Mientras más avanzado esté el cáncer de seno, más señales da el seno de que algo anda mal. Yo encontré mi tumor porque me lo palpé pero, como los senos de las mujeres jóvenes usualmente son densos, pude no haberlo reconocido como algo anormal. Al encontrarlo yo lo sentí bastante grandecito. Resultó ser de cuatro centímetros.
Se había determinado que, como mi cáncer de seno estaba en la etapa II y los ganglios linfáticos no se veían afectados, solo me tendría que hacer quimioterapia, pero podría evitar la radiación. Si me hubiera tenido que someter a radiación, no hubieran podido colocarme el expansor que comenzaría a hacer espacio entre el músculo y la piel para el futuro implante. Pero este no era mi caso. No necesitaba radiación, así que si todo salía bien al quitarme el seno y no se encontraban con ninguna sorpresa al abrirme, la reconstrucción de mi seno podría comenzar de manera inmediata.
Me sometí a la operación con mucha tranquilidad y pensamientos positivos, enfocándome en que todo saldría bien. Hoy día, si me volviera a tocar otro cáncer de seno, enfrentarlo con esa misma actitud positiva sería mucho más difícil porque ya sé a lo que voy y eso me causaría triple angustia. Sé que es un proceso arduo y que lo que sigue es peor. Aunque todo es soportable, cada tratamiento lo vuelve todo más sombrío.
Pero este no fue el caso de aquel 30 de mayo de 2005. Ese día llegué a la operación animada, contenta, positiva, tranquila y deseosa de salir espectacularmente bien. En realidad, los que más sufrieron ese día fueron los miembros de mi familia. Recuerdo que mi hermana Adilsa casi ni hablaba de la angustia. Sin embargo, para mí había una sola misión: quitarme esa enfermedad.
Entré al hospital confiada en que todo iba a estar bien. En ningún momento pensé que iba a estar mal. Realmente no sé de dónde saqué tanta fuerza ya que ahora me observo y noto que soy muy llorona, pero en ese momento fui todo lo contrario. Lo que más me ayudó fueron las ganas de vivir, la fe, el amor y apoyo incondicional de mi familia y el estar locamente enamorada de mi pareja, quien también me brindó una cantidad de amor y apoyo, claves para mi bienestar en ese momento. Al verlo tan preocupado y angustiado, al observar el dolor de mi familia, de inmediato sentí que no era momento para quebrarme. Ellos me brindaron una fortaleza inexplicable. Yo no quería verlos sufrir y lo último que quería era que alguien me agarrara pena. Mi enfoque principal era estar bien y salir adelante con mi vida.
En el Mayo Clinic en Jacksonville, Florida, el trato fue espectacular. Una ventaja de haberme operado allí, además del profesionalismo del lugar, es que nadie sabía bien quién era yo. No me conocían como actriz y ese anonimato en ese momento tan íntimo y difícil fue inestimable. Encima me tocó un equipo de médicos increíbles que me hicieron sentir cómoda, me brindaron seguridad a través de explicaciones claras para que yo comprendiera todo lo que me estaban por hacer y entendiera que el propósito principal de cada procedimiento era curarme.
Llegué a la clínica unos días antes de la operación para hacerme todos los análisis preoperatorios necesarios y así estar preparada para el gran día. Tuve que entrevistarme con el anestesiólogo, el cirujano oncólogo, el cirujano plástico, hacerme análisis de sangre y hacer un living will por si me pasaba algo en el proceso. Este último paso me costó más de lo que me hubiese imaginado porque yo no iba con la idea de que me podía morir. Mi actitud positiva ni me permitía pensar en eso. Pensar en un testamento en ese momento era enfrentarme a la posibilidad de morir. Fue un momento impactante pero es una realidad y le puede pasar a cualquier. Mejor estar preparado.
