18
24 de enero
Somerset
Land Rover sabía hacer vehículos de lujo, y lo estaba aprendiendo de primera mano. Adoraba mi coche, y ahora que me había acostumbrado a conducir por la izquierda, me aventuraba con él más que nunca. Creo que había veces en las que Ethan se arrepentía de habérmelo regalado por mi cumpleaños. «Ya es demasiado tarde, Blackstone». Pero tendría que asimilarlo, ahora era la única conductora de la familia. Él lucía una férula que le permitía caminar solo si utilizaba muletas. Sus huesos tardarían algunas semanas más en soldar y, mientras, no podía cargar peso en la pierna izquierda. Todavía llevaría la férula cuando naciera el bebé. Sabía que era algo que le molestaba, pero no se quejaba. Ni tampoco lo hacía yo. Los dos sabíamos que era una bendición que le hubieran podido poner esa férula porque… la alternativa era que ni siquiera estuviera allí. ¡Adoraba aquella maldita férula!
Había dejado a Ethan bajo los tiernos cuidados de Zara. Hoy tocaba té. No creo que a él le importara. De hecho, había parecido muy satisfecho cuando se ponía la chaqueta de terciopelo y la pajarita. Les había sacado fotos con la cámara; estaba segura de que eran instantáneas impagables. La esposa de Robbie, Ellen, había contribuido a la causa llevándoles cupcakes, helados y fresas, y también té, por supuesto, con leche y azúcar. Yo debería haberme quedado a disfrutar con ellos, pero necesitaba el masaje que recibía dos veces por semana más de lo que necesitaba el té y el dulce. En especial ahora que estaba casi a término y experimentaba toda clase de achaques y calambres.
Tenía dolores en la espalda, en el suelo pélvico, e incluso en ocasiones me dolía la cabeza. Los masajes eran lo que más me ayudaba.
Me había aficionado a ellos desde Navidad, cuando Ethan me había regalado una decadente cantidad de tratamientos que debía disfrutar. ¡Dios!, mi hombre me hacía siempre los mejores regalos. Pero después de tomar la decisión de mudarnos a Stonewell mientras se recuperaba, necesitaba a alguien que me ayudara durante las últimas semanas del embarazo. Por medio de Hannah conocí a Diane, que era quien se encargaba de mí con su talento para la aromaterapia y reflexología.
Me detuve ante la pequeña tienda que poseía, que se llamaba Treats, y aparqué junto a la acera. El histórico pueblo de Kilve era diminuto, pero no le faltaba de nada; había una espléndida posada fundada en el siglo XVII, Las armas de Hood; una iglesia del siglo XIII que se conocía como Santa María, y la famosa costa llena de fósiles, Kilve Beach. Me parecía una postal antigua y siempre rezumaba tranquilidad.
Creo que tanto Ethan como yo nos sentíamos atraídos instintivamente por la paz de este lugar, nos fundíamos con su belleza natural. Era justo lo que necesitábamos y nos estaba sentando mejor que cualquier otra cosa que pudiéramos imaginar. Pensábamos quedarnos en Stonewell hasta mediados de febrero. Luego, regresaríamos a Londres, donde se hallaba el doctor Burnsley y su experiencia de años, para ayudarnos a traer al mundo a nuestro Laurel-Thomas. Salía de cuentas el 28 de febrero.
Mientras me dirigía a la tienda de Diane vi cómo se levantaba un precioso perro de debajo de la mesa donde había estado tumbado. Meneó la cola con entusiasmo y bajó la cabeza para saludarme de esa manera universal que tienen los perros para indicar que son amigables.
—Hola, precioso. —Me incliné y le acaricié a cabeza, el pelaje espero y oscuro que le rodeaba la cara, así como el pecho y la barriga, de un color más claro. No era un perro pequeño, sino un cachorro, y definitivamente se trataba de un macho. Conocía esa raza— pastor alemán, —y me pareció un ejemplar precioso—. ¿Cómo te llamas, guapo? ¿Estás esperando a tu dueño? —Le hablé sin dejar de rozar su sedoso pelaje, admirando sus ojos dorados. El chucho me lamió la mano y se apoyó en mí para que no dejara de darle mimos. Me pregunté por qué no tenía collar o correa. Sin duda alguna debía pertenecer a alguien.
Me miró con solemnidad cuando le empujé para entrar en la tienda.
—Tengo una cita aquí dentro, amigo —me disculpé.
