11
Esperé que pasara media hora antes de seguirla escaleras arriba. Quería que aquel abotargamiento alcohólico se disipara un poco y estar más seguro de mis actos. Sin embargo, no podía estar alejado de ella ni un momento más. Necesitaba la tranquilidad que ella me transmitía. Incluso Neil lo había notado; «Brynne es tu cura», había comentado. Solo ella podía arrastrarme fuera del infierno cuando me sentía así.
Respiré aliviado al saber que no tendría que explicarle nada. Su nueva regla de dejarme a solas con mis demonios me ayudaba mucho. En realidad, todo lo que ella hacía me ayudaba.
Cuando entré en el dormitorio estaba oscuro y ella dormía, como yo esperaba. Me despojé del esmoquin y me deslicé bajo las sábanas, acurrucándome a su espalda. Primero inhalé su reconfortante aroma, dejé que su olor me inundara el cerebro, y al instante me sentí aliviado; recuperé la esperanza de conseguir que la fealdad se desvaneciera. El mejor momento de la noche fue ese instante en el que hundí la cara en su cuello y la nariz en su cabello.
Brynne era muy generosa, jamás le importaba que la despertara para hacer el amor con ella.
Y ahora mismo necesitaba hacerlo.
Así que ahogué por completo la sensación de culpa.
Cuando retiré las sábanas, me la encontré cubierta por una especie de sudario que la tapaba de pies a cabeza. Un camisón de los que usaría mi abuela… cuando ya tenía ochenta años. Era una prenda feísima cuyo próximo destino sería el cubo de la basura. Me ocultaba su belleza y eso me frustraba. Estar medio borracho no debía ayudar precisamente a mi juicio, pero eso no me detuvo. Busqué el lugar donde se cerraban los botones hasta medio pecho y deslicé los dedos para tirar con fuerza y rasgarlo en dos hasta el dobladillo. Sus tetas desnudas fue lo primero que surgió ante mi vista, y luego el resto. Al instante me sentí mejor; me puse duro al instante.
Ella se despertó con un jadeo seguido de un grito.
—Shhh… —Le puse una mano sobre la boca y pegué los labios a su mandíbula. No quería que entrara nadie en nuestra habitación para asegurarse de que no pasaba nada. La casa estaba repleta.
Brynne me miró con los ojos muy abiertos. Parecía que no le había gustado mucho lo que acababa de hacer, pero eso no me disuadió.
—Solo estaba deshaciéndome de ese camisón tan horrible. Me parece odioso. —Retiré la mano para cubrir sus labios con los míos. Ella dijo algo, tensándose debajo de mí, pero fue solo al principio del beso. Luego, cuando mi lengua rozó la de ella, se entregó, como siempre, relajándose bajo mi cuerpo para que la acariciara y poseyera—. El camisón es odioso, pero a ti te adoro.
La besé en la garganta, bajando al hueco de la base del cuello, al esternón, entre los pechos. Saqué la lengua y la arrastré sobre un pezón. Ella se arqueó hacia mí para acercarse más. Rodeé el erizado pico rosado una y otra vez hasta que Brynne se contorsionó.
—Eso está mucho mejor —le dije—. Tengo que ver cada centímetro de mi preciosa esposa.
—¿Ethan?
—Shhh, nena —la acallé—. Solo disfruta de lo que estoy haciéndote.
Seguí besando su cuerpo según bajaba, rozándole el vientre al sumergirme todavía más. Le separé los muslos con firmeza, alcé la cabeza y disfruté de aquella magnífica vista. Me dejaba sin aliento, como siempre. Su sexo… No tenía palabras para describirlo. Inhalé su aroma, emborrachándome con aquel intoxicante perfume. Era único, solo de ella, y me resultaba completamente delicioso; mataría por él.
Lamí el interior de sus muslos, prestándole a cada uno la misma atención, hasta que no pude negarme lo que realmente ansiaba ni un segundo más: poner mi boca sobre sus dulces pliegues. Comencé lentamente, con lametazos cortos entre sus recovecos, luego tracé círculos, utilizando mi lengua como si fuera un pequeño pene. Ella se arqueó contra mis labios y se meció con el mismo ritmo de mis caricias. Podría estar haciendo eso durante toda la noche, mientras ella lo disfrutara, o lo que me dijera que quería que hiciera.