La noche anterior y la mañana de la operación me tuve que bañar con un jabón especial que me dieron los médicos que sirve como desinfectante preoperatorio; por ende, antes de irme al hospital no me podía poner ningún tipo de crema en el cuerpo ni desodorante. Ese día me acompañaron mi mamá, Adilsa, Adalberto y Fonsi. Partimos tempranito hacia el hospital y, al llegar, lo primero que me hicieron fue inyectarme un tinte azul que serviría mientras me estaban operando para hacerme una biopsia del ganglio linfático centinela. El tinte azul ayuda a que el cirujano identifique el ganglio linfático centinela —el primer ganglio donde las células cancerígenas se podrían alojar, partiendo del tumor principal. Una vez identificado, lo extirpan y analizan en el acto para ver si da positivo o negativo. Un resultado negativo sugiere que el cáncer no ha desarrollado la habilidad para diseminarse por otras partes del cuerpo. Si el resultado da positivo, es probable que el cáncer se haya alojado en otros ganglios linfáticos cercanos y otros órganos. El tratamiento que sigue a la operación depende de ese resultado.
Una vez que terminaron de inyectarme ese tinte me llevaron a otro cuarto para que me quitara la ropa y me pusiera la bata de hospital. Cada uno de esos pasos me iban poniendo un poquito más nerviosa y ansiosa. Ponerme la bata también me causó ansiedad. Como nunca me había sometido a una operación de esa magnitud, todo esto era nuevo para mí. Algo tan simple como ponerme una bata se volvió todo un asunto. Nadie me explicó cómo me la debía poner y yo no tenía idea si la parte abierta de la bata iba de frente o de espalda. Me la puse como me imaginé debía ser pero entonces vi lo otro: unas medias y botas que parecían de astronautas. Después me explicaron que ayudaban a mantener la circulación de las piernas. Me puse toda esa ropita como pude y luego me arreglé según me dijeron las enfermeras. A esa altura intentaba disimular los nervios pero era difícil porque iban en incremento.
Un ratito después entró mi equipo de doctores y cada uno me explicó el procedimiento que seguiría. El anestesiólogo me contó que me abriría la vena, me daría un sedante y ya en la sala de operaciones me administraría la anestesia. En ese momento mi mamá tomó las manos del anestesiólogo y le dijo que se las bendecía —cosa que hizo con todos los doctores— para que yo pudiera salir bien y para que encontraran el rumbo correcto para hacer lo necesario para curarme. Luego vino el cirujano plástico y me marcó algunas áreas del seno: así estaría preparado para ponerse manos a la obra si le daban el sí. Lo que ocurre durante la operación es que primero trabaja el cirujano oncólogo para retirar el tumor. Una vez retirado, le hacen una biopsia para asegurarse de que quitaron todo lo que debían quitar y no quedaron márgenes con células malignas en el cuerpo. Si los márgenes se encuentran limpios, sin células malignas, su trabajo está terminado, pero si encuentran células malignas deben seguir raspando hasta que estos márgenes salgan limpios. Si los márgenes son demasiado amplios y los ganglios linfáticos se encuentran afectados, quiere decir que el paciente debe hacer un tratamiento de radiación. Pero si los márgenes se encuentran limpios y la biopsia del ganglio linfático centinela da negativo, la puerta hacia la reconstrucción permanece abierta.
Lo último que recuerdo antes de partir hacia la sala de operaciones es estar rodeada de mi familia, sonriendo para disimular los nervios. El tiempo entre ese momento y la sala de recuperación es una gran laguna. Tenía razón el anestesiólogo cuando me advirtió que no recordaría nada dentro de ese rango de tiempo. No sé qué dije cuando me sacaron del cuarto en la camilla, no recuerdo el pasillo ni el quirófano. Mi familia me contó que, cuando me llevaron en la camilla, se me cayeron las lágrimas, cosa que también me ocurrió en las siguientes operaciones. No lloraba antes pero en ese instante sí. Me imagino que, al relajar mi cuerpo, no había manera de contener mis sentimientos.
Gracias a Dios, la operación salió bien. Me lograron sacar el tumor con sus márgenes y el seno sin problema. La biopsia de ganglio linfático centinela dio negativa, lo cual indicó que mis otros ganglios linfáticos se encontraban bien; por ende, no necesitaría radiación. Y el cirujano plástico pudo entrar al quirófano a proseguir con el comienzo de la reconstrucción del seno y a colocarme el expansor.
