17

Con una piedra ennegrecida por el humo en cada mano, Julie se acercó al hogar de la fogata.

—Aquí tienes un par más —le dijo a Benny, y las dejó caer al suelo, junto al chico.

—Gracias —murmuró Benny. No alzó la vista. Cogió una de las piedras y la incorporó al pequeño muro circular que estaba formando.

—No pongas esa cara de carnero a medio degollar —dijo Julie.

—Todo fue culpa mía.

—Conforme, pirado. Pero míralo por el lado bueno. Al menos, no le cascaste el pie.

—Gracias. Eres realmente delicada.

—No lo soy, ¿eh? —Al tiempo que trataba de eliminar el hollín que ennegrecía sus manos, Julie se alejó en dirección a la orilla del lago. Allí estaba Nick, sentado en una peña, junto a su hermana, que hundía el pie izquierdo en el agua para remojárselo. Julie se interesó—: ¿Cómo te encuentras?

—Estupendamente —repuso Heather.

—No hemos visto ninguna culebra de agua —informó Nick.

—Vaya, eso es un alivio. ¿Y alguna vieja loca?

—Ni por asomo.

—Tremendo. —Julie se colocó encima de una piedra lisa que sobresalía del agua, se puso en cuclillas y se lavó las manos. El agua estaba fría, pero no lo bastante como para que una se congelara. Preguntó—: ¿Sigues dispuesto a nadar un poco?

—Claro.

—¿Puedo yo también darme un chapuzón? —preguntó Heather.

—Pide permiso a mamá.

Julie se sacudió el agua de las manos y saltó a tierra firme.

—En dos minutos estoy aquí —aseguró, hablando por encima del hombro.

Todavía agachado junto a la fogata, Benny levantó la cabeza al acercarse Julie. Arrugó la nariz y enseñó los dientes como un perro que gruñe. Era su modo de evitar que las gafas se le cayeran de la nariz cuando estaban a punto de hacerlo. Las empujó hacia arriba con el índice y dejó de enseñar los dientes.

—Vamos a nadar un poco —le informó Julie—. ¿Quieres venir?

Benny ladeó la cabeza. Parecía confundido.

—¿Te vas a bañar ahí?

—Esa es la idea.

—¿Y los mocasines de agua?

—Si tienes miedo, quédate ahí.

Delante de la tienda de campaña, Julie rebuscó en el interior de la mochila y extrajo la toalla. Aún estaba húmeda del aseo de por la mañana. Se la echó al hombro y continuó buscando hasta dar con el bikini que, naturalmente, estaba en el mismísimo fondo.

Se dejó caer de rodillas y entró en la tienda. Sólo llevaba montada unos minutos, pero el aire atrapado en su interior ya era sofocante. El saco de dormir de Karen estaba desenrollado en el suelo. Parecía blando y grueso. De haber pertenecido a otra persona que no fuese Karen, Julie se habría sentado encima de él para cambiarse. Pero, en vez de proceder así, la muchacha se sentó en el piso de la tienda. La joven notó debajo de sí la dureza del suelo mientras se quitaba la ropa.

Estaba de espaldas en el suelo, desnuda, con las piernas levantadas en el aire, pasándose el bañador por los pies, cuando se abrió la solapa de entrada a la tienda. Una riada de sol cayó sobre Julie.

—Lo siento —se excusó Karen. La solapa cayó, cortando el paso a los rayos solares.

—Mierda —murmuró Julie. Levantó las posaderas, para tirar hacia arriba de los pantalones y colocarlos en su sitio. Se sentó. El corazón le latía sordamente. Con dedos temblorosos, se ató detrás del cuello las cintas de la parte superior del bikini, estiró la figura de los triángulos de tela sobre los pechos y se echó las manos a la espalda para atar las correspondientes cintas. Avisó entonces—: Vale. Ya puedes pasar.

Entró la agachada figura de Karen. Llevaba en la mano un traje de baño de una pieza.

—Lamento lo de antes —se disculpó de nuevo—. No me di cuenta de que estabas aquí dentro.

—Podías haber preguntado —murmuró Julie, aún esforzándose con las cintas de la espalda.

Karen se sentó en el saco de dormir y empezó a desatarse los cordones de las botas.

—Vaya calor que hace aquí dentro —comentó.

—¿Vas a meterte en el lago?

