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Cortando por lo sano

La razón principal por la que guardé mi otro seno cuando tuve cáncer fue la ilusión de poder amamantar a mi hijo algún día. Pero esa puerta estaba por cerrarse.

Cuando me descubrieron el cáncer, de inmediato le hicieron pruebas y le dedicaron tiempo y atención a mi otro seno, el izquierdo. Al verificar que ese seno no sufría ninguna lesión o tumor irregular, mi equipo médico se volvió a concentrar en el derecho. De todas formas, al llegar a mi decisión de hacerme una mastectomía, me preguntaron si quería hacerme una doble. Muchas mujeres deciden quitarse los dos senos de una vez, aunque uno siga sano, para prevenir la posibilidad de desarrollar cáncer. Sin embargo, yo les expliqué que soñaba con ser mamá un día y amamantar a mis hijos. Quería dejarme la oportunidad de vivir la experiencia completa de ser madre. Al recibir esta respuesta, dejaron de insistir y seguimos adelante con el plan original.

Guardar mi seno sano también tenía otro punto a favor: sería la referencia perfecta para reconstruir mi seno nuevo. Aparte de la estética, muchos doctores intentan preservar lo que pueden de los senos porque saben que es una experiencia muy traumática. Para el paciente, es importante poder conservar alguna parte de su normalidad, si es posible, porque resulta ser una gran ayuda emocional durante todo el proceso. Es más, hoy día los médicos intentan primero eliminar el tumor maligno con quimioterapia antes de someter a su paciente a la operación para ver si, en vez de hacer una mastectomía, pueden llegar a hacer una lumpectomía y evitar una cirugía tan agresiva.

En aquel momento, necesitaba a nivel psicológico guardarme aunque fuera un seno —siendo que no era necesario quitarlo— para no sentirme tan desconectada de mí misma. No estaba preparada para pasar el trauma de perder ambos senos en una sola operación; pensé que sería demasiado traumático. Hoy día, sin embargo, mi decisión habría sido diferente. A veces pienso que si me hubiera quitado ambos de una vez, me hubiera evitado todas las complicaciones que viví con el segundo. Pero no fue así.

Después de mi cáncer, y en el transcurso de los siguientes dos años, cada tres meses me tocaba ir a una cita médica a la oficina de mi oncólogo para que me revisaran los marcadores de tumores y me hicieran el chequeo completo. Del segundo al quinto año, esta cita se hace cada seis meses. En esos primeros dos años de revisiones trimestrales, la doctora me palpaba el seno sano y a veces me mandaba a hacer alguna resonancia magnética. Si encontraba alguna irregularidad o masa, me mandaba a hacer una mamografía y luego alguna que otra biopsia. Claro, con un antecedente de cáncer se tienen que fijar en cualquier cosita que parezca anormal porque las posibilidades de desarrollar cáncer en el seno sano son altas.

El problema era que cada vez que uno de estos chequeos se convertía en más exámenes o terminaban en una biopsia, mi familia y yo volvíamos a vivir esa angustia paralizante pensando que el resultado sería otro cáncer. Ese estrés psicológico es algo realmente agotador y no solo me afectaba a mí sino también a mis seres queridos. La sensación era parecida a un estado permanente de preocupación. Me sentía una bomba de tiempo andante.

Poniendo a un lado el estrés de cada revisión, también había un tema físico: cada biopsia duele y conlleva una etapa de recuperación dependiendo de cuán profunda haya sido la herida. Encima yo ya sabía a lo que me iba a enfrentar, ya sabía que no sería algo tan sencillo. Al dolor físico le sigue la angustia de esperar el resultado, sabiendo por experiencia que no tendría ningún tipo de control sobre lo que me podrían llegar a decir. Además, a esas alturas comencé a pedir ayuda. Ya no me animaba a ir a una biopsia sola porque sabía que era posible recibir malas noticias, entonces siempre venía alguien de mi familia. Ellos no solo vivieron esas angustias trimestrales sino que vieron la preocupación que invadía mi cara con cada irregularidad encontrada.

En medio de todo esto, me habían elegido ese año como una de los cincuenta más bellos de People en español. Ya me habían tomado la foto individual, solo faltaba la grupal, la de la portada, que ese año incluiría a estrellas como Alejandro Fernández, Beyonce, Angélica Vale, Ludwika Paleta, Bárbara Bermudo, Candela Ferro y Mario López. Estaba súper emocionada y a la vez tenía la sombra de otra biopsia que me nublaba la experiencia. Volé a Nueva York, lugar donde se haría la sesión de la portada, con el pequeño vendaje que protegía la herida de la última biopsia.

