—Es una pitanza decente —proclamó Arnold, al tiempo que acercaba su silla a la mesa del desayuno. Olfateó su plato de huevos fritos con tocino entreverado y emitió un ruidoso suspiro—. ¡Ah, las comodidades del hogar!
Muy sonriente, Alice colocó un plato delante de Heather.
—No te vi despreciar los otros desayunos.
—Hasta querías devorarte el mío —recordó Rose.
—En las montañas me lo como todo. Pero esto, bueno… esto es comida de verdad.
—No sé por qué Nick tarda tanto en bajar a desayunar —se extrañó Alice.
—Seguramente se estará acicalando para su gran cita.
—¿A las nueve de la mañana?
Arnold se echó a reír y empezó a cortar su tocino.
Alice llevó a la mesa los dos últimos platos, fue luego hasta la puerta de la cocina y llamó a Nick.
—¡En seguida voy! —voceó el muchacho.
—¡Los huevos del desayuno se te están enfriando! —avisó Alice.
Regresó a la mesa, ocupó su silla y suspiró, contenta de poder sentarse de una vez. No le hacía maldita la gracia el tener que ir a la compra, recorrer con sus piernas martirizadas por las agujetas y sus pies llenos de ampollas los pasillos del supermercado. Pero no tenía otra opción. No, si querían cenar aquella noche.
Oyó el roce de los mocasines de Nick sobre el suelo de la cocina. El chico se acercó por detrás y se sentó a la mesa. Dedicó a su madre una rápida sonrisa. Tenía en los ojos una expresión temerosa.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Alice.
—Claro que sí. Lo único que pasa es que no he dormido muy bien.
—¿Nervioso por la gran cita?
Nick se encogió de hombros y cogió el tenedor. Se agitó en su mano temblorosa. Nick empezó a cortar los huevos con el canto de la horquilla del tenedor. Al observarle, la madre se sintió inquieta, como si la tensión del muchacho fuera contagiosa. Alice empezó a comer, pero apenas notaba el sabor de los alimentos. Era evidente que la preocupación del chico la producía algo más que la impaciencia que pudiera ocasionarle la perspectiva de salir con Julie. Sin duda, tuvo una pesadilla, y la mujer no era capaz de suponer lo profundamente que podía haberle afectado. Acaso Julie contribuyera a alejar de la mente de Nick lo que quedase de aquella preocupación.
—¿A dónde piensas llevarla? —preguntó Alice. El muchacho se encogió de hombros.
—No lo sé. Tendré que mirar la cartelera del periódico. En el Valle hay toda clase de cines.
—Y una barbaridad de autocines —añadió Arnold.
—No quiero llevarna a ningún autocine.
—¿Por qué no? —preguntó Rose—. Son un rato guais.
—Nick sabe por qué no.
—Nosotros, vamos —insistió Rose.
—Es distinto.
—¿Por qué?
—Eso no tiene que preocuparte, jovencita.
—Nosotros los llamábamos pozos de pasión.
—¡Arnold!
Rose echó la cabeza hacia atrás, sonrió y mostró una boca llena de tocino a medio masticar.
—¡Ah, ya lo entiendo!
—¿Qué? —quiso saber Heather.
—Mamá no quiere que se den la fiesta.
—Algunos de mis recuerdos más queridos… —empezó Arnold.
—Basta ya. —Alice se volvió hacia Nick. Concentrada su atención en el plato, como si estuviese al margen de la charla, Nick mojaba un trozo de tostada en el resto de yema de huevo que tenía allí—. No llevarás a Julie a ningún autocine. Estoy segura de que su padre tampoco lo aprobaría.
—No lo discuto —dijo Nick.
—Sobre todo cuando es la primera vez que salís…
—No lo discute —la interrumpió Arnold.
—Conforme. No soy quién para amargar la vida a nadie, Sólo quiero tener la certeza de que nos entendemos mutuamente.
—Yo te entiendo —dijo Nick.
—Así, pues —trató de concretar Arnold—, ¿cuál es el programa para hoy?
—Yo, por ejemplo, tengo que ir a comprar comestibles. —Alice se levantó de la mesa—. ¿Quién quiere acompañarme? —Cogió la cafetera.
—¡Yo! —exclamó Rose.
—Y yo —se sumó Heather.
—Vale más que tú te quedes en casa —decretó Arnold—, y procures no estar mucho tiempo de pie.
—Oh, papá…
—Tu padre tiene razón —dijo Alice, y rodeó la mesa para volver a llenar la taza de café del hombre—. Cuanto más tiempo descanse el pie, antes lo tendrás curado del todo.
—La rota peana el tiempo la sana —dijo Nick, y sonrió. Su primera sonrisa de la mañana.
Alice le sirvió más café, llenó luego su propia taza y volvió a dejar la cafetera encima del mostrador.
—¿Necesitáis algo especial de la tienda?
—Vodka y Dos Equis —pidió Arnold.
