Capítulo

3

Me desperté de repente, jadeando y aspirando aire con grandes bocanadas. «Brynne». Odiaba que mi primer pensamiento fuera preguntarme qué podría haberle hecho en sueños y cuál sería su reacción ante ello. ¿Habría gritado alguna salvajada que pudiera asustarla? ¿Habría golpeado la cama perturbando su sueño? ¿Me habría puesto a follarla como una bestia para, de esa manera, regresar a la realidad?

Mis terrores eran muy reales. Y sabía que eran reales porque ya le había hecho todas esas cosas.

Estaba acurrucada junto a mí y le eché una mirada mientras intentaba sosegar la frecuencia cardíaca de mi corazón. Ella estaba allí, en toda su gloria, desnuda, con el pelo desparramado sobre las almohadas, emanando el aroma a flores que usaba mezclado con la inconfundible esencia a sexo. Tenía la cara hacia mí, como si me mirara, pero estaba pacíficamente dormida.

Algo por lo que estaba jodidamente agradecido.

Un desastre evitado… una vez más. No recordaba nada de lo que había soñado, pero en algunas ocasiones me despertaba como ahora, con la respiración agitada. Y lo odiaba tanto como esas putas pesadillas que sí recordaba.

Giré sobre el costado para mirar a Brynne y me recreé en la hermosa imagen que presentaba. Me gustaba observarla dormir después de que hubiéramos follado hasta perder el sentido. Y más después de haber disfrutado de cada embestida, de cada orgásmico segundo de aquel salvaje polvo nupcial. Deseé levantarme y salir un momento a fumar, pero me convencí de que aunque mi cerebro precisara la nicotina, tenía poder de elección y ni mi cuerpo, mi mujer o mi hijo la necesitaban.

Mi chica era muy hermosa cuando dormía. Lo era todo el tiempo, aunque no hacía ostentación de su belleza como otras mujeres que conocía. Brynne era diferente en eso también. No estaba sometida a su belleza; no se arreglaba para atraer la atención, pero era algo que hacía de todas maneras… sin esfuerzo. Lo supe desde el momento en la que vi en la Galería Andersen la noche que compré su retrato. Mi mente supo que era especial antes que mi cuerpo. Recordé la primera vez que la vi; fue un momento decisivo en mi vida. Pensaba en ese instante cuando necesitaba equilibrar las demoníacas torturas a las que estaba sometido mi subconsciente. Sí, me acordé de ese instante, de la noche en el que nuestros ojos se encontraron a través de la sala. Era el momento más seguro al que regresar cuando necesitaba sosiego.

Verla ahora mismo era suficiente para desearla otra vez, pero era la certeza de que me pertenecía por completo, emotiva y legalmente, lo que más me excitaba.

Sabía que algunos dirían que era un calzonazos por haberme casado tan rápido al saber que estaba embarazada, aunque a mí me importaba una mierda lo que pensaran los demás. Si ese era el término adecuado, sería porque lo era. Punto. Porque necesitaba serlo; porque mi vida no valía la pena antes de conocer a Brynne. Al menos, con ella a mi lado tenía la sensación de que existía la pequeña posibilidad de llegar a ser normal.

break

La segunda vez que desperté supe que era por la mañana y que también se había despertado alguien más. Lo supe porque Brynne me acariciaba la polla con la mano y me daba cálidos toquecitos con la lengua en las tetillas.

—Buenos días a ti también —suspiré satisfecho.

Ella alzó la cabeza y esbozó una amplia sonrisa.

—Buenos días, marido.

—Me encanta como suena eso, nena. Y todavía me gusta más cómo me has despertado en nuestro primer día como marido y mujer. —Arqueé las caderas hacia su mano para que incrementara la presión.

—Esto solo es el principio —me advirtió con un gesto zalamero—. Anoche estuviste tú al mando, ahora me toca a mí.

—Bueno, entonces no me queda más remedio que reconocer que soy un cabrón con suerte. —La atraje encima de mí para poder acceder a sus labios y besarla hasta perder el sentido. Después de un rato, me retiré y le sostuve la cara con la intención de leer en su expresión cualquier señal de problemas—. ¿Va todo bien, preciosa?

