—Será mejor que nos vayamos ya —dijo Julie—. Tenemos veinte minutos de camino hasta el cine y puede que haya cola.
Mientras la chica se disponía a levantarse, Nick echó la silla hacia atrás y se puso en pie. Dio las gracias al padre de Julie por la cena.
—Siempre que te apetezca, aquí estamos —repuso Scott—. Me alegro de que hayas podido venir. Tal vez, si a tu madre le parece y se encuentra bien, mañana podáis venir todos.
—Sería fenómeno.
—Podéis traeros los bañadores. Pasaremos un día estupendo.
—Lo consultaré en cuanto llegue a casa.
—Muy bien. Telefonearé esta noche a tu padre.
Nick se despidió de los demás. Scott acompañó a la pareja hasta el portillo.
—¿Seguro que no preferiríais quedaros aquí?
—¡Papá!
—Tenemos trajes de baño de repuesto, Nick.
—Mañana nadaremos todo lo que queramos —manifestó Julie—. Esta noche nos mala ir al cine. Tú dijiste que podía.
—Ya lo sé. Y no quiero aguarte la fiesta. Era una sugerencia, simplemente.
—No me importaría quedarme —dijo Nick.
—Habíamos quedado en salir —le recordó Julie. Parecía dolida. Miró a su padre con el ceño fruncido—. Además, me gustaría saber qué tiene de seguro este lugar. Si estás preocupado por lo de la maldición, pese a que no paras de afirmar que no crees en ella, puede afectarme aquí tan fácilmente como en cualquier otro sitio. Sabes que aquí fue donde estuve a punto de ahogarme.
—Lo comprendo.
—Tendremos mucho cuidado —le aseguró Nick.
—Además —añadió Julie—, conduce Nick, estará continuamente a mi lado y es el Gran Exento de la Maldición, como tan sabiamente le bautizaste.
Scott sonrió, pera su expresión seguía siendo intranquila.
—No la perderé de vista un segundo, lo prometo —dijo Nick.
Scott le palmeó en la espalda.
—Vale. ¿A qué hora acaba la película?
—Es un programa doble —aclaró Julie—. Calculo que la segunda película terminará hacia las diez y media.
—Espero, pues, que estéis aquí alrededor de las once.
—¡Papá! —Julie parecía indignada—. ¿Y si nos da por ir luego a algún sitio?
—Creo que lo mejor es que volváis a casa inmediatamente.
—¡Por el amor de Dios!
—Hablo en serio, Julie. No sé qué está ocurriendo, si se trata de mala suerte o no, pero creo que es preciso que todos extrememos el cuidado de modo especial hasta que las cosas se asienten un poco. De forma que, aquí a las once, o quédate en casa. Es definitivo.
—Gracias —murmuró Julie.
—Estaré aquí con ella a las once —manifestó Nick.
—Estupendo. Bien, que os divirtáis, pareja.
—Desde luego —balbuceó Julie, mientras abría el portillo.
Nick la siguió por el paseo que bordeaba la casa.
—Nick, lamento toda esta escena —se excusó Julie.
—Vale, vale. Tu padre está preocupado. Me parece que todos lo estamos. Hombre, no tengo idea de lo que está ocurriendo ni en qué va a desembocar. Ya fue bastante malo lo que les ocurrió a mi madre y a Rose. Encima tenemos lo de Karen, luego lo de Benny y después tú…
—Sí, todo parece un tanto espeluznante, ¿verdad?
—Tal vez deberíamos quedarnos.
—¿Te asusta salir conmigo? —Julie le sonrió.
—No. —Nick se puso a su altura y cruzaron juntos el césped de la parte delantera de la casa. Julie, localizó el Mustang rojo detenido en el bordillo. Alzó las cejas.