Al despertarme después de la operación recuerdo sentir que mi boca y garganta eran un desierto. Durante la operación me habían entubado. Por pasar un rato con ese tubo, te queda toda la zona súper resentida cuando te lo sacan. Era una sensación muy incómoda y casi no podía hablar. Me sentía como Marlon Brando en El padrino. Lo bueno fue que estaba rodeada de mis seres queridos, que me hablaban y me trataban de hacer reír, burlándose de mis botas espaciales y aerodinámicas, cosa que agradezco inmensamente. Todavía estaba bajo los efectos de la anestesia, así que el dolor seguía sin apoderarse de mi cuerpo y todo me parecía un poco difuminado. Sí tenía claro, sin embargo, lo que me habían hecho y estaba ansiosa de ver cómo había quedado mi seno. Intentaba mirarme un poco pero no tenía demasiada movilidad y estaba completamente vendada, así que no había mucho para observar.
Ya en la noche mi familia se fue; recuerdo ver a la enfermera entrar y salir para hacer sus chequeos regulares. También recuerdo despertarme en medio de la noche y no tener a nadie en el cuarto ni encontrar nada para ver en la televisión. Sentía algo de náusea y la enfermera se acercó y me preguntó que del 1 al 10 cuán incómoda y mal me sentía: le respondí que 8 o 9. Entonces salió y regresó con una inyección que me calmaría ese dolor. Yo estaba feliz, pensando que se me quitaría todo con esa inyección mágica. No sabía lo que me esperaba. Cuando me la insertó, puse el grito en el cielo y pensé: «¡Me c@#o en mí misma! ¿Por qué dije que tenía náusea?». Me dolió más la bendita inyección que el malestar que tenía. La náusea se pasó pero el dolor en la pierna me duró ¡como cuatro días! Eso sí que no se me olvidará más.
Con la llegada del siguiente día, llegó también mi impaciencia. Ya estaba harta de estar en la cama y hasta recibí al doctor parada. Mi familia ya estaba ahí en el cuarto conmigo. Aproveché y me levanté y me bañé. Mi ánimo positivo me impulsaba hacia delante para cumplir mi única meta del día: salir de ahí cuanto antes para comenzar mi recuperación y seguir adelante. Mi familia intentaba que comiese algo pero yo estaba tan mañosa que lo único que quería era irme de ese lugar. Tuvieron que venir las enfermeras a explicarme que, para poder darme de alta, necesitaban que comiera algo. No me podían dejar ir con el estómago vacío así que me comí una gelatina con manzana o algo por el estilo. Al fin nos fuimos.
Como yo no tenía seguro, estaba pagando cada cosa de mi bolsillo. Por ende, lo que hice fue salirme del hospital cuanto antes para no incurrir en más gastos de cama y alquilamos un par de habitaciones conectadas en un hotel cercano al hospital para que yo pudiera hacerme los seguimientos postoperatorios necesarios y así volver a mi casa en Miami más tranquila.
Sin saber quién era yo, mi doctor maravilloso —esto lo aclaro porque es algo que él haría como médico preocupado por cualquiera de sus pacientes— me venía a visitar por las mañanas antes de entrar al hospital para ver cómo seguía mi recuperación y también pasaba después de su jornada laboral antes de partir a su casa. Fue un detalle increíble. Hoy día sigo guardando muy buena relación con el doctor Sarvam Terkonda. Él fue a mi boda y seguimos en contacto. Nos llamamos, nos frecuentamos, vino los otros días a Miami y fuimos a comer, nos mandamos tarjetas de Navidad. Se portó tan increíblemente bien que siempre le digo que si algún día tengo una hija, le voy a poner el nombre de su hija en su honor.
Como mencioné, yo no tuve seguro médico que me cubriera tratamiento alguno de mi enfermedad. Cuando quise sacar uno en Miami me aceptaron, pero no me cubrirían nada que tuviera que ver con el cáncer de seno por ser una enfermedad pre-existente al seguro. Tuve que disponer todos mis ahorros para el tratamiento y, gracias a eso y a la ayuda de mi familia, pude salir adelante. Me di cuenta de la importancia de tener un seguro médico y de lo difícil que debe ser para personas con menos recursos verse enfrentando exactamente lo mismo. A veces piensan que porque uno es artista tiene más ventajas, más privilegios y más dinero, pero la realidad es que muchos de nosotros somos igual de trabajadores que los no famosos. Como el ambiente artístico está rodeado de un cierto glamour, no necesariamente significa que uno tenga lo que tiene el personaje que interpreta o sea lo que aparenta ser delante de la gente. Esas apariencias son parte del trabajo. Y si dejamos de trabajar, dejamos de ganarnos la vida. De pronto no solo tuve que disponer todos mis ahorros para mi enfermedad sino que pasé los siguientes dos años sin trabajar y sin generar dinero. Si no hubiese sido por esos ahorros y la ayuda de mi familia, no sé cómo hubiese hecho.
