17
10 de enero
Londres
Neil y Elaina no aceptaban un no por respuesta. Me invitaban a cenar en su ático o venían al nuestro todas las noches desde que Ethan se marchó. Sabía que él les había pedido que cuidaran de mí, y confieso que me sentía más tranquila sabiendo que se encontraban al otro lado del corredor. Era algo que les agradecía profundamente.
Pero eran unos recién casados y necesitaban estar a solas. Neil y Elaina llevaban un tiempo intentando quedarse embarazados y si pasaban tanto tiempo conmigo dejarían relegada esa tarea. Cuando se lo comenté, los dos se rieron y cuchichearon entre ellos de tal manera que me pregunté si ya lo habrían conseguido y solo faltaba que lo anunciaran. Esperaba que así fuera. Formaban una pareja perfecta y, al profundizar mi amistad con ellos, me había enterado de que sus vidas estaban entrelazadas desde que eran niños. Parecía como si estuvieran predestinados a estar juntos desde siempre. Me encantaba ver que el amor había salido victorioso en su caso.
Lo que Ethan había dispuesto me molestaba, pero al mismo tiempo sabía que era típico de él. Era un hombre muy protector, cuidadoso y… preocupado. Me pregunté cómo estaría llevando aquel trabajo con el príncipe Christian en los Alpes suizos. Había odiado tener que marcharse tanto como yo. No habíamos tenido tiempo para limar asperezas y ahora me sentía peor.
Le echaba muchísimo de menos, necesitaba que regresara a casa. Quería compartir con él todo lo que Lance me había dicho. Y estaba preparada para escuchar cualquier cosa que Ethan quisiera contarme; retomar el tema donde lo dejamos esa horrible noche en la que nos peleamos por cosas por las que no vale la pena herir a la gente que amas. Por lo menos eso opino yo. Y sé que él piensa lo mismo.
Los tacos de pollo con aguacate y salsa de maíz eran mi nuevo antojo de embarazada. Intentaba conseguir que Neil y Elaina no vinieran a cenar conmigo, poniéndolos dos veces a la semana, pero no coló porque acabaron diciendo que les encantaba mi versión de la comida mexicana. ¡Benditos fueran sus corazones británicos! Al parecer los ingleses se habían rendido por fin a la gastronomía típica del país centroamericano. De hecho, si no veía claro mi futuro como restauradora de arte, podría ponerme a cocinar tacos en la calle y haría el agosto.
Me reí para mis adentros ante la idea de que Ethan me permitiera hacer tal cosa. Podría montar mi tenderete junto al puesto de periódicos de Muriel, en la calle donde se encontraban las oficinas de Seguridad Internacional Blackstone, y él no tendría más que bajar para obtener su almuerzo.
A Neil le encantaba cocinar, así que era el único que me acompañaba en la cocina. Elaina estaba en la habitación del bebé, trabajando en el mural que había planeado con su ayuda. Se trataba de un árbol lleno de pájaros y mariposas. El color y algunos detalles todavía estaban pendientes hasta que supiéramos si teníamos un Thomas o una Laurel.
—¿Sabías que esta fue la primera comida que preparé para Ethan? —comenté antes de meterme un trozo de aguacate en la boca y saborearlo a placer—. Lo acompañé de unas Dos Equis, y acabó aficionándose a la cerveza y la comida mexicana —añadí.
—Lo sé —repuso Neil con una risita al tiempo que añadía algunos condimentos a la cazuela donde se cocinaba el pollo—. Me hablaba de ti todo el tiempo. Decía que eras una cocinera magnífica y que tenía que probar una Dos Equis con una rodaja de lima.
—¿De veras?
—Sí. En ese momento supe que estaba colado por ti. Y no fue por la comida mexicana, sino por la cerveza. Apenas probó la Guinnes esa noche —explicó con un chasquido de dedos mientras meneaba la cabeza de manera pesarosa.
—Así es Ethan. Cuando toma una decisión, no hay vuelta atrás. —Suspiré teatralmente, recordando la discusión inconclusa—. Es un problema.
Neil dejó de picar el tomate y me miró.