Nick abrió la portezuela del pasajero para que subiese Julie y luego rodeó el vehículo y se puso al volante. Dentro del coche, cerrado hasta entonces, el calor era asfixiante. Accionó la llave de contacto. Cuando el motor empezó a gruñir gangosamente, Nick pulsó los interruptores correspondientes y bajaron los cristales de las ventanillas. No sirvió de gran cosa hasta que se apartaron de la acera. Una suave brisa irrumpió entonces en el automóvil y expulsó el aire caliente que lo llenaba. Nick miró a Julie. La chica se estaba ajustando el cinturón de seguridad, tenía la cabeza baja y su cabellera rubia se ahuecaba ligeramente. La hebilla encajó en su sitio. Julie levantó la cabeza del cinturón y sonrió.
El aspecto que Julie ofrecía con la falda no ayudaba en nada.
—Estás guapa de verdad —piropeó Nick. Por lo menos no tenía que preocuparse por tener que llevarla a algún sitio cuando salieran. Eso era un alivio. Una decepción. Si lo hubiera sabido la noche anterior, se habría ahorrado tanto agitarse y revolverse en la cama mientras su cerebro le daba vueltas.
—Gracias. Tú tampoco estás mal. Formamos una buena pareja.
—Sí. —La camisa amarilla de punto que llevaba Nick no era ni mucho menos tan radiante como la blusa de Julie, y el verde de los pantalones no podía compararse con el de la falda. La mirada del chico se demoró sobre las rodillas de Julie.
—Será mejor que mires a donde vas —advirtió ella mientras le miraba por encima del hombro.
—¿Y a dónde voy? Vale más que me indiques el camino.
—Tuerce a la izquierda en la próxima señal de alto.
Nick siguió las instrucciones que le daba Julie, pero no podía vencer la tentación de lanzar miradas de reojo mientras conducía.
Durante toda la cena no cesaba de asombrarse ante el aspecto de Julie. Incluso ahora le maravillaba lo diferente que, vestida con falda, parecía la muchacha. La había visto en pantalón corto y en bikini, pero, de alguna forma, la falda la transformaba, la hacía parecer más agradable, más misteriosa y excitante. El modo en que le cubría los muslos. El modo en que dejaba al descubierto las rodillas…
—A la derecha, aquí, en Ventura —guió Julie.
Nick dobló la esquina.
Salvo cuando tenía que darle una indicación, Julie permanecía silenciosa. Tenía las manos abiertas e inmóviles encima del regazo. Daba la impresión de estar un poco tensa. Nick, por su parte, deseó no sentirse tan nervioso. Desde el momento en que concluyó la conversación telefónica mantenida con Julie la noche anterior, había esperado aquella cita con una mezcla de ansiedad y miedo.
Nuestra primera salida.
¿Y si algo se tuerce? ¿Y si nada se tuerce?
El aspecto que Julie ofrecía con la falda no ayudaba en nada.
Por lo menos no tenía que preocuparse por tener que llevarla a algún sitio cuando salieran del cine. Eso era un alivio. Una decepción. Si lo hubiera sabido la noche anterior se habría ahorrado tanto agitarse y revolverse en la cama mientras su cerebro le daba vueltas a las imágenes de Julie y él dentro del coche, aparcados en una carretera oscura, dedicados a la sugestiva tarea de besarse, abrazarse y tantear debajo de las ropas en busca de carne oculta. Después de todo, no habría nada de eso aquella noche.
De todas formas, quizá tampoco lo hubiera habido.
De cualquier modo, tendría que relajarse y disfrutar más de la velada, ahora que sabía que no le quedaba otra opción que llevar a Julie derechita a casa en cuanto se acabara la sesión cinematográfica.
—Ya llegamos —anunció Julie—. Si tuerces a la izquierda en la próxima luz, verás el amplio aparcamiento que hay detrás del cine.
—De acuerdo.
Julie le miró, extrañada.
—¿Te encuentras bien?
—¿Qué quieres decir?
—¿Te ocurre algo?
—No, estoy perfectamente. ¿Y tú?
—No tengo tanto calor, si hace al caso.
Nick hizo la señal pertinente y torció.
—¿Qué pasa? ¿Debemos volver?
—Eso no serviría de nada.
—¿Estás enferma?
