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¡Mira quién baila ahora!

Después de hacer Alma de hierro y Bajo las riendas del amor llegó la novela que menos esperaba: mi divorcio en la vida real. Para lidiar con ese momento de mi vida sentí la necesidad de acurrucarme y volverme a guardar en un caparazón. Esto, con el fin de darme el espacio que necesitaba para comprender la nueva etapa que me tocaba vivir, de la misma forma como lo hice cuando me enfermé. En el momento en que me sentí preparada para salir de nuevo a enfrentar la realidad, me cayó del cielo la invitación a participar en Mira quién baila. Pero para llegar a eso tuve que por fin caer en cuenta de que necesitaba un apoyo profesional para sobrepasar todos los golpes que me habían caído encima dentro de un período de tiempo relativamente corto.

Ni cuando me enfermé ni cuando me divorcié busqué la ayuda de un profesional. Pero como pasó el tiempo y seguía tan deprimida me di cuenta de que ya no podía seguir adelante sola. Así fue que busqué ayuda y comencé terapia. Como ya se sabe públicamente y he dicho tantas veces, yo siempre trato de verle el lado positivo a todo. Yo pensaba que sola podía con todo, por eso me costó tanto darme cuenta de que en realidad necesitaba ayuda a gritos. Esa ayuda me dio las herramientas para comprender todo lo que había vivido desde un punto de vista emocional. Aun teniendo esa cantidad de amor y apoyo de mis seres queridos, si uno no está listo para enfrentar lo que siente, la sensación de ahogo nunca desaparece del todo.

Al reconocer y finalmente aceptar desde un punto de vista emocional lo que me había pasado, logré salir mucho más fuerte de lo que esperaba. Tuve la suerte de caer en manos de un señor maravilloso, quien casualmente fue la primera persona en notar que detrás de mi sonrisa se escondía un dolor muy profundo.

La primera dama de Quintana Roo, Narcedalia Martín de González, y el hospital Baptist de Miami me habían invitado a una charla en México sobre el cáncer en la que también participarían médicos y este psicólogo maravilloso que se especializa en las adicciones. Acepté, y en el avión de ida muchos coincidimos y nos conocimos en el viaje. Entre charla y charla, el terapeuta nos extendió una invitación a pasar por la playa para que hiciéramos chi kung todos juntos. El chi kung consiste en una variedad de técnicas relacionadas con la medicina china tradicional que se concentra en la mente, la respiración y el ejercicio físico. Me llamó la atención y decidí ir, pero al llegar noté que fui la única que apareció. Eso, sin embargo, no me quitó las ganas de practicar el chi kung y probar algo nuevo. Lo que no sabía era que me revolvería tantas emociones escondidas. Cuando llegó el momento de meditación, no aguanté más y me solté a llorar. En medio del llanto le confesé por primera vez a un extraño que estaba separada y al instante me dijo que podía contar con él, que no dudara en llamarlo.

Tardé dos años en hacer esa llamada. En el fondo me daba terror hacer una cita con él porque sentía que tendría que enfrentarme con mucho de lo que quería olvidar. Además, previamente a esa llamada yo pensaba que podía lidiar con todo sola. Que no necesitaba la ayuda de nadie. Ya había pasado mi cáncer, el de mi mamá, mi separación, pero la verdad es que había algo dentro de mí que no estaba bien. No estaba feliz. Y el tener que disimular en frente de la gente cada vez me costaba más trabajo. Pero mis amigas lograron ver a través de mi sonrisa. Hacía tiempo se habían dado cuenta de que había dejado de salir y notaban que mis ojos lucían tristes. En muchos momentos se animaron a recomendarme que buscara ayuda, me decían que seguro el apoyo me haría bien. Sabían que yo no quería hablar de todo lo sucedido pero pensaron que quizá en una terapia me animaba a abrirme y por fin sacar todo lo que llevaba acumulado por dentro. Finalmente tomé ese paso, llamé a ese psicólogo y para mí fue pasar de la noche al amanecer de un nuevo día.

Con él logré comprender muchas cosas y descubrí muchos miedos e inseguridades que antes, por mi cuenta, no había logrado identificar. Ese miedo a no hablar, a no decir las cosas, ¿es por respeto a la otra persona o es por miedo a un rechazo? Aprendí que yo busco justificar a las personas que me han hecho daño pero ¿por qué? Hacerme esas preguntas en voz alta y enfrentarme a ellas no fue fácil pero sí resultó ser un gran alivio. Ciertos cuestionamientos todavía me cuestan por el miedo a lo que pueden ser las respuestas. Todavía me falta explorar más para lograr salir de más dudas, pero por lo menos siento que di el primer paso.

Algunos miedos no te paralizan en el día a día —por eso son tan difíciles de reconocer— pero al hurgar un poco puedes descubrir que sí son paralizantes porque trancan tu crecimiento interno. A mí me pasó. Con mi enfermedad no me paralicé porque tenía el amor de mucha gente, que necesitaba en ese momento. Sin embargo, cuando me tocó pasar por el divorcio, una de las personas más importantes de esa gente que estuvo conmigo ya no estaba. Y no solo no estaba sino que era la razón principal del siguiente golpe. ¿Cómo salir adelante ahora?

Descubrí que la felicidad depende de mí. Esto lo sabía y lo reconocía, pero al estar enamorada puse mi felicidad en las manos de otra persona. Grave error. Y no es culpa de la otra persona. He aprendido que eso es simplemente algo que uno no debe hacer con nadie. En algún momento de mi relación con Fonsi me olvidé de mí. Todo se trataba de complacerlo a él. Esto no fue su culpa, fue mía, y así fue. Mi felicidad pasó a ser la suya. Dejé la mía de lado. Cuando de pronto descubrí que ya no tenía ni mi felicidad ni la suya, se me derrumbó el mundo. De a poco me fui apagando yo solita. En realidad, yo tampoco era feliz en mi matrimonio y en la vida que tenia con él, pero no quería aceptarlo.

