Capítulo

16

9 de enero

Suiza

Había descubierto que el joven príncipe era, en realidad, un hombre del Renacimiento. Tenía muchas habilidades ocultas, sobre todo con las damas. No era de extrañar que su abuelo estuviera preocupado por él; el muchacho podía correr serios peligros allí, en los XT Europe…

De morir follando.

Los gritos de la orgía que había montado al otro lado de la pared me ponían de peor humor. Estaba de mala hostia y el adolescente salido de la habitación de al lado no era el único responsable. Necesitaba hablar con Brynne y escuchar su voz. Era lo único que podría conseguir que esos días fueran medianamente tolerables.

Cuando nos separamos no estábamos precisamente bien. Cada uno de nosotros guardaba una larga lista de horrible secretos. En el momento que las fotos de su encuentro con Oakley aparecieron en un Tweet, recibí un mensaje. Me sorprendí, por supuesto, pero lo que hizo que me sintiera perdido fue cuando ella llegó a casa y me di cuenta de que no iba a contarme por qué se había reunido con el hombre que le arruinó la vida y consiguió que estuviera a punto de suicidarse.

Perdido. «Así es como estoy ahora, sin mi chica».

Rellené el vaso con la botella de Van Gogh y lo bebí de un trago. Era mi licor favorito cuando necesitaba beber. Y sin duda iba a necesitarlo para conciliar el sueño si todos aquellos «¡Oh, joder, sí!» o «¡Así, nenas!» no se detenían. Seguramente Su Alteza Real tenía que dejar de follar en algún momento, así que el silencio podía ser una posibilidad a considerar. «¡Por favor, Dios mío, sí!».

Brynne no me había contando nada sobre su reunión con Oakley ni mientras, ni después de la bronca que tuvimos. Todavía no sabía por qué había quedado con él y quizá no lo sabría nunca.

Ella me repitió lo mismo varias veces: «Ahora no puedo hablar de eso, Ethan, y vas a tener que aguantarte hasta que pueda hacerlo».

Cuando seguí presionándola, se enfadó por completo y comenzó a atacarme con acusaciones sobre Sarah y las reuniones privadas que mantenía con ella, afirmando que la dejaba fuera a favor de Sarah. ¿Era cierto? Yo no lo creía, pero cuando comenzó a preguntarme qué había hablado con Sarah esa noche no pude decírselo. Todavía no estaba preparado.

Su rostro me reveló lo herida que se sentía, pero me imaginé que era solo el reflejo de mi propia frustración. Jamás habíamos estado en esa posición antes. Mantener el silencio sobre determinados asuntos había moldeado nuestro carácter… y era jodido.

Creo que habríamos resuelto la situación si hubiéramos dispuesto de tiempo.

Sin embargo, no lo tuvimos. Había tenido que viajar para llevar a cabo este puto trabajo de mierda, dejándola sola, embarazada y triste. Bueno, no estaba completamente sola, me había encargado de que Neil y Elaina la mantuvieran bajo vigilancia.

Mi chica y yo tendríamos que resolver serios problemas cuando regresara, y así se lo había dicho a la mañana siguiente, antes de marcharme.

En ese momento ella tenía los ojos llorosos, rojos e hinchados, pero asintió con la cabeza; estaba de acuerdo conmigo.

La besé antes de salir y sus dulces labios se derritieron bajo los míos cuando me rodeó el cuello con los brazos para estrecharme con fuerza. No quería marcharme y, sin embargo, tuve que hacerlo. ¡Joder! Mantenía la esperanza de que solucionaríamos todas nuestras diferencias y acabaríamos con aquellas dudas e inseguridades que acarreábamos los dos, no nos quedaba otra alternativa.

—Vuelve a mí —me había dicho tras encerrar mi cara entre sus manos. Supe que aquellas palabras no se referían solo a mi presencia física y comprendí lo que quería decir.

—Nada impedirá nunca que regrese contigo —aseguré—. Ni contigo, pequeñajo —susurré contra su barriga.

Y lo decía en serio.

break

El traqueteo que me despertó no era precisamente de los agradables. De hecho, quienquiera que lo estuviera haciendo necesitaba con urgencia una lección de educación… y como no dejara de hacer el tonto serían mis puños los que se la darían.

—¡Ethan! ¡Levántate de una puta vez, tío! ¡Queremos hacer backcountry!

