8
—Hace unas noches me encontré a Ethan en la terraza, fumando. Me dormí preocupada por… Lance Oakley y su situación, y me desperté en mitad de la noche con la cama vacía. Me levanté y fui al baño antes de ponerme a buscarle. Hace algún tiempo que él está intentando dejar de fumar, al principio no lo llevaba mal, pero es evidente que hace unos días recayó.
—La adicción a la nicotina no es menos difícil de romper que la que se establece con las drogas o el alcohol —había asegurado la doctora Roswell, sin rastro de condena en la voz.
—Sin embargo, creo que en su caso se trata de algo más que adicción a la nicotina.
—¿Por qué crees eso, Brynne?
—Mmm… En una ocasión me contó algo sobre el tiempo en que estuvo prisionero en Afganistán. —Medité bien qué podía añadir, porque compartir la historia de Ethan sin su permiso me parecía una traición. Decidí finalmente que la necesidad que tenía de información superaba la de ser discreta con la privacidad de mi marido—. Le hicieron prisionero de guerra y fue torturado durante veintidós días. Durante el tiempo que permaneció cautivo, el deseo de fumar ciertos cigarrillos estuvo a punto de volverle loco. Me aseguró que los cigarrillos son la manera de recordar que sobrevivió. Que consiguió vivir un día más… y fumar. Tiene horrible pesadillas cuando duerme, y parece que está sufriéndolas en su propia carne. Cuando intento ayudarle me aparta. No me dice nada al respecto; creo que se avergüenza. Es espantoso… Me preocupa mucho.
—Me imagino que para Ethan es muy duro. Son muchos los militares que sufren estrés postraumático. —Me di cuenta de que lo anotaba en su libreta.
—¿Qué puedo hacer para ayudarle?
—Lo que tienes que comprender es que las víctimas de ciertos traumas, y por lo que me has dicho Ethan ha sobrevivido a un trauma muy grande, es que harán casi cualquier cosa para evitar recordar lo que les supuso tanto sufrimiento. Resulta demasiado doloroso.
—¿Eso quiere decir que, cuando le presiono para que me lo cuente, estoy haciéndoselo más difícil? Pedirle que me cuente lo sucedido, ¿le hace daño?
—A ver… Piensa en esto desde tu perspectiva, Brynne. Tú también has sufrido un trauma que ha afectado a tu vida en todos los aspectos. Acabas de contarme que ver cómo los medios de comunicación cubrían la lesión de Lance te ha afectado mucho. —La doctora Roswell no endulzaba ninguna situación—. ¿No es porque quieres evitar que te recuerden lo que ocurrió?
«Ha dado justo en el clavo, doctora».
Len me abrió la puerta cuando salí de la consulta de la doctora Roswell.
—¿La llevo a casa, señora Blackstone?
Suspiré mirando a mi educadísimo chofer.
—Len, por favor, ya lo hemos discutido antes. Quiero que me llames Brynne.
—Sí, señora Blackstone. ¿La llevo a casa entonces?
—Me rindo —mascullé meneando la cabeza. Aquel hombre era la quinta esencia del estoicismo, y a pesar de ello seguía pareciéndome que me tomaba el pelo como si estuviera jugando conmigo. Me acomodé en el asiento y medité sobre la conversación que acababa de tener con la doctora Roswell sobre el estrés postraumático. Tenía mucho sobre lo que pensar. Por Ethan y por mí misma, pero sobre todo porque quería ser una buena esposa y comprenderlo. Quería que supiera que estaba allí, que le amaba a pesar de lo que pudiera haber dicho durante una pesadilla. Que me necesitara para sentirse mejor. Que si era preciso que el sexo fuera un poco más brusco para ayudarle a recuperarse después de este tipo de sueños, entonces estaba a su disposición. El sexo siempre era increíble con él y ahora mismo mi cuerpo estaba descontrolado por culpa de las hormonas, así que…
El teléfono sonóy lo saqué del bolso. Era un mensaje de Benny. «Stas bien?». Sonreí al leerlo.