En mi terapia aprendí que es posible hablar sobre los miedos e inseguridades de ambas personas sin necesidad de pelear. Ahora por fin siento algo de paz. Me encuentro más tranquila. Es como si hubiese vuelto a encontrar una Adamari que se había perdido desde hacía mucho tiempo, desde antes de mi enfermedad. Mi felicidad ya no depende de mi novio ni de mis padres. Ellos la complementan pero ya no la manejan. Ahora he vuelto a sentirme feliz conmigo misma.

CUANDO AL FIN ME SENTÍ preparada para volver al mundo laboral y enfrentar a los medios, me llegó la oportunidad de participar en el programa Mira quién baila. Mucha gente me aconsejó que no aceptara esa oferta, que mejor buscara participar en una nueva novela, pero tuve una corazonada que me impulsó a decir que sí. Además, me gustaba la idea no solo de bailar sino de bailar con un propósito: para ayudar a la organización benéfica de mi elección —Susan G. Komen for the Cure, una fundación que lucha contra el cáncer de seno.

Bailar siempre me ha gustado, aunque profesionalmente nunca lo había hecho. De niña fui a clases de baile y las disfrutaba muchísimo. Luego, de más grande, me metí en clases de Zumba, probé alguna clase de salsa y siempre me llamó la atención el baile. Me gusta como ejercicio porque tonifica mi cuerpo y me entretiene, cosa que hace que el tiempo pase más rápido.

Un día Despierta América me invitó a participar en un nuevo segmento que inauguraban llamado VIP, que consistía en una hora extra de programa. Al salir de esa grabación me llevaron a la oficina de uno de los ejecutivos de Univision y me hablaron del programa Mira quién baila. Yo había visto la temporada pasada y me gustaba el programa, así como Dancing with the Stars y el programa en México llamado Bailando por un sueño. Además, hacer algo por una causa me interesaba mucho, así que la oferta me llamó la atención desde el primer momento. Desde esa charla nos mantuvimos en comunicación y finalmente terminamos de concretar.

Puedo decir que participar en el programa ha sido una de las mejores experiencias de trabajo que he tenido, aunque debo confesar que los horarios fueron arrasadores porque paralelo al programa debía cumplir con la promoción de Save Lids to Save Lives, la campaña de Yoplait contra el cáncer de seno. Hacía mucho que no estaba tan ocupada pero estaba haciendo lo que me gustaba, estaba feliz conmigo, con el trabajo y con lo que me rodeaba.

La campaña de Save Lids to Save Lives es realmente una bendición. Poder salir de gira a conocer a algunas de las muchas mujeres que han sido afectadas por el cáncer de seno, brindarles aunque sea un minuto de fortaleza y apoyo, y ayudar a recaudar fondos para que sigan investigando sobre esta enfermedad, es una oportunidad increíble. En esos eventos hay mujeres que me cuentan que gracias a mi historia se han ido a revisar o le han dicho a sus madres que se vayan a revisar. Otras me confiesan que les da miedo ir al médico por si descubren algo anormal, algunas me cuentan que acaban de ser diagnosticadas y que se van a operar la siguiente semana. Algunas mujeres me han dicho que, como sabían que se venía ese evento, se fueron a revisar y así descubrieron la enfermedad a tiempo. Otras, sin embargo, todavía están negadas a que algo así les pueda pasar y por lo tanto no se revisan. En fin, cada cuento de cada mujer me demuestra la importancia y el poder de crear conciencia, de hacerles llegar el mensaje a todas de lo primordial que es hacerse los chequeos médicos regulares y de lo esencial que es hablar abiertamente sobre esta enfermedad. Cuanto más vociferemos nuestros miedos, dudas, hallazgos y experiencias, más nos podremos ayudar.

Durante la campaña me tocaba viajar todas las semanas a una de nueve ciudades diferentes. Por más que no me alcanzaban los días de la semana, poder de pronto estar promocionando esta campaña que también beneficiaba la causa de Susan G. Komen for the Cure resumía lo que más me importaba: brindarle ayuda a la gente para sanarse y seguir su vida.

Una semana típica para mí se desenvolvía de la siguiente manera: el show salía al aire el domingo por la noche. El lunes en la mañana descansaba. Al mediodía llegaba Javier «Poty» Castillo, el coreógrafo del programa, para enseñarles las coreografías a los bailarines y mi ensayo comenzaba a las tres de la tarde. Ensayaba una horita para comenzar a aprenderme el baile de la semana, luego pasaba a grabar un video con Poty —las escenas que se pasan antes de cada baile— y con eso se me acababa el ensayo del día. El martes me dedicaba a ensayar y a aprenderme bien los pasos porque no tenía otro compromiso más que ensayar. Luego el miércoles ensayaba dos horas antes de partir al aeropuerto para viajar a la ciudad que me tocara para promocionar el evento de Save Lids to Save Lives en la prensa. Al día siguiente, jueves, me levantaba temprano para ir a la radio y seguir promocionando el evento e invitar a la gente a que fuera al supermercado a la firma de autógrafos. También visitaba los periódicos que pudiese visitar y, al día siguiente, participaba en el evento. El viernes había otra firma de autógrafos y otra visita a los medios, y esa tarde o el sábado tempranito ya estaba montada en otro avión, de regreso a Miami para llegar a los ensayos generales que se hacían desde las once de la mañana hasta las ocho de la noche. Finalmente, el domingo había que presentarse en el estudio de grabación a las nueve de la mañana para hacer el show. Y de domingo a lunes era el tiempito que me quedaba para descansar y hacer las diligencias personales antes de comenzar el ciclo de la semana entrante.