Miré el despertador, parpadeando; eran las 3:12 a.m. Salí trastabillando de mi cama caliente y me acerqué a la puerta para encontrarme allí a mi joven pupilo, vestido para salir, con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Ahora? —ladré—. ¿Quieres subir ahora a la montaña, Christian? —Podría desear que aquello fuera un mal sueño, pero sabía de sobra que no lo era.

Él se rio.

—Venga, vístete. Si no espabilamos perderemos el día. Si salimos ahora podremos estar en la cumbre cuando amanezca. Necesito un buen chute de adrenalina.

—¿No los has tenido ya? ¿Qué fueron todos esos polvos que escuché a través de la pared? —Era una pregunta muy lógica. ¿Cuándo cojones dormía ese niñato? Tenía dinero, belleza, estaba en forma y se había convertido en una celebridad; el mundo estaba a sus pies. Lo cierto es que no podía culparle por ello, pero eso no impedía que aquella situación me pareciera una puta mierda.

—Eso solo fue un poco de acción antes de acostarme. —Se encogió los hombros y se balanceó sobre los pies; parecía nervioso y ansioso por ponerse en marcha. Dudaba que se hubiera metido algo porque si lo descubrían en el antidoping su carrera se acabaría. Creo que aquello era producto de… de su manera de ser y de la exuberancia natural de los diecinueve años.

«¡Su puta madre! Como nuestro bebé salga así de hiperactivo, estoy jodido».

Gemí para mis adentros al tiempo que meneaba la cabeza y ponía los ojos en blanco.

—Dame un momento para arreglarme, ¿vale?

—Eso está hecho, tío. —Volvió a sonreír de oreja a oreja y me sentí viejo por primera vez en mi vida.

break

Christian y sus cuatro adláteres eligieron la nieve compacta de una alejada pista de esquí, pero eso no hizo que me sintiera más seguro porque era bien consciente de los riesgos. Les ordené claramente que llevaran la pala y sus kits de supervivencia, así como las balizas. Había visto en más de una ocasión que la gente se volvía eufórica en estas travesías, haciendo backcountry en la nieve, y no veía los peligros. La calidad de la nieve podía cambiar con rapidez y, en solo unos metros, tener condiciones diferentes. Había presenciado cómo una avalancha sepultaba a unos esquiadores en menos de un segundo. Algunos habían acabado muertos por no pensar con la cabeza.

—Recordad lo que os dije, buscad protección entre los árboles si escucháis un rugido a vuestras espaldas. —Les miré uno a uno—. Y no os paréis bajo ningún concepto. Continuad a cualquier precio.

Christian se rio de mí disimuladamente.

—Sí, papá —dijo. Me fijé en que tenía los ojos como Brynne; que cambiaban de color con la luz y la tonalidad de la ropa. Hizo que la echara todavía más de menos.

—Estoy hablando muy en serio. No hagáis el tonto si hay una avalancha.

break

La tercera pista abandonada que eligieron no tenía buen aspecto. Les dije que ni hablar; demasiado polvo recién caído y nieve poco compacta significaban peligro.

Los chicos no me hicieron caso y decidieron bajar por ella. Lukas y Tobias dejaron las primeras huellas y desaparecieron antes de que pudiera volver a llamarlos. Jakob y Felix no se quedaron atrás.

—¡Vamos, Ethan! Si no es ahora, ¿cuándo? —gritó Christian alegremente al tiempo que seguía a sus amigos. Su chaqueta color verde neón se alejó cada vez más.

No me quedó más remedio que seguirle.

No estoy seguro de qué la provocó, pero escuché el rugido antes de ver la nube.

«¡Mala suerte!».

Me dirigí hacia un bosquecillo y busqué el árbol más grande que pude encontrar para agarrarme a él. La nieve en tromba me alejó del tronco y me arrastró montaña abajo. Lo perdí todo de vista, a todos los demás… Solo podía rezar para que los chicos estuvieran a salvo.

Sentí una sacudida por debajo de la cintura y escuché un chasquido. No tuve dolor, solo la conciencia de que una roca me había detenido. Lo mucho que sobresalía impidió que me quedara sepultado por una segunda oleada de nieve un minuto después.

break

Cuando abrí los ojos, podía ver el cielo, lo que era una buena indicación. Quería decir que no estaba enterrado debajo de metros de nieve. Podía respirar. Bajé la mirada y descubrí que el chasquido había sido producido por una rotura. Tenía la bota izquierda girada ciento ochenta grados, lo que significaba que era muy probable que tuviera una fractura complicada. «¡Joder!». Intenté incorporarme para evaluar la situación.

