Capítulo

5

Por mucho que me gustaría quedarme aquí fuera, nadando contigo, creo que sería mejor que entráramos y comenzáramos a arreglarnos para la fiesta. Tengo que lavarme el pelo.

—Anda, no me jodas, por favor —protesté con evidente malestar, esperando que sirviera para algo.

—Ethan, venga, sabes que tenemos que ir. Estoy obligada a asistir. Marco ha dicho que somos sus invitados de honor, y ha organizado la fiesta porque estamos aquí. No podemos faltar.

Puse sus piernas alrededor de mis caderas y la estreché contra mí mientras nos bañábamos en nuestra pequeña cala. Quizá sería mejor negarme en redondo dado que mis quejas no servían de nada.

—Voy a secuestrarte y a retenerte conmigo en este paraíso para siempre —le dije al oído antes de lamerle la oreja, saboreando el gusto de su piel mezclado con la sal del Mediterráneo.

—¿Para siempre, dices? —repuso ella al tiempo que ladeaba el cuello a un lado para que tuviera mejor acceso.

—Eso es. —Acepté su oferta y le chupé la piel de la garganta. De la marca que le había hecho la noche de bodas apenas quedaba una mancha rojiza. Tenía a Brynne justo donde quería, con sus manos apoyadas en mis hombros y esas largas piernas alrededor de mis caderas. Solo faltaba que lograra que se olvidara de ese jodido cóctel al que pretendía asistir y mi futuro inmediato sería perfecto: flotar en el mar bajo los brillantes rayos del sol con mi dulce chica entre los brazos—. Sí. Aquí para siempre, los dos solos, no en una estúpida fiesta con un montón de gilipollas que solo saben pisotear el césped.

Ella suspiró profundamente. Estaba seguro de que estaba de acuerdo conmigo, pero apoyó la frente en la mía y movió la cabeza de un lado a otro.

—¿Qué voy a hacer contigo, Blackstone?

—Se me ocurren algunas ideas realmente buenas, si estás dispuesta a probar cosas nuevas. —Le apreté las nalgas y la apreté contra mi polla.

—¿Estamos hablando de intercambiar sexo por la fiesta? —Brynne se frotó bajo el agua por toda mi longitud, lo que hizo que me pusiera duro al instante y me dirigiera hacia la orilla.

Habíamos recorrido el camino de la playa a la casa varias veces desde que llegamos, y siempre acabábamos de la misma manera; perdidos en un sexo volcánico, disfrutando de polvos jodidamente increíbles. El premio final, que era disfrutar de la intimidad con la persona que amas; alcanzar el Nirvana con ella. Algo que solo podía conseguir con Brynne.

Cuando entré en la casa con ella descansando contra mi cuello, entregada a mis caricias, estaba bastante seguro de que no tendría que preocuparme por aquella estúpida fiesta durante los próximos minutos.

break

—¿Vas a llevar puesto eso?

Mi pregunta solo me hizo ganar un ceño fruncido y que me diera con el pelo en la cara cuando se giró.

Nada que ver con el maravilloso remate al baño de apenas dos horas antes. Era como si hubieran transcurrido dos años, porque en ese momento nos preparábamos para asistir al jodido cóctel que Carvaletti ofrecería en nuestro honor.

—Ethan, ¿por qué dices que no me queda bien este vestido? —me preguntó con un tono aterradoramente frío mientras se maquillaba los ojos ante el espejo del cuarto de baño.

—Lo que me preocupa es que te queda demasiado bien. —Brynne era impresionantemente sexy todo el tiempo, pero con ese pequeño vestido resultaba demoledora. La palabra clave era pequeño. Se trataba de una creación con forma de túnica de seda amarilla y azul, que llevaba el Partenón impreso en el frente. Esa parte estaba bien. Lo que me traía por la calle de la amargura era la minúscula longitud de la prenda, que dejaba al descubierto las largas piernas bronceadas de una manera que haría que cualquier hombre que la viera tuviera en su mente solo un pensamiento: «me encantaría tener esas piernas alrededor de mis caderas».

—Te preocupas demasiado. Solo es un vestido veraniego. Estamos de vacaciones en la playa, por el amor de Dios. Voy acorde con la ocasión.

