Agachada junto al arroyo, Karen se estremeció y apretó los dientes para que no castañetearan. Un par de horas antes, se había estado rociando agua para refrescarse. Entonces, esa agua parecía hielo al entrar en contacto con la piel. Ahora, con el sol oculto y una brisa gélida soplando, la misma agua parecía casi caliente.
A excepción de Benny, todos habían concluido de fregar sus cacharros de cocina y regresado al campamento. El chico se encontraba en la orilla opuesta, dedicado a sacudir y agitar su plato de aluminio, para secarlo al aire, mientras Karen frotaba la cacerola. Era listo. Se había puesto una cazadora antes de ir al arroyo. Karen aún llevaba la delgada blusa y los pantalones cortos. La blusa no le servía de nada. El sutil airecillo atravesaba la tela como si no existiese.
Benny se sentó encima de una piedra, frente a la mujer. Se pasó el plato por una pernera de los vaqueros.
—¿No tienes un frío de mil demonios? —preguntó a Karen.
—Soy un montón gigantesco de carne de gallina.
—¿Te presto la cazadora?
—Me encuentro bien, ya casi he terminado. De todas formas, muchas gracias.
—Es extraño cómo puede hacer tanto frío de golpe.
—La altitud, supongo. Te asas durante el día y te congelas durante la noche.
—Sí. Es sobrenatural. Seguro que no es como en casa.
—No, y ésa es una de las mejores cosas que tiene la acampada —dijo la mujer—. Después de pasar cierto tiempo por aquí, la casa le parece a uno algo fantástico. Empieza a soñar con un baño caliente, con una cama blanda…
—¡Sí! —Benny se inclinó hacia adelante, con los codos apoyados en las rodillas—. El año pasado estuvimos fuera una semana y yo sentí eso por un batido de leche y chocolate. Fueron unas ganas tan tremendas que no podía soportarlo. Entonces papá hizo un alto en un Burger King que encontramos por el camino y… ¡caray!, creo que fue el mejor batido de leche y chocolate que haya tomado en la vida. Sólo de recordarlo se me vuelve a hacer la boca agua.
—A mí, sólo de pensar en ello me entra frío. —Karen enjuagó la cacerola, se puso en pie y sacudió el agua que quedaba en el recipiente—. Ahora podría ir a tomar un poco de café.
—Y también de cacao —dijo Benny. Tras ponerse en pie, se sacudió el fondillo de los vaqueros—. Y de melcocha.
—Tal vez pondré un poco de melcocha en mi café.
El chico soltó una carcajada. Cruzó el arroyo de un salto.
—Gracias por hacerme compañía —le dijo Karen, mientras subían por el bloque de piedra berroqueña.
—Ah, me encantó.
Las llamas de la fogata iluminaban el claro. La mayoría de los demás estaban sentados alrededor de la lumbre.
—Pensábamos que os habíamos perdido —gritó Scott.
—Nos ha salvado el café —repuso Karen. Tendió la cacerola a Benny y, con su propio cubierto de acampada, descendió por el suave declive hasta la tienda. Dijo a Benny, por encima del hombro—: A mí también me encantó tu compañía.
Tenía la mochila apoyada en una roca cerca de la puerta de la tienda de campana. Levantó la solapa, soltó los cacharros en la oscuridad y rebuscó entre el equipo, intentando encontrar los vaqueros y la parka. Naturalmente, estaban casi en el fondo. Cuando se necesita algo siempre está debajo de todo.
Sostuvo los vaqueros apretados entre las piernas, mientras se ponía rápidamente la parka. Suspiró aliviada al recibir el calor de la prenda.
Luego entró arrastrándose en la tienda de campaña. El interior estaba muy oscuro, pero no necesitaba luz para hacer lo que iba a hacer. Se sentó en el blando y preparado saco de dormir, se quitó las botas y se cambió los pantalones cortos por los vaqueros de larga pernera. Volvió a calzarse las botas y salió de la tienda. Apretó el paso hacia la fogata, mientras confiaba en no dar un traspié con los cordones de las botas, que no se había atado.
Su pote continuaba encima del tocón donde lo había dejado después de cenar.
—Todo listo —dijo.
—¿Café? —ofreció Scott.
—¡A que sí!
Karen levantó el pote. Scott tomó unas cucharadas de café instantáneo de una bolsa de plástico, las echó en el pote, vertió agua y lo removió con la cucharilla. El vapor se elevó contra el rostro de Karen cuando tomó un sorbo.
—¡Ah, es estupendo!
Se sentó en el tocón y bebió un poco más.
Vio que Benny tenía ya su cacao, con un par de melcochas flotando en su superficie.
—¿Qué os parece si entonamos algunas canciones? —sugirió Alice.
Empezaron con Michael, Row the Boat Ashore. Siguieron con Shenandoah. Después, Flash los metió de lleno en Danny Boy, cuya letra se sabía completa y que interpretó con tal sentimiento que parecía a punto de llorar cuando cantaba el regreso del muchacho a la tumba de su padre.