Como no tenía tanto tiempo de ensayo como me habría gustado, lo que hacía era grabar el baile a comienzos de la semana con mi iPad desde diferentes ángulos; así podía revisarlo bien mientras estaba de viaje y aprenderme cualquier paso o detalle que no había podido captar durante el ensayo. También usaba el iPad para practicar durante los viajes en los ratos que tenía libres. Practicaba en el cuarto y hasta a veces hacía que la gente participara en los eventos, enseñándoles algún pasito del baile de esa semana. Nos divertimos un montón. Yo sabía que iba a disfrutar el programa pero nunca imaginé que sería así de divertido.

Cuando comencé Mira quién baila, no estaba buscando nada con nadie. Yo estaba disfrutando de mi soledad y me había presentado al show simplemente para disfrutar de la experiencia. Jamás pensé que saldría ganadora del programa y ganadora en el amor.

La segunda semana me pusieron a bailar el tango con Toni Costa. Nos llevamos muy bien de entrada. El día de la grabación nos tocaba presentar el baile juntos. El grupo había estado bromeando con que en el baile yo terminaba muy cerca de él y nos molestaban diciendo: «¡No se vayan a besar, eh!». De pronto fue como si se le hubiese iluminado una lamparita a Javier «Poty» Castillo, el coreógrafo del programa. Enseguida se llevó a Toni a un lado y le dijo: «Al final, bésala». Como yo no sabía nada al respecto, Toni me dijo justo antes de entrar a la pista a bailar que no quería faltarme al respeto, por lo que sintió la necesidad de comentarme que Poty le había dicho que me besara al final del baile. Me pareció dulce su cuidado y le dije que si Poty se lo había pedido, que así fuese. No tenía ningún problema. Cabe destacar que a estas alturas todavía no había pasado nada entre nosotros. Simplemente éramos compañeros de baile que nos llevábamos bien. Eso era todo. Yo en ese momento estaba tan ocupada entre ese programa y mis otros compromisos que casi ni tenía tiempo de ensayar, menos aún de estar coqueteando.

Después de nuestro breve intercambio de palabras acordamos hacer lo del beso y bajamos al escenario a bailar. Todo estaba saliendo de maravilla hasta que llegó el final. El baile finalizó y mi último paso me dejó en los brazos de Toni; ahí cerraríamos con broche de oro supuestamente, dándonos un besito. Yo estaba lista pero Toni no terminaba de acercarse para besarme. Lo notaba dudoso. Y yo pensaba: «O lo beso yo o me besa él, pero esto lo tenemos que terminar ya». De repente, en cuestión de microsegundos, vi cómo su boca intentó acercarse a la mía tímidamente y, al sentir que sus labios ya estaban casi pegados a los míos, me acerqué lo que faltaba y nos unimos en un beso.

Jamás imaginamos el furor que causaría esa escena. Y de una manera similar a la de aquel beso que me di con mi compañero de trabajo más de veinte años atrás, ese beso también causó furor entre nosotros. La unión de nuestros labios despertó una curiosidad y una atracción de la que antes no nos habíamos percatado.

Lo que siguió fueron inocentes intercambios de correos electrónicos y mensajitos de texto en los que ambos demostramos interés en conocernos mejor. Unas semanas más tarde decidí finalmente salir a comer con el grupo después del programa, cosa que no hacía casi nunca por el agotamiento que me caía encima los domingos después de la corredera de mi semana y la filmación del show. Se había vuelto una rutina ir a comer a Ludos después del programa porque, como se filmaba solo unas horas antes de salir al aire, en la pantalla de ese restaurante se podía ver cómo había quedado. Toni y yo no nos habíamos vuelto a ver desde nuestro famoso tango. Nuestros horarios de ensayo eran diferentes y en la semana yo tenía que irme de viaje por trabajo. Esa noche, después de comer, algunos de los bailarines se vinieron a mi casa y el último en irse fue Toni. Al finalizar la noche terminamos despidiéndonos con otro beso, esta vez mucho más íntimo. Nos nació darnos el beso sin que nadie nos indicara que sería bueno hacerlo. Ahí comenzó nuestra historia de amor.

Con Toni no solo fui descubriendo a una persona muy buena, cariñosa y atractiva: con él encontré una pareja que me brindaba la tranquilidad, la confianza y la seguridad que me habían faltado en mis dos relaciones anteriores. Hace mucho que no sentía lo que siento cuando estoy con él. Me encanta cómo se preocupa por mí, me encanta que me da el espacio para ser quien soy, me encanta no sentir obligación por desvivirme y dejar de lado quien soy por una relación. Antes, mi frase más usada era: «No, lo que tú quieras», y ahora en muchas ocasiones soy yo la que toma ciertas decisiones, lo que resulta súper refrescante para mí. Aprendí que si quiero que me lleven al lugar que quiero, lo tengo que decir. Quedarme callada no sirve. Y ahora me siento cómoda vociferando mis deseos y opiniones sin culpa y de buena forma.

Me siento tranquila, realmente estoy muy contenta y a gusto en esta relación. Él es muy bueno, sé que me aguanta mucho, pero siempre me hace sentir querida e importante. Él desea que yo me sienta satisfecha en todos los aspectos de mi vida. No se trata solo de él, se trata de nosotros. Y ese es un cambio increíblemente bienvenido a mi vida.