«¿Un vestido veraniego?». Por todos los fuegos del infierno… Estaba seguro de que esa noche envejecería de repente algunos años. Por muchas razones. Una de ellas era haberme casado con una mujer guapísima que captaba la atención en todas partes y que tenía a los hombres a sus pies. Otra era nuestro destino y la gente con la que nos relacionaríamos esa noche. No podía pretender que eso me hiciera feliz, sabía que cuando se trataba del trabajo de Brynne como modelo llevaba siempre las de perder.

Mientras estaba sentado en el borde de la cama, poniéndome los zapatos, me imaginé lo que podía decirle a las personas que me encontraría en esa puta fiesta. «Hola, soy Ethan Blackstone, encantado de conocerle. Mi mujer es una de las modelos de Carvaletti. ¿No le parece que está encantadora sin ropa? Tiene unas tetas de infarto, lo sé. ¡Oh, créame, lo sé! —en este momento le guiñaría un ojo—. ¿Qué fotografía de ella le gusta más? ¿Esa en la que enseña las tetas o la otra, donde nos muestra su excitante culo?». Me pasé la mano por la perilla presa de una ansiosa frustración.

Simplemente asimilar el contenido de aquella imaginaria conversación era más de lo que podía soportar, así que intenté distraerme pensando en lo que había disfrutado nadando con ella esa tarde. No me sirvió de mucho.

Carvaletti, uno de sus amigos fotógrafos, nos había invitado a su casa que, por puñetera casualidad, acertaba a estar en Porto Santo Stefano. ¡Una suerte de mierda, sí! Había insistido mucho en que fuéramos, así que me imaginaba que tendría que quedarme allí toda la puta noche en vez de poder disfrutar de la playa, bajo las estrellas, a solas con mi chica.

Fui arrancado de aquellos funestos pensamientos por la fría mano de Brynne, que me rozó la mejilla mientras me miraba con una expresión preocupada. ¿No hubiera sido maravilloso que pudiera besarla sin tener que preocuparme de adónde teníamos que ir después?

—Por favor, Ethan, no permitas que la fiesta nos arruine la noche. Es solo una reunión de gente de la industria en la que trabajo. —Su mirada suplicante me hizo sentir remordimientos por no ser más solidario con su trabajo.

—Lo siento, nena. Estoy tratando de contenerme, pero me temo que no seré capaz. Pierdo la razón cuando veo que otros hombres te hacen insinuaciones amorosas. Cuando veo cómo te miran, ataco primero y pregunto después. —Sacudí la cabeza al mirar su «vestido veraniego»—. Y con eso que llevas puesto, sé que esto va a ser una tortura.

—Muchos de los fotógrafos con los que trabajo son gays, Ethan. —Casi podía leer sus pensamientos llamándome idiota posesivo. Si bien sabía que no había llegado al punto de decirlo en voz alta, acabaría haciéndolo si continuaba igual.

—Sin embargo, Carvaletti no lo es, ¿verdad?

Ella suspiró y apretó los labios contra mi pelo. La atraje hacia mí para sentarla en mi regazo y enterrar la cara en su cuello.

—No tenemos que quedarnos demasiado tiempo, Ethan. Solo el suficiente como para ser educados y saludar a todo el mundo.

—¿Me lo prometes? —Sabía que estaba actuando como un capullo integral, pero por lo menos mis actos eran consecuentes con mis sentimientos—. No me gusta compartirte y no pienso disculparme por ello —le susurré bajito al oído.

—Te lo prometo, marido. —Me ofreció sus labios—. Cuando quieras marcharte, dime una palabra clave y nos largaremos.

—¿Ves? Ahora vas y dices algo así, y yo me siento como un gilipollas insensible. —Le coloqué un rizo errante detrás de la oreja—. Eres guapísima… y no me refiero solo a lo físico. —Puse el dedo sobre su corazón—. También eres hermosa aquí.

Su expresión se suavizó.

—Te amo, Ethan. Incluso cuando eres un gilipollas insensible. —Me besó poniéndome una mano en la barbilla.

—Lo sé… y doy gracias a Dios cada día por ello.

—¿Cuál será nuestra palabra clave?

Lo pensé durante un momento y se me ocurrió de repente.

—Simba.

Ella rió y meneó la cabeza lentamente sin dejar de mirarme.

—De acuerdo, que sea Simba.

—Bella, estás magnífica. Ese resplandor en las mejillas… eres la perfección absoluta. —Marco me besó ambas mejillas antes de sostenerme a una distancia prudencial para hacer un examen completo—. Es un vestido precioso. Es evidente que el matrimonio y la maternidad te sientan bien, querida.

