9
Supe que Ethan estaba alterado en cuanto salí de la habitación de Lance. Noté que tenía líneas de preocupación alrededor de sus ojos y la mandíbula tensa. Y también sentí la rigidez de su cuerpo cuando rechazó el coche que nos ofrecieron para regresar a casa y se acercó al sitio donde nos esperaba Len. Era evidente que no pensaba aceptar nada más del senador. Había terminado.
En el momento en que Len nos dejó ante el edificio donde se encontraba nuestro apartamento, Ethan me empujó hacia el interior con rapidez. No desperdició ni un segundo hablando con Claude, el portero, como acostumbraba a hacer. Parecía impulsado por un único propósito, y me guió hasta el ascensor sin pronunciar una palabra.
Me acorraló contra una esquina y apretó su cuerpo contra el mío, hundiendo la cabeza en el hueco de mi cuello e inhalando profundamente. Todavía en silencio, me inmovilizó y respiró hondo. Podía oler aquella seductora esencia masculina que emanaba. El aroma del deseo sexual, del ansia por aparearse.
—Ethan —gemí su nombre.
—No digas nada. —Me puso un dedo sobre los labios y apretó con suavidad—. Nada de palabras.
Noté la erecta longitud de su pene contra mi cadera y me estremecí de pies a cabeza. Ya estaba empapada y Ethan solo se había apretado contra mí y mostrado su desagrado ante cualquier conversación. Era por la manera en que se comportaba, por la forma en que se comunicaba conmigo mental y físicamente para indicarme lo que deseaba… Por el apremio que mostraba.
Ethan quería follar. Y yo también.
Supe que contenía a duras penas la tormenta de fuego que estallaría en cuanto cerrara la puerta de casa.
El clic del picaporte resonó como un trueno en el tenso silencio. Tenía los sentidos alerta y me preparé, sabía que se iba a abalanzar sobre mí. No tuve que esperar demasiado. Menos de un segundo después, me apresaba contra la dureza de su cuerpo con una sola meta; penetrar en el mío.
Me subió la falda y metió las manos debajo de las bragas para rozarme el clítoris con los dedos antes de que pudiera dar un paso. El examen al que fue sometido mi sexo resultó primitivo y salvaje, y provocó en mí una instantánea lujuria. Desesperada voracidad animal. Ethan era una bestia incontenible a mi espalda, y las imágenes eróticas que avivó en mi mente me hicieron sentir igual de salvaje que él.
—Ya estás empapada —ronroneó con aire satisfecho contra mi cuello al tiempo que apretaba las caderas contra mis nalgas mientras recorría mis pliegues. Me empujaba hacia donde mi cuerpo se ocupaba de todo y mi mente no tenía nada que pensar.
Me llevó hacia delante, hasta tropezar con la mesa del vestíbulo.
—Apoya las manos y sujétate con fuerza —me ordenó.
Mientras lo hacía, sentí que me bajaba las bragas por las piernas y luego… sus mágicos dedos volvieron a juguetear con mi sexo. «¡Gracias a Dios!». Esta vez, lo hizo desde delante para poder frotarse contra mí por detrás. Esparció mis resbaladizos fluidos por mis pliegues con esas yemas delicadas, acariciando y lubricando mi carne hasta que estuve a punto de alcanzar el orgasmo. Ethan sabía interpretar muy bien mis señales y supe que no me lo permitiría. Dejó que prosiguiera hasta que comencé a mecerme con el ritmo que creaba, frotándome contra su mano como una posesa. Entonces se detuvo.
—¡No! —protesté cuando dejé de sentir sus dedos.
—Ahora, cariño. Espera un momento. —Me propinó una firme palmada en la nalga, y el doloroso hormigueo incrementó mi placer. Tensé los músculos temblorosa, desesperada por sentirle en mi interior.
«¿Cómo lo sabe?».
