Capítulo

19

La cuna es lo último que hemos recibido de Londres, señora Blackstone. Tendré que esperar a esta noche para montarla, cuando mi ayudante tenga algo de tiempo libre. —Robbie me guiñó el ojo. Su ayudante era Ethan, que quería estar presente cuando lo hiciera.

—¡Oh, lo sé, Robbie! No hace más que hablarme de eso. Estoy segura de que también te lo ha dicho a ti. Quiere asegurarse de que se siguen las instrucciones al pie de la letra para que sea segura. Yo creo que es deformación profesional; acaba haciendo gala de ella en todos los aspectos de nuestra vida. Claro que estoy convencida de que ya lo sabes… —concluí con sarcasmo.

El hombre se rió antes de dirigirse a la puerta, aunque se giró antes de salir.

—¿Sir Frisk necesita salir antes de que me vaya? —me preguntó

—No lo sé, es posible. Aunque parece feliz tal y como está ahora. —Bajé la mirada a Sir, que estaba repantingado en la nueva alfombra y me miraba con expresión de adoración—. ¿Quieres salir con Robbie?

Él no se movió, y estaba segura de que había comprendido mi pregunta. Mi Sir era muy inteligente y me adoraba.

«Amor perruno en estado puro».

—Creo que ahora mismo no lo necesita, Robbie. Ya me avisará cuando necesite salir, y de todas maneras, después iré a dar un paseo.

—De acuerdo, señora Blackstone.

Volví a concentrarme en el mural de la habitación del bebé después de que Robbie se fuera. Su esposa, Ellen, y él habían encajado de una manera maravillosa en Stonewell, tanto cuando estábamos allí como cuando nos quedábamos en Londres. Robbie también había aceptado de buen grado a Sir Frisk, lo que estaba bien, dado que el perro viviría allí. Ninguno de nosotros podía pensar en confinar a esa criatura en Londres, aunque fuera un ático lujoso. No era adecuado. Aún así, le echaríamos mucho de menos. Pensábamos regresar a Londres dentro de una semana, no fuera a ser que me pusiera de parto antes de tiempo. Ethan se había vuelto un poco paranoico al respecto y, como siempre, le dejaba salirse con la suya.

En este mural aparecía el mar en vez de un árbol. Algunos elementos todavía no podía completarlos hasta que supiéramos si teníamos un Thomas o una Laurel. Sonreí mientras trabajaba las formas de las nubes, recordando cómo me había interrogado Ethan esa misma mañana sobre los materiales que usaba en el proyecto con aquel, «estás usando pinturas al agua que no resultan tóxicas, ¿verdad?». Siempre se preocupaba por todo, pero sabía que era a causa de lo mucho que me amaba.

Se había preocupado también anoche, después de aquella sesión de sexo maravillosa. Y de manera que consideraba injustificada. Me sentía bien, y por todo lo que había leído sobre embarazos y alumbramientos, el sexo era perfectamente seguro y saludable siempre que no hubiera complicaciones y te apeteciera. Y sin duda me apetecía. Y Ethan siempre estaba dispuesto. Creo que los dos necesitábamos aquella intimidad y cercanía después del susto que nos habíamos llevado con su accidente. Nada hacía que se le diera prioridad a la vida, de manera más eficaz y rápida, que ver la muerte de cerca.

Habíamos estado demasiado cerca de perdernos. Me estremecí con la idea y seguí sombreando de blanco aquella nube que flotaba sobre un brillante mar verde azulado.

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Sir saltó hacia delante, listo para salir disparado en el momento en que le lanzara su juguete favorito.

—Venga, chico, ve a buscarlo. —Utilicé mis oxidadas habilidades en lanzamiento de peso, que había adquirido en el instituto, y él se perdió entre las hierbas, husmeando feliz, perdido en su mundo perruno. Estaba sentada sobre una de las vallas del jardín, esperando a que regresara.

Un poco antes había sentido un leve dolor en la espalda y había salido a pasear con el perro con la esperanza de que así desapareciera, pero no había ocurrido. Aquella sorda molestia seguía allí y me apetecía beber algo caliente. Me encogí dentro del chal para protegerme del frío. Aunque no llovía seguía siendo invierno, y si me fiaba del color que mostraban las nubes que se agolpaban encima de nosotros, comenzarían a descargar en menos de una hora.

