2
Ethan me llevó escaleras arriba sosteniéndome entre sus firmes brazos. La dureza de sus músculos y el aroma almizclado que emanaba, empaparon mis sentidos con su virilidad hasta el punto de que el deseo que sentía por él resultaba doloroso. ¿Nervios en la noche de bodas? Quizá unos pocos, combinados con un saludable cansancio tras las emociones vividas. Hacía dos semanas que no dormíamos juntos y echaba de menos la intimidad. Después de todo, hacer el amor era una de las partes más importantes de nuestra relación. Era lo suficientemente honesta conmigo misma como para admitir que, al principio, la explosiva atracción que sentíamos el uno por el otro se basaba sobre todo en el sexo… y era perfecto.
Sin embargo, la expresión que mostraba ahora su cara, camino del dormitorio, era diferente. Mientras miraba sus hermosos y cincelados rasgos, me pregunté qué estaría pasando por su cabeza. Qué sentía el hombre que se ocultaba detrás de la máscara. Mi hombre. Mi marido.
No estaba preocupada porque sabía que me lo contaría todo. Ethan no tenía ningún problema para decirme lo que pensaba, era parte de su encanto. Tuve que sonreír al recordar algunas de las locuras que me había dicho desde que me conoció.
—¿Qué oculta esa sonrisa tan sexy? —me preguntó sin mostrarse afectado, a pesar de haber subido conmigo en brazos aquella impresionante escalinata tallada en roble. El interior de esa casa era increíble y ardía en deseos de fijarme en los detalles, pero tenía el presentimiento de que no vería nada más que el dormitorio durante el futuro más próximo.
—Estaba pensando en lo encantador que resultas, señor Blackstone.
Él arqueó una ceja y me brindó una pícara sonrisa.
—Es que estoy pensando en nosotros dos desnudos y en nuestra noche de bodas, señora Blackstone. Me muero por ti.
Me reí entre dientes ante la disimulada queja sobre la reciente falta de sexo. Yo también me moría por estar con él, pero pensaba que había sido una buena prueba para los dos. Además, la sensación de anticipación ante el momento que se avecinaba era todavía más intensa porque habíamos interrumpido las relaciones sexuales antes de la boda. De todas formas, había hecho propósito de enmienda; pensaba resarcirle a fondo.
—Por supuesto. Desnudos y noche de bodas te aseguro que van de la mano.
—¿Alguna otra cosa que me haga apretar más los dientes, preciosa?
—Oh, con solo recordar lo increíble que fue ver a mi guapísimo marido al final del pasillo mientras caminaba hacia el altar —hice una pausa—, pienso en cómo voy a recompensarle por haber sido tan paciente conmigo durante las dos últimas semanas.
Él contuvo el aliento y subió con rapidez los escalones que quedaban.
Le acaricié la mejilla para sentir el contacto de la perilla; le había dicho que no se le ocurriera afeitarse para la boda. Me encantaba la manera en que su barba me rozaba la piel cuando me besaba, cuando recorría mi cuerpo con los labios. Esa era otra de las muchas cosas que me encantaban de Ethan. Le deseé desde la primera vez que le vi, y seguía deseándole con la misma intensidad cuando pronunciamos los votos matrimoniales.
Al parecer, me había hecho caso.
Cuando llegamos arriba, giró a la izquierda por un largo pasillo. Al final del mismo había un dormitorio. Me figuré que era nuestra suite nupcial.
—Ya hemos llegado, señora. Algo que agradezco mucho, ¡joder! —masculló por lo bajo.
Reprimí otra risa.
Ethan me dejó con cuidado en el suelo, pero se mantuvo cerca, acariciándome con la mano la parte superior del brazo. Siempre estaba tocándome. Necesitaba hacerlo y su constante contacto me ayudaba a florecer. Estoy segura de que esa era una de las razones por las que resultamos tan explosivos desde el principio. Ethan hacía justo lo que necesitaba para recomponer esa parte de mí que estaba rota. ¿Y ahora? Ahora ya no me sentía quebrada, sino entera. Era una mujer distinta y eso solo podía agradecérselo a él.
—Sí, ya veo. Esto es muy bonito.
