Sentado encima de su saco de dormir, Benny se calzó una bota, en tanto Julie se pasaba el poncho por la cabeza. La joven echó a andar a gatas hacia la entrada de la tienda, cuya solapa Nick tenía levantada.
—¡No me dejéis aquí solo! —gritó Benny.
—De acuerdo. Pero date prisa. —Julie se detuvo y le preguntó a Nick—: ¿Sabes qué es lo que está ocurriendo?
—Ni idea.
Benny se calzó la otra bota.
—Listo —dijo.
Cogió el poncho y siguió a Julie al exterior. Erguido, se puso el poncho introduciendo la cabeza por el hueco de la capucha.
El señor Gordon apareció por detrás de la última tienda.
—¿Todo el mundo se encuentra bien? —preguntó Nick.
—Sólo con cortes. Nada grave. ¡Cristo bendito!
—¿Todos tienen cortes? —quiso saber Nick.
—Todos.
—No lo entiendo.
—Ni yo tampoco.
Se hinchó la parte delantera de la tienda de Karen y Scott salió a rastras, envuelto en un saco de dormir. Le siguió Karen. Vestía unos pantalones de chándal grises y una parka acolchada que le llegaba sólo hasta la cintura. Se cubría la cabeza con el sombrero de ala caída. Iba descalza.
Benny la contempló, mientras un dolor hueco se aposentaba en su pecho.
—¿Estás malherida? —preguntó a la mujer.
—Nada grave —respondió Karen. Se saco una mano del bolsilIo y se la tendió al chico. Benny la apretó afectuosamente.
—Creo que debemos salir zumbando de aquí —dijo el señor Gordon—. ¿Qué opináis?
—¿Todo el mundo está bien? —preguntó Scott.
—Hasta ahora. Pero quién sabe contra qué tendremos que enfrentamos. Aquí somos muy vulnerables. Voto por largarnos. Una vez en marcha, veremos qué nos espera. De todas formas, el camino está ahí, ¿no?
—Yo diría que sí —murmuró Karen.
—¿Vamos a dejar el cadáver ahí? —preguntó Scott.
—Ha desaparecido —informó Julie.
Benny notó que los dedos de Karen le apretaban la mano.
—O el tipo no estaba muerto —explicó Gordon—, o alguien llegó furtivamente y se fue con él.
—Tuvo que ser esa mujer —dijo Nick.
—¿Qué mujer? —quiso saber Scott.
Nick repitió la historia de las tres chicas que estuvieron nadando allí el día anterior, hasta que una mujer estrafalaria se puso a chillarles y las espantó.
—Sin duda es la misma mujer que ha acuchillado las tiendas —añadió el muchacho.
—¿Y por qué iba a hacer semejante cosa? —preguntó Karen—. Tendría cierta lógica si hubiese intentado degollarnos, pero…
—Una mujer sola —manifestó el señor Gordon—, no hubiera podido matarnos a todos. No, si tenemos en cuenta que en cada tienda había dos o tres personas y, además, Nick y yo montábamos guardia. Podría llevarse por delante a un par de nosotros, pero los demás habríamos acabado con ella.
—Pero ¿por qué se ha conformado con arañarnos? ¿Qué ha conseguido con eso?
—No será que… —Los labios de Karen se curvaron y la mujer meneó la cabeza.
—¿Qué? —inquirió Nick.
—Es una locura.
—¿Qué es una locura? —preguntó Scott.
—Bueno… quizá la hoja del cuchillo estaba impregnada de veneno.
A Benny se le hizo un nudo en la boca del estómago.
—Curare —musitó.
—Aquí nadie tiene curare en el cuerpo —dijo su padre—. Si fuera así, no estaríamos de pie hablando tranquilamente de ello.