El ruido de la cremallera de su pantalón fue el mejor sonido que había escuchado en todo el día. Sin dejar de estremecerme, gemí de anticipación cuando noté el suave glande buscando mi cálida y preparada entrada.
Apoyada en la mesa, bajé la mirada al suelo de mármol Travertino. La escena que se veía reflejada solo podía ser descrita como sexo hecho verbo. La piedra cremosa estaba cubierta de ropa abandonada. Los pantalones gris marengo de Ethan y el cinturón le rodeaban las pantorrillas y el encaje rosa de las braguitas todavía permanecía alrededor de mi tobillo izquierdo, sobre el zapato de Gucci. Era una vista digna de ser contemplada, por lo que representaba. Sexo salvaje y sucio entre dos amantes demasiado desesperados para perder el tiempo en desnudarse.
Y también que estaba a punto de ser follada hasta perder el sentido.
Ethan me penetró de manera constante, con las manos en mis caderas para empujarse sin piedad. Soltó ese entrecortado gemido de placer que tanto me gustaba escuchar cuando se hundió en mí.
—Siénteme, preciosa. Todo es tuyo… solo tuyo. —Retiró por completo su gruesa erección—. Eres perfecta, jodidamente hermosa ahora mismo, inclinada sobre la mesa —se clavó en mi interior profundamente—, aceptando mi polla.
¡Dios Santo, era increíble sentirlo dentro!
—¡Sí, oh, sí! —No podía encontrar coherencia a sus divagaciones eróticas, solo podía recibirlo con anhelo.
—¡Eres mía! —ladró entre rudos empujes con los que imprimía fuerza a sus palabras, moviéndose cada vez más rápido, casi como si quisiera castigarme.
«Lo soy». Mi hombre trataba de restablecer su reclamo sobre mí después de haber tenido que entregarme en el hospital. Lo necesitaba y yo también. Martilleó en mi interior una y otra vez, hundiendo su carne caliente y retirándola con una precisión que apenas me permitía respirar.
—Quiero oírtelo decir —gruñó.
Mi orgasmo se acercaba, apenas podía pensar y mucho menos hablar, pero cuando hacía esas demandas era como si me arrancara las palabras.
—¡Oh, Dios mío! Ethan… sí, ¡soy tuya!
Sentí la primera convulsión arrastrándome a la cresta de la ola y ceñí su duro pene con todas mis fuerzas.
—¡Oh, joder! ¡Sí, sigue apretándome así!
Sujetó mi pelo con su enorme puño y tiró de mi cabeza hacia atrás. Supe por qué lo hacía. Ethan necesitaba la intimidad que se creaba al tener nuestras bocas y nuestros ojos en contacto, igual que nuestros sexos. Me rodeó la garganta con la otra mano y me inmovilizó sin dejar de taladrarme con su miembro mientras se apoderaba de mi boca desde atrás. Su beso fue abrasador, voraz, famélico… Me mordió y chupó la boca con labios y dientes, poseyéndome en todos los aspectos para demostrar que era suya sin ninguna duda.
Justo como yo necesitaba.
Cuando alcancé el clímax, fue una anhelada explosión de intensidad incontenible. Su lengua entró hasta el fondo de mi boca reclamando mi aliento, mi alma… mi ser.
Sentí que se endurecía e hinchaba todavía más en mi interior. Gemí su nombre por lo bajo, incapaz de vocalizar cualquier otra cosa.
—Ethan… —era la única palabra que sabía.
—Te amo —susurró con voz áspera contra mis labios mientras comenzaba a correrse.
Brynne me ciñó y succionó hacia su interior cuando se corrió… Era una sensación indescriptible. «Jodidamente buena». Cada agarre provocado por sus convulsiones, cada estremecimiento de su sexo apresaba mi polla. Sentí la tensión apretar mis pelotas cuando comencé a correrme.
—Ahhhh… Ahhhh… —gruñí con cada envite en su estrecho coño.
Mi preciosa chica se entregó a mí en una exquisita rendición.