Sentí que la mano de Ethan se relajaba en mi espalda ante el cariñoso pero apropiado saludo de Marco. Quizá lograría superar la paranoia de que Marco estaba tirándome los tejos cada vez que me fotografiaba. Ethan no parecía capaz de comprender que no era así; era un fotógrafo profesional haciendo su trabajo. Punto. Bueno, también éramos amigos; una amistad absolutamente platónica. Siempre había sido un encanto conmigo y me gustaba mucho trabajar con él. Esperaba que Ethan se diera cuenta esa noche al ver cómo interactuábamos entre nosotros.

—Así es, Marco. Creo que no podría ser más feliz. —Me apoyé en Ethan para darle un codazo, indicándole que interviniera.

—Señor Carvaletti, muchas gracias por la invitación. Llevamos todo el día esperando la fiesta —mintió Ethan con suavidad, al tiempo que le tendía la mano. Interpretaba a la perfección el papel de caballero inglés, en el que era todo un experto. Supongo que lo hacía por amor a mí; sabía que no quería estar allí más de lo que quería que siguiera trabajando como modelo.

—Gracias —musité para que solo lo escuchara él.

—No te olvides de Simba, cariño —me susurró al oído cuando se inclinó para besarme en la mejilla.

Luego fue en busca de unas bebidas.

Marco me llevó de gira por aquella elegante villa del siglo XVII que acababa de restaurar y yo me recreé en el arte que contenía. Había reservado una estancia entera para sus fotografías. Había un par de ellas mías allí dentro. Una en la que estaba sentada en una silla con una rodilla estratégicamente colocada más arriba, en la que mostraba una expresión lejana y pensativa. Y la otra era una recreación de una chica del Ziegfeld Follies de perfil, con una boa de plumas y unos zapatos de raso. Era uno de los primeros retratos para los que posé y siempre había pensado que había quedado muy bien.

—Es una fotografía hermosa, querida. Cuando posaste para esa serie supe que tenías el don. —Marco estaba a mi espalda, admirando también la imagen que había creado conmigo como modelo.

—Estaba muy nerviosa, pero me hiciste reír cuando me dijiste que me imaginara a Iggy Pop con un vestido. —Me encogí de hombros—. Lograste romper el hielo y luego me relajé.

—Ese truco siempre me ha funcionado, querida.

—Bueno, imaginarse a Iggy Pop con un vestido es un buen chiste, Marco. —Nos reímos juntos y luego regresamos a la reunión.

¿Dónde se había metido Ethan con mi bebida? Escudriñé la sala buscándole, pero no vi su alta figura por ninguna parte. Y necesitaba agua.

—Está hablando con Carolina y Rogelio, unos amigos míos —comentó Marco que se dio cuenta de que buscaba a Ethan—. Creo que se conocen de antes.

¿De veras? ¿Ethan conocía a alguien en esa fiesta? Supongo que eso indicaba que, después de todo, no iba a pasárselo tan mal como predijo en la villa. Apenas podía reprimir la risa al pensar en cómo le echaría en cara sus lloriqueos antes de venir.

—Oh, es estupendo. Me encantará conocerlos. Pero antes necesito beber un poco de agua. Tengo mucha sed; me he pasado media tarde nadando. Debe de ser culpa del agua salada.

—Ven conmigo, querida, yo me encargaré de ti.

break

Una hora después, estaba dispuesta a asaltar el puesto de tacos. Por desgracia, era la única que se sentía así. Ethan y su vieja amiga, Carolina, estaban sentados juntos en un sofá, riéndose y charlando sobre las elecciones italianas y un montón de temas más; desde la mejor pista de esquí de los Alpes italianos hasta los zapatos de Ferragamo. Por lo visto se lo estaban pasando en grande. Yo, por otra parte, estaba muy ocupada esquivando las inapropiadas miradas lascivas del tal Rogelio, que al parecer no perdía la esperanza sobre intentar echar un vistazo por debajo de mi vestido. Y no había asistido con Carolina, como pensé en un principio, sino con otra mujer llamada Paola; una modelo italiana que había visto en fotos pero que no conocía. Ella me había mirado de arriba abajo con tanta intensidad como Rogelio, pero por razones muy diferentes. Él solo era un salido, pero ella, sin embargo, me consideraba una amenaza. Yo sabía que no tenía por qué preocuparse por mí; no estaba nada interesada en lo que ella estaba intentando, a juzgar porque se encontraba prácticamente tumbada sobre Rogelio, dejando que sintiera su cuerpo. ¿Comenzaría a morrearlo delante de todo el mundo? «¿Es que solo voy a conseguir hablar con este baboso y su pareja exhibicionista?». De eso nada.