Ben no había dejado de preocuparse por mí solo porque estuviera casada con Ethan. Manteníamos un contacto frecuente. Era un amigo muy querido; una persona con la que podía ser yo misma. Ben y yo manteníamos una relación distinta a la que tenía con Gaby. Ben y Gaby también eran muy amigos, aunque ella tenía sus propios demonios. Las dos solíamos tomarle el pelo afirmando que siempre acababa haciéndose amigo de mujeres con muchos problemas emocionales y él respondía que, dado que no le gustaban las mujeres, conocer las interioridades femeninas le proporcionaba puntos extra; quizá así consiguiera entender por qué hacían girar el mundo. Por desgracia, sus palabras tenían parte de verdad. Debía de haber visto lo de Lance en las noticias; lo cierto es que tendría que vivir debajo de un puente para no haberse enterado, así que estaba mostrándome su apoyo.
Le respondí. «Lo staré. T echo de menos. T apetece venir un día de estos a comprar ropa premamá?».
Sonreí de oreja a oreja cuando recibísu contestación. «Sí. Sexy mamá. Bss». Benny tenía un gusto exquisito en lo referente a moda y diseño. Podría ser de mucha ayuda cuando fuera a comprar ropa de embarazada, de eso no cabía duda.
El estado del tráfico de Londres hizo que llegar a casa me llevara mucho más tiempo del que debería, así que revisé los correos electrónicos y respondí a los que necesitaban respuesta antes de que se me llenara la bandeja de entrada. Len no era demasiado hablador, así que no tuve que darle conversación mientras conducía el Rover por las atestadas calles bajo la llovizna otoñal.
Era plenamente consciente de que mi madre no había vuelto a llamarme. Tampoco me sorprendía demasiado. Le había dicho algunas cosas bastante fuertes antes de colgarle el teléfono. Pasaría tiempo antes de que volviéramos a hablar. Nuestra relación solía ser bastante complicada. Odiaba pensar en ello, pero la verdad podía llegar a ser muy fea y, para mi madre y para mí, acostumbraba a convertirse en un arma arrojadiza.
El teléfono me advirtió de que me acababa de entrar otro mensaje, así que volví a encenderlo.
Era un mensaje multimedia. Venía agregada la captura de pantalla de Facebook de una de mis entradas. Se me aceleró el corazón al descubrir que se trataba del mensaje que había escrito en mi muro cuando utilicé el GPS en Facebook para guiar a Ethan hacia el lugar donde me retenía Karl. Entonces había etiquetado a Karl Westman en «¿Con quién estás?» para que mi marido supiera quién me había secuestrado. En el mensaje que acababa de recibir había una sola frase. «Karl Westman desapareció el tres de agosto, y la última persona que estuvo en contacto con él fuiste tú».
«Histérica», esa era la única palabra capaz de describir el estado de Brynne cuando entró en las oficinas de Seguridad Internacional Blackstone. Len la había acompañado al piso cuarenta y cuatro y yo la esperaba en recepción. Desde allí la conduje de inmediato a la estancia adyacente a mi despacho.
Ella miró a su alrededor como si se preguntara por qué no había estado nunca en aquel desordenado estudio ni le había hablado de él. No había encontrado nunca el momento de contarle que aquel era el lugar donde me tiraba a todas las tías antes de conocerla. Y, ¿qué decir del momento actual? Sería jodidamente inoportuno.
Así que me limité a abrazarla.
—¿Estás bien, nena?
—Ethan, ¿por qué me hacen esto? ¿Acabará alguna vez?
Sus preguntas me rompieron el corazón. Fue como si me hubieran puesto un hacha en el pecho y me la hubieran clavado con un vigoroso golpe, haciendo pedazos huesos y músculos.
—Brynne, tienes que calmarte y escucharme. —Encerré su cara entre las manos y la obligué a concentrarse en mí—. El senador Oakley me llamó una noche, justo después de que la noticia se hiciera pública. Quiere que visites a su hijo… en el hospital; que muestres al mundo lo buenos amigos que sois. —Me puso enfermo tener que decirle aquellas palabras, pero me había dado cuenta de que ya no había otra salida.
