9

—Mira —dijo Nick—. Esta noche voy a dormir al raso. ¿Te apetece?

—De fábula. Pediré primero permiso a papá. —Al dar media vuelta, Julie le vio con Karen y Benny. Los tres se alejaban del campamento, al parecer camino del arroyo—. ¡Esperad un momento! —llamó la chica, y corrió hacia ellos. Se llegó en seguida a su padre. Le preguntó—: ¿Puedo dormir fuera esta noche?

—¿Lo has decidido?

—Quiero decir junto a la fogata. En lugar de en la tienda. Nick también va a acostarse bajo las estrellas.

—¿Vosotros dos solos?

—No sé. —Julie suspiró—. ¡Por Dios, papá, no vamos a hacer nada! Apenas conozco a ese chico.

—No pensaba en eso. Pero ahora que lo dices…

—¡Papá!

Scott rió en tono bajo.

—No, si por mí…

—¡Formidable! —Julie giró en redondo y fue a darle la grata nueva a Nick. Le encontró agachado junto a su mochila. Sacaba de ella el saco de dormir. Le dijo—: No hay inconveniente.

—Fantástico.

—Luego me reuniré contigo junto a la fogata.

A cierta distancia del campamento, entre los árboles que crecían más allá de la tienda, se cepilló los dientes y se lavó la cara con agua de la botella de plástico. Cuando la cerraba, captó un leve crujido. Bastante cerca. ¿El ruido de una pisada? Contuvo la respiración y miró a través de la espesura. Sólo vio negros troncos de árboles, matorrales, unos cuantos montones borrosos de piedras.

«Por ahí no hay nadie», se dijo.

A pesar de todo, se sintió expuesta allí de pie, bajo el resplandor de la luna. Se apartó lateralmente, para entrar en la zona oscura. Aguzó el oído. No percibió más que el rumor de la brisa al agitar las copas de los árboles el sosegado chapoteo de las aguas del lago y unas voces imprecisas que llegaban del campamento.

—Maldita historia —murmuró. El relato de Karen, y nada más, tenía la culpa de su canguelis. Dijo en voz alta—: Y ni siquiera se trataba de un cuento de miedo.

Pero mientras se bajaba los pantalones y se ponía en cuclillas exploró la oscuridad. Ridículo. Una historia idiota. Era una tonta al dejarse impresionar por ella.

Aquí estoy, convertida en una imbécil. Mirando estúpidamente a los árboles, medio esperando que surjan de ellos Audrey y Doreen. Valiente majadera estoy hecha.

Se estremeció, sin dejar de mirar fijamente. A ver si iba a tardar toda la vida en hacer sus necesidades. ¿Por qué diablos tuvo que tomar tanto café?

Terminó, por fin. Regresó al campamento a toda prisa. Nick, junto al fuego, en su saco de dormir, la saludó agitando la mano.

—En seguida estoy contigo —dijo Julie.

En la lobreguez de la tienda se quitó la ropa y se embutió en el pijama de punto, cálido y con capucha, que había llevado para dormir. Se puso unos calcetines de lana limpios y se calzó las zapatillas de lona. Enrolló el saco de dormir tipo momia, cogió la estera de gomaespuma y salió a gatas de la tienda.

Nick la observó, mientras la muchacha se le acercaba. Sin nada debajo del cálido conjunto que se había puesto para dormir, Julia se sentía un tanto cohibida.

Pensó, no obstante, que Nick ignoraba tal desnudez. Además, ella llevaba por delante el voluminoso saco de dormir, que ocultaba su cuerpo.

—Deberías poner debajo, en el suelo, algún paño o algo así —sugirió el muchacho.

—Sí. Iré a buscar el poncho.