Ya en la silla del maquillista, lista para pasar un día súper y dar lo mejor de mí para que la portada saliera brillante, sonó mi teléfono. Contesté y era Fonsi. En eso se acercó mi sobrina Adilmarie, quien me había acompañado, alentándome para que no llorase en frente de todos. Me insistió en que tratara de tranquilizarme para evitar que se hiciera público que mi lucha todavía no había acabado. Tenía razón: yo no quería que nadie se enterara de que seguía pasando por biopsias y sustos, y no solo por proteger mi privacidad sino también por proteger mi vida laboral. El trabajo para mí siempre fue importantísimo y volver a ausentarme no estaba en mis planes.

Al cortar el teléfono, las lágrimas que se asomaron en mis ojos eran, esta vez, de felicidad. No tenía células malignas. No tenía cáncer. Me incorporé en mi silla y me siguieron maquillando como si nada. Nadie sabía la montaña rusa de emociones que me tocaba vivir con cada biopsia. La angustia me carcomía por dentro con cada descubrimiento de alguna anormalidad, aunque saliera benigna; luego el cansancio del estrés y la sensación de alivio me invadían el cuerpo de golpe, y eso me dejaba agotada. Y ni hablar de las preguntas que vuelven a surgir una y otra vez después de cada análisis: ¿Y si me dicen que tengo cáncer? ¿Cómo se lo voy a decir a mi familia? ¿Tendré que pasar por la quimioterapia otra vez? ¿Cómo lo voy a anunciar públicamente y cuándo? ¿De dónde sacaré las fuerzas para enfrentar todo esto otra vez?

Llegué a un punto en el que dije: «¡No más!». Me lo quito y acabo de una vez por todas con este mini-huracán que me atormenta la vida cada tres meses. Al fin y al cabo, una de las razones principales de haberme guardado el seno sano hasta ese momento era amamantar a un hijo pero caí en cuenta de que en realidad hay miles de mujeres que tienen ambos senos sanos e igual no le pueden dar pecho. De pronto ese factor ya no era tan decisivo como antes. Ahora pesaba más en la balanza la tranquilidad que me podría traer el retiro de ese seno. Quiero aclarar algo: el no tener senos no significa que el cáncer ya no puede volver, pero sí reduce las posibilidades. Finalmente me senté con Fonsi y le dije que sentía que lo mejor sería quitarme el otro seno y cortar por lo sano.

Una vez tomada la decisión tenía que ver cómo proceder. Pensé en volver a Jacksonville, Florida, a operarme en Mayo Clinic, pero sentí que no era necesario porque no tenía nada maligno. Preferí hacerlo cerca de mi casa, pensando que sería más cómodo y fácil. Ese fue otro error del cual tuve que aprender a los golpes.

Comencé a investigar cirujanos plásticos e hice cita con tres o cuatro que me habían recomendado. Con algunos me sentí bien y los vi como una buena elección, pero hubo uno en particular al que apodé Doctor Terror. Por primera vez en todas mis visitas médicas el doctor me enseñó TODAS las posibilidades de lo que podía ocurrir si algo salía mal. Fue una presentación visual, con senos deformes y cicatrices espantosas, que realmente parecía una película de terror. No podía creer lo que estaba viendo y viviendo. La angustia me invadió el cuerpo entero y salí de ahí volando.

Obviamente a él lo taché de la lista al instante. Después de algunas otras citas, decidí hacer este procedimiento con un doctor con quien me había sentido bien y cómoda. Nunca imaginé que una operación así de común podría complicarse tanto. Tampoco se me había cruzado por la cabeza una posibilidad semejante.

Yo andaba de lo más tranquila con los planes de esta operación. No tenía cáncer, no iba a tener que pasar por el tratamiento de la quimioterapia. Imaginaba, en fin, que esta operación sería mucho más fácil y sencilla. Lo único que me ponía un poquito nerviosa era la anestesia porque sabía que tendía a tener secuelas fuertes nada agradables. Fuera de eso, me encontraba contenta y sosegada.

Me operaron el 20 de octubre de 2007, un sábado. Elegimos ese día porque no había tanto personal ni gente en el hospital que me viera entrando y saliendo. Ingresé al hospital a eso de las cuatro o cinco de la mañana para evitar cualquier foto o rumor de que no andaba bien. Lo último que quería era que comenzaran a pensar que estaba mal y se enteraran de esta operación. Yo quería simplemente quitarme este seno y seguir adelante con mi vida, trabajando y viviendo como si nada. Y así fue, aunque no tan fácil como esperaba. Me operaron, me pusieron en un cuarto privado y a los dos o tres días ya estaba en mi casa. Pero recuerdo que al despertarme de esa operación me quejé mucho. No recuerdo haberme quejado tanto en la primera; era algo inusual ya que yo no suelo quejarme.