Estaré también eternamente agradecida con la empresa Televisa, mi casa laboral durante tantos años de mi vida. Ellos me brindaron una ayuda inmensa al pagarme, casi en su totalidad, la primera operación a la que me tuve que someter sin seguro que me cubriera. Fue un apoyo esencial en un momento crucial.
Lo que siguió lo tuve que pagar de mi bolsillo: la quimioterapia y todas las operaciones que siguieron. Por eso sé lo clave que puede ser una ayuda en un momento desahuciado. Antes de asociarme a una campaña que ayuda a las personas que tienen cáncer de seno, me aseguro de averiguar cómo reparten el dinero ganado. Mi meta principal al representar estas campañas —como la de Save Lids to Save Lives— y ayudarles a recaudar fondos es que ese dinero le llegue a la gente. Quiero crear conciencia y generar dinero que realmente ayude a la causa.
El amor y apoyo que recibí de la gente fue una gran ayuda para mí. Antes de enfermarme yo sabía que la gente me tenía aprecio por las novelas y que seguían mi carrera, pero durante mi momento más difícil fue cuando me llegó esa lluvia de generosidad, amor y apoyo que me dejó pasmada de alegría. Las muestras de cariño, las cartas, las oraciones, todo eso fue una demostración de amor de la gente que yo no me esperaba. No sabía que contaba con eso. Hoy día todavía me sigo sorprendiendo porque la gente es muy linda conmigo. Hasta después de estar ausente de los medios durante dos años, su lealtad al volver me dejó loca de felicidad.
Cuando finalmente recibí el alta, bajamos en carro de Jacksonville a Miami. Pensamos que sería más fácil para mí que viajar en avión, y teníamos razón. Yo estaba adolorida, no podía mover mucho el brazo derecho y tenía un vendaje fastidiosísimo que me hacía sentir que caminar media encorvada era menos incómodo. Si me incorporaba, sentía que iba a sufrir más. Pero nada me quitaba la alegría de volver a casa. Lo más lindo de todo fue que, al llegar, había un gran cartel colgado al frente que decía Welcome Home (Bienvenida a casa). Me pareció un detalle lindísimo y me puso una sonrisa en la cara. Lo último que esperaba era la sorpresa que recibiría al entrar.
Abrí la puerta y, entre un mar de globos, me encontré con amigos y familia dándome la bienvenida sorpresa. La casa estaba repleta de flores y todos me transmitieron una alegría y una energía tan bonita, que me hicieron sentir como si todo estuviera bien, igual que siempre. Le agradeceré siempre a mi ex esos detalles tan amorosos. En un momento como ese, realmente logran levantarte el ánimo.
Las próximas semanas fueron de pura recuperación. Al quitarme los ganglios linfáticos de la axila derecha, necesitaba hacer ejercicios diarios con el brazo y la mano para ir recuperando el movimiento. Hoy día ya está recuperado ese brazo; sin embargo, y dado que ya no tengo esos ganglios linfáticos, nunca deben tomarme la presión ni sacarme sangre del brazo derecho. Tampoco debo cargar nada demasiado pesado con ese brazo y, cada vez que subo a un avión, debo colocarme una manga especial en ese brazo para evitar que me de linfedema, la acumulación de líquido en el tejido blando del cuerpo cuando el sistema linfático se encuentra dañado o bloqueado. Es una enfermedad que suele presentarse en los pacientes de cáncer de seno y que, una vez que la tienes, se vuelve crónica; por eso hay que tomar las precauciones necesarias para evitarla.
Después llegó el momento de ver la cicatriz del seno. La primera vez, bueno… No sé ni cómo describirla. Fue como recibir una bofetada. Nada te puede preparar para ese momento. Fue enfrentarme a lo que me estaba ocurriendo de verdad. Fue darme cuenta de que esto no era una simple pesadilla, que era una realidad. Me paré frente a un espejo de cuerpo entero que tenía en mi cuarto y, con la ayuda de Adilsa, quien me acompañó fielmente durante toda la enfermedad, me fui quitando la venda. Cuando finalmente me vi, respiré profundo. Se notaba que estaba cicatrizando bien pero era algo muy ajeno a mí. No sentía que el seno que veía reflejado en el espejo era en realidad el mío. Después de la operación, el seno con el expansor había quedado mucho más alto que mi seno sano. Casi me llegaba a la clavícula y eso me causó mucha impresión y angustia.
