Capítulo

1

24 de agosto

Somerset

Puedo oír el océano —susurró ella contra mí mientras me acariciaba la nuca con casual despreocupación, envolviéndome en esa esencia suya a flores que siempre me volvía loco.

—Mmm… —Me detuve en el que me pareció el lugar perfecto para revelarle la sorpresa—. Hemos llegado a nuestro destino nupcial, señora Blackstone. Voy a dejarte en el suelo para que captes el efecto completo —la avisé antes de inclinarme para que tocara tierra firme con los pies. Me giré con ella hacia la casa mientras le cubría los ojos con las manos.

—¡Eh, quiero ver! ¿Vamos a dormir aquí?

—No estoy seguro de si vamos a dormir o si haremos otra cosa… pero sí, pasaremos la noche aquí. —La besé en la coronilla al tiempo que retiraba las manos. Para ti, preciosa. Ya puedes abrir los ojos.

—Stonewell Court —susurró con suavidad al ver la enorme casa con todas las luces encendidas—. Estaba segura de que estábamos aquí. Recordaba el olor a mar y el crujido de la grava bajo nuestros pies del día que vinimos. Es muy hermosa. No… no puedo creerme que hayas conseguido que podamos pasar aquí nuestra noche de bodas. —Abrió los brazos en el aire—. ¿A quién tengo que agradecérselo, Ethan?

«Todavía no lo ha entendido». Le puse las manos en los hombros y me incliné para besarla en el cuello desde atrás. La necesidad de sentir su piel bajo los labios era acuciante.

—Sobre todo a Hannah —musité—. Ha conseguido hacer un milagro a pesar de la distancia. Agradezcamos a Dios la existencia de las videoconferencias y de la posibilidad de utilizar firmas electrónicas en documentos legales.

—¿Cómo? —preguntó clavando en mí una mirada desconcertada, con su hermoso ceño fruncido. Me encantaba sorprenderla, y sabía que esa sorpresa en particular le iba a encantar. Hacerla feliz me hacía feliz a mí. Punto. Nos habíamos registrado en el Heartbreak Hotel más de tres veces durante los últimos meses y cualquier cosa que lo evitara, bienvenida fuera. O eso fue lo que me dije para racionalizar mi impulso.

—La casa es nuestra durante esta noche —expliqué al tiempo que le colocaba un rizo errante detrás de la oreja, inclinándome para inhalar profundamente aquel intoxicante aroma que desprendía mientras me recreaba en la certeza de lo que habíamos hecho. Lo cierto era que lo habíamos superado. Habíamos sobrevivido a todo y logrado llegar a este momento concreto.

Estábamos casados. Éramos un matrimonio. Esperábamos un hijo. Poseíamos una puta casa en el campo. Era difícil de creer que todo eso estuviera relacionado conmigo, pero imposible no aceptarlo con la prueba tangible al alcance de mis manos.

De algo estaba seguro. Lo quería todo. Sin vacilar. No tenía ninguna duda al respecto.

«Es mío».

Brynne apresó su labio inferior con los dientes blancos y se lo mordisqueó. Tuve que contener un gemido al ver aquel gesto. Necesitaba esa deliciosa boca… en la mía. Con urgencia.

—Bueno, pues tu hermana ha hecho magia —aseguró ella con suavidad, mientras mi mente se veía inundada por eróticas imágenes de lo que ocurriría en las próximas horas—. Apenas puedo respirar, Ethan. Este es el lugar perfecto para que pasemos nuestra noche de bodas, no existe otro más perfecto.

—Tú sí que eres perfecta. —Encerré su cara entre mis manos y me incliné para capturar sus labios, apoderándome de su boca y paladeando su dulce sabor frente a la casa encendida, envueltos por la veraniega brisa marina de la noche. La tenté para que me dejara entrar y, por supuesto, accedió. Me recreé durante un buen rato en el embriagador sabor de mi chica, recordándole que era mía; como había sido desde el principio.

«Mi mujer».

Y resultaba jodidamente sexy.