Tendió la estera de gomaespuma, colocó encima el saco de dormir y cruzó de regreso el claro. «Que mire —pensó—. No hay nada que ver». Que él supiera, Julie lo mismo podía llevar unos pantalones largos debajo del pijama. Su desasosiego, no obstante, se mezclaba con un cosquilleo excitado ante la idea de que el muchacho estuviera contemplándola y dando alas a su imaginación.

Julie se agachó ante la mochila. Los pantalones del pijama se le ciñeron sobre las nalgas y la cintura descendió unos centímetros. Notó frío en la piel, por encima de la cinta de goma elástica. Nick no podía ver nada. Estaba muy oscuro.

Cogió el poncho, la botella de agua y la linterna y cerró la mochila.

De pie, se levantó y ajustó los pantalones. Luego emprendió el regreso hacia la fogata.

—¿Te echo una mano? —se ofreció Nick.

—No, gracias. Todo está bajo control. Es cuestión de un momento.

Extendió el poncho sobre un espacio de terreno llano, a unos palmos del saco de dormir de Nick. El chico llevaba una camiseta de manga corta.

—¿No tienes frío? —le preguntó Julie.

—Ya lo ves. Estoy asadito como una tostada.

—¿Asadito como una tostada?

—Caliente y cómodo igual que una chinche en la manta.

—¡Por Dios!

Nick soltó una carcajada.

De rodillas sobre el poncho, Julie estiró la almohadillada estera. Tenía la anchura de sus hombros y era lo bastante larga como para que pudiera acomodarse desde la cabeza hasta el trasero. Extendió encima el saco de dormir. Sentada en la esponjosa superficie, Julie se deslizó. Puso las zapatillas cerca de la cabecera del saco de dormir, apoyó la botella de agua entre ambas y deslizó la linterna dentro de una de ellas. Luego bajó la cremallera hasta la mitad de su recorrido. Abrió el saco de dormir lo suficiente como para introducirse en él. Se puso boca arriba y tuvo que levantar las rodillas hasta casi tocarse con ellas el mentón antes de que los pies pudieran pasar por el borde.

—Airosa agilidad, ¿eh?

—Sí.

Utilizó el cursor interior para subir la cremallera. Después, acurrucada dentro de aquel cálido nidal, emitió un suspiro.

—De acuerdo. —Era la voz de su padre, a escasa distancia—. Hasta mañana.

—Con el alba —respondió Karen.

—Buenas noches —dijo Benny.

—Ve delante, en seguida me reúno contigo.

Julie alzó la cabeza y vio a Benny alejarse de los adultos. Éstos se encaminaron hacia la tienda de Karen, la que Julie debería compartir con la mujer. En la oscuridad, cerca de la entrada, se abrazaron. Se besaron. Julie apartó la mirada.

—Buenas noches —dijo Benny al pasar cerca de su hermana y el muchacho.

—Igualmente —respondió Julie.

—Buenas noches —correspondió Nick.

Scott llegó unos instantes después. Al menos no se había metido en la tienda con Karen.

—Que durmáis como troncos —dijo, y siguió su camino.

—Buenas noches, papá.

—Buenas noches, señor O’Toole.

—A partir de ahora, Scott, ¿vale?

—Claro. Buenas noches.

El padre no tardó en llegar a la tienda. Julie oyó su voz y la de Benny, pero no pudo distinguir las palabras.

También percibía un tranquilo rumor de voces procedente de la tienda donde se encontraban las gemelas. Tenían una linterna encendida y el foco de su rayo formaba un círculo cuya claridad traspasaba la roja tela. Julie sonrió.

—¿Se te ha ocurrido algo gracioso? —le preguntó Nick.

—Creo que, con la anécdota de Karen, a las gemelas no les llega la camisa al cuerpo.

—Sí. Les cuesta poco asustarse. —Se hundió en el saco de dormir hasta que sólo le quedó visible la cabeza—. ¿Sabes lo que sería divertidísimo? Levantarnos e ir a la parte de atrás de su tienda.

—¿Bromeas?

