Capítulo

7

4 de octubre

Londres

Ya estamos. El bebé se ve muy diferente esta vez, ¿verdad? Ahora ya tiene el tamaño de un plátano. Está en la semana veinte; ha superado oficialmente la mitad. Las medidas son las correctas en un embarazo saludable. El cordón umbilical está perfecto, el latido es fuerte. —Desgranó el doctor B. mientras nosotros mirábamos la pantalla, donde la mágica imagen de nuestro bebé se movía de manera irregular. Piernas y brazos empujaban y se doblaban con impresionante claridad. Yo no podía apartar los ojos ni siquiera un instante para responder al médico. El realismo había mejorado de manera tan considerable desde la última ecografía que apenas podía creérmelo. Ante mí había una pequeña personita que no dejaba duda alguna sobre la cría humana que habíamos creado.

Brynne tenía los ojos clavados en el monitor, absolutamente sobrecogida, mientras observaba cómo el pequeño pulgar se perdía en el interior de aquella boca diminuta que lo chupó con fruición. El bebé soltó el pulgar con la misma rapidez que lo había atrapado.

—¿Has visto eso? —pregunté.

—Oh… —Brynne se rio con suavidad sin dejar de mirar la imagen—. Estaba chupándose el pulgar… ¡Ethan, estaba chupándose el dedo! —Me apretó la mano. La tímida excitación de su expresión hacía que resplandeciera de una manera nueva para mí. Parecía… Parecía una madre.

—Lo sé. —Momentos como aquel me enseñaban lo buena que sería Brynne como madre. No cabía duda. Le froté el pulgar por la palma.

—Bueno, sí… puedo intentarlo —intervino el doctor—. Voy a ver si puedo saber el sexo del bebé…

—¡No! No quiero saberlo, doctor Burnsley. No lo mire, por favor. No me lo diga. —Brynne negó con la cabeza. Su decisión era firme, hasta un tonto se daría cuenta y el doctor no tenía un pelo de tonto.

El médico me miró y ladeó la cabeza en una muda pregunta. Pensé por un instante en decirle que sí, pero al final me negué con un gesto.

—No pasa nada, Ethan. Si quieres saberlo, me giro mientras el doctor lo busca para ti.

Su sosegada belleza y la confianza absoluta en aquella firme decisión de querer que el sexo del bebé fuera una sorpresa me conmovían. Estaba absolutamente segura de que no quería enterarse. Brynne no quería saberlo hasta que naciera, y se iba a mantener firme en su decisión. Era consciente de que si me encogiera de hombros y le dijera al médico que adelante, que me lo dijera, sabría al instante si teníamos en camino un niño o una niña, y eso sería muy excitante. «¿Thomas o Laurel?».

—No, prefiero llevarme la sorpresa contigo —aseguré, haciendo un gesto negativo con la cabeza hacia el doctor otra vez.

Solo podía mostrar aquel absoluto respeto ante la decisión de mi chica. Me llevé su mano a los labios y la besé. Compartimos una mirada sin palabras. No las necesitábamos.

El doctor interrumpió aquel mudo intercambio.

—Bien, entonces así será; una sorpresa para los dos. —Nos imprimió algunas imágenes y pasó una toalla de papel por la embadurnada barriga de Brynne antes de desconectar la máquina en la que habíamos visto a nuestro precioso bebé nonato. ¡Santo Dios! Aquel hombre era mucho más fuerte que yo; no había dinero suficiente en el mundo para que yo pudiera realizar su trabajo—. Voy a decirles algo que es seguro —añadió en tono burlón—, su bebé va a ser un niño… o una niña.

break

—Solo queda la mitad, nena. —Mientras almorzábamos en Indigo acepté que estaba intentando hacer demasiadas cosas a la vez, y ninguna de ellas bien: comprobar los mensajes en el móvil, mirar los reportajes sobre el fútbol en la televisión del local y conversar con Brynne. Un auténtico capullo.

Dejé el móvil sobre la mesa y desconecté de lo que decía el presentador sobre el partido entre el Manchester United y el Newcastle, para prestar a Brynne toda mi atención. Ella me miraba con esa media sonrisa suya con la que me decía que le divertía mi falta de consideración.