—Pronto volverá a casa, Brynne. En este momento no quiere estar en ningún otro lugar.
—Lo sé, pero cuando se marchó acabábamos de tener una pelea. ¿Sabes por qué, Neil? —pregunté al darme cuenta de que seguramente sí lo sabría.
Él asintió con la cabeza.
—Sí. Vi las fotos en las que aparecías con Oakley en la cafetería. Los Tweets suponen una gran fuente de publicidad. Causó una gran expectación.
—No pensé en nada de eso. Solo era algo que tenía que hacer. Cuando regrese Ethan se lo explicaré todo, pero aquel no era el momento. ¿Me comprendes?
Los ojos castaño oscuro de Neil me miraron con afecto y comprensión.
—Tenéis que hablar, Brynne. Conozco a Ethan, sé que haría cualquier cosa por ti. Sería capaz de atravesar el fuego para regresar a tu lado.
Contuve un sollozo y me concentré en la salsa de maíz.
—Neil, ¿qué ocurre con Sarah Hastings? Cuando Ethan la vio en tu boda se quedó muy afectado, y no precisamente para bien. Me contó algo de lo que le ocurrió a su marido, Mike, y lo horrible que debió de ser presenciar su muerte. Adivino que eso forma parte de su trauma… Pero, al mismo tiempo, no comprendo por qué se siente tan devastado por ese recuerdo cada vez que tiene una pesadilla.
—¿Sarah? Ella está bien; sospecho que tiene algo que ver con la terapia de Ethan, pero no me ha contado nada… y no pienso preguntarle.
—Lo entiendo —convine con tristeza al darme cuenta de que no me quedaba más remedio que tener paciencia y esperar a que llegara el momento de que Ethan estuviera preparado para contarme el papel que jugaba Sarah en su salud emocional—. ¿Ethan te ha contando que asiste a unas sesiones de terapia en el Centro de Estrés de Combate con el doctor Wilson?
—Sí, Brynne. Ya iba siendo hora de que buscara ayuda. Sé que solo lo ha conseguido gracias a ti.
—Lo que le ocurrió fue horrible… —me interrumpí, incapaz de expresar lo que sentía al pensar en lo que Ethan había resistido.
Él dejó de preparar las verduras.
—Fue horrible, sí. Realmente sangriento.
—Sé que se siente culpable, me lo dijo, pero ¿por qué? No fue culpa suya ser capturado y torturado.
Neil hundió la cabeza y cerró los ojos durante un momento. Se mantuvo inmóvil, con la cabeza inclinada sobre la encimera durante un buen rato. Pensé que no me contaría nada, que no podía debido a las estrictas reglas que observaban en el ejército británico. Por fin, tomó el cuchillo y volvió a picar las verduras en trocitos al tiempo que empezaba a hablar.
—No sé todo lo que ocurrió, pero sí lo suficiente como para encajar todas las piezas. Ethan me contó lo que pudo, y el resto lo sé porque escuché las comunicaciones entre la base y su patrulla cuando estaban allí fuera. Yo también dirigía una unidad, como Ethan. No estaba presente en ese momento, solo ellos; Ethan y sus hombres. Eran cinco los que estaban bajo sus órdenes, y Mike Hastings era uno de ellos. Ninguno salió con vida. Mike sobrevivió a la emboscada, como Ethan, y ya sabes lo que les pasó allí. Ethan pasó por un interrogatorio cuando regresó; dijo que el día que tenían pensado ejecutarlo, el edificio donde estaba preso fue alcanzado por una bomba y quedó destruido. Nadie sabe cómo es posible que saliera de allí vivo. Ni siquiera él. Siempre ha dicho que no se explica que no quedara aplastado por los escombros. Fue un milagro.
Contuve el aliento mientras Neil me aclaraba algunos porqués. Sucesos sobre los que Ethan no era capaz de hablar. Ahora sabía por qué, y se me rompía el corazón solo de pensar en lo mucho que tuvo que sufrir.
—No es de extrañar que tenga esas alas tatuadas en la espalda —susurré.