—Menudo susto podríamos darles.

—Lo malo es que hace fresco —objetó Julie, que se sentía cómoda y abrigada dentro del saco de dormir, pero la idea de correr entre los árboles con Nick hizo que un estremecimiento de excitación surcase su ánimo y su cuerpo.

—Sería cosa de un minuto —le animó el muchacho.

Al resplandor de la fogata, su semblante tenía una expresión entusiasta.

Julie le sonrió.

—Nos meteríamos en un lío.

—A mí no me importa.

—A mí, tampoco. Merecería la pena. Pero debemos contar también con Benny.

—¿Y si fuéramos a la tienda de Karen?

—¿Por qué molestarse?

—Las dos tiendas, pues.

—Conforme. Vamos.

Despacio, como si alguien estuviera observándolos, bajaron la cremallera de los sacos de dormir. A Julie se le formó un nudo en la garganta. Apretó los dientes para evitar que le temblara la barbilla. Se sentó. Mientras alargaba la mano para coger las zapatillas deportivas, vio que Nick sacaba las piernas desnudas. Llevaba unos pantalones cortos de color azul. ¿Ropa interior de boxeador? No, decidió la chica, debían de ser pantalones de gimnasia. No se atrevería a andar por ahí en paños menores.

—Te vas a quedar helado —avisó en estremecido susurro.

—No me digas.

Nick se volvió hacia ella y empezó a calzarse. Con una mezcla de alivio y desilusión, Julie observó que los pantalones no tenían bragueta. Se sorprendió a sí misma tratando de que su mirada ascendiese por el hueco de las perneras y en seguida se apresuró a bajar los ojos. No levantó la mirada de las zapatillas mientras se las ponía.

—¿Lista? —preguntó Nick.

Julie asintió. Al ponerse en pie notó el frío que se colaba entre las prendas. Tiró hacia abajo de la camisa y vio la protuberancia de los pezones resaltando a través del tejido color castaño. Nick también lo observó. Tenía la vista clavada allí.

—Toma una foto —murmuró Julie—. Durará más.

Los ojos de Nick se encontraron brevemente con los de Julie, desconcertados y dolidos, para desviarse en seguida. El muchacho sacudió la cabeza.

—¡Eh! —susurró Julie.

—Es igual, olvidémoslo.

Nick se arrodilló junto a su saco de dormir.

—Vamos, no te me acobardes ahora.

—Era una idea tonta.

Se aprestó a descalzarse. Julie le oprimió el hombro.

—Venga. Lo siento. No fue culpa tuya. Dije una tontería.

—No, no fue una tontería.

—Ea, vamos, puedes mirarme todo lo que te plazca. También yo te estuve mirando a ti.

—¿Sí?

—Claro. Venga, vamos a poner los pelos de punta a todo el mundo.

El foco de la linterna ya no brillaba a través de la tela de la tienda de las gemelas, Julie no oía rumor alguno de voces.

—Espero que no se hayan dormido —bisbiseó.

Nick fue delante. Cruzó el claro con largas zancadas.

Se detuvieron junto a la tienda. Nick empezó a patear el suelo. Julie hizo lo propio. Hombro con hombro, corrieron por allí. Sus zapatillas provocaron chasquidos de secas agujas de pino, ramitas y piñas. Por encima de aquella zarabanda, Julie oyó el frenético runrún de murmullos que se despertó en el interior de la tienda.

En tono alto y gorjeante, chilló:

—Socorrooooo. Ayúuuuuudenmeeee, por favor. Por favoooor.

Un clamor de alaridos brotó de la tienda.

Nick se llevó la mano a la boca, al parecer para sofocar una risita, y se precipitó hacia los árboles situados detrás de la tienda. Se desvió hacia la izquierda, con Julie pisándole los talones. Mientras atravesaba la oscuridad, lanzada a la carrera, y mientras las niñas seguían llenando de gritos la noche, Julie sintió un temblor vibrante en el pecho, como si ella también experimentara la imperiosa necesidad de chillar. Dejaron atrás la tienda de los padres de Nick y corrieron hacia la parte trasera de la de Scott.