Cuando me dieron el alta, seguía sin sentirme demasiado bien. Un día, mientras me bañaba, noté que el lugar donde había tenido el drenaje de la cirugía se me había puesto medio amarillo y que tenía un puntito blanco, como si tuviera pus. No me parecía normal ni recordaba haber tenido lo mismo la primera vez que me operé. Llamé a la oficina de mi doctor, me dijeron que pasara a verlo para que me revisara y de paso me llenara el expansor.

En esa cita médica y en las que siguieron, en realidad nunca me atendió mi doctor sino su asistente. Mi familia me insistía en que el doctor me debía revisar porque no parecía normal lo que me estaba ocurriendo, pero él no me revisó en persona hasta más adelante, cuando ya no había otro remedio. Al salir de esa cita, me dijeron que no había nada de qué alarmarme. Entonces me llenaron el expansor y regresé a casa. Pero con el pasar de los días seguía sintiéndome mal y mi seno poco a poco iba cambiando de color. En un momento dado, el seno entero se me puso morado. Yo, sin embargo, seguí con mi vida sin saber bien qué hacer.

En esos días se casaba otra prima de Fonsi. Fuimos al matrimonio, la pasé bien, bailé, pero mi energía no era la misma de siempre. Al día siguiente hicimos una reunión en mi casa con todos los de la boda. Usualmente me encanta ser buena anfitriona y estar pendiente de la comida y de la gente, pero ese día sentía que no daba abasto. El tío de Fonsi, padre de la novia, era doctor, así que en un momento dado le pedí que me revisara. Al verme el seno morado me dijo que no le parecía normal y me recomendó que llamara a el doctor para ver qué estaba pasando. Como era fin de semana, y no sentía que era una emergencia, decidí esperar hasta el lunes para llamar.

El día siguiente no fue nada grato. Vomité, tenía fiebre y era obvio que no estaba bien. Me sentía débil, me dolía mucho el seno y había perdido el apetito. Mi esposo y mis amigos hicieron todo lo posible para que yo comiera, pero no había caso. Encima seguía vomitando, así que llamamos al doctor a su oficina y me recetaron unos antibióticos para la infección. Así pasaron otro par de días. Finalmente Fonsi llamó al doctor e insistió en hablar con él directamente. Le explicó que yo en general no me quejo pero que hacía varios días no estaba bien y que tenía el seno morado. Le insistió en que fuese él quien me revisara y no su asistente. El doctor justo tenía dos operaciones ese día pero le dijo que, si podíamos ir antes de la segunda, me podía recibir ahí mismo en el hospital.

Cuando finalmente nos recibió y me quité la camisa, el doctor, sin siquiera palparme, me hospitalizó. Me hicieron un cultivo y de inmediato me pusieron un suero porque yo venía vomitando y no comiendo, por lo que seguramente estaba algo deshidratada. Al recibir el resultado del cultivo me dijeron que tenía Estafilococo Dorado Resistente a la Medicina o EDRM (MRSA, por sus siglas en inglés). El EDRM o MRSA es un tipo de bacteria resistente a muchos antibióticos, comúnmente causada por infecciones hospitalarias. Yo pensé que sería una revisión veloz de mi seno pero terminé en una cama hospitalizada, teniendo que enfrentar una serie nueva de terminología médica que se refería a algo que yo ni sabía que existía. Este no era un seno enfermo. ¿Cómo se iba a complicar la operación de algo que estaba bien?

Pasé varios días en el hospital con medicamento intravenoso; me lo daban cada doce horas, a eso de las once de la mañana y las once de la noche. Seguía sin sentirme bien. Al cuarto día, a eso de las once de la noche, con la luz apagada, la televisión prendida y mi esposo en la silla a mi lado, recuerdo repentinamente sentirme muy acalorada, como si estuviera afiebrada y sudada, y se lo comenté a Fonsi. Me quería destapar o meter a bañar, algo no estaba bien. Entonces él prendió la luz y me quitó la sábana: lo que había era un mar de pus y sangre que había empapado no solo la bata del hospital sino también todas las sabanas. Enseguida llamamos a la enfermera, quien me puso una especie de toalla sanitaria sobre el drenaje por donde seguía saliendo el líquido, y me dirigió al baño.