—Sí. —Neil revolvió el pollo en la cazuela antes de seguir hablando—. Las torturas que sufrieron Mike y él fueron brutales, y sé que Ethan se siente culpable por su pérdida. Cree que lo que les puso en peligro fueron las decisiones que tomó como oficial al cargo; que cinco hombres perdieron la vida por haber seguido sus órdenes.
—Pero era una guerra. ¿Cómo va a ser culpa suya? —Eché a Ethan de menos todavía más que antes y quise sentir sus brazos rodeándome, su pecho, con aquel corazón feroz, valiente y hermoso que latía en su interior palpitando contra el mío.
—La guerra es una putada la mires como la mires. Pero lo que le ocurrió a su unidad fue de las peores. Les tendieron una emboscada poniendo a una madre muerta en medio del camino, con su bebé llorando junto a su cuerpo. La criatura no tenía más de tres años. Las horas pasaban y seguían llegando comunicaciones. Ethan quería rescatar al niño y, después de pasar muchas horas discutiendo sobre ese particular, recibió el visto bueno. Pero se trataba de una trampa. Los talibanes utilizaron a esa mujer y a su hijo para quitar del medio a una unidad de élite; a los compasivos occidentales a los que jamás se les ocurriría que alguien era capaz de utilizar ese señuelo. Y funcionó. Ethan salió del escondite y recogió al crío, pero la criatura recibió un disparo y solo sobrevivió unos segundos más entre sus brazos. Luego hubo un intercambio de tiros y, al final, habían muerto dos civiles, cuatro de los miembros de la unidad y Mike y Ethan habían sido apresados.
«¡Ay, Dios mío!».
No pude articular palabra. ¿Qué decir? ¿Acaso había algo que añadir? No, nada podría hacer que las sensaciones que provocaba esa historia fueran menos intensas, no importaban los años que hubieran pasado. Me froté la barriga y pensé en Ethan, en cuánto le amaba. Tenía mucho más a sus espaldas de lo que había pensado cuando nos conocimos. Era un auténtico héroe en toda la extensión de la palabra; había prestado un honorable servicio a su patria y sufrido mucho por ello.
—Gracias por contármelo, Neil, eso me ayuda a… a entender.
Y me ayudaba, pero conocer la verdad también era horrible. Sentí náuseas, y supe que no podría comer lo que estábamos preparando. ¿Cómo habían sido capaces ellos de volver a comer cuando tenían almacenadas en su mente experiencias de ese calibre? Sabía cómo funcionaba la cabeza de Ethan y que se sentía culpable de esas muertes… ¡Cómo debía sufrir cuando volvía a revivir en sueños aquellos acontecimientos!
—Le amo. Haría cualquier cosa para ayudarle —pude decir al cabo de un rato.
—Ya le ayudas, Brynne. Tu amor le ha ayudado más que cualquier otra cosa.
Cuando me despertaron a la mañana siguiente de un pesado sueño en mi solitario lecho, me sentí alarmada; cuando vi que Elaina había entrado para despertarme supe que había ocurrido algo horrible; cuando percibí a Neil revoloteando junto a la puerta, comencé a llorar y a abrazarme a mí misma; cuando escuché las palabras que me confirmaban que a Ethan le había ocurrido algo, grité.
Lancé auténticos alaridos, rogándoles que no me dijeran nada.
Suiza
La luz verde de neón me deslumbró. ¿Qué cojones pasaba? Intenté apartar aquello de mi cara, pero no lo conseguí.
—¡Ethan…! ¡Joder, tío! Mira que nos ha llevado tiempo encontrarte.
—¿Qué? —Intenté enfocar la vista, pero el sol era demasiado brillante y la luz jodidamente intensa. Lo único que podía ver era aquel llameante resplandor de intenso color verde; un color que me recordaba la cazadora que llevaba puesta Christian cuando se deslizó por la ladera delante de mí, antes de la…
—¿Eres tú, Christian? Estás bien —balbuceé—. Menos mal. —Me sentí tan aliviado de que hubiera sobrevivido que podría besar a aquel pequeño capullo si pudiera sentir la cara. El rey todavía tenía heredero. Gracias a Dios—. Dime, quiero saber… ¿están bien los otros chicos?