Me había desviado del camino principal y ante mi vista solo se extendían laderas blancas. Brillantes gotas rojas salpicaban la nieve. Sentía un cosquilleo en la cara, pero con los guantes no podía descubrir de donde procedía la sangre.

Lo primero era encender una bengala, así que lo hice y luego examiné la pierna. Estaba claramente jodida. Emprender una larga caminata estaba fuera de mi alcance y mi tabla se había perdido en alguna parte de la montaña.

Respiré hondo y me agarré la pantorrilla. Conté hasta tres, la giré hacia donde se suponía que debía estar… y me desmayé.

break

Tenía mucho frío. Registré la gélida temperatura, pero no sabía cuánto tiempo había pasado. Podían haber sido minutos u horas. Sin embargo, seguramente no habrían sido horas. Si lo fueran, la hipotermia hubiera acabado ya conmigo. ¿Estaba muriéndome?

No. ¡No! Me negaba a creerlo. Mi cuerpo había sido capaz de resistir mucho más que eso en el pasado. Era fuerte. No podía morir. Tenía que regresar con Brynne… y con nuestro bebé. No podía dejarlos solos; me necesitaban. Le había prometido que regresaría. No iba a morir allí.

Lo único que necesitaba era calentarme. Calor… Brynne era cálida. Lo más caliente que podía recordar era Brynne rodeándome con su cuerpo cuando hacíamos el amor. Ella era mi refugio caliente y seguro, lo era desde el principio. Incluso aunque mi mente no era consciente en aquel momento, mi corazón estaba seguro.

Me dirigí hacia donde podía sentir su calor.

…Supe en qué momento entró en la sala. La Brynne Bennett de carne y hueso era mucho más cautivadora que la del retrato; retrato que, gracias a Dios, ahora me pertenecía. Ella se llevó la copa de champán a los labios y estudió la imagen en la pared de la galería. Me pregunté cómo se vería. ¿Sería inclemente consigo misma? ¿Tolerante? ¿O se quedaría en un término medio?

—¡Aquí está mi chica! —escuché que decía Clarkson, abrazándola desde atrás—. ¿Es increíble o no? Eres la mujer con los pies más bonitos del planeta.

—Todo lo que tú haces se ve bien, incluso mis pies. —Se giró hacia él—. Dime, ¿has vendido algo ya? Espera, espera, deja que te haga la pregunta de otra manera: ¿cuántos has vendido?

Podía escuchar todo lo que se decían el uno al otro.

—Hasta ahora tres, y creo que este caerá muy pronto también —dijo Clarkson—. Sé discreta, ¿ves al tipo alto de traje gris y pelo negro que está hablando con Carole Andersen? Ha preguntado por él. Parece que se ha quedado prendado de tu cuerpo desnudo. Estoy seguro de que va tener la mano muy ocupada cuando tenga la fotografía para él solo. ¿Qué te hace sentir eso, Brynne, cariño? Que un ricachón se haga una paja mientras se recrea en tu belleza.

«Imposible. Se lo quedarían durante seis largos meses».

—¡Cállate! No seas asqueroso. No me digas ese tipo de cosas o me negaré a aceptar cualquier otro de tus trabajos. —Ella sacudió la cabeza como si pensara que él estaba loco—. Tienes suerte de que te quiera tanto, Benny Clarkson.

—Pero tengo razón —intervino Clarkson—, y ese tipo no te ha quitado la vista de encima desde que entraste. Y te aseguro que no es gay.

—Irás al infierno por decir estas cosas, Benny —respondió ella mientras escudriñaba la sala disimuladamente para estudiarme. Sentí sus ojos sobre mí, pero me concentré en la conversación con la directora de la galería y me tomé el asunto con calma.

—¿Tengo razón o no? —preguntó Clarkson.

—¿En que se va a cascar una paja? ¡Es imposible, Benny! Está demasiado bueno para tener que recurrir a su mano para tener un orgasmo.

«¡Joder!». No pude evitar mirarla. Era imposible que apartara la vista cuando acababa de escuchar salir de su boca esas palabras. «Le gusto». Aquellas referencias obscenas y veladas sobre orgasmos —dichas por ella— hacían que concretara unos planes totalmente distintos. Tenía que conocerla esa noche, y punto.

Pero ella dejó de hablar, se terminó el champán y se despidió de su amigo.

«Espera, no te vayas todavía».