—¿Qué estás pensando? —le pregunté.

—Mmm… En realidad me limitaba a disfrutar de la vista. —Tomó el vaso de agua y bebió un sorbo mientras me miraba por encima del borde—. Te veía trabajar y pensaba en nuestro pequeño Plátano Blackstone mientras me preguntaba cuándo te ibas a dar cuenta de que no te estaba contestando.

—Lo siento. Estaba absorto en algunos asuntos que no son realmente importantes. Así que prefiero preguntarte, ¿cómo te sientes después de lo que dijo el médico?

—¿Te refieres a que tengo que dejar de correr y limitarme a caminar?

Asentí con la cabeza. A veces Brynne no mostraba ninguna reacción ante las cosas. Sabía que había escuchado lo que dijo el ginecólogo sobre sus hábitos deportivos, pero no sabía qué pensaba al respecto.

La vi encoger los hombros.

—Puedo ir a pasear. Además, hago suficiente ejercicio contigo como para compensar el que voy a perderme. Estoy segura de que con eso me llegará. —Su media sonrisa se convirtió en una completa que contenía cierta insinuación erótica.

Tampoco se equivocaba con respecto al sexo. El embarazo subía la libido de muchas mujeres, y estaba jodidamente agradecido de que la mía fuera una de ellas. El médico nos había dado su bendición, así que seguíamos follando como locos. Y nos encantaba.

—Tienes razón, el doctor B. es mi ídolo.

Ella puso los ojos en blanco.

—¿Solo por eso? Por decir algo tan típicamente masculino como «el coito es perfectamente seguro siempre y cuando los dos estén dispuestos». —Brynne repitió el discurso del médico en tono burlón mientras ladeaba la cabeza—. Menudo eufemismo. Qué inteligente y original es el doctor Burnsley. Me pregunto cuántas veces al día tiene que soltar esa frase.

—No me importa cuántas veces la diga. Que nos dé luz verde es lo único que importa, nena. —Arqueé una ceja—. Y yo siempre estoy dispuesto.

—Eso ya lo sé —susurró ella de una manera muy sexy a la vez que un leve rubor subía desde su cuello, haciendo que quisiera lamérselo a conciencia.

La mirada que me dirigía ahora mismo por encima de aquella mesa meticulosamente adornada, una mirada sensual, hermosa y fugaz, era solo para mí. Y yo tenía las manos atadas en aquel restaurante donde estábamos almorzando, cuando solo deseaba poder hacerla mía una vez más. No era necesario nada más entre nosotros. Una mirada, un roce, un susurro provocativo, y solo podíamos pensar en cuándo y dónde.

Así que intenté cambiar de tema y pensar en algo más apropiado para el consumo público.

—También me tranquilizó lo que dijo de las hemorragias nasales. —Ella había tenido razón al respecto; no era necesario preocuparse por ello; se trataba de efectos secundarios normales—. Lamento haberme agobiado tanto por eso.

Ella inclinó la cabeza y me lanzó un beso.

—No pasa nada —musitó.

Sin duda mi chica tenía la paciencia de un santo. Era muy consciente de que durante casi la mayor parte del tiempo yo suponía un incordio, y también lo sabía Brynne. Solía indicarme cuando estaba comportándome como un idiota, pero casi todo el rato solo me amaba y tranquilizaba todas mis neuras. Mi hacedora de milagros. Incluso me ayudaba a superar mi adicción al tabaco. Era una decisión que había pospuesto durante mucho tiempo, pero por fin estaba en ello. Dejar de fumar se había convertido en un símbolo. Por una parte rompía con el pasado y me obligaba a vivir una vida más sana, y por otra establecía un compromiso con las dos personas que me necesitaban a su alrededor durante al menos otros sesenta años o más.

Ahora solo fumaba un cigarrillo al día, casi siempre por la noche, antes de dormir. Ese acto encerraba un significado que deseaba que no resultara tan obvio, pero cualquier cosa que me ayudara a mantener alejadas las pesadillas y los recuerdos era bienvenida.