Estudié la estancia, fijándome en lo que parecían, a simple vista, unas cincuenta llamitas titilando en vasos de cristal de todas las formas y tamaños. El suave resplandor iluminaba las paredes y los muebles, lo que hacía que todo pareciera surrealista, al margen del mundo. Como si acabáramos de llegar a un lugar y un tiempo que existieron muchos años atrás. Mientras observaba lo que nos rodeaba, me dio la impresión de estar adentrándome en otro siglo, algo a lo que también contribuía el largo vestido de novia.
—Todavía no puedo creerme que hayas comprado esta casa —comenté, mirándole por encima del hombro—. Me encanta, Ethan.
No podía evitar pensar en las personas que habían vivido allí antes que nosotros, y lo que habrían hecho en aquella preciosa habitación en tiempos pasados. ¿Habrían presenciado aquellas paredes otra noche de bodas como la que Ethan y yo estábamos a punto de disfrutar?
Aprecié el tamaño de la cama, situada en el centro de la estancia, desde donde intimidaba a cualquier otro mueble. Un macizo lecho con cuatro columnas esculpidas, cuyas diáfanas cortinas eran mecidas suavemente por la brisa veraniega que flotaba a través de la ventana abierta. La madera de roble brillaba, resaltando el fino trabajo artesanal de otra época.
—Te creo… Y te amo con toda mi alma. —La profunda voz de Ethan a mi espalda rompió el silencio.
Me quedé quieta, esperando.
Él apartó el velo de mi cuello y luego me levantó el pelo. Sentí sus suaves labios en la nuca, era una caricia firme, como si quisiera marcarme. Percibí el roce caliente de su lengua en el mismo punto trazando un remolino que me hizo estremecer y contener la respiración. Ethan apenas me había tocado y ya me había convertido en una lasciva criatura desesperada por sus caricias. Y él era muy consciente de ello.
—De todas maneras, no era necesario que la compraras —susurré—. Solo te necesito a ti, Ethan. Tú eres lo único que anhelo.
Él se quedó quieto antes de responderme en voz muy baja.
—Y eso es porque… tú eres la única chica para mí. —Trazó un camino de besos por el lateral de mi cuello—. No te preocupes de nada más. Eres la única que me veía solo a mí, y lo supe desde el principio.
Me obligó a girar para retener mi cara entre sus enormes manos mientras me acariciaba las mejillas con los pulgares y me miraba con sus intensos ojos azules.
—Te necesito como el aire que respiro. Eres mi aire, Brynne.
Y entonces capturó mis labios, zambullendo profundamente la lengua en el interior de mi boca para reclamarme por completo. Sentí que mi cuerpo se calentaba al instante, el deseo inundó mi ser con furiosa intensidad. Él me demostró con exactitud cuánto me necesitaba.
Enredé los dedos en su pelo y cerré los puños, avivando su pasión todavía más. Me escuché gemir mientras él me devoraba con besos todavía más profundos que me hicieron estremecer de deseo. Sabía que tenía que sosegar aquello antes de que fuera imposible que nos detuviéramos.
Le solté el pelo y bajé las manos hasta su pecho, donde me las arreglé, con un esfuerzo titánico, para empujarle lo suficiente e interrumpir el beso. No resultó tarea fácil; ni física ni emocionalmente. Aunque quería verme arropada por él durante toda la noche, había ideado un plan y tenía intención de seguirlo.
Nos miramos jadeantes, con las caras muy cerca pero sin tocarnos. Él, de esmoquin con el chaleco de brocado color púrpura, y yo, con mi vestido de encaje de inspiración vintage, mientras la tensión sexual espesaba el aire entre nosotros como si una estremecedora tormenta eléctrica estuviera a punto de estallar.
—N-necesito prepararme para ti —tartamudeé, dispuesta a seguir el guión—. ¿Podrías…? Por favor… —Me las ingenié para soltar un tembloroso suspiro con la esperanza de que él entendiera que aquello era importante para mí.
Él tragó saliva, lo que hizo que su nuez subiera y bajara.
—De acuerdo —dijo de forma inexpresiva, como si supusiera todo un esfuerzo aceptar mi petición y no decirme lo que realmente pensaba al respecto. Tuve la sensación de que no le había gustado recibir instrucciones, pero que aceptaba por mí porque era así de tierno conmigo—. Entonces haré lo mismo, señora Blackstone.
—Gracias, Ethan. Te aseguro que la espera valdrá la pena. —Me puse de puntillas y le estampé un beso sobre la barba incipiente que le cubría el cuello.
—Oh, no tengo ninguna duda al respecto. —Sentí bajo mis labios la vibración de un gruñido. Parecía que se le habían escapado los pensamientos—. Siempre vale la pena esperar por todo lo que tú haces, cariño.
