—¡Eh, mira eso! —Julie levanto los brazos y señaló. La vista de Nick ascendió por el sombreado camino. Vio a un lado un pequeño espacio abierto, entre dos árboles. Se elevaba allí un montón de tierra, más o menos rectangular, rodeado por un cerco de pequeñas piedras. En la cabecera del montículo, inclinada por encima del suelo en el que parecía estar clavada, había una plancha de madera batida por los elementos atmosféricos.
—Una tumba —susurró Julie.
—No.
—Pues lo parece.
Con las correas de la pesada mochila clavándosele en los hombros, Nick apresuró el paso hacia el túmulo. Julie se mantuvo muy cerca de él. El joven estaba nervioso y excitado, como si ellos fuesen los primeros en descubrir aquel lugar prohibido. Se detuvo al pie del rectángulo. Aquella giba del terreno apenas tenía la longitud de la estatura de un hombre bajito. Había unas palabras cinceladas en la madera. Los ojos de Nick fueron recorriéndolas al mismo tiempo que Julie las leía en voz alta y tono apagado.
—«Bajo esta tierra yace Digby Bolles. Un pobre hombre al que se le acabó el doctor Scholl».
Nick experimentó una mezcla de alivio y decepción.
—Es una broma —dijo.
—Eso creo.
—Alguien se ha tomado un mogollón de trabajo para gastar una broma.
—Hay gente así —dijo Julie, y le miró con expresión burlona—. Doreeeen —articuló en voz baja—. Audreeeey.
Nick asintió. Recordó su breve y alocada incursión por detrás de las tiendas, los chillidos de las gemelas, lo audaz que se había sentido durante toda la experiencia. Correr por allí llevando puestos sólo la camiseta de manga corta y los pantalones cortos, con Julie junto a él en la oscuridad. Pensó en los deseos que le entraron de coger a la chica, abrazarla, apretarla fuerte y besarla.
—Tendremos que repetirlo alguna otra vez —dijo Julie.
—Nos ganaríamos un buen rapapolvo —respondió Nick—. Aunque tampoco me importaría.
—¿Qué estáis mirando ahí? —sonó a sus espaldas la voz del padre de Nick. Ascendía fatigosamente por el camino, con su esposa al lado. Las niñas los seguían a escasa distancia.
—Una tumba —informó Julie.
—¿En serio? No será una tumba auténtica, ¿eh?
—Echad un vistazo —dijo Nick. Julie y él se apartaron para dejarles sitio.
—¡Por todos los santos! —exclamó el padre.
—¿Quién es? —preguntó Rose, al tiempo que se abría paso.
—Un pobre individuo llamado Digby Bolles.
La madre leyó el epitafio en voz alta.
Heather arrugó la nariz.
—¿Quién es el doctor Scholl?
—No es ninguna persona. Es una marca de polvos para los pies.
—¿Y el hombre murió cuando se le acabaron? —se desconcertó la niña.
—No, tesoro. Sólo es una broma. Aquí no hay nadie enterrado.
—Tenemos que tomar una foto de esto —dijo el padre. Se descargó la mochila. Mientras abría un compartimento lateral, Rose y Heather contemplaron la parcela de terreno.
—Alguien está ahí, seguro —dijo Rose.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé y basta.
—¡Una sepultura! —jadeó Benny, que llegaba sin resuello.
—Mi madre dice que en realidad no lo es —le informó Heather.
Benny frunció el entrecejo mientras leía la inscripción. Después sonrió.
—¡Vaya, es alucinante!
—Será mejor que utilice el flash —dijo el señor Gordon—. Hay muchas sombras. Quiero asegurarme de que se vean bien las letras.
Todos se quitaron de en medio. El hombre se puso en cuclillas al pie del montículo. El cubo del flash produjo un momentáneo estallido de luz plateada.
—¿A qué se debe toda esta agitación? —preguntó Scott. Avanzaba a grandes zancadas por el camino, acompañado de Karen.
—Es la tumba de Digby —explicó Benny.
Se acercaron. Karen leyó en voz alta el ripio y dejó escapar una risita.
—Es vergonzoso.
—Debió tener más cuidado —comentó Scott. Benny alzó la mirada hacia él.
—¿Qué crees que hay ahí debajo?
—Digby Bolles.
—Quiero decir qué hay de verdad.
Julie miró a Nick. Subieron y bajaron las cejas de la muchacha. Se volvió hacia su padre.
—¿Y si excavamos y lo averiguamos?
—¿Y si no hacemos tal cosa?
—Vamos, ¿no sientes curiosidad?
Con una sonrisa en los labios, Scott repuso:
—Noooo.
—¿Qué dices tú, Karen?
—Opino que debemos dejarle descansar en paz.