Mientras la enfermera cambiaba las sábanas, yo me metí a la ducha y Fonsi agarró la manguera para echarme agua en la herida mientras yo me enjuagaba. Lo que salía de ese hueco era un chorro interminable. Cuanto más me lo apretaba, más salía esa mezcla de pus, sangre y coágulos. Era realmente asqueroso pero, en realidad, lo mejor que podía pasar era que todo eso saliera de una vez por todas. Seguramente se me había vuelto morado justamente por todo ese líquido acumulado ahí adentro. Cuando al fin paró un poco, me regresé a la cama y pasé dos o tres días más en el hospital.

Durante esa hospitalización me pusieron un catéter central de inserción periférica (PICC, por sus siglas en inglés, también conocido como PICC line), que es un tubo largo y delgado que se inserta a través de una vena del brazo para llegar a una vena más grande cerca del corazón; esto era necesario en mi caso porque el medicamento para combatir el MRSA era un líquido intravenoso que me debía colocar dos veces al día durante el siguiente mes. Sí, me dejaron puesto el PICC line durante ese mes también porque debía seguir administrándome el medicamento desde la casa. Dos veces por día tocaba limpiarme el área del PICC line, insertar una solución salina para limpiar el tubito interno y conectar la bolsa con el medicamento al catéter durante un par de horas, hasta que me fuera administrado todo el líquido. Eso ocupó un par de horas en la mañana y otro par de horas en la noche cada día durante ¡un mes! Por suerte, durante el día podía funcionar normalmente. Lo único que tenía que hacer era doblar el PICC line y pegármelo al brazo. Al cubrírmelo con una camisita de manga larga o de tres cuartos, casi ni se notaba.

Mi familia y mi esposo estaban furiosos con el doctor porque todos sintieron que era algo que se podría haber evitado, o que por lo menos se podría haber tratado antes de llegar al punto de tener que estar hospitalizada nuevamente. Muchos me dijeron que debía demandarlo pero yo preferí no meterme en eso. ¿Qué iba a resolver con eso? Nada. Yo lo que quería era recuperarme y seguir de largo. Además, no se sabía públicamente que yo me había quitado el seno, así que demandar era crear todo un revuelo y hacerlo todo público, cosa que yo quería evitar. No estaba lista para hablar de eso abiertamente con los medios.

Justo ese mes de tratamiento contra el MRSA coincidió con la fiesta de la estrella del año de People en Español: Angélica Vale, Kate del Castillo y yo éramos las estrellas de honor. Ahora se me abría otro dilema: ¿cómo ir a la fiesta con el PICC line sin que se dieran cuenta la prensa y la gente alrededor? Esto era algo que no estaba previsto ya que, cuando fui a verme con la doctora, no pensé que me internaría ese mismo día y que eso llevaría a todo lo demás. Yo seguía con la idea fija de mantener todo este episodio en privado, así que compré la tela que me gustaba, fui adonde una costurera y me mandé a hacer un vestido que tenía una manga que justo cubría el brazo con el PICC line.

Dentro de ese mismo mes, mientras iba y venía para probarme el vestido, justo estaba almorzando con mi hermana cuando se me acercó un paparazzi, que de casualidad estaba comiendo en el mismo lugar, para preguntarme sobre mi salud; me dijo que me habían visto entrar y salir del hospital hacía poco. Logré despejarle las dudas y se fue tranquilo, cuando podría haber descubierto la verdad con una sola mirada. En ese momento yo no podía mover bien el brazo y tenía el PICC line puesto, pero justo llevaba una camisa que apenas lo cubría y el tipo, por suerte, ni se dio cuenta. Si se hubiera percatado de que algo andaba mal, fácilmente podría haber agarrado su cámara para tomar una foto, pero me salvé.

El día de la fiesta adelanté el horario de mi medicamento y me lo administré mientras me peinaban y maquillaban en casa. Una vez lista me puse mi vestido plateado y me fui a la fiesta con el PICC line y todo. No podía mover mucho el brazo pero lo disimulé como pude; seguí adelante, bailando y sonriente. Nadie se dio cuenta.

Cuando pasó el mes de tratamiento, el medicamento me hizo efecto y al fin me quitaron el PICC line. Las heridas comenzaron a sanar y a cicatrizar bien, y parecía estar en vía de una pronta recuperación.