—¡Sí! Lo están, y tú también, Ethan.
¿Lo estaba? No estaba de humor para gilipolleces.
—Estoy inmovilizado en la montaña sin poder caminar, tengo la pierna jodida. —Me alegraba de que Christian y los chicos estuvieran bien, pero yo no iba a salir con vida de allí a menos que me sacaran ya. Estaba mal y lo sabía. Apenas podía ver la cara de Christian; me resultaba difusa… Estaba cansado, muy cansado.
—Lo sé —convino antes de poner algo duro contra mis labios—. Bebe. Te ayudará.
Succioné el líquido, pero no sabía qué era. No sentía nada más que cansancio. Entonces recordé lo que necesitaba hacer. Lo que era más importante en el mundo. Aparté la bebida.
—¿Llevas un móvil encima, Christian? He perdido el mío. Tengo que darle… a mi esposa… un mensaje… Necesito hacerlo.
—Espera, Ethan, están llegando. Te pondrás bien, tío.
—No… necesito hablar con Brynne ya. —Tenía que conseguir que me entendiera.
—No hay cobertura. No podrás hablar con ella.
—Da igual… Lo recibirá cuando la haya. Un mensaje de voz… eso servirá. —Intenté aferrarle para que me entendiera—. Ayúdame, por favor.
—Está bien, Ethan. Vale. ¿Cuál es su número?
Le dije los números con cuidado porque no quería equivocarme. Esto era muy importante y no quería joderlo.
—Ahora, ponlo para grabar un mensaje de voz… y déjame hablar.
Christian me puso el aparato en la mano. Resultaba difícil agarrarlo con los guantes, pero él me ayudó a sostenerlo y me dijo cuándo debía comenzar a hablar.
—Brynne, nena, no… No quiero que te asustes, ¿vale? Te amo y ahora mismo soy feliz. Estoy muy, muy contento porque pude estar contigo… y amarte. Todavía seguiré aquí, a tu lado, solo que en otro lugar, para ti y para nuestro pequeño Laurel-Thomas. —Intenté con todas mis fuerzas seguir hablando y terminar el mensaje, pero era duro despedirme. ¿Cómo era posible que tuviera que hacerlo? Pero aún así, necesitaba decírselo. Nada iba a detenerme…—. Tú me has hecho real, preciosa, y te amo también por eso. Siempre lo haré… Siempre.
Listo. Lo había conseguido. Ella me escucharía una última vez y conocería… mi verdad.
Ahora ya podía cerrar los ojos y dormir. Estaba tan cansado…
Floté durante un tiempo sin dirección, pacíficamente… Iba a alguna parte pero no sabía adónde. Una idea me envolvió y recordé a mi madre. Volvería a verla… Era un pensamiento muy agradable. Me sentí libre e ingrávido, como si estuviera siendo sostenido desde arriba por algo… Algo ligero.
¿Unas alas?
Así era justo como lo percibía; como si unas alas me sostuvieran desde la espalda. Plumas sedosas formando dos arcos fluidos. Suaves pero muy fuertes. Al cabo de un rato supe a quién pertenecían. Eran alas de ángel.
Me estaba sosteniendo un ángel.
12 de enero
Londres
—Regresa conmigo… Estoy aquí, Ethan. Siempre contigo. Solo tienes que regresar cuando estés preparado. Te estaré esperando con Laurel-Thomas. Te necesitamos. Tienes que conseguirlo. Te necesito a mi lado y jamás te dejaré marchar. Nunca…
Me quedé junto a mi hombre en el hospital, a lado de su cama. «Regresa conmigo, cariño». Estaba en el mismo hospital en el que habíamos visitado a Lance. Sin embargo, me sentí agradecida. Ethan estaba allí, conmigo; podía tocarle, verle, y los médicos podían ayudarle. Neil había movido algunos hilos hasta lograr que lo transportaran en avión hasta Londres. Ivan también ayudó. No sé qué habría hecho sin ellos. Conocían a la gente adecuada para conseguir que todo se pusiera en movimiento. Si Ethan hubiera permanecido en Suiza, en un lugar al que yo no podía ir, hubieran tenido que atarme.