—¡Socoooorroooo! —voceó Julie en tono agudo—. ¡Ayúuuudenmeeee!

Sus pies armaron bastante ruido al pisar la maleza.

—Pooor favoooor, ayúuudenmeeee…

—Ya está bien —resonó la voz de su padre, gritando—: ¡Julie! ¡No tiene gracia!

—Soy Doreeeen —gritó Julie, y emprendió veloz retirada.

Corrían hacia sus sacos de dormir cuando el señor Gordon se deslizó fuera de su tienda.

—¡Qué puñetas está pasando! —bramó.

Julie se lanzó de cabeza sobre su saco de dormir.

Nick entre risas, cayó encima del suyo y se metió en él a toda velocidad.

—¡Por los clavos de Cristo! —exclamaba el señor Gordon—. Basta, Nick, o te la vas a cargar. —Murmuró—: Es como un crío.

Desde su saco de dormir, Julie vio al señor Gordon agacharse en la entrada de la tienda de las gemelas.

—Todo va bien, pequeñas —las tranquilizó en voz alta—. Sólo eran un par de subnormales.

—¡Me ha llamado subnormal! —susurró Julie. Oyó la risa de Nick.

Scott escuchaba la lenta y profunda respiración de Benny. Al final, el chico acabó por quedarse dormido. Ya era hora. La trastada de Julie le había puesto bastante nervioso y le impidió conciliar el sueño durante un buen rato.

La buena de Karen. Desde luego, con aquella historia suya había destapado una lata de gusanos.

La buena de Karen.

Abrió la parte lateral del saco de dormir, deslizando la cremallera tan despacio que se abrió en un silencio casi total. Sólo produjo leves chasquidos individuales. Luego, sin hacer el menor ruido, Scott salió del saco de dormir.

En el caso de que Benny se despertara, pensó, le diría que tuvo que salir a atender una llamada de la naturaleza. Lo cual no sería ninguna mentira; la naturaleza le llamaba.

Desnudo, a excepción de los pantalones de jockey, se estremeció al arrastrarse hacia los pies del saco de dormir. Relajó los músculos y cesaron los escalofríos. Eso es. Calma. Manténte tranquilo. Levantó la mosquitera y salió al claro. Apoyado en las manos y las rodillas, exploró el campamento. La fogata se había apagado. Lo único que alteraba la oscuridad de la zona eran los pálidos jirones de resplandor que remitía la Luna. Los sacos de dormir de los muchachos eran dos bultos negros en las proximidades del bajo círculo de piedras de la extinta lumbre.

Se puso en pie y se sacudió las rodilleras. Luego se acercó con paso vivo a la tienda de Karen. Bajó la cremallera frontal y se deslizó dentro. El saco de dormir de la mujer se extendía a lo largo del lado derecho. El rostro de Karen no era más que una empañada mancha borrosa en el otro extremo. La mujer respiraba lenta, uniforme y sosegadamente.

Yacía de costado sobre el frío suelo de la tienda y Scott la besó en uno de los cerrados ojos. Karen gimió.

—Soy yo —cuchicheó Scott.

—Hummmm.

Karen se puso boca arriba.

Scott encontró la cremallera lateral del saco de dormir, la descorrió e introdujo el brazo en el calor interno. Tocó a Karen. La mujer llevaba una prenda holgada, de tela suave y gruesa. ¿Un chándal? La mano de Scott se movió sobre la prenda, notando el calor de la carne a través del tejido, mientras palpaba las curvas del vientre, las costillas y los pechos.

Sin previo aviso, una mano le aferró la muñeca.

—¿Contraseña? —le llegó un susurro.

—¿«Abrete sésamo»?