—¿Te llamó? ¿Hablaste con él y no me lo dijiste? —me gritó de forma acusadora.
Meneé la cabeza.
—Lo siento, pero pensé que…
—Pero… ¿por qué? No quiero volver a ver a Lance Oakley en mi vida. No te atrevas a pedirme que vaya… —escupió—. ¡No eres mejor que mi madre!
Sus ojos ardían de una manera salvaje. Noté que estaba a punto de huir, así que hice desaparecer esa idea de una puta vez.
—No, no es cierto… —aseguré, agarrándola por los brazos y obligándola a mirarme—. Le dije que no. Que no te pediría que hicieras algo que no querías hacer, pero hoy te han enviado esa captura de Facebook. —Bajé la voz para decir la cruda verdad—. Esta mierda no desaparecerá hasta que tú vayas allí y le visites como si fuera un buen amigo.
—No —susurró con un gemido lastimero.
—Brynne, nena, hay más gente que sabe de ese vídeo, tú misma me lo contaste. Si visitas a Oakley en el hospital, dejará de tener valor. No puedes arriesgarte más. Por favor, escucha el porqué.
¿Qué provocó en mí la mirada que me dirigió? La trágica expresión en su hermoso rostro, veteado por las lágrimas y el sufrimiento… me dolió intensamente.
La vi cerrar los ojos y asintió con la cabeza de manera casi imperceptible.
La besé durante un buen rato como si no existiera el tiempo. Solo para estar cerca de ella y demostrarle lo mucho que la amaba. Luego me senté con ella en el regazo y le relaté la conversación que había tenido con el senador, intentado que comprendiera lo necesario que sería demostrar a todos los que conocieran la existencia del vídeo que no era importante, y así evitar que cualquiera de ellos intentara hacer lo mismo que Karl Westman. «Un puto chantajista». Y también neutralizar cualquier efecto negativo del video demostrando que era amiga de Lance Oakley. «El jodido violador de muchachas indefensas». Como si al mostrar que podían ser amigos el crimen no hubiera ocurrido; que solo había sido una indiscreción de dos adolescentes, por si aquel maldito video aparecía en algún momento y avergonzaba al futuro vicepresidente de los Estados Unidos. «El cabrón inmoral de la historia».
Brynne lo asimiló todo; me escuchó hablar sin interrupciones ni preguntas. Sus ojos castaños se quedaron clavados en los míos como si sopesara la situación. ¡Dios, admiraba su valor! Jamás había dudado que mi chica era valiente o inteligente.
Pero también sabía que ahora estaba aterrada. Sabía la cara que ponía cuando tenía miedo, y verse forzada a visitar a Oakley en el hospital la aterrorizaba.
«Y a mí también me estaba matando».
Ella pareció pensar en todo lo que le había dicho. Se levantó y fue al cuarto de baño, donde se detuvo delante del espejo. Se giró hacia su reflejo y lo miró sin ninguna emoción aparente, sin parecerse en nada a la apasionada chica que había conocido en mayo.
Por fin, se volvió hacia mí. Cuando comenzó a hablar le temblaban los labios y tenía los ojos llenos de lágrimas, que sabrían saladas si las lamía.
La vi tragar saliva.
—T-tengo que ir a ver a… L-lance, ¿v-verdad?
Se me revolvió el estómago al escuchar la pregunta.
Sabía que solo podía darle una respuesta racional.
«¡Mierda! ¡Mierda! ¡…Y más mierda!».
Quienquiera que dijera que el gobierno era una maquinaria que avanzaba lentamente no había conocido a la gente del futuro vicepresidente de los Estados Unidos. Todo se movió a la velocidad de la luz en cuanto di el visto bueno para visitar a Lance Oakley.
«Tienes que hacerlo». Estaba en el pasillo del hospital esperando para entrar. El olor a antiséptico y comida que flotaba en el aire me provocaba arcadas. El ramo de flores que me habían entregado me temblaba en la mano mientras intentaba recuperar la compostura. «No hay otra opción». Sentía la mano de Ethan en la espalda, siempre protectora y posesiva, pero él no podía ocuparse de las emociones contra las que luchaba en ese momento. «Tienes que proteger a tu bebé». Sabía por qué él estaba a punto de volverse loco, pero ahora mismo no podía hacer nada para evitarlo.
