Capítulo

15

4 de enero

Londres

La obra benéfica a la que contribuía mi padre cuando estaba vivo me enviaba una notificación cada vez que había una donación en su nombre. La cantidad que leí en el mensaje que acababa de recibir hizo que mis globos oculares casi se cayeran de sus órbitas. Volví a revisarlo, contando los números con los dedos; seguían siendo seis.

El mensaje del donante que aparecía en la sección de comentarios supuso incluso una sorpresa mayor: «Brynne, por favor, déjame hacer lo correcto».

Lance.

No podía creer lo que veía. ¿Había sido Lance? ¿Era él quien había realizado aquella donación, casi obscena, en nombre de mi padre para la Fundación Meritus College? ¿Quería ayudar a niños con una situación económica mala pero con facultades para obtener enseñanzas superiores?

¿Por qué?

Realmente no se me ocurría ninguna razón por la que podía querer hacerlo, pero tenía que enterarme, así que fui en busca del bolso y rebusqué en su interior hasta encontrar la tarjeta que me había entregado.

«Brynne, por favor, déjame hacer lo correcto».

Le envié un mensaje con los dedos temblorosos y el corazón desbocado. Temía escuchar lo que él tenía que decirme, pero sabía que había llegado el momento de saberlo.

Ethan estaba en la oficina, preparándose para el viaje a Suiza. No le había dicho nada de que Lance insistía en que nos reuniéramos de nuevo; no sabía que me lo había pedido en el hospital ni al salir de la revisión. Había decidido que aquel tiempo había pasado y que no tenía sentido remover lo ocurrido. ¿Para qué serviría? Tenía que seguir adelante y concentrarme en el presente en lugar de comerme el coco con acontecimientos ocurridos hacía tantos años.

No se lo conté a Ethan, aunque sabía que debería haberlo hecho. Sin embargo, estaba segura de que no le gustaría que me reuniera con Lance a solas y que se comportaría de manera territorial ante cualquier posible encuentro, y que incluso insistiría en estar presente, algo que no serviría para nada. No, tenía que ver a Lance yo sola. Esto era mi vida, mi pasado. Y era yo quien necesitaba saberlo y pasar página.

Así que le dejé una nota en la encimera de la cocina. En caso de que llegara a casa antes que yo, sabría que había salido a dar un paseo.

break

Necesitaba hacer algo de ejercicio y bajé andando hasta el Hot Java, la cafetería que había a la vuelta de la esquina.

Lance llegó antes que yo y estaba esperándome sentado en una mesa para dos, junto a la ventana. Tenía el mismo aspecto que la última vez que le vi; absolutamente diferente al chico que era hacía toda una vida. Algo que era cierto de muchas maneras. Ahora se había convertido en una celebridad política; el tatuado héroe de guerra hijo del vicepresidente electo de los Estados Unidos. Tenía un escolta; supongo que era normal que le hubieran asignado un agente del Servicio Secreto considerando el riesgo terrorista. En su caso, debía ser muy grande.

Allí sentado parecía estar sufriendo mucho y me pregunté si padecería dolor físico por la lesión.

—Regresaré muy pronto a casa. Me han ordenado que haga una aparición cuando la inaugure —añadió, golpeando la pierna con uno de sus dedos tatuados—. Echaré Londres de menos; es un buen lugar para vivir.

«Si, lo es».

—¿Por qué has hecho esa donación en nombre de mi padre? ¿Realmente querías gastar todo ese dinero en eso, Lance? —pregunté mientras metía la bolsita de té de frambuesa en la enorme taza, creando un pequeño remolino en el centro. Por muchas vueltas que le diera, no lograba entender su motivación. Finalmente, lo único que tenía cierto sentido era la inimaginable idea de que realmente lamentaba lo ocurrido.

«¡Increíble! ¡Mierda!».

Lance miró a través de la ventana de la cafetería, quedándose absorto en el intenso tráfico tanto rodado como peatonal que ocupaba las calles, sometidas a la impenitente llovizna invernal.

—Gracias por venir, Brynne. Esto es algo que quería hacer desde hace mucho tiempo… pero también me da miedo. —Movió la cabeza para mirarme cuando terminó de hablar.