La observé mientras pensaba si llamar a un taxi o caminar. Tenía las piernas largas y torneadas, cualquiera lo vería, y cuando tomó rumbo hacia la estación, supe que había elegido. No lo podía permitir. Cualquiera que fuera tras ella tendría la oportunidad perfecta si la pillaba caminando a solas, y solo imaginar que alguien podría hacerle daño hizo que se me revolvieran las entrañas como nunca antes.

—Es una mala idea, Brynne. No te arriesgues. Déjame que te lleve.

Ella se quedó paralizada en la acera y se giró rígidamente hacia mí.

—No te conozco de nada —dijo.

«Lo harás, preciosa chica americana… lo harás».

Sonreí y señalé el Rover, no demasiado consciente de lo que estaba haciendo. Solo necesitaba acercarme más a ella.

Ella tragó saliva y adoptó una postura defensiva antes de responder cómo debía a mi atrevimiento.

—¿Esperas que suba a ese coche contigo solo porque conoces mi nombre? ¿Te has vuelto loco o qué?

«Loco perdido». Me acerqué y le tendí la mano.

—Ethan Blackstone.

—¿Por qué sabes mi nombre? —¡Dios mío! Adoraba su voz… Era jodidamente sexy.

—No hace ni quince minutos que compré en la galería Andersen una fotografía titulada El reposo de Brynne por una bonita suma de dinero. Y te aseguro que no tengo ningún retraso mental. Suena mucho mejor que decir que estoy loco, ¿no crees?

Ella me tendió la mano y se la estreché. La agarré y cubrí su mano con la mía. En el mismo momento en que nuestros cuerpos se tocaron, ocurrió algo dentro de mi pecho. Una chispa, una llama… no sé qué fue, pero fue algo. ¡Santo Dios! Tenía unos ojos extraordinarios. No podía decir de qué color eran y, sin embargo, no importaba, solo quería mirarlos el tiempo suficiente para saberlo.

—Brynne Bennett.

—Y ahora que ya nos conocemos… que yo sé que tú eres Brynne, y tú que yo soy Ethan. —Señalé con la cabeza el Range—. ¿Me permites que te lleve a casa?

Ella tragó saliva otra vez y noté cómo se movía su preciosa garganta.

—¿Por qué te tomas tantas molestias?

«Eso es fácil de responder».

—¿Porque no quiero que te ocurra nada? ¿Porque por muy bien que te queden esos tacones debe ser muy incómodo caminar con ellos? ¿Porque es peligroso que una mujer atraviese sola la ciudad? —No sabía cómo hacerme entender. Debía ser consciente de lo preciosa que era—. En especial cuando es tan guapa como usted, señorita Bennett —decidí abandonar momentáneamente el tuteo.

—¿Y si es usted con quien no estoy a salvo? —Me siguió la corriente. Si ella supiera por qué estaba allí… Me pregunto qué diría de mí entonces—. Todavía no le conozco, Ethan Blackstone. No sé nada de usted, ni siquiera si es ese su verdadero nombre.

La señorita Brynne Bennett era una chica muy lista. Admiré su sinceridad y el valor que demostraba al no ceder sin más a meterse en el coche de un desconocido, y todo sin aspavientos. Era digna hija de Tom Bennett.

—En eso tiene razón, pero puedo solucionarlo con facilidad. —Le mostré mi carnet de conducir y le entregué una tarjeta de visita—. Puede quedársela —añadí—. Mi trabajo me mantiene muy ocupado, señorita Bennett. No me deja tiempo libre para ser un asesino en serie, se lo prometo.

Se rio.

Era el sonido más hermoso que había oído nunca.

—Muy bueno, señor Blackstone. —Guardó mi tarjeta en el bolso antes de añadir algo que me complació mucho—. De acuerdo, me montaré con usted.

«No me digas eso, nena, podría darme ideas». Pensar en cómo podía montarse sobre mí hizo que mi polla se hinchara sin previo aviso. No pude contener la sonrisa. La señorita Bennett no era consciente de lo que su inocente respuesta había provocado en mí. Si alguna vez me montaba sería en mi cama; una cabalgada larga y memorable, porque aunque no llevaba mujeres a mi casa, creo que ella sería la excepción que confirmase la regla.

«¿Qué coño te pasa, Blackstone?», pensé mientras le ponía la mano en la espalda para conducirla hasta el Rover. Me gustó cómo permitió que lo hiciera. Y por fin podía olerla. Era un aroma floral, femenino, jodidamente excitante. Me pregunté si se debía a un perfume o a algo que se echaba en el pelo. Fuera lo que fuera, quise enterrar la nariz en su cuello y empaparme en él; olía de maravilla.

