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24 de diciembre
Londres
—Eres la más hermosa, la más lista, la más sexy y, además, eres un genio en la cocina. —Me aproximé a la espalda de Brynne y me incliné sobre ella mientras trajinaba en los fogones—. La que consigue las mejores ofertas del supermercado —añadí, robándole una pasta de azúcar con forma de pájaro y metiéndomela en la boca—. Los dulces… y tú. —Le apreté el culo mientras la deliciosa confitura se me deshacía en la boca.
—Eres un ladrón —me recriminó muy seria.
—Pero me amas igual. —Le rocé detrás de la oreja con la nariz.
—Es verdad. Y eso que lo primero que me robaste fue el corazón —puntualizó ella antes de girar la cabeza y besarme dulcemente en los labios—, claro que tampoco lo quiero recuperar.
—Mejor, porque es mío. Lo que se da no se quita —mascullé antes de introducir la lengua en su boca.
—No cabe duda, me dices cosas encantadoras.
—Pero son todas ciertas —justifiqué, haciéndola girar entre mis brazos y cruzando las manos en el hueco de su espalda—. Eres preciosa. —Otro beso intenso—. Increíblemente lista. —Deslicé los labios por su barbilla hasta su cuello—. Tan sexy que me pones a cien todo el rato. —Moví la boca más abajo, hasta la hendidura cada vez más profunda entre sus pechos. Coloqué mi pelvis contra la suya para que se hiciera una buena idea de lo mucho que apreciaba todos sus talentos.
—Hace hoy un año que nos cruzamos en la tienda de animales sin saber que, poco tiempo después, no podríamos vivir el uno sin el otro. —Deslicé los dedos por el brazo de Ethan mientras estábamos tumbados cómodamente en el sofá, observando las luces del árbol que quedaban enmarcadas por las de Londres—. ¿Te acuerdas?
—¡Oh, sí! Lo recuerdo siempre desde el día que nos dimos cuenta. De hecho, cada vez que veo a Simba nadando en la pecera, lo recuerdo. —Me frotó la barriga trazando círculos. En realidad me tocaba en cualquier punto al alcance de sus manos que no implicara perder la comodidad de nuestra postura—. Y lo tengo especialmente presente cuando veo mi regalo de cumpleaños que, todo hay que decirlo, es absolutamente perfecto. Estoy seguro de que Simba está de acuerdo conmigo.
—Me alegro de que te guste, cariño. Contigo es muy difícil acertar. Claro que yo también creo que Dory es la novia perfecta para Simba, y necesitaba a una buena hembra que lo tuviera a raya.
Ethan se rio entre dientes.
—Igual que yo.
—Igualito. De todas maneras cruzaste esa raya con mi regalo de cumpleaños. Tú me compras un coche de lujo y yo te regalo un pez.
—Me encanta mi pez —repuso con fiereza—. Un cirujano azul era justo lo que quería por mi cumpleaños.
Me reí de lo idiota que era. Me encantaba poder bromear así con mi hombre y que él me tomara el pelo con la misma facilidad. A pesar de sus vivencias, Ethan tenía un maravilloso sentido del humor que me volvía loca. Conseguía que me riera con la misma facilidad que me hacía arder en la cama. Sin duda era un hombre con múltiples talentos.
—Entonces, si lo piensas, realmente nuestro aniversario es hoy —aseguré.
—Un año… —Suspiró, inhalando mi aroma en mi cuello—. Y ni siquiera te eché una buena mirada. Sin embargo, recuerdo tu bufanda y el gorrito color púrpura y, por supuesto, lo sorprendida que estabas de que hubiera una tormenta de nieve en Nochebuena.
Dado que era invierno y estábamos desnudos en el sofá de la sala, era bastante sorprendente el calor que hacía. No sentía ni pizca de frío. Era lo que tenía el sexo ardiente y tener a un marido que desprendía más calor que un horno pegado a la espalda.
—Bueno, la nieve me parece mágica. Y tienes que entender que una nevada navideña es algo extraordinario para una chica californiana.
—Nunca se sabe, ahora que vives aquí podrías ver nevar alguna otra Navidad. —Me rozó la nuca con los labios.
—Cierto —repuse, estremeciéndome ante el contacto en mi piel desnuda—. También recuerdo que me sentí celosa de la mujer que pudiera olerte todo el tiempo y, es gracioso, pero tampoco te miré. Si lo hubiera hecho te hubiera reconocido en la exposición de Benny
Me besó el hombro.
—La exposición… Esa fue la mejor noche de mi vida.
—No para mí —aseguré al tiempo que me acurrucaba contra él—. Estoy segura de que esta es la mejor noche de mi vida.
—Mmm… ¿no te importa no haber asistido a ninguna fiesta para celebrar esta señalada fecha?
—No, para nada. Además, mañana nos espera un día completo en casa de tu padre.
—Me encantaría haber pasado la Navidad en Stonewell en vez de en Londres —confesó él con suavidad, al tiempo que subía una mano por mi torso para ahuecarla sobre uno de mis pechos, que sopesó antes de acariciar el pezón—. Pero entonces no podríamos haber hecho esto… Mmm… quizá sea mejor así.