Llamé a Sir y apoyé los pies en el suelo, dispuesta a regresar a la casa. De pronto, noté una extraña y cálida sensación entre las piernas. Duró unos dos segundos antes de acabar. Estaba mojada allí abajo. Muy mojada. Como si me hubiera orinado en los pantalones, aunque sabía a ciencia cierta que no lo había hecho.

Me asusté mucho durante un segundo, preocupada por que se tratara de sangre, pero cuando palpé los leggings mi mano estaba limpia. Mojada, pero no manchada. Me llevé los dedos a la nariz para olerlos. No se trataba de orina, solo era humedad… agua.

«¡Dios mío!».

Era muy probable que acabara de romper aguas.

«¡Mi madre!».

Administrar Seguridad Internacional Blackstone resultaba realmente fácil desde Somerset. Había instalado el mismo sistema de comunicaciones que usaba en el ático de Londres y podría manejarlo todo de la misma manera que antes. Neil llevaba las oficinas en la ciudad y mantenía los engranajes del negocio en funcionamiento como si fueran los de un reloj, lo hacía tan bien que dudo que me echaran de menos. Tenía que pensar en serio cuál sería mi papel en el futuro.

La idea de que no solo nos quedáramos en Stonewell durante el fin de semana era muy atractiva. Sabía que a Brynne le encantaba el campo, e incluso había hablado con su tutor en el postgrado de arte de la Universidad de Londres para organizar el estudio y clasificación de las pinturas que había en Hallborough. Después de descubrir que la pintura de Sir Frisk era un Mallerton, se había puesto a buscar qué más secretos podía ocultar aquella vieja casa como si la hubiera poseído una fiebre. Me confesó que había trabajo para mantenerla ocupada durante años si encontraba financiación para el proyecto.

El ladrido de un perro interrumpió mis pensamientos. Un ladrido incesante, continuo y frenético. Aquello no era propio de Sir. Por lo general se mantenía en silencio, que era algo que me gustaba mucho de él. Sin duda era un buen chucho, pero ahora se encontraba agitado. Me pregunté si habría entrado alguien en la propiedad.

Me levanté y usé las muletas para acercarme a la ventana. Mi despacho se abría a los jardines de la parte trasera y más allá estaba el mar.

Pude ver a Sir, ladrando fuera de sí mientras miraba hacia la casa con la cabeza en alto.

Estaba al lado de Brynne.

Ella se encontraba sentada, con la espalda contra la valla del jardín y la mano entre las piernas. Sus leggings grises estaban manchados entre los muslos.

«¡Joder! ¡No! ¡No! ¡No!».

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—Fred, ¿qué pasa? ¡Dime algo concreto! —Cogí a mi cuñado por el cuello y lo detuve en mitad del pasillo para que me mirara, seguro de que estaba a punto de darme un infarto.

—Deja de agobiar al médico o no podrá traer a tu hijo al mundo —dijo con serenidad, empujándome—. Ve con Mary Ellen. Ella te ayudará a prepararte. Estás a punto de ser padre, capullo.

—¿Tienen que hacerle una cesárea? ¿De verdad, Fred? —grazné.

—Eso me temo, hermano. El bebé viene de nalgas y, en el caso de Brynne, no podemos arriesgarnos a un parto en esas circunstancias. No es lo suficientemente fuerte. —Me dio una palmada en la espalda—. Estará bien. Deja de preocuparte y ve a prepararte. —Me dejó allí, en el pasillo, y desapareció por una puerta solo para el personal.

Tragué saliva y seguí a Mary Ellen, esperando no desmayarme antes de llegar a dondequiera que me llevara.

—¿Dónde está mi mujer? —pregunté.

—Están preparándola para la cesárea. Ahora mismo le están poniendo la epidural. El doctor Greymont le irá explicando el proceso paso a paso. Podrá presenciarlo todo y hablar con su mujer. —Esbozó una comprensiva sonrisa—. Enhorabuena, papá.

—Vale.

¿Qué estaba diciendo? Ni siquiera parecía mi voz. ¿Por qué había dicho «vale» como si fuera gilipollas? Creo que estaba sometido a un impacto emocional demasiado considerable como para procesar adecuadamente los acontecimientos de las últimas dos horas. Después de que Sir me alertara sobre el estado de Brynne, había llamado al 999. Mientras esperábamos a que apareciera la ambulancia, llamé al doctor Burnsley, en Londres, así como a Fred, absolutamente poseído por el pánico sin saber muy bien qué hacer o adónde ir.