—¡Joder, sí! —aullé, al tiempo que una cálida inundación de semen salía disparado a su interior. Continué moviéndome embargado por el éxtasis, tirando de su hermoso pelo para atraerla hacia mí. «¡Joder! Mi amor… Eres mía. Brynne…». Pensamientos aleatorios atravesaron mi conciencia mientras me unía a ella, pero una idea sobresalía por encima de todas las demás. No importaba lo lejos que me fuera, era una verdad absoluta; aquella mujer me poseía por completo, de pies a cabeza.
Y siempre lo haría.
Le solté el pelo, dejando que enderezara el cuello y enterré la cara en su melena. Aspiré su esencia a flores envuelto en el olor de sus fluidos mientras deslizaba los labios por su nuca hasta su oreja. Le murmuré al oído lo mucho que la amaba sin dejar de besar su piel. Era posible que ahora estuviera más calmado, pero era completamente consciente de que me había tirado a mi mujer como un poseso en la entrada de nuestra casa.
—¿Estás bien?
—Mmm… —ronroneó de una manera muy sexy.
Me pregunté qué estaría pensando. Y aún así, supe que no hubiera actuado de manera diferente. Después de salir del hospital me había recluido en un lugar oscuro de mi mente. Sabía que esa visita era necesaria, pero odié cada uno de los segundos que duró. Lo único que quería era proteger a mi preciosa chica de todo lo que le había hecho daño, y hoy no había podido hacerlo. Tuve que mantenerme a un lado y permitir que ese… ese… la tocara otra vez.
«No vuelvas a pensar en ese cabrón hijo de puta».
Me retiré de su interior y me subí los pantalones bruscamente, tomándome la molestia solo para poder caminar. No seguiría con ellos puestos ni dos minutos más.
Pasé la mano por el trasero de Brynne, desnudo y precioso, y le apreté una nalga, recreándome en la vista.
—Eres… condenadamente… hermosa. —La palabra no hacía justicia a la imagen que presentaba en ese momento. No tenía palabras. Jamás me cansaría de mirarla.
Ella estiró el cuello como un gato desperezándose. Mi chica parecía saciada, pero todavía no había terminado con ella. Aquel polvo desesperado junto a la entrada que acabábamos de disfrutar solo había sido el calentamiento.
—Estoy deseando quitarme los zapatos —comentó ella, inclinada sobre la mesa, con las largas y rectas piernas separadas hasta terminar en aquellos zapatos negros que cubrían sus delicados pies, con aquel coñito rosado, abierto entre ellas como una trampa incriminatoria.
La sensación de culpa me atravesó las entrañas como una lanza. Por supuesto que quería deshacerse de aquellos zapatos. Estaba embarazada.
«Algunas veces te comportas como un jodido idiota».
—Lo siento, nena. Déjame compensarte. —La alcé en mis brazos y la besé, aliviado al ver aparecer en sus labios aquella sonrisa suya, tan sexy y juguetona, mientras la llevaba al dormitorio—. Te daré un masaje en los pies.
—Muy largo, por favor —canturreó contra mi pecho.
Y eso era todo lo que necesitaba para estar en paz con el mundo. Una señal de ella. Una sonrisa, una palabra, una caricia; algo que me indicara que ella no estaba enfadada por mi arrebato y que todavía me amaba. Eso y el hecho de que había disfrutado de, al menos, otro cegador orgasmo. Brynne, por su parte, merecía al menos un par de ellos más, y un buen masaje en los pies.
—Así será —repuse mientras la depositaba sobre nuestra cama.
En las Fuerzas Especiales, cada capitán tenía cinco hombres a sus órdenes. Eran brigadas pequeñas para operaciones tácticas que requerían invisibilidad. Mis hombres eran los mejores del Ejército del Aire. Mike, Dutch, Leo, Chip y Jackie. El día que encontramos al niño y a su madre muerta en medio del camino fue el último que estuvimos todos vivos. La última vez que hermanos, maridos, padres e hijos de Gran Bretaña respiraron. Veinte días más tarde, el número se había reducido a… uno.