Él me ladró como si estuviera diciéndome «No te vayas», y me rompió el corazón tener que irme.
—Ahora solo necesito dormir una buena siesta, Diane. ¡Oh, Dios! ¡Qué maravilla! —La elogié mientras me frotaba el cuello, inhalando los aceites aromáticos que usaba en la tienda. Cuando le tendí la tarjeta para pagar, escuché de nuevo el ladrido. Allí estaba él, y me miraba fijamente a través del cristal del escaparate meneando la cola.
—Parece que tienes un admirador, Brynne —se rio Diane entre dientes—. Te apuesto lo que quieras a que se marcharía a casa contigo si se lo permitieras.
—¿De verdad? —Pero ¿qué pensaría su dueño?—. ¿A quién pertenece?
—Es un perro vagabundo. Apareció hace algunos días y desde entonces se demora entre las tiendas a ver si consigue algo. Es una crueldad indecente lo que le hace alguna gente a estos animales inocentes, en especial a los que son más grandes, como será este cuando acabe su desarrollo. Los abandonan en la carretera. —Meneó la cabeza con una mueca de repugnancia—. Deberían abandonarlos a ellos a la intemperie, sin comida ni lugar para refugiarse, a ver si les gusta. —Diane miró al perrito por la ventana—. Le he estado dando de comer, lo mismo que Lowell, el de la tienda de al lado, pero necesita una casa y una familia. Un perro grande como ese debería disfrutar de un lugar abierto en el que pueda correr. —Me guiñó uno de aquellos bonitos ojos color avellana—. Sería un buen perro guardián. Los pastores alemanes son unos protectores excelentes. Estoy segura de que tu marido lo aprobaría.
—Déjame hablarlo primero con él, ¿vale? —Compartimos una mirada de entendimiento y él clavó aquellos dorados ojos redondos en los míos como si me comprendiera. El collar y la correa nuevos le quedaban muy bien. Ahora estaba limpio y reluciente gracias a Diane, que me había indicado dónde encontrar la tienda de animales, en la que casualmente trabajaba su hijo Clark. Con la ayuda del chico elegí comida para el perro, una cama y recipientes para comer y beber, e incluso un juguete que mordisquear. Se portó muy bien mientras le bañaban. Luego, Clark lo cargó todo en el maletero del Rover y se despidió con la mano cuando puse el coche en marcha. Había tomado aquella decisión sin más.
El trayecto hasta casa resultó entretenido, y creo que no dejé de sonreír ni una sola vez. Llevaba a mi lado un pasajero peludo con el cinturón cruzado sobre su pecho. Era mi perro. Y ya notaba que él me adoraba.
Ahora solo faltaba soltarle la bomba a mi marido.
—Tengo que ponerte un nombre —le dije mientras íbamos en busca de Ethan y Zara. Sus garras repicaban sobre los suelos de madera. Sin duda se había portado genial, como si quisiera mostrarme lo bueno que sería. No me preocupaba eso, pero no quería pensar lo que me diría Ethan cuando apareciera con un enorme pastor alemán y le comunicara que era mío.
Y estaba a punto de enterarme.
Los escuché antes de entrar y supe lo que estaban haciendo antes de verlo. Jugaban al juego favorito de Zara, uno que Ethan seguramente no apreciaría demasiado, aunque se conformaba. Pretty Pretty Princess. Cuando era pequeña me encantaba ese juego. Existían fotos de mi padre llevando puestas las coronas y otras joyas del juego, tan feliz como debía sentirse después de haber accedido a vestirse de manera ridícula tan solo por complacerme. «¡Qué bueno fuiste siempre conmigo, papá!».
Y allí estaba Ethan, con un collar turquesa con los pendientes a juego, luchando contra Zara para ganar.
—¡Ja, ja, he ganado el anillo negro! —se jactó ante su sobrina, vestida de amarillo y azul.
—Pero no tienes la corona. —La niña sonreía de manera burlona antes de pasar el dedo por el azúcar del cupcake para lamérselo a continuación.
—Estoy seguro de que la ganaré también —bromeó él—, creo que me quedaría genial una corona.
Zara soltó una risita y mi corazón se derritió. Supe que Ethan sería un padre maravilloso. Verle interactuar con Zara era muy tierno; me hinchaba el corazón y necesité frotarme la barriga para recordarme que todo aquello era real. Sí, una patada bajo mi mano. Sonreí de oreja a oreja mientras intentaba adivinar la posición de mi bebé. ¿Arriba estaba la cabeza o las nalgas? Decidí que mi pequeño ángel con alas de mariposa estaba cabeza abajo. Era divertido resolver enigmas como ese.