—Me dijiste… En el hospital me dijiste que querías contarme lo que ocurrió realmente esa noche, en la fiesta. —Notaba que el corazón me latía erráticamente en lo más profundo del pecho.

—Sí. —Se acomodó en el asiento como si estuviera tomando valor para hablar—. Antes de nada, quiero ofrecerte mis más sinceras disculpas por cómo te traté, por todo el daño que te ocasioné. No tengo palabras para justificar nada de lo que hice, ni siquiera excusas, solo mi más profundo pesar.

Sus ojos se posaron en mí con un indicio de deseo en su expresión, algo que parecía, ¿anhelo? No estaba segura. ¿Qué pensaba que podría haber habido entre nosotros?

—Quería que supieras eso antes de contarte el resto; que lo escucharas.

Sentí una tenue y extraña llama en mi interior, como si fuera una grieta en un lago congelado. No pude hablar, sencillamente no tenía palabras, pero logré aceptar su disculpa con un gesto de cabeza.

—¿Viste el vídeo, Brynne?

Asentí con la cabeza una vez más sin apartar los ojos de la taza de té de frambuesa.

—Una vez. No pude volver a verlo… —Mi mente se llenó de imágenes en blanco y negro que aparecían y desaparecían a toda velocidad. Los otros chicos, yo siento utilizada, las risas, la letra de la canción, la manera en que atormentaron mi cuerpo con objetos, cómo hablaron de mí, como si fuera una puta que deseara lo que me estaban haciendo.

—Lo siento… Nunca quise que pasara eso —explicó él.

—Entonces, ¿qué coño pretendías al filmarlo? —escupí al tiempo que alzaba la cabeza—. ¿Sabes lo que me hizo ese video? ¿De qué manera cambió mi vida? ¿Sabes que intenté suicidarme? ¿Sabes todo eso, Lance?

—Sí. —Lo vi cerrar los ojos y estremecerse—. Brynne, si pudiera retroceder en el tiempo… sencillamente… No sabes cuánto lo siento.

Me quedé allí sentada, con los ojos clavados en él, casi incrédula ante todo lo que estaba experimentando. Durante mucho tiempo había comprendido aquel lugar oscuro en mi interior como lo que era; una mala acción. Algo que me había hecho gente mala, personas que no tenían remordimientos ni humanidad. Pero al ver a Lance disculpándose con tanta sinceridad… Él no parecía mala persona y eso era algo muy duro de aceptar.

—Dime, Lance… ¿cuál era tu intención esa noche? Si tanto necesitas hacer lo correcto, imagino que no me queda más remedio que escucharte.

—Gracias —susurró al tiempo que tamborileaba la mesa suavemente con los dedos. Me fijé en los tatuajes que le cubrían la piel: los huesos de una mano intercalados con telarañas.

Me pregunté qué pensaría su padre de toda aquella tinta.

Se tomó un momento antes de empezar a hablar.

—Fui un idiota contigo —comenzó—. Lo sé y no tengo excusas, pero cuando regresé de Stanford y me enteré de que habías salido con otros tipos mientras yo no estaba allí me volví loco de celos. Quise castigarte porque así era como funcionaba mi mente en ese momento. —Se puso a golpear la taza con el pulgar—. Te emborraché en la fiesta porque quería filmarnos mientras manteníamos relaciones sexuales; mi idea era enviarte la película para que recordaras que eras mi novia y que nadie tocaba a mi chica mientras yo estaba en la universidad. —Se aclaró la voz antes de seguir—. Eso era lo que pretendía con el video, Brynne. No era mi intención mandarlo por correo a nadie ni subirlo a ningún sitio. Era un recordatorio… solo para ti.

—Pero… pero Justin Fielding y Eric Montrose… ellos estaban allí. —No le podía mirar en ese momento, así que me quedé observando la acera mojada a través de la ventana y la gente que caminaba por ella.

Sin embargo, seguí escuchándole.