Mi médico me había mencionado que, al quitarme la venda, notaría que el seno estaría más alto que el sano; por eso me había pedido que me pusiera una venda especial. Esta venda lo que hace es apretar y empujar el seno hacia abajo mientras se va recuperando y el tejido se va expandiendo. Me explicó que cada dos semanas tendría que ir adonde el doctor para que me fuera llenando el expansor hasta que llegara al tamaño deseado, que en este caso sería el que se pareciera a mi seno sano. Después pasaría un tiempo con el expansor lleno hasta que el tejido se adaptara a esta nueva forma. Luego me haría otra operación en la que me quitarían el expansor y me colocarían el implante, que para ese entonces ya caería en su sitio. Yo ya conocía esta explicación pero igual me daba impresión verme así.
Para mantener el ambiente ligero y positivo, y por más impresión que nos diera, mi hermana y yo decíamos que se veía bonito, que la cicatriz estaba bien, que no era tan grande como pensábamos que sería, que tenía la suerte de que dentro de esa misma operación me habían podido colocar el expansor de tejido para comenzar el proceso de reconstrucción. Ambas hicimos lo que pudimos para darme ánimo para seguir adelante y sentir que todo lo que vendría también saldría bien.
Cada paso dentro de la recuperación era como ir escalando cuesta arriba. Cuando por fin sentía que podía llegar a una explanada de normalidad, me tocaba enfrentar otro hito. Ahora me tocaba quitarme la venda enfrente de mi novio.
Imagino que esto le puede pasar a cualquier mujer que haya vivido un proceso similar. Después de vivir tantos años con su pareja, hay muchas que no se atreven a dejarse ver los senos por vergüenza a la cicatriz y al qué dirán y al yo no sé qué. Encima, y con el tratamiento de la quimioterapia, el cuerpo cambia hormonalmente; ya uno no tiene el mismo deseo. Son muchas cosas. Sé de mujeres que se dejan ver enseguida por sus esposos o parejas, y de otras que con los años siguen sin dejarse ver.
Recientemente conocí a una mujer a la que hace poco le diagnosticaron cáncer de seno. Se encontraba enojada: había leído libros que dicen que todo va a estar bien y la gente le decía lo mismo. Ella encontraba que en teoría comprendía que podía salir de esto y que iba a estar bien, pero que en ese momento estaba encabronada y ya no quería escuchar a una persona más diciendo que la entendía y que todo iba a estar bien. Personas que pasaron por algo similar le comentaron que al final se dieron cuenta de que el cáncer les cambió la vida de una manera positiva, pero ella en ese instante no podía ver ni comprender cómo algo así podía tener un resultado bueno. Se le fueron los deseos de estar con su marido. No le veía nada positivo a lo que estaba viviendo en ese instante. Y eso tampoco está mal. Lo importante es respetar la vivencia de cada una porque no son todas iguales. El «todo va a estar bien» no le sirve a todas. Algunas mujeres sienten rabia al escuchar esa frase y otras la agradecen. Lo importante, según mi propia experiencia, es permitirse sentir y expresarse.
En mi caso, encarar el momento de desnudarme frente a mi novio y mostrar la cicatriz me resultó difícil. Me causaba mucha inseguridad. Ya sabíamos la explicación de todo pero igual sentía que me veía deforme. Es muy difícil explicar lo que uno siente viéndose así: es como recibir un golpe tras otro y uno no lo termina de comprender. No me sentía bonita ni atractiva, me sentía diferente, no me sentía yo misma. Y ni hablar de lo que vendría después. Pero Fonsi fue muy cuidadoso y cariñoso conmigo. Le restó importancia a mi cicatriz y enfatizó lo bonita que me veía, brindándome así el apoyo que necesitaba en aquel momento.
Todavía me faltaba pasar por varias etapas más, así que no era el momento para echarme a llorar y tenerme pena. Tenía que seguir adelante, seguir fuerte, seguir con ánimo, seguir positiva, seguir sonriendo. No me podía rendir a la angustia ahora.