He tenido la fortuna de contar siempre con el cariño y apoyo de la familia de mis novios, y en este caso es igual. Su familia es cariñosísima conmigo y yo siento ese mismo cariño por ellos. La relación entre sus padres es muy saludable, llevan muchos años juntos, el señor se ocupa de su esposa de la misma manera que ella se ocupa de él; es recíproco. Tienen una academia de baile a la cual van juntos y disfrutan hacer vida en familia. Siento que esa relación es un ejemplo muy bonito y sano para Toni, cosa que me da un buen augurio para nuestra relación. Es lo que yo deseo vivir con una pareja.

A mí no me importa cuánto gana mi pareja ni cuál es su profesión con tal de que esté feliz con lo que hace. Toni es bailarín, pues que baile. Nada me hace más feliz por él. No tiene que ser millonario, lo que me importa es que tenga un interés y se pueda mantener. Yo no quiero depender de nadie ni quiero que nadie dependa de mí hasta tener un hijo. Ahí sí, pero mientras tanto no puedo ni quiero criar a un adulto ni espero que nadie me críe a mí. Lo tengo clarísimo y él también lo comprende y valora, cosa que nos une aun más.

Con Toni soy feliz, soy yo sin miedos ni inseguridades. Por primera vez siento que puedo expresar libremente lo que quiero y lo que no con amor y respeto. Realmente estamos viviendo una relación llena de amor, sonrisas, complicidad y deseo de estar juntos.

Una de las cosas que he redescubierto a través de mi tiempito sola y de esta nueva relación es la paz interna. Esté en pareja o no, yo estoy feliz. Si estoy con el que amo o con mi familia, más contenta me pondré, pero ahora tengo claro que si estoy sola también estoy contenta. Quizá me tocó pasar por todos esos golpes para volver a encontrarme a mí misma. Me había perdido internamente hacía mucho más tiempo de lo que yo creía, sin darme cuenta. Pero me he vuelto a encontrar y he vuelto a ser feliz.

Estoy segura de lo que siento. No tengo prisa, estoy enamorada y siento que ahora mismo no me hace falta nada más. No sé que pasará mañana, ni pasado mañana, ni al día siguiente, pero hoy estoy súper bien. Antes de mi cáncer vivía una vida mucho más planificada pero ahora lo que quiero es disfrutar y no angustiarme por nada. A veces me visualizo y proyecto cosas que deseo que pasen, pero mi vida ya no gira alrededor de eso. Si voy a vivir solo para pensar en el futuro y lamentar el pasado, ¿qué pasa entonces con el presente? Después de mi cáncer, después de la enfermedad de mi mamá y de los problemas de salud de mi papá —saber que ambos ya están grandes y que entran y salen del hospital con más frecuencia de lo que uno quisiera— y después de haberme divorciado, ay no, ya no quiero más problemas. Quiero vivir el hoy y disfrutarlo porque si algo he aprendido es que mañana no sé qué va a pasar.

A PESAR DE DISFRUTAR CADA instante de Mira quién baila y descubrir un nuevo amor, no fue todo color de rosa. Con mi carrera he aprendido a manejar las preguntas difíciles durante una entrevista pero a veces uno se deja llevar por la espontaneidad y se escapan palabras de más que luego no sabes cómo desdecir. Mientras rodaba Mira quién baila me di cuenta de que hablé sin pensar y eso causó otro furor en los medios.

Los productores del programa le asignaron una canción de Luis Miguel a Stephanie Salas para su siguiente coreografía, siendo Luis Miguel su ex. Ella ensayó los pasos y se aprendió el baile, pero al final decidió que no la iba a bailar en vivo. Estaba dispuesta a bailar la coreografía pero con otra canción, no con esa. La siguiente semana me hicieron lo mismo a mí, aunque yo ya les había expresado que no bailaría una canción de Fonsi. Pero esta vez me dispararon la pregunta en vivo, justo después de terminar un baile, con la adrenalina a todo dar. Me preguntaron si bailaría una canción cantada por Fonsi en vivo en el programa. Y mi respuesta espontánea fue: «Claro, ven a cantar aquí y yo bailo para ti». Tan pronto terminé de decir «para ti» me dije: «¡Acabo de meter la pata!». Ese «para ti» estaba demás. En ese calor, en ese momento, buscar la respuesta justa era difícil. Los medios hicieron un festín con mi desliz.

Fonsi no dijo nada hasta la entrevista que dio en Don Francisco, donde no tuvo otra que contestar la pregunta: «Yo no tengo que ir a cantar para que baile, para demostrar lo mucho que la quiero y lo mucho que la apoyo. No es saludable seguir promoviendo un matrimonio y una relación que ya terminó. Sacarle provecho a eso por el simple hecho de que sea buena televisión no es el camino que yo quiero recorrer». Y luego en El Gordo y la Flaca me mostraron ese clip y me preguntaron si a mí me habría gustado que fuera a cantar. Yo dije: «Está en lo correcto. Pero yo estoy allí para bailar y, si me tocaba que él cantara, yo por supuesto bailaría».

Luego, al final del programa, justo antes de bailar, en vivo, el conductor leyó un mensaje de Fonsi por Twitter: «Suerte, Adamari López. Esta noche voy a ti». Yo di mi mejor sonrisa e hice todo para controlar mis emociones y seguir enfocada en el baile por delante; dejé mi alma en esa pista de baile.

La final me llegó de sorpresa. En programas como ese, el apoyo de la gente es esencial, pero todos deben dar el paso de llamar para votar por el que les gusta. El apoyo solo es divino pero no te lleva a la siguiente ronda. Entonces, si eres favorito del público, a veces pueden sentir que no necesitan votar porque ya estás cubierta. Eso es lo que crea la incertidumbre de semana en semana. Aunque seas favorito, no necesariamente quiere decir que vas a ganar.

