Nick empujó a un lado la roca y el tocón serrado que servían de banquetas en el campamento. Luego extendió en el suelo la tela protectora. Soltó las trabas que mantenían enrollada su colchoneta de goma.
—¿Vamos a dormir al raso? —preguntó Julie.
El muchacho miró por encima del hombro. Julie acababa de aparecer entre dos tiendas e iba hacia él. Llevaba en la mano un cepillo y un tubo de pasta dentífrica y sostenía bajo el brazo la botella de agua.
—¿No te apetece? —preguntó Nick.
—¿Y la lluvia?
Nick mantuvo las manos abiertas.
—¿Qué lluvia?
Julie sonrió. Al recibir los fulgores ondulantes de las llamas, su rostro atezado por el sol relucía como el cobre.
—Bueno, me la jugaré, si tú te la juegas —dijo la chica. Sonrió, dio media vuelta y se alejó. Nick la vio dirigirse a la tienda de campaña más lejana, donde se agachó ante la mochila. Cuando Julie desapareció dentro de la tienda, Nick terminó de preparar su saco de dormir.
Sus padres se encaminaron a la orilla, con las gemelas, y se lavaron y cepillaron los dientes. El muchacho se llegó a su mochila, sacó los pantalones cortos y una camiseta de manga corta y entró con ellos en la tienda. Notó los pantalones fríos, como si aún se encontraran húmedos por el baño en el lago. Pero estaba seguro de que el sol los había secado. La camiseta de manga corta también tenía el mismo tacto mojado sobre su piel. Estremecido, salió apresuradamente, metió las prendas dentro de la mochila y corrió hacia el saco de dormir.
Le castañeteaban los dientes mientras se desataba los cordones de las botas, se arrancaba éstas de los pies y luego hacía lo propio con los calcetines. Lo colocó todo a la cabecera del saco de dormir y se metió bajo el cobertor. Al principio, el escurridizo tejido estaba frío. Poco a poco, sin embargo, lo llenó de calor. Para cuando Julie salió de la tienda, Nick había dejado de tiritar.
—Pareces estar a gusto —comentó.
—Sí, cómodo. Más o menos.
La muchacha extendió su poncho en el suelo, junto a él, desenrolló la colchoneta y soltó las cintas de la bolsa. El saco de dormir saltó como si lo hubieran inflado de golpe. De rodillas, frente a Nick, Julie se inclinó para extenderlo bien. Nick observó el modo en que los cabellos de la muchacha le caían desde debajo de los bordes de la capucha y le acariciaban las mejillas como mechones de hilo de oro a los que la lumbre arrancase reflejos.
—¿Vais a dormir al aire libre? —preguntó Scott. Apareció por detrás de una de las tiendas, flanqueado por Karen y Benny.
—Desde luego —respondió Julie—. No va a llover.
—Espero que tengas razón.
Cuando se retiraron, Julie bajó la cremallera del saco de dormir, se deslizó dentro y volvió a subir el cursor hasta la altura del hombro. Se puso de costado.
Dobló el brazo por debajo de la cabeza, para utilizarlo como almohada, y sonrió a Nick.
—Aguardaremos hasta que todos estén en sus tiendas —susurró el muchacho—. Y entonces empezaremos a corretear por ahí y a gritar: «¡Mi brazo! ¿Dónde está mi brazo?».
Julie soltó una risita suave.
—Olvídalo. No pienso mover un músculo hasta que salga el sol.
—¿A menos que llueva?
—Si llueve, creo que te asesinaré.
—Confío en que llevéis puesto el chaleco salvavidas —les dijo Scott, que regresaba de la orilla del lago.
—Os vais a ahogar —pronosticó Rose.
—Gente de poca fe… —repuso Nick.
—Yo me quedaré con las niñas —dijo Alice—. Si empieza a llover, jovencito, te refugias corriendo en la tienda de tu padre.
—Muy bien —accedió Nick.
Por fin, todo el mundo desapareció dentro de las tiendas. Nick, tendido de lado, contempló el rostro de Julie, a cosa de un metro del suyo. La chica tambien lo miraba. Nick deseó que hubiese más luz.
—Debes ponerte gorro para dormir —aconsejó Julie.
—Me tapo la cabeza.
—Ahora no la tienes tapada.
—Es que, si me la tapo ahora, no puedo mirarte.