Le solté y miré hacia el resplandor que señalaba la posición del cuarto de baño de la suite.
—¿Dónde piensas prepararte? —Me sentí un poco culpable de expulsarle del dormitorio, aunque fuera por un intervalo tan breve de tiempo.
—La habitación contigua también es bonita. —Señaló una puerta en la pared, a la izquierda de la cama—. Estas viejas casas solariegas tenían conectados el dormitorio del señor y la señora para que pudieran encontrarse de manera privada para hacer esas cosas que hacían por las noches. —Me pasó el dedo por el borde del escote del corpiño, dibujando lentamente la curva de mis pechos contra el encaje del vestido.
—¿Ah, sí? En privado para hacer cositas, ¿dices?
—Sin duda, cariño. Follar es muy… muy… muy importante. —Marcó las palabras dándome suaves besos entre ellas.
—¿En qué dormitorio estamos ahora? ¿En el del señor o en el de la señora? —pregunté, con la respiración entrecortada como si la habitación se hubiera quedado sin aire de repente.
Él encogió los hombros.
—Ni idea. No creo que importe. Follo y duermo donde quiera que esté mi señora, y eso haré siempre. Elije habitación, señora Blackstone.
Me tomó la mano y me besó los nudillos mientras me miraba con una tentadora firmeza que me robó otro pedazo de corazón. ¿A quién quería engañar? Ethan poseía ya todo mi corazón… y siempre sería suyo.
Suspiré anhelante y me obligué a dar un paso atrás, poniendo alguna distancia entre nosotros. Alargué el brazo cuando intentó atraerme, nuestras manos todavía entrelazadas.
—A ver… ¿qué te parece si vuelves dentro de quince minutos? —Di otro paso atrás, acercándome a la puerta del cuarto de baño sin dejar de mirar sus ojos azules, que seguían todos mis movimientos.
Los mismos preciosos ojos azules que brillaron con intensidad, con toda la abrasadora pasión que embargaba al hombre que me poseería muy pronto. Me soltó la mano y yo eché de menos al instante el calor de su piel.
Me miró con seriedad, con esa expresión que le había visto muchas veces y que ahora me resultaba tan familiar. La mirada masculina que prometía abrumadora dominación sexual y que me derretía por dentro.
—Serán quince minutos jodidamente largos, preciosa.
Tuve que contener el gemido que se formó en mi garganta por el efecto que sus palabras tuvieron en mí. Después de todo, era solo una mortal; Ethan era el único que parecía y actuaba como un dios griego.
Me lanzó otra ardiente mirada que prometía sexo hasta perder el control, antes de darse la vuelta, cruzar la puerta y cerrarla con un suave clic.
Una vez que desapareció de mi vista, la estancia quedó vacía y me sentí un poco desolada. Estuve inmóvil durante un instante para absorber la realidad del momento. «Tengo que prepararme para hacer el amor con mi marido». La idea me arrancó del ensimismamiento y me puso rápidamente en movimiento.
Escapé al cuarto de baño y me despojé del vestido, lo que por suerte no revestía demasiada dificultad gracias a la cremallera lateral. Lo colgué con cuidado en la percha del tocador, suponiendo acertadamente que estaba allí justo para eso. Tendría que acordarme de agradecerle a Hannah de alguna manera todos esos detalles; sin duda había pensado en todo.
Me quité el velo, que dejé a un lado para cepillarme los dientes y beber un vaso de agua. Me deshice de toda la lencería, salvo de las medias y el liguero de seda de color lavanda, antes de mirarme en el espejo de perfil. Tenía ya algo de barriguita, aunque todavía no era demasiada sin duda estaba allí. Acaricié con ternura a nuestro pequeño melocotón y volví a coger el velo. Me lo puse y salí del dormitorio. Cuando me subí a la alta cama, se me hundieron las rodillas en el mullido edredón. Me situé con cuidado dando la espalda a la puerta que él había usado para salir; sería la que atravesaría para regresar y quería que me viera justo como había planeado detalladamente. Estaba preparada, aunque mi corazón palpitaba a toda velocidad.
Cerré los ojos.
Y esperé a que Ethan viniera a mí.
El sonido de la puerta al abrirse y cerrarse me indicó su llegada.
Noté que me miraba fijamente y me emocionó saber lo que estaba viendo. Giré la cabeza buscando sus ojos.