—Puede que sea otra cosa —dijo Karen—. Alguna especie de ponzoña o de gérmenes. —Con la mano libre tocó el corte que tenía Benny en la cara—. No se nota ninguna hinchazón. Si se tratase de algún veneno de serpiente, habría hinchazón. Aparte de que se necesita una buena cantidad para que resulte dañino.
—¿Rabia? —sugirió Nick.
Julie gimió.
—No quiero asustar a nadie —continuó Nick—, pero sólo con un poco de saliva o de sangre de un animal rabioso…
—Yo diría que eso es altamente improbable —le interrumpió Scott—. Esto debe de tratarse de un simple arrebato momentáneo. ¿Quién tiene a mano un animal rabioso?
—Una anciana loca —dijo Julie.
—Probabilidad muy remota.
—Aunque posible —dijo Gordon—. ¿Admites que es posible?
—Todo es posible —la voz de Scott rezumaba fastidio.
—Parece un poco rebuscado —dijo Karen—, pero una cosa así explicaría por qué nos hizo los cortes. De otro modo, ¿cuál es su finalidad?
—Lo ignoro —reconoció Scott—. Sólo creo que… lo mejor es ir a lo seguro.
—Emprenderemos la marcha de inmediato —decidió Gordon—. Apuesto a que llegamos a la carretera en una jornada, si movemos las tabas a ritmo acelerado.
—Casi todo es cuesta abajo —animó Julie.
—Muy bien —dijo Scott—. Aligeraremos las mochilas. Podemos abandonar aquí la mayor parte de los víveres.
—¿Y las tiendas? —preguntó Nick.
—Olvídalas —respondió Gordon—. Pesan cuatro kilos y medio cada una y están jodidas. Iremos más deprisa sin ellas.
—Estoy de acuerdo contigo —se le sumó Scott—. Dejemos las cosas. Hagamos el equipaje en seguida y…
—¡¡Asesinos!!
El estridente chillido hizo dar un salto a Benny. Karen levantó la mano y giró en redondo. Benny retrocedió un paso. A través de la cortina de agua vio una mujer en lo alto de un peñón próximo a la orilla. El chico notó el húmedo calor de la orina descendiéndole piernas abajo, a pesar de sus esfuerzos por contenerla.
Todos permanecieron petrificados, con la mirada fija en la mujer. Ésta se erguía encima de la piedra, con los pies separados, la falda del vestido adherida a las piernas, transformado el rostro en una pálida máscara sobre la que caían los cordeles de unos pelos oscuros, y levantados los brazos por encima de la cabeza. La hoja de una navaja sobresalía por el canto de una mano. De la otra colgaba una bolsa del tamaño de una cabeza de recién nacido.
—¡Asesinos! —aulló de nuevo—. ¡Estáis condenados! —Agitó la bolsa—. Tengo aquí sangre y cabellos vuestros. ¡Habéis matado a mi hijo y moriréis! ¡Todos! ¡Malditos! ¡Mi maldición ha caído sobre vosotros!
Saltó de encima del peñasco y anduvo unos cuantos pasos hacia un lado, sin dejar de sacudir la bolsa. Luego dio media vuelta y echó a correr.
Gordon hizo intención de perseguida, pero Scott lo sujeto por un razo.
—¡Deja que se largue! ¡Yo la cogeré!
Benny vio a la mujer lanzarse detrás de una roca.
—Aguarda —Scott siguió hablando a Gordon—. ¿Y si no está sola? ¿Y si hay alguien escondido, esperando para eliminarte?
La esposa de Gordon salió precipitadamente de la tienda. Heather y Rose la siguieron de inmediato. Llevaban impermeables amarillos y sombreros para la lluvia. Benny no supo cuál de las dos era Heather hasta que una de las niñas le saludó agitando el brazo.
—¿Quién chilló? —quiso saber la señora Gordon.
—Una vieja loca —dijo su marido.
—Al parecer, la madre —explicó Scott—, la madre del individuo que atacó a Karen y a Julie.
—Una bruja —precisó Benny.