Quería asegurarme de que no había ido demasiado lejos con ella la noche anterior. Me preocupaba ser demasiado brusco cuando follábamos, sobre todo ahora que estaba embarazada. Sabíamos que tendríamos que controlarnos un poco cuando llegaran los últimos meses, pero el doctor me había asegurado que, al menos por el momento, todo iba bien.

—Sí. Creo que ha sido perfecto. —Me sonrió. Sus ojos mostraban ahora un profundo color dorado.

—La noche pasada fue… asombrosa. —Volví a besarla—. Tú eres asombrosa.

Brynne tenía las mejillas sonrojadas como cuando pensaba en todas esas cosas tan sucias que hacemos en la cama. Eso hacía que me excitara todavía más. Mi chica siempre me permitía poseerla como deseaba y esa muestra de confianza por su parte hacía que me sintiera humilde, pero jamás lo daría por hecho.

—Tú sí que lo eres. —Me acarició toda la longitud con firmeza, envolviéndola con un ligero giro de muñeca al llegar a la punta que resultó dolorosamente placentero.

—…eso es jodidamente bueno —suspiré.

—Lo sé —repuso con picardía, antes de inclinarse para metérsela en la boca.

—¡Ahhh, joder…! ¡Sí! Sí, así… así… —Perdí la habilidad de decir nada coherente, así que me callé y disfruté de lo que me hacía con tanta generosidad.

Ella sabía chupármela a la perfección. Hacía todos los movimientos precisos: largos impulsos que me llevaban al fondo de su garganta, lametazos en las abultadas venas, apretones en los testículos justo cuando lo necesitaba…

Ejerció su magia y a mí no me quedó más remedio que dejar caer la cabeza y permitir que se hiciera cargo de mi placer.

Durante un rato.

Hasta que tuve que moverme y asumir el control.

Brynne seguía trabajando con habilidad, introduciéndome en su mojada y caliente boca hasta que el glande llegaba al fondo, cuando sentí la primera oleada del orgasmo y se me tensaron las pelotas.

Decidí que quería estar clavado en su dulce coño cuando me corriera, así que la aparté y me incorporé en la cama. La alcé en el aire buscando mi objetivo. Ella comprendió lo que quería sin que le dijera nada, y tomó mi polla para dirigirla a su interior, deslizándose hasta la base.

«Perfecto… Jodidamente perfecto».

Gritó ante mi invasión, echando la cabeza hacia atrás, lo que hizo que su pelo colgara por la espalda arqueada. Eso permitió que tuviera una imagen inmejorable de mi erección perforando su sexo una y otra vez mientras follábamos como si nuestras vidas dependieran de ello.

Brynne me conocía. Sabía exactamente qué y cómo me gustaba hacerlo. Era mi perfecta diosa del sexo.

Cabalgó mi miembro sin dejar de gemir, sonidos sensuales que alimentaban mi excitación y hacían que embistiera con más fuerza. Le sujeté las caderas para martillear todavía más rápido hasta que sus grititos se trasformaron en jadeos de desesperación, lo que me indicó que estaba a punto de llegar al clímax.

—Mírame, nena. No dejes de mirarme con esos preciosos ojos tuyos cuando te corras sobre mi polla. Empápame con tu néctar. Déjame ver tu cara cuando ocurra.

Lo que pasó entre nosotros después fue de esas cosas que nunca se olvidan. Supe que siempre recordaría cómo me miró Brynne en ese momento de posesión absoluta —ruborizada de placer, con los pezones duros como piedras, jadeante, con el pelo cayendo por sus hombros y espalda, con aquella fiera mirada de satisfacción—. Era absolutamente impresionante.

Enderezó la cabeza y me miró. Sus ojos parecían brasas ardientes cuando se clavaron en los míos. Sentí que sus músculos internos comenzaban a palpitar, convulsionando a mi alrededor y succionándome más adentro. Noté que me hinchaba y endurecía todavía más, a punto de eyacular; de perderme en el placer. Mi último pensamiento antes de dejarme llevar por completo fue lo que le haría cuando explotara. Mi polla en su coño, mi boca en su piel, mis manos en su pelo… Yo dentro de ella. En ese momento no existía nada más.

No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando volví a pensar de manera coherente, ella jadeaba tendida sobre mí y todavía me tenía dentro. Mis labios estaban pegados a su cuello y comencé a succionar ese punto de su piel antes de lamérselo con suavidad.