—Sí. Benny y tu padre ya se han puesto el bañador. —Se quitó las botas y emitió un suspiro de placer—. Esa agua va a ser una formidable bendición.

Julie había conseguido atarse la lazada, pero no se movió. Observó a la mujer, que se quitó el primer calcetín y se examinó el pie a la escasa luz azulada del interior.

—Bueno, ni una ampolla en éste. ¿Qué tal resisten tus pies?

—Eso es asunto mío —respondió Julie.

Karen se la quedó mirando. La escasa claridad no permitía discernir si el rostro de Julie expresaba enojo o congoja.

—Perdona —dijo Karen al final—. Sólo quería ser amable.

—No te molestes.

—¿De qué tienes miedo? —preguntó Karen con voz sosegada.

—De ti, no, puedes estar segura.

—Creo que tienes miedo de que te caiga bien.

—Vaya, ¿eres tan irresistiblemente encantadora que demostraré estar como una cabra si no beso el maldito suelo que pisas? Olvídalo. Lo único que ocurre es que me caes fatal. Desearía que mi padre no te hubiese conocido nunca.

—Tu padre y yo… estamos enamorados.

—No es tan bonito como todo eso —replicó Julie, a través del nudo que se le había formado en la garganta.

—Lo sabías, ¿verdad?

—No estoy ciega.

—Nos queremos, Julie, pero ni por un segundo has de pensar que por eso él os va a querer menos a Benny o a ti. Tú eres su hija. Ha estado contigo toda tu vida y te querrá mientras viva, pase lo que pase. Siempre serás parte de él, de una forma que a mí me será siempre imposible. No voy a apartado de ti. No podría, ni aunque lo deseara.

Julie mantuvo la vista sobre sus manos entrelazadas.

—¿Serías más feliz si dejara de ver a tu padre?

—No lo sé —musitó Julie—. Supongo que no.

—¿Qué es lo que te haría feliz?

—No lo sé. —La muchacha se mordisqueó el labio inferior mientras los ojos se le llenaban de lágrimas—. No quiero que le hagan daño, eso es todo.

—¿Crees que yo le haría daño?

Julie se encogió de hombros y se secó las lágrimas.

—Todo iba de maravilla hasta que te presentaste.

—Tu padre no se sentía muy a gusto. Estaba demasiado solo.

—Nos tenía a nosotros.

—Y tenía una esposa que le abandonó. Que le dejó un inmenso boquete en su interior. Tal vez no os enseñó la herida porque no deseaba que las cosas fuesen peores para ti y para Benny, pero la herida estaba allí. Y ha dejado de ser grave ahora.

—Gracias a ti, ¿no?

—Gracias al amor que sentimos el uno por el otro.

Julie aspiró una profunda y temblorosa bocana da de aire. Cogió la toalla y se limpió las lágrimas del rostro.

—Nick me está esperando —murmuró.

—Va a creer que hoy es su gran día cuando te vea con ese bikini.

—¿Tratas de hacerme la pelota?

—Sí. Pero también es la verdad. Mira, Julie, voy a ser amiga tuya, tanto si te gusta como si no. Porque quiero a tu padre y porque me pareces una chica estupenda.

—De modo que te caigo bien, ¿eh?

—Pues, sí. Y yo acabaré cayéndote bien a ti, tarde o temprano. Antes de que te des cuenta, tú y yo seremos compañeras. ¿Sabes por qué?

—¿Por qué?

—Porque soy irresistiblemente encantadora.

Julie no pudo impedir la sonrisa.

—¡De eso, nada! —exclamó.

Salió de la tienda arrastrándose. La deslumbrante luminosidad del sol hizo que le dolieran los ojos. De pie, se sacudió el polvo y las agujas de pino adheridos a sus rodillas. Tenía una sensación extraña: confuso el cerebro, débiles los músculos, temblorosas las piernas. Mientras se encaminaba al lago, trató de encontrade sentido a su encuentro con Karen. Pero la mente no podía concentrarse en ello. Quizá todo había cambiado. O acaso la conversación que acababan de mantener la había confundido.

De pie junto a la orilla, Nick observaba el vadeo de las gemelas. Llevaba una toalla alrededor del cuello y unos pantalones cortos de color azul que parecían los mismos con los que dormía. Al aproximársele Julie, se dio media vuelta como si hubiera adivinado que la muchacha se acercaba. La miró. Julie se sonrojó a causa de la incómoda conciencia de su casi desnudez y del modo en que se le agitaban los pechos al ritmo de los pasos.