En el ínterin me habían llamado de México para ofrecerme un papel en una novela, el cual acepté con gusto. A principios de enero de 2008 me subí a un avión y volé a la Ciudad de México para comenzar a rodar Alma de hierro. En cuanto al seno recientemente operado, cada vez que me tocaba llenar el expansor viajaba a Estados Unidos y luego volvía a México para seguir trabajando. A todas estas, nadie sabía que yo estaba en proceso de reconstruir mi segundo seno. La única de la novela que sí sabía era una productora porque le tuve que pedir permiso para viajar. Aproveché la Semana Santa y volví a Estados Unidos para hacerme el siguiente procedimiento, que consistía en colocarme el implante.

Todo pareció salir bien, así que al terminar la semana regresé a México para seguir adelante con mi trabajo. Sin embargo, al poquito tiempo noté que, al cambiarme la venda, la cicatriz del seno estaba supurando. Después de cambiarla varias veces y notar que cada vez que lo hacía la herida supuraba lo que parecía ser pus, me di cuenta de que nuevamente algo andaba mal. De inmediato sospeché el retorno del MRSA y decidí actuar en el acto. Consulté en un laboratorio en México si me podían hacer un cultivo para verificar qué era esa sustancia que salía de mi herida. Cuando me llegaron los resultados, confirmaron mis sospechas: el MRSA nuevamente estaba atacando mi seno izquierdo.

Llamé de inmediato a mi doctor y le expliqué que estaba trabajando en México y que necesitaba que me recetara algo para solucionar este tema cuanto antes. Claro, su receta no me sirvió en México, pero al pasarme los nombres de los medicamentos logré averiguar cuáles eran los equivalentes allí y comencé a tomarlos.

Igual me sentía inquieta. Quería asegurarme de que no se volvería un peor cuadro, o que surgiría la necesidad de hospitalización como la primera vez. Ya para entonces decidí no llamar más al doctor que me operó porque no me inspiraba confianza, así que me volqué hacia la sabiduría de mi oncóloga, quien conocía mi caso de memoria por haber supervisado mi quimioterapia. Es más, hoy día ella es mi médico de cabecera. Al escuchar lo que me estaba pasando, me recomendó que me quitara el implante para asegurarme de que la bacteria no se encontraba alojada en esa cavidad. Si la bacteria se había pegado al implante, el MRSA me seguiría volviendo. Esta posibilidad me horrorizó así que le hice caso. Decidí someterme a una nueva operación para solucionar este problema de una vez por todas.

Sin embargo, esta vez volví a mi queridísimo doctor Terkonda, quien me había hecho la primera operación del seno enfermo, procedimiento que no me causó ninguna de estas secuelas. El doctor Terkonda no solo me hizo un trabajo excelente en el primer seno sino que me dejó una cicatriz mucho más linda en el segundo seno. Ni lo pensé dos veces. Prefería viajar a Jacksonville y estar en sus manos antes que quedar en manos de alguien totalmente nuevo.

El doctor Terkonda me explicó que, al operarme, me iba a quitar el implante, se iba a asegurar de que no hubiera ni un dejo de MRSA en esa zona y que, después de verificar a través de un cultivo que eso era cierto, me colocaría un implante nuevo.

Alma de hierro todavía tenía un tiempito más de rodaje antes de que se acabara, pero mi cuerpo no iba a poder esperar tanto. Le expliqué lo que estaba sucediendo a la productora y decidimos que lo mejor que podía hacer era grabar todas las escenas posibles por adelantado para que mi salida no fuese tan repentina. Y así fue. Grabé suficientes escenas como para cubrir tres meses más de la novela y partí a esta próxima operación.

Al regresar a Miami, comencé la ronda de exámenes preoperatorios mientras terminaba de cumplir mis obligaciones con la campaña de Yoplait contra el cáncer de seno llamada Save Lids to Save Lives. Una vez que la campaña terminó, viajé a Jacksonville para ingresar nuevamente a aquel quirófano que había dejado hacía poco más de dos años.

El tema más grave de esta intervención surgiría si me encontraban MRSA en el implante. Si así era, iban a tener que darme el medicamento que me dieron aquella primera vez durante otro mes. Pero ese caso implicaba que no me podrían poner el implante nuevo. Primero había que asegurarse de que el MRSA ya no estaba en mi sistema. Si ese era el resultado tendría que verme como nunca antes me había visto: sin NADA. El pánico de pensar que existía la posibilidad de verme el seno plano me creó muchísima ansiedad previa a la operación, ansiedad que se agudizó por la angustia que estaba pasando dentro de mi matrimonio. Gracias a Dios, cuando me abrieron verificaron que estaba ya libre de MRSA y pudieron seguir adelante con el cambio de implantes sin problema alguno. La recuperación que siguió fue rápida y sin acontecimientos. Sin embargo, en ese momento se estaba desatando el golpe más duro de todos.