Cuando me retiré y miré, vi la marca que acababa de hacerle en la elegante curva de la garganta. Parecía que le había mordido. Ya lo había hecho antes y estaba seguro de que esta no sería la última vez. No podía evitar muchas de las cosas que le hacía cuando me perdía en su interior. Por suerte, a ella no parecían molestarle en absoluto las señales que le dejaba. Sin embargo, yo me sentía culpable por perder el control y era consciente de que solo me pasaba con ella. Brynne era la única mujer con la que perdía la cabeza durante el sexo. Era la única que me había llevado al punto en el que desnudaba mi alma. Era la única persona del mundo en la que confiaba lo suficiente como para atreverme a que me viera por completo.

—Nena, te he dejado un chupetón enorme. Lamento mucho que…

—… no me importa, ya lo sabes —me interrumpió, levantando la cabeza para mirarme.

—Quizá esta vez sí que te importe —tanteé con precaución—, porque tenemos que bajar a la otra casa a saludar a todos esos invitados especiales que se han alojado con Hannah y Freddy. —Froté el pulgar sobre la magulladura, entre la base del cuello y la oreja, preguntándome qué diría Brynne cuando la viera—. Soy una bestia, ¿qué puedo decir?

—Eres mi preciosa bestia y estoy segura de que sea como sea esa marca, me dará igual. No te preocupes, la taparé con el pelo. —Volvió a bajar la cabeza y se acurrucó sobre mi pecho al tiempo que bostezaba de una manera muy sexy.

—Alguien tiene sueño…

—Bueno, es cierto. Es algo que pasa cuando no duermes suficiente durante la noche anterior. —Volvió a levantar la cabeza al tiempo que me ponía una mano en las costillas como si estuviera a punto de hacerme cosquillas.

Cubrí sus dedos con los míos para neutralizar aquel potencial ataque al tiempo que ponía la otra mano en su adorable culo para apretarle una nalga. Sentir sus suaves curvas bajo mi palma hizo que el mundo fuera un lugar maravilloso.

—Deberíamos ponernos en marcha, nena —le recordé con suavidad, molesto porque no pudiéramos quedarnos juntos en la cama y dormir durante algunas horas más.

—Un momento, por favor, ¿he oído bien? ¿De quién ha sido la idea de este extravagante fin de semana nupcial con un desayuno posterior a la boda? Porque te aseguro que no ha sido mía.

En eso tenía razón. Nuestra boda había acabado siendo un acontecimiento mucho más relevante de lo que ninguno de nosotros habría elegido, pero cuando pusimos en marcha los planes teníamos razones muy válidas. Cuando se me ocurrió la idea quería que ella estuviera tan expuesta como fuera posible; cuanto más conocido fuera el hecho de que una celebridad de la sociedad se casaba, más difícil sería para el acechador de Brynne llegar a ella. Lo que ninguno de nosotros sabíamos era que Karl Westman estaba como una puta cabra. Había temido que estuvieran implicadas personas de altos niveles… y no había sido así. De eso estaba seguro. Westman había sido eliminado por el Servicio Secreto de los Estados Unidos gracias a nosotros. La amenaza había sido alejada… por profesionales expertos en hacer desaparecer lo que se les pusiera por delante.

Sin embargo, cuando Westman estuvo fuera de juego, los planes de la boda ya estaban en marcha y enviar comunicados solo habría desatado rumores negativos. Era demasiado tarde para retroceder o cambiar las listas de invitados, así que llegamos a la conclusión de que sería mucho mejor seguir adelante con lo que habíamos programado. Una multitudinaria fiesta matrimonial, numerosos invitados que se quedarían durante todo el fin de semana, una sonada despedida antes de nuestra lujosa luna de miel en Italia… Todo lo que habíamos planificado cuidadosamente para dar publicidad a la boda de Brynne con el propietario de una de las más importantes empresas de seguridad británicas; un hombre con importantes conexiones con el gobierno.

Y al parecer, la idea de que algunos selectos invitados se quedaran durante la noche para despedir a la mañana siguiente a la feliz pareja se había convertido en una moda a seguir. Contuve el deseo de mofarme. Apenas lograba contener la impaciencia por escaparme con Brynne. Estar solos nosotros dos. A solas en nuestro pequeño mundo, donde todo era seguro y tranquilo; donde podríamos coger aliento.