—Sí —convino con voz triste—. Te emborraché, pero a mí también me afectó el alcohol. Me afectó hasta el punto de que me desmayé después de… de terminar. Esos dos tipos habían venido a pasar el fin de semana en mi casa y conocían mis intenciones; que quería darle una lección a mi novia que no olvidaría. Era tan arrogante que jamás me imaginé que podía pasar eso. Si recuerdas el vídeo, verás que después de que me acuesto contigo, después de que termino, no vuelvo a aparecer. Hay un corte en la filmación y luego solo están Fielding, Montrose… y tú. Créeme, lo he observado muchas veces, horrorizado por lo que te hicieron. —Aparté la mirada de la ventana y estudié su rostro. Me sostenía la vista sin ocultar nada. Percibí su pesar y su vergüenza—. Brynne… yo nunca quise…

«Lance me decía la verdad».

—Nos espiaron… y luego, cuando me desmayé, se hicieron cargo. Ni siquiera recuerdo haber salido de la habitación, Brynne. Al día siguiente me desperté en el asiento trasero del coche. El vídeo había sido subido a un foro y no podía hacer nada. Había pasado el fin de semana. —Inclinó la cabeza y la agitó muy despacio—. Y la música que añadieron…

Traté de recordar las secuencias cómo él las relataba, pero me había quedado tan traumatizada cuando lo vi que realmente no me acordaba del grado de participación de Lance. Sabía que estaba muy enfadado conmigo porque había salido con Karl; cuando era una inmadura y promiscua chica de diecisiete años no tenía demasiadas buenas habilidades para juzgar dónde iba, lo que hacía y con quién. Por desgracia había aprendido la lección de una manera muy dura, pero aún así agradecía escuchar la nueva información que Lance me estaba proporcionando.

—Entonces, ¿no lo hiciste porque me odiaras? —Le hice la pregunta que siempre tenía presente, la que necesitaba saber. Era lo único que no había tenido nunca sentido para mí. Habíamos tenido problemas, sí, pero jamás había percibido que Lance me odiara antes de esa noche. El video me había mostrado tal grado de odio que me había afectado durante los siete años posteriores, y había sido muy difícil de aceptar porque me sentía confusa al respecto.

—No, Brynne, jamás te odié. De hecho, siempre pensé que acabaríamos casados. —Sus ojos oscuros me contemplaron con la pena y la tristeza grabada en ellos.

Contuve el aliento, incapaz de asimilar lo que acababa de decirme. Me había quedado sin voz, así que permanecí allí sentada, en silencio, mirándole fijamente. No era capaz de hacer otra cosa.

Él deslizó la mano por la mesa como si quisiera alcanzar la mía, pero se contuvo a tiempo, deteniendo las puntas de sus dedos a unos centímetros sobre el mantel. Resultó tan embarazoso que cogí la taza y la sostuve con las dos manos.

—Intenté llamarte, verte, pero tu padre… y también el mío, lo impidieron. Mi padre me informó de que me mataría antes de que estropeara su carrera política, así que me sacó de Stanford y me alistó en el Ejército en tan solo dos días. Me envió a Fort Benning para la formación básica sin que yo pudiera evitarlo. Ni siquiera conseguí hablar contigo para mostrarte mi pesar o para saber qué había sido de ti. —Puso la palma hacia arriba—. Y ahora, con las aspiraciones políticas de mi padre… estoy atrapado en todo esto, no tengo manera de salir… Con él en el Ala Oeste estoy más atrapado que nunca. —Se detuvo y me miró con tristeza.

Genial. Sencillamente genial. Jamás, ni siquiera en mis sueños más descabellados hubiera imaginado esa realidad. No sabía qué decirle, cómo responder, así que permanecimos allí sentados, en silencio, durante algunos minutos. Él no conocía la otra historia sórdida que estaba relacionada con aquel asunto, la explicación a las muertes de Montrose y Fielding, el intento de chantaje, la muerte de mi padre a manos de Karl; todo por culpa de ese vídeo. Lance no la conocería por mí. Los acontecimientos habían seguido su curso y era el momento de olvidarlos. Nada me devolvería a mi padre y esa era mi mayor pérdida.

Me acaricié la barriga en un gesto protector. Necesitaba tranquilidad, pureza e inocencia. A pesar de la fealdad que había visto en mis veinticinco años, podría encontrar belleza y paz en mi futuro. Y como si fuera un mensaje del Cielo, me vi recompensada con un pequeño codazo debajo de las costillas como si mi bebé me dijera: «Todavía estoy aquí y sé que eres mi madre».