Algunas veces mi nueva vida me resultaba demasiado irreal. Era alucinante lo mucho que había cambiado en poco tiempo. Pero seguir adelante era la única opción, y deseo. El compromiso de Ethan conmigo, su devoción y amor, y nuestro bebé, ¿cómo iba a desear algo más?
Mi acompañante gimió a mi lado con suavidad. Ethan y Zara levantaron la cabeza y nos miraron. Comprobé la reacción de Ethan y decidí que lo mejor era quedarme allí y sonreír esperando lo mejor, y que fuera él quien sacara sus propias conclusiones.
—Tu perrito se parece a Sir Frisk —me informó Zara.
—¿Y quién es Sir Frisk, si se puede preguntar?
—El perro que aparece en un cuadro que hay en mi casa.
—¿De verdad? —Me sentí muy intrigada ante aquella información. Había examinado la mayoría de las piezas artísticas que tenían Hannah y Freddy en Hallborough, pero no recordaba ningún perro.
—Te lo enseñaré cuando vengas a casa. Es un cuadro de un perro precioso, tía Brynne —aseguró al tiempo que asentía con la cabeza muy seria, acariciando el lomo del animal desde la cabeza hasta la cola—. Se parece mucho a este.
Mi nuevo perro debía de pensar que había muerto y subido al paraíso de los perros cuando se tumbó a los pies de Ethan con una niña dedicada en cuerpo y alma a recorrer su pelaje recién lavado con suaves caricias. Creo que no podríamos obligarle a salir de nuestra casa aunque nuestras vidas dependieran de ello.
—Vamos a ver —intervino Ethan—, ¿quieres decir que mientras me peleo por conseguir una corona tú vas por ahí recogiendo animalitos perdidos? —preguntó secamente, mirándome con la cabeza ladeada y una ceja arqueada. Ceja que me resultaba tan sumamente sexy que podría lamerla.
—Eso me temo, Blackstone —respondí con contundencia—. Es un buen perro.
—Bueno, eso es evidente, nena. Te eligió a ti, así que debe ser bueno —dijo Ethan con ironía a la vez que se inclinaba para acariciar el cuello del animal—. ¿Vas a proteger a tu ama de toda clase de peligros? —preguntó al perro con seriedad, mirándole a los ojos como si fuera una persona—. ¿Mmm? Es un trabajo muy importante, pero alguien tiene que hacerlo. Si quieres el trabajo, tuyo es.
Me reí de lo dulcemente que se tomaba todo lo que yo hacía. ¿Había algún hombre más perfecto en la tierra que el mío? Lo dudaba mucho.
—¿Así que te parece bien que sea nuestro perro guardián aquí, en el campo?
—Sí, preciosa.
—¡Qué perro tan bonito! ¡Dios mío! Se parece muchísimo a Sir Frisk —comentó Hannah, inclinándose para mimarle. Le sostuvo la cabeza entre las manos y le estudió detenidamente—. Podría ser descendiente suyo.
—Eso es lo que me dice todo el mundo. Quiero ver ese cuadro.
—Ven… verás… —me dijo Zara, agarrándome la mano.
Ethan se quedó en la cocina con su hermana. Todavía no estaba preparado para subir unas escaleras como las de Hallborough.
—Tienes que cuidar de tu ama, jovencito —escuché que decía Ethan al perro en tono serio—. Y tú también tienes que tener cuidado —me dijo a mí, al tiempo que me daba una palmadita en la barriga y un beso en la frente.
—Lo haré. —Le puse la mano en la mejilla—. Te amo —susurré.
—Yo también —musitó.
Ese era mi Ethan, todavía al mando y protegiéndome a pesar de desplazarse con muletas. Estaba decidido a deshacerse de ellas antes de que saliera de cuentas y tener que sufrir solo la férula. Sabía que se sentía impotente porque no podía hacer todo lo que quería, pero no se había quejado ni una sola vez. Las piernas rotas terminan curándose.
Zara nos condujo al ala de huéspedes de la casa; la zona destinada a bed & breadfast. Esa era la razón de que no hubiera visto antes el retrato de Sir Frisk. Estaba en la galería, por supuesto, que en las casas tan majestuosas como Hallborough era una estancia más o menos elegante para presentar la colección de arte privada que la familia había ido adquiriendo a lo largo del tiempo. En la galería de Hallborough había bastantes esculturas de mármol y algunas pinturas extraordinarias, pero no había pasado allí demasiado rato estudiándolas con detenimiento. No había tenido tiempo; por ahora me había dedicado a mi jardín y al proyecto de decoración de Stonewell.