La acompañé al asiento del copiloto y sentí una profunda emoción cuando cerré la puerta. Esa hermosa chica estaba sola conmigo en mi coche. Estaba a salvo, nadie iba a abordarla en la oscuridad. También podía hablar con ella, escuchar cómo se expresaba. Podría olerla, mirarla, admirar sus largas piernas dobladas en el asiento, a mi lado, e imaginar lo que sería tener esos hermosos muslos a ambos lados de mi polla.

Le pregunté dónde vivía.

—Nelson Square, en Southwark.

No era la mejor zona, pero podía ser peor.

—Es americana —comenté, sin que se me ocurriera nada mejor que decir.

—Estoy aquí con una beca de la Universidad de Londres. En un programa de postgrado.

Eso ya lo sabía, por supuesto, y de lo que quería saber más era de su otro trabajo.

—Y también es modelo, ¿verdad?

Mi pregunta la puso nerviosa. Imagino que era comprensible, sabía el aspecto que tenía desnuda. «Jodidamente espectacular».

—Mmm… He posado para un amigo. El fotógrafo, Benny Clarkson, es muy amigo mío. Me lo pidió y me ayuda a pagar las facturas, ¿sabe?

—No, no sé, pero me encanta el retrato, señorita Bennett. —Mantuve los ojos en la calzada.

A Brynne no le gustaba el interrogatorio al que la sometía; estaba a la defensiva. Literalmente se removía en el asiento.

—Bueno, pues no poseo una empresa internacional de seguridad como usted, así que tengo que posar. Me gusta dormir en una cama en vez de en un banco en el parque. Y también me gusta la calefacción, los inviernos aquí son un poco jodidos.

«¡Oh, Dios, sí, es increíble!».

—Si le digo la verdad, sé por experiencia propia que aquí hay muchas cosas un poco jodidas. —La miré de reojo y me fijé en sus ojos brillantes antes de pasar a sus labios, que imaginé rodeando mi polla, completamente subyugada por mi respuesta.

—Bueno, parece que coincidimos en algo. —Se frotó la frente y cerró los ojos.

—¿Le duele la cabeza?

—Sí, ¿cómo lo ha sabido?

Tuve la oportunidad de dirigirle otra mirada, ahora larga y pausada.

—Es solo una suposición. No ha cenado y ha bebido champán en la galería. Ya es tarde y su cuerpo protesta. —Ladeé la cabeza—. ¿He acertado?

Me miró como si se le hubiera quedado seca la boca.

—Solo necesito dos aspirinas y un poco de agua, y estaré bien.

«Eso no llegará».

—¿Cuándo comiste por última vez, Brynne?

—Bien, ¿volvemos entonces a tutearnos?

«Sí, lo hacemos». No me gustaba que no se cuidara. Necesitaba comer como todo el mundo. Después de un rato, me comentó algo de que pensaba cocinar al llegar a casa. «¿A estas horas? ¡Por el amor de Dios! Ni hablar, Brynne».

Aparqué delante de la tienda de la esquina y le pedí que me esperara en el coche, que regresaría enseguida. Le compré una botella de agua, una caja de Nurofen y una barrita energética con buen aspecto. Esperé que lo aceptara.

—¿Qué necesitabas comprar en…?

No necesitaba preocuparme. Tomó el agua en cuando vio la botella y se puso a beber. Saqué dos pastillas y se las ofrecí. También las tomó; en realidad las engulló, acompañadas de otro sorbo de agua. Dejé la barrita energética sobre su rodilla.

—Cómela, por favor.

Ella suspiró. Un suspiro largo y tembloroso que hizo que se me volviera a endurecer la polla mientras abría la barrita lentamente. Pero algo cambió en su conducta mientras daba un bocado y comenzaba a masticar. Sentí su melancolía cuando inclinó la cabeza.

—Gracias —susurró.

—De nada. Todo el mundo tiene necesidades básicas, Brynne. Comida, agua… una cama.

Ella no pareció notar la sutil reprimenda.

—¿Cuál es tu calle? —pregunté.

—Franklin Crossing, número 41.

Retrocedí para volver al rumbo correcto y un momento después escuché que pitaba su móvil. Respondió a un mensaje de texto y después pareció relajarse. Unos segundos después, cerró los ojos y se quedó dormida.