Luego aquel aterrador trayecto en la ambulancia con Brynne, hasta llegar al Bridgwater Hospital, casi veinte kilómetros horribles por la campiña. Eso era lo que pasaba con los planes milimétricos; al final nuestro bebé no nacería en un hospital pijo de Londres ayudado por uno de los mejores ginecólogos del país. Lo peor de todo había sido no poder llevar a Brynne en brazos para que esperara en el interior de la casa. Tuve que cojear a su alrededor como un puto gilipollas sin saber qué ocurría mientras la examinaban. El bebé no tenía que nacer hasta dentro de tres semanas.

—¿Señor Blackstone?

—¿Qué? —respondí, parpadeando.

—Tiene que quitarse la ropa y ponerse esta, con el gorrito. Luego deberá lavarse las manos y los antebrazos siguiendo las indicaciones que hay en la pared y, cuando esté preparado, estaré esperándole allí. —La enfermera Mary Ellen señaló un lugar—. Yo le conduciré al paritorio, donde se reunirá con su mujer y podrá ver nacer al bebé. —Parecía feliz, como si tal cosa.

—Oh… vale, quiero decir, bien. —Otra vez lo mismo. Estaba seguro de que ese tipo que hablaba con aquella vocecita patética era otra persona. Sin duda no podía ser yo.

Mary Ellen sonrió de oreja a oreja.

—Respire hondo, señor Blackstone.

—Pero ¿todo está bien? Es muy pronto para…

Ella ladeó la cabeza antes de hablar en tono práctico.

—Los bebés tienen ideas propias sobre cuándo nacer. No hay reglas. Su mujer está en las mejores manos posibles. El doctor Greymont hace esto todo el tiempo, aunque estoy segura de que ya lo sabe. —Antes de dejarme solo para que pudiera cambiarme, me miró de una manera extraña, seguramente porque pensaba que tenía algo más grave que una pierna rota.

No sé cómo llegué a entrar en el paritorio, porque estaba realmente acojonado, pero necesitaba ver a Brynne, asegurarme de que estaba bien. La estancia estaba fría y había un fuerte olor a antiséptico en el aire. Me dirigí hacia donde estaban todos; caminaba lentamente porque no llevaba las muletas. Era algo que había decidido previamente; entraría allí por mi propio pie, estuviera jodido o no.

—Ya está aquí —dijo Fred, mirándome con aprobación.

—¿Ethan? —gritó Brynne.

Cerré los ojos, aliviado al escuchar su voz, y me acerqué a ella, renqueante. Lo único que podía ver era su cara y parte de su estómago. Todo lo demás estaba cubierto por una cortina médica de color azul.

—Aquí estoy, nena. —Me incliné y la besé en la frente—. ¿Qué tal?

—Ahora que estás aquí, bien. —«Te amo», vocalizó solo para mí.

Era gracioso, me sentía exactamente igual. Todo el agobio y el pánico desaparecieron en cuanto nos vimos y pudimos estar juntos. Brynne era fuerte y valiente; parecía totalmente preparada para lo que estaba a punto de ocurrir. Era… preciosa. Si ella podía hacer eso, entonces no me quedaba más remedio que mantenerme consciente. ¿Cómo había encontrado a una mujer tan asombrosa y notable? ¿Cómo había conseguido que se enamorara de mí?

«Soy un cabrón muy afortunado».

—Yo te amo más —repliqué.

—¿Dispuestos a convertiros en padres? —preguntó Fred con alegría.

«Sí».

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—Bien, ahora puedes mirar si quieres, Ethan —dijo Fred en tono eficiente, lo que me indicó que estaba concentrado en lo que se traía entre manos, como debería ser.

Había mirado a Brynne mientras él hacía la incisión, acariciándole la mano con el pulgar; sabía que no hubiera sido capaz de observar cómo la hoja se hundía en su piel perfecta. Ella estaba tranquila, segura de lo que ocurría. No parecía tener miedo; solo una gran determinación a seguir adelante y ver la conclusión. «Es asombrosa». Las mujeres a punto de dar a luz poseían un valor y una valentía espectaculares, y era extraordinario ver a Brynne en esa situación.