Zara se detuvo al final de un corredor con puertas a ambos lados que conducían a las habitaciones de los huéspedes. Encima de una mesa tallada había una pintura de buen tamaño, cuyo tema era un pastor alemán retratado con cuidadoso detalle, casi fotográfico en su ejecución. Al momento pensé en una cámara oscura y pensé que el artista debía haber utilizado una para pintar aquel cuadro. El animal se parecía mucho a mi nueva mascota, tanto en los tonos del pelaje como en la forma de su cuerpo. En la base del marco había una placa dorada en la que aparecían grabadas dos palabras: «Sir Frisk».
—Bueno, tenías razón, ¿verdad? —Brindé a Zara una sonrisa de oreja a oreja—. Son casi idénticos.
Ella soltó una risita.
—Ya te lo había dicho, tía Brynne.
—Me gusta ese nombre. ¿Qué te parece a ti, Zara?
Me miró con la cabeza ladeada.
—Es su nombre, Sir Frisk —dijo con autoridad, como si la decisión estuviera tomada desde el principio—. Puede jugar con Raggs, se harán buenos amigos.
—¿Qué te parece, Sir Frisk? —pregunté. Al chucho le colgaba la lengua y me miraba feliz, con la cabeza inclinada—. Puedo llamarle Sir para abreviar. —Le rasqué bajo la mandíbula, segura de que era objeto de su amor perruno sin tener en cuenta la manera en que le llamáramos. Pero aún así, debía poseer un nombre regio que armonizara con su rumboso aspecto—. Entonces será Sir Frisk —anuncié.
Justo en ese momento noté que se movía el bebé.
—¡Oh!, cielo, el bebé me ha dado una patada —le dije a Zara—. ¿Quieres sentirlo?
—Sí, por favor. —Tomé su mano y la puse debajo de la camiseta, apretando con suavidad. Ella abrió mucho los ojos y soltó un gritito de entusiasmo—. La he sentido moverse. Le gusta Sir Frisk y quiere jugar con él.
Me reí de sus ideas.
—Bueno, todavía no sabemos si el bebé será una niña. Podría ser un niño.
Zara ignoró la posibilidad olímpicamente.
—Es una niña, tía Brynne.
—¿Cómo lo sabes?
Ella encogió los hombros.
—Porque quiero que sea una niña.
Nadie como un crío para razonar las cosas con lógica. Desde que la conocía había aprendido que Zara tenía unas opiniones muy firmes. Sobre muchas cosas. Y no tenía ningún problema para expresarlas. Era, sencillamente, adorable. No importaba qué sexo tuviera mi bebé, Zara sería la mejor prima del mundo. Me sentí feliz al pensarlo.
En ese momento me llevé otra sorpresa.
Lancé otra mirada a la pintura de Sir Frisk porque había algo en ella que me resultaba muy familiar. Algo que me indicaba que conocía el estilo del artista. Había visto otras obras similares de él. Cuando eres restauradora te pasas muchas horas con una pintura y llegas a conocer al artista al dedillo. Ves cómo trata las pinceladas y su proceso se vuelve reconocible cuanto más tiempo pasas con su obra.
¿Sería posible?
Me acerqué y busqué frenéticamente la firma. El vidriado se había oscurecido con los años opacando la inscripción, así que no fue fácil encontrarla. Pero allí estaba. Las letras eran más pequeñas que las que solía usar el artista que tenía en mente, sin embargo sabía lo que buscaba. Saboreé la victoria cuando descubrí la letra T, seguida de MALLERT… El resto quedaba oculto por el marco. El corazón se me aceleró en el pecho al darme cuenta de lo que estaba viendo; una pintura desconocida, de un perro llamado Sir Frisk, pintado por la hábil mano del famoso Tristan Mallerton, creador de Lady Percival y centenares de obras maestras más. «¡Santo Dios! ¿Qué más tienen en esta casa?».
Tenía que hablar con Gaby y comunicarle aquella fabulosa e increíble noticia.