Apenas podía creer que estuviera diciendo tales cosas. Pero se alegraba de ello. Al prolongarse el silencio, el corazón de Nick aceleró sus latidos. Se le agitaron los intestinos.
Julie acercó un poco más su saco de dormir.
—¿Qué tal? —bisbiseó.
A Nick se le formó un nudo en la garganta. Asintió con la cabeza.
—¡Fantástico! —logró articular. La cara de Julie resultaba un poco imprecisa al tenue resplandor de la fogata, pero sus ojos relucían. A través de aire fresco de la noche, Nick sintió el calor del aliento de la muchacha—. ¿Sabes una cosa? —murmuró. Temió que el retumbante corazón pudiera estallarle en el pecho.
—¿Qué? —se interesó Julie.
—Yo… —Se echó atrás. No se atrevía a decirlo.
—¿Qué? —insistió ella.
—Nunca conocí a una chica como tú.
—¿Qué quieres decir?
—No lo sé. No estoy muy… Me gustas una barbaridad, Julie.
—También tú me gustas una barbaridad.
—¿De verdad?
Nick notó que una temblorosa y cálida corriente surcaba toda su humanidad.
—Sí, me gustas. Creo… rayos…
—¿Qué? —preguntó Nick.
Julie impulsó hacia arriba su labio inferior. Lo apretó entre los dientes. Luego lo soltó y exhaló un suspiro.
—Creo —murmuró— que quizá me he enamorado de ti.
Las palabras dejaron atónito a Nick. Se quedó aturdido, sin aliento. Le entraron ganas de gritar de alegría, de llorar.
—Jesús —dijo.
—Me llamo Julie.
—Dios, Julie. ¿De verdad…?
—De verdad.
—Oh, Julie —susurró el chico—. Julie, te quiero.
Su boca se oprimió suavemente contra los entreabiertos labios de la joven.
Scott contempló la pared de tela de la tienda, inclinada sobre su cabeza, mientras escuchaba el rumor de la respiración de Benny. Le parecía que aún no estaba dormido. Al tiempo que esperaba, palmeó la sudadera extendida sobre su pecho y abdomen. Imaginó a Karen vestida sólo con los pantalones del chándal.
—¿Papá? —llamó Benny.
—¿Sí?
—¿Crees que era verdad? —El niño parecía nervioso—. Lo del hombre y su brazo, quiero decir.
—No, claro que no.
—Dijo que había ocurrido realmente.
—Pues no ocurrió. Los muertos no se levantan y andan zanganeando por ahí.
—¿Has oído hablar de los zombies?
—Creo que sí —dijo Scott, y sonrió en la oscuridad.
—Son muertos a los que el vudú devuelve la vida. Se supone que existen de verdad. Ya sabes, como en Haití. He leído cosas sobre ellos.
—Deberías leer The Hardy Boys en vez de toda esa basura sobrenatural.
—¿No crees que haya zombies?
—Sinceramente, lo dudo mucho.
—¿Y qué me dices de brujas, vampiros, hombres lobo y fantasmas?
Scott se envolvió los brazos en la sudadera.
—Ya es terriblemente tarde, Benny. ¿No podemos aplazar esta conversación hasta mañana por la mañana?
—Si ése es tu deseo… —se avino Benny. Parecía desilusionado.
—A mí me parece —Scott suspiró— que todo eso es fruto de la imaginación de la gente. Cuentos que se inventan para asustar al prójimo, como la historia de Karen acerca de Doreen y Audrey o la de Flash relativa al individuo y su brazo. Nada más que fábulas de miedo.
—No sé, no sé —dijo Benny.
—Bueno, ésa es sólo mi opinión. No he leído cientos de libros sobre el tema, como has hecho tú. Pero tengo treinta y ocho años y mi vida se ha visto relativamente libre de cosas y seres que van dando porrazos por la noche. Si hay espíritus y fantasmas por ahí, sin duda se limitan a preocuparse de sus propios asuntos. A mí no me han quitado el sueño… hasta ahora.
—Sospecho que eso es una indirecta para que me quede calladito.
—Mañana tenemos que arrearnos una buena caminata.
—Es que no tengo mucho sueño.
Terrible.
—Prueba a pensar en algo agradable —aconsejó Scott.
—Vale. Lo intentaré. Buenas noches.