—¿Listo? —preguntó Julie.

Nick dibujó una tenue sonrisa, asintió y se alejó rápidamente.

Julie se dio cuenta de que le encantaba lo que había sentido cuando Nick la contempló de la forma en que lo hizo. Bajo la inquietud temerosa, hubo una especie de escalofrío. Casi sin darse cuenta, adelantó a Nick y notó la frialdad del agua salpicándole piernas arriba. Cuando ya le cubría hasta las rodillas, se dio media vuelta, cogió agua en el hueco de ambas manos y se la arrojó a Nick.

—¡No! —protestó el chico. Levantó los brazos a guisa de protección contra la ducha fría y encogió el cuerpo cuando el agua chocó contra él.

Julie se enderezó y enarcó las cejas con fingida preocupación.

—¡Oh, cuánto lo siento! ¿Te he mojado?

Durante un momento, Nick pareció desorientado.

Luego soltó una carcajada, se inclinó hacia adelante, hundió ambos brazos en el agua y desencadenó una barrera de hielo líquido cuyo diluvio alcanzó de lleno a Julie, empapándola desde la cara hasta las rodillas. Al tratar de esquivarlo, Julie se tambaleó y perdió pie. Dejó escapar un grito, cayó hacia atrás y agitó los brazos hasta que la espalda chocó con la superficie del lago. Un estremecimiento recorrió su cuerpo cuando el agua gélida lo envolvió. Tras la primera impresión, sin embargo, no le pareció tan fría. Se impulsó en el fondo rocoso hasta quedar sentada.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Nick. No parecía tenerlas todas consigo. Julie se limpió los ojos y parpadeó para aclararse la vista.

—¿Fue una inmersión llena de gracia?

Rose y Heather reían entre dientes.

—Preciosa.

—No sabéis lo que me alegro.

El bikini se le había torcido ligeramente. Se aseguró de que los pechos continuaban bajo los triángulos de tela, ajustó éstos un poco y se puso en pie. Nick miraba fijamente mientras se escurría el agua del cuerpo de Julie.

—¿Qué tal está? —preguntó Scott a espaldas de Nick.

—Fría —contestó Julie.

Karen caminaba junto al padre de la muchacha e iban cogidos de la mano. El bañador de Karen, negro y de una pieza, se le pegaba al cuerpo como una piel reluciente. Se abría por delante en amplio y profundo escote en forma de uve, que descendía hasta el vientre. La parte inferior del traje aún resultaba más reveladora: por los lados, dejaba al descubierto las caderas y luego formaba un alargado y sutil triángulo en dirección a la entrepierna.

A un lado y a cierta distancia de Karen, por detrás de la mujer, Benny la contemplaba con ojos como platos y la boca abierta de par en par.

Alguien silbó admirativamente. Julie localizó a Flash, que se encontraba cerca de una de las tiendas con una carga de leña en los brazos. El silbido captó la atención de Nick. El muchacho miró por encima del hombro en el preciso instante en que Karen daba media vuelta para decide algo a Flash. Julie suspiró. El bañador no tenía espalda y casi carecía también de fondillos, tan estrechos que dejaban los laterales de los glúteos completamente a la vista. Las nalgas eran cenceñas y tersas.

—Vamos, Nick.

El joven siguió con la vista clavada en el panorama llamado Karen.

—Olvídalo. Ya está comprometida.

Nick se encaró con Julie, enarcadas las cejas con el aire inocente del alumno que está pensando en las musarañas, soñando despierto, y el profesor le sorprende de súbito.

—Además —remachó Julie—, ¿no es un poco mayorcita para ti?

Las cejas de Nick descendieron a su nivel normal y las comisuras de la boca se curvaron hacia arriba.

—Sí —reconoció—. Pero es lo que se dice un espectáculo.

—Dímelo a mí —musitó Julie, que empezó a sentirse ligeramente fastidiada.

—Es una preciosidad, desde luego.

—Aparte de ser también irresistiblemente encantadora.