6 de febrero
Brynne era muy hermosa. La admiré desde la cama, desde donde tenía una impresionante vista de ella frente al espejo, peinándose el pelo. Siempre la había considerado preciosa, pero la conexión que teníamos ahora era mucho más profunda. Existían entre nosotros muchos sentimientos. El accidente había conseguido que se fragmentara el muro que contenía la parte más impenetrable de mí cuando necesité despedirme de ella en esa montaña suiza. Todo pareció revolverse y ordenarse dentro de mi psique. Ahora todo el horror que viví en el pasado era menos importante gracias al presente que tenía con ella. Brynne y nuestra vida juntos eran lo más importante para el hombre en el que me había convertido a estas alturas de mi vida. Era un concepto difícil de explicar con palabras, pero sabía cómo me sentía y era mucho mejor. Como si por fin hubiera podido superar los acontecimientos que me habían moldeado durante la última década; guardarlos por fin en su lugar, y olvidarlos.
Eso incluía a Sarah Hastings en mi caso, y a Lance Oakley en el de Brynne. Habíamos encontrado paz, a falta de un término mejor, en nuestra relación con esas personas. Me había disculpado con Sarah por mi responsabilidad en la muerte de Mike; a pesar de lo difícil que me resultó, era crucial para dejar atrás todo ese sentimiento de culpa. Eso era lo que me había ofrecido el día antes de irme a Suiza: el perdón. El doctor Wilson sabía lo que hacía cuando me asignó esa tarea. Aquello había dado un buen empujón a mi terapia, y me esperaba lo mejor.
Brynne tenía sus razones para reunirse con Lance Oakley y escuchar su versión de la historia. Yo no me creía ni una palabra de lo que le había contado, no creía que fuera verdad, pero también sabía que no importaba nada lo que yo pensara. Jamás había visto el vídeo y no pensaba hacerlo. Brynne tomaba sus propias decisiones, sobre todo cuando se trataba de su sanación emocional. Si lo que él había revelado la ayudaba a sentirse mejor consigo misma, lo apoyaba plenamente. De todas maneras, sería una gilipollez negar que me encantaba que Oakley se hubiera largado de Londres. Hubiera supuesto un problema que aquel cabrón hubiera decidido quedarse y ser su amigo. Podía ser razonable hasta cierto punto, pero aquel tío le había jodido la vida.
Resumiendo, tanto Brynne como yo habíamos aprendido una valiosa lección sobre la confianza y el respeto que debíamos tener ante lo que el otro consideraba más privado. Y que no era más importante que la felicidad de otra persona. Sabía que ella me amaba y ella sabía lo mucho que yo la amaba. Se lo demostraba cada vez que podía.
—¿En qué estás pensando? —me preguntó cuando salió del cuarto de baño, cubierta con un camisón transparente que no ocultaba nada. «Eso es mucho más bonito que aquel sudario que destrocé». Estaba muy embarazada, pero su fisonomía seguía tan delgada como antes y, salvo la barriga y los pechos, seguía igual para mí. «Mi preciosa chica americana».
—En nada. Solo en lo hermosa que eres. —Le tendí los brazos—. Ven aquí, nena.
Ella sonrió de medio lado y se subió despacio a la cama, retirando la sábana para dejarme expuesto. No creo que mi erección supusiera una sorpresa para ella. El sexo entre nosotros seguía siendo maravilloso aunque no pudiera hacerlo de pie o sostenerla mientras estábamos en ello. La pierna acabaría curándose y todo regresaría a la normalidad; volvería a hacer el amor con ella de la manera que me gustaba.
—Me lo figuraba —ronroneó antes de levantarse el camisón y colocarse a horcajadas sobre mis caderas. Se sentó sobre mi dura longitud con las piernas bien abiertas, de manera que sus resbaladizos pliegues besaron mi polla.
Arqueé la pelvis contra su húmedo calor y gemí ante el contacto.
—¡Joder, nena! ¡Qué bueno! —Me enfrenté al dobladillo de su camisón y se lo pasé por la cabeza antes de tirarlo a un lado con descuido—. Pero ahora está mucho mejor —añadí, paseando la mirada por su cuerpo desnudo. Jamás me cansaría de mirarla; me cautivaba, estuviera embarazada o no. Me incliné hacia uno de sus pechos y capturé el pezón con la boca mientras ella se mecía sobre mi pene de arriba abajo.
Me ofreció sus tetas para que me ocupara de las dos a fondo, succionando y mordiendo los pezones hasta que estuvieron duros y erectos, y ella a punto de correrse por frotar el clítoris contra mí.