Sonreí y la besé en la punta de la nariz.

—Fue mía, preciosa. La culpa es solo mía.

Ella ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.

—¿Tienes la culpa de que tenga sueño por haberme mantenido ocupada durante toda la noche? ¿O de esta celebración descomunal que no queríamos ninguno de los dos?

Me reí al escuchar sus razonables palabras.

—De las dos cosas. Soy culpable de todo lo que se me acusa, señora Blackstone.

—Bien. Tu castigo será prepararme la ducha y llevarme allí; no creo que sea capaz de caminar hasta el cuarto de baño. Ya sabes cómo me dejan los orgasmos que me haces sentir.

Lo sabía de sobra. Por lo general solía quedarse dormida durante unos minutos.

—No sé si podré después de este polvo épico, pero lo intentaré. —Rodé sobre mí mismo y me senté en el borde del colchón—. Nena, lo cierto es que estoy bastante motivado. Mi plan es llevarte a un lugar en donde serás solo mía. —Recogí el móvil de la mesilla y miré la hora—. Y para ello, y dentro de exactamente cinco horas, estaremos en un avión en dirección a la costa italiana. Así que si tengo que desayunar con un montón de personas para poder salir de aquí, lo haré. Sin embargo, quiero que sepas algo… Si hubiera podido arreglarlo, ya estaríamos muy lejos.

La única respuesta de Brynne fue observarme desde la cama mientras me erguía para ir al cuarto de baño a preparar la ducha. Cuando regresé todavía no se había movido, seguía enredada entre las sábanas, suave y sonrojada, después de haberse estremecido entre mis brazos tan solo unos minutos antes. Me parecía tan hermosa que no podía compararla con nada. Brynne era la definición de belleza para mí, sobre todo cuando acababa de poseerla.

Ella tenía los ojos clavados en mi cuerpo, estudiándome y evaluándome como hacía a menudo cuando estaba desnudo. A mi chica le gustaba mirarme con lascivia cuando se le presentaba la oportunidad. Y si no hubiéramos acabado de follar, mi erección hubiera implorado su atención ahora mismo, mientras me contemplaba. Brynne era capaz de decir mucho sin pronunciar una palabra. Y a mí me resultaba imposible entender cómo era capaz de parecer tan sexy tan solo mirándome, pero sí, sabía que era un cabrón con mucha suerte.

Seguimos observándonos durante un buen rato, porque yo tampoco estaba dispuesto a apartar la vista, hasta que me brindó una de esas sonrisas suyas. Era la clase de sonrisa que solo demostraba felicidad, pero cuando la esbozaba Brynne significaba que se sentía feliz porque en nuestro futuro solo había cielos soleados.

—Señor Blackstone, ahora mismo estás absolutamente adorable.

Sacudí la cabeza sin dejar de mirarla.

—Se me ocurren otras palabras mucho más acertadas para describirme en este momento, nena, y adorable no está entre ellas. —«A punto de volverme loco, quizá, pero no esa gilipollez de adorable».

—Para mí lo eres —insistió ella—. Estás frustrado al verte obligado a ser sociable y educado con toda esa gente, como tú los llamas, pero solo son nuestros amigos más íntimos y la familia, que quieren desearnos toda la felicidad del mundo antes de que nos vayamos de luna de miel.

—Lo sé —admití—. Pero ahora mismo no quiero compartirte con nadie… —Y no quería, por lo menos era honesto al respecto.

Brynne me tendió los brazos y yo me incliné para tomarla entre los míos, estrechándola contra mi pecho y cruzando las manos bajo sus nalgas cuando me rodeó las caderas con las piernas. Me dirigí al cuarto de baño, besándola durante todo el camino, dispuesto a contar las horas que faltaban hasta que me concedieran mi deseo.