La lluvia de cariño que recibí de la gente me recordó el apoyo que sentí cuando pasé por los golpes de mi vida, pero en esta ocasión era por algo positivo. Sentía que las personas estaban a mí lado alentándome y celebrando el logro de ir pasando cada ronda de la competencia poco a poco hasta llegar al final. No lo podría haber logrado sin ellos. Y estaré siempre agradecida, porque con cada paso hacia la final, más cerca estaba de ganar el premio para Susan G. Komen for the Cure. Todo en mi vida seguía teniendo un propósito, una razón.

Durante el último programa estuve bien nerviosa. No sabía cuál sería el resultado. Por poco había quedado nominada hacía poco. A esa altura, cualquiera de los finalistas podíamos llevarnos el premio. Para la grabación de ese último programa vinieron a alentarme en persona mis tres hermanos y mi sobrina Adilmarie con su esposo. Fue tan lindo tenerlos ahí, apoyándome durante un momento tan lindo, después de haberlos tenido siempre como pilar de apoyo durante mis golpes más duros. Los únicos que faltaban eran mis papás pero yo no esperaba verlos ahí. Pensé que la sorpresa que me darían en el programa sería la presencia de los hijos de Adilmarie, a quienes adoro como si fueran míos. Además, mi papá acababa de sufrir otro episodio de salud y, según lo que yo tenía entendido, no podía viajar todavía.

Ya a pocos minutos de la final, empecé a mirar a los otros dos finalistas. Sentía que Priscila Ángel tenía mucha más técnica bailando que yo y que tenía muy buenas posibilidades de ganar, no solo por eso sino por ser mexicana: con su dulzura gozaba de ese público tan leal y amplio. Erik Estrada también era otro muy buen contrincante porque era súper carismático y tenía a su favor que mucha gente mayor votaba por él. Yo deseaba ganar pero sabía que sería difícil. A esas alturas, cualquiera podía salir ganador.

De pronto llegó el final y el conductor anunció que yo era la ganadora. El anuncio me tomó tan de sorpresa que alcé mis brazos con la emoción ¡y por un segundo pensé que se me había salido un seno! Por eso en la grabación se ve cómo al instante de alzar los brazos me doy la vuelta para asegurarme de que no tuve un desliz inesperado. Al verificar que todo estaba en su lugar volví a mirar al público de frente y seguí festejando. Pero de pronto vi que sacan a Papi y a Mami al escenario y comencé a llorar de la emoción. No lo podía creer. Fue una sorpresa divina. Quién hubiera dicho, seis años atrás, que estaría viviendo un momento tan completo y feliz por una causa tan allegada a mi corazón. Y encima, no solo había ganado el programa y ayudado a mi causa sino que también había salido ¡ganando en el amor!

AL SOL DE HOY Y ya habiendo pasado tanto tiempo, lo que creo y siento es que cada persona tiene un propósito en la vida. Y cada cosa que te ocurre tiene también su propósito. A Fonsi le agradeceré eternamente su amor, su apoyo y todo lo que hizo para asegurarse de que yo estuviera bien. Hoy día, a pesar de que pueden haber heridas y sentimientos de coraje, de dolor o de angustia, reconozco y agradezco que en el momento en que más lo necesité estuvo ahí. Siempre lo querré y siempre buscaré tener una relación armoniosa con él.

Todo este proceso de abrirme y contar mi historia también me ha hecho pensar en otras alternativas para formar la familia que tanto anhelo. Fue con Armando Correa, el director de People en Español, que descubrí la alternativa del vientre sustituto. Me contó cómo fue su experiencia y me pasó la información del lugar que usó él para tener a sus bebés. Y todavía lo tengo guardado. Hoy día también estoy abierta a la adopción. Antes no lo había considerado como opción, pero ahora sí. No me preocuparía ser madre soltera. Lo que más querría es que Dios me hiciera el milagrito pero mi hijo será bienvenido y querido sin importar qué camino tuvo que recorrer. Como Dios me quiera mandar a ese bebé, aquí estaré con los brazos abiertos, lista para recibirlo o recibirla y darle todo mi amor y apoyo.

Ahora estoy lista. Es increíble cómo tantos acontecimientos que tienen que ver con la pérdida de algo hacen que pases por etapas similares como la negación, el enojo, la negociación, la depresión y la aceptación. Y algunas de estas etapas, como la depresión, pueden traer consigo cambios en tu cuerpo —por comer de más o de menos— o reacciones nerviosas que se manifiestan en la piel. Hay una infinidad de similitudes, sin importar en realidad qué te toque vivir. Sea la pérdida de un seno, un ser querido o un trabajo, todos sufrimos cosas parecidas, por diferentes que sean las circunstancias. Los que vivimos un momento así de duro a veces lo vemos mucho más grande de lo que es. No es por quitarle importancia, pero cuando uno está deprimido y pasando por una situación difícil, uno tiende a volcarse por el lado catastrófico cuando lo que debe hacer en general es todo lo contrario.

Fue así que descubrí que tenía más fuerza interna de lo que yo pensaba. Hice lo posible para concentrarme en lo positivo y encontré a una Adamari que no conocía. Descubrí un deseo de vivir que no sabía que estaba dentro de mí. Ahora, está clarísimo que sin el amor, el apoyo y la fortaleza de mi familia, de Fonsi, de mis amigos, de mi equipo médico y de la gente que oró por mí, mi experiencia con el cáncer hubiese sido otra. Quizá sin ese conjunto increíble de personas y de energía, salir adelante hubiese sido muchísimo más difícil. Pero tuve la bendición de contar con ellos en cada momento y etapa importante, y estaré por siempre agradecida.

Cuando me enfermé, jamás me pregunté por qué me estaba pasando eso. Una vez estábamos acostados en el sofá, quizá cinco o seis días después de haber recibido la noticia, y Fonsi dijo: «¿Por qué a ti, por qué a nosotros, por qué te está pasando esto?», y mi respuesta fue: «No te preguntes por qué. Vamos a preguntarnos para qué».

