detenía chirriante y el helicóptero remontaba el vuelo encima de él, sin amenazar ya la casa. Ahora todo está bien, pensó Flash. Y oyó una detonación.