Sus hermosos jadeos avivaron mi ansiedad, alejando mi tormento y anunciándome su placer. Deslicé un par de dedos en su empapado calor y busqué ese punto especial, ese parche más áspero de piel que creaba magia.
Ella se curvó con fuerza al tiempo que gemía bajo el empuje combinado de mis dedos en el punto G con las caricias de mi lengua en el clítoris. Resultó una mezcla explosiva. Apenas tardó dos minutos en correrse, jadeando mi nombre como a mí me gustaba que hiciera.
«Jodida y totalmente perfecto».
Después de que alcanzara un segundo orgasmo bajo mi lengua, me puso la mano en la cabeza. Sabía lo que quería decir. Necesitaba mi polla.
Aparté renuente la boca de su sexo y me alcé, doblando sus largas piernas sobre mis brazos. Mi chica suspiró impaciente cuando alcé sus caderas para penetrarla.
Me reí de su frustración cuando, previamente, deslicé mi pene sobre su clítoris para estimularla un poco más.
—Ahora voy a follarte, nena —susurré, impulsándome hacia delante. Fui completamente consciente de que perdía el control cuando sentí su húmedo y resbaladizo calor en el glande, comenzando a flotar en una neblina de sexo y deseo; de placer inigualable.
El apremiante agarre de sus músculos internos alrededor de mi polla mientras me deslizaba en su interior me hizo contener el aliento. Ella inclinó la pelvis, aceptando la invasión que no podía contener. Jamás lograría reprimir aquella controladora necesidad de estar dentro de Brynne. Era el único lugar seguro en el mundo.
Mientras el frenesí se desbordaba, sentí que palpitaba en torno a mí, empapándome con sus fluidos. Noté que ella comenzaba a respirar con dificultad y que me rodeaba las caderas con las piernas para que friccionara justo donde más necesitaba. Empujé más profundo con cada embestida y vi aquella mirada que me dirigía cuando estaba a punto de alcanzar el éxtasis. Era triunfante. Se sentía orgullosa de conseguir que me corriera, igual que me pasaba a mí.
Sentí que mi erección se engrosaba, preparándose para la explosión.
Clavó los ojos en mí mientras yo le rodeaba el cuello para mantenerla inmóvil, aprovechando para meterle el pulgar en la boca. Ella lo recorrió con la lengua, lo chupó y yo sentí que mis pelotas se tensaban; me dejé llevar por el placer cegador que me inundó cuando me vacié en su interior.
Preocupado por el bebé, logré rodar a un lado antes de caer desplomado encima de ella; no quería aplastarla. Ella respiraba entrecortadamente contra mí, recuperando el resuello poco a poco, con mi pene palpitando todavía en su interior. Deslicé la mano desde su cuello a un pecho, y lo capturé con la palma. Sentí su corazón palpitando bajo la suave barrera de carne. «Ese era también mi corazón».
—¿Qué ha sido eso? —me preguntó después de un momento, con una expresión ilegible mientras me quemaba con sus ojos, verdes bajo la luz de la lámpara.
—Eso has sido tú, perfectamente follada por tu hombre, preciosa —bromeé, dejando caer el seno que sostenía en la mano y bajando la vista a mis caderas.
—No me jodas, Ethan. Eso a lo que tú te refieres lo imaginé cuando destrozaste mi camisón. Lo que estoy preguntándote es por qué me has ignorado durante toda la noche para emborracharte en la boda de tu mejor amigo.
Mi pene se ablandó mientras comprendía con meridiana claridad cómo se sentía. Había dolor y pesar en sus ojos, e incluso me pareció percibir el acuoso brillo de las lágrimas.
La sensación de euforia desapareció al darme cuenta de lo que acababa de hacer.
«No la merezco, y jamás lo haré».
Observé que su sonrisa presumida desaparecía y era reemplazada por una expresión de preocupación.
