Al tiempo que inhalaba una súbita bocanada de aire, Karen se incorporó. Scott apoyó una mano en el hombro de la mujer. Karen dio un respingo y le miró con ojos claros y muy abiertos.
—Todo va bien —tranquilizó Scott.
Karen se llevó una mano a la cara y gimió. Después se impulsó hacia adelante, se escurrió fuera del saco de dormir, asomó la cabeza por la solapa de la tienda y vomitó.
Scott encontró la botella de agua apoyada entre las botas de la mujer. Se la llevó. Karen estaba a gatas, medio fuera de la tienda de campaña. Había terminado de devolver y tenía levantada la cabeza. Miraba a través de la lluvia. Scott distinguió cuatro figuras sombrías, con linternas que parecían batir el terreno, entre las rocas y los árboles, a la derecha.
—¿Quiénes son…? —murmuró Karen.
—No lo sé. —Le entregó la botella. Mientras ella se enjuagaba la boca y bebía un largo trago, Scott miró hacia el lugar donde había caído el cuerpo. En el suelo había un bulto arrugado. Habían cubierto el cadáver. Palmeó la húmeda espalda del chándal de Karen.
—Entra a donde no llueve.
La mujer retrocedió, andando sobre las manos y las rodillas, y se sentó encima del saco de dormir. Se quitó el chándal y se secó el pelo con la prenda. Luego se tendió y Scott se apresuró a taparla.
—¿No entras aquí conmigo? —invitó Karen. Su voz era sosegada, pero con una nota aguda, como la de una niña a punto de llorar.
Scott se acostó a su lado, dentro del saco de dormir. Subió la cremallera. Acurrucado contra ella, la abrazó con delicadeza.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Karen, en el mismo tono agudo.
Scott le acarició la espalda. Tenía la piel húmeda y fría en la zona de los hombros. Pero más abajo, donde la lluvia no había llegado, estaba tersa y cálida.
—¿No lo recuerdas? —repuso Scott.
—Recuerdo que te estaba esperando. No sabía si ibas a presentarte. ¿Quién me hizo esto, Scott?
—No lo sé. Un desconocido.
Karen se apretó fuertemente contra él. Hundió el rostro en la parte lateral del cuello de Scott.
—¿No te acuerdas de nada?
—No —murmuró la mujer—. Aunque sé lo que hizo. Adivino… —Rompió a llorar. Las lágrimas humedecieron la nuca de Scott—. Adivino… lo que hizo.
—Lo siento —susurró Scott, contraída la garganta. Las lágrimas también le abrasaban los ojos—. Lo siento con toda mi alma, Karen.
—¿Lo están… buscando? ¿Por ahí fuera?
—No. Ignoro qué están haciendo. El agresor no escapó.
Karen se puso rígida.
—¿Dónde está?
—Ha muerto.
Se apretó todavía más contra Scott.
—También atacó a Julie.
—¡Oh, no! ¡Oh, no!
—Julie se encuentra bien. Vino aquí cuando empezaba a llover y le encontró contigo. Se puso a gritar. Acudí corriendo, lo mismo que Nick. Y Nick le mató con un hacha.
—¡Santo Dios! —murmuró Karen.
—Sí. También es un trago para mí. Nick sólo es un chico. Me duele que haya sido él quien se llevara por delante a ese individuo. Debí haber sido yo. Debí haber sido yo. Nick se me adelantó, eso es todo.
—¿Se verá en dificultades?
—Supongo que tendrá algunas. Habrá una investigación, creo. Pero no arrestarán a nadie, en un caso como este, no.
—Supongo que se trata de defensa propia.
—Algo así. Lo que me desasosiega es que Nick tenga que vivir con el remordimiento de haber matado a un hombre.
Permanecieron largo rato tendidos inmóviles allí, abrazados y sin pronunciar palabra. Scott escuchaba el tamborileo de las gotas de lluvia sobre la tela de la tienda y el tranquilo murmullo de la respiración de Karen. Sentía sobre la piel el aliento cálido de la mujer. A veces, cuando Karen parpadeaba, las pestañas le rozaban el cuello. Deseó que ella se durmiera y olvidara lo que le había ocurrido, al menos durante un tiempo. Pero el corazón de la mujer latía aceleradamente. Scott notaba contra su pecho las palpitaciones. Y entonces, Karen susurró:
—No me penetró. Quiero decir que hubiera podido ser peor.
—Sí.
—Me siento tan sucia… Es como si aún notase el punto donde él… —Le falló la voz. Al cabo de un momento, preguntó—: ¿Aún me desearás?
—Naturalmente. Te quiero.
—Pero… ¿cambiará algo?