«Sí, mi pequeño ángel con alas de mariposa».

—Tu vida cambió después de esa noche… Cambió tanto como la mía —comenté al cabo de un rato.

—Sí. Las decisiones que tomé esa noche lo cambiaron todo.

break

Nos despedimos en la abarrotada calle, con más gente a nuestro alrededor de la que habíamos estado rodeados antes; con agentes de seguridad, conductores y fotógrafos. Necesitaba regresar a casa ya para cenar con Ethan, íbamos a estar una semana separados y queríamos disfrutar de nuestra última noche. Mañana temprano saldría con rumbo a Suiza.

Aquel encuentro con Lance había sido una locura, pero me sentía mucho más ligera después de escuchar sus revelaciones. Todavía me sentía avergonzada por mi comportamiento sobre aquella mesa de billar hacía siete años, pero ya no me odiaba de la misma manera. Y por primera vez sentía que aquel profundo alivio podría ser permanente.

—Gracias, Lance.

Él me miró con curiosidad.

—¿Por qué, Brynne?

—Por contarme la verdad. Por alguna razón me ayuda a superarlo… —Apoyé una mano sobre la parte superior de mi barriga, incapaz de explicar aquel pensamiento privado de una manera entendible, aunque para mí era perfecto—. Pronto seré madre y quiero que mi bebé tenga una mamá que pueda tener la cabeza bien alta; que sepa que no hizo nada malo, que es una buena persona que solo metió la pata en un momento dado.

—Eres una buena persona, Brynne… y todos metemos la pata, por desgracia. Algunas veces ocurren cosas malas sin que nadie tenga la culpa. —Bajó la mirada a su prótesis.

—¿Qué vas a hacer ahora, Lance?

—Regresaré a casa y pensaré qué opciones tengo ahora que ya he dejado el Ejército. Aprenderé a vivir con una pierna. Quizá regrese a la universidad y obtenga mi licenciatura.

—Si eso es lo que quieres, deberías hacerlo. —Sonreí—. Te apuesto lo que quieras a que todos los estirados y ultraconservadores profesores de Stanford adorarán tus tatuajes.

Se rio.

—Sí, casi tanto como los burócratas de D.C., pero de vez en cuando es bueno dar un buen meneo a las cosas. —El conductor de su coche le abrió la puerta, indicando que había llegado la hora de irse.

—Creo que te están llamando —le dije, mirando al vehículo.

—Sí. —Por la manera en que me miraba parecía que todavía quería decirme algo más—. ¿Brynne?

—¿Sí, Lance?

—Hablar contigo también me ha ayudado a mí. Mucho más de lo que puedas imaginar. Hace mucho tiempo que debías de haberlo escuchado, así que te agradezco que hayas aceptado verme. —Respiró hondo como si tomara fuerzas—. Eres todavía más hermosa que cuando tenías diecisiete años y me alegra verte embarazada. Serás una madre maravillosa. Quiero que recuerdes siempre lo hermosa que eres, incluso a pesar de cómo nos vemos a veces nosotros mismos. Yo pienso recordarte como eres ahora. —Terminó con una sonrisa, pero era evidente que la confesión había llegado a su fin. Aquel encuentro había sido una catarsis para mí, pero también para él, y había llegado el momento de que nos despidiéramos.

No estaba segura de cómo responder a sus cumplidos, pero una vez más dejé que fuera mi corazón quien respondiera.

—Te deseo lo mejor, Lance. —Le tendí la mano—. Espero que ahora tengas oportunidad de perseguir tus sueños.

Apresó mis dedos y se inclinó hacia mí para abrazarme con suavidad e incluso apretar su mejilla contra la mía. Luego se metió en la parte trasera de la limusina y el cristal tintado de la ventanilla lo volvió invisible en el momento en que cerró la puerta.