Los demás actuaron como si no le hubiesen oído.
—¿Qué quería? —preguntó la señora Gordon. Su marido se encogió de hombros.
—Sólo Dios lo sabe.
—¿Es la que se llevó el cadáver?
—No lo dijo.
—Nos ha lanzado una maldición —manifestó Benny en voz bastante alta—. Una maldición de muerte. Es una bruja.
—Pamplinas —dijo Gordon.
—Pamplinas o no pamplinas —repuso Karen—, lo cierto es que esa mujer nos ha lanzado una maldición. En cierto sentido, sin embargo, es un alivio. No creo que el corte nos infecte… sólo lo hizo con objeto de conseguir sangre para su maleficio o lo que sea.
—A juzgar por lo que dijo, eso parecía —reconoció Scott—. Desde luego, ese esperpento está como una regadera. A menos que todo el espectáculo no fuese más que un señuelo para que la persiguiésemos.
Benny respiró hondo. Se le deslizaron las gafas fuera del puente de la nariz. Las volvió a poner en su sitio y arrugó la nariz para que continuasen allí.
—¿Queréis saber lo que pienso? —preguntó.
—Lo que pienso yo es que obraríamos muy santamente largándonos de aquí en seguida —dijo Gordon—. Con rabia o sin ella, cuanto antes estemos en los coches tanto mejor. Si puedo evitado, no pasaré otra noche por aquí fuera. Cualquiera sabe lo que es capaz de hacer una chiflada del calibre de esa tía.
—En especial —añadió Julie—, si no está sola.
—¿Se me permite decir algo? —volvió a meter baza Benny.
—¿Qué es eso de la rabia? —se interesó la señora Gordon.
—Una falsa alarma, probablemente, pero…
—Benny tiene algo que decir —interrumpió Karen.
—Dispara —le dijo su padre.
—Ya sé que yo no soy más que un crío y todo eso, pero me parece que es mejor que no nos marchemos de aquí hasta haber recuperado nuestras cosas.
—¿Qué cosas? —inquirió su padre.
—Nuestra sangre y nuestro pelo. La bruja lo tiene en su bolsa, creo.
—Que le aproveche —dijo Scott.
—Lo utilizará. Ya sabes, así se hacen muñecos de vudú. Se necesita el pelo o ropa de una persona para que funcione. Si tiene sangre y pelos nuestros, puede utilizarlos así.
—¿Para hacer muñecos de vudú? —le preguntó Karen.
—O algo por el estilo. No lo sé. Lo que sí sé es que no podrá meterse con nosotros si le quitamos nuestras cosas.
—Nos vas a hacer llorar a lágrima viva, Benny.
—¿Y si tiene razón? —intervino Nick—. No pretendo decir que crea en esas cosas, pero…
—Desde luego, harías mejor en no creerlas —le reprendió la señora Gordon—. Es una blasfemia.
—Es una gilipollez.
—Por favor, Arnold.
—¿No podemos imos de aquí —terció Julie— antes de que ocurra alguna otra cosa?
—No se puede huir de una maldición —advirtió Benny—. Os digo que lo mejor que podríamos hacer es…
—Salvarnos, ¿vale?
—Mira, Benny —le explicó su padre—. Comprendo que estés preocupado por este asunto, pero una maldición se encuadra en la misma categoría que los zombies, los vampiros y los fantasmas. Todo es de mentirijillas. No existen en la realidad. Lo único que pueden hacer es asustarnos, no pueden causarnos daño alguno. Las armas de fuego, los cuchillos y las hachas pueden herirnos, pero una maldición no es más que palabras. ¿Conforme? Así que deja que intentemos olvidarnos del asunto y nos marchemos de aquí antes de que tengamos que enfrentarnos a algo real.
Benny se encogió de hombros. Se daba cuenta de que era inútil argumentar.
—Está bien —murmuró—. Pero lo lamentaremos.