Me reí de su lógica aplastante.
—Bueno, la pintura y las demás herramientas suponen todo un problema para encontrar lugares confortables en los que echar un polvo.
Lo cierto es que habíamos llegado a considerar pasar las navidades en el campo, pero las obras de reforma de Stonewell hicieron que al final decidiéramos quedarnos en Londres. Aquí teníamos todo muy bien organizado ya, salvo los últimos retoques para convertir el dormitorio de invitados en una acogedora habitación para el bebé.
—Me imagino que encontraría la manera de raptarte —me susurró al oído al tiempo que apretaba contra mi trasero su cálida longitud, pidiendo más de lo que ya había tenido.
Ethan nunca tenía suficiente con una vez, y lo cierto era que yo tampoco. Esperaba que su deseo por mí no se desvaneciera nunca. No podría vivir sin él.
—Deseo esto —dijo él con la voz ronca al tiempo que rozaba mi entrada trasera con firmeza, haciendo que se me erizara la piel.
—Sí… Vale. —Dos palabras y ya estaba lista. Era todo lo que podía decir, sometida a aquella intensa estimulación. La anticipación ante lo que él haría en mi cuerpo me había envuelto en una neblina de necesidad sexual y deseo, por lo que apenas era capaz de vocalizar. Jamás me preocupaba de lo que Ethan me haría durante el sexo. Daba igual lo que fuera, lo disfrutaría. Él se aseguraría de ello.
—Me dejas sin aliento —ronroneó a mi espalda, donde me preparaba para que le aceptara. Sabía que estaba mirándome fijamente, excitado al verme de rodillas, y me incliné hacia delante. Sentí la resbaladiza textura del lubricante que se había vertido en los dedos para facilitar la penetración. Era grueso, ancho y perfecto, pero agradecía que usara aquella sustancia.
Noté sus manos en las nalgas, separándolas.
Me di cuenta de su intención en el momento en que lo sentí. Su gloriosa lengua.
Ethan me preparó con ella primero, jugueteando en mi apretado hueco y llevándome a un indefenso estado donde solo podía estremecerme sin control, levitando entre este mundo y otra parte.
Detuvo la lengua y se movió hasta adoptar la posición correcta.
—Lo haces, nena. Me dejas sin aliento. —Sentí el glande arremetiendo contra mi carne—. Cada… —Empujó hacia delante, metiendo la punta del pene— …jodida… —Sentí la enormidad de su erección intentando fusionarse conmigo. La intensidad de su necesidad era contagiosa, lo mismo que el deseo que sentía— ¡… vez! —gritó con un intenso gemido cuando se clavó hasta la empuñadura y sus testículos chocaron con mi sexo.
—¡Oh…! —Jadeé ante la ruda pero hermosa invasión, cabalgando la sensación y la ardiente plenitud sexual que bordeaba el dolor sin traspasarlo. Solo me preparaba para la auténtica intensidad que estaba a punto de llegar, que se desencadenaría en el momento en el que comenzara a moverse en mi interior, cuando se deslizara sin parar. Empecé a temblar, atravesada por sensaciones tan intensas que apenas podía respirar.
—¿Estás bien, preciosa? —preguntó con voz áspera contra mi oreja. Me raspó la piel con la barba incipiente al clavar la barbilla en mi hombro para sostenerse mientras se contenía, esperando mi respuesta. Buscaba mi aprobación; quería que le aceptara, que me rindiera… dominarme físicamente.
Siempre me entregaba. Era lo que más deseaba.
—Síiii… —Bajé la cabeza, incapaz de decir nada más. Necesitaba concentrarme en mí misma antes de romperme en millones de pedazos. Nuestra unión era absolutamente abrumadora.
—¡Oh, joder, sí! —Cerró el puño sobre mi pelo al tiempo que comenzaba a moverse en mi interior, lentamente, clavándose con exquisita y firme suavidad—. Es increíble, nena… —gimió con cada envite, llenándome profundamente mientras me guiaba en aquel viaje erótico colmado de lujuria y sensaciones—. Eres preciosa… Jodidamente sexy —canturreó al tiempo que movía su erección con habilidad, producto de su experiencia y del amor que sentía. Me poseía por completo, hasta que quedaba expuesta cada parte de mí.
En su voz percibía algo más. Una cierta desesperación… Un deseo frenético de unirse a mí. Un oscuro deseo de poseer mi cuerpo de una manera tan absoluta que no hubiera nada que indicara dónde terminaba él y dónde comenzaba yo. Su polla, sus dedos, su lengua, su aliento, su simiente… Todo estaba en mi interior.
Y bueno, me poseyó hasta que me arrastró a las más altas cimas de la liberación y me sostuvo cuando me hizo estallar en millones de pedazos al alcanzar un trémulo clímax. Tragó mis gritos con su boca mientras me daba todavía más. Su pene se hinchó hasta límites irracionales antes de explotar. Siguió hablando cuando se corrió, ofreciéndome estremecedoras declaraciones de amor y adoración… solo para mí… mientras me llenaba de él.