Mike fue el único, además de yo mismo, que escapó a la emboscada en la calle. Hubiera sido mejor que no lo hubiera hecho…
Sumergida en el agua caliente y aromática que llenaba la bañera, recordé las últimas doce horas. ¡Dios!, sería necesario mucho más que un baño para poder pensar en todo lo ocurrido.
Ethan se había quedado profundamente dormido después de la segunda vez, ni siquiera se movió cuando salí sigilosamente de la cama. Por lo general solía aparecer cuando escuchaba que estaba llenando la bañera; eso si no era él quien lo hacía, pero no fue así esta noche.
Me figuré que Ethan estaría exhausto después del numerito en el hospital. Me había dado cuenta de que le había reconcomido por dentro tener que pedirme que visitara a Lance. Sin embargo, no teníamos otra opción. Lucas Oakley iba a ostentar la presidencia junto a Benjamin Colt gracias a que el destino había convertido a su hijo en un héroe de guerra en el momento más propicio. Un apuesto oficial que pierde una pierna en la guerra y, ¡oh, qué casualidad!, resulta que ese joven teniente es el hijo del candidato a la vicepresidencia de los Estados Unidos de Norteamérica. Las encuestas electorales predecían una victoria aplastante y todo el mundo lo había asumido ya.
¿Qué era lo más espeluznante de todo esto?
Que una vez que el senador Oakley se convirtiera en vicepresidente, estaría a solo un paso de ocupar la mismísima presidencia. El mero pensamiento hizo que me doliera el corazón. La reacción normal hubiera sido frotarme el pecho para aliviar la opresión, pero me acaricié la barriga; mi primer instinto fue proteger a mi pequeño ángel de alas de mariposa. Hoy hice lo que era preciso. Tenía que conseguir cierta seguridad, estar segura de que mi sórdido pasado con Lance no supondría un peligro para el futuro de su padre ni para el mío. Y lo volvería a hacer si fuera preciso. Haría cualquier cosa por mi pequeño ángel de alas de mariposa.
Lance… Cuando me desperté esta mañana era la última persona que imaginé que vería. No estaba preparada para tratar con él, pero había sido lo suficientemente realista para saber que no iba a desaparecer sin más. En especial ahora.
«Brynne, por favor, ven a visitarme otra vez. Tengo que explicarte lo mucho que lamento lo que te hice».
Esas palabras me habían sorprendido mucho. ¿Él lamentaba lo que me había hecho? No sabía cómo tomarme su petición, pero intuía que Lance solo quería que escuchara los motivos, su justificación de los hechos. Sin embargo no me importaba; no pensaba regresar allí. No lo necesitaba. Por extraño que pareciera, estaba en paz conmigo misma, tranquila, feliz con las cosas tal y como estaban ahora. Y a pesar de la manera en que se había desarrollado la visita, no había resultado tan traumática como yo pensaba que podía ser. Me mantuve entera durante el encuentro e hice todo lo que me habían dicho que hiciera. Igual que Lance.
Realmente no me recreé en la idea de lo que podía suponer para mi salud emocional, no disponía de tiempo ni de ganas de hacerlo. Debía continuar con mi vida; tenía un marido que me amaba y necesitaba mi apoyo, y un bebé para quien lo era todo. Cualquier asunto del pasado con Lance ocupaba el asiento trasero en la fuerza que impulsaba ahora mi existencia. Solo podía moverme hacia delante.
Y estaba determinada a hacerlo. Llevé otra vez la mano a la barriga e intenté notar algún aleteo más, pero imaginé que el bebé no estaba de humor.