Tenerla allí era una sensación agradable que accionó algún interruptor en mi mente. No podía decir exactamente de qué se trataba, porque era diferente a todo lo que había experimentado antes. Solo sabía que me gustaban los sentimientos que provocaba. Entonces me atreví a hacer algo. No me sentí especialmente orgulloso de ello, pero no por eso dejé de hacerlo. Tomé su móvil con cuidado de su regazo y me llamé con él.

—Brynne, despierta. —Me incliné y le toqué el hombro, acercándome lo suficiente para inhalar su aroma. La vi mover los párpados erráticamente hasta que abrió los ojos por completo, con la piel cremosa un poco encendida. ¿Estaría soñando? Sus labios se veían exuberantes y rosados en la oscuridad, apenas separados por la respiración. Algunas hebras sueltas de cabello castaño caían sobre una de sus mejillas. Quise llevármelas a la nariz para olerlas.

Sus ojos se agitaron y se abrieron de par en par cuando se dio cuenta de que estaba conmigo.

—¡Mierda! Lo siento. ¿Me he quedado dormida? —Con la voz teñida por el pánico, buscó a tientas la manilla de la puerta.

Cubrí su mano con la mía e intenté tranquilizarla.

—Tranquila. Estás a salvo, no pasa nada. Solo te has quedado dormida. Eso es todo.

—Bueno… Lo siento. —Suspiró entrecortadamente y miró por la ventana antes de volver a observarme.

—¿Por qué me pides perdón? —Ella parecía aturdida y solo quise alejar sus temores pero, al mismo tiempo, estaba molesto por aquella extraña sensación que no tenía ninguna razón para sentir.

—No lo sé —susurró.

—¿Estás bien? —Sonreí, esperando que eso no la pusiera nerviosa. No me gustaba que pudiera sentir miedo de mí, quería que me recordara. Que confiara en mí.

—Gracias por traerme. Y por el agua. Y por todo lo dem…

La interrumpí porque sabía que tenía que asumir el mando para tener otra oportunidad de volver a verla.

—Cuídate, Brynne Bennett. —Desbloqueé la puerta—. ¿Tienes la llave a mano? Esperaré a que entres. ¿En qué piso vives?

Sacó las llaves del bolso y guardó el móvil.

—Vivo en un estudio en la última planta, en el quinto piso.

—¿Compartes el piso?

—Bueno, sí, pero es probable que mi compañera no esté en casa.

¿En qué estaba pensando? Quería saber lo que ella pensaba de mí, si estaba interesada en saber más cosas.

—Esperaré a ver la luz, ¿vale? —pregunté.

Abrió la puerta y salió.

—Buenas noches, Ethan Blackstone —se despidió antes de cerrarla.

No sabía demasiado bien qué sentía, ni lo que podía ocurrir cuando me alejé en el coche de su casa. Pero tenía algo muy claro: volvería a ver a Brynne Bennett otra vez. Era definitivo. No había otra opción.

Sonreí porque ya no sentía frío. Me dolía la pierna, pero sabía que ya no importaba. Me sentía cómodo, envuelto por los recuerdos de Brynne estaba a salvo, allí todo era bueno y correcto. Ella era mi luz y lo había sido desde el primer momento. Ella me había amado, me había mantenido entero cuando pensaba que no era posible ese milagro. Íbamos a tener un bebé muy pronto. Pensar en nuestro hijo me hizo sentir feliz, pero triste a la vez. No podría ver a mi hijo en el lugar adónde iba. Jamás me conocería. Pero Brynne le hablaría de mí. Sería una madre maravillosa. Ya lo era. Brynne lo hacía todo bien y la maternidad no sería diferente. Sabía que no me quedaba mucho tiempo; no podría cumplir la promesa que le hice. Eso me rompía el corazón. Le había prometido que regresaría a su lado. Que nada me lo impediría.

Quise decirle cuánto la amaba, lo feliz que había sido durante el tiempo que pasamos juntos. ¿Cómo podría partir sabiendo que había sido amado por la mujer más perfecta del mundo? Ella era la única persona que realmente había mirado dentro de mi alma oscura hasta encontrarme; la que todavía me hacía tener la impresión de que me había tocado la lotería de la vida. No me dolía tanto al saber que mi vida sería útil. Me alegraba saber que Brynne había formado parte de ella.

Brynne era mi vida. La última pieza del rompecabezas había encajado en su lugar.

Necesitaba decirle de alguna forma que no se preocupara por mí. Quería que supiera lo feliz que había sido mi vida… porque había recibido el raro y precioso regalo… de amarla.