—¿Te gusta? —le pregunté cuando retiré la lengua de su boca. Había tenido que contenerme durante mucho tiempo y me encantaba no tener que refrenarme ahora. Y mis pelotas casi moradas lo demostraban. Brynne había vivido en casa de su tía Marie mientras preparábamos la boda. Me pregunté cómo hacía la gente para conseguir mantenerse célibe sin volverse loca. Lo cierto es que ahora lo sabía. Acababa con los testículos a punto de reventar y apenas capaz de pensar

—No es que me guste, Ethan, es que la adoro. —Giró sobre sí misma para volver a contemplar la casa, pegando las deliciosas curvas de sus nalgas a mis caderas. «¡Oh, joder, sí!». Brynne estaba a punto de sentir mi polla dura como una piedra contra su precioso culo cubierto por el vestido de novia. Sin duda estaba a punto de perder el control. Dos semanas eran demasiado tiempo sin ella, en especial cuando me había acostumbrado a tenerla en mi cama. Ya no era capaz de dormir bien si Brynne no estaba a mi lado, si no podía aspirar su aroma… si no me envolvía entre sus brazos.

Y si tenía uno de esos putos sueños…

Por mucho que odiara agobiarla con el ruinoso equipaje emocional que cargaba a mis espaldas, mi parte más vulnerable era consciente de que solo su presencia conseguiría acabar con aquellas jodidas pesadillas. Brynne era mi único consuelo y, aún así, me resultaba insoportable asustarla con toda aquella mierda. Intentaba con todas mis fuerzas que aquellos terrores nocturnos no aparecieran. Algunas veces lo lograba, otras no. Hasta ahora había conseguido evitar otro mal trago como el que pasé la noche anterior a que fuera abordada por Karl Westman.

Él. Me hervía la sangre con solo sugerir su nombre. Ese capullo no volvería a hacerle daño, ni tampoco ningún otro hombre, pero pensar en cómo había intentado llevársela hacía que incluso se me revolviera el estómago…

—¿Ethan? ¿Qué te pasa?

Alejé aquellos pensamientos y sacudí la cabeza al tiempo que la estrechaba con más fuerza.

—Lo siento. Es… No es nada, nena. —Me concentré en acariciar un punto detrás de su oreja.

—Estaba diciéndote lo mucho que me gusta que vayamos a pasar aquí la noche y como no respondías…

La interrumpí antes de que dijera nada más. Mi chica siempre era muy intuitiva cuando se trataba de mí. Sabría dónde había ido mi mente, cuáles eran mis preocupaciones. Brynne me conocía mejor que nadie y, al mismo tiempo, no podía cargarla con nada más. Simplemente no podía… No a mi dulce e inocente chica; a mi reciente esposa; a la madre de mi hijo. Y menos ahora, que estábamos a punto de empezar la luna de miel. Iba a disfrutar a tope de los días que pasaríamos juntos. Lo iba a intentar con todas mis fuerzas. Con todas mis jodidas fuerzas.

Así que la distraje.

—Yo también me alegro mucho de eso, señora Blackstone, porque después de que estuvimos aquí juntos, no logré quitarme este lugar de la cabeza. Quería volver. Es necesario prestar atención al interior, pero la estructura es firme y los cimientos sólidos a pesar de estar al borde del acantilado, con el mar tan próximo. Esta casa lleva en pie muchos años y seguirá estándolo durante muchos más.

Saqué un pequeño sobre del bolsillo y lo puse delante de ella rodeándola con los brazos para que pudiera verlo.

—¿Qué es esto? —preguntó en voz baja, consiguiendo que el corazón se me acelerara en el interior del pecho.

—Tu regalo de bodas. Quiero que lo abras.

Levantó la solapa e inclinó el sobre para que el contenido cayera en su mano; en parte actual y en parte muy antiguo.

—¿Las llaves? —Se giró de nuevo hacia mí con una expresión de temor y los labios entreabiertos—. ¿Has comprado la casa?

No pude contener una sonrisa al ver su reacción.

—No exactamente. —La obligué a darse la vuelta para que mirara la edificación una vez más y la rodeé con mis brazos al tiempo que apoyaba la barbilla en su cabeza—. He comprado un hogar para nosotros. Para ti y para mí, y para melocotón, y las frambuesas o arándanos que pudieran llegar después. Este lugar tiene habitaciones de sobra para todos.

—¿De cuántos arándanos estamos hablando exactamente? Porque esta casa es enorme y debe tener muchísimos dormitorios.

—Eso, señora Blackstone, habrá que verlo, pero te aseguro que haré mi parte para llenar unos cuantos. —«¡Oh, sí! Sin duda lo haría».

—Ah… Entonces, ¿qué haces aquí pasmado? ¿No tienes nada mejor que hacer? —Ahora sonaba relamida, y me encantó escucharla.