Brynne se excusó para ir al cuarto de baño y yo volví a mirar la pantalla donde seguía emitiéndose el programa deportivo, así como los mensajes pendientes en el móvil. Parecía que tenía muchas posibilidades de organizar la seguridad de los XT Europe Winter Games, que se desarrollarían en Suiza en enero. Por lo general solía apresurarme a aceptar aquellos trabajos, pero en ese caso implicaba algunos problemas. El príncipe Christian de Lauenburgo se había clasificado para competir en snowboard. El joven príncipe estaba emocionado, pero no así su abuelo, el rey de Lauenburgo. La realeza solía convertirse en un marrón y en este caso todavía más. Ese chico era el único heredero al trono y los herederos eran lo más importante para una familia real. Si el muchacho resultaba herido, mi reputación se iría al carajo. Y no podía olvidar la amenaza terrorista que planeaba sobre cualquier acontecimiento internacional. Habría una multitud de amenazas, estaba seguro. Aquellos chalados no se resistían a la oportunidad de salir en la prensa mundial.

Me resigné a aceptar el trabajo como hacía siempre, pero no me poseía el mismo interés que en otras ocasiones. Lo importante era tener libre febrero. El bebé nacería a finales de mes, pero no pensaba correr el riesgo de estar fuera del país cuando Brynne se pusiera de parto. Solo de pensarlo se me revolvía el estómago. Si fuera honesto conmigo mismo, reconocería que lo que nos esperaba me asustaba mucho. Hospitales, médicos, sangre, dolor, Brynne sufriendo, un bebé… Eran muchas las cosas que podían salir mal.

Un mensaje de texto de Neil me advirtió de algo que requería mi atención inmediata. Habíamos acordado un tono distinto para las emergencias, así que leí sus palabras.

Se me heló la sangre en las venas.

En la pantalla del televisor habían acabado los deportes y ahora las noticias se centraban en política.

«¡No! ¡Joder, no!».

La expresión de los ojos de Ethan cuando regresé del cuarto de baño me dijo que había pasado algo muy malo. Seguí la dirección de su mirada hasta la pantalla y sentí que se me debilitaban las rodillas al ver aquella cara. Escuché lo que decía el periodista sobre él y leí su nombre en los subtítulos.

Siete años eran mucho tiempo.

Y eran los que habían pasado desde que miré su cara por última vez. En realidad había pasado más tiempo. Mentiría si afirmara que no había vuelto a pensar en él desde entonces, por supuesto que pensaba en él a veces. Me hacía preguntas: «¿Cómo pudiste hacerme eso?». «¿Tanto me odiabas?», o la mejor de todas, «¿Sabes que intenté suicidarme por culpa de lo que me hiciste?».

El reportero resumió la noticia con perfectas y eficientes palabras que yo no quería escuchar; que no quería comprender.

El subteniente, Lance Oakley, se encuentra en estado crítico tras resultar herido ayer, al salir del Ministerio del Interior en Bagdad, cuando una bomba mató a cinco personas e hirió a ocho más en lo que se considera un incidente terrorista. La explosión ocurrió por la mañana, cuando los empleados estaban ocupando sus puestos de trabajo en el edificio gubernamental, donde se hallaba destacada una patrulla de fuerzas americanas que permanecía como observadores en el país. Ningún grupo terrorista se ha hecho responsable del ataque, pero se espera que alguno lo haga en las próximas horas debido a la conexión que existe entre el subteniente Oakley con las más altas esferas de la política estadounidense. El teniente es el único hijo del senador de los Estados Unidos Lucas Oakley, candidato a la vicepresidencia con Benjamin Colt en las próximas elecciones que se desarrollarán a principios de noviembre, como cada cuatro años. La campaña de Colt para la Casa Blanca ha estado teñida por la desgracia desde el principio. La muerte de Peter Woodson, congresista y primer candidato al puesto de vicepresidente, a principios de abril, en un desgraciado accidente de avión, fue la causa de que Oakley le reemplazara. Se dice que el senador se dirige a visitar a su hijo, que recibe asistencia médica en el hospital Lord Guildford de Londres. El subteniente Oakley y el otro oficial herido fueron aerotransportados desde Bagdad al Reino Unido para ser tratados por especialistas. Los informes indican que las lesiones de Oakley han precisado que se le fuera amputada la pierna derecha por debajo de la rodilla. Las agencias de información están saturando a los trabajadores del Lord Guildford en busca de cualquier información sobre el estado del teniente Oakley. Los analistas políticos también hacen sus apuestas, considerando el efecto que tendrán estos hechos sobre el resultado de las elecciones presidenciales en Estados Unidos que se celebraran dentro de un mes. La CNN en Londres…