Julie no contestó. Nick entró en el aparcamiento, detuvo el coche en un espacio libre y miró a Julie con el entrecejo fruncido.
—¿Qué pasa?
—Yo lo pregunté primero.
—Estoy muy bien. Bueno, quizás un poquitín nervioso.
—¿Por la maldición?
El muchacho denegó con la cabeza. Tenía un nudo en la garganta.
—No. Es que… salgo contigo. Me refiero a que ésta es la primera vez que estamos realmente a solas, ¿sabes? Resulta un poco extraño.
—¿Eso es todo lo que te preocupa?
—Creo que sí.
—Bueno. —Se desabrochó el cinturón de seguridad y puso a un lado las correas—. También yo estoy un poco nerviosa. Pero ¿sabes lo que mejorará las cosas? —Estiró el brazo, pasó la mano por detrás de la cabeza de Nick y le atrajo hacia sí. Se besaron. Los labios de Julie, entreabiertos y húmedos, se frotaron contra la boca del muchacho y luego la oprimieron con firmeza.
Con la otra mano, le restregó el pecho, fue descendiendo le acarició el vientre y acabó posándose en el muslo izquierdo de Nick. La rodilla de Julie se pegó a la pierna del muchacho, apretó y golpeó como si ignorase el modo en que la muñeca se comprimía contra la entrepierna del chico. Luego, la mano se retiró de aquellas partes nobles. Los labios se separaron. Julie miró al fondo de las pupilas de Nick. Preguntó:
—¿Te sientes mejor?
—¿Me tomas el pelo?
—¿Ya no estás tan nervioso?
—Me siento formidable.
—Yo también. Vamos a ver la película.
Fuera del coche, Nick cogió a Julie de la mano. Caminaron juntos bajo los últimos resplandores del sol vespertino. El beso había funcionado, tal como Julie dijo. Puso fin a los recelos y a la inseguridad y volvió a crear un auténtico acercamiento entre ellos. Nick se sentía relajado y cómodo. De mala gana, soltó la mano de Julie, para sacar las entradas. Aunque las películas tenían la clasificación de no aptas para menores de diecisiete años, la taquillera no les preguntó la edad que tenían.
—¿Quieres palomitas? —preguntó Nick, al entrar en el climatizado vestíbulo.
—Ahora, no. Tengo el estómago lleno.
—Yo también. Quizás en el descanso.
Julie esbozó una sonrisa peculiar, como si supiese algo que él ignoraba.
—Quizá —dijo.
La sala no estaba llena. Se acomodaron en unas butacas próximas al centro, sin nadie que les bloquease la visión. Cuando se apagaron las luces, Julie se arrimó a Nick. Le sonrió y le empujó el codo, echándoselo fuera del brazo de la butaca.
—Sin avasallar —susurró Nick.
—Soy yo.
El chico tenía la vista en la pantalla. Proyectaba un anuncio de Los Angeles Times. Presionado por el hombro de Julie, el brazo de Nick caía cruzado sobre la pierna. Torpón e inútil. El muchacho volvía a sentirse nervioso. Debía pasar el brazo por los hombros de Julie.
«Vamos, ¿a qué esperas?».
Estaba temblando y tenía la boca seca.
El título de la película, Meterla, apareció sobre la secuencia de un grupo de adolescentes femeninas que jugaban al baloncesto en el gimnasio de una escuela. Cuando acabaron los créditos, la entrenadora tocó su silbato y las chicas echaron a correr hacia el vestuario.
«¡Venga, el brazo! ¡Ahora!».
No era capaz de obligarse a levantarlo.
En la pantalla, las jóvenes entraban a paso ligero en el vestuario, entre resonantes gritos y risitas.
—Esto debería gustarte —susurró Julie.
La voz de Julie aventó toda la inquietud de Nick.
Pasó el brazo por encima de los hombros de la chica. Qué asombrosamente fácil era. Dejó escapar una temblorosa bocanada de aire cuando Julie se acurrucó contra él. ¿Por qué había vacilado tanto? Bueno, ya no importaba. Acarició el hombro de Julie, de modo que el tejido de la blusa se deslizase sobre la tersura de la piel y la estrecha cinta de la hombrera del sujetador.