Por supuesto hubo gritos, bromas y silbidos cuando aparecimos en Hallborough para un desayuno muy tardío. Ethan estaba dispuesto a escapar por la ventana y esfumarnos, pero logré convencerlo de que no nos quedaba más remedio que aparecer. Le recordé lo feliz que haría a todo el mundo vernos esa mañana, y estoy segura de que al final estaba de acuerdo conmigo, tenía a mi favor unos métodos de persuasión muy agradables y estuve dispuesta a usarlos. Pero cuando nos reunimos con nuestros amigos y familia, y vi que la mirada de cada uno de ellos indicaba claramente que tenían sus propias especulaciones sobre lo que Ethan y yo habíamos estado haciendo la noche anterior, me produjo una sensación demasiado invasiva para mi gusto. Odiaba que la gente tuviera pensamientos sobre mí. Sabía muy bien a qué se debía esa idea en particular, pero daba igual; era lo que sentía y no podía evitarlo.

Intenté sonreír y parecer feliz, aunque me había puesto a la defensiva saber que todos los presentes estaban imaginando lo mucho que acababa de disfrutar con mi marido en la cama. No me quedó más remedio que estar de acuerdo con la sugerencia de Ethan; escaparnos por la ventana sonaba mucho mejor ahora. Él debió notar mi renuencia, porque me miró de reojo al tiempo que me apretaba la mano brevemente.

—Solo quedan cuatro horas, preciosa —susurró—. Solo cuatro. —Me besó en la sien y seguimos adelante.

Mientras hablábamos con los invitados, me percaté de los esfuerzos que había realizado Hannah por nosotros que, ayudada de manera sublime por Elaina, había llevado a cabo nuestros planes matrimoniales. Todo había salido a la perfección y no podía estar más satisfecha con los resultados.

Solo faltaba una cosa. Bueno, una persona… pero no había manera de evitarlo.

«Te quiero, papá».

En el recibidor formal de Hallborough habían sido acomodadas varias mesas redondas con manteles color crema. Sobre ellas había flores moradas y cubiertos de plata que tenían que costar una pequeña fortuna. El hecho de que Ethan y yo pronto seríamos vecinos de Hannah y Freddy y sus tres hermosos hijos era algo que me hacía muy feliz. Tener una familia que amar, por la que preocuparme, resultaba muy importante para mí. Ellos ya habían hecho todo eso por nosotros y esperaba con ilusión pasar más tiempo con ellos.

De pronto me encontré en medio de todo aquel esplendor, con mi marido a mi lado, saludando y agradeciendo a todo el mundo que se hubiera acercado a Hallborough para celebrar la boda con nosotros. Él estaba tan guapo como siempre sin hacer ningún esfuerzo; su cabello húmedo se rizaba contra el cuello del jersey color crema, que había combinado con unos vaqueros descoloridos y una suave cazadora de ante color camel. Ethan lucía la ropa sport con la misma elegancia que los trajes. Resultaba muy apetitoso.

Después de ducharnos, nos habíamos vestido con rapidez y nos subimos al coche para saludar a nuestros invitados una última vez antes de dirigirnos al aeropuerto. Habíamos insistido mucho en que se trataría de una reunión informal, por eso Ethan había recurrido a los vaqueros y yo a un vestido camisero blanco con alpargatas de cuña. Terminé dejándome el pelo suelto porque, definitivamente, tenía una marca impresionante en el cuello y no me apetecía mucho compartirla con el resto de los presentes justo la mañana después de la noche de bodas; solo serviría para echar más leña al fuego cuando imaginaran cómo me lo había hecho. No, de eso nada, era demasiado introvertida para esa clase de asuntos. El remordimiento que había mostrado Ethan después de señalarme también me había resultado sorprendente. Para ser tan dominante durante las relaciones sexuales, se preocupaba mucho por mí. Le había dicho repetidas veces que si alguna vez llegaba demasiado lejos se lo diría, pero no estoy segura de que me creyera de verdad.

«¡Oh, Ethan! ¡Qué voy a hacer contigo!».

No dejó de tocarme en ningún momento. Mientras nos desplazábamos de un punto a otro de la habitación, siempre me rodeó la cintura con un brazo o me puso la mano en la espalda. A veces me besaba el pelo o me acariciaba el brazo desnudo con el dorso de la mano como si estuviéramos solos. Parecía que necesitaba ese contacto y, a pesar de lo absurdo que pudiera parecer, la idea de que precisara tocarme me hacía sentir bien; era una poderosa cura para mi sanación emocional. Mientras vagaba entre la gente, agradeciéndole su presencia, me sentía amada, querida.