—¿Quieres correrte, nena? —Busqué sus ojos y percibí la desesperación de su expresión—. Dime lo que quieres y te lo daré —susurré.
—Ah… Quiero correrme, pero quiero sentir tu polla en mi interior cuando lo haga… Que te corras conmigo. —Hizo girar sus caderas y siguió friccionándose contra mí. El aroma de su excitación flotaba en el aire, incitándome todavía más. En ese momento se levantó sobre las rodillas y tomó mi erección con la mano.
«¡Oh, sí! ¡Joder, sí!».
Bajó muy despacio, empalándose sobre mí.
Era una sensación acojonante, y gruñí de placer cuando sus músculos internos comenzaron a convulsionar ciñendo mi palpitante polla. Me apoderé de su boca con la lengua, que introduje todo lo que pude. Era una incontenible necesidad que no podía resistir, solo sabía que con ella tenía que comportarme así. Punto. También sabía que Brynne adoraba que yo fuera así.
Puse las manos bajo sus nalgas y comenzamos a follar con frenesí. La subía y la dejaba caer, cabalgando mi erección mientras la apretaba con sus músculos al tiempo que movía la pelvis. Aguantamos tanto como pudimos, deteniéndome a ratos para luego continuar. Dejé que fuera ella la que marcara el ritmo como más le gustaba. Seguiríamos haciendo el amor mientras ella quisiera. Siempre estaba dispuesto a complacer a mi chica, y me resultaba extraordinariamente sexy cuando ansiaba mi polla y no quería esperar. Me encantaba excitarla hasta que perdía los papeles y nos lanzaba a ambos al abismo cuando llegaba el momento en que cayéramos.
Llevó la mano atrás, en busca de mis testículos, que apretó al mismo tiempo que mi pene en su interior, haciéndome perder el control.
Y acelerando el ritmo de aquel polvo salvaje.
—Eres jodidamente perfecta, nena. Estar dentro de ti es increíble. No quiero salir nunca. Nunca dejaré de estar… en ti.
—No te detengas, Ethan. No se te ocurra pararte.
—Jamás, nena. Seguiré haciendo esto durante el resto de mi vida.
Busqué su clítoris empapado con los dedos y lo apreté mientras ella seguía montándome. Esta noche quería correrme al mismo tiempo, los dos a la vez. Era importante para mí. Quería sentir sus espasmos cuando me derramara en su interior; quería tragarme sus gritos mientras poseía su boca con mi lengua, paladeando su dulce sabor.
Por supuesto tuve que detenerme, después de que se corriera gritando mi nombre; después de que hubiera derramado todo mi ser en ella. Lo más importante era el significado de nuestras palabras, no su definición literal. Jamás dejaría de amar a Brynne y follarla de manera salvaje era, definitivamente, una manera de demostrárselo. Siempre habíamos conectado a nivel sexual, y se lo agradecía desde el fondo de mi alma al dios del sexo que nos había bendecido con ello. Sabía muy bien lo inusual y raro que era encontrar a alguien tan compatible.
La alcé por las caderas y la deposité sobre el colchón para que pudiéramos mirarnos el uno al otro. Todavía necesitaba clavar los ojos en los suyos y besarla después de hacer el amor. Parecía somnolienta y laxa después de alcanzar el clímax y me preocupé de que lo que acabábamos de hacer fuera demasiado brusco para aquella etapa tan avanzada del embarazo.
—¿Estás bien, nena? Quizá no deberíamos haberlo hecho así. —Le dibujé los labios con el dedo y ella abrió la boca para mí. Deslicé la yema entre sus labios y ella los cerró sobre la punta para acariciarla con la lengua y succionarla con suavidad. Sentí que mi erección despertaba de nuevo. «Ni se te ocurra, troglodita. No puedes».
—Mmm… no te preocupes. Ahora mismo me siento genial —murmuró con los ojos apenas abiertos—. Necesitaba ese orgasmo. Lo necesitaba mucho. Te amo…
—Y yo necesito besarte —repliqué al tiempo que me inclinaba sobre sus labios, con las cabezas apoyadas en la almohada.
Así que besé a mi chica y le dije todas aquellas cosas que era importante que le dijera y que ella necesitaba escuchar, hasta que nos quedamos dormidos con nuestros cuerpos enredados, tocándonos en todas las partes que podíamos.
Me sentía algo diferente. Satisfecho… y en paz. Era la primera vez que recordaba haberme sentido así y recé para que no fuera la última.