—Supongo que algo ha cambiado ya. Ahora sé que pude haberte perdido. Ese individuo iba armado con un cuchillo. Pensé que podía encontrarte… No sé qué hubiera hecho.
—¿Quieres hacerme el amor?
Scott le acarició el cabello. No contestó.
—Por favor. Por favor, te necesito. Aún le siento. Y es a ti a quien quiero sentir.
—Puedo lastimarte.
—No me importa. Me deseas, ¿no?
—Claro que sí.
Scott introdujo una mano por debajo de los pantalones del chándal y acarició la cálida y lisa piel de las nalgas de Karen. Deslizó luego la mano hacia la curva de las caderas y la bajó después por el terso muslo. Karen se envaró cuando los dedos tocaron el vello púbico.
—No te quedes ahí —incitó la mujer.
Scott bajó la mano un poco más, la ahuecó sobre el monte de Venus y curvó los dedos para acariciarlo. Karen levantó la pierna ligeramente, abriéndose para él.
Tiró hacia abajo la cinturilla de los pantalones de Scott y liberó el pene, erecto ya. El hombre gimió cuando la mano de Karen se cerró sobre él.
Los dos estaban ya desnudos. Scott se colocó encima de Karen, apoyado en los codos y las rodillas, y la rozó sólo con los labios mientras las manos de ella le recorrían la espalda y le acariciaban los glúteos.
—¿Algo va mal? —preguntó Karen.
—No quiero hacerte daño —respondió Scott.
Una mano se apartó de las posaderas. Los dedos cogieron el pene y lo guiaron hacia abajo, hasta dejarlo a punto para que Scott empujara a través de los suaves pliegues de la entrepierna. Se deslizó lentamente dentro de Karen, hundiéndose en aquella vaina que lo comprimía. Karen suspiró. Scott pasó los brazos alrededor de la espalda de la mujer y se apretó firmemente contra ella.
Después de explorar toda la zona que circundaba el campamento, siguieron a Flash hasta el sitio donde estaba la fogata. El hombre se sentó en un tocón, dejó el cuchillo de monte cruzado sobre su regazo y se guardó la linterna en un bolsillo del impermeable.
—Podéis iros a dormir, chicos —dijo—. Yo montaré guardia.
—¿Crees que volverá? —preguntó Nick.
—¿Quién diablos lo sabe? Creí que había muerto. Tal vez no era así, pero de lo que estoy seguro es de que con el hachazo que llevaba encima, no es posible que se levantara y se fuera tan tranquilo. Puede que se haya arrastrado unos metros, quizá hasta el lago. O acaso estaba muerto y alguien cargó con él y se lo llevó aprovechando un momento en que no mirásemos.
Benny musitó algo.
—¿Qué?
—Digo que a lo mejor es un zombie.
—Déjate de pamemas —le dijo Julie.
—Como ese tipo de tu historia que salió del lago para recuperar su brazo.
—Eso no era más que un cuento —dijo Flash—. No ocurrió de verdad.
—¿Y la mujer?
—¿Qué mujer? —preguntó Julie.
—Sí —terció Nick—. Exacto. —Miró a Flash—. ¿Te acuerdas de lo que te dije esta mañana acerca de una vieja loca que gritó a aquellas chicas? Esas jóvenes estaban aquí ayer.
—Las chicas dijeron que tenía un cuchillo como ése —Julie señaló el arma que descansaba sobre las rodillas de Flash.
Nick frunció el entrecejo.
—No mencionaron para nada a ningún individuo.
—Es posible que estuviese escondido cuando las chicas andaban por aquí.
—¡Ya lo tengo! —estalló Benny—. ¡Ese fulano y la vieja son la misma persona! Como el tipo de Psicosis. Se vestía de…
—En tal caso, ¿quién se llevó el cuerpo? —preguntó Julie.
—Se lo llevó la mujer —afirmó Nick. Parecía muy seguro de sí mismo—. Era amiga suya, tal vez su esposa. Vio lo que le ocurría. Así que esperó su oportunidad, se acercó a escondidas y cargó con él.
—Tendría que ser una mujer endiabladamente robusta —dijo Flash—, para coger el peso muerto del individuo y llevárselo.
—No tuvo por qué cargárselo. Pudo arrastrarlo al lago y remolcarlo por el agua.
—Supongo que eso es posible —reconoció Flash.
El rostro de Julie se contorsionó repentinamente.
—¿Qué pasa? —preguntó Nick.
—Se me acaba de ocurrir una cosa. —Los grandes ojos de Julie fueron de Nick a Flash—. Aquellas chicas… vieron sólo a una mujer. Y nosotros sólo hemos visto a un hombre.
—¿Y qué? —preguntó Flash.
—Lo que quiero decir es que… —continuó Julie—, ¿cómo sabemos que no hay más personas por aquí? Quizás otro hombre. Tal vez toda una pandilla.
