30

Cuando por fin llegó Tanya, Benny yacía atravesado en el asiento posterior del coche. El automóvil estaba cerrado y el chico sudaba a mares. Tanya abrió la portezuela del conductor y miró a su primo.

—¿Te encuentras bien?

Al tiempo que se incorporaba, Benny asintió con la cabeza.

—Me preocupé un poco al no verte. Creí que te habías perdido.

—Lo siento —murmuró Benny.

Se apeó. Después del horno que era el coche, el aire exterior resultaba fresco y agradable. Se secó el sudor de la cara y se puso la camisa. Tanya se inclinó por encima del asiento contiguo al suyo y quitó el seguro de la portezuela. Benny la abrió y bajó el cristal de la ventanilla antes de subir al vehículo. La muchacha le tendió un libro negro, de pequeño formato. Benny se quedó mirando la cubierta. Maleficios y pociones de brujas.

—¿Lo conseguiste?

—Kristi se encargó de ello. De todas formas, ¿qué pasó?

—¿Cómo?

—En la biblioteca.

—Tuve ciertas dificultades —musitó Benny.

—Eso me han dicho. Cuando fui a buscarte, Kristi me dijo que saliste de allí corriendo como alma que lleva el diablo. ¿Qué estuviste haciendo allá abajo? Según Kristi, las luces estaban apagadas y tú habías esparcido los libros por el suelo. Parecía un poco mosqueada.

—No fui yo quien lo hizo.

Tanya le miró con expresión decepcionada. Alargó la mano y puso el motor en marcha.

—Kristi asegura que allí abajo no había nadie más.

—Pues sí que había alguien —afirmó Benny, con voz en la que el recuerdo de lo sucedido ponía temblores sin tasa. Enseñó a Tanya la mano derecha. En la muñeca se apreciaban tenues magulladuras, los surcos delgados que dejaron allí las uñas al rasgar la piel.

Tanya contempló los arañazos.

—¿Quién te hizo eso?

El chico se encogió de hombros.

—¡Dios mío, Benny! Deberías decírselo a alguien. ¿Quién te lo hizo? ¿Intentó ese hombre…?

—Esa mujer.

—Será mejor contárselo al servicio de seguridad del campus.

—No la encontrarán. Es una bruja.

—Eso es una locura, Benny, y lo sabes.

—Sí —murmuró Benny—. Imaginaba que ibas a decir eso.

—No podemos decir a los de seguridad que una bruja…

—No voy a decirles nada. Se limitarían a contestar que estoy como una jaula de grillos.

Con un suspiro, Tanya puso la marcha atrás y el automóvil retrocedió. Luego condujo hacia la salida del aparcamiento. El aire que entraba por las abiertas ventanillas era una grata caricia para Benny.

—Sé que no estás loco —le dijo Tanya—. Pero tienes a las brujas empotradas en el cerebro y en tu imaginación desbordante.

—¿Iba a imaginar una cosa así? —preguntó Benny, alzada la mano.

—Claro que no.

—¿Crees que estas señales me las hice yo mismo?

—¿Te las hiciste?

—No.

—Está bien, te creo, y ahora, ¿por qué no me cuentas lo que sucedió allá abajo?

—Vale.

—Y, entonces, aquel dedo se rompió y se desprendió —dijo Benny—. En mi mano.

—¿Se rompió? —preguntó Scott—. ¿Estás seguro?

—Sí.

—Pamemas —murmuró Julie.

Scott la miró con el ceño fruncido y luego dirigió la vista hacia Karen. Ésta contemplaba su Bloody Mary, con una expresión de disgusto en su contusionado rostro.

—Muy bien —dijo Scott—. ¿Y luego qué sucedió?

—Bueno, ella me soltó y pude escapar.

—¿No la viste?

—Estaba oscuro, todo negro como el carbón.

Scott se echó hacia atrás en la tumbona. Secó en sus pantalones cortos el húmedo culo de su vaso de combinado, lo que no impidió que goteara cuando el hombre tomó un sorbo. Sobre su pecho bronceado por el sol, la salpicadura del agua helada fue como el pinchazo de la punta de una navaja. Eliminó aquella sensación frotándose con la yema de los dedos.

—Parece que pasaste un mal rato, compañero.

Las palabras de simpatía parecieron impresionar mucho a Benny. Empezó a temblarle el mentón. Apretó los labios hasta formar una tensa línea recta.

—¿Estás seguro de que sucedió todo eso? —preguntó Julie—. ¿No lo habrás soñado o algo así?

—No fue ningún sueño —murmuró Benny.