—Lancémonos a algo más animado —dijo Scott, al acabarse Danny Boy.
Con vigorosa voz de barítono atacó The Marine Corp Hymn. Todos le acompañaron con estruendoso entusiasmo.
—¡The Caisson Song! —propuso Nick.
Luego, The Battle Hymn al the Republic y, a continuación, Dixie. Al terminar ésta, los Gordon cantaron una protagonizada por un leñador que le daba vueltas al café con el dedo pulgar.
—Eso me recuerda a Robert Service —comentó Scott, y recitó—: Bajo el sol de medianoche, hacen cosas muy raras…
—Los hombres que en busca de oro se afanan —le acompañó Karen, sonriente por el hecho de que ambos conociesen el poema.
Siguieron declamándolo a coro, verso tras verso, recordando uno lo que se le olvidaba al otro, hasta concluir con la incineración de Sam McGee en la margen del lago LaBarge.
La interpretación arrancó un aplauso general y un silbido encomiástico por parte de Julie.
Alice instó a las gemelas a recitar Un alto junto al bosque en el atardecer nevado.
—Valiente cursilada —calificó Flash cuando las niñas acabaron—. ¿Qué os parece ésta? Puedes hablar de cerveza y ginebra / Cuando estás a salvo en el cuartel / y te envían a la batalla y Aldershot…
Karen también se sabía Gunga Din de memoria, pero guardó silencio mientras el hombre seguía destrozándolo. Flash se armó un lío enorme cuando iba por la mitad. Pero nadie pareció darse cuenta.
—¡Bravo! —exclamó Scott, al tiempo que batía palmas—. ¿Por qué no nos recitas una, Benny?
El chico se encogió de hombros. Miró tímidamente a Karen.
—Adelante —le animó la mujer.
—Bueno. El cuervo, ¿vale?
—Estupendo. Adoro a Poe.
En la piedra donde estaba sentado, Benny se inclinó hacia adelante para dejar en el suelo, entre ambos pies, el pote vacío de cacao.
—Bueno, allá va…
Empezó a recitar el poema en voz baja y tono siniestro. Cuando hablaba el cuervo, chirriaba su «Nunca más» como un loro psicópata.
Rose rió entre dientes. Heather la hizo callar con un codazo.
Benny no les hizo caso. Articulaba las palabras despacio, con expresión tétricamente obsesionada en su rostro, iluminado por el resplandor de las llamas, como si él fuera el hombre solitario y atormentado del poema. Se tornó frenético primero y después furioso.
—¡Quita el busto de encima de mi puerta! —vociferó—. ¡Aparta tu pico de mi corazón y lleva tu cuerpo fuera de mi casa!
Reinó el silencio durante unos segundos, cuando concluyó. Todo el mundo parecía un tanto sorprendido. Hasta que Benny se levantó, sonriente, e hizo una reverencia. Todos aplaudieron. Hasta Rose. Hasta Julie.
—¡Impresionante! —elogió Karen—. ¡Ha sido formidable!
—¿Sabes alguna más? —le preguntó Rose.
—Puede —repuso Benny—. Tal vez mañana por la noche…
—Contemos cuentos —propuso Julie—. ¿Alguien sabe alguno que realmente ponga la carne de gallina?
—¿Qué me dices de El garfio? —sugirió Nick. Rose arrugó la nariz.
—Ese es muy viejo.
—Puedo contar algo —dijo Karen— que le sucedió a una amiga mía. Ocurrió hace unos años, cuando acampaba con algunas compañeras… no lejos de aquí.
Heather abrió unos ojos como platos. Antes de que empezara el relato, ya parecía asustada. Flash se agachó para tomar de la fogata una rama encendida, con la que encendió su cigarro. Benny volvió la cabeza para mirar a Karen.
—No queremos que los niños tengan pesadillas esta noche —sonrió Scott a la mujer.
—Vale más que no lo cuentes.
—Venga —pidió Nick.
—Sí —se sumó Julie—. Ahora no puedes echarte atrás.
—Está bien… Como dije antes, habían acampado en las montañas, no muy lejos de donde estamos nosotros ahora. Era una noche fresca y el viento no dejaba de gemir y ulular entre los árboles. Sandy —así se llama mi amiga— estaba sentada ante la fogata con sus dos compañeras, Audrey y Doreen. Yo debía haber ido con ellas, pero me torcí un tobillo varios días antes y tuve que quedarme en casa. Por suerte para mí, a la vista de lo que sucedió.
—¿Es realmente una historia verídica? —preguntó Benny.
—Deja que la cuente —se molestó Julie.
Karen se inclinó sobre la lumbre. Notó su calor en el rostro y el frío en la espalda.
—Mis tres amigas se acurrucaban alrededor de la lumbre para combatir el frío. Cantaron y explicaron cuentos de fantasmas, ya que ninguna deseaba abandonar la compañía y el alegre calor del fuego. Poco a poco, las llamas fueron apagándose. Sandy puso la última brazada de leña. En seguida estuvo consumida casi del todo. «Bueno —propuso entonces Sandy—, ¿por qué no nos vamos a acostar?». Pero las otras no se mostraron dispuestas a ello. Las historias de fantasmas les habían metido tal miedo en el cuerpo que la tienda de campaña, a cierta distancia en la oscuridad, les parecía una sombra espeluznante.