Flash se la quedó mirando.
—Maldita sea, quisiera que no hubieras dicho eso.
—Es posible —declaró Nick.
Benny empezó a mirar en círculo, escudriñando la oscuridad a través de las gotas de agua que impregnaban los cristales de sus gafas.
—Razón de más para que no descuidemos la vigilancia. Incluso aunque se trate de una sola mujer, no sabemos qué puede intentar para desquitarse. Meteos todos en las tiendas y yo…
—Me quedaré contigo —se ofreció Nick.
Flash pensó en insistir en que el chico se fuera a acostar, pero le gustaba la idea de estar acompañado.
—De todas formas, no podría dormir, y si sucede algo —Nick se encogió de hombros—, las cosas pueden irnos mejor si somos dos.
—Supongo que tienes razón. De acuerdo.
Con el hacha balanceando a su costado, Nick escoltó a Julie y al chico hasta su tienda. Benny se arrastró al interior. Julie se volvió de cara a Nick, le echó los brazos al cuello y le besó. No fue un beso breve. Flash comprendió que no era cosa de quedarse mirando la escena, así que optó por encaminarse hacia el poncho que había cubierto el cadáver. Sobre el arrugado plástico se habían formado minúsculos charquitos. Cogió el poncho y lo agitó, sacudiendo toda el agua que pudo. Cuando se volvió, Julie ya no estaba y Nick se dirigía hacia él.
—Esto nos mantendrá secos. Nos sentaremos espalda contra espalda, para disponer de un campo visual de trescientos sesenta grados.
Juntaron dos tocones, se sentaron y se echaron el poncho por encima, cubriéndose incluso la cabeza. La lluvia producía ruidos huecos y resonantes al batir el plástico. A traves de aquel diluvio, la mirada de Flash recorrió lentamente la negrura del lago, la borrosidad pálida de los peñascos que lo bordeaban, el punto donde había caído el asaltante, las rocas y los árboles situados más allá de los límites del claro, la tienda de Karen, los pinos que casi llegaban hasta ella, el espacio entre dicha tienda y la siguiente. Alrededor del campamento, las tinieblas eran tremendamente densas. Una masa de arbolado. Un pequeño altozano rocoso a cierta distancia. Gran cantidad de protección para que cualquiera pudiera acercarse subrepticiamente. Alguien con un cuchillo…
—Iré a echar un vistazo —dijo Flash.
Dejó el abrigo del poncho. Con el cuchillo en una mano y la linterna en la otra, se encaminó a la tienda de Karen. Pasó por detrás, extremando el cuidado para no tropezar con el viento posterior. Proyectó el foco de la linterna sobre la tela azul el tiempo suficiente como para comprobar que la tienda no era de alquiler. Después dirigió la luz hacia los pinos, los arbustos y matorrales, el macizo de peñascos de granito que se alzaba hasta la altura de su cabeza. El foco promovió una serie de sombras culebreantes que sembraron de escalofríos la espalda de Flash, pero no vio a nadie. Siguió adelante. Estaba detrás de la tienda siguiente cuando una voz le sobresaltó.
—¿Quién anda ahí? —preguntó Julie.
—Soy yo.
—¿Ocurre algo?
—No. Sólo estoy haciendo una ronda.
La tienda de campaña que venía a continuación era la suya. Sabía que estaba desierta, pero proyectó la luz de la linterna a través de la parte posterior, por si acaso.
Parecía en orden. Llegó a la última tienda.
—Soy yo —anunció en voz baja, por si Alice o las niñas se encontraran inquietas. No hubo respuesta.
Pensó que debían de estar dormidas, pero le asaltó un ramalazo de temor. Aplicó el foco a la tienda. La tela roja, brillante a causa del agua, aparecía intacta.
Efectuó una última revisión de los árboles y las rocas situados detrás de la tienda y luego se dirigió con paso rápido a la parte delantera. Las solapas tenían las cremalleras cerradas. Las abrió. Se asomó al interior y desplazó la luz de la linterna por las tres inmóviles figuras acurrucadas allí. Todo parecía ir bien. Subió de nuevo la cremallera y marchó hacia donde estaba Nick.
—¿Sin novedad?
—Hasta ahora, sí. Aunque lo mejor que podemos hacer es ir a echar un vistazo de vez en cuando. Esa parte de ahí atrás es un punto terriblemente vulnerable.
Se sentó en el tocón, de espaldas a Nick, y tiró del poncho hacia adelante para protegerse de la lluvia. Permaneció mucho tiempo con la vista clavada en la oscuridad. Le pesaban los párpados. Su cerebro empezó a ir a la deriva. Imaginó que conducía bajo el aguacero, mientras se esforzaba en mantenerse despierto.