Ethan estaba a lo suyo.

Me senté de otra manera en el sofá y me puse a juguetear con el dobladillo del vestido, deseando que fuera un poco más largo y me cubriera las piernas. Quería irme ya a casa y meterme en la cama, pero Ethan no percibía mis sutiles indicios cuando le frotaba la pierna o le apretaba la mano. Seguía charlando como si pudiera continuar horas y horas. ¿Qué demonios le pasaba? Por lo general las pillaba al vuelo, pero en aquella fiesta estaba a sus anchas a pesar de todo lo que había intentando que no fuéramos, de haberme rogado que no le arrastrara hasta allí.

Era consciente de que Carolina era una mujer muy hermosa. Elegante, delgada, con ese aire europeo que me intimidaba a mí y a mis curvas del embarazo, que solo se volverían más rotundas con el paso de los meses.

Le di a Ethan una palmada en la pierna.

Él me miró y sonrió antes de cubrir mi mano con la suya.

Y volvió a concentrarse en la conversación con Carolina, ignorándome con un cariñoso roce en la palma.

Un camarero llevó una bandeja con postres y yo no pude resistirme a tomar uno, aunque fui la única.

La crema de chocolate helada era deliciosa. ¡Menos mal! Algo de lo que podía disfrutar, dado que todo lo demás me estaba prohibido.

—El helado supone demasiadas calorías —cloqueó Paola—. Jamás lo pruebo.

«Bueno, estoy segura de ello, zorra asquerosa».

—¿De veras? Yo sí. De hecho, mi médico me ha aconsejado que comience a darme caprichos como este. Que ingiera tantas calorías como pueda. Al parecer será más saludable para el bebé que gane algo de peso. —Ensayé una cálida sonrisa y me metí otra cucharada de helado en la boca.

«¡Métete eso donde te quepa, vaca estúpida!».

Ella me miró con los ojos entrecerrados.

—¿Estás embarazada?

Me froté la barriga que, debido a la forma del vestido, pasaba inadvertida.

—Sí. Y casada. —Sostuve en alto la mano izquierda para mostrarle el anillo—. Soy una mujer afortunada. Algunas veces creo que me ha tocado la lotería. —Apoyé la mejilla en el brazo de Ethan en una cariñosa caricia.

Sentí una gran satisfacción cuando la vi poner los ojos en blanco y resoplar antes de levantarse para ir en busca de una copa. Rogelio se rió disimuladamente de una manera asquerosa y se recolocó el paquete; parecía dispuesto a lanzarse al ataque. ¡Uff!

«¡Quiero salir de aquí!».

Ethan no se había enterado de nada de lo ocurrido, porque me miró sorprendido cuando le interrumpí.

—Simba ha llamado por teléfono. Es una emergencia.

—¿Cómo? —Parpadeó.

Puse una expresión más dura y volví a la carga.

—Simba necesita que volvamos a casa.

—¿En serio?

—Me ha dicho que volvamos ya, Ethan.

break

Ethan condujo hasta casa mientras yo hacía un mohín en mi asiento.

—No te encuentras bien, ¿verdad? —preguntó él tras unos minutos en silencio.

—¿Qué te hace pensar tal cosa? —Miré por la ventana, observando las luces que languidecían en frascos de cristal delante de las casas. Era una costumbre local que habíamos descubierto al llegar. Se llamaban frascos de deseos. Uno escribía sus deseos en un papel que se quemaba dentro del frasco. Cuando las palabras eran consumidas por el fuego, el deseo surcaba libre por el aire, quizá para cumplirse.

«Desearía no haber ido nunca a esa fiesta».

—Bueno, no parecías de muy buen humor allí dentro.

—Todo lo contrario que tú —contraataqué, cruzando los brazos y mirándole.

—¿Qué? Solo estaba charlando con una vieja amiga. Doy gracias a Dios de que hubiera alguien con quien hablar o me habría vuelto loco. Recuerda que ni siquiera quería ir a esa jodida fiesta, Brynne. Al final resultó más agradable de lo que me imaginaba.

—¿De qué conoces a Carolina? —Odiaba sentirme tan insegura como para haberle preguntado por ella. No quería saber si alguna vez habían sido más que amigos, pero me figuraba que existían muchas posibilidades de ello.