De espaldas a la piscina, sentada en el suelo con las piernas cruzadas, Tanya declaró:

—La bibliotecaria bajó a la sala del semisótano después de que Benny ahuecase el ala a toda velocidad. Me dijo que las luces estaban apagadas y que había libros desperdigados por el suelo. Pensó que era obra de Benny. Según ella, no había nadie más en la planta inferior.

—Me pregunto qué aspecto tendría —dijo Karen.

—¿Encontró algún dedo, por casualidad? —preguntó Julie.

—Normalmente, un dedo no suele romperse ni desprenderse así, por las buenas —manifestó Scott—. Incluso aunque se quiebre el hueso… hay músculos, tendones, carne.

—Y sangre —añadió Julie—. Todo el lugar debería estar salpicado de sangre.

Benny sacudió la cabeza y volvió las manos en un sentido y en otro, como si buscara manchas de sangre. No pronunció palabra.

Scott tomó un sorbo de Bloody Mary.

—Bueno —determinó—, pasara lo que pasara, fue de lo más extraño. No sé qué pensar. Pero, al menos, estás bien, Benny. Eso es lo que realmente importa.

—¿Y si se repite? —preguntó el chico con voz apagada.

—No creo… bueno…

—Lo normal es que no te ocurra nada más —declaró Karen— siempre y cuando alguien esté contigo. Lo que tienes que hacer es no ir solo a ninguna parte. Así, en el caso de que vuelva a suceder algo raro, no tendrás que afrontarlo solo.

—Tal vez necesite un guardaespaldas —sugirió Julie. Benny la miró, con un rápido parpadeo.

—No te parecerá tan raro cuando te ocurra a ti.

—Olvídame.

—Fue la maldición —estalló Benny— y en esa maldición también estás incluida. Todos estamos incluidos, salvo Tanya. Ella tratará de acabar con nosotros.

—¿Quién? ¿Tanya? —preguntó Julie, con una sonrisa afectada.

—¡La bruja! Se hizo con sangre nuestra y dijo que se vengaría de nosotros, pero nadie hizo caso. Yo no soy más que un chaval medio majareta y las brujas y las maldiciones no existen. Eso es todo, ella nos lanzó una maldición ¡y va a acabar con nosotros si no hacemos nada! —Benny se levantó de la silla y entró corriendo en la casa.

Julie sopló sosegadamente a través de los fruncidos labios.

—Debería verle un psiquiatra.

—¡Ya está bien! —la reprochó Scott—. Ese chico ha pasado por Dios sabe qué y lo que menos necesita son tus impertinencias.

Julie dio un respingo y la sonrisa se borró de sus labios.

—Perdonadme —bisbiseó, y echó a andar hacia la casa.

Con aire de sentirse incómoda, Tanya se puso en pie y se sacudió el fondillo de los pantalones cortos.

—Voy a ver cómo se encuentra Benny.

—Gracias. —Cuando la muchacha se hubo retirado, Scott se volvió hacia Karen—. No debí perder los nervios de esa forma.

—Eso le pasa a cualquiera. Dios sabe que eso fue algo realmente apacible comparado con alguna de las filípicas que suelo proferir en el colegio. Dicen que me pongo hecha una furia del Averno.

Scott se sintió mejor, mientras le daba la vuelta al asiento para quedar frente a Karen. Reclinada hacia atrás, la mujer tenía las piernas estiradas, cruzadas a la altura de los tobillos, con una mano en torno al vaso que descansaba sobre su vientre. La pechera de la holgada y descolorida blusa azul que llevaba encima del traje de baño tenía una mancha oscura producida por la humedad del vaso.

—Tú tratas a diario con adolescentes —dijo Scott—. ¿Qué opinas de mis dos retoños?

—Yo diría, para empezar, que Julie está asustada, probablemente muy inquieta e impresionada por lo que le ha sucedido a Benny.

—Tiene una manera un tanto original de demostrarlo.

—El sarcasmo no es más que un mecanismo de defensa. Parece recurrir a él siempre que tiene dificultades para afrontar algo. No creo que sea una chica dura o insensible. Lo que le pasa, más bien, es que se preocupa demasiado. El sarcasmo es como una válvula de seguridad.

—Está bien. Te daré un diez por ese dictamen. Julie siempre ha sido así, se oculta detrás de eso. A veces es duro aceptarlo.

—Míralo por la cara buena: al menos no se pone histérica.

—Supongo que eso no deja de ser una ventaja. Está bien. ¿Respecto a Benny?

—Diría que es extraordinariamente imaginativo y sensible. Y que ha plantado cara a la situación con una habilidad más que notable. Si yo hubiera tenido que pasar por lo que ha pasado él, estaría hecha polvo. Y no sólo yo, la mayoría de la gente igual. Se habrían venido abajo lastimosamente.

