Nick se detuvo frente al letrero del camino. Informaba: AL PUERTO DEL ESCULTOR, TRES KILÓMETROS.
Se apoyó contra la roca para aliviar el peso de la mochila y contempló el valle que se extendía a sus pies. El lago de Parker se divisaba a lo lejos, tan azul como el cielo, oculta entre los árboles su orilla norte. La del sur la constituían principalmente rocas peladas. Localizó el afloramiento de peñascos por el que había trepado la noche anterior y evocó la leve vibración de miedo que le paralizó cuando inopinadamente se dio de manos a boca con aquellas dos chicas. Después sonrió al recordar el chillido de Rose y el modo en que su hermana se escabulló peñas arriba. Había sido toda una pequeña aventura.
«Maldita sea —pensó—. Pobre Heather. Deberían haberse quedado en el campamento, después de todo».
—¿Me sacas la botella de agua? —preguntó Julie.
—Claro.
La muchacha se dio media vuelta. Nick corrió la cremallera del compartimento lateral de la mochila de Julie y sacó el recipiente de plástico verde. Observó a la muchacha mientras se llevaba la botella a los labios y bebía. La acción de los rayos solares había bruñido el rostro de la joven, cuya nariz aparecía un poco pelada. La cinta de cuero de su gorra estaba oscurecida por el sudor. Cuando acabó de beber ofreció la botella a Nick. El muchacho tomó unos sorbos y volvió a dejar el recipiente dentro de la mochila.
—Esto va a ser una prueba.
—Sí. Sobre todo para Heather.
—Ese idiota hermano mío.
—Parece que, de aquí a la cima, no faltarán vueltas y revueltas.
—¿No te gustan las vueltas y revueltas?
—En la ladera del sol, todo será cuesta abajo hasta el lago Wilson.
—Si logramos llegar a la cima.
En al camino, bastante abajo, aparecieron Scott y Karen, que caminaban uno al lado del otro, a través de las sombras.
—Aguardad un poco —voceó Scott—. Esperemos a los demás.
—¿Qué tal se las arregla Heather? —preguntó Julie.
—No ha necesitado ayuda.
Aguardaron. Nick no tardó en ver subir por el camino a Rose. Sus padres iban detrás de la niña, a escasa distancia. El hombre llevaba en brazos la mochila roja de Heather, como si fuera una voluminosa bolsa de comestibles. Nick bajó corriendo a ayudarle. Cuando libró a Arnold de la carga de la mochila, vio a Benny y Heather. Estaban a bastante distancia. Heather avanzaba cojeando y ayudándose con el bastón de endrino de Nick. Se reían de algo que acababa de decir Benny. Un buen síntoma. Al menos no gemía de dolor.
Nick se volvió. Echó a andar camino arriba, delante de sus padres.
—¿Pesa mucho? —preguntó Julie.
—No tanto como las nuestras.
Se le acercó Karen.
—Deja que la sopese. —Tomó la mochila de Heather de los brazos de Nick—. ¿Por qué no repartimos lo que lleva? Cada uno puede llevar una parte y así nadie tendrá que cargar todo el día con el peso de una mochila llena.
—No sólo es acertado, sino brillante —dijo el padre—. ¿Alguna objeción?
Rose arrugó la nariz, pero inclinó la cabeza con aire de derrota. Todos se comportaron como si fuese una gran idea. Heather observó la escena, con expresión de sentirse un tanto violenta, mientras se abrían las mochilas para hacer sitio en ellas a las pertenencias de la niña. Cuando su padre se disponía a atar a la suya la mochila vacía de Heather, la niña finalmente protestó:
—Puedo llevarla.
—No hay inconveniente —dijo el hombre.
—Yo la llevaré —se brindó Benny. Su voz tenía un tono ligeramente lloroso—. Todo esto es culpa mía.
—Eh, son cosas que pasan —le consoló su padre—. No tienes por qué reprochártelo.
Benny miró en torno como si buscara un agujero donde meterse. Al no verlo, dejó escapar un largo suspiro.
—Lo siento por todo el mundo.
—No te preocupes —le dijo Scott.
—Claro —ironizó Julie—. Será divertido llevar un poco de carga adicional.
Scott la miró con el ceño fruncido.
—Ya sabía yo que anoche no debimos dejarles zascandilear por ahí —dijo la señora Arnold—. Pero nadie me escucha. La próxima vez…
—Pongámonos en movimiento —la interrumpió su marido—. Tenemos una montaña que subir.