Incluso mi madre parecía alegrarse por nosotros.

—¡Oh, querida, qué vestido tan bonito has elegido! Me encanta la manera en que está rematado —me dijo a borbotones.

«¿La manera en que está rematado? ¿En serio?».

—Ahhh… gracias, mamá. Ya me conoces, me encantan las prendas sencillas —comenté mientras aceptaba su abrazo. No se me escapó que Ethan y mi madre no se dirigieron la palabra. Mantenían una frágil tregua por el momento; los dos eran lo suficientemente inteligentes como para disfrutar de la boda sin dar pábulo a habladurías. Pobre Ethan, tenía una suegra horrible y no le iba a quedar más remedio que tolerarla.

Mi madre frunció el ceño al oír mi respuesta. En realidad fue un simple gesto, pero yo lo clasifiqué enseguida como rechazo. Su rostro sin arrugas no sugería ni por asomo que tuviera más de cuarenta y cuatro años, aparentaba mucha menos edad de la que tenía.

—Sin embargo, ahora podrías ponerte lo que quisieras, Brynne. Deberías aprovechar mientras puedas.

En cuanto mi madre dijo aquellas palabras se dio cuenta de su error y comenzó a jugar con mi pelo. Había logrado sacar a colación mi embarazo y, a la vez, evitarlo como el tema incómodo que era; ambas cosas al mismo tiempo. ¡Genial, mamá! ¿Por qué no podía parecerse a mi tía Marie? Mi tía no me juzgaba, no me hacía sentir como una mujerzuela irresponsable por haberme quedado embarazada sin estar casada, y no se dedicaba a fingir que no iba a ser abuela dentro de seis meses.

—No sé por qué no te recoges el pelo, cariño; es el toque de elegancia que te falta para…

Vi que mi madre abría los ojos como platos y luego dejaba caer los mechones de pelo que se había puesto a arreglarme como si fueran desechos radioactivos. Cuando mi cabello se acomodó de nuevo alrededor de mi cuello, empujó a Frank hacia delante para que también me felicitara. Supuse que la marca en mi cuello fue la causa de su reacción. ¿Debía de sentirme realmente malvada por haber tenido que reprimir el deseo de decirle lo bien que me había sentido cuando Ethan me la hizo?

Esperé con ansiedad el instante en que pudiera sentarme con alguna de aquellas personas que estaban desayunando sin más.

Mi padrastro, Frank, me besó en la mejilla y me aseguró que era una novia muy hermosa. A pesar de que intenté apreciar su gesto, sentí un repentino dolor al pensar en mi padre, que no estaba con nosotros y a quien no volvería a ver.

Ethan agradeció a ambos su presencia, pero debió sentir mi necesidad de seguir adelante. Se le daba bien percibir mis anhelos. Respiré aliviada cuando nos abrimos paso hacia Neil y Elaina.

—Por lo que veo, todavía eres capaz de andar, colega —bromeó Neil, dando a Ethan una ruidosa palmada en la espalda.

—Sin duda —respondió Ethan con un gesto similar que no se supo muy bien si era un abrazo o un empujón.

Pero estaba segura de que Neil todavía no había terminado con él. Les había visto juntos muchas veces durante los últimos meses y jamás dejaban de tomarse el pelo.

—Dime, Brynne, ¿estuvo a la altura? —me preguntó Neil antes de soltar una risita—. Tu aspecto esta mañana es absolutamente resplandeciente.

Elaina le dio un golpe en el brazo como diciéndole que se callara.

Esbocé una sonrisa antes de asegurar que una dama jamás hablaba de eso. Acepté los besos y abrazos de nuestros más queridos amigos desde que nos habíamos convertido en pareja. Neil y Ethan eran socios en Seguridad Internacional Blackstone, y Elaina y yo habíamos intimado mucho durante los últimos días. Vivían en el mismo edificio que nosotros en Londres y habíamos compartido un buen número de cenas y mucho tiempo libre.

—Dentro de seis semanas estaremos en la misma situación otra vez, solo que entonces seréis vosotros los que sufriréis todos los insinuantes comentarios sobre la noche de bodas —le dije a Neil, recordándole que su enlace estaba a la vuelta de la esquina.