No me interesaba explorar el por qué de ese momento. Sentía que no me iba a servir de nada ni me iba a llevar a ninguna parte porque es una pregunta que no tiene respuesta. Me pasó porque tenía que vivir eso que viví para crecer, para conocerme más, para ser la mujer que soy hoy día. Mi enfermedad no es una bendición porque no quiero volver a sufrirla, pero sí le agradezco a Dios esta vivencia porque me hizo dar cuenta de tantas cosas que a la final terminó dando un resultado positivo. Cuando llegan los momentos difíciles hay que lograr abrirse y ver más allá de uno para aprender de esa vivencia y seguir creciendo.

Alguien me dijo hace poco que hay que ver los momentos difíciles como una escalera. Uno va subiendo para superar ese momento, y la subida a veces cansa, pero de repente llegas a un plano donde puedes disfrutar de todo y prepararte para cuando te toque volver a subir la siguiente escalera. Hay que subir esas escaleras para apreciar y aprovechar realmente los momentos de plenitud en la vida.

Ahora yo estoy en ese plano, en ese momento de plenitud donde estoy disfrutando de lo que tengo y preparándome para la siguiente escalera, para cuando me toque volver a subir. ¡Y eso que me han tocado muchas escaleras seguidas! Pero gracias a estas he logrado aprender cosas de las que quizá no me hubiera percatado a solas.

A mí el cáncer de seno no solo me sirvió para descubrir mi fortaleza interna y mis ganas de vivir; también me dio un propósito en la vida. Antes, siempre tenía la intención de ayudar a los demás pero no tenía una visión clara de cómo hacerlo ni comprendía del todo lo que sufrían los demás porque todavía no me había tocado en carne propia. Tuve que darme mis propios golpes y tener mis tropiezos para aprender. Salir en la televisión es muy divertido, vestirse lindo hace que uno se sienta bien, pero de repente, después de mi operación, me di cuenta de que podía hacer mucho más con este acceso directo a las vidas de tantas personas. Espero poder cumplir con este propósito y seguir caminando y creciendo junto a toda la gente que me acompaña.

En cuanto al amor, hoy día quiero alguien que me quiera y que no me prometa lo que no puede cumplir. Mi lema ahora es: estamos juntos porque así lo deseamos, sin promesas inalcanzables. No se necesita un papel para definir nuestro amor. En esta etapa de mi vida lo que busco es estar tranquila y feliz.

Como bien dicen, nunca digas nunca, pero en este momento no me volvería a casar. No me niego a eso, pero ahora mismo no lo veo como una posibilidad. De todas formas, aunque quisiera hacerlo algún día, yo ya me casé ante Dios, y eso solo se hace una vez. Ya no me puedo volver a casar por la Iglesia, ya esa promesa la hice ante Dios y Él ya no reconocerá ese acto con otra persona. Yo soy católica, aunque soy muy abierta en términos de religión porque, para mí, todo lo que te haga bien espiritualmente, sin importar la religión que sea, es bienvenido. Sin embargo, como yo soy católica, hago siempre lo posible para estar en comunión con Dios. No me puedo volver a casar por la Iglesia pero puedo volver a ser feliz, amar y seguir por el camino del bien.

La idea de estar en pareja ahora viene con un concepto nuevo para mí, algo que no sé si alguna vez experimenté pero que me he dado cuenta es clave para mi bienestar. Yo quiero concentrarme en mí misma y quiero compartir lo que yo soy con quien quiera aceptarme como soy ahora. Por los retos que enfrenté en mi vida, me doy cuenta de que ahora la prioridad soy yo. Si no me doy esa importancia, nadie me la va a dar. Con todo y eso, no dejo de complacer a los demás, pero al no casarme siento que mantengo esa prioridad que ahora tanto necesito establecer. Los cambios internos y personales no son fáciles y cada uno, cuando está listo, hace lo que puede y como puede para llevarlos a cabo. Para mí, lo importante ahora no es casarme sino ver adónde se dirige mi relación y luchar cada día para ver si nos quedamos juntos o no. Nadie me tiene segura, ni yo tengo seguro a nadie. No quiero volver a caer en el error de cuidar tanto al otro que dejo de cuidarme a mí misma. Hoy día deseo tener voz y voto en mi relación porque eso me hace sentir mejor, más valorada.

Eso sí, quiero que quede claro que desear llevar mi nueva relación de una manera diferente a la anterior no significa que estoy cerrada al amor. Simplemente lo quiero vivir de una manera distinta. El no querer casarme no significa que no tenga la ilusión de vivir en pareja, de tener una familia y compartir con una persona el resto de mi vida. Yo lo único que pido es honestidad. Si mi pareja no me quiere, no hay por qué estar juntos, y viceversa. Pero lo que no quiero es más engaños. Si uno de los dos desea salir con otra persona, entonces que deje de salir conmigo y yo también dejaré de salir con esa persona. No es necesario llevarlo al punto del dolor. Es preferible sufrir el final de la relación de una manera más sana que lastimarse y pasar por ese dolor que proviene de seguir adelante sin ser honestos. Esa traición no se la deseo a nadie. La honestidad lo es todo para mí.

Espero seguir aprendiendo de los buenos y malos momentos, espero poder reconocer cuándo necesito ayuda y pedirla sin pena, y espero aprender a expresarme más libremente, evitar guardármelo todo hasta explotar. A veces no hablo lo suficiente. En muchas ocasiones me callo mucho para no herir pero, al guardármelo todo, al final la única que termina herida soy yo. Nunca quiero hacer sentir mal a nadie pero no me doy cuenta de que a veces, por no expresarme, mucha gente me hace sentir mal a mí.