El aparato que estaba monitorizándola emitió un pip, que se mezcló con el clic metálico contra la bandeja de los instrumentos médicos que utilizaban para facilitar la salida del bebé.

—No siento dolor, Ethan. Solo noto los tirones y los empujes. Es una sensación extraña, pero estoy bien. —Asintió con la cabeza y sonrió—. Lo único que quiero es conocer a nuestro bebé.

—Yo también, preciosa. Yo también.

—Lo vamos a sacar —intervino Fred con firme autoridad.

Eché un vistazo detrás de la cortina y vi una mata de pelo oscuro emergiendo de la barriga de Brynne, seguida de una cara arrugada que parecía furiosamente indignada por el trato al que estaba siendo sometida para ser traída a un mundo de luces brillantes y ruidos fuertes. Luego aparecieron por la abertura unos brazos y unos hombros diminutos y, a continuación, el resto del diminuto cuerpo. Todo el proceso no pudo durar ni diez segundos.

Y al cabo de ese tiempo… ella estaba finalmente con nosotros.

Laurel Thomasine Blackstone nació el 7 de febrero a las tres y cuarenta y cuatro minutos de la tarde. Pesó dos kilos ochocientos treinta gramos y midió cincuenta centímetros. Llegó al mundo con un saludable alarido y algunos preciosos rizos oscuros coronando una cabecita perfecta. Estos dos últimos datos fueron dichos por su padre, por supuesto.

Mi ángel con alas de mariposa era una preciosa niña que dependería de mí para que la cuidara, la ayudara a crecer y la amara de manera incondicional, lo mismo que de su padre, que me ayudaría y haría por ella cualquier cosa. Y lo que fuera necesario lo haría bien, porque Ethan Blackstone era un hombre maravilloso, con un gran corazón que estaba lleno de amor por mí y por nuestra hija.

Lloré de felicidad y alegría cuando la pusieron en mis brazos por primera vez. No podía dejar de mirarla, aunque estaba tan exhausta que sería capaz de dormir durante un día entero. Quería estudiar sus manitas, los dedos y también los dedos de sus pies. Y lo hice durante horas. También me cautivaron su nariz, sus ojos, sus labios que parecían un capullo de rosa, sus mejillas de querubín…

Cuando nació, Ethan la vio antes que yo porque la cortina me ocultaba lo que pasaba. Él me miró para decirme que teníamos una hija.

Y por primera vez desde que lo conocía, había lágrimas en sus ojos.

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14 de febrero

Somerset

—Un momentito, pequeñaja, papi tiene que vestirte. Luego te llevaré con mami, ¿vale? Pero antes tienes que ser una buena chica y dejar de retorcerte para que pueda… ¡Joder! Debes dejar de mover el brazo o no podré ponerte esta cosa. Llevar un pijama es una estupidez, sí… —canturreó Ethan con voz tranquilizadora—. Así que mejor te envolveré en la manta y listo. Sí, eso es…

Lo hermosos que me parecían los sonidos de Ethan hablando con Laurel en mitad de la noche me hizo contener el aliento para poder escuchar cada palabra susurrada, cada sonido del bebé, cada roce del cambio de pañal y la frustrante lucha de mi marido cuando intentaba ponerle uno limpio. Él hacía todo eso porque quería, porque encaraba la paternidad de la misma manera que lo abrazaba todo en su vida; con completa atención, con absoluta lealtad y dedicación con aquellos que amaba.

Había descubierto alguna que otra cosa sobre mi hija en los pocos días transcurridos desde que nació; sentía debilidad por su padre, igual que la había sentido yo. La voz de Ethan la tranquilizaba cuando estaba alterada y conseguía dormirla cuando estaba cansada, era la mejor nana para Laurel. Y eso me hacía desear que mi padre pudiera verla, que pudiera saber de ella de alguna manera… dondequiera que estuviera en este vasto universo.

—Ah, estás despierta —me dijo Ethan, cojeando a través del dormitorio hacia mí por culpa de la férula de la pierna, sosteniendo a nuestro bebé contra su pecho. Mi hermoso hombre, en toda su descuidada gloria somnolienta…— Su casi metro noventa, su perfecta fisonomía, aquellos músculos duros y esculpidos, —que sujetaba un diminuto bulto como si fuera el tesoro más precioso de la tierra. Quise tener una fotografía de ellos dos juntos.