Se echaron de nuevo la mochila al hombro y reanudaron la marcha camino arriba. Los árboles se fueron haciendo cada vez más escasos. Y los trechos de sombra fueron disminuyendo poco a poco, hasta desaparecer del todo.
Nick y Julie, que iban en cabeza, hacían frecuentes pausas para que los demás los alcanzasen. Por último, casi al mediodía, se detuvieron en uno de los rellanos del monte, donde el camino giraba sobre sí mismo en su zigzag por la ladera. Descargaron las mochilas y se sentaron en una peña. Por el camino, aún a cierta distancia, Scott y Karen se acercaban con paso cansino y lento.
—¿Quién dijo que el excursionismo de montaña es divertido? —preguntó Julie.
—Yo, no.
—¡Mierda! —Julie se levantó la parte delantera del faldón de la camiseta y se secó el sudor de la cara. Nick se quedó mirando el ombligo de la joven. Julie bajó la camiseta de nuevo. El tejido se quedó pegado a la piel—. Me siento como si fuera a morir.
—Al menos sopla un poco de aire.
—¿Qué tal te sentaría ahora una zambullida en una piscina?
—Me tiraría de cabeza a cualquier cosa que estuviese fresca —dijo Nick.
—¡Toma, y yo! ¡Hombre, estamos en lo peor! ¿Cómo nos hemos metido en esto? Ahora mismo podríamos encontrarnos en casa, saboreando un té helado junto a la piscina.
—Una hamburguesa y un batido de chocolate en el Burger King.
—Por otra parte…
—¿Qué?
—Bueno… —Julie le miró y, luego, se encogió de hombros—. Si no estuviéramos aquí arriba, en este rincón desértico y dejado de la mano de Dios, no nos… No te habría conocido. Quiero decir que, de todas formas, me alegro de que todo haya ido como ha ido.
Las palabras de la chica lanzaron el corazón de Nick al galope.
—Quizá cuando volvamos, podríamos… no sé… ir al cine o salir a algún sitio.
Julie le miró a los ojos. Esbozó una tenue sonrisa.
—Para entonces, estarás harto de mí.
—Puede —apuntó el chico.
Julie soltó una carcajada.
—Aunque lo dudo —apostilló Nick.
—¿Dónde está la cima? —gritó Karen.
—Allá arriba, en alguna parte —respondió Julie.
—Eso se rumorea —añadió Nick.
—Muchachos, le sacáis chispas a la ruta —comentó Scott. Julie asintió—. Correcaminos de pro.
Scott y Karen se descargaron las mochilas. Aquella agotadora marcha no parecía haber afectado gran cosa a Scott. Ni siquiera dejaba entrever el menor síntoma de respiración alterada.
Lo mismo ocurría con Karen. Agitó la parte delantera de la camisa escocesa y se desabrochó los tres botones inferiores. Tomó las puntas de los faldones e hizo un nudo, recogiéndolos inmediatamente debajo de los pechos.
—¡Qué brisa más estupenda! —dijo.
Se echó en el suelo, se recostó contra la mochila y se abanicó el rostro con el sombrero de anchas alas.
—Pensamos —indicó Julie— que éste sería un sitio tan bueno como cualquier otro para almorzar.
—Parece que sí —aprobó Scott.
Reanudaron la marcha tras un almuerzo a base de barritas energéticas, orejones, mantecadas y chocolate Tropical. Al principio, a Nick le resultaba insoportable el peso de su mochila. El dolor le laceraba los hombros y la espalda, y las piernas parecían incapaces de sostenerle. Tuvo la impresión de que iba a derrumbarse, pero se obligó a seguir adelante, un paso a continuación de otro. Poco a poco, la tormenta amainó, como si su cuerpo fuese cediendo en su actitud de rebeldía y aceptando el papel de bestia de carga.
En pos de Julie, ajustó su zancada a la de ella. El polvo del camino cubría las botas de la muchacha. Uno de los calcetines estaba ligeramente más bajo que el otro. El fondillo de sus blancos pantalones cortos presentaba dos medias lunas de tono amarillo oscuro en la zona donde la chica se sentaba y, a través del delgado tejido, Nick distinguió el perfil de las bragas. Eran unas braguitas minúsculas. Como el fondillo de un bikini.
—¿Llevas bañador?
—Claro. ¿Y tú?
—Sí.
—Pero el agua estará muy fría. Nos íbamos a quedar como carámbanos.
—Esas chicas se bañaron.
—Deben de ser osas polares.
—Probablemente no sea tan duro, una vez estás dentro.
—Depende. Algunos lagos no son tan malos como todo eso.
—El agua está cada vez más caliente, a medida que uno se adentra —dijo Nick.