Nick abrió la boca para decir algo, pero Julie giró en redondo y se zambulló, tocó el agua de plano y se alejó buceando enérgicamente. «Desgraciado —pensó—. Que se vaya todo a la mierda. La muy lagartona es irresistible. Tiene sorbido el seso a papá y Benny está a un pelo del desmayo. Hasta Nick se ha puesto cachondo al verla. Mira que hacer esa exhibición casi desnuda… Flash no pudo evitar su silbido de admiración. A mí no me silbó. ¿Qué soy, comida para perros? ¡Maldita sea! y quiere ser mi amiga. Claro, faltaría más».

Julie se dio cuenta de que estaba llorando, de que sollozaba en el agua. Se asfixiaba y ascendió en busca de aire.

Maravilloso. Ahógate.

Mantuvo la cabeza por encima de la superficie, pero continuó nadando con todas sus fuerzas. No miró hacia atrás. Estaba casi en el centro del lago, de modo que torció a la derecha y nadó en paralelo a la orilla.

Vio una pequeña cala, donde un bloque de granito se erguía inclinado, tras emerger del agua. Se desvió hacia él. Al llegar a la roca, trepó hasta la superficie y se tendió en ella. Cruzó un brazo por encima de la cara. Notó contra la piel la caliente aspereza de la piedra. Resultaba agradable sentir el sol sobre la espalda. Jadeó, tratando de inhalar oxígeno y se esforzó en interrumpir los sollozos.

Luego oyó chapoteos. Alguien nadaba a escasa distancia de allí. Se aproximaba.

«Lárgate —pensó—. Quienquiera que seas, vete y déjame en paz».

Muy cerca, a sus pies, el chapoteo cesó. Julie no se molestó en volver la cabeza.

—Eres bastante rápida —dijo Nick.

—Un diablo de alta velocidad de crucero —murmuró Julie.

—¿Te importa si te hago compañía?

—Me tiene sin cuidado.

Oyó un chasquido acuático y después el ruido de las gotas al caer, lo que le indicó que Nick había subido al peñasco. El chico se sentó junto a ella y se inclinó hacia atrás, apoyado en sus rígidos brazos. Su vientre liso y delgado, del que aún caía agua, subía y bajaba a impulsos de la acelerada respiración.

—¿Estás enfadada conmigo? —preguntó.

—¿Por qué iba a estarlo? —bisbiseó Julie, y volvió la cabeza lateralmente para evitar mirarlo.

—No lo sé. ¿Porque te hice caer?

—No fue por eso.

—Entonces estás enfadada conmigo. ¿Qué es lo que hice?

—Nada —murmuró la chica.

—No lo capto.

—Está bien. No tienes por qué captarlo.

—¿Es porque te estuve comiendo con los ojos? Como la otra noche, cuando me llamaste a capítulo.

—No te llamé a capítulo —protestó Julie.

—Dijiste: «Toma una foto. Durará más». Si es así, lo siento. De verdad. Pero cuesta trabajo no mirarte. Eres tan… —Vaciló.

—¿Qué?

—Bueno, ya sabes… hermosa. Me esfuerzo en que los ojos no se me vayan detrás de ti, pero, cuando te presentas con algo tan…, bueno, como lo que llevas ahora, pues…

Julie alzó la cabeza y miró a Nick. Fruncido el entrecejo, el muchacho tenía la vista clavada en el lago.

—¿Crees que estaba enfadada porque te habías quedado mirándome?

—Pues, sí.

—A mí eso no me importa.

—¿Estás segura?

—Estoy segura. —Julie se dio media vuelta. Cruzó los brazos debajo de la cabeza, a guisa de almohada. El corazón le palpitaba muy deprisa y tenía la boca seca. Se pasó la lengua por los labios. Nick seguía mirando al frente—. Estaba molesta, si realmente te interesa tanto saberlo, porque mirabas a Karen en vez de mirarme a mí.

Nick sacudió la cabeza como si rechazase tal idea. Luego se volvió y miró a Julie a los ojos. Parecía sonreír y fruncir el ceño al mismo tiempo. Su expresión era de desconcierto absoluto.

—¿Hablas en serio?

—Sé que no debería reprochártelo. Quiero decir que eres un hombre y… como dijiste, ella es preciosa. Y su bañador…

—No vas a… —Nick hizo una pausa, y volvió a menear la cabeza.

—¿No voy a qué?

—No importa —musitó Nick, y desvió la mirada.

—Venga, dímelo.

—Es demasiado embarazoso.

—¿Embarazoso para quién? —sonrió Julie.

—Para mí, supongo. Y quizá también para ti.

Julie se incorporó, apoyada en los codos.