—¿Crees que sucedió de verdad lo que ha contado Benny?

—Sí.

—¿Todo?

—Sí.

—¿Cómo explicas?

—No puedo explicarlo. —Karen meneó la cabeza—. Por eso me habría quedado alucinada de sucederme a mí. Creo que, en cierto sentido, Benny tiene la suerte de poder achacarlo a la maldición. Eso le proporciona un marco de referencia que le permite superar el asunto. En lo que se refiere a magia y maldiciones, puede suceder cualquier cosa, nada es ilógico.

—¿Tú no crees en esas cosas?

—Lo importante es que Benny sí cree. Forma parte de su realidad. Por consiguiente, la experiencia sufrida en la biblioteca tiene sentido para él. De no ser así, Dios sabe cómo hubiese reaccionado.

—Mira, nosotros no creemos en esas pamplinas. Al menos, yo no creo. ¿Cómo se supone que he de considerar lo sucedido?

Karen esbozó una sonrisa pícara.

—Sólo te digo que tiene que existir una explicación lógica. Escríbelo cincuenta veces en el encerado.

—¿Qué crees?

—Que tiene que haber una explicación lógica.

—¿Por ejemplo?

—Maldito si lo sé.

Scott se echó a reír.

—¡Pues sí que me ayudas!

Karen apuró su Bloody Mary.

—¿Otro? —ofreció Scott.

—Claro. ¿Por qué no? Mientras vas a prepararlo, tal vez sueñe alguna teoría.

—Inténtalo —dijo Scott—. A fondo. Agradecería en el alma una buena explicación, sólida, razonable y realista.

—Muy bien. Trabajaré en ello.

Scott tomó el vaso de Karen. Se inclinó sobre ella y la besó suavemente en los labios. Después entró en la casa. En vez de dirigirse a la cocina, recorrió el pasillo hacia el cuarto de Julie. La puerta estaba de par en par. Tendida en la cama de espaldas, bajo un cartel de Bruce Springsteen, la muchacha tenía la vista fija en el techo y llevaba unos auriculares en los oídos. Se los quitó al verle entrar.

—¡Eh! —dijo Scott—. Siento mucho haberte levantado la voz.

Julie respondió con un encogimiento de hombros.

—Creo que todos tenemos los nervios un poco desquiciados.

—Está bien —murmuró la chica.

—¿Por qué no le das a Nick un telefonazo y le preguntas si no le gustaría dejarse caer temprano por aquí y cenar con nosotros? Pongamos hacia las cinco. Entonces ya tendré los filetes en la barbacoa.

—Vale —aceptó Julie, con una leve sonrisa—. Será estupendo. Lo arreglaré con él.

—Perfecto.

En la cocina, Scott sacó un filete más del congelador. Luego preparó los Bloody Mary. Salió a la terraza con ellos. Después del aire acondicionado del interior de la casa, el calor del sol resultaba agradable. Karen, de pie, se quitaba la blusa mientras él se le acercaba por detrás. La mujer llevaba el mismo reducidísimo traje de baño que había lucido durante la excursión. Las hombreras cruzadas eran lo único que impedía que la desnudez de su espalda fuese total.

—¿Lista para un chapuzón?

Karen le sonrió por encima del hombro.

—Lista para un latigazo —dijo. Colgó la blusa del respaldo de la silla.

—Me gusta tu bañador —dijo.

—¿Favorece mis contusiones?

Las magulladuras eran manchas amarillo-verdosas en la atezada piel de hombros, brazos y pechos. Las señales de los dientes tenían un tono más oscuro que la lívida epidermis circundante. Observarlas llevó a su mente el recuerdo de aquella noche horrible: la escena de Karen tendida inmóvil en la tienda, el pánico que le dominó durante el tiempo que transcurrió sin que supiera si estaba viva o muerta…

—¿Tienes que seguir mirando así?

—Perdona, no puedo evitarlo —dijo Scott, y se las arregló para sonreír—. Estás casi en cueros vivos…

—Mirabas las magulladuras.

—No, admiraba tus senos firmes y turgentes.

Karen dejó oír una carcajada y tomó un sorbo de su bebida. Entornó los párpados al levantar la cabeza hacia el sol.

—He hablado con Julie. Va a pedir a Nick que venga a cenar con nosotros.

—¡Ah, eso será estupendo!

—Más estupendo todavía será el que se larguen por la noche un rato. Si me las ingenio para que Tanya se lleve a Benny al cine o a algún sitio…

—¿Crees que eso sería una buena idea?