—Quiero contemplarte durante un momento más —susurró sin moverse, a apenas unos metros. Percibí que estaba afectado por la manera en que entrecerraba los ojos y tensaba la mandíbula, y ese conocimiento me dio valor.
—Solo si yo puedo hacer lo mismo.
Mi Ethan también se había preparado. El esmoquin y el precioso chaleco de brocado púrpura habían desaparecido de la misma manera que mi vestido de novia. En su lugar llevaba otra prenda; un pantalón de pijama de seda negra caído a la altura de las caderas. La tela oscura ofrecía un fuerte contraste con la piel dorada de su musculoso torso y del esculpido abdomen, y yo me regocijé con él. Los oblicuos, que formaban una espectacular V por debajo de la cintura, me hicieron la boca agua, por lo que me vi obligada a tragar saliva. Era una de las partes más hermosas de mi hombre. Tenía que lamerla.
Su cuerpo estaba tan bien formado, era tan poderosamente masculino… que a veces dolía mirarle.
Bajé los ojos.
—Date la vuelta. —La orden fue dicha con voz profunda y me calentó por dentro al instante, dejándome sometida por completo a la imparable nota de dominación que acompañaba nuestras relaciones. El control sexual lo tenía Ethan; yo me entregaba a él.
Me excité todavía más.
Dio un paso hacia mí, su cuerpo irradiaba poder y deseo mientras esperaba a que llevara a cabo su indicación.
Giré sobre mi misma hasta quedar frente a él, completamente desnuda salvo por las medias, el liguero y el velo de novia. Apoyé las manos en la cama y junté los brazos. Eso hizo que mis pechos se irguieran y que comenzaran a cosquillearme bajo el intenso examen de su mirada; los pezones, ahora más sensibles que nunca, se endurecieron de excitación hasta que resultó casi doloroso. Mi gesto de ofrecerme a mi marido en nuestra noche de bodas me había llevado a un nivel de anticipación increíble.
—Solo tuya —me entregué con suavidad, mirándole a los ojos.
Noté que se le tensaban los músculos del cuello cuando se movió hacia delante.
—Nena… estás tan provocativa ahora mismo, tan hermosa. No te muevas. Quédate cómo estás y deja que te toque.
Sabía de qué iba este juego. Después me vería recompensada por haber seguido sus órdenes.
El borde del colchón se hundió cuando él se unió a mí en la compacta cama. Se arrodilló delante de mí, tan cerca que podía sentir el calor que irradiaba de su cuerpo.
Permanecí inmóvil, pero estaba tensa mientras esperaba a que él diera el primer paso.
Él se quedó allí durante un momento, solo mirándome, reclamando mi cuerpo con los ojos. A Ethan le gustaba salpicar nuestros encuentros con cierto toque de voyerismo. A veces resultaba un poco pervertido y demasiado dominante, pero me encantaba eso de él.
Por fin, después de lo que me parecieron siglos, inclinó la cabeza hasta apoyar la frente entre mis pechos y respiró profundamente contra mi piel. Sentí su lengua recorriendo la curva de un seno y llegar al erizado pezón. Al instante lo cubrió con la boca y lo succionó con fuerza. Yo contuve el aliento y tuve que hacer acopio de voluntad para no moverme ante su caricia.
—Disfruta, cariño. Déjame chuparte estas tetas perfectas. He estado muy hambriento de ellas.
Él se tomó su tiempo hasta que consiguió que apenas fuera capaz de resistir la necesidad.
Formó remolinos con su lengua, trazando círculos implacables sobre la sensible carne, lo que me proporcionó increíbles sensaciones que se vieron incrementadas cuando tomó la punta entre los dientes para morderla con suavidad.
Me estremecí contra su boca, desesperada por más, pero sabiendo que tendría que esperar a que me lo diera. Esas eran las reglas. Y yo siempre era una buena chica.
—Ethan… —gemí, a pesar de ello.
—¿Qué? —preguntó mientras succionaba un pezón con la boca y trabajaba el otro con dos dedos, pellizcándolo de una manera tan deliciosa que casi me volví loca.
No entendía por qué Ethan sabía que tenía los pechos tan sensibles, pero fue consciente de ello desde la primera vez que estuvimos juntos, y había usado ese conocimiento cada vez que tuvo la oportunidad.
«Por favor y gracias, señor Blackstone».