—Nos conocimos cuando hice un trabajo para el primer ministro italiano hace algunos años. Era asesora del gobierno —me explicó con demasiada rapidez, como si se lo hubiera preparado para soltarlo cuando le preguntara.

Sentí cierta reticencia por su parte. La manera en que actuó me recordó a aquella noche en la Gala Mallerton, cuando la pelirroja con la que había salido quería llamar su atención.

Se me oprimió el corazón. Unos incontrolables celos me inundaron al pensar en Ethan y Carolina juntos en el pasado. Se la había tirado. Lo sabía.

—Oh… —No se me ocurrió una respuesta mejor. Quería irme a la cama y dejar de tener esos pensamientos tan desagradables.

No esperé a que Ethan rodeara el automóvil para abrirme la puerta cuando llegamos a la villa. Salí y me dirigí hacia las escaleras.

Todavía no me había alejado demasiado cuando sus firmes brazos me rodearon desde atrás para estrecharme contra su duro torso.

—¿Adónde crees que vas? —Me acarició el cuello con la nariz y me frotó tentadoramente las clavículas con los pulgares. Mi cuerpo reaccionó al instante; mis pezones se convirtieron en dos picos enhiestos, lo que me produjo un dolor que comenzaba a convertirse en familiar.

—Voy a dormir, Ethan. —Sabía que él sabía que estaba disgustada. No me importó. No podía evitar sentirme celosa, insegura… y un poco herida.

—Todavía no, preciosa. —Me besó detrás de la oreja. El deseo era evidente en su áspero tono—. He ido a tu fiesta y fui agradable con todo el mundo, ahora me debes una cita en la playa, que era donde debíamos habernos quedado.

Mi rigidez se derritió ante sus palabras y me giré para mirarle antes de enterrar la cara en su pecho, aspirando aquel olor a clavo y colonia que me capturó desde el primer día.

—Ha sido una fiesta horrible —mascullé—. He odiado cada minuto.

Él me acarició el pelo y me besó la cabeza.

—Ya veo, pero te aseguro que ahora será mucho mejor —me prometió—. Olvídate de ese coñazo y ven conmigo.

—Entonces, ¿no querías quedarte allí y hablar con Carolina durante más tiempo? Resultaba evidente que erais viejos amigos poniéndoos al día. —Se me escaparon aquellas rencorosas palabras antes de que pudiera evitarlo.

Él me miró fijamente antes de ladear la cabeza.

—Nena, ¿qué insinúas?

Me encogí de hombros.

—Me ha dado la impresión de que tú y ella habíais… Que los dos…

Él abrió mucho los ojos antes de empezar a reírse.

—Bueno, ya lo pillo. Has pensado que Carolina y yo habíamos salido juntos. —Sacudió la cabeza lentamente—. No, cariño. Solo somos amigos y colegas de profesión. Además, me lleva al menos diez años.

—Pues sigue siendo muy guapa. Dudo que cualquier hombre se detuviera a pensar cuántos años tiene.

Él se rio con más fuerza.

—El hecho es que solo una mujer conseguiría algo de ella.

—Ah, ya… Está bien… Quiero decir que es muy razonable. Espera, ¿quieres decir que Carolina es lesbiana? ¿A esa hermosa mujer no le gustan los hombres?

—No. Es de la otra acera. ¿Por qué crees que me senté entre vosotras dos esta noche? No quería que tuviera la posibilidad de estar cerca de mi hermosa esposa. —Me besó con suavidad, comiéndome los labios a bocados—. No es que me preocupara que te pasaras a su equipo pero ¿para qué tentar a la suerte?

—¡Santo Dios! Como si eso fuera posible… —Le empujé en el pecho y meneé la cabeza—. Es lo más ridículo que he oído en mi vida.

—¿Todavía no te has enterado de que contigo no pienso correr ningún riesgo, cariño? Ni lo hago ni lo haré nunca. —Su mirada era firme.

—Supongo que he aprendido varias cosas esta noche… —Me sentía una estúpida, pero saber que Ethan había estado preocupándose por mí en vez de ignorándome, había apaciguando mis miedos casi por completo—. Una de ellas es que este vestido no es una buena elección para una fiesta. —Le miré con timidez—. Es demasiado corto, y no pienso ponérmelo nunca más para salir contigo.

Él soltó un suspiro de alivio.