Unas cuantas chicas se estaban duchando ya. La cámara ofrecía rápidas panorámicas de su desnudez. Luego, tres muchachos vociferantes y aulladores irrumpieron en el cuarto de las duchas. Sólo llevaban encima un suspensorio. Mientras la mayoría de las muchachas prorrumpían en chillidos, una rubia, tan esbelta como atractiva, se echó a reír y pasó al ataque. Agarró a un mozo rechoncho. Los compañeros de éste emprendieron la huida. Otras chicas se lanzaron también a la carga. Cuando el rollizo adolescente pudo escapar, la rubia que había tomado la iniciativa del ataque agitó en el aire el suspensorio, enarbolándolo como una bandera.
Cambió la escena. Con el suspensorio en la cabeza, la muchacha paseaba por un aula, en plan de alardeante desfile.
—¡Oh, no! —jadeó Julie, y el auditorio rugió.
La madura profesota ponía cara de espanto. La chica se llegó al pupitre del joven rollizo, se quitó el suspensorio de la cabeza y se lo embutió al chico cara abajo.
El muchacho se llamaba Ralph. La rubia, Cindy. Era la capitana del conjunto de animadoras, la rapaza más popular del colegio, y no quería tener nada que ver con Ralph. El sueño de Ralph, en cambio, era ligársela.
Mientras la película iba desarrollando su acción, payasada tras gamberrada, Nick continuó acariciando el hombro y el brazo de Julie. La blusa empezaba a estar húmeda bajo la mano. Y el brazo empezaba a entumecérsele. Por último, lo bajó. Dejó que la mano descansara sobre la pierna. Julie extendió el brazo, tomó la mano de Nick y la apretó.
En la penumbra exterior de la casa de Cindy, Ralph le daba una serenata, interpretando Dama de España al saxo. Cindy se acercó a la ventana de su dormitorio y contempló al chico con cierto arrobo.
Con la mano libre, Nick acarició el antebrazo de Julie, rozando la suavidad de su vello, la delicadeza de la piel.
Aunque Julie y él reían algunas de las obscenas situaciones y lascivas ocurrencias del filme, Nick empezó a sentirse hastiado. La película presentaba el sexo como un conjunto de patochadas de subido color verde, no como algo hermoso y enigmático, tal como debía ser, tal como él deseaba que fuera con Julie. Los muchachos de la película se «daban el lote», para luego pasar del «achuchón» a «meterla en caliente», «echar tres o cuatro polvos sin sacada» o «joder a calzoncillo desatado».
No había ternura ni cariño…, nada de hacer el amor.
Nick empezó a arrepentirse de no haber elegido otra película. Menos mal que aquélla parecía ya a punto de acabar. El otro filme del programa doble, un emocionante relato de espionaje, sin duda mejoraría sensiblemente la sesión.
Julie levantó las manos por encima del brazo de la butaca. Después las posó sobre sus piernas. Nick notó el calor de la carne a través de la tela de la falda.
Aunque Cindy dedicaba a Ralph un striptease bastante incitante, la vista de los desnudos senos y las libidinosas contorsiones del cuerpo ni por asomo le parecieron a Nick tan provocadoras como la pierna de Julie que tocaba. Si las entrelazadas manos descendiesen un poco más, podrían rebasar el dobladillo de la falda y llegar a la piel de la rodilla. Mientras intentaba hacer acopio de audacia, Julie llevó las manos al mismísimo lugar que Nick quería. Le soltó. Cuando los dedos de Nick se cerraron suavemente en la pierna de Julie, ésta le acarició el dorso de la mano. El chico tenía la boca reseca y el corazón lanzado como una moto.
Rematada su personal danza de los siete velos, sin velos, Cindy se dejó caer en la cama. Ralph se había ganado por fin su «oportunidad» con Cindy merced a la hazaña de descargar un camión de estiércol sobre el novio infiel de la chica, en el preciso instante en que el susodicho galán se «orgasmaba» con su nuevo ligue en el asiento trasero del flamante descapotable que el mozo poseía. Colorado el semblante, saltones los ojos, Ralph se quitó la ropa a puñados.