Gemí, dejando caer la cabeza hacia atrás al tiempo que arqueaba la espalda para ofrecerme a él.
—¿Quieres que haga algo más que chuparte estas hermosas tetas?
—Sí.
—Eso pensaba —se rió entre dientes de una manera misteriosa—. Preciosa, llevo semanas muriéndome por ti —ronroneó antes de subir la boca a mi cuello para mordisquearlo—, y debo advertirte que, seguramente, seré una bestia desatada la primera vez que folle a mi hermosa esposa de tetas perfectas.
—Sí, Ethan.
—¿Te gustaría? —preguntó en broma, retirando la mano de mi otro pecho y deslizando los dedos por mis costillas, por mi vientre, hasta sumergirse entre mis piernas.
Impulsé las caderas hacia delante buscando sus dedos, anhelando algo de presión que aliviara el dolor que sentía en lo más profundo.
—Sí, me gustaría. Me encantaría que te comportaras como una bestia desatada —confirmé con la voz ronca.
Él se rió de una manera pecaminosa a la vez que hundía un dedo entre mis pliegues, rozando mi clítoris y haciendo que me estremeciera sin control.
—¡Oh, Dios! ¡No sabes cómo he echado de menos tocarte! —me confesó al tiempo que arqueaba una ceja para advertirme que recordara que era él quien controlaba mis movimientos.
—Te necesito, Ethan —me disculpé en tono de protesta, jadeando al sentir aquel vórtice ardiente que crecía en mi interior, pero intentando quedarme quieta, como él me ordenaba. Algo que resultaba casi imposible, porque él rozaba mi clítoris sin cesar y lo había convertido en un inflamado brote de placer a punto de estallar.
—Oh, yo también te necesito… demasiado. Ahora mismo quiero ver cómo te corres por primera vez como mi mujer. Será la primera de muchas…
Él me miró sin dejar de crear magia con los dedos, lanzándome al borde del placer. Me tensé y arqueé cuando las oleadas del éxtasis me atravesaron por completo.
—¡Aaaah… Ethan! —me estremecí sin control, indefensa por completo y sin poder hacer nada más que aceptarle.
Él capturó mi boca en un beso salvaje mientras yo seguía presa del orgasmo, casi magullándome los labios, pero tan intenso, sensual y romántico como solo Ethan puede ser. Era una sensación que intensificaba todavía más mi clímax.
Cuando el placer comenzó a disminuir, con los temblores todavía dominando mi cuerpo, él empezó a hablar.
—Te amo con toda mi alma, cariño, y esta noche voy a entregarme a ti por completo. Reclamaré y acariciaré cada parte de ti. Todas y cada una de ellas serán ocupadas. Quiero poseer todos los rincones de tu cuerpo que puedan aceptarme, quiero llenarte por completo. —Me miró a los ojos directamente como si me pidiera permiso, como si quisiera asegurarse de que estaba cómoda con lo que me estaba pidiendo. Sería suya… por completo.
Eran los momentos como ese los que hacían que le amara con tanto ardor, instantes demasiado intensos para que yo los procesara. Aunque Ethan era un amante exigente, siempre pensaba antes en mí; me cuidaba y respetaba. Y me amaba. Me dominaba en la cama porque era su preferencia sexual, pero no tenía nada que ver con nosotros dos como personas. No era un machista que quisiera dirigir nuestra vida en común, solo era un hombre.
Un hombre muy masculino… Y mío.
Mi falta de respuesta debió de excitarle más porque siguió insistiendo.
—Porque si no lo hago, Brynne, no estoy seguro de poder seguir viviendo sin volverme loco. —Se inclinó sobre mi hombro y mi cuello—. Te amo tanto que me quema. Déjame demostrártelo. —Deslizó las manos por todo mi cuerpo; por mis pechos, por mi estómago, por el liguero y las medias—. Eres… hermosa como una diosa aguardando por mí.
—Qui-quiero que me lo demuestres —contesté con la respiración entrecortada—. Te deseo tanto como tú a mí.
Él gimió al escucharme y frotó su áspera perilla otra vez por mi cuello, jugueteando antes de lamer el lugar con los labios, haciéndome estremecer de necesidad.
—¿Sabes por qué tengo que hacerlo?
—Sí, lo sé.
—Entonces, dímelo. Pronuncia esas palabras que quiero oír de tus labios.
—Porque soy tuya, Ethan.