Alice gritó: «¡No le atropelles!», y vio a un hombre manco que marchaba dando tumbos por la carretera, blanco a la luz de los faros, con un hacha hundida en el pecho. Flash disparó el pie hacia el pedal del freno. El tacón de la bota resbaló sobre el suelo húmedo y empezó a caer hacia adelante. Se recobró. Y se preguntó cuánto tiempo había estado traspuesto.
Al revolverse, comprobó que el tocón situado a su espalda estaba vacío. Localizó a Nick detrás de las tiendas con el rayo de luz de la linterna desplazándose sobre las peñas y los árboles.
—¿Todo en orden? —preguntó Flash, cuando Nick estuvo de vuelta.
—Sin novedad. —Nick se sentó y se cubrió la cabeza—. Quizás esa mujer no intente nada.
—Te garantizo que espero que no lo haga. Pero tenemos que estar ojo avizor.
Dedicaba la advertencia más a sí mismo que a su hijo. Le avergonzaba haberse quedado dormido. No iba a permitir que se repitiera.
Cuando se dio cuenta de que empezaba a adormilarse fue a la tienda de campaña a buscar cigarros. Volvió a su asiento, desenvolvió un puro y se lo puso entre los dientes. Tiró del poncho hacia adelante lo suficiente como para que la lluvia no alcanzase el cigarro. Para no alterar su visión nocturna, cerró los párpados al prender la cerilla. Después, sólo brilló en la oscuridad el tenue resplandor rojo de la punta del puro. Flash fumó despacio. Cuando sólo quedaba una colilla caliente y amarga, la arrojó al suelo y la aplastó con la suela de la bota.
—¿Sigues con nosotros? —preguntó a Nick.
—Bien despierto.
—Haré la ronda.
Se puso en pie y se estiró para desentumecerse la rígida espalda. La luz de la linterna horadó la oscuridad por delante del hombre. Se agitó una sombra detrás de uno de los pinos y a Flash le dio un vuelco el corazón. Pero no era más que una sombra. Satisfecho con el convencimiento de que nadie acechaba entre los árboles o agazapado en el revoltijo de peñas, proyectó el foco de la linterna sobre la parte posterior de la tienda.
Durante un segundo pensó que el corte vertical de sesenta centímetros que presentaba la tela era otro efecto de luz… nada más que una sombra. Se agachó, dejó el cuchillo junto al pie y tocó la hendidura. La tela se abrió y los dedos se deslizaron hacia dentro.
—Jesús —murmuró Flash.
Pasó la linterna por el hueco y apartó la tela. El boquete se ensanchó. Flash se puso de rodillas y miró el interior de la tienda.
Scott alzó la cabeza y entornó los párpados. Su expresión era de alarma. Tenía la frente ensangrentada.
—Soy yo —anunció Flash.
—¿Qué diablos haces aquí?
Karen, junto a Scott en el saco de dormir, levantó la cabeza. Cerró los ojos, apretados los párpados, cuando el foco de la linterna la deslumbró. El lado izquierdo de su rostro aparecía hinchado y macilento. Lo mismo que la boca y la barbilla. Una mota de sangre fresca relucía sobre una de sus cejas.
—¿Flash? —articuló Scott.
—Aquí ha estado alguien. He… —Flash se apartó de la tienda bruscamente, dio unos pasos vacilantes hacia atrás y recuperó el equilibrio. Voceó—: ¡Nick! ¡Ve a ver si Julie está bien!
Al pasar corriendo por delante de la tienda de Julie, vislumbró el rasgón de la tela. A su propia tienda le pasaba lo mismo. Cayó de rodillas en la parte posterior de esta última, pasó el foco de la linterna por el corte y tiró de los bordes para ensancharlo. Alice se incorporó de un salto.
—Soy yo.
La frente de Alice sangraba.
—¿Qué ocurre…?
—Mira si están bien las niñas.
Rose levantaba ya la cabeza. Parpadeó ante la luz. Había sangre en su pómulo derecho. Alice sacudió a Heather para despertarla. La niña estaba hundida, arrebujada en su saco de dormir. Cuando se arrastró hacia fuera, Flash vio una mancha de sangre en la parte superior de su cabeza. Alice tocó la ensangrentada cabellera de su hija y después se miró el dedo.
—¿Qué está pasando? —preguntó en voz baja y aterrada.
—No lo sé —repuso Flash—. Alguien…
—¡Se encuentran bien! —advirtió Nick—. Aunque a los dos les han hecho un corte.
—Vestíos —dijo Flash, ya dentro de la tienda—. Nos vamos de aquí.
—¿Esta noche?
—Ahora mismo. En cuanto levantemos el campamento.