—¡Ven y métela! —le azuzaba Cindy.
Con un alarido de placer, Ralph se lanzó de cabeza sobre el cuerpo despatarrado. La imagen se congeló con el muchacho en el aire. La palabra «Fin» centelleó sobre los glúteos de Ralph.
Nick dio a la pierna de Julie un leve apretoncito en tanto iban pasando por la pantalla los créditos finales. Luego, apartó la mano. Cuando se encendieron las luces, Julie le sonrió.
—Bueno —dijo—, ¿qué te ha parecido?
—¿La película? Pues, bien.
—Mogollón cutre, ¿eh?
—Desde luego.
—En fin, me alegro de que el pobre Ralph acabara por cumplir sus deseos. Le costó lo suyo.
La conversación animó a Nick. Se secó las sudorosas manos en las perneras de los pantalones.
—¿Te apetecen ya unas palomitas o algo?
Julie decoraba su rostro con aquella misteriosa expresión suya.
—Eso depende.
—¿De qué?
—¿Tienes muchas ganas de ver la otra película?
La pregunta desconcertó a Nick. Se quedó mirando a Julie.
—No te entiendo.
—Mi padre dijo que tenemos que estar en casa a las once. Sólo son las ocho y media. Si salimos del cine ahora… —Levantó las cejas—. ¿Qué opinas?
—¿Hablas en serio?
—Si prefieres quedarte a ver la película…
—No, no tengo ningún interés. Yo… ejem… No creo que ganásemos muchos puntos con tu padre.
—No tiene por qué enterarse.
—¡Jolines, Julie!
—¿No te mola?
Nick dejó oír una risita nerviosa.
—Sí, naturalmente, creo que sí.
—Estupendo. Larguémonos.
Julie se echó al hombro la bandolera del bolso y se puso en pie.
Anduvieron de costado hacia el pasillo. El nerviosismo y la tensión oprimían el ánimo de Nick. Pensó que obraban mal, que no debían actuar así. Pero quería hacerlo. Estaba asustado, pero quería hacerlo.
«¿A dónde iremos? A aparcar en algún sitio. Oh, Dios mío».
En el vestíbulo, Julie le dio un apretón en la mano.
—Ahora vuelvo —dijo, y empujó la puerta de uno de los aseos.
Nick recordó su promesa de no perderla de vista. Bueno, no podía seguida al interior de los lavabos de señoras. Ralph, sí, pero él, no.
Entró presuroso en los de hombres. Uno de los urinarios estaba libre, llegó a él. Notó la humedad y viscosidad de la parte inferior del pene. O la película o Julie le habían puesto cachondo a base de bien. No creía que hubiera sido la película.
De nuevo en el vestíbulo, buscó a Julie con la mirada. No la vio. Al parecer, seguía en los lavabos. Esperó. Poco a poco, fue disminuyendo la cola ante el mostrador del ambigú. Un acomodador de chaqueta roja cerró las puertas de la sala, indicando así que iba a empezar la segunda película.
Nick paseó. Clavó la vista en la puerta de los lavabos.
Se abrió, al fin, pero la chica que salió por ella no era Julie.
¿Qué era lo que la retenía allí tanto tiempo?
¿Habría ocurrido algo malo?
La camarera del otro lado del mostrador del bar sazonaba con un toque de mantequilla el cubilete de palomitas de maíz del último cliente. Quizá, cuando concluyera, podría rogarle que fuese a ver qué le pasaba a Julie. Pero eso quizá resultara embarazoso.
Concedería a Julie un par de minutos más.
Miró el segundero del reloj de pared colgado detrás del mostrador. La saeta se movía con rapidez, dejando atrás los números. La vio dar tres vueltas completas a la esfera. Continuó sin decidirse.
La puerta del lavabo seguía cerrada. «¡Vamos, Julie! ¿Qué pasa contigo?».