—También depende de las arrojadas.
—Mi sensación es que nadaríamos sobre cubitos de hielo.
—Si llegásemos al Wilson con tiempo, yo lo intentaría.
Avanzaron en silencio. Al levantar la vista, Nick divisó en lo alto el punto donde concluía la cuesta arriba de la montaña. No parecía quedar excesivamente lejos, pero comprendió que la vista podía ser engañosa. Aquella zona alta muy bien pudiera resultar un escalón, con el resto de la montaña elevándose luego más allá, invisible desde donde se encontraban. El muchacho se esforzó en no hacerse demasiadas ilusiones.
Julie y él, sin embargo, se hallaban a cierta distancia de la aparente cumbre cuando vieron que el camino, en vez de doblarse en otro zigzag, continuaba hacia adelante, curvándose alrededor de la ladera. Nick recibió el soplo de un ventarrón frío y violento. Julie se detuvo. Nick avanzó hasta colocársele al lado. La chica le sonrió.
—¿Qué te parece?
—No creí que lo consiguiéramos.
Frente a ellos, el camino, se desenroscaba a lo largo de una zona llana y árida, entre dos escarpados farallones. Luego se perdía de vista. A lo lejos, Nick vio altos picachos encelados por las nubes. Unos minutos de marcha y ya habían cruzado aquel espacio de terreno liso. Se descargaron de las mochilas y tomaron asiento en un bloque de granito. Desde allí, el camino emprendía un descenso gradual por una cresta más bien angosta. A la derecha de la estrecha cima, un profundo barranco. A la izquierda, un valle poco profundo, con dos lagos. El que quedaba en la parte de abajo, que no estaría a más de treinta metros del punto en que ellos se encontraban, era mayor que el otro y rocosas laderas lo rodeaban en su totalidad, salvo en un pequeño trozo de su orilla occidental, en el que crecían unos cuantos pinos pequeños. El lago de la parte de arriba, situado justo encima del extremo suroeste, parecía carecer por completo de árboles y su aspecto era incluso más desolado.
—Deben de ser los Mezquites —sugirió Nick.
—El guarda forestal tenía razón. Son lo peor de la geografía.
—No veo a nadie allá abajo.
—¿Te refieres a la loca de los Mezquites? —preguntó Julie.
—Lo más probable es que se haya trasladado. Es decir, ¿a quién le puede apetecer acampar ahí?
—Espero que el lago Wilson sea mejor que éstos.
—El guardabosques dijo que era estupendo. Además, se encuentra a cosa de trescientos metros más abajo.
—¿Y eso qué representa, cinco o seis kilómetros de caminata?
—Más o menos.
Los ojos de Nick recorrieron el camino. Pasaba por encima del Mezquite Inferior y desaparecía detrás de un muro de granito cortado a pico.
—Al menos, será cuesta abajo —animó.
—A veces, eso es peor.
—Sí. Te hace polvo los dedos de los pies.
—La puntera y todo lo demás.
Scott y Karen los alcanzaron. Se quitaron de encima las mochilas y se acomodaron en un peñasco próximo. Karen se levantó la camisa y se ató los faldones por delante, tal como había hecho cuando se detuvieron a almorzar.
—Ah —exclamó—. Este viento es tremendo.
—No me gusta la cara de esas nubes —dijo Scott.
Eran unos nubarrones compactos y plomizos, que se ceñían envolventes sobre las distantes cimas. Nick calculó que debían encontrarse por lo menos a dieciséis kilómetros.
—No creo que me importara nada un poco de lluvia —comentó Karen.
—Nos aguaría la cena.
—Puede que esas nubes no descarguen sobre nosotros —dijo Julie.
Scott meneó la cabeza.
—Parece que vienen en nuestra dirección. Claro que las tormentas de la montaña son imprevisibles. Igual pasan por encima de nuestras cabezas sin soltar una gota. Aunque lo mismo les da por volcarse sobre nosotros. El tiempo lo dirá.
—El tiempo es el causante de todas las heridas —dijo Karen.
—El tiempo es como el excursionismo, pues —comentó Scott.
—Y como Benny —añadió Julie—. El mayor causante de heridas en el talón de todos los tiempos.
Scott pareció dolido.
—¿Por qué no dejáis eso de una vez? Benny ya se siente bastante mal sin vuestra colaboración.
—No está presente.
Scott hizo como que no había oído el comentario y contempló la panorámica del valle. Karen se recostó en la mochila. Entrelazó las manos por encima de la cabeza, aplastando la copa del sombrero.
—Me pregunto —dijo— si Heather podrá aguantar hasta el Wilson.