3 de enero
Londres
Observé a Brynne mientras se maquillaba sin poder apartar la mirada. Esperaba que ella no notara que la estudiaba porque no quería que dejara de mostrarse natural. Sabía que se preocupaba un poco porque su cuerpo había cambiado mucho, pero para mí era todavía más hermosa que antes. Nuestro pequeño arándano había crecido sin parar dentro de su cuerpo y ahora estaba ya en la semana treinta y dos. Era una pequeña personita que daba patadas, se retorcía y se movía todo el rato.
—Será mejor que empieces a prepararte o llegaremos tarde. Los planes de tía Marie no esperan por nadie… —Su voz se fue apagando sin que ella perdiera la concentración que mantenía en el espejo, frente al que se aplicaba una especie de mancha oscura alrededor de los ojos. Se había puesto un pantaloncito negro de encaje que me ponía duro con solo mirarlo, pero estaba vestida a medias.
Me di cuenta con rapidez que sería mejor ser fiel a lo planeado o no lograríamos llegar a tiempo a la cena de cumpleaños de mi padre, así que me obligué a pensar en algo menos excitante, como el trabajo. Funcionó. La protección del joven príncipe Christian de Lauenburgo en los XT Europe era una buena manera de sofocar cualquier erección. Partiría al cabo de dos días y ya echaba de menos a Brynne. «Ridículo y jodido trabajo».
—Pero prefiero mirarte —repuse.
Ella resopló.
—Bueno, mi culo está más grande cada segundo que pasa, le hace la competencia a mi barriga. Solo espero que no gane el trasero. Al final de este viaje solo quiero tener un bebé, no culo de más. —Me miró a través del espejo, mostrándome un poco de lo que había en su mente. Mi chica seguía siendo un misterio. Sin embargo, me encantaba este aspecto de su personalidad. Hacía que estuviera más determinado, si cabe, a permanecer lo más cerca posible de ella; a tocarla, saborearla y absorber cada molécula disponible. Mi necesidad de Brynne era tan intensa como siempre y dudaba mucho que eso cambiara en algún momento.
—Tu culo es perfecto y jamás me escucharás quejarme por tener más parte de ti que agarrar. —Le guiñé un ojo al tiempo que le lanzaba una lasciva sonrisa—. Desde aquí atrás ni siquiera pareces embarazada. —Me acerqué a ella y la rodeé con mis brazos para acariciar su barriga—. Tengo que hacer esto para comprobar que realmente lo estás. —Extendí las manos por la redondeada y firme superficie que contenía a nuestro bebé en crecimiento.
Ella se reclinó y descansó contra mí.
—Oh, te aseguro que hay algo ahí —se burló—. Lo pusiste tú.
Me reí junto a su oído.
—Y disfruté haciéndolo.
—Sí, me parece recordar que lo hiciste… —convino secamente.
—Oh, no te quejes. Tú también disfrutaste. —Deslicé las manos hasta sus deliciosas tetas y sopesé cada una con una mano, apretándolas con suavidad—. Y esto… es una historia diferente. Han cambiado mucho y me chifla la transformación.
—Ya me he fijado. —Cerró los ojos durante un momento e inclinó el cuello, dejando que la tocara a voluntad. Siempre entregándose a mí y a mis desbocadas necesidades.
—Mmm… Eres perfecta, señora Blackstone, y siempre lo serás para mí.
—¿Te he dicho alguna vez lo muchísimo que me gusta cuando me llamas señora Blackstone? —preguntó perezosamente mientras clavaba en mí aquellos preciosos ojos.
—Alguna que otra vez, sí. Me encanta que te guste tu nuevo nombre. —Le sonreí a través del espejo—. A mí me gusta llamarte así. Incluso me gusta más mi apellido desde que es el tuyo también. Lo cierto es que ahora me gustan un montón de cosas.
Ella me cubrió la mejilla con la mano sin dejar de mirarme en el espejo.
—Pero vas a tener otro nombre nuevo. Está a punto de llegar alguien que solo te llamará de una manera, y no es Ethan.
—Papá.
—Sí. Alguien para quien solo serás «papá». —Me sonrió con ternura, con una mezcla de felicidad y quizá una pizca de tristeza al pensar en su padre—. Serás el mejor… —susurró.
Brynne siempre me sorprendía por su generosidad. Por su habilidad de sacar ternura incluso de la pena y la pérdida. Era valiente. Fuerte. Asombrosa. La besé en la nuca y apoyé la barbilla en su hombro mientras nos mirábamos el uno al otro a través del espejo.
—Me encanta como suena… Papá. Yo seré papá y tú mamá.
—Eso parece, sí.
Le puse de nuevo las manos sobre el hinchado vientre.
—Adoro a nuestra pequeña piña. —Giré a Brynne entre mis brazos para que me mirara y le encerré la cara entre las manos—. Te amo, señora Blackstone.
—Yo te amo más —respondió ella.