Creo que Jonathan y Marie querían obligarme a regresar a casa, pero yo no pensaba moverme de allí. Por fin, se habían ido a buscar algo de comida y regresarían más tarde. Podían quejarse, intentar tener mano dura conmigo, pero no les serviría de nada. Sabía muy bien dónde tenía que estar.
—No te dejaré solo, cariño. Estaré aquí cuando te despiertes.
Aún así, tampoco podía hacer demasiado por él. El personal del hospital se ocupaba de todo. De darle unos puntos de sutura debajo del ojo derecho, en lo alto del pómulo; ahora tendría una cicatriz allí. De la intervención quirúrgica para curar la pierna izquierda; tenía rotos la tibia y el peroné, pero ya le habían unido de nuevo los huesos y se recuperaría más rápido gracias a los clavos que le habían puesto. Mi marido estaba ahora durmiendo. Necesitaba descansar para que su cuerpo pudiera sanar.
Así que permanecí allí, sentada, hablándole.
—Recibí el mensaje que me dejaste desde el teléfono de Christian. Ese chico se mostró muy tierno y preocupado por ti. Me llamó para hablar conmigo porque no quería que me asustara al escuchar tu mensaje. Me contó todo lo que había pasado, que querían hacer backcountry, y que tú les indicaste cómo debían actuar si surgían problemas. Me aseguró que habían seguido tus instrucciones y que gracias a eso seguían vivos. Se siente fatal porque tú hayas sufrido…
Sentí una mano sobre el hombro.
—Tenían el de sabor a frambuesa. Espero que te guste. —Ivan me tendió una taza de té caliente—. Oh, y te he comprado esto también. —Me tendió una barrita energética—. Cómela, por favor.
Le miré lentamente, en estado de shock. Sus palabras, el gesto… eran idénticos. Contemplé a Ivan, que seguía de pie a mi lado, mirándome con el ceño fruncido. Alto, con los ojos verdes y el pelo más largo… Tan apuesto como su primo, pero diferente. Ivan tenía una apariencia un poco más refinada y Ethan había sido bendecido con una dureza que le hacía parecer más tosco. Sin embargo, la genética que compartían era evidente para cualquiera. Tenían la misma sangre y la misma mentalidad.
El que Ivan me ofreciera una barrita energética hizo que mi memoria se viera inundada al instante por vívidos recuerdos de aquella primera noche, cuando Ethan me llevó a casa después de asistir a la exposición de Benny. Pude oler su aroma, sentir el calor de los asientos calefactados del Rover. Era como si estuviera otra vez con él; la manera en que colocó la barrita energética en mi rodilla y cómo esperó a que me la comiera antes de poner el coche en marcha. Aquella actitud de no me jodas y la intensa dosis de persuasiva dominación que no podía ocultar.
«Regresa conmigo, Ethan…».
—Vale. —Asentí con la cabeza y sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas. Las retuve como pude; quería ser fuerte para Ethan.
—Buena chica —dijo con suavidad, acercando una silla para ponerla a mi lado—. Se cabrearía si supiera que no te cuido.
—Lo sé —repliqué con un hilo de voz, mordiendo un bocado y masticándolo. Me supo a serrín pero lo tragué de todas maneras, luego bebí un sorbo de té. Mi pequeño ángel con alas de mariposa necesitaba alimentarse aunque yo no tuviera hambre.
—Gracias, Brynne. —Me sonrió con suavidad. Este Ivan era muy diferente al que había conocido hasta entonces. Ivan Everley era una devastadora combinación de encanto, sexualidad y cinismo, pero no se comportaba así en este momento. Era muy evidente que también estaba preocupado por Ethan. La relación que mantenían era más propia de unos hermanos que de unos primos, lo había notado desde el principio. Eran hermanos en el corazón; donde realmente importaba.
—El día que conocí a Ethan, me compró una barrita energética y me obligó a comerla —le expliqué.