—Claro. —Alice se sentó y tomó un sorbo de café complacida de haber sabido llevar la conversación hacia derroteros menos conflictivos—. Creo que cogeré una nueva venda Ace. La vieja está hecha un desastre.
—Usé anoche Ben-Gay —informó Nick. Arnold soltó un bufido.
—Así que ésa era la peste que olí. Pensé que se trataba del aliento de Rose.
La niña hizo una mueca y Heather se echó a reír.
—Creo que he perdido el peine —dijo Nick.
—Será mejor que le compres dos o tres —aconsejó Flash—. Un joven coladito por una chica está perdido si no tiene peines.
Rose formó una O con los labios. Heather rió por lo bajo. El rostro de Nick se puso rojo como un tomate maduro.
—Jesús, papá —murmuró.
Arnold estaba radiante.
—¡Oh! ¿He dicho algo malo?
—¿Qué tal tu champú anticaspa? —preguntó Alice a su marido.
—Está bien —dijo el hombre—. Aunque un poco bajo en grasa.
—¿Me dispensáis? —preguntó Nick—. Quiero ventilar los sacos de dormir.
—Limítate a tenderlos en la cuerda —dijo Arnold.
Nick abandonó la cocina. Arnold sostuvo la mirada de Alice y se encogió de hombros.
—Has puesto al chico mortalmente violento —reprochó.
—¿De verdad está enamorado? —susurró Heather.
—Es la acostumbrada parte odiosa de la personalidad de tu padre.
Arnold rió entre dientes.
—Me juego algo a que sí —dijo Rose.
—Es igual —advirtió Alice—. No es una cuestión para hacer chistes. Enamorarse es un asunto muy serio.
—Sí, en especial cuando se tienen diecisiete años —añadió Arnold.
—Venga, Rose, ayúdame a quitar la mesa. Quiero estar en el supermercado antes de que se llene de gente.
Benny sostuvo el plato bajo el grifo de la cocina y observó cómo el humeante chorro del agua fundía los pequeños terrones de azúcar desprendidos de los bollos de canela. Cuando el plato parecía limpio, se lo alargó a Tanya. La muchacha lo puso en el lavavajillas y cogió otro plato.
—¿Crees que permitirán a un niño utilizar la biblioteca? —preguntó Benny.
—¿Qué biblioteca? —quiso saber su prima.
—La de la facultad.
—¿Qué buscas? Tal vez yo pueda encontrártelo.
—Sólo unos temas…
Tanya colocó en la máquina dos tazas de café, que puso boca arriba, y miró a Benny.
—¿Temas de ocultismo? —preguntó.
—Sí —reconoció el chico—. Brujas y esas cosas.
—¿Has probado en la tuya?
—Lo hice anoche. Pero no he conseguido gran cosa. Nada que trate la cosa con detalle y en profundidad. Además, la biblioteca pública apesta.
—Probablemente no quieren que la juventud se corrompa.
—De todas formas, se me ha ocurrido que tal vez pueda acompañarte y echar un vistazo por allí mientras tú estás en clase.
—¿Durante dos horas y media? ¿No temes aburrirte?
—Nunca me aburro. Papá dice que el aburrimiento es síntoma de debilidad mental.
Tanya sonrió, se apartó un mechón de pelo de la frente y cogió el plato que le tendía Benny.
—Bueno, tu compañía será un placer, si es eso lo que deseas. Pero vale más que se lo digas antes a tu padre. Quizá tenga algún encargo que hacerte. Hala. Yo acabaré con los platos.
—Gracias —dijo Benny, y se apresuró a salir de la cocina. Su padre, que llevaba puesto el descolorido traje de baño azul, estaba con una rodilla en tierra, junto a la piscina, comprobando el termómetro—. ¡Eh! ¿Hay inconveniente en que vaya a la facultad con Tanya? Ella está conforme si a ti te parece bien.
—Por mí, vale. ¿Qué te traes entre manos?
—Nada. Sólo quiero dar una vuelta por la biblioteca.
La boca del padre se curvó en una semisonrisa.
—Los únicos ejemplares del Necronomicón de que se tiene noticia están, según dicen, en la biblioteca de la Universidad de Miskatonic y…
Benny soltó una carcajada.
—¿Sabes eso?
—Te sorprenderías mucho si te enterases de todo lo que tu viejo padre sabe. No soy un inculto integral, muchacho. De todas formas, ve con Tanya, si lo deseas. Aunque te advierto que Karen estará aquí dentro de una hora, más o menos.
Se disolvió la impaciencia de Benny. No quería perderse a Karen. Por otra parte, aquel asunto tenía demasiada importancia para retrasarlo. Quizá no encontrase en la biblioteca de la facultad datos y documentación que le sirviera de ayuda, pero tenía que intentarlo.
—Bueno —decidió—, será mejor que vaya, a pesar de todo. Estaremos de vuelta hacia la una.
—Karen aún seguirá aquí. Me imagino que va a quedarse a cenar. Buena caza.