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Una nueva esperanza
y otro susto

Fijar la fecha de nuestra boda durante mis sesiones de quimioterapia fue como respirar aire fresco en medio de una ciudad contaminada. Ver que Fonsi seguía tan emocionado e ilusionado como antes con la idea de casarnos me brindó un gusto, una emoción, una fortaleza enormes. La verdad es que la idea de quizá no casarnos se me había cruzado por la mente. No había ninguna obligación y, dadas las circunstancias de mi enfermedad, muchas cosas podían cambiar. Esos cambios al final sí llegaron, pero unos años más tarde. En ese tiempo, sin embargo, éramos dos enamorados listos para dar ese salto de la mano. Él seguía ahí, estable y, a mí entender, queriendo estar, cosa que me reafirmaba que aceptar su propuesta de matrimonio aquel 30 de diciembre de 2004 fue lo correcto.

Si no lo hubiese visto tan activo y presente durante ese momento difícil de mi vida, a lo mejor yo misma le hubiese sugerido que no nos casáramos, pero en ese tiempo él fue todo lo contrario. Realmente estaba preocupado, activo en todo lo que tenía que ver con mis consultas médicas y las operaciones, y me apoyó de manera incondicional durante todo el proceso. Eso era lo que yo quería sentir del hombre que amaba y no tenía dudas de que me quería casar con él. Imagino que, en su momento, él habrá sentido algo similar.

Durante el proceso de fertilidad en Nueva York aproveché unos días para ir a ver vestidos pero, como todavía no había fecha, fue una búsqueda más bien informal. Una vez que decidimos casarnos el 3 de junio de 2006 comencé a planear todo de verdad. Fue un gran aliento tener esa nueva ilusión con la que me entretuve durante uno de los períodos más difíciles de mi vida. Entre sesiones de quimioterapia, mi hermana me llevaba a ver vestidos para distraerme y enfocar mi energía en algo que me llenara de alegría. Después de probarme y quitarme varios, encontré uno que me favorecía y me hacía lucir bien dentro del peso que tenía y con el seno fuera de lugar. Sin pensarlo demasiado, lo mandé a pedir.

Después me concentré en el pastel. Una amiga de mi hermana, que desde hace mucho es la que se ocupa de hacer los biscochos para los eventos de mi familia, era la que nos iba a hacer el nuestro para la boda. Yo quería algo relativamente sencillo, así que lo que hice fue que compré varios adornos de pelo —tenían forma de lazos y florecitas— y los coloqué encima de cada uno de los pisos del bizcocho. Buscaba que se viera original; quería algo que nadie hubiera tenido antes.

Así, poco a poco, fui planeando mi boda. Durante la quimioterapia no pude hacer demasiado, pero lo más importante es que me sirvió muchísimo para distraerme del malestar, los dolores, la caída de pelo y el trauma de pasar por un tratamiento tan duro física y emocionalmente.

Toda la planificación de la boda fue algo que disfruté inmensamente, no solo por la ilusión de ese gran día, sino porque durante ese tiempo recibí ayuda de mucha gente. Resultó ser una experiencia muy armoniosa entre nuestras dos familias. Mi intención era que ambos lados se sintieran partícipes de ésta unión, y así fue. Había que escoger las invitaciones, los colores de la boda, las flores y la coordinadora del matrimonio, otra gran ayuda. Yo me encargué y me involucré en muchos de los detalles y la coordinadora me ayudó a hacer de mi visión una realidad.

Otro detalle que me entretuvo mucho fue escoger qué regalar como recuerdo de la boda. Nos imaginábamos algo que fuese parecido a una pintura. Entrevistamos a unos cinco artistas y dimos con uno que nos gustó a los dos. Le explicamos que queríamos crear una imagen que nos representara a los dos —una guitarra, la letra de una canción y unos pasos que representaran el camino que estábamos por recorrer como hombre y mujer. Después de enfermarme, Fonsi escribió una canción llamada «Paso a paso» que para nosotros era muy significativa. Decidimos usarla en ese regalo. Todo cayó en su lugar y al final el artista nos entregó una hermosa serigrafía de una guitarra con la letra de esa canción adentro y las máscaras que representan la actuación. No podría haber sido mejor reflejo de nosotros dos.