En el momento en el que Ethan envió el mensaje de texto diciendo que estaba de acuerdo en visitar a Lance, una procesión bien organizada de medios de comunicación se encargó de todo. Limusinas, escoltas policiales, entradas secretas, fotógrafos personales, regalos para el paciente, interrogatorios sobre qué hacer, cuánto tiempo quedarse, qué decir… Todo ajustado al milímetro. «Lo vas a hacer». Sentí la mano de Ethan en la parte baja de la espalda acariciándome. Él también se veía obligado a formar parte de este circo; mi marido estaba a punto de sufrir las consecuencias de mi pasado. De ese pasado del que quería olvidarme. «Es solo un soldado herido sirviendo a su patria».
—Señor Blackstone, usted se quedará a la izquierda hasta que le presenten al teniente Oakley, luego se ausentará con la disculpa de que tiene que ocuparse de una llamada telefónica. Su mujer acabará a solas la visita con el teniente.
La secretaría de prensa que estaba dictando el guión palideció al notar la mirada de mi marido y contuvo el aliento. No pude ver la expresión «zorra, si esperas que haga eso estás loca» que le lanzó porque él estaba fuera de mi campo visual en este momento, pero podía imaginármela perfectamente. Y sí, sabía que Ethan no se habría tomado demasiado bien sus instrucciones. En especial cuando acababa de indicarle que debía dejarme en manos de otro hombre. «Y Lance no es un hombre más». Ethan no podía obedecer esas órdenes y creo que la señorita secretaria de prensa estaba a punto de enterarse.
—¿Están preparados? —preguntó en tono mordaz, evitando cualquier contacto visual con mi marido.
«No».
—Sí. —«Solo es un soldado que resultó herido sirviendo a su patria. Trataste con él en el pasado… Puedes hacerlo».
No supe cómo, pero mis piernas se movieron hacia delante.
Para ser honesta, sentí casi una experiencia extracorpórea, pero de alguna manera avancé lentamente hasta entrar en aquella habitación del hospital privado. No sé qué esperaba encontrar. Sabía que Lance había resultado herido y que le habían amputado la pierna por debajo de la rodilla derecha, pero la persona que hallé en esa cama me resultó irreconocible.
El Lance Oakley que recordaba había sido un niño pijo de colegio privado, de la jet-set de la Costa Oeste. Educado y ambicioso. Cursaba derecho en Stanford cuando salía con él.
Ahora no parecía un universitario de Stanford.
Los tatuajes le cubrían los brazos hasta los nudillos. Llevaba el pelo rapado como cualquier oficial militar, pero lucía barba incipiente. Parecía tosco y nervioso. Un hombre grande, musculoso y tatuado, tendido en una cama de hospital con ropa anónima de paciente, que mantenía la mirada clavada en la pared, no en mí. Se le veía desolado y muy diferente del frío misógino que había ocupado mi mente durante tantos años.
Debí detenerme en seco, porque sentí la presión de la mano de Ethan en mi espalda.
Di otro paso, acercándome más. Lance alzó la mirada; sus ojos eran tan oscuros como recordaba, pero no reflejaban aquella arrogante confianza en sí mismo que identificaba con él.
Vi algo en Lance que no había visto antes. Pesar y disculpa, vergüenza al estar ante mí en esa cama, sin una de sus piernas. En algún punto de los pasados siete años, quizá cuando resultó herido, mi violador había recuperado su conciencia.
—Brynne.
—Lance.
Me miró con una expresión más tierna.
—Gracias por venir… aquí —pronuncio con claridad, como si él también hubiera recibido instrucciones de la secretaria de prensa de su padre.
—De nada —respondí automáticamente, dejando el ramo de flores sobre la colcha pero sin apartar la mano.
Sus dedos tatuados tomaron los míos y, ¡oh, milagro!, no ocurrió nada horrible. El mundo no se terminó ni el sol se oscureció. Lance llevó mi mano a su mejilla y la retuvo allí.