—Buenas noches, Benny.
Oyó que el niño suspiraba y se daba media vuelta.
Scott se puso de costado y se llevó la camisa del chándal a la cara. Se preguntó si Karen no tendría frío sin ella. No, el saco de dormir la mantendría caliente. Y pronto lo tendría a él al lado. Si Benny se dormía de una vez.
Karen se preguntaba si Scott se presentaría aquella noche. Tal vez no. Puede que estuviera preocupado por la meteorología. Si se presentaba en la tienda de Karen y al tiempo le daba por llover, Julie los sorprendería. Lo que iba a resultar muy violento para todos.
Pero, cuando le dio el beso de buenas noches, Scott susurró: «Hasta luego». Evidentemente, tenía intención de correr el riesgo. Claro que también pudo cambiar de idea.
Aún era temprano. Él no podía abandonar la tienda hasta que Benny se hubiese dormido. Y también debía pensar en Julie y Nick. Darles tiempo a todos para quedarse como troncos.
Podía ser una larga espera.
Un hombro se le había quedado frío. Se hundió más en el saco de dormir y el resbaladizo tejido produjo susurros al rozar su piel. Cruzó los tobillos, entrelazó las manos encima del vientre, clavó la vista en la oscuridad y sonrió. Scott se llevaría una grata sorpresa cuando descubriese que ella estaba ya desnuda.
Si viene.
Vendrá, se dijo. Ah, sí.
Le hubiese gustado poder conciliar el sueño. Aunque le dolían todos los músculos a causa de ir cargada todo el día con la mochila por aquella maldita ruta, no se sentía en absoluto cansada. Estaba despierta, anhelante, ligeramente temblorosa.
Por último, captó un tenue chasquido detrás de la tienda. Resultó claramente audible por encima del rumor del viento. Pudo tratarse nada más que de una piña que hubiera caído al suelo, pero también pudo ser el ruido de una pisada. Dejó escapar el estremecido aliento y escuchó. Durante unos segundos no percibió más que el murmullo del viento a través de la floresta y las quebradas de la montaña. Luego le llegó otro crujido sordo. Esa vez tuvo la certeza de que era una pisada.
«Actúa con toda la cautela del mundo —pensó—. Tal vez no esté seguro de que Julie se haya dormido».
Con mano temblequeante, Karen bajó la cremallera lateral del saco de dormir.
Los pasos se detuvieron ante la entrada de la tienda.
Karen oyó el rumor de la solapa cuando alguien la levantaba. Apretó los párpados y esperó. El corazón le palpitaba con fuerza. Permaneció inmóvil, mientras respiraba profundamente y fingía estar dormida.
Él ya estaba dentro. Le oyó arrastrarse por el suelo de la tienda. Se le acercaba despacio. Se paró junto a ella.
Olía mal. Como a sudor y a orina.
Karen abrió los ojos. La cara que tenía sobre la suya era una sonriente mancha borrosa en la oscuridad…, pero no pertenecía a Scott. Abrió la boca para chillar. Una mano se la tapó sin contemplaciones. La otra mano descendió en arco. Algo se estrelló contra un lado de su cabeza.
Scott se incorporó apoyado en un codo y miró el bulto oscuro que constituía el saco de dormir de Benny. Aguzó el oído. El chico respiraba despacio, con ritmo uniforme.
Por fin.
Scott abrió su propio saco de dormir y notó el frío que le resbalaba sobre la piel. Dobló el chándal de Karen y se lo puso bajo el brazo. Se disponía a levantarse cuando oyó un golpe tenue en la tensa tela de la tienda.
Luego, otro. De súbito, el repiqueteo de miles de gotas de lluvia tamborileó sobre la tienda de campaña.
—¡Mierda! —murmuró. Volvió a acostarse y subió la cremallera del saco de dormir.
—¡Oh, maldita sea! —gimió Julie.
Los párpados de Nick se abrieron de golpe. Arrugó la cara mientras la lluvia caía sobre ella. Julie le dio un beso rápido en los labios.
—Vale más que hinches tu chaleco salvavidas —dijo.
Ambos se apresuraron a deslizarse fuera de los sacos de dormir. Julie metió los pies en las botas. La lluvia empapó y atravesó la espalda de su chaqueta mientras recogía el saco.