Y así, sin más, Lance Oakley desapareció de mi vida.

break

La suave llovizna que caía sobre Londres me acompañó de camino a casa. Me recordó los aburridos días en los que había aprendido a acostumbrarme a aquel clima, todavía nuevo para mí. Al principio de mi estancia había echado de menos el sol californiano, pero cuando me acostumbré a mi nuevo ambiente, sumergiéndome en la universidad y las intensas influencias culturales que me rodeaban, aprendí a adorar la lluvia londinense. Ahora ya no me molestaba nada que las húmedas gotas cayeran sobre mi bufanda y mi gorrito color púrpura, la lluvia siempre me había parecido purificadora.

Caminé más rápido, deseando llegar a casa antes de que Ethan descubriera mi ausencia y poder evitar así las preguntas sobre dónde había estado, todavía no estaba preparada para hablar con él sobre Lance. Ahora ya sabía la verdad sobre lo ocurrido en aquella fiesta hacía siete años, pero no quería tener que discutirlo otra vez y no estaba lista para compartirlo, y menos con Ethan. Él tendría que entender que necesitaba hacer esto a mi manera; confiar en mí, en que tomaría la mejor decisión… sobre todo para nosotros. Mi marido tenía que entender cómo era el proceso ahora que también asistía a terapia. Verse forzada a revivir los acontecimientos traumáticos no siempre ayudaba a la víctima; algunas veces dolía demasiado.

Me abrí paso entre las pesadas puertas de cristal de nuestro edificio y saludé con la mano a Claude mientras me dirigía al ascensor. Apreté el botón y esperé, sintiéndome un poco acalorada ahora que no estaba bajo la lluvia. Me quité el gorrito de la cabeza. Supuse que tenía el pelo aplastado y esperé no cruzarme con nadie, porque podría asustarse.

Las puertas se abrieron y salió una rubia que ya había visto antes. Sarah Hastings se apretaba un pañuelo de flores contra la esquina del ojo como si se secara las lágrimas.

Se detuvo bruscamente al notar que la había visto y que era demasiado tarde para disimular.

—Oh, Brynne. Hola, soy Sarah. ¿Me recuerdas de la boda de Neil?

—Sí, claro que me acuerdo de ti. ¿Qué tal? —Lo que yo quería preguntar en realidad era bastante distinto: «¿Por qué estás saliendo de mi edificio? ¿Estabas arriba con Ethan?».

Tenía mis razones para tener reservas sobre Sarah. Recibir mensajes de texto de Ethan era una cosa, pero que le llamara otra. Así que cuando mi marido recibió una llamada de ella esa misma tarde, mi instinto de mujer casada despertó. Y ahora, ¿qué hacía en nuestra casa encontrándose con él? Tenía la sensación de que ella lo utilizaba, o seguramente pretendía algo más, y no me gustaba nada. También sabía lo difícil que era para él interactuar con ella. El peor trauma de Ethan había sido perder a Mike mientras estaban prisioneros. Se había visto forzado a observar cómo le asesinaban; una auténtica tortura emocional. Era horrible que tuviera que verse obligado a revivir de nuevo los acontecimientos a través de Sarah cada vez que ella le llamaba por teléfono, o cuando quería recordar el pasado, o lo que fuera que estuviera tratando de hacer con mi marido.

Ella me recorrió con los ojos de pies a cabeza, notando mi creciente barriga, mi evidente irritación, el pelo desordenado y la piel húmeda. Sabía que presentaba un aspecto espantoso.

—Oh, ya me voy. Pero estoy bien, gracias. —Parpadeó y clavó la vista en el suelo. Tenía los ojos rojos como si hubiera estado llorando.

—¿Estás segura? Pareces alterada.

—Sí. Es que acabo de dejar a tu marido… Tenía… Había algo que necesitaba entregarle.

—¿Puedo preguntar de qué se trata? —dije con osadía.

—Mmm… Creo que eso deberías preguntárselo a él, Brynne, no me siento en libertad de decírtelo. —Meneó la cabeza. Parecía demasiado afectada para estar allí parada, hablando conmigo. Sarah Hastings mostraba cierto resentimiento hacia mí y, si tenía que insistir en ello, diría que además le remordía la conciencia. Quizá envidiara la vida que Ethan y yo estábamos viviendo juntos… mientras que ella solo tenía recuerdos de Mike.