—Me alegro de verte.
El fotógrafo plasmó aquel momento y supe que vería esas fotos en todas partes, en la televisión, en las revistas… Era lo que ocurriría y no había vuelta atrás para ninguno de nosotros.
Sentía la presencia de Ethan a mi lado, tan tenso como la cuerda de un arco. Era evidente que estaba furioso por la íntima manera en que me tocaba Lance. Por extraño que pudiera parecer, a mí no me estaba afectando. Me sentía entumecida. Me obligué a continuar con aquella charada; a seguir para terminar de una vez aquella tortura.
Retiré la mano de su presa.
—Lance, te presento a mi marido, Ethan Blackstone. Ethan, Lance Oakley, un viejo… amigo de San Francisco.
Lance se concentró en mi marido y le tendió el brazo.
—Es un placer, Ethan.
Hubo una larga pausa en la que no estuve segura de que Ethan le estrechara la mano. El tiempo se detuvo mientras todos conteníamos el aliento.
Después de un tiempo que me pareció un siglo, Ethan tomó sus dedos y le dio una firme sacudida.
—¿Qué tal? —le saludó con suavidad. No me dejé engañar por su tono, conocía a mi hombre; odiaba cada maldito segundo. Odiaba que yo tuviera que estar allí; que tuviéramos que fingir.
Entonces, como si de pronto el director de escena hubiera hecho alguna indicación, una persona se acercó y le dio a Ethan un golpe en el hombro. Se disculpó por la interrupción, pero le indicó que había una llamada importante que requería su atención. Y él se excusó. Observé que salía, andando de manera rígida, lo que demostraba lo difícil que era para él dejarnos allí a solas. «Puedes hacerlo».
—¿Te sientas a mi lado?
—Sí, claro, por supuesto. —Seguí el guión, sorprendida de que mi cerebro recordara qué hacer y decir.
Una vez que me senté en el borde de la cama, él alargó el brazo para volver a cogerme la mano. Se lo permití porque escuché el clic de la cámara que sacaba una fotografía tras otra, retratándonos como si fuéramos buenos amigos, de los que van a visitarse al hospital. «Estás haciendo un trabajo; casi has terminado. Venga, ¡acaba! Sal por la puerta y no mires atrás».
—Estás estupenda. Pareces feliz, Brynne.
—Lo soy. —Y como si necesitara recordarlo, mi pequeño ángel eligió ese momento para mostrar su presencia con un aleteo. Cerré los ojos y sentí el roce de la pequeña mariposa que crecía en mi interior. La belleza de ese milagro hizo que toda la torpeza del momento que estaba viviendo se desvaneciera poco a poco, lo necesario para que lograra soportarlo.
—Brynne, lo lamento. Lamento todo esto… Que hayas tenido que venir aquí. Siento que tuvieras que hacerlo, pero me alegro de volver a verte otra vez. —Su voz era diferente. Incluso la manera en la que hablaba era distinta. Percibí su sinceridad.
Abrí los ojos y le miré; me resultaba difícil encontrar una respuesta. Finalmente lo logré.
—Espero… Espero que te recuperes pronto, Lance. T-tengo que marcharme. —Había llegado el momento de despedirme, la parte más dura para mí. Pero sabía lo que se esperaba que hiciera… y lo haría.
Me levanté y me incliné sobre él.
Cambió su expresión. Mostró desagrado al saber que la visita estaba a punto de terminar. Respiré hondo y apreté la mejilla contra la suya mientras le abrazaba. Soporté otra furiosa ronda de clics fotográficos.
Él me rodeó la espalda con los brazos.
Cerré los ojos otra vez… y pensé en Ethan, en mi pequeño ángel con alas de mariposa, para superar el momento.
La misión había concluido. La bandera de cuadros estaba a punto de caer cuando Lance susurró algo en mi oído. Fueron unas palabras dichas a la carrera que solo yo escuché, pero solo podían describirse de una manera: desesperadas.
—Brynne, por favor, ven a visitarme otra vez. Tengo que explicarte lo mucho que lamento lo que te hice.