Noté que las lágrimas me resbalaban por las mejillas e intenté secarlas con el dorso de la mano.
Ivan me rodeó los hombros con un brazo y me estrechó con fuerza.
—Ethan te adora. Sé que regresará con nosotros. Le conozco. Sé cómo funciona su mente. Luchará para regresar a tu lado, Brynne.
Asentí con la cabeza. No podía hablar, solo era capaz de creer. Las palabras de Ivan eran ahora mi esperanza, no podía permitir que otros pensamientos y dudas inundaran mi cabeza.
Permanecimos allí juntos, dándole tiempo para que volviera a nuestro lado.
Por fin la olí otra vez. Su aroma inundaba mis fosas nasales y aspiré con fuerza. Una bocanada de Brynne. Pero ¿cómo era posible? Me había despedido de ella en la montaña y, sin embargo, ahora me sentía muy diferente.
Increíblemente diferente.
Ahora podía percibir mi cuerpo. Mis manos, mis dedos, mi cabeza.
«¿Esto quiere decir que… que lo he conseguido?».
¡Sí! ¡De puta madre! Me sentí eufórico. Estaba vivo… y Brynne estaba a mi lado. Era lo mejor que me podía pasar. La sentí; me acariciaba el pelo con los dedos una y otra vez. Eran unos dedos que conocía muy bien, que pertenecían a una mano que había sentido, sostenido y besado. Me frotó lentamente el cuero cabelludo. Era su mano… Brynne me tocaba y eso era lo más jodidamente perfecto del mundo. Quise decirle cuánto la amaba, que estaba bien… pero todavía no podía hablar. Lo único que podía hacer era inhalar su olor, disfrutar de las sensaciones que provocaba con sus caricias. De alguna manera, y gracias, sin duda, a la intervención divina, había sobrevivido. Recordé las alas de ángel que me sostuvieron mientras flotaba entre la vida y la muerte. Me había ocurrido lo mismo otra vez.
«Gracias, mamá. Otra vez».
Sentía un alivio total y absoluto. Y supe que podía dejar de luchar… Que podía descansar un poco más, con mi chica al lado.
Pequeñas patadas y codazos impactaron contra mi mano. Los adoraba. Siempre me hacían sonreír. Sabía exactamente lo que sentía. Laurel-Thomas hablaba con papá. «Te has puesto muy fuerte, pequeñajo». Froté la mano sobre la forma del bebé, intentando adivinar qué parte de su cuerpo tocaba. ¿Se trataba de su diminuto trasero o de su cabeza? Sentí más patadas en la palma y sonreí. Era una sensación increíble. Una bendición; un perfecto y hermoso regalo que no esperaba.
—Ethan se ha reído. ¿Lo has visto, Ivan? Se ha reído al sentir una patada. —Conocía esa voz. Era mi Brynne hablando con Ivan.
Abrí los ojos.
—Funcionó —susurró ella—. Has regresado.
El rostro de mi chica era un mapa de lágrimas y preocupación. Parecía exhausta, con oscuras ojeras y el pelo hecho un lío. Tenía los ojos rojos de llorar pero, aún así, era la imagen más hermosa que había contemplado en toda mi miserable vida.
—Brynne… nena… —Sonreí y recorrí con la vista cada recoveco de su cara, bebiendo de su mirada durante un segundo—. En esa montaña soñé contigo para calentarme… para estar a salvo. Cuando sueño contigo sé que no me puede pasar nada malo, me siento feliz y no tengo miedo.
—¡Oh, Ethan! ¡Ethan! ¡Ethan! —sollozó, hundiendo la cabeza en mi pecho al tiempo que movía la frente. Intenté descubrir dónde estábamos y supuse que se trataba de una cama. Estábamos los dos tumbados de costado, frente a frente. Brynne se había subido a mi lecho, por eso la podía oler. Incluso había avanzado un paso más allá al poner mi mano sobre su barriga para que pudiera sentir a Laurel-Thomas moviéndose en su interior. Entre los dos me habían traído de vuelta.
Miré a mi primo y pude leer sus labios: «Bienvenido».