Exactamente lo que me temía. Las emociones que me recorrieron eran inoportunas y desagradables; me sentía celosa y eso no era nada bueno. No sabía qué más decirle, así que me limité a asentir y entré en el ascensor. Sarah ya se alejaba sin mirar atrás cuando se cerraron las puertas.

Cuando salí de la cabina imaginé que me encontraría a Ethan allí mismo, pero no fue así. Todo estaba muy tranquilo. No era el día que Annabelle venía a limpiar, así que no la esperaba y Ethan sabía que había hecho planes para cocinar esa noche y pasar una velada tranquila los dos juntos antes de que saliera de viaje.

Revisé nuestro dormitorio, pensando que estaría haciendo el equipaje, pero no estaba. Regresé sobre mis pasos para dirigirme al otro extremo del piso cuando percibí la esencia a clavo. La puerta de su despacho estaba cerrada, pero entré sin llamar. La estancia estaba a oscuras salvo por dos focos de luz: el acuario y la brasa encendida de su Djarum Black.

—Ah, estás aquí… —Mi vista se acostumbró a la falta de luz y pude ver sus rasgos en las sombras. Parecía muy sombrío allí sentado, fumando en su estudio. No parecía feliz de verme; no mostró ninguna señal de alegría—. ¿Va todo bien? —pregunté al tiempo que daba un paso adelante.

—¿Ya estás de vuelta? —pronunció él muy despacio. Clavaba los ojos en mí, me observaba con la claridad del acuario dejándole a contraluz. Simba y Dory nadaban pacíficamente entre los trozos de brillante coral mientras él ignoraba mi pregunta.

—¿Qué haces sentado en la oscuridad?

Me pregunté si me hablaría sobre la visita de Sarah. Era muy evidente que se encontraba molesto. Tendía a tener una recaída en el tabaco después de una pesadilla o de revivir una de aquellas escenas. Encontrarse o hablar con Sarah parecía provocar en él el mismo comportamiento, pero solía hacerlo en la terraza exclusivamente. Que estuviera haciéndolo en el despacho era una clara señal de que algo no iba bien. Quería que me contara de qué iban sus conversaciones, pero hasta ahora no lo había hecho. No le presioné; se lo había prometido, pero me dolía que pudiera decirle a Sarah cosas que no podía decirme a mí. ¿Es que ella le podía ayudar y yo no?

No me gustaba nada lo que me hacía sentir que estuviera en contacto con Sarah, pero no podía quejarme ni molestarle porque eso solo haría las cosas más difíciles para él. No quería ser responsable de que Ethan estuviera más herido y estresado de lo que ya estaba.

—¿Qué tal el paseo? —me preguntó al tiempo que apagaba el cigarrillo y se levantaba—. No quiero que respires esta mierda.

—Entonces, ¿por qué fumas en casa? —Su voz era tan fría que me estremecí, nerviosa.

—Un error. —Se acercó a mí y me alejó de allí poniéndome la mano en la espalda. No me resistí ni protesté, su rigidez dejaba tan claro como el agua que no me serviría de nada.

Entramos en la cocina y me dejó para sentarse frente a la barra. Acostumbraba a sentarse allí mientras hacía la cena, ya fuera para trabajar en el portátil o para preguntarme sobre lo que había hecho durante el día. Pero no parecía que tuviera ganas de charlar cuando dejó el teléfono sobre la encimera de granito con un sonido seco. Me miró y cerró los puños. Sus ojos decían que estaba furioso, eran remolinos ardientes de color azul oscuro.

Tragué saliva y volví a intentarlo.

—Ethan, ¿te ha pasado algo?

Él arqueó una ceja sin responder a la pregunta. Me di cuenta de que no había contestado a nada de lo que le había preguntado desde que entré en casa.

—¿Adónde has ido a dar el paseo, nena? —«Me responde con preguntas».

—Me acerqué al Hot Java —repuse lentamente. Tuve el presentimiento de que ya lo sabía—. ¿Tienes que contarme algo, Ethan?

—No, querida, no tengo nada de contarte, pero creo que tú sí tienes algo que contarme a mí. —Cogió el móvil y lo sostuvo en alto para que viera la pantalla.

Lance Oakley me abrazaba en la calle.