También he aprendido que abrirse tiene su lado muy positivo. La familia es tu centro, sin duda, pero es increíblemente bueno aprender a convivir con personas que no conocen tus debilidades ni tus fortalezas porque eso te ayuda a crecer, a reconocer quiénes vienen con buenas intenciones y quiénes no, a ver cosas en ti que quizá antes no habías reconocido. En mi caso, abrirme me ha llevado a elevar mi comunicación. A pesar de que todavía me cuesta un poco, me estoy dando cuenta de que al hablar, al no guardarme todo, quizá encuentro más alivio que el que alguna vez imaginé.

En cuanto a mi cáncer de seno, hoy día me sigo poniendo escotes, pero me cuido de que no se me vean las cicatrices, que ahora son diferentes. Lamentablemente la segunda operación, aparte de que se complicó más que la primera, me dejó también otro tipo de cicatriz. En vez de seguir la dirección diagonal que tiene la cicatriz de mi primer seno, la doctora que hizo la segunda cirugía me la hizo de lado a lado. Aparte, no tuvo muy buena mano y me quedó una cicatriz un poco más ancha que la otra. Cuando me operé nuevamente, el doctor Terkonda intentó arreglarme un poco esa segunda cicatriz y, aunque quedó mejor, todavía requiere trabajo. En una, además, se formó un queloide, cosa que frenó el proceso de reconstrucción un poco. Todavía me falta pasar por un par de cirugías más para terminar con eso, pero ya no me preocupo tanto. Lo importante es que estoy sana, viva y feliz.

Con el cáncer de seno, hay un recordatorio constante en el cuerpo de lo que uno vivió y solo queda aprender a vivir con esa memoria y no dejar que te deje anclada en el pasado. Hace poco hice una sesión de fotos que me recordó que ya no tengo ciertas libertades de las que antes gozaba sin pensar. Como las dos cicatrices van hacia lados distintos, a veces se me hace difícil encontrar un vestido adecuado que no deje ver ninguna de las dos cicatrices. Y las sesiones de fotos también se han vuelto un poquito más complejas porque ya no me puedo poner lo que se me antoja o lo que me sugiere la estilista de la sesión. Ahora tiene que estar todo muy bien pensado. Además, la sesión en sí ha cambiado. Antes me concentraba solamente en modelar y en representar la actitud que me pedía el fotógrafo o la escena. Ahora debo hacer eso pero teniendo en cuenta que si estiro demasiado un brazo, se me puede asomar la cicatriz por un lado, y que si estiro el otro, se me puede asomar por abajo. Se me dispersa la concentración y lo que una vez fue ligero y divertido por momentos se puede transformar en una tarea en la que hago malabares para quedar bien y no dejar escapar rastros de mi enfermedad. Suena como algo sencillo, pero para mí es un constante recordatorio de una enfermedad que, aunque logré sobrevivir, definitivamente me cambió la vida.

Yo me considero una persona miedosa. Y al sol de hoy, todavía lo soy, pero todo lo que me tocó vivir me ayudó a conocerme mejor, cosa que no había hecho antes. De joven vivía en una burbuja y en un mundo de felicidad y ausencia de problemas; trabajaba pero, si necesitaba algo, mis papás siempre estaban ahí para mí. Pagaba todas mis cuentas a tiempo, no tenía deudas pero tampoco era tan responsable con el dinero porque no lo había manejado nunca. No tenía grandes responsabilidades más que cumplir con mi trabajo. Vivía en una casa que estaba paga, tenía un carro que pagaban mis padres, el dinero que me ganaba se iba como venía porque no tenía esa conciencia del ahorro ni pensaba mucho en eso. No tenía tanta conciencia social. Sí, a veces cooperaba para ayudar a otra gente, pero no lo comprendía del todo. Nunca me había faltado nada, nunca me había pasado nada grave. Entonces, sí: tenía buena voluntad para ayudar al prójimo pero nunca me había sentado a pensar cómo sería la vida de esa otra persona y por qué había que ayudarla.

Por los golpes que sufrí —mi enfermedad, la de mis padres, el divorcio— fue que descubrí realmente cuáles eran mis responsabilidades en esta vida. Tomé conciencia de lo importante que es no solo que yo esté bien sino que los demás también lo estén. Aprendí a valorarme más. Y me di cuenta de que ser positiva es algo que me resulta esencial en esta vida. Sin importar lo que uno viva, hay que recordar que todo lo que uno atrae con la mente consciente e inconscientemente se puede materializar. Si intentamos tener pensamientos positivos hasta en los momentos más grises, es mucho más probable que logremos salir adelante.

Ahora espero que con esta nueva etapa que estoy por comenzar pueda seguir creciendo como persona y como artista. Siento que voy a encontrarme en una posición muy linda, de mucho aprendizaje. En este proyecto nuevo al que me enfrento en Un nuevo día será muy gratificante poder tener día a día un contacto más directo con la gente. Es algo que todavía no he experimentado y me da muchísima ilusión porque siento que voy a poder hacer mucho más por ellos. Espero no solo divertir a la gente y acompañarla al comenzar su día, sino también poder aprovechar un medio tan útil para hacerle llegar información importante, ayudarla a crear conciencia sobre diferentes temas y compartir todo lo que pueda para mejorar el autoestima de las personas, su salud, su humor, lo que venga. La gente me ayuda a mí más de lo que ellos creen. Quizá esta sea la oportunidad de devolverles esa ayuda y ese apoyo.