Durante los días de planificación me di cuenta de que el vestido que había comprado al final no era el que realmente deseaba usar en ese día tan especial. Me interesaba tener algo original, diferente. En el ínterin conocí a un diseñador divino llamado Gustavo Arango, que previamente le había hecho el vestuario a Fonsi para sus shows y alfombras rojas, y de inmediato hicimos clic. Comprendió mi visión, lo que buscaba, ¡y me terminó haciendo dos vestidos! Diseñamos uno para la boda en sí y otro para presentarme ante la prensa. Me tomó las medidas, escogimos juntos la tela y el diseño de cada modelo, luego pasaba para hacerme las pruebas de vestido; fue increíblemente bueno y me dejó participar de cada fase con gusto. Realmente fue una experiencia muy chévere y los vestidos terminaron siendo todo lo que soñaba. Tanto Gustavo como Junior, mi maquillista y estilista, me hicieron sentir como una princesita en ese día tan especial, después de haber pasado por otro susto, que esta vez venía por parte de mi mamá.

Después de pasar una larga temporada conmigo mientras yo recibía mi tratamiento, mi mamá regresó a Puerto Rico. Un día, mientras conducía, alguien le chocó el carro justo cuando iba llegando a la iglesia. El accidente no pareció para nada serio; sin embargo, al poquito tiempo se empezó a quejar. Decía que le dolían los huesos, cosa que antes no le ocurría. Pasó unos tres meses quejándose de ese dolor extraño. Mientras tanto los médicos le hacían estudios pero no terminaban de encontrar la razón de ser de sus dolores. Finalmente, después de meses de estudios y de idas y venidas a citas médicas, descubrieron la causa de su constante dolor: linfoma no-Hodgkin. El linfoma no-Hodgkin es un tipo de cáncer en el que se forman células malignas en el sistema linfático —este sistema está compuesto de tejidos y órganos que producen, almacenan y transportan glóbulos blancos, que combaten las infecciones y otras enfermedades. Como el tejido linfático se encuentra en todo el cuerpo, el linfoma no-Hodgkin puede comenzar en cualquier parte. Los médicos no pudieron descubrir dónde fue que le comenzó la enfermedad a mi mamá pero sí se la lograron diagnosticar.

Ninguno de nosotros esperaba esta noticia. Otro cáncer en la familia y esta vez la afectada era nada más y nada menos que nuestra propia mamá. Yo acababa de terminar el tratamiento de mi cáncer y ya estaba en vías de recuperación. Lo único que me faltaba era terminar la reconstrucción de mi seno. La vida apuntaba hacia arriba. Nos preparábamos para mi boda, que se acercaba, y todo parecía andar nuevamente bien. Hasta ese marzo de 2006. Mami tenía cáncer. ¿Qué? No puede ser. Fue una noticia realmente impactante para mí y para toda mi familia, más aún porque previo a ese diagnóstico, ella nunca había estado internada ni enferma de gravedad. La figura central que siempre nos alentó y nos llenó de amor y fortaleza, la persona que rezó a mi lado para que saliera de mi enfermedad, que me brindó toda su energía y apoyo para que yo sobreviviera, ahora tenía que enfrentar su propia lucha.

Mami siempre ha sido una persona ágil, llena de vida y muy fuerte. Su único miedo tangible son las enfermedades. Al tocarle a ella, esa fortaleza y ese valor que demostró conmigo, con mi padre, con sus seres queridos en los momentos duros de nuestras vidas, se esfumaron. Y eso me preocupó. Mami le teme un poco a la muerte y, al recibir este diagnóstico, pensó que su turno para pasar a mejor vida ya se estaba acercando. Esa mujer tan llena de chispa y ganas de vivir de pronto se veía vencida.