—Bueno, te queda muy bien, pero no pienso rechazar tu oferta. —Me pasó las manos por las nalgas en una caricia posesiva—. Porque esto es mío —gruñó, inclinándose para darme otro beso lento, con el que me clavó la lengua en la boca en un exigente enredo que me demostró lo que quería decir.

Era suya.

Cuando retiró la lengua de mi boca a regañadientes, me di cuenta de que todavía no había terminado su explicación.

—He llegado a pensar que iba a tener que arrancarle los ojos a Rogelio. Ver cómo te comía con la mirada me carcomía por dentro. ¡Menudo capullo! Tuve que mirar hacia otro lado o ahora él estaría ciego… y yo preso en una cárcel italiana. —Se encogió de hombros, como disculpándose por sus sentimientos. Ethan era un hombre sincero; era uno de los rasgos que más admiraba y amaba de él. Acababa de aprender una valiosa lección sobre la confianza.

—¡Oh, Dios mío! Rogelio es repugnante. Le odio.

—Estoy de acuerdo. —Me besó la nariz—. Ahora dejemos de hablar sobre esa fiesta horrible y vamos a la playa. Tenemos una cita. Quítate los zapatos, señora Blackstone.

Mientras nos descalzábamos me di cuenta de que Ethan había disfrutado de cada momento de incomodidad que yo había sufrido. La risa bailoteaba en sus ojos azules confirmando mi impresión. No podía negar que saber la orientación sexual de Carolina había resultado un alivio, pero no era tan idiota como para no saber que acabaría topándome con alguna antigua amante de Ethan en el futuro. Simplemente ocurriría y tendría que solventarlo cuando así fuera.

—¿Qué vamos a hacer en la playa? —pregunté mientras él me guiaba por la arena, que estaba fría bajo mis pies desnudos.

—Tenemos una cita. Créeme, cariño, lo he planeado hasta el último detalle.

—Apuesto lo que sea a que sí. Soy consciente de que cuando dices que tenemos una cita, en realidad quieres decir que vamos a disfrutar de un polvo salvaje…

Mis palabras se perdieron cuando doblamos la curva del camino de la playa y vimos la costa. Las olas lamían la arena con aquellos tranquilizadores sonidos y un gajo de luna resplandecía sobre el agua, pero lo realmente hermoso eran los múltiples vasos de vidrio iluminados con velas que punteaban el camino y los que rodeaban una manta y diversas almohadas. A un lado había una nevera portátil que contenía lo que parecía ser un postre en una bandeja, acompañado con fruta.

—¡Qué bonito, Ethan! —Apenas podía hablar al darme cuenta de lo que él había preparado—. ¿Cómo has conseguido esto?

Me llevó hasta las mantas y me ayudó a sentarme antes de dejarse caer a mi lado.

—Cuando se me ocurrió la idea —me explicó—, necesitaba que alguien me echara una mano para llevarla a cabo. Franco se ocupó de todo mientras estábamos en la fiesta.

Miré a nuestro alrededor, imaginando que el cuidador de la villa estaba escondido en la oscuridad esperando ver lo que hacíamos.

—Sé lo que estás pensando, pero no debes preocuparte, nena. Franco no está espiándonos, créeme.

Solté una risita tonta.

—Bien, si Franco está entre los arbustos, va a presenciar una buena función.

—Eso es lo que me gusta oír. Mi chica aceptando la idea de que vamos a disfrutar de un polvo salvaje en la playa —susurró en broma en mi oído, antes de lamer la oreja con la lengua—. ¿Te gusta mi sorpresa?

Mi cuerpo despertó al instante, anhelándole. Ethan era capaz de excitarme con solo un roce, con una simple mirada. Levantó los brazos y comenzó a deshacerse del coletero con que me había sujetado el pelo. Se estaba convirtiendo en todo un experto en despeinarme. Sonreí al observar que encontraba las horquillas y las retiraba. Sabía que apresaría mis cabellos y que los utilizaría para dominarme cuando estuviéramos perdidos en el placer.

—Estás riéndote de mí —murmuró mientras seguía soltándome el pelo.

—Es que me gusta verte hacer cosas sencillas.

El cabello me cayó sobre los hombros.

—Esto no es sencillo para mí —aseguró bajito, intentando peinar con los dedos la enmarañada longitud. Su mirada se volvió ardiente cuando la clavó en mis labios—. Nada lo es.

Capturó mi boca, buscando la entrada con su lengua, y se dedicó a devorarme con detenimiento. Mientras tanto, recorría mi melena con las manos y me daba algunos tirones para obligarme a arquearme, ofreciéndome a él.