break

Ethan interrumpió en el acto nuestro almuerzo en Indigo. Nos dirigimos sin hablar a casa. Me preguntaba qué pensaría sobre todo aquello, pero no quería sacar el tema. Él me conocía muy bien y tampoco preguntó nada. Mi hombre solo me llevó a casa y me dejó en paz.

Este era el terreno de la doctora Roswell.

Ethan estaba trabajando en su despacho cuando sonó mi teléfono. Supe quién era antes de leer la pantalla.

—Hola, mamá.

—Querida, ¿te has enterado de lo de Lance?

—Sí.

—¿Y qué sientes al respecto?

Respiré hondo y agradecí a Dios el hecho de que mi madre viviera en San Francisco y nos separara un continente y un océano, porque me di cuenta rápidamente de hacia dónde se encaminaba aquella conversación, y no me gustaba.

—No quiero escuchar su nombre, ni ver su foto, ni tampoco quiero saber que su padre, candidato a la vicepresidencia, se dirige a Londres, ni nada de lo que dicen las noticias.

—Brynne, escúchame. El senador Oakley querrá que visites a Lance, que le apoyes y ofrezcas tu amistad, y dado que vives en Londres, creo que deberías considerar…

—¡No! ¡Ni hablar, mamá! ¿Es que te has vuelto loca?

Silencio. En mi mente la vi frunciendo los labios como si estuviera frustrada conmigo.

—No, Brynne, no me he vuelto loca. Estoy pensando en ti y hacer eso será bueno para tu futura tranquilidad de espíritu y tu felicidad. Deberías ir a visitar a un viejo amigo de la familia.

—¿Cómo puedes decirme eso? ¿De verdad quieres que vaya a visitar al hombre que me hizo daño? ¿Qué filmó un video mientras abusaba de mí? ¿Quieres que lo haga? ¿Por qué? ¿Porque su padre está a punto de ser elegido vicepresidente y todo el mundo se dará cuenta de que nuestras familias están relacionadas? ¿Es esa la razón? —Me dolía hacer esas preguntas, pero necesitaba saber. Esperaba que ella me dijera la verdad. Sin embargo, lo dudaba. Las lágrimas que quería derramar no llegaron a producirse y mi corazón se endureció un poco más hacia la mujer que me había dado la vida. Decía que me quería, pero ya no la creía.

—No, Brynne. Solo estoy pensando en ti; me preocupa que dejes pasar por alto esta oportunidad de olvidar el pasado… Sería un error.

—¿Olvidar el pasado? —Estuve a punto de caerme como si me hubieran asestado un golpe sin estar preparada, un golpe que amenazaba con desgarrarme en dos. Me tambaleé dolorida y sorprendida, totalmente incrédula, antes de poder hablar otra vez—. ¿Cómo voy a poder olvidar el pasado, mamá? ¿Crees… Crees de verdad que debería ir a visitarle al hospital y fingir que no me violó? ¿Qué no permitió que sus amigos abusaran de mí sobre esa mesa de billar? ¿Crees que debo perdonarle?

—Sí, lo creo, cariño. Debes dejar el pasado atrás, seguir adelante con tu vida. No te hace ningún bien aferrarte a lo que ocurrió.

Ahora sí que estaba a punto de llorar.

Mi madre no me quería. Era imposible que lo hiciera. Tuve que contener el aliento al sentir que un horrible dolor me perforaba el corazón.