—Claro. Tendríamos la mansión para nosotros solos durante unas horas.

—Puede que Benny prefiera quedarse en casa.

—Ah, no quieres estar a solas conmigo.

—Hablo en serio, Scott. El chico ha vivido esta mañana una experiencia de todos los infiernos. Si yo fuese él, no querría salir esta noche. Me quedaría en casita a salvo con mi papá.

—Sí. Supongo que no debo forzarle. De todas formas, estando tú aquí, tampoco querría marcharse. La verdad es que, cuando se enteró de que ibas a venir estuvo a punto de suspender su visita a la biblioteca. —Scott levantó la mano y puso el pulgar y el índice con las yemas separadas poco más de medio centímetro—. Esto le faltó para decidir quedarse en casa a esperarte. Si le hubiera…

Karen sacudió la cabeza, interrumpiéndole.

—Siempre se recurre a esos «si» cuando algo se tuerce. No podemos echamos la culpa a nosotros mismos. Sólo se trata de un montón de pequeños detalles que no significan nada hasta que la mierda toca las aspas del ventilador y uno vuelve la cabeza y se da cuenta de cómo llegó allí. Y descubre entonces una completa cadena de «si» que retroceden interminablemente.

—Supongo. Pero si Benny se hubiese quedado en casa esta mañana…

—No habría necesitado ir en busca de un libro sobre brujería si jamás hubiésemos salido de excursión. Y esa excursión no se habría realizado si tú y yo no nos hubiésemos conocido.

—Un «si» que no me gustaría cambiar —dijo Scott.

—A mí, tampoco —le sonrió Karen—. Pero tienes que admitir que es uno de los eslabones de la cadena. Si no nos hubiésemos conocido, a Benny no le habrían atacado esta mañana.

«Y a ti no te habrían golpeado y violado», pensó Scott. La sombría expresión del rostro de Karen le indujo a preguntarse si la mujer estaría preguntándose lo mismo que él. «Si no nos hubiéramos conocido…».

Karen enarcó las cejas y tomó un trago. Scott vio que una gota se desprendía del vaso e iba a salpicar la tersa piel del pecho de la mujer, para deslizarse luego por el canalillo de los senos. Karen se la secó.

—De cualquier modo —dijo—, resulta un tanto ridículo cuando uno piensa demasiado en ello. Los «si» son infinitos.

—Eso creo —reconoció Scott—. En fin, ¿has concebido alguna teoría maravillosa acerca de lo que le ha pasado a Benny?

—He pensado un poco. Dijo que las luces se apagaron un segundo después de que la mano le agarrase. A menos que aceptemos la magia como explicación, debe de haber participado en la maniobra otra persona: alguien que apagara la luz mientras se atacaba al chico.

—Se me ocurre que es posible que se tratara de una broma —dijo Scott—. A un par de estudiantes se les pudo pasar por la imaginación la hazaña de pegarle un buen susto a Benny. Después de que éste saliera corriendo, se escondieron en alguna parte.

—Eso deja todavía sin explicar lo del dedo.

—Bueno, si en realidad no se rompió… A causa del miedo, es posible que Benny se desorientase. Pudo haberlo separado, incluso puede que lo rompiera, y sólo imaginar que se desprendió.

—Parecía estar muy seguro.

Scott suspiró.

—Yo no…

Oyó el deslizamiento de una puerta que se abría a su espalda. Al mirar por encima del hombro, vio a Julie salir de la casa. La chica dio unos pasos, fruncido el entrecejo y la vista clavada en el piso de hormigón. Había dejado la puerta abierta y parecía preocupada, sumida en sus pensamientos, por lo que Scott le dio una voz, indicándole que la cerrase. La muchacha colocó una tumbona frente a su padre y a Karen y se sentó sin pronunciar palabra.

—¿Qué pasa? —preguntó Scott.

—He llamado a Nick —explicó Julie con voz distraída, apenas audible. Estaba encorvada, con los codos apoyados en los brazos de la tumbona y los entrecerrados ojos hundidos en el suelo.

—¿No puede venir? —preguntó Scott.

—Tal vez sí. No lo sabe con certeza. Tiene… ha de quedarse en casa con Heather. Su padre está en el hospital.

—¿Flash? Dios mío, ¿qué le ha ocurrido?

—A él, nada. —Julie meneó la cabeza—. Recibieron un aviso y tuvo que salir rápidamente. Se trata de Alice y Rose. —Miró a Scott con ojos impregnados de confusión—. Las atacó un perro. Esta mañana. Creo que le dieron por muerto. Alice lo atropelló con el coche y lo llevaba a un veterinario para que… para que se hiciera cargo de él. Y entonces las atacó. Me parece que la emprendió a dentelladas con ellas.