—Adelante.

—Bueno… respecto al bañador de Karen. Cuando la estaba mirando. No vas a creerlo, pero imaginaba cómo estarías tú con ese traje de baño.

—Bromeas —dijo Julie. Su voz se convirtió en un susurro. El corazón se le desbocó, estruendoso, y se quedó sin aliento. Enderezó el cuerpo para respirar mejor.

—No es ninguna roma —dijo Nick—. Quiero decir que no tengo nada en contra de tu bikini. Bueno, sólo es que, ejem, trataba de imaginarme qué aspecto tendrías con… Ya te advertí que sería embarazoso.

—Un poco, sí —reconoció Julie.

Nick se inclinó hacia adelante, apoyó las manos en las rodillas y dejó colgando la cabeza.

—Sospecho que soy un tipo lascivo.

—Supongo que algo hay de eso —dijo Julie.

Reparó por primera vez en el distante alboroto de risas y chapoteos. Sin embargo, un peñón se interponía y bloqueaba la vista de los que se encontraban en el lago. Puso una mano en la espalda de Nick. El chico dio un leve respingo, sorprendido por el contacto, y la miró a los ojos. Durante un buen rato, mientras la mano de Julie subía y bajaba, se contemplaron mutuamente. Los ojos de Nick se demoraron sobre la joven, se deslizaron por la curva de su cuello, observaron los pechos y regresaron velozmente a los ojos, como si pidieran permiso. En los labios de Julie tremoló una leve sonrisa. Se revolvió lateralmente, alargó la mano y la posó en el hombro contrario de Nick. Al tiempo que se daba media vuelta, se inclinó hacia él. Le retuvo, inmóvil, y Nick bajó la vista y la llevó lentamente de un seno a otro de Julie. Después la miró de nuevo a los ojos. Por debajo del brazo extendido de la joven, alargó la mano, la apoyó en la espalda femenina y atrajo hacia sí a Julie. Su otro brazo la envolvió. La obligó a volverse un poco más. Julie notó que empezaba a caer. Los ojos de Nick se desorbitaron un poco, alarmados. Luego quedó tendido boca arriba, de espaldas, todavía sosteniendo a Julie. La muchacha quedó cruzada sobre su pecho.

—¡Uuuufff! —exclamó Julie.

Durante un momento, Nick dio la impresión de que iba a echarse a reír. Pero su rostro se tornó serio en seguida.

—Julie —susurró.

Ella le besó en la boca, suave, fugazmente.

—Será mejor que volvamos al lago —murmuró.

—Sí —articuló Nick. Pero, cuando Julie trató de incorporarse, la retuvo—. ¿Otro?

—Uno más.

Esa vez, la mano del muchacho estaba en la nuca de Julie. Los dedos entrelazaron el pelo, obligaron a la cabeza a acercársele más y Nick besó a Julie repetidamente, firmes, cálidos y apremiantes los labios, como si llevara mucho tiempo acuciado por la necesidad de besarla y, por otro lado, temiese que no volviera a presentársele la ocasión de volver a hacerlo.

Julie oprimió sus labios contra los de Nick. Deseaba que aquello no terminase nunca, pero comprendió que los que estaban en el lago podían verlos. Así que volvió la cara. Nick la besó en la mejilla, en la oreja.

—Hemos de cortarlo —jadeó la chica.

—Vale.

La mano de Nick abandonó la cabellera de Julie. Ella levantó la cabeza. El sudor perlaba el rostro de Nick, y en sus ojos había una mirada incierta, como si estuviesen deslumbrados.

—Bueno —silabeó Julie.

—Sí.

Las manos de Nick cayeron de encima de la chica.

Julie impulsó el cuerpo y se incorporó. Nick siguió tendido a sus rodillas, extendidos los brazos, brillante de agua y sudor la piel, agitado el pecho, que bajaba y subía, jadeante. Los húmedos y ceñidos pantalones cortos le abultaban de modo ostensible, como si hubiese introducido un tubo debajo de la bragueta. Un tubo grueso. Un tubo largo. «Si ese tubo fuese un poco mayor —pensó Julie—, asomaría por debajo de la cinturilla elástica y…».

—Toma una foto —comentó Nick, con ironía—. Durará más…

Julie le sonrió. Nick le devolvió la sonrisa.

—Vamos —animó la chica—. Nademos un poco más, ¿de acuerdo?