Para mi fue un shock ver el cambio tan radical. Pasé de tener a una mamá que me leía la Biblia y me sentaba junto a ella para alentarme y decirme que todo iba a estar bien y que yo iba a salir adelante, a tener una mamá derrotada. Toda esa esperanza que me había inculcado a mí durante mi cáncer la perdió. No sentía que saldría bien de su enfermedad. Es increíble cómo un cáncer puede atacar a dos personas de la misma familia y causar reacciones tan diferentes.

Cuando a mí me diagnosticaron, ella sufrió como si la enfermedad hubiese sido suya, pero estaba tan fuerte como yo para sacarme adelante. ¿Dónde quedó la mamá que me apoyó con tanto ímpetu hacía solo unos meses, que me guió y me indicó el camino para seguir adelante? ¿Dónde estaba? Quizá como ya había sufrido tanto por todo lo que me ocurrió a mí, para cuando le tocó enfrentar su propia enfermedad había agotado ya esa fortaleza. Ahora nos tocaba a nosotros sacarla adelante.

Se sentía muy malita y encima, como la enfermedad le había llegado a los huesos, tuvo que someterse a una operación de cadera en la que le instalaron un tornillo. La recuperación fue lenta y ella enflaqueció muchísimo durante todo este proceso. Se la veía muy ansiosa y nerviosa, y a la vez se negaba a recibir nuestra ayuda. De la única que se aferró en ese tiempo fue de su hermana. Mi papá, mis hermanos y yo estábamos desesperados porque no hallábamos qué hacer para brindarle esperanza y llenarla de fortaleza para que saliera adelante. La veíamos vencida y eso nos daba terror.

Dada su enfermedad, tuvo que pasar por sus propias sesiones de quimioterapia, lo que tampoco fue fácil para ella. Todo parecía molestarla, todo le daba coraje. La única que se podía acercar a ayudarla seguía siendo su hermana. A todos los demás nos dejó un poquito a un lado, lo que para nosotros fue frustrante porque veíamos cómo decaía. Sentíamos que teníamos las manos atadas. No hallábamos qué hacer.

La fecha de mi boda se acercaba y Mami estaba en medio de sus sesiones de quimioterapia. Estaba muy débil y se encontraba internada en un centro de rehabilitación. Pensábamos que no iba a poder estar en la boda. Eso me partía el corazón e incluso pensé en posponer la fecha hasta su mejoría. Pero ella me insistió en que siguiéramos adelante con el plan. Me dijo que, aunque ella estuviese o no, quería que igual se llevara a cabo.

Tardó como un año en recuperarse del todo. Logró salir del hospital y regresar a su casa, pero seguía desanimada. Había dado un vuelco fatalista. Seguía acompañada de su hermana pero de alguna manera no aceptaba ni emitía energía positiva. Y sin esas ganas de vivir es muy difícil salir adelante. Ella sentía que ese ya era el último trecho de su vida.

Además de sufrir la enfermedad como tal, tuvo muchas otras secuelas. Hubo un momento en el que hasta parecía haber perdido la cordura. Quizá era por todos los medicamentos que se estaba tomando o por la falta de esperanza, pero se confundía con el dinero en el mercado. Ahí, por ejemplo, pedía que le cambiaran un billete y cuando lo hacían pensaba que le estaban dando el vuelto de lo que había pagado, pero en realidad no había pagado nada. Estos percances la frustraban inmensamente. Mami nunca me levantó la mano de niña, no era una persona violenta, pero de pronto si alguien le llevaba la contraria se ponía muy agresiva y hasta manoteaba a gente desconocida. Por instantes fue casi irreconocible. No parecía nuestra mamá de toda la vida.