—Tú lo eres todo, Brynne —susurró antes de deslizar los labios por mi garganta y más abajo, sobre la seda del vestido que me cubría los pechos. Buscó un pezón y lo encontró con los dientes. Lo apresó entre las capas de tela en un pequeño mordisco.

—¡Oh… Dios mío! —gemí ante el agudo placer que sentí. Ya estaba caliente y mojada por su contacto, y en apenas un momento me había arrastrado a ese lugar donde solo quería pensar en el viaje sensual que me prometía. Era un magnífico amante. Era magnífico en todo—. Y tú lo eres todo para mí, Ethan. —Incluso yo misma me di cuenta de lo jadeante que estaba.

Sentí que me levantaba el vestido y el cálido aire nocturno cubrió mi piel desnuda cuando me lo quitó por la cabeza.

Se retiró para mirarme.

—Eres mi diosa. Aquí, ahora… lo eres. —Hizo presión con una mano para que me reclinara en la manta y gravitó sobre mí, sosteniéndose sobre los brazos que apoyó a ambos lados de mi cuerpo, encerrándome entre ellos mientras me devoraba con aquella famélica mirada—. ¿Por dónde empezar…? —masculló—. Deseo poseerte por completo, de inmediato.

Me daba igual por donde empezara. No importaba. Jamás lo hacía. Hiciera lo que hiciera sería lo que yo deseaba. Lo único seguro es que lo necesitaba.

Llevé las manos a los botones de su camisa y comencé a desabrocharla.

Él me brindó una lujuriosa sonrisa, le encantaba que yo le desnudara. Le encantaba que se la chupara, adoraba mirar cómo me penetraba… por cualquier parte.

Le deslicé la camisa por los hombros hasta que ya no pude seguir porque tenía las manos apoyadas en la manta. Entonces le desabroché los pantalones, pero me sentí frustrada cuando solo pude bajárselos hasta las nalgas.

—Mi nena se enfada… Dime lo que quieres, preciosa —me ordenó.

—Quiero que estés desnudo para poder mirarte —jadeé, moviendo las manos dentro de sus bóxers para agarrar su pene, duro como una piedra. Duro y cubierto por suave piel aterciopelada. Quería esa perfección dentro de mi boca, donde pudiera chuparla y acariciarla hasta que él perdiera el control de la misma forma en que me lo hacía perder a mí.

—Quiero tu polla. La quiero.

—Joder… —gimió con los ojos brillantes de deseo. Se incorporó, se arrancó violentamente la camisa y, con la respiración entrecortada, se bajó los pantalones. Luego me miró con cruda y voraz posesividad—. Te amo.

Ethan apartó el sujetador y cubrió ambos pechos con las manos antes de inclinarse para chupar las duras puntas con fruición. Noté que se me derretían las entrañas. Estaba completamente preparada para su erección, pero sabía que no conseguiría que me penetrara por mucho que le rogara.

Sería él quien diera el siguiente paso.

Arqueándome la espalda con las manos, se deshizo de mi sujetador, desabrochándolo con facilidad antes de arrojarlo a la arena. Gruñó de placer cuando encontró de nuevo mis pechos y comenzó a frotarlos de manera implacable con su áspera barba. Después los lamió con suavidad, los succionó con voracidad y volvió a lamerlos, hasta que me convirtió en un enredo de frenética necesidad.

Buscó con la mano debajo de la braguita blanca hasta encontrar mi sexo mojado.

—Eres mía —dijo con ferocidad al tiempo que empujaba un largo dedo en mi interior.

Me elevé hacia su mano con un grito cuando curvó la punta dentro de mi funda y comenzó a frotar un sensible punto, haciendo desaparecer la distancia que había entre el placer y el clímax que tan desesperadamente deseaba.

Y todo en solo en unos segundos.

—Ethan, por favor… —supliqué.

Su respuesta fue frotarme el clítoris con el pulgar mientras seguía friccionando con el otro dedo en mi interior, lo que me llevó a un orgasmo cegador. Me estremecí sin pausa debajo de él entre largos jadeos.

—No dejes de mirarme. Quiero que sigas clavando los ojos en mí después de correrte —ordenó—. Quiero ver el fuego en tu mirada, sentir tus piernas temblorosas cuando te penetro hasta hacerte gritar mi nombre. —Ahora me acariciaba más despacio, alargando aquel placer torrencial, completamente cautivo por su necesidad de poseerme.