Mi declaración hizo que actuara de inmediato. Me apretó contra la mullida cama y gravitó sobre mí. Sus ojos azules buscaron los míos, entornados por un oscuro deseo de poder sexual. Parecía totalmente concentrado en mí. Veía el amor en sus ojos… Era mío por completo.
—Sí, lo eres —convino con aire satisfecho, sentándose sobre los talones—. Pero antes tengo que asegurarme de que estás preparada para mí, cariño. Enséñame ese coño que adoro, lo he echado de menos.
Mi voyeur favorito estaba de regreso.
Llevé la mano a la cabeza y retiré las horquillas que sostenían el velo en mi pelo, antes de lanzarlo lejos y escuchar que aterrizaba en el suelo con un suave susurro.
Ethan abrió mucho los ojos mientras me observaba, con el frente del pantalón de seda tenso por su erección como una tienda de campaña.
«Necesito esa erección».
Separé las piernas muy despacio, primero una y luego la otra, manteniendo los pies apoyados en la colcha. Tuve que reprimir el deseo de retorcerme bajo su atrevida inspección y lo conseguí a duras penas porque sabía que su fantasía era que me abriera a él, que me rindiera a su voluntad y deseo. Y esa idea me convertía en una criatura todavía más lasciva.
—Eres hermosa. Perfecta. Mía. —Murmuró al tiempo que acercaba la cara a mi sexo.
El intenso anhelo, la anticipación que me había llevado hasta ese punto de excitación, me hacía consumirme de deseo. Si él no le ponía remedio estaría muerta en menos de una hora.
—¡Oh, joder, sí! —gruñó él antes de zambullir la lengua dentro de mí.
La usó para penetrarme, devorándome, mientras me llevaba con los dedos a otro explosivo orgasmo que me haría gritar su nombre sin control.
Al instante temí no ser capaz de resistir más. Ethan me consumía de nuevo, arrastrándome una y otra vez al pico del clímax pero sin dejar que lo alcanzara, obligándome esperar. Él tenía claros sus propósitos y era muy diestro para conseguirlos.
Le sentí moverse antes de escuchar el susurro de la seda cuando se bajó el pantalón del pijama. Le observé situar su engrosado pene ante mi anhelante entrada tras haber deslizado la punta entre mis pliegues para lubricarla.
Entonces se detuvo, con su hermosa polla a punto de traspasarme, palpitando contra mí. Eso me hizo sentir delirante. Me moría por él. Era un dios pagano del sexo, dispuesto a aparearse conmigo y llevarme al Paraíso. Verle así, tan potente y erótico, casi me hizo alcanzar el orgasmo en el acto.
—Todavía no, preciosa. Tienes que esperarme —me advirtió.
—Ya no puedo esperar más. —Arqueé las caderas para meterlo en mi interior.
Llevó las manos hasta mi cabeza y me tiró con fuerza del pelo, obligándome a mirarle de frente, como si quisiera ponerme alguna condición.
—Quieres mi polla. —No era una pregunta, sino una simple verdad.
—La quiero —imploré.
—Entonces, preciosa, la tendrás —gruñó, sepultándose hasta la empuñadura y llenándome por completo. Justo como había prometido.
Ambos gritamos por la intensidad de nuestra unión, mirándonos a los ojos durante un segundo mientras él permanecía inmóvil en mi interior, caliente y palpitante. Nuestros corazones se completaron también en ese momento. Estoy tan segura de eso como de que necesito respirar para seguir viviendo.
Sumergió la lengua en mi boca mientras comenzaba a embestir, poseyéndome con la misma intensidad arriba y abajo. Durante todo el tiempo en el que nuestros cuerpos estuvieron conectados en aquel frenesí de sexo, calor y lujuria carnal, Ethan me dijo todas esas cosas sucias que tanto me gustaba escuchar de sus labios.
Me apretó contra él y ahuecó las manos sobre mi cara antes de comenzar a susurrar las palabras de manera entrecortada contra mis labios, poseyéndome sin control alguno. Me dijo cuánto me amaba, lo hermosa que era, cuánto adoraba que me entregara a él; que tenía intención de follarme así todos los días; lo maravilloso que era sentir mi coño alrededor de su polla.
Todas esas excitantes guarradas que ya me había dicho antes y que, sin duda, me diría en el futuro.
También mantuvo la promesa que me había hecho antes, como yo sabía que haría.
Mi marido fue una bestia desatada la primera vez que me folló siendo su esposa.