La tomé en brazos y comencé a andar. Muy rápido. Si ella estaba lista para iniciar la luna de miel, no iba a ser tan tonto como para darle largas. Sin duda no era tan gilipollas.

Mis piernas hicieron desaparecer con rapidez el resto del recorrido hasta pisar el porche de nuestra nueva casa.

—La novia tiene que atravesar el umbral en brazos —le recordé al tiempo que empujaba la pesada puerta de roble con el hombro.

—Cada vez te vuelves más tradicional, señor Blackstone —se burló de mí con ternura.

—Lo sé. Y me encanta.

—¡Oh, espera un momento! Quiero que abras tu regalo, Ethan. Déjame en el suelo. La iluminación de este vestíbulo es perfecta para que las veas.

Me entregó la caja negra atada con un lazo plateado que había sostenido hasta entonces con cuidadosa firmeza. Parecía feliz; estaba preciosa vestida de encaje y con aquel colgante en la garganta. Tuve un pequeño flashback de cómo se había resistido a Westman cuando este intentó retenerla, porque también lo llevaba puesto cuando la rescaté y revisé cada centímetro de su cuerpo en busca de señales o heridas. Era lo único que seguía sobre su cuerpo cuando la llevé a la ducha. El sencillo colgante en forma de corazón de mi preciosa chica americana. Me reproché para mis adentros haber permitido que esos malos pensamientos penetraran en mi mente otra vez. Empujé el recuerdo tan lejos como era posible; esa noche no había lugar para nada feo. Era nuestra noche. En ella solo tenía cabida lo bueno y maravilloso; era un momento especial.

Levanté la tapa de la caja plana y retiré el papel negro de seda. Las fotos que descubrí debajo me hicieron contener el aliento. En ellas aparecía Brynne, hermosamente desnuda en diversas poses artísticas, sin otra cosa que la cubriera que su velo de novia.

—Para ti, Ethan. Para que las veas solo tú —susurró—. Te amo con todo mi corazón, con mi mente, con mi cuerpo. Ahora todo es tuyo.

—Son unas fotos muy bonitas —musité mientras las estudiaba con atención. Creo que por fin la comprendí. Mirando aquellas imágenes era más fácil para mí entender sus motivos—. Son preciosas, nena, y… creo que sé por qué quieres regalármelas. —Brynne necesitaba entregarme hermosas imágenes de su cuerpo, era su realidad. Y yo necesitaba poseerla y cuidarla para satisfacer algún rasgo dominante de mi carácter, esa era mi realidad. Tampoco podía evitarlo. Solo sabía que necesitaba estar con ella. Era así y no podía cambiar para acomodarme a Brynne.

—Quería que tuvieras estas fotos. Son solo para ti, Ethan. Solo para tus ojos. Son mi regalo.

—No tengo palabras. —Estudié las poses con cuidado, con menos prisa. Empapándome en las imágenes y saboreando cada una de ellas—. Me gusta esta en la que miras por encima del hombro, con el velo cayendo por tu espalda. —Contemplé la foto fijamente—. Tienes los ojos abiertos y… me miras.

—Lo hago, pero mis ojos solo han estado realmente abiertos desde que te conocí. Tú me lo has dado todo. Has hecho que quisiera abrirlos y mirar a mi alrededor por primera vez desde que soy adulta. Has hecho que te quisiera. Has conseguido que deseara… vivir. Tú eres mi mayor regalo, Ethan James Blackstone. —Se puso de puntillas para rozarme la cara con la palma mientras me miraba con aquellos iris color avellana, que decían todo lo que sentía.

«Brynne me ama».

Cubrí su mano con la mía.

—Tú también lo eres… para mí.

Besé a mi flamante esposa en el vestíbulo de aquella vieja casa de piedra que se había convertido en nuestro nuevo hogar. No tenía prisa y ella tampoco. Paladeé la sensación de que disponíamos del lujo de la eternidad.

Cuando nos cansamos, la tomé de nuevo en brazos, adorando sentir su peso contra mi cuerpo, y tensé los músculos para subir las escaleras. «Aferrándome a ella para no caerme». El concepto tenía mucho sentido para mí. No podía explicárselo a nadie, pero tampoco lo necesitaba. Era algo que solo yo sabía.

Brynne era el mayor regalo que me había dado la vida. Era la primera persona que realmente había visto mi alma. Solo sus ojos parecían capaces de ello. Solo los ojos de mi Brynne.