—¡Jesús! —murmuró Karen.

—Las heridas que tienen, ¿son muy graves?

—Nick dice que están operando la mano a su madre. Lo suyo fue peor que lo de Rose. Ninguna de las dos…, bien, creo que se encuentran en bastante buena forma, salvo por los mordiscos de las manos y los brazos. Nick dice que probablemente vuelvan a casa esta misma tarde.

—¿Alice está en cirugía?

—Sólo por la mano. Han de restaurade algunos tendones, músculos o cosas así.

—Bueno… —Scott emitió un suspiro, mientras contemplaba la brillante superficie de su vaso—. Gracias a Dios que no fue peor.

Julie se frotó la cara con ambas manos y se echó hacia atrás en la tumbona, como si estuviera exhausta.

—Puede que Benny tenga razón —susurró.

—Pura casualidad, cariño.

—¿De veras?

—Naturalmente. Vamos, no me digas que crees que una maldición…

—No quiero creerlo —declaró Julie en tono cansino—. Pero Benny, y ahora esto…

—Reconozco que es un poco extraño, ambas cosas ocurriendo del mismo modo, pero no es más que una coincidencia caprichosa.

—Dos es una coincidencia —terció Karen, fruncido el ceño y clavados los ojos en su Bloody Mary—. Tres es…, anoche estuve a punto de matarme.

Scott se la quedó mirando, atónito.

—Comprendo que se producen accidentes de un modo continuo, personas que se caen en la bañera…, pero a mí no me había ocurrido jamás. Ah, es probable que haya resbalado un par de veces, pero lo de anoche fue una auténtica caída de cabeza. Si Meg no hubiera tirado de mí en el momento en que lo hizo… —Karen dibujó con los labios una sonrisa torcida. Agitó el combinado con el índice y los cubitos de hielo tintinearon contra el cristal del vaso—. Estaba inconsciente debajo del agua cuando Meg me encontró. Dos minutos más y… —Encogió los desnudos hombros—. Me pregunto si de verdad te atan una etiqueta en el dedo gordo del pie. Parece tan… ridículo, ¿verdad? Supongo que sí lo hacen. ¿Quién va a protestar?

—Por Dios, Karen.

—De todas maneras…

—¿Estás bien? —se interesó Julie.

—Bueno, vivo para contarlo. Sí, me encuentro perfectamente. —Alzó las cejas al mirar a Scott—. ¿Qué opinas?

El hombre se sentía aturdido. No se le ocurría nada que decir. Sacudió la cabeza.

—¿Se trata de una coincidencia o de la maldición? —instó Karen.

—Pues…, pues no lo sé.

—Ella dijo que acabaría con nosotros —murmuró Julie.

—El lado bueno de todo este asunto —dijo Karen— es que al menos nadie ha muerto ni ha resultado gravemente herido.

—Aún no.

—Mira —expuso Scott—, con maldición o sin ella a veces uno tiene mala suerte o sufre un accidente. Son cosas que pasan y punto. Sólo empeoraremos la situación si empezamos a pensar que esa individua es la causante de todo.

—Pero ¿y si lo es? —preguntó Julie—. ¿Y si esto no es más que el principio?

—No lo sé —reconoció Scott—. ¿Cuál es tu respuesta? Si estás tan segura de que se trata de la maldición, ¿qué sugieres que hagamos? ¿Escondemos? ¿Dejar de ducharnos? ¿Quedarnos encerrados en casa durante el resto de nuestra vida? Tal vez sea mejor que te olvides de ir esta noche al cine con Nick. La maldición puede liquidarte.

—No tienes por qué ser tan desagradable.

—Hablo en serio. ¿A dónde nos conduce esto? ¿He de renunciar a mi empleo? Dios sabe que, si esa fulana me ha echado mal de ojo, lo mejor que puedo hacer es abstenerme de tomar los mandos de ningún L1011 con trescientos pasajeros a bordo.

—¿Para cuándo tienes programado tu próximo vuelo? —preguntó Karen. Su expresión era grave.

—Vamos, sólo estaba…

—¿Cuándo es? ¿La semana que viene?

—El martes. Salgo a las ocho cuarenta para el Kennedy.

—Hoy es jueves. Si continúan sucediendo cosas…

—No ocurrirá nada más.

—Tanto si ocurren como si no —prosiguió Karen—, para entonces tendremos una idea bastante clara de dónde estamos.

—Tal como hablas, da la impresión de que ya estás convencida.

—Voy a ello rápidamente.

—¿Y tú qué dices, Julie?

—Yo voy a salir, pase lo que pase.