—Bueno, basta ya de tonterías —intervino la señora Gordon—. Esa clase de charla asusta a las niñas. Todos sabemos que no hay nadie enterrado ahí.
—Sí, lo hay —le contradijo Rose.
—Veamos, ¿qué quieres decir? No es más que la putrefacta idea que alguien tiene de una broma.
—Aún nos queda mucho camino por recorrer —dijo el señor Gordon—. Voto por menear las tabas.
—¡Arnold!
—¿Por qué no seguís vosotros adelante? —sugirió Julie—. Os cogeré luego.
—Julie…
—¿Por qué no? ¿Qué hay de malo? Lo volveré a dejar todo tal como está.
—¿Qué esperas encontrar? —preguntó Scott.
La muchacha sonrió con aire enigmático:
—Respuestas.
—¡Oh, por el amor del Cielo! —murmuró la señora Gordon—. Ahí no hay nada.
Su marido sonreía, evidentemente dispuesto a alentar a Julie.
—Tampoco nos perjudicará estar seguros de ello.
—¡Arnold!
—Me quedaré a ayudar a Julie —dijo Nick.
—Esto es absurdo —susurró su madre.
—Rayos, deja que satisfagan su curiosidad, Alice. Tú misma dices que no encontrarán nada…
—Exacto —convino la mujer—. No encontrarán nada. Pero, si quieren desperdiciar su tiempo y sus energías, no seré yo quien se oponga.
—Buena chica.
La mujer le dirigió una fugaz sonrisa, carente de humor.
—No os retraséis demasiado, chicos —aconsejó el padre.
—Os alcanzaremos cuanto antes.
Heather miró a Nick con ojos muy abiertos y repletos de miedo.
—¿Vais a excavar hasta el fondo?
—Lo más probable es que no haya más que un zapato viejo —respondió el muchacho.
Rose entornó los párpados.
—Lo lamentarás —canturreó en tono de sonsonete. Las dos niñas dieron media vuelta y corrieron para alcanzar a sus padres.
—¿Quieres quedarte? —le preguntó Scott a Benny. El chico esbozó una mueca como si le invitasen a probar una lombriz de tierra.
—Malditas las ganas que tengo de ver fiambres —proclamó.
—No te lo reprocho —dijo Karen.
Scott miró a la mujer.
—¿Nos vamos y que Burke y Hare realicen su macabra tarea?
—Estoy contigo.
Los tres echaron a andar por el camino, dejando a Nick y Julie ante la tumba.
—Misión cumplida —manifestó Julie. Nick sostuvo la mochila de la muchacha mientras ella sacaba los brazos de entre las correas—. Gracias, caballero —dijo, y luego se hizo cargo de la mochila. Nick depositó la suya en el suelo—. En alguna parte debo de llevar una pala pequeña —declaró Julie, al tiempo que apoyaba su mochila contra la de Nick. Se agachó, deslizó una abrazadera de plástico cordón abajo y levantó la solapa de la mochila.
Nick fue a situarse detrás de Julie mientras ella rebuscaba dentro. El sudor mantenía pegada a la espalda su camiseta de manga corta. El bronceado de la piel resultaba visible a través del tejido. También se traslucía la estrecha tira blanca horizontal y los tirantes del sujetador. Distinguió igualmente las articulaciones de la columna vertebral que resaltaban bajo la tela y se acordó del modo en que despuntaban los pezones la noche anterior. «Ea, vamos, puedes mirarme todo lo que te plazca. También yo estuve mirándote a ti».
—Allá vamos.
Julie se levantó, con una pala de plástico verde en la mano.
—Perfecto —dijo Nick.
Se acercaron al túmulo.
—¿Por dónde empezamos?
—¿Por el centro?
—Es un punto tan bueno como otro.
Julie sonrió; parecía un poco nerviosa mientras se arrodillaba al borde de las piedras. Nick pasó junto a ella y también se puso de rodillas. El hombro de Julie rozó el suyo cuando la chica alargó el brazo con la pala de mano. Con el filo de la herramienta, quitó la capa de agujas de pino y puso al descubierto un espacio de tierra. Trazó en el piso un par de líneas cruzadas.
—La X indica el punto —musitó. Tras clavar la pala en el suelo, titubeó—. No creerás… no creerás que de verdad hay alguien ahí debajo, ¿eh?
—No.
—Yo tampoco. —Sacó una palada de tierra y la echó al lado del hoyo—. Quiero decir, ¿quién iba a enterrar a alguien aquí?
—No sé.
Nick tenía la boca seca. El corazón le latía aceleradamente. Ignoraba si la culpa de que estuviese tan tenso la tenía aquella sepultura o el hecho de que Julie se encontrara tan cerca de él.