—¡Huy! Por qué poquito. Es «Pan integral de centeno». —Karen levantó la cabeza—. ¿Llevas ropa?

—Poca cosa.

—Ya me lo parecía. Ay, Dios, anda, entra aquí. —Karen levantó la cubierta del saco y Scott entró. La mujer se acurrucó contra él. Los labios de Karen rozaron los del hombre mientras decía—: Un bonito detalle éste de venir a reunirte conmigo.

—El detalle ha sido de Julie, al dormir al raso.

—Sí.

Se besaron. Karen dio un respingo cuando él deslizó su mano fría por debajo del chándal. La lengua se abrió paso al interior de la boca de Scott. Tocó la cinta elástica de los pantalones, introdujo la mano y acarició las nalgas.

Suspiró cuando él le tentó un pecho. Scott acarició su piel lisa, ahuecó la mano sobre él y apretó suavemente. Karen aspiró una temblorosa bocanada de aire cuando el pulgar de Scott presionó el pezón. Luego, la mujer se quitó el chándal. Se quedó desnuda hasta el talle, cálida y tersa la piel. Se retorció, frotando su cuerpo contra el de Scott.

El erecto pene se sintió atrapado dentro de los pantalones. Karen lo liberó. Sus dedos se cerraron alrededor de la verga para recorrerla una y otra vez, subiendo y bajando. Scott emitió un gemido ante aquella sensación que amenazaba con hacerle perder el dominio de sí. Se hundió dentro del saco de dormir y apartó la mano de Karen. Los labios del hombre buscaron el seno. Besaron el rígido pezón y la boca paladeó el leve saborcillo a sal que desprendía la piel de Karen.

La mujer se volvió un poco y la lengua de Scott lamió el otro pecho, mientras la mano descendía, vagabunda, por la aterciopelada piel del vientre. Los dedos tiraron de la cinta que ligaba los pantalones por la cintura y desataron el lazo. La mano se deslizó hacia la entrepierna. Los dedos acariciaron el tacto suave de los rizos. Karen separó los muslos para hacerle sitio. Caliente y lúbrica allí la carne. Karen empezó a respirar entrecortadamente. Le agarró del pelo y obligó a la boca de Scott a oprimirse con más fuerza contra el pecho, a la vez que ella alzaba las rodillas y se retorcía debajo de los deslizantes y activos dedos masculinos.

—¡Oh, Dios! —jadeó Karen—. ¡Oh, Dios mío!

Scott retiró la mano. Ella le soltó el pelo y dio media vuelta. Mientras se quitaba los pantalones, Scott tiró de los suyos hacia abajo y se los quitó por los pies. Estuvo inmediatamente encima de Karen, empotrándole la lengua en la boca, apretándole una teta, irrumpiendo dentro de la mujer. Karen le acogió, tensa y lábil. Gimoteó cuando Scott profundizó más dentro de ella.

—¿Te hago daño? —susurró Scott.

—¡Oh, Jesús!

—¿Eso es que sí?

—No —jadeó Karen. Le hundió los dedos en las nalgas, apretó y su cuerpo empezó a trepidar cuando Scott llegó hasta el fondo.

Unos interminables instantes de empuje apasionado, sepultándose en la cálida oscuridad de aquel orificio, sintiéndose al mismo tiempo ceñido por ella y formando parte de ella, mientras Karen se oprimía contra él para que llegara a un punto más recóndito, un lugar secreto, imposible de alcanzar. Scott pretendía llegar a ese punto. Se lanzó en su busca. Arremetió con fuerza para alcanzarlo. Se encontraba un poco más allá, muy cerca, y él no podía abandonar ni detenerse. Eyaculó, proyectó el chorro dentro de Karen y comprendió que aquel fluido encontraba el lugar secreto y efectuaba la conexión que los fundía. Karen tembló debajo de él.

Luego le retuvo, rígida e inmóvil.