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Benny acabó su emparedado de queso pasado por la parrilla, así como la Coca. Tras tomado en la cocina, acompañado de Tanya, se retiró. Se llevó el libro al estudio. A través de la encristalada puerta corredera vio a los demás en el jardín. Su padre y Karen se encontraban justo al otro lado de la puerta. El padre leía mientras Karen se limitaba a permanecer tendida en una tumbona.

La mujer tenía las manos entrelazadas por debajo de la cabeza. Los ojos estaban cerrados. Le brillaba la piel a causa del aceite bronceador. Benny contempló los pechos, cubiertos sólo a medias por la tensa tela del traje de baño, claramente visible la reluciente parte lateral de los senos. Eran preciosos, magulladuras aparte. Unas contusiones que produjeron a Benny una sensación deprimente. Deseó que las señales hubieran desaparecido ya.

El negro bañador se adhería como una segunda piel, de forma que se apreciaba el relieve curvo de las costillas, la meseta lisa del vientre e incluso la pequeña depresión del ombligo. Dejaba al descubierto los huesos de las caderas, para inclinarse luego en agudo descenso hacia la entrepierna. Los ojos de Benny observaron las finas hondonadas existentes en el punto donde las piernas se unían al cuerpo. En una de ellas se formó un surco cuando Karen levantó la rodilla.

Benny comprendió que, si seguía mirándola durante mucho tiempo, iba a acabar perdiendo el dominio de sí. De modo que se apartó de donde estaba. Trasladó una silla y la situó en un lugar desde el que se viera a Karen. Se sentó allí. La perspectiva no era muy buena. Espiar a la mujer le hacía sentirse culpable, sobre todo cuando notó que se le empinaba. Cruzó una pierna y esa alivió la presión que sentía contra el muslo. Abrió el libro.

La verdad es que fue una suerte que la bibliotecaria se acordara del título. Benny se dijo que, desde el primer momento, le pareció muy simpática, pero hacía falta ser una persona realmente especial para tomarse la molestia de bajar en busca del libro, pese al modo precipitado en que él abandonó la biblioteca, dejando todoaquel desorden tras de sí.

Su mente volvió al momento del ataque. El pene se le arrugó como si pretendiera ocultarse. Mientras la mano del miedo apretaba con más fuerza, Benny se obligó a leer el título del libro. Maleficios y pociones de brujas: Manual de hechicería, por Jean du Champes. Pasó a la tabla de materias y leyó los encabezamientos de los capítulos:

1. Orígenes de la magia negra

2. Inicio del viaje

3. Instrumental del oficio

4. Arte adivinatoria

5. Hechizos de amor

6. Conjuros agresivos

7. Antimagia

8. Organización de un aquelarre

Apéndice I — Fechas y horas planetarias

Apéndice II — Glosario

Índice

Le pareció que el capítulo 7, el que trataba de antimagia, podía ser el más interesante para él. Claro que acaso debiera empezar por el primero e ir avanzando hasta llegar al séptimo. Pasó rápidamente las páginas y fue vislumbrando cuadros y diagramas extraños, un singular dibujo que parecía representar una mujer árbol, listas que daban a impresión de ser recetas y poemas de todas clases.

Volvió a la página de la mujer árbol. Tenía un rótulo que rezaba: MANDRAGORA. De su cabeza parecía brotar un frondoso arbusto. El cuerpo, con brazos y piernas alargados, lo formaban las raíces: Benny observó los pechos y la vagina, toscamente delineados; Un segundo después, el chico miraba a Karen a través del cristal, y trataba de imaginársela sin el bañador. Accidentalmente, había visto un par de veces desnuda a Julie. Pero eso era distinto, puesto que se trataba de su hermana. Ver a Karen… Mediante un esfuerzo, apartó la mirada, dejó de contemplar a la mujer y pasó al final del libro. La última página llevaba el número doscientos sesenta y cuatro.

No leía muy aprisa. Calculando unas veinticinco páginas por hora, le llevaría un mínimo de diez horas el trayecto interpretativo del volumen completo. Sería mejor empezar por el capítulo importante. Posteriormente, si tenía tiempo, volvería al principio y lo leería todo: La parte relativa a los hechizos de amor. Quizá pudiera… ¡No! Eso era mal asunto. Meterse en semejante juego sucio resultaría un error. Y también frustración. Vale utilizar la magia para combatir la maldición, pero encantar a Karen… La idea le excitó, pero le producía una sensación desazonante, triste, pesarosa.

¡No lo haré! ¡Ni hablar! Leería el resto. Tendría que haber algo que pudiera ayudarle. Tenía que haberlo.

Pasó las páginas hasta el índice de materias, tomó nota mental del número correspondiente al capítulo de antimagia y fue rápidamente a él. Encontró el final del apartado. Tenía treinta páginas de longitud. Dejó escapar un suspiro y empezó a leer:

¡Cuidado! Tarde o temprano, cuando camines a través de los tenebrosos corredores de la magia, despertarás la enemiga de los profesionales hostiles a tu arte quienes emplearán sus poderes para hacerte fracasar. Si te pilla por sorpresa, te veras totalmente a merced de tu adversario, expuesto a feroces ataques que pueden resultar nefastos e incluso fatales. A fin de garantizar tu seguridad, debes tomar las precauciones precisas para tender una cortina que os ponga a salvo, no sólo a ti, sino también a tus seres queridos y a tu hogar.

El conjuro protector requería que se caminara alrededor de la casa durante la Luna nueva. El recorrido se debía hacer llevando un cáliz de agua purificada y entonando cánticos dedicados a una diosa de la tierra llamada Habondia. Para completar el círculo, tenía que rociar con agua purificada todas las habitaciones de la casa. En el capítulo 3 se daban las instrucciones pertinentes para purificar el agua. Pero tendría que haber alguna Luna aquella noche, así que no se molestó en comprobar eso. Siguió leyendo.

Podía colgarse sobre el corazón una piedra sagrada. Si contaba con ella. O podía protegerse con una magnetita o una cruz de Piedra. ¿Pero, dónde diablos iba a encontrar tales cosas? Cuanto más leía, mayor era su frustración. Todo conjuro, todo amuleto, talismán o pócima exigía piedras, hierbas extrañas de las que nunca oyó hablar, o posiciones planetarias que carecían de sentido para él. Cerró el libro de golpe.

Luego volvió a abrirlo. Sólo había leído las páginas del capítulo de antimagia.