—¡Oh, maldición, maldición, maldición y maldición! —protestó.
Nick le sonrió.
Julie agarró con brusco movimiento el acolchado poncho y corrió hacia su tienda. Las solapas no tenían cerrada la cremallera. Se lanzó de cabeza al interior, se dejó caer hacia adelante y aterrizó encima del blando bulto de su saco del dormir.
Se produjo un gruñido asombrado.
—Lo siento —jadeó Julie, y levantó la cabeza. Junto a ella, lo bastante cerca como para que alcanzase a tocarlas, había unas nalgas desnudas. Las piernas se encajaban entre otro par de piernas.
¡Se está tirando a Karen! La idea le golpeó como un puñetazo en la boca del estómago. La dejó sin resuello. Empujó el saco de dormir y culebreó hacia atrás. El individuo alargó la mano y la agarró por una muñeca.
—Suel…
Entonces vio su cara. Soltó un alarido, retorció el brazo y se liberó la mano. Dio un salto y pasó a través de las solapas de la entrada. La lluvia le salpicó la cara.
Las solapas de la tienda se levantaron violentamente y un hombre desnudo, con un enorme cuchillo en la mano pasó lanzado entre ellas. Cayó encima de Julie y la aplastó contra el suelo. La agarró por la garganta y la inmovilizó mientras se impulsaba hacia deante y se ponía a horcajadas sobre las caderas de Julie. Clavó el cuchillo en la tierra, junto al rostro de la muchacha. Dio un tirón al cuello de la chaqueta, encontró la cremallera y la abrió. Julie pataleó, se retorció de dolor y volvió a lanzar un alarido cuando una mano áspera le apretó un pecho. La mano se apartó de allí. Le rasgó los pantalones. Julie notó en los glúteos la humedad del suelo. A continuación, las dos manos del hombre inmovilizaron contra el piso los brazos de Julie, mientras el individuo introducía las rodillas entre las piernas de la muchacha, para separarlas a la fuerza, y la boca del agresor se aplastaba en los labios de Julie. Pero entonces la chica oyó un grito y la cabeza del hombre salió despedida hacia atrás, mientras un pie descalzo pasaba raudo por encima de los ojos de Julie.
Su padre estaba allí, había agarrado al hombre por los pelos y le tenía con la cabeza inclinada hacia la espalda, mientras el puño de la otra mano se estrellaba en el puente de la nariz del asaltante. Brotó sangre, que, mezclada con la lluvia, salpicó a Julie. El individuo rodó sobre ella. Emprendió la retirada a gatas.
Julie se dio media vuelta. Mientras se subía los pantalones, vio a su padre precipitarse sobre el agresor. El hombre estaba ya en pie y trataba de huir a la carrera, pero el padre de Julie le estaba alcanzando.
Surgió entonces por un lado del campamento una figura que se acercaba corriendo. ¡Nick! Enarbolaba un hacha.
Scott resbaló en el húmedo suelo. Agitó los brazos en un intento de conservar el equilibrio, pero acabó cayendo de bruces. Durante su deslizamiento por el piso, trató de agarrar al hombre por un pie. No lo consiguió. El asaltante volvió la cabeza. Al verie caído, se agachó, cogió una piedra y se dirigió a Scott, pero vio a Nick y, vacilante, intentó retroceder. Nick descargó el golpe. El hacha alcanzó al desconocido en la parte superior del pecho. Nick liberó la herramienta y se dispuso a asestar otro hachazo. El hombre retrocedió unos pasos tambaleantes y se desplomó.
Nick se dejó caer al suelo y vomitó.
Flash corría hacia el chico, al tiempo que gritaba por encima del hombro, dirigiéndose a Alice:
—¡Quédate con las niñas! —Se detuvo junto al cuerpo—. ¡Oh, Dios santo! —jadeó.
Julie se incorporó y se puso de rodillas. Trató de subirse la cremallera, pero las manos le temblaban violentamente, por lo que acabó por aguantar la chaqueta cerrada con las manos.
Benny avanzaba despacio, inseguro, con los brazos extendidos como si se valiera de ellos para mantener el equilibrio.
Scott se puso en pie. Observó un momento el cadáver y luego corrió hacia Julie.
—¿Estás bien?
La muchacha dijo que sí con la cabeza.
—Agredió…, hirió a Karen.