Él sonrió de oreja a oreja y estrechó a su prometida contra su enorme cuerpo.

—Lo sé, y cuento los días que faltan para convertir a Elaina en una mujer honrada.

—¡Ja! Me temo que en realidad es ella la que te va a convertir en un hombre honrado, colega —replicó Ethan, devolviéndole la pulla.

—Eso es cierto, pero gracias a ello tú conseguirás llevar por fin a Brynne a Escocia.

—Créeme, Neil, daría cualquier cosa por estar ahora mismo en la hermosa Escocia, visitando el lugar y disfrutando allí del desayuno matrimonial —confesé con mucho sentimiento.

Miré a Ethan y compartimos una sonrisa conspiradora, porque había sido idea de ellos dos disfrutar de aquel fin de semana en Escocia. Neil poseía allí una propiedad y, dado que la gente subiría para la boda, habían organizado también una celebración similar. En su momento nos pareció una idea muy agradable.

—¿Por qué dices eso? —preguntaron al unísono Neil y Elaina.

—Ya os enteraréis —respondimos, inocentes.

break

—¿Dónde está Gaby? Quiero despedirme de ella. —Me puse a escudriñar la estancia en busca de mi mejor amiga, pero no la vi por ninguna parte.

—Esa es una buena pregunta —repuso Ethan—. Y, ya que estamos, ¿dónde coño se ha metido Ivan?

Me encogí de hombros.

—Parece que el padrino y la dama de honor han abandonado la celebración en busca de pastos más verdes. —Solté una risita—. O quizá estén juntos… ¿Te imaginas? Sería de lo más interesante.

—Seguro. Gabrielle es, sin duda, el tipo de mujer que le gusta a Ivan.

—Juraría que noté cierta atracción entre ellos anoche, cuando estaba con Ben esperando a que Simon sacara las fotos. ¿Crees que entre tu primo y mi amiga podría haber… No sé… algo?

—Si es así, Ivan no ha mencionado ni una palabra al respecto. Pero ¿recuerdas cuando saltó la alarma en la Gala Mallerton? Siempre me he preguntado lo que sucedió entre ellos, porque les vi venir desde el mismo lugar con tan solo unos minutos de diferencia cuando todos los demás estábamos fuera. Quizá estuvieron juntos…

—Jamás lo habías mencionado, Ethan. —Moví la cabeza mirándole con incredulidad—. En serio, a los hombres se os da fatal fijaros en los detalles.

—Bueno, no me pareció importante en ese momento, nena. Estaba más preocupado por encontrarte. —Me apretó contra su cuerpo y me besó con firmeza en los labios, haciendo que me olvidara que estábamos en una habitación en la que había demasiada gente mirándonos. De pronto escuché un campanilleo, recordándomelo. Supe que me había ruborizado y, cuando nos apartamos, escuché que Ethan gemía por lo bajo.

—Todavía faltan cuatro jodidas horas —me pareció que mascullaba.

—Aquí estáis. Parece que los señores Blackstone han aparecido por fin. —Jonathan, el padre de Ethan, abrió los brazos y nos envolvió a los dos—. Ya está hecho, chicos. Y podría añadir que muy bien hecho. —Me besó en la mejilla antes de dar a Ethan una palmada en la espalda mirándole a los ojos fijamente; un momento de silenciosa comunicación que ambos parecieron comprender sin ninguna duda.

Solo me quedaba intentar adivinar en qué pensaban ambos, pero creo que no me equivocaba demasiado en mis elucubraciones. Se decían con la mirada que la madre de Ethan estaba allí, con ellos, en el comienzo de aquel viaje especial en su vida. Jonathan miró hacia arriba apenas una fracción de segundo antes de hacer a mi marido una mueca imperceptible. Ethan le devolvió el gesto y yo sentí que me apretaba la mano.

Mis dedos habían permanecido entrelazados con los de él, en realidad no había llegado a soltarme en ningún momento.

Y así comenzó nuestro matrimonio; en un veraniego día de finales de agosto, apenas cuatro meses después de habernos visto por primera vez. Todo había comenzado en una sala abarrotada una noche de primavera, en una galería de arte escondida en una calle de Londres, cuando el destino intervino y cambió para siempre el curso de nuestras vidas.