Por suerte tenía la cámara en la mesilla de noche, así que la cogí y saqué una foto.

—Va a ser perfecta. —Sonreí cuando la puso en mis brazos—. Gracias por cambiarle el pañal.

—De nada —repuso dejándose caer sobre la cama a nuestro lado. Ethan me había ayudado mucho durante los primeros días, cuando regresé a casa desde el hospital. La incisión de la cesárea todavía me dolía y los medicamentos para eliminar el dolor me adormecían, así que había adquirido la rutina de levantarse por la noche y traerme a Laurel para que la alimentara. Esperaba a que terminara y la llevaba de vuelta a la cuna. Algunas veces también la hacía eructar. Una vez que aprendía a hacer algo lo repetía a la perfección, y eso no fue una excepción. Sin embargo, sus enormes manos y sus dedos no eran demasiado hábiles a la hora de ponerle diminutas ropas con pequeños cierres y broches.

—Así que has vuelto a tener problemas con el pijamita, ¿no? —pregunté al tiempo que abría el sujetador de lactancia que ahora llevaba puesto todo el rato. Era preferible a despertarse en medio de un charco de leche.

—Sí. Es muy difícil meterle los brazos por las mangas.

—Lo sé. Te he oído. —En cuanto Laurel percibió la leche comenzó a buscar mi pezón. Frunció los labios y se puso a mamar al tiempo que cerraba la mano por encima de mi seno—. También he escuchado que decías esa palabra tan bonita que comienza con J.

—¡Joder! —masculló. Le miré y me reí—. Voy a tener que empezar a controlarme. Lo siento. Soy un malhablado.

—Me encanta lo que dices, pero sí, eres un malhablado y este pequeño ángel imitará todo lo que tú digas y hagas. Está loca por ti.

Él pareció feliz al escucharme y la sonrisa que esbozó hizo que le brillaran los ojos.

—¿Lo crees de verdad? —me preguntó con suavidad.

—Lo sé, cariño.

—Os amo a las dos —susurró lentamente. Sus palabras eran sencillas, pero contenían una profunda emoción y una sentida verdad. Bajó los labios hasta los míos y me besó con cariño antes de reclinarse contra las almohadas y velar por nosotras.

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Rompía el amanecer cuando me desperté. Estaba sola en el dormitorio. Al ver las rosas de color lavanda recordé qué día era y sonreí; el día de los enamorados. De hecho, nuestro primer San Valentín. Miré a mi alrededor en busca de lo que había dejado para mí mi romántico marido.

Debajo del florero que contenía el ramo había un sobre, y junto a él un joyero negro de terciopelo. Abrí primero la caja. Sin duda era otra joya de la colección familiar, y era muy hermosa. Un colgante con filigranas formando una mariposa cuyo cuerpo era un enorme rubí. Me pareció perfecto. Me pasé la cadena por la cabeza y lo admiré a placer. Me encantaba, aquel collar sería un recordatorio de mi pequeño ángel con alas de mariposa.

Entonces abrí el sobre y leí la nota.

Preciosa:

Todos los días, desde el primer día que te vi, has dado valor a mi vida. Consigues que me despierte y tenga la seguridad de que soy un hombre bienaventurado. Contigo, soy real. Tú lo conseguiste cuando entraste en aquella galería de arte, me miraste y me viste. Fuiste la única. La única persona que fue capaz de verme de verdad. Quiero amarte durante cada día del resto de nuestras vidas. Eso es todo lo que quiero, lo que necesito.

Siempre tuyo,

E.

Me sequé las lágrimas de alegría que se deslizaban por mi cara, me levanté de la cama y fui en busca de mi adorable marido para agradecerle aquel precioso regalo.

28 de febrero

Londres

—¿Sabes qué día es hoy? —pregunté desde la alfombra donde me encontraba tumbado.

—Claro que lo sé. Soy muy buena con las fechas —replicó ella con aire satisfecho.

—Entonces dime, ¿qué día es hoy, señora?

—Es el día que debía nacer Laurel, señor.