No podía permitir que Lance, o su intrigante padre, me impidieran hacer lo que necesitaba. El encuentro me había sorprendido, incluso aturdido, por el aspecto de Lance; era demasiado diferente a cuando salíamos juntos. Como si hubiera dado un giro de ciento ochenta grados. Todavía me costaba relacionar al hombre que había visto hoy en esa cama con el que conocía de antes. Ni siquiera parecía la misma persona. Tal vez había rectificado hacía muchos años. Incluso había modificado su cuerpo con todos aquellos tatuajes…
—¡Noooo! Mike, lo siento, tío. ¡No quiero volver a hacerlo! Ahhhhh… ¡joder, no! ¡Mike! ¡Dios mío, no! ¡Joder! ¡NO! ¡POR FAVOR, NO LO HAGAS! ¡NO! ¡NO! ¡NOOO!
«¡Ethan!».
Le escuché gritar en el dormitorio y, al instante, supe qué pasaba. Mi hombre tenía otro terror nocturno. Me levanté en la bañera; el agua fluyó por mi piel mientras me estiraba para coger la bata. Me la puse sobre mi cuerpo chorreante y salí precipitadamente del cuarto de baño. Él me necesitaba y tenía que ayudarle. Era así de simple.
Me erguí de golpe en la cama, casi sin aire, con las dos manos alrededor de la garganta, intentando tomar oxígeno.
«Respira, joder. Dentro, fuera, dentro fuera».
Retrospectivamente, esa escena era la peor; mi tormento más profundo, uno que no había logrado borrar de mi mente. Sabía que estaba condenado a llevarlo siempre en mi interior. «Ahora está en paz», me dije para mis adentros, como cada vez que la culpa me corroía. No es que me ayudara demasiado, pero algo es algo. Y, de todas maneras, era lo único que podía hacer.
Dentro, fuera, dentro, fuera…
—Ethan, mi amor. —Su voz suave me indicó que esta vez estaba despierta.
Me daba miedo mirarla. Estaba jodidamente aterrado, apenas era capaz de alzar la cabeza y mirar a mi dulce chica. Si lo hiciera, ella se daría cuenta de mi vergüenza, de mi debilidad. A saber lo que había gritado… Solo de pensarlo sentí que se me revolvía el estómago.
Pero Brynne no hizo lo mismo que en otras ocasiones. No se alteró ni me pidió que le contara mi pesadilla. No me juzgó ni preguntó. Solo me puso la mano suavemente en el pecho y se acercó hasta que pude inhalar su aroma, haciéndome saber que me encontraba allí y ahora, no perdido en el pasado. Consiguió que supiera que estaba a salvo a su lado.
—Estoy aquí y te amo —me susurró con dulzura al oído—. Dime, ¿cómo puedo ayudarte?
Al escucharla, un intenso alivio se propagó por mi cuerpo como una cascada. La atraje hacia mí y me aferré a ella como si me fuera la vida en ello. Era una analogía perfecta. Me aferré a mi chica para salvar mi vida.
Brynne tenía el pelo de la nuca un poco húmedo. Podría pasarme horas y horas jugando con su cabello. Me encantaba su suavidad, su textura, el olor que desprendía… todo. En cuanto me preguntó cómo podría ayudarme, le mostré exactamente de qué manera hacerlo.
Creo que ya lo sabía, porque me había ayudado antes dejándome encontrar solaz en su cuerpo, utilizando el sexo para alejar los demonios. Ahora venía la parte más difícil. Cuando me disculpaba por mi salvaje reacción por utilizarla como salvavidas.
Me curvé contra su espalda y respiré hondo, inhalando su aroma mientras mecía a nuestro pequeño con la mano ahuecada. Estaba deseando sentir una patada o un puñetazo, pero todavía no había tenido esa suerte. Brynne puso su palma encima, cubriendo su barriga conmigo, y suspiró satisfecha. Lo que me hizo sentir mejor. Que estuviera satisfecha era un buen principio.
—Lo lamento, nena —le susurré por fin al oído—. Perdóname…
—No tienes que pedirme perdón por nada, Ethan. Nunca. Lo único importante es que sepas que estoy aquí, que te amo. Eso es lo más importante para mí. —Bostezó, somnolienta, y me dio una palmadita en la mano—. Duérmete, anda.