Finalmente se animó a que su hermana se fuese de la casa para así enfrentar su día a día como lo había hecho anteriormente, llevando una vida más normal, donde tenía el apoyo de mi papá y sus hijos. Entonces empezó a salir lentamente de ese pozo ciego al que se había arrojado. Comenzó a mostrar mejorías y, después de varios meses, nosotros logramos largar un suspiro de alivio. Reapareció esa mamá fuerte, simpática, cómplice, de antes de la enfermedad. Los días de miedo y desesperanza en los que se la encontraba cabizbaja eran cada vez menos. Y si los tenía, lograba salir de ellos más rápidamente. Después de un año que pareció interminable, logró recuperarse del todo.

DESAFORTUNADAMENTE, HACIA FINALES DEL AÑO pasado volvió a sentir un malestar fuera de lo común. Como le tenía tanto miedo a las enfermedades —y como no solo me había visto a mí pasar por mi cáncer sino que tuvo ella que pasar por su propia enfermedad—, hizo lo posible para evitar algunas visitas médicas. Quizá tenía miedo porque ya a su edad es difícil sacar fuerzas e inspiración para seguir adelante.

Finalmente hizo su cita y se vio con su médico, quien le mandó a hacer unos análisis de sangre. Cuando recibió los resultados —y antes de llevárselos a su médico—, se los mostró a mi cuñado, que también es médico. Pasó por su oficina como si nada, se los dio y le pidió que los leyera rapidito porque se tenía que ir. No quería enfrentar la respuesta que se hallaba en ese documento. Sabía que, si era negativa, en un abrir y cerrar de ojos todo volvería a cambiar.

Mi cuñado le hizo caso: leyó los resultados y de inmediato notó que había irregularidades. Le explicó que seguramente necesitaría hacerse más estudios pero que, como él no era su doctor, primero debía llevarle los resultados a su oncólogo y de ahí seguir sus recomendaciones. Sin embargo, a nosotros sí nos dijo lo que sospechaba podía ser la causa de su malestar: parecía ser un cuadro de leucemia, un cáncer hematológico (de la sangre) que afecta la médula ósea. Y así lo confirmó su médico de cabecera. Nuevamente nos tomó por sorpresa. Cuando al fin parecían haberse calmado las aguas de ese mar turbulento que fueron nuestras vidas en los últimos años, nos volvió a caer encima otra tormenta.

A veces ciertas quimioterapias son tan fuertes que te pueden desatar otros cánceres en el cuerpo. Parece ser que ese fue el caso de mi mamá. Ahora tenía que volver a someterse a otra quimioterapia pero no podía ser la misma que la anterior. Aquella la debía evitar y en su lugar le dijeron que hiciera una intermedia, en la que el tratamiento era un poco más lento, cosa que era recomendable dada su edad. Su cuerpo ya no podría soportar una quimioterapia demasiado fuerte. Ahora, además, le ha tocado hacerse transfusiones de sangre, lo que también la deprime terriblemente.

Sus emociones son como una montaña rusa. Hay días en que quiere darse por vencida y hay otros en que está más luchadora que nadie. También se encuentra muy susceptible a la energía que la rodea. Si la visitan y le dicen que se ve mal, ella absorbe y siente eso, pero si la van a ver y la llenan de mensajes positivos y fortaleza, su humor y actitud se ven afectados positivamente. A veces ni ella sabe lo que le provoca esa sensación de tristeza interna, pero me imagino que es algo normal. No son enfermedades fáciles y los tratamientos son increíblemente duros de sobrellevar. Habiendo yo pasado por un cáncer, la comprendo. Entiendo los cambios de humor, entiendo la nostalgia repentina, entiendo las ganas de vivir y las ganas de darse por vencida. Estos sentimientos te inundan la cabeza y el alma, y aprender a manejar los efectos emocionales es uno de los pasos más difíciles de esta enfermedad.