«Gracias», respondí de la misma manera, agradeciéndole que hubiera ayudado a Brynne mientras yo estaba fuera de juego. Entonces me brindó una amplia sonrisa y se dirigió hacia la puerta al tiempo que se llevaba la mano a la oreja haciendo un gesto universal: «llámame por teléfono».
—Te amo con todas mis fuerzas —susurré, intentando mantener a raya mis emociones. Le sujeté la barbilla con una mano y busqué sus labios con los míos. Pero antes de besarla necesitaba ver sus ojos. Solo después de que me hubiera sumergido en toda la gloria multicolor de sus iris, la besaría durante un buen rato.
Creo que estaba un poco ida, porque no hacía más que repetir lo mismo.
—Has regresado…
—Sí, preciosa. Fuiste tú la que me trajo de vuelta. Tú y… también ayudó un ángel.
15 de enero
Ethan estuvo muy quieto mientras nos dirigíamos a casa desde el hospital. Era Len quien conducía, nosotros íbamos en el asiento de atrás. Él me apretaba los dedos con fuerza, aferrándolos con tanta intensidad que casi resultaba incómodo, pero no quería apartarle. Ethan necesitaba tocarme, incluso aunque solo fuera la mano.
Su padre me había llamado y me había preguntado qué me parecía cenar juntos para celebrar su regreso a casa, pero me excusé y lo pospuse hasta la semana próxima. Ethan no estaba para ver a nadie y, francamente, yo tampoco. Su accidente me había vuelto paranoica y si me ponía a pensar lo cerca que había estado de morir me daría un ataque de pánico. Sabía que eso no sería bueno para el bebé, así que prohibí la entrada en mi mente a esa línea de pensamientos. Por ahora solo lo quería tener cerca de mí, donde yo pudiera cuidarle; ayudarle a curarse.
Ethan entró en el ático por su propio pie; usando las muletas, pero por sus medios. Cerré la puerta con llave en cuanto traspasó el umbral y le seguí a la sala.
Se detuvo en el centro y se quedó allí, con los ojos clavados en mí con aquella brutal crudeza que aparecía en su expresión cuando nos quedábamos solos.
—Ven aquí —susurró con brusquedad.
Fui hacia mi Ethan.
Me rodeó con los brazos al instante y me estrechó contra su cuerpo con todas sus fuerzas. Jadeé sorprendida. Las muletas cayeron al suelo con un golpe seco cuando las soltó para agarrarme. La desesperación que mostraba se había apoderado del momento y supe por qué; mi hombre se había visto traumatizado, otra vez, por la amenaza de una muerte inminente. Había estado seguro de que moriría en esa montaña sin tener la oportunidad de volver a verme, de conocer a nuestro bebé, sin decirnos que nos amaba ni despedirse como quería. Su soporte habían sido sus recuerdos sobre mí; eso fue lo que le ayudó a enfrentarse a la experiencia. Al no morir, se vio empujado hacia la realidad y se vio forzado a procesar que había sobrevivido. Una completa locura.
—Ethan. Estoy aquí, cariño. Déjame ayudarte.
—Necesito… necesito estar contigo. —Indagó en mi cuello, arañándome con la barba incipiente cuando apretó la cara contra mi piel.
Di un paso atrás, obligándole a mirarme y a concentrarse en mis palabras.
—Vámonos a la cama y olvidémonos de todo lo demás por el momento. Solos tú y yo. —Una mirada de dolor atravesó su expresión—. Y luego, más tarde, podremos hablar de todo eso que dejamos pendiente antes de que te fueras a Suiza. Pero ahora mismo los dos necesitamos estar juntos, muy cerca, y sentirnos el uno al otro durante un rato.
Él cerró los ojos un segundo y luego los entreabrió con una mirada de alivio.
—Sí… por favor… —Bajó la vista al suelo, donde habían caído sus muletas. Me incliné para recuperarlas y se las di. Sus duros rasgos se habían suavizado cuando las tomó—. Me gustaría poder decirte cuanto te amo… pero no existen palabras suficientes para poder expresarlo.
—Lo sé.