—¿Y si descubrimos un cadáver? —le preguntó la chica, fruncido el entrecejo y con la vista fija en el pequeño agujero.
—Es poco probable.
—Pero es posible. —Volvió la cara hacia Nick. Las pupilas de la chica eran tan azules que hasta el blanco de los ojos tenían un tono opalino. Había una mancha de polvo en su mejilla. Por una comisura de la boca le asomaba la punta de la lengua y una gotita de sudor fue parar sobre ella. Repitió—: Es posible.
Nick se quedó sin aliento.
—Sí —logró articular.
—Oh, qué diablos. —Julie apartó la cara y estiró el brazo con la pala en la mano. La punta de la hoja planeó sobre el hoyo, con una leve sacudida. Julie suspiró—: ¿Sabes una cosa? No estoy muy segura de que haya sido una buena idea, después de todo.
—No tenemos por qué hacerlo —dijo Nick.
—Pero hemos dicho que lo haríamos.
—¿Y qué más da?
—Dirán que nos acobardamos. No es que me importe un pimiento lo que digan, pero… No sé, si resulta que ahí debajo hay un auténtico cadáver vivo…
—¿Un cadáver vivo?
—Vale, un cadáver muerto. Sería un verdadero sacrilegio andar enredando con él.
—Por no decir repugnante.
Julie rió en tono bajo.
—Sí, eso también. —Miró de nuevo a Nick. Alzó las cejas—. ¿Qué opinas?
—Olvidémoslo.
Julie sacudió levemente la cabeza.
—Esto es realmente extraño. Quiero decir que los dos sabemos que no hay nadie ahí debajo. Entonces, ¿de qué tenemos miedo?
—No lo sé.
Con el borde de la pala, Julie volvió a echar en el hoyo la tierra que había sacado. La aplastó.
—Ahí te quedas, Digby. Descansa en paz.
Se pusieron en pie. Julie se sacudió el polvo y las agujas de pino de las rodillas.
—Supongo que eso es todo —dijo.
—Yo también.
Regresaron al punto donde estaban las mochilas.
Nick contempló a Julia mientras se ponía en cuclillas y guardaba la pala de mano dentro de la bolsa. Como hiciera antes, observó el modo en que la camiseta se le adhería a la espalda.
«Soy un gallina, desde luego —pensó—. Si no fuese un maldito cobarde, la habría besado».
«Hazlo ahora».
«No. No puedo. Simplemente, no puedo».
—Vaya cicatriz que tienes ahí —dijo Flash, al coger una galleta de la bolsa que Karen sostenía en la mano. La cicatriz era una pálida herradura en el antebrazo—. ¿Cómo te la hiciste?
—Un accidente de coche —dijo Karen. Apartó la mirada rápidamente y ofreció una galleta a Benny, que estaba sentado en el otro extremo del caído tronco de un árbol—. ¿Quieres pasarlas?
Benny tomó la bolsa.
—¿Fue un accidente grave?
—Muy grave.
Benny se levantó del tronco y fue a entregar las galletas a los que estaban sentados en el suelo, contra las mochilas. Se produjo un incómodo silencio. Flash mordió su galleta y empezó a masticarla. Era evidente que no debió mencionar la cicatriz de Karen.
—Yo también tengo un par de costurones —declaró. Procedió a tirar de los faldones de la camisa, para sacarlos de debajo del pantalón.
—¡Arnold! —gritó Alice.
Sin hacerle caso, Flash acabó de sacarse la camisa. Se levantó y se dio media vuelta para que Karen y Benny vieran el pequeño cráter tumefacto que aparecía en la carne justo encima de la cadera. Karen arrugó la nariz. Benny pareció impresionarse.
—Es de un proyectil AK-47 que me alcanzó en Vietnam. —Se dio otra media vuelta—. ¿Veis ahí? Es la herida que dejó al salir.
—¿Cómo fue? —preguntó Benny.
—Bueno, tu padre y yo estábamos en misión de bombardeo cuando me cogió de lleno un SAM. Un misil tierra aire. Me expulsó del cielo. Le di a la seda, el asiento eyectable, ya sabes, y me encontré detrás de las líneas enemigas. —De pronto, empezó a írsele la cabeza. Soltó los faldones de la camisa y respiró hondo varias veces, a fin de superar el mareo—. De todas formas, pasé nueve días solo en la selva… en marcha hacia el sur, tratando de…
Parpadeó. Veía la silueta de Benny rodeada de un brillante halo azul-plateado. «Mierda —pensó—, voy a…». Retrocedió unos pasos, tambaleándose, se sentó pesadamente encima del tronco y hundió la cabeza entre las rodillas.