Al enterarse de este proyecto, mucha gente me pregunta cuándo volveré a estar en una novela. Ahora, con Un nuevo día, estoy entrando en una etapa nueva de trabajo que me resulta un reto emocionante. Eso no significa, sin embargo, que le esté cerrando la puerta a las novelas. Seguiré incursionando en muchas cosas de las que he hecho antes, pero ahora simplemente voy a dedicar el tiempo necesario para dar lo mejor de mí en este papel nuevo que me toca vivir. Primero necesito acoplarme al ritmo del programa, a mis nuevos compañeros de trabajo, y debo darme el espacio para desarrollarme bien en este nuevo rol; así podré dar lo mejor de mí al público. Si intento hacer todo a la vez, no podré hacer nada demasiado bien. Quiero estar enfocada, aprender, crecer. Esto es algo totalmente nuevo para mí y requiere conocimiento, vocabulario, la espontaneidad de salir al aire en vivo y descubrir la manera en la que pueda ayudar a toda esa gente que tanto apoyo me ha brindado a lo largo de mi carrera y mi vida. A lo mejor, el propósito de mis vivencias es poder llegar a este programa y comunicarle a la gente que todos podemos pasar por etapas y situaciones difíciles, que todos podemos enfrentarlas, que algunas etapas serán más fáciles que otras, pero que juntos podemos triunfar.

En medio de todas las cosas buenas y malas, he vivido una vida plena y bonita. Hasta la enfermedad no me habían tocado muchos momentos difíciles. De ahí para acá se han desatado algunos, claro, pero llegar a los treinta y tres años con una vida así de balanceada es una bendición que agradeceré eternamente. Hasta ese momento siempre me interesó ayudar al prójimo pero no tenía claro cómo hacerlo. Si tenía que elegir entre una fiesta o un evento benéfico, quizá en aquel entonces hubiese elegido la fiesta. Hoy eso ya no es así. Pero en aquel entonces, esa conciencia todavía no estaba clara en mí. No comprendía la importancia de brindarle una verdadera ayuda a una persona o a un grupo. No me había dado cuenta de que podía usar mi fama como actriz a favor de una causa o para crear más conciencia. Salir en la televisión y entrar en los hogares de millones de personas es una herramienta que, usada con inteligencia, puede crear conciencia y hacerle bien a la gente. Yo no logré comprender eso hasta que me enfermé. Ahí me di cuenta de que no tenía un compromiso serio y real para con la gente, y esa experiencia de vida, en ese sentido, me cambió para bien.

No sirve de mucho que yo sola esté bien si no le extiendo una mano a alguien más para brindarle ayuda. Aprendí que la vida no se trata solo de mí. No cuesta nada regalarle una sonrisa o una palabra de aliento a alguien que está pasando por un momento gris. Somos muchos seres humanos viviendo en este planeta; si todos nos ayudamos, los momentos duros se harán más llevaderos.

Meter a Dios en la conversación a veces es difícil porque todo el mundo tiene una creencia distinta y respetable, pero en mi caso, Papa Dios sabe lo que hace. A lo mejor, al principio de mi vida me brindó una época hermosa con miles de momentos maravillosos, dentro de una familia espectacular, para que luego tuviera la fuerza para enfrentar las pruebas de la vida. Y así aprendí que la vida está repleta de momentos lindos y duros, y que está en uno escoger cómo seguir adelante. En las buenas y en las malas, yo elijo hacerlo sonriéndole a la vida.

A mí todavía me queda mucho por sanar. Comencé este libro con la idea de compartir mi historia, pensando que quizá alguien la leería y se sentiría identificada y quizá hasta inspirada, pero en realidad ha sido una herramienta increíble para terminar de sanar ciertas heridas que todavía tenía a flor de piel. Ha sido una verdadera catarsis y no se me ocurre mejor idea que compartirla con la gente que me siguió en las buenas y en las malas. Gracias a todos mis fans, sigo parada aquí, llena de fortaleza y lista para emprender el reto que sea. Sí, soy positiva y tengo buena actitud, y eso sin duda me ha ayudado, pero sin el apoyo de la gente no soy nadie. Las muestras de cariño, el acercamiento y el apoyo de todos mis fans me han ayudado a sobrellevar momentos imposibles de imaginar. Me siento dichosa de contar con eso.

Al sufrir el cáncer de seno, muchas mujeres tienden a sentir pena por ellas mismas, y sin duda es uno de los momentos más difíciles que le puede tocar atravesar a una mujer, pero no todos los casos son terminales. Sí hay esperanza para muchas y una herramienta clave en estos casos es la actitud. Para mí fue esencial no victimizarme porque esa victimización es muy negativa. Y esa negatividad, como energía, no atraerá lo mejor ni te ayudará con la recuperación sino que más bien te mantendrá las manos más atadas. La rabia viene y va y vuelve a venir, eso es cierto. Además, no es una enfermedad que sufre uno solo sino que la familia entera se ve afectada. Ellos también se deprimen, a veces no saben qué decir y uno de repente se encuentra con que no solo tiene que bregar con los sentimientos internos sino también con los de la familia. Y ellos, a su vez, también tienen que bregar con uno.

No es un camino fácil, lo sé. Al vivirlo, en realidad, el proceso parece interminable. Pero si hay un denominador común entre todas las mujeres que sobreviven a esta enfermedad es que salen más fuertes, con más propósitos y con más ganas de vivir. Yo descubrí, por ejemplo, que era muchísimo más valiente de lo que pensaba. Es más, no me consideraba una persona valiente sino más bien miedosa, y si algo he aprendido es que tengo guardaditas dentro de mí muchas más agallas de las que creía. Llevo ya seis años como sobreviviente y estoy entrando en una de las etapas más lindas que he vivido en mucho tiempo. Todo tiene un proceso, algunas cosas son más fáciles de superar que otras pero, a la larga, yo tengo fe en que se puede.

Sin importar lo que me toque llorar o lo que me toque vivir,
siempre voy a sonreír.