Me siguió a nuestro dormitorio y se sentó en el borde de la cama. Esta vez dejó las muletas donde podría alcanzarlas cuando necesitara levantarse otra vez. Me detuve entre sus piernas y sentí que subía las manos a mi cintura para acercarme más. Sepultó la cara entre mis pechos al tiempo que ahuecaba las palmas sobre mi trasero e inhalaba mi aroma.
Ethan estaba tratando desesperadamente de perderse en mí.
Sabía que lo que necesitaba en realidad era un polvo duro y salvaje, pero también que, tal y como estábamos los dos, no podría dárselo más de lo que él podría dármelo a mí. Tendríamos que explorar otras alternativas.
Di un paso atrás hasta que me quedé fuera de su alcance, pero todavía cerca.
Comencé a desnudarme sin alejar la mirada de la suya.
—Quiero que recuerdes la primera vez que estuvimos juntos en esta cama… La primera vez que hicimos el amor.
Me desabroché la chaqueta de punto y la dejé caer al suelo. Él siguió la caída de la prenda y luego volvió a mirarme.
—Lo recuerdo —dijo.
—Entonces vamos a regresar juntos a ese momento —susurré—. Teníamos mucho cuidado el uno con el otro porque no sabíamos lo que el otro quería, o necesitaba.
Sus ojos azules se oscurecieron.
—Esa noche apenas podía creerme que hubieras accedido a venir aquí conmigo. Me moría de deseo por ti, Brynne. Nunca había deseado tanto a nadie.
Tragué saliva y me puse otra vez entre sus piernas. Tomé el dobladillo de la camiseta y se la pasé por la cabeza.
Él hizo lo mismo con mi vestido gris, aunque solo lo subió hasta donde pudo y yo tuve que inclinarme para ayudarle.
Me enderecé.
—Yo te deseaba con la misma intensidad esa primera vez, Ethan. Igual o más. —Me desabroché el sujetador y lo dejé caer. El sonido casi inaudible que produjo al tocar el suelo resonó en la habitación, incrementando la tensión.
Sus ojos ardieron cuando vio mis pechos pesados y alargó la mano para tocar uno. Dibujo la carne con la punta de un dedo, trazando un amplio círculo que se fue haciendo más pequeño en cada vuelta hasta que terminó en el pezón.
Alzó la mirada hasta la mía.
—Lo que más quería en el mundo era complacerte. Quería que te corrieras y escuchar tus gemidos cuando lo hicieras.
Me agaché y le desaté el zapato derecho. Él se apoyó en los codos, tendiéndose en la cama boca arriba, y arqueó las caderas para que pudiera quitarle los pantalones de chándal por las piernas y la férula.
Mi hombre era absolutamente hermoso, acostado allí, desnudo, con su pene erecto por completo. Supe qué sería lo primero que haría.
Me arrodillé en el suelo, junto al borde de la cama, entre sus piernas.
—¿Y qué dije cuando me corrí? —pregunté con un susurro al tiempo que tomaba su dura polla con la mano y la acariciaba de la raíz a la punta, dejándola erecta sobre sus abdominales.
Él contuvo la respiración y cerró los párpados presa del placer, pero respondió a mi pregunta.
—Ethan… Dijiste, Ethan.
Cubrí el glande con la boca y lo conduje al fondo de mi garganta.
Ella me dio justo lo que necesitaba en ese momento. No sé cómo supo que era eso precisamente, ni por qué lo anhelaba tanto, pero Brynne siempre sabía lo que yo precisaba.
Después de haberme llevado al éxtasis con su hermosa boca, le devolví el favor, feliz de sentir la exquisita percepción de aquel cálido y seguro lugar que se estremecía bajo mis labios, que palpitaba en torno a mi lengua. La escuché gritar mi nombre algunas veces antes de terminar de darle placer.
Más tarde nos dormimos juntos, con los cuerpos acoplados, con el silencio envolviéndonos mientras seguía en su interior. Dormí durante horas.
Fue el mejor sueño de mi vida, con mi preciosa chica rodeándome.
Y no olvidé mostrarme agradecido.