—No, mamá. —Mi voz se quebró mientras hablaba, pero mis palabras eran sinceras y comprendería su significado—. Me gustaría que mi padre estuviera vivo para ayudarme. Él sí que me amaba. Papá me quería de verdad. ¿Sabes por qué lo sé, mamá? ¡Porque jamás me pediría que hiciera lo que tú acabas de pedirme!

No le di oportunidad de responder. Colgué el teléfono y tuve que contener el deseo de arrojarlo contra la pared. Como estaba en el dormitorio, fui incapaz de hacer nada más que respirar profundamente varias veces. Me sorprendió lo entumecida que me sentía.

Sería cierto si no fuera por las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas.

Los musculosos brazos de mi marido me rodearon desde atrás y me estrecharon contra su cuerpo. Subí los brazos para aferrarme a los suyos y… me desmoroné.

—E-Ethan… Me… Me ha dicho… que debería v-visitar a Lance p-para olvidarme… de él. —Tenía los ojos tan anegados que no era capaz de ver—. P-piensa que… que eso me ayudará… a sup…

—Shhh… no digas nada. —Me giró en sus brazos y me consoló contra su torso. Su aroma inundó mis sentidos y resultó extrañamente confortante en mi estado—. Lo sé —canturreó con dulzura—. He escuchado sin querer algo de lo que has dicho. No tienes que ir a ningún sitio, nena. No tienes que ver a nadie que no quieras ver, ni hablar con nadie que no quieras hablar.

N-no puedo creer que me pidiera q-que hiciera e… eso. Echo de menos a mi padre —me desahogué por completo. Mis gemidos crecían con cada nueva lágrima que caía, hasta que Ethan asumió el control de la desagradable tarea de tranquilizarme.

—Vas a dormir un poco. Esto no te beneficia a ti ni a nuestro bebé, así que tienes que tranquilizarte y descansar. —Me llevó hasta la cama, donde me tendió antes de sentarse en el borde. Se inclinó para descalzarme, en silencio pero con suma eficacia. Al cabo de unos segundos estaba metida entre las sábanas. Se inclinó sobre mí hasta que nuestras caras estuvieron a escasos centímetros—. Podrás contarme todo lo que quieras, pero estarás descansada cuando lo hagas. Ahora te encuentras exhausta y alterada. Y eso es jodido. —Sus movimientos eran suaves, pero su tono de voz no daba opción a réplica. También tenía el ceño fruncido, lo que hablaba de lo mucho que le enfadaba esa situación… Y lo cabreado que estaba con mi madre. Mi marido y mi madre no se llevarían bien nunca. Me reí para mis adentros.

«No te engañes, Brynne. Ni siquiera tú te llevas bien con ella».

Después de llevarme un paño mojado en agua fría para limpiarme la cara y un vaso de agua, se acostó a mi lado. Me consoló en silencio, acoplando su cuerpo a mi espalda, acariciándome el pelo una y otra vez mientras yo recordaba la conversación con mi madre y se la repetía con todo lujo de detalles.

Cuando por fin me callé, él me hizo una pregunta. Su tono ya no era tan tierno y suave, sino mucho más firme y serio.

—Brynne, ¿le has contado a tu madre lo que ocurrió con Karl Westman?

—No, me pediste que no se lo dijera a nadie.

—¿Y no se lo has contado a nadie?

—No, Ethan, no he dicho ni una palabra. Ni siquiera se lo he mencionado a la doctora Roswell.

—Bien. Esto está bien. —Continuó acariciándome la cabeza y peinándome con los dedos en silencio—. Nena, sé que esto va a ser difícil de asimilar y digerir, pero nadie puede saber nunca lo que ocurrió con Westman la noche que te secuestró. Nunca. Tienes que guardar esa experiencia en tu interior como si nunca hubiera ocurrido.

—Ya lo sé. Le mataron, ¿verdad? La gente del senador Oakley asesinó a Karl porque estaba tratando de chantajearle y consideraban el vídeo un peligro, ¿no es cierto?

Continuó frotándome la cabeza con dedos firmes, masajeándome el cuero cabelludo a través del pelo. Resultaba muy placentero, todo un contraste con el tema que discutíamos.