—Quiero conseguir que tú también te corras —gemí, cerrando los dedos en torno a su erección y acariciando de arriba abajo aquel eje aterciopelado. Me encantó el siseo que soltó cuando entramos en contacto.

—Lo harás —me prometió.

Me bajó las bragas por las piernas justo antes de besarme el monte de Venus con devoción. Eso era, con frecuencia, lo último que hacía con ternura antes de que nos dejáramos llevar por la pasión. Casi como si fuera una afirmación final para que yo supiera que me amaba, que no me olvidara de eso cuando el sexo se volviera salvaje y primitivo. Hacía tiempo que sabía que mi desatado dios sexual podía verse atormentado por los remordimientos, pero eso solo hacía que le amara más; cuando se mostraba tan preocupado por mí era cuando más intenso era lo que sentía por él.

Sin embargo, no necesitaba preocuparse. Le aceptaría descontrolado o tierno… o de cualquier otra manera.

Rodó a un lado y me hizo girar con él, alineando nuestros cuerpos de manera que podía capturar su pene con la boca, y él mi sexo con la suya. Me alzó una pierna y se tomó su tiempo para besarme el interior del muslo, aproximándose de manera juguetona a mis pliegues, como si fueran un manjar que quisiera saborear.

Agarré la gruesa longitud con la mano y le acaricié, añadiendo un pequeño giro al llegar a la punta; sabía que ese pequeño gesto le volvía loco. Gimió sobre mi sexo cuando me lo metí en la boca, aprisionando el ancho glande. Le succioné con fuerza y deslicé a la vez mi mano para crear el ritmo que sabía que adoraba… succión, roce, giro, deslizamiento…

Seguí dándole placer, haciendo que tensara los muslos y los abdominales. Me encantaba escuchar las palabras que emitía, entrecortadas y amortiguadas porque presionaba los labios entre mis piernas para llevarme también al pico del éxtasis. De pronto, todo se convirtió en un vórtice de sexo y goce imposible de describir con meros pensamientos. Los dos nos perdimos en el hermoso frenesí de alcanzar juntos un demoledor orgasmo.

—Qué bueno… oh, joder… qué bueno… Es increíble cómo la chupas, nena… —Los jadeantes gemidos de Ethan me hicieron recuperar la conciencia lo suficiente como para moverme.

«Me encanta chuparte la polla». Gateé hasta arrodillarme entre sus piernas para tomar su dura carne con profundos movimientos de cabeza hasta que noté el glande contra el fondo de mi garganta. Mientras, le acaricié los testículos con la otra mano y se los apreté con suavidad, sintiendo como se tensaban, preparándose para soltar lo que quería de él.

—Joder… joder… joder… Me voy a correr en tu boca. Brynne… —se interrumpió cuando comenzó a sacudir las caderas con cortos impulsos, follándome la boca. Me apresó el pelo con los puños para mantener la erección contra mi paladar mientras vaciaba su esencia masculina en mi garganta.

Y como siempre hacía, porque era lo que necesitaba de mí, en ese instante final gimió mi nombre en una desesperada súplica para que le mirara.

Alcé la cabeza y mis ojos se fundieron con las azules profundidades de los suyos, mostrándome todo su brillante fuego, su amor… por mí.

—… te amo… —jadeó, con un rugido que solo podía ser descrito como de una dicha absoluta pero angustiada.

Pude reconocerlo porque era exactamente lo mismo que yo sentía.

Unas horas después, tras haber disfrutado de muchos más orgasmos de los que creía posible, me hallaba encerrada entre los fuertes brazos de mi hombre con el impacto del mar en la orilla como único sonido de fondo. Era feliz; tenía más amor del que nunca hubiera soñado en la vida y, por fin, había comprendido lo precioso que era poseer ese amor.

¿Cómo podría vivir sin él ahora que lo conocía? ¿Qué sería de mí si le perdía? ¿Sería capaz de sobrevivir a su ausencia?

Ethan me había cambiado para siempre sin yo darme cuenta.

Cerré los ojos y me concentré en el momento que disfrutábamos. Estábamos en nuestro lecho arenoso de una playa italiana. Sentía a Ethan a mi espalda, medio dormido, con su cuerpo curvado contra el mío mientras me acariciaba el vientre.

Nos sostenía a ambos contra su corazón, poseyéndonos, protegiéndonos… amándonos.

Era una idea preciosa.

Resultaba casi aterrador admitir que me estaba ocurriendo a mí.