—¿Te encuentras bien, cariño? —oyó a través del resonante tintineo de sus oídos. Alice—. Ya sabía yo que no debías empezar con eso. Se esfuerza en contarlo como si fuera una gran aventura, pero…
—Cállate —murmuró el hombre.
Notó que una mano se le apoyaba en el hombro.
—Toma —dijo Scott—. Bebe un poco de agua.
Flash asintió. Cesaron los timbrazos. Levantó la cabeza y parpadeó. La visión parecía habérsele aclarado. Las niñas, junto a Alice, le contemplaban con los ojos muy abiertos.
—No ha sido más que un vértigo pasajero —dijo—. La altura, probablemente.
Tomó la cantimplora de manos de Scott, le dio las gracias con una inclinación de cabeza y bebió unos sorbos de agua fresca.
—Será mejor que te estires un poco —le aconsejó Alice.
——Estoy bien. Creo que sólo…
Devolvió la cantimplora a Scott y se puso en pie. Aún se sentía un poco inseguro, pero la sensación de mareo había desaparecido. Con cautelosos andares, se llevó a la orilla del lago. De pie encima de una roca lisa y baja, se agachó, hundió las manos en las frías aguas y se salpicó la cara.
Maldición, acababa de hacer el ridículo. Debería tener más sentido común. Oyó un crujido de pasos a su espalda. Scott se colocó encima de otra peña, a su izquierda.
—¿Estás bien?
—Mierda.
—¿Fue a causa de aquello?
—Sí. Me ocurre de vez en cuando. Mierda, cualquiera diría que, al cabo de quince malditos años, tendría que haberlo superado. Ese maldito follón me ha jodido la vida.
Scott arrojó al agua un guijarro. Produjo un suave plip al chocar con la superficie.
—Me parece que ninguno salió indemne. Yo también paso algunos malos ratos, y ni siquiera me derribaron.
—Dios, a mí me encantaba volar.
—Fuiste uno de los mejores.
—Seguramente, ahora sería ya capitán, como tú, si… ¿Sabes lo que realmente acabó conmigo? Está todo dentro de mi cabeza. Todo lo tengo en esta puta cabeza, y no puedo hacer nada para sacarlo. Hay aquí dentro algún maldito extranjero. —Se golpeó repetidamente las sienes con la punta de los dedos—. Está escondido aquí, cagado de miedo, y, de vez en cuando, decide dar señales de vida y transmitirme que aún está a los mandos. —Flash esbozó una sonrisa forzada—. Podría haber sido peor. Si hubiera hecho la guerra en infantería, a lo peor me asustaría andar.
Scott sonrió.
—Siempre hay un lado bueno.
Se enderezaron y se apartaron de la orilla del rutilante lago. Cuando regresaban junto a los demás, Flash vio a Nick y a Julie que se acercaban por el camino.
—¿Lo desenterrasteis? —voceó.
—Faltaría más —respondió Nick.
—¡Uf, qué zafarrancho! —añadió Julie.
Flash se sentó encima del tronco y observó a los muchachos mientras se aproximaban.
—Estaba descuartizado —dijo Nick.
—¿Cómo? —preguntó Karen. Parecía asombrada.
—Cortado a trocitos.
—Eso no tiene gracia —reprochó Alice.
Nick y Julie sonrieron como si la tuviera. Nick avanzó hasta situarse delante de las gemelas, que descansaban con la espalda apoyada en la mochila y las piernas estiradas.
—Os he traído un recuerdo, chicas —anunció—. Uno de los dedos de Digby.
—¡Nick! —saltó Alice.
—Cógelo, Rose.
Efectuó un lanzamiento de sobaquillo. Su hermana emitió un agudo chillido cuando un objeto con la forma de un dedo cayó en su regazo. Julie estalló en carcajadas.
—¡Nick!
—¡Malasombra! —gritó Rose, y le devolvió, arrojándoselo violentamente, el trozo de madera.
Heather se echó a reír. Todo el mundo hizo lo propio, salvo Rose y Alice.
—Eso es infantil —calificó Alice, fruncido el ceño.
—Entonces —preguntó Flash—, ¿qué encontrasteis en realidad?
—Nada —confesó Nick—. Decidimos dejado como estaba.
—El pobre Digby ya debió de sufrir bastante —explicó Julie.
—¿No descubristeis qué era lo que había enterrado allí?
—Me parece que jamás lo sabremos —dijo Nick.
Julie asintió.
—Uno más de los misterios de la vida que quedan sin resolver.
Flash miró a Scott y meneó la cabeza.
—Me temo que nuestros chicos son una pareja de cobardicas.
Scott le sonrió.
—Como mi papi solía decir, «vale más ser cobarde que profanador».