—¿Ha ocurrido algo, Ethan? ¿Te arrepientes de haberte casado conmigo? ¿Te sientes… infeliz conmigo…? ¿Con el bebé? ¿No te gustan los cambios de mi cuerpo?
Tenía que preguntárselo. Él me conocía y esas eran mis dudas. Necesitaba saber la verdad. Siempre había sido así con Ethan; él siempre había sido sincero desde el primer día. Era una de las cosas que adoraba de él. Siempre me contaba lo que pensaba, compartía sus deseos, me ayudaba a comprender lo que quería y necesitaba, pero aquel extraño comportamiento por su parte me había confundido y dolido.
—¡Oh, nena…! ¡No! ¡Joder, no! —Lo vi sacudir la cabeza de manera vehemente—. Casarme contigo es lo mejor que me ha ocurrido en la vida, Brynne. ¿Has llegado a pensar que no te quería a ti o al bebé? ¿Por qué?
Él presionó la mano contra mi seno y gravitó sobre mí, su cara muy cerca de la mía, buscando mi mirada con sus profundos ojos azules y estudiándome con detenimiento, como si así pudiera descubrir el misterio.
—Has herido mis sentimientos. Me dejaste allí, en la mesa, y te marchaste a beber. Es algo que no haces nunca, Ethan. ¿Por qué te pusiste a bailar con Gwen y no conmigo? —Todas aquellas lastimosas preguntas escaparon de mi boca, avergonzándome ante él, pero no podía evitarlo. La culpa de todo aquello la tenían las hormonas.
—¿Con quién?
—Con Gwen, la rubia flaca.
Él no dejó de parecer confundido.
—El rollo de Dillon —insistí con énfasis, preguntándome si seguiría estando borracho.
—Ah… esa… —gruñó con cierto desprecio—. Me arrastró a la pista y estaba demasiado alelado para negarme.
—Eso no disculpa que no lo hayas hecho conmigo. —Ethan tenía que escuchar lo que pensaba y saber que no entraba en mis planes tolerar ese tipo de comportamiento.
—Lo siento mucho, nena —me dijo muy serio antes de posar los labios en los míos. Me besó con suavidad. Fue una caricia tierna y llena de cariño, como si quisiera dejar su huella después del salvaje polvo de un minuto antes. Los leves roces de sus labios y su lengua no tenían otro propósito que demostrarme que me amaba. Me sentí mucho mejor, debía admitirlo, pero seguía encontrándome un poco confusa sobre lo que había pasado esa noche.
Cuando por fin abandonó mis labios, volvió a mirarme a los ojos con intensidad, como si estuviera a punto de confesar algo importante.
—Te amo más que a mi vida, Brynne. De hecho, no puedo vivir sin ti. Jamás lamentaré que vayamos a tener un bebé, nunca dejaré de amarte ni a ti ni a nuestros hijos. Eres mi vida, estás atada a mí. Y sigues siendo la mujer más hermosa del mundo. ¡De todo el puto mundo! ¿Me has comprendido, Brynne? —Sonaba brusco, pero su expresión era implorante.
—S-sí —hipé con un sollozo, sintiéndome muy sensible y aliviada. Sin embargo seguía necesitando algunas respuestas de él—. ¿Qué ocurrió e-esta n-noche? Pasó algo, ¿verdad?
Él se tumbó a mi lado y me obligó a colocarme en la misma posición poniéndome la mano en la cadera, como si necesitara tocarme para atreverse a decírmelo.
—Sí, nena, ocurrió algo. —Me estrechó contra él y apretó los labios en mi pelo al tiempo que aspiraba profundamente—. ¿Recuerdas a la mujer que te presenté durante la cena? ¿Sarah?
—Sí. Me pareció muy agradable y amistosa. ¿De qué la conoces, Ethan? —Era una mujer muy hermosa y resultaba fascinante conversar con ella. Recordé que se había mostrado genuinamente interesada en saber cómo nos habíamos conocido Ethan y yo. Me preguntó cuando saldría de cuentas, pero con suma normalidad; no había notado nada extraño.