Mami encuentra una aliada en mí porque también soy sobreviviente de un cáncer. Por ejemplo, hace poco le recomendaron que se pusiera un portal ya que cada vez se le hacía más difícil al equipo médico encontrarle una vena para administrarle su tratamiento o para hacer los análisis necesarios. Además, con cada pinchazo en busca de una vena sana, más nerviosa se ponía ella y más difícil se hacía el proceso. Así fue que aceptó ponerse el portal.

El día designado para la operación comenzó a llorar y le dio un ataque de nervios. Decía que no, que no se lo quería poner, que le daba miedo el dolor que le iba a causar. Mis hermanos enseguida me llamaron y me dijeron que estaba histérica y que se negaba a someterse a esa operación. Me comentaron que seguramente me iba a llamar. Y así fue. Cuando recibí la llamada de Mami intenté calmarle las angustias explicándole que eso era lo mejor que le podían poner para el tratamiento largo que le tocaba hacerse. Claro, ahí fue que me confesó que se acordaba de mi experiencia y de cómo lloré y sufrí y de lo mucho que me dolía. ¿Cómo no le iba a dar pánico si todavía tenía esos recuerdos de mi enfermedad?

Encima tenía razón. Para mí esa fue la operación más dolorosa. Pero le recordé que esa era la primera operación de mi vida, que estaba muy nerviosa y que, a diferencia de ella, yo pedí que me pusieran el portal debajo del pecho, cosa que causó que mi recuperación fuese mucho más dolorosa que la que viviría ella, con el portal encima del pecho. Era lógico que le entrara algo de pánico. Para mí fue un proceso muy traumático y ella estuvo a mi lado, me vio doblada de dolor. Por más fuerte que uno parezca o se haga, uno queda marcado cuando ve el sufrimiento y el trauma de alguien querido. Es difícil olvidar ese momento. ¿Quién no se angustiaría recordando todo eso y pensando que ahora le tocaría a ella?

Seguimos conversando y pasé a explicarle detalle por detalle cómo se usaba el portal, cosa que también le causaba miedo. Le dije que eso no dolía, que simplemente te quedaba un gusto extraño en la boca y la garganta cuando te lo lavaban con esa solución salina antes de administrarte la quimioterapia. Pero le aclaré que no había ningún tipo de dolor de por medio.

Poco a poco se fue tranquilizando. Finalmente accedió a la operación y lograron colocarle el bendito portal. Y como lo había imaginado, salió mucho mejor de su operación que lo que yo salí de la mía. Eso le permitió tomarse los siguientes pasos con más calma. Después tuvo varias preguntas más sobre lo que se sentía cuando te colocan la aguja para darte la quimioterapia —también me preguntó si dolía— y poco a poco la fui guiando desde mi experiencia, dándole todos los detalles posibles para tranquilizarla. Fue lindo poder ayudarla con lo que yo ya sabía y para ella fue un gran alivio tener a alguien que le explicara todo con lujo de detalle.

Ahora, mientras escribo este libro, mi mamá está en medio de sus sesiones de quimioterapia. Todos los que hemos vivido un cáncer sabemos que esos primeros días después de cada sesión son los más duros. Para ella también es así. Sin embargo, a diferencia de mi experiencia, y dado su tipo de cáncer, además de la quimioterapia le toca hacerse análisis de sangre unos tres días después de cada sesión para ver cómo está reaccionando al tratamiento. Fácil no es, eso es seguro. Pero la veo bien. Ahora tiene una actitud mucho más positiva. Se mantiene lo más ágil y ocupada posible, sale a ver a amigos y a comerse un helado, siempre bien vestida y maquillada, todas cosas que ayudan a subirle el ánimo.

Mi papá también le brinda mucha fortaleza y ganas de vivir. Ella no lo quiere dejar solo porque él también tiene sus problemas de salud. Los días que se siente bien lo obliga a salir a donde sea que los hayan invitado en el pueblo como para distraerse y divertirse y sentir el apoyo de la gente querida que los rodea. Ambos están pendientes el uno del otro, y eso los ayuda mucho a sobrevivir.