No fue una sorpresa para mí que ella lo supiera. Brynne se acordaba de todas las cosas importantes. Nuestro bebé cumplía hoy tres semanas y crecía a ojos vista. Había ganado casi medio kilo, y menos mal, porque cuando nació me pareció diminuta. Pero era muy fuerte a pesar de su tamaño. Una auténtica luchadora, como su madre.

Ahora mismo los dos posábamos para mami mientras ella nos colocaba como quería. Brynne estaba disfrutando mucho sacando fotos, y tomaba instantáneas de Laurel y de mí a cada rato. Esta en particular era una que había visto en un sitio en internet y que me había enseñado mientras me preguntaba si podría recrear la misma escena con nuestro bebé una vez que hubiera nacido. Al parecer había llegado el día.

El primer paso había sido llevar poco a poco a Laurel a un coma lácteo. Luego, Brynne la colocó estratégicamente sobre mi espalda mientras seguía durmiendo. Así, mis alas tatuadas parecían ser suyas, lo que conseguía crear la ilusión de que era un angelito recién nacido. Y siéndolo ya, ¿por qué no tener una foto así?

—¿Qué tal quedamos? —pregunté al escuchar el clic de la cámara.

—Pues quedáis como un papá muy sexy con su bebé durmiendo sobre su espalda —dijo de manera irreverente.

—Creo que alguien necesita tener la boca ocupada.

Ella se rio.

—Espero que esa sea una promesa que pienses mantener más tarde —replicó en tono provocativo.

—Mi polla ha tomado buena nota, nena —bromeé, esperando alguna respuesta sarcástica a cambio. Pero una de las mejores cosas de Brynne es que no solía ser demasiado previsible. De hecho, acostumbraba a tener respuestas rápidas e incisivas. Entonces, ¿qué acababa ocurriendo cada vez que pensaba que podía tener las de ganar en un altercado verbal? Que ella entraba a matar y me derrotaba utilizando un as en la manga. Y lo hacía una y otra vez.

Sin embargo, ahora la escuché respirar hondo. Llegué a imaginar que realmente estaba pensando en mi polla y que eso la hacía considerar otras alternativas. Yo sí pensaba en eso, pero la parte más racional de mi cerebro se daba cuenta de que ella estaba curándose de una operación quirúrgica. Tendría que esperar a que ella me dijera que estaba preparada.

—Ya he terminado —me informó al tiempo que dejaba la cámara bruscamente sobre la mesa—. Y esta niñita está lista para continuar durmiendo en su cuna. —El bebé fue alzado de mi espalda y el ruido de la puerta cuando salió de la estancia me indicó que estaba solo.

Rodé sobre la espalda y miré el techo fijamente, pensando en lo mucho que había cambiado mi vida en un año. El hombre que el año anterior había recibido un correo de Tom Bennett era alguien que ahora no reconocía. Y di gracias a Dios por ello, porque tenía muy pocas ganas de regresar a la vida vacía que tenía entonces.

La puerta se volvió a abrir y entró Brynne, interrumpiendo mis nostálgicos pensamientos.

Una declaración comedida. ¡En solo un año!

Ella se inclinó sobre mí, con aquellos ojos tan hermosos que en ese momento eran totalmente verdes, y lentamente cerró los dedos sobre el dobladillo de la camiseta.

Sentí que me quedaba sin aire.

Levantó la prenda y me la pasó por la cabeza antes de dejarla caer al suelo. Entonces se quitó también los leggings y los arrojó por encima del hombro. Se quedó ante mí con una minúscula braguita de color rosa y un sujetador a juego; su aspecto era casi el mismo que antes de quedarse embarazada, salvo la cicatriz y aquel magnífico par de tetas que ahora eran todavía más espectaculares.

Puse las manos detrás de la cabeza y le brindé una sonrisa de oreja a oreja, incapaz de decir nada particularmente inteligente u ocurrente, por no mencionar que se me quedó la boca seca cuando llevó las manos a la espalda y se desabrochó el sujetador.

Mi preciosa chica me hizo saber, me mostró otra vez más, qué raro era que poseyera su amor, como había hecho desde el principio.

Raro.

El amor de Brynne era una rareza… un regalo.

Un hermoso regalo que había recibido gracias a que un divino guiño del destino se metió en mi mundo… y lo cambió por completo. Mi visión de las cosas, lo que esperaba del futuro, mi capacidad por superar las sombras del pasado…

El amor de Brynne lo había cambiado absolutamente todo.