»—¿Y si hay alguien escondido dentro? —se temió Doreen.
»—Oh, vamos, eso es ridículo —replicó Sandy.
Karen lanzó un vistazo a Benny. El chico observaba, desorbitados los ojos, la tienda de campaña montada en el extremo del claro.
—Bueno, decidieron quedarse un poco más. Pero la fogata estaba en las últimas, apenas alguna que otra llama insignificante parpadeaba sobre los arbolados restos de leña. Si pretendían continuar allí hasta que se les pasara el miedo, no les quedaba más remedio que echar más combustible a la agonizante lumbre. Pero a ninguna le hacía gracia aventurarse sola por entre los oscuros árboles circundantes, de modo que decidieron ir todas juntas, en grupo.
»Pero no tenían la linterna. La linterna estaba en la tienda de campaña.
»—Yo no pienso ir a buscarla —afirmó Doreen.
»—Pues yo tampoco —dijo Audrey.
»Por entonces, Sandy también estaba asustada, pero se dijo que tener miedo era una tontería. De modo que se brindó para ir a buscar la linterna. Dejó a Audrey y a Doreen sentadas junto a la fogata y atravesó el claro en dirección a la tienda. Se agachó ante la entrada. Le latía el corazón arrebatadamente, pero estaba decidida a no dejarse dominar por el pánico. Sonrió al ocurrírsele una idea. Casi se echó a reír, pero guardó silencio mientras levantaba la solapa de la tienda. El interior estaba negro como una cueva. Casi perdió toda su intrepidez, pero respiró hondo y entró a gatas en la tienda.
»De súbito, soltó un chillido. Volvió a gritar, un penetrante clamor aterrorizado, de tal volumen que hasta la ensordeció. “¡No! ¡Por piedad! ¡NO!”. Y lo subrayó con otro alarido agónico que provocó en su piel un hormigueo de auténtico pavor.
—¿Qué fue? —susurró Benny—. ¿Qué le ocurrió?
—No le pasaba nada —repuso Karen—. Era la idea que tenía Sandy de una broma divertida. Pero, como la mayor parte de esa clase de bromas, le salió el tiro por la culata. Después de lanzar al aire los aullidos, encontró la linterna. Salió reptando de la tienda, todo asquerosamente preparado para disfrutar de la bonita guasa que se traía con sus amigas. Pero Audrey y Doreen habían desaparecido.
—Les dio un susto de muerte —dijo Nick.
—Eso fue lo que Sandy pensó. Recorrió el claro y las llamó a gritos: «¡Eh, chicas! ¡Era una broma! ¡Volved!». Pero no volvieron.
»Sandy fue a sentarse junto a la fogata. Sólo quedaban unas brasas y ella tenía frío. “Vamos”, volvió a llamarlas, al cabo de un rato. “Ya está bien”. Pero Audrey y Doreen siguieron sin regresar.
»Por último, abandonó el campamento y empezó a recorrer el bosque, en la oscuridad, sin dejar de llamar a sus compañeras. A cada paso, medio esperaba que las chicas se precipitasen gritando sobre ella, para vengarse del susto que les había dado. Pero no lo hicieron. Continuó buscándolas por la arboleda, alejándose cada vez más del campamento.
»Por fin, las localizó en un claro iluminado por la luna. Permanecieron inmóviles mientras Sandy corría hacia ellas. “¿Qué estáis haciendo aquí?”, les preguntó. No le contestaron. No pronunciaron palabra. Al extender la mano para tocarlas, se le petrificaron los ojos. Prorrumpió en gemidos.
»Las dos figuras llevaban las prendas de Doreen y Audrey, pero los brazos y las piernas eran palos de madera. Se trataba de espantapájaros, con cabezas de piel ensangrentada.
—¡Vaya trago! —musitó Rose.
—Sin saber cómo, Sandy logró volver al campamento. Se sentó junto a la apagada fogata. El viento gemía a su alrededor. Mantuvo la vista clavada en la oscuridad. Esperó y esperó. Audrey y Doreen no volvieron.
—¿No volvieron nunca? —preguntó Benny.
—Nunca. Unos excursionistas pasaron por el campamento un par de días después y encontraron allí a Sandy, con los ojos muy abiertos, fijos en la foresta como si continuase esperando la aparición de sus perdidas compañeras.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Nick—. ¿Qué fue de Audrey y Doreen?
—Expediciones de rescate las buscaron por todo el bosque. No las encontraron. Nadie sabe qué fue de ellas después de que se adentraran por el bosque aquella noche. Tal vez sea mejor así.
Se produjo un silencio. Heather escudriñó las tinieblas por encima del hombro. Rose inclinó el cuerpo para acercarse más al fuego.
—Y con este toque de alegría —dijo Flash—, creo que ha sonado la hora de tocar retreta.