—Creo que ocurrió algo así, sí, aunque allí no quedó ninguna prueba o evidencia que pueda demostrarlo. Su cuerpo no será encontrado nunca. Westman ha desaparecido de la faz de la tierra.

Asentí con la cabeza. Lo cierto era que no podía expresar mis sentimientos, aunque lo intenté. Se me habían quedado grabadas las palabras de Ethan «…desaparecido de la faz de la tierra». Porque eso era lo que le había ocurrido a mi padre. Había desaparecido. Ya no podía disfrutar de él. No podría escuchar nunca más su voz diciéndome cuánto me quería.

Y la culpa de ello se remontaba a algo que yo había permitido que ocurriera muchos años atrás. Era consecuencia de mis acciones. Lance también era culpable, sí, pero las malas decisiones previas habían sido todas mías. Asistí a la fiesta; me emborraché sin respetar para nada mi cuerpo; me usaron y violaron y dejé que aquella experiencia estuviera a punto de acabar con mi existencia. Era patético. Pero al final la vida que resultó sacrificada fue la de mi padre.

—¿Qué estás pensando ahora? —preguntó Ethan bajito, por segunda vez en el día.

—En cómo echo de menos a mi padre —farfullé, con las emociones ahora a flor de piel, lo que hizo que volviera a llorar, ahora con más fuerza.

—Nena… —Ethan me puso la mano en la barriga y comenzó a frotarla. El gesto fue sumamente tierno, pero solo consiguió que añorara más a mi padre.

Las palabras comenzaron a fluir entre mis labios, sin que yo pudiera hacer nada para detenerlas.

—Hoy hemos ido al médico y vimos imágenes de nuestro bebé. Si mi padre estuviera vivo podría compartirlas con él. Me habría escuchado entusiasmado… Le habría encantado ser abuelo. Le hubiera enseñado las fotos de las ecografías y habría querido saber cómo me sentía… Le echo tanto de menos… —Hice una pausa para coger aliento—. Ahora no puedo hablar con él y tampoco puedo hablar con mi madre. No tengo a nadie… Me siento huérfana… —Por fin, volví a llorar, esta vez en silencio, pero no por ello con menos sentimiento o dolor. Solo compartía mi pena por algo que seguiría doliéndome durante mucho tiempo.

Ethan sintió mis silenciosos estremecimientos, pero su única respuesta fue estrecharme con más fuerza, demostrándome que todavía le tenía a él a pesar de mi pérdida. Las caricias sobre mi vientre se hicieron un poquito más fuertes y quizá por eso ocurrió…

Noté un leve cosquilleo en el interior. Un burbujeo que me recordó al batir de alas de una mariposa. Me quedé paralizada antes de cubrir la mano de Ethan con la mía y apretarla contra el punto en el que lo había sentido.

—¿Qué pasa? —me preguntó temeroso—. ¿Te duele…?

—He sentido al bebé cuando se movió en mi interior. Fue como un aleteo. —«Como el mensaje de un ángel».

Mantuvo la mano bajo la mía, seguramente esperando poder sentir lo mismo que yo. No creí que fuera posible. Mientras nos quedábamos allí, descansando juntos sin preocuparnos por las cosas malas que no podíamos cambiar, me di cuenta de algo muy importante; jamás habría superado todo eso sin Ethan. Su fuerza fue la mía durante las partes más duras.

Jamás dejó que me diera por vencida.

Las palabras que salieron de sus labios, solo demostraron la bendición que había supuesto para mí que me encontrara y aceptara sin tener en cuenta mis fallos.

—Te amo —me susurró al oído—, y nuestro pequeño también te adora. —Extendió sus largos dedos y dibujó círculos sobre mi estómago con suma ternura mientras continuaba hablando—: Él está ahí, observándote. Tu padre. Te ama desde otro lugar diferente, pero sigue adorándote con la misma intensidad, Brynne, y siempre será así.