—Asistió a la boda porque quería felicitar a los novios, supongo, pero se marchó porque le resultaba demasiado duro vernos; observar a Neil con Elaina… Presenciar que éramos felices con las personas que amábamos. —Noté que crispaba la mano que apoyaba en mi cadera—. Sarah Hastings estaba casada con un hombre que prestó servicio con Neil y conmigo en las Fuerzas Especiales. Un tipo que no regresó de Afganistán.
—¡Oh…, es horrible! Imagino que Neil y tú erais buenos amigos de él y…
—Sí. Estaba bajo mis órdenes… en mi brigada.
Ethan parecía estar muy tranquilo mientras hablaba, pero supe que guardaba una pena profunda, largamente soportada o una gran sensación de culpa por la muerte de ese hombre. Era evidente lo que aquella experiencia había supuesto para él; había sido horrorosa.
—Ese hombre te importaba mucho —comenté bajito, sin querer preguntar sobre aquello que podía hacerle daño. Para mí era mejor declarar los hechos en vez de preguntarle sobre algo que no se sentía a gusto compartiendo.
—Mike Hastings fue uno de los mejores soldados que yo conocí. Fuerte, leal… luchador hasta la muerte. El tipo de hombre que uno quiere tener a su espalda cuando todo está a punto de irse al carajo —explicó Ethan con voz neutra, pero llena de respeto y dignidad hacia su camarada caído.
—Te… te oí gritar su nombre una vez… cuando tenías una de esas pesadillas. —Apreté los labios contra su torso y lo besé justo encima del corazón. Luego puse allí la oreja para poder escuchar aquel valiente corazón. «Mi corazón».
Él llevó la mano a mi cabeza y me acarició el pelo, estrechándome entre sus brazos en busca de consuelo.
—Mike. Sí. L-lo de M-Mike fue lo peor.
—Ethan, no tienes por qué hablar de ello si no quieres. Cariño, no quiero que lo recuerdes solo para contármelo.
—No, tienes que saberlo. Eres mi mujer y deberías saber por qué… por qué me ocurre esto.
Cerré los ojos y me preparé para asimilar la explicación, sabiendo que sería realmente atroz.
—Te amo, Ethan —susurré.
—Mike y yo fuimos hechos prisioneros. Él sufrió cautiverio durante veinte días, en vez de veintidós. Fue entonces cuando lo ejecutaron, delante de mí. Lo utilizaron p-para mostrarme l-lo que pensaban hacerme a mí.
Sentí que tragaba saliva, pero no le cambió la voz. Sonaba demasiado calmado y yo me puse tensa al imaginar cómo había muerto Mike Hastings. Recordaba muy bien lo que Ethan me había dicho en una ocasión, que los talibanes pensaban cortarle la cabeza y mostrárselo al mundo con un video casero.
—Usaron un enorme cuchillo y me obligaron a mirar. Me dijeron que si cerraba los ojos o apartaba la mirada, harían que Mike sufriera durante más tiempo, que le cortarían partes del cuerpo que no le harían morir, pero alargarían la agonía prolongando lo inevitable. Aquello era lo que nuestros captores consideraban divertido, los jodidos sinsentidos de lo que ellos llaman Guerra Santa.
Lloré en silencio mientras desgranaba aquella horrible experiencia, incapaz de decir nada, sin saber qué hacer, salvo abrazarlo y ofrecerle cualquier cosa que necesitara de mí.
—Pero le fallé. Intenté tener cojones… Brynne, no sentirme afectado, pero no pude evitar…
Dejó de hablar. El silencio se volvió tan ensordecedor como el constante latido de su corazón contra mi mejilla, ahora empapada por las lágrimas calientes… que caían por él, por su amigo, por la impotente sensación de culpa que sentía por algo que estaba más allá de su control.
—Te amo, siempre te amaré. —No sabía qué más decirle.
Él respiró hondo junto a mi sien y pareció relajarse algo. Después de un rato en silencio, él me hizo una pregunta. Sé que fueron unas palabras que le resultó muy difícil pronunciar. Pude percibir su miedo cuando salieron de sus labios.
—¿Crees que hay algún lugar, o una persona en alguna parte, que pueda ayudarme?
—Sí, Ethan. Sé que lo hay.