Abrí los ojos de golpe. ¿Había oído bien? ¿No iba a interrogarme sobre la pesadilla? ¿No pensaba exigirme que le hablara sobre la mierda pasada que la provocaba? Su actitud me hizo sentir curiosidad.
—¿Brynne? —Le acaricié el hombro con la nariz.
—¿Mmm?
—¿Por qué no estás alterada por lo que… Por lo que acabo de hacer? ¿Por la pesadilla? —pregunté con suavidad, besando su piel en cuanto las palabras abandonaron mis labios.
—He hablado con la doctora Roswell sobre el síndrome de estrés postraumático que padeces.
Me tensé mientras luchaba contra la sensación de traición; fue solo un momento porque al instante estuve seguro de que había algo más que lo explicara. Brynne no era tan impulsiva como yo. Ella meditaba muy bien las cosas antes de decirlas… O por lo menos lo hacía casi siempre. Y si yo fuera ella, seguramente haría lo mismo. No era ningún secreto para Brynne lo que yo sufría, ¿por qué iba a fingir con la única persona en la que podía confiar?
—Bueno, no le conté gran cosa, solo que tienes sueños retrospectivos sobre lo que te ocurrió cuando fuiste prisionero de guerra. Le pregunté cómo podía ayudarte. —Rodó sobre sí misma para mirarme. Su expresión era la viva imagen de la sinceridad—. Te amo, Ethan, y haría cualquier cosa que estuviera en mi mano para sacarte de ese lugar oscuro.
—Ya lo haces. Lo has hecho desde el principio —confesé—. Eres lo único que me ayuda. —Le dibujé un pómulo con el dedo, deseando poder decirle que no volvería a sufrir otra pesadilla, que no la despertaría con aullidos nocturnos, pero sabía que no sería cierto; que jamás dejaría de hacerlo.
—Así que la doctora Roswell me puso al tanto de cómo funcionan ese tipo de traumas —continuó con cautela, su voz suave como una caricia.
—¿Qué te dijo? —logré preguntar.
—Me explicó que la gente que padece síndrome de estrés postraumático es capaz de cualquier cosa para evitar recordar los acontecimientos que le ocurrieron. Que le resultan demasiado dolorosos y aterradores.
«La doctora Roswell tiene razón».
Sacudió la cabeza muy despacio.
—Así que ya no volveré a preguntarte… Me limitaré a estar a tu lado para lo que quieras. Sea lo que sea, aquí estoy. ¿Sexo? Si así te arranco de ahí. No volveré a presionarte para que me hables al respecto si no quieres. —Tragó saliva y vi cómo se contraía su garganta. Me rozó la mejilla con los dedos fríos—. Ahora ya sé que cuando te obligaba a contarme tus pesadillas solo te lo estaba poniendo más difícil. Lo siento, Ethan, estaba tan segura de que hablar te ayudaría… No sabía que al forzarte a hacerlo estaba haciéndote más dañ…
La besé, interrumpiéndola. Ya había escuchado suficiente. Aquellas hermosas palabras con las que aceptaba incondicionalmente la situación contribuían a sanarme más que cualquier otra cosa. Sabía que era cierto. Mi chica acababa de ayudarme a dar el primer paso. Quizá ahora, con ese apoyo incondicional, podría encontrar el valor para buscar ayuda en alguna parte.
Brynne enredó los dedos en mi pelo y cerró los puños con fuerza, haciéndome saber que estaría a mi lado. ¡Dios!, la amaba más de lo que podría decir con palabras. Era simplemente algo que tendría que retener en mi interior; yo era la única persona que sabía lo profundo que era mi amor por ella.
Cuando puse fin a nuestro beso, seguí estrechándola contra mí porque no podía soportar que estuviera fuera de mis brazos. No podía alejarme. Tuve que aferrarme a ella durante el resto de la noche.