Oakley apenas tardó unas horas en dar señales de vida. Había pensado que se lo pensaría durante algunos días, pero supongo que no lo consideró necesario. El senador no tenía tiempo que perder. Faltaba menos de un mes para las elecciones presidenciales y el tiempo no se paraba para nadie. Cuando vi el reportaje en la televisión durante el almuerzo en Índigo, me hice una composición de lugar. Aquel capullo iba a utilizar la lesión de su hijo para impulsar su candidatura hacia la vicepresidencia… y le iba a funcionar.

La llamada iluminó la pantalla de mi móvil mientras fumaba mi cigarrillo nocturno.

—¿Blackstone?

—Sí, soy yo. ¿Qué quiere?

—Quiero estar seguro de que el pasado ha sido olvidado.

—Por supuesto que quiere. Todos lo queremos. ¿Cómo se le ocurre decir eso, senador? —Esperé con temor cualquier sugerencia por su parte, seguramente porque me imaginaba por dónde iba a salir. La llamada de mi querida suegra esa misma tarde suponía toda una declaración de intenciones.

—Una sencilla aparición para visitar a un viejo amigo de la familia bastaría. Una aparición en el hospital. Yo me encargo de los medios de comunicación.

«¡Bingo!». La idea me revolvió el estómago.

—Mi mujer jamás se mostrará de acuerdo —aseguré mientras recordaba cómo la había dejado en la cama, donde estuvo llorando hasta quedarse dormida. La discusión con su madre la había dejado completamente exhausta y muy sensible. Aquella zorra inhumana había acabado con mis últimas reservas de paciencia. ¿Cuán insensible había que ser para ignorar de esa manera el bienestar físico y emocional de su hija? Y ahora venía con lo mismo aquel capullo. Apagué el cigarrillo y encendí otro.

—Convénzala, Blackstone.

—Sé que el éxito de su campaña es lo que más le preocupa, senador, incluso más que lo que le ha ocurrido a su hijo, pero a mí me importan una mierda sus aspiraciones políticas y el bienestar de su hijo, el violador.

Pensaba poner todos los puntos sobre las íes. Él no desperdició palabras. Fue al grano con aquel acento americano que parecía casi falto de humanidad.

—¿No cree que es mejor pensar que unos adolescentes alocados cometieron un error hace algunos años, y que ya lo hemos superado, a considerar que existe un vergonzoso secreto que no debe salir a la luz? Si todavía son amigos es como si no hubiera pasado nada. Es sencillo, Blackstone. Creo que a usted debería importarle.

A pesar de lo mucho que me gustaría negarlo, el sencillo plan de Oakley era muy inteligente, pero aquella muestra de ingenio no ayudaría a Brynne; la heriría.

—A mí lo único que me importa es el bienestar de mi esposa embarazada, que se ha puesto enferma al ver la noticia en televisión. Y eso, senador, no ayuda. No puedo obligarla a visitar a su hijo. No lo hará.

—Tiene una semana —se limitó a responder antes de colgar.

«¡Jodido hijo de puta!».

Clavé los ojos en el móvil, seguro de que el número desde el que me había llamado se encontraría ya apagado. Me bajó un escalofrío por la espalda. Encendí otro Djarum y aspiré el humo hasta llenar mis pulmones. No sabía cómo enfrentarme a ese problema, y cada hora que pasaba se agravaba un poco más. Las elecciones presidenciales eran un combustible potente. ¿Cómo cojones se podía luchar contra una bestia tan terrible?

Me levanté y salí del despacho para dirigirme a la terraza, donde me puse a fumar en serio. Un Djarum tras otro hasta que me sentí drogado por el clavo y la nicotina, saciando una adicción que no podía negar.

El humo se disolvía en la fría brisa nocturna tras flotar en el aire formando remolinos. Anhelé que pudiera ocurrir lo mismo con mis problemas, pero no eran más que deseos. La vida real no funcionaba así. Mi mano no era la ganadora. Algunas veces lo mucho que sabía de póquer era una maldición porque conocía las posibilidades que tenía. Podía darme cuenta de que rendirme era la única opción.

No sería bueno para Brynne estar en el círculo de Oakley, pero mucho me temía que era demasiado tarde para evitarlo. «Mi pobre chica iba a pasarlo muy mal».