Cuando yo decidí aceptarle matrimonio a mi novio fue porque estaba completamente enamorada de él. Tuve muchas oportunidades para descubrir qué me gustaba y qué no me gustaba en un hombre, y cuando encontré a quien sentí era el hombre de mi vida, no dudé ni un segundo en casarme con él.
Como en cualquier otra boda, en la nuestra hubo tensión y roces durante los días previos. Los típicos malentendidos que provienen de los nervios por que el día que se viene planeando desde hace un año salga a la perfección. Teníamos que estar pendientes del contrato de exclusividad que habíamos hecho con una revista, a través del cual acordamos que no saldrían fotos en otra publicación que no fuera la suya. Esto trajo algunos malentendidos entre amigos que sacaron algunas fotos y familiares que trataban de cuidarnos para que no sufriéramos las consecuencias si esas fotos salían a la luz. Pero no fue nada que no pudiéramos navegar. Además, había muchos detalles de los cuales ocuparse hasta el último día antes de la boda. Yo sentía que estaba haciendo malabares para que todos estuvieran contentos y para finalizar toda la planificación.
Lo que nos ayudó a calmar la tensión y los nervios de esos días previos a la fecha oficial fue una visita que hicimos con Fonsi al obispo de la arquidiócesis de San Juan, Puerto Rico, lugar que nos correspondía dado el lugar donde nos íbamos a casar. Nos puso todo en perspectiva y nos trajo tanta paz que finalmente pudimos respirar, relajarnos y darnos cuenta de que lo importante era lo que nosotros sentíamos el uno por el otro. No había que olvidarse de eso.
El día antes de nuestro casamiento fuimos a buscar a mi mamá al hospital donde estaba alojada durante su rehabilitación del linfoma no-Hodgkins reciente. Hasta ese día no sabía si mi madre lograría estar en mi boda pero cuando llegó el momento se encontraba lo suficientemente animada como para sacarla de ahí un par de noches. Como seguía en son de recuperación, ella no podía caminar, así que la transportamos en una ambulancia hasta el hotel donde se haría la fiesta y llevamos una silla de ruedas; así la podíamos movilizar tranquila sin causarle mucha molestia.
Fue muy emocionante tenerla allí conmigo. Entrar a esa iglesia y ver a mi madre ahí, vestida elegantemente y emocionada, fue un verdadero regalo de Dios. Yo sé que ese debe de haber sido un gran sacrificio para ella porque la verdad es que no se sentía nada bien. Sin embargo, la ilusión de compartir ese momento como madre de la última de sus hijas en casarse parecía haberle quitado todos los males. Luego, en la fiesta, se dio cuenta de que realmente no se sentía bien, así que pasó un ratito allí y se fue a su cuarto a descansar. Al día siguiente la recogió una ambulancia y regresó al hospital. Pero ese tiempo compartido fue una verdadera bendición. Nunca jamás lo olvidaré.
Para ese entonces ya tenía mi pelito pero estaba cortito. Al acercarse la fecha, mi estilista, Junior, me lo recortó un poquito para darle forma. Él quería que me viera bien. Aunque no lo pude tener largo como alguna vez había soñado, estaba contenta y me gustaba cómo me había quedado.
El queridísimo Santiago Villar, dueño de una joyería Cartier, también me ayudó a vestirme de luces. De una gargantilla me había mandado a hacer una diadema como corona para la boda, y me prestó una pulsera y unos aretes que eran espectaculares. No sé ni cuánta plata tenía puesta en mi cabecita pero me hizo sentir como una verdadera reina. ¡Como la reina de Puerto Rico!
El único contratiempo que me puso los pelitos de punta la noche de la boda fue que de pronto noté una especie de sarpullo rojísimo por todo mi pecho y mis brazos. Me broté y solo faltaban horas para el día que se venía planeando desde mi enfermedad. Es posible que haya sido una reacción nerviosa por todo el estrés acumulado de esos últimos días, pero en ese momento lo que necesitaba era una solución. Por suerte llegó mi cuñado médico a salvarme el día y me administró una inyección antialérgica que me quitó el problema improvisto. Otro gran respiro de alivio.
Finalmente llegó el momento de casarnos y puedo decir con gusto que todo salió a la perfección. Fue realmente mágico y espectacular. Recuerdo claramente la carita emocionada de Papi al verme vestida de novia. Para ese momento, él ya había perdido un ojo por causa de un accidente y era una de las primeras veces que se ponía un ojo de vidrio. Se veía tan guapo y tan contento que me llenó de alegría. Salimos por la parte de atrás del hotel; ahí me había estado preparando porque la entrada principal estaba llena de prensa. Afuera había helicópteros en el aire y más prensa: era una euforia general de los medios y del pueblo puertorriqueño bien contagiosa. Al subirme al carro y comenzar el camino hacia la iglesia, lo que más quería era bajar la ventanilla y saludar a la gente, pero no podía porque habíamos firmado un acuerdo de exclusividad con una revista.
Al llegar a la iglesia me sentí nerviosa y emocionada al ver a toda la gente de nuestros pueblos llenando las calles, pendientes de nuestra unión, contentos, llenándonos de aplausos y buena energía. Tuvimos que esperar un poquito más de lo esperado en la limosina porque todavía no se habían sentado la totalidad de los invitados. De pronto oí cuando comenzaron a aplaudir la entrada de mi mamá en su silla de ruedas y me emocionó mucho.
Cuando al fin comenzó el desfile, entraron primero las doce niñas y varones del cortejo y luego, Papi y yo. Al dar esos primeros pasos, me dieron muchísimas ganas de llorar pero a la vez estaba muy contenta y no quería dañarme el maquillaje, así que me aguanté y llegué al altar conteniendo esa emoción tan inmensa por el paso que estábamos a punto de dar. En medio de la ceremonia, cuando el cura preguntó si me quería casar con Fonsi, mi respuesta inmediata y del alma fue un «¡Claro que quiero!» tan efusivo que hizo reír a los invitados.
Como mi mamá pudo salir del hospital, durante la ceremonia no solo cantó el coro de la Universidad de Puerto Rico sino que pudimos hacer la ceremonia de las velas con nuestras dos madres. Había una mezcla de emociones muy fuertes. Yo había logrado superar la enfermedad, Mami pasó por su propia montaña rusa pero logró estar ahí con nosotros, Fonsi —totalmente dedicado a mí— había demostrado su amor y apoyo durante esos tiempos, las familias estaban unidas y toda la gente que queríamos estaba ahí presente. La fiesta fue otro espectáculo inolvidable. En un momento salieron bandejas con tenis Converse de los colores de la boda para que todos pudieran bailar cómodos. De pronto estábamos todos quitándonos los zapatos, poniéndonos los tenis y bailando, muy divertido. Al final Fonsi también cantó. ¡Y hasta yo canté, aunque bien desafinada! ¡La pasamos tan espectacular que hasta se nos olvidó tirar la liga y el ramo! ¿Qué más podíamos pedir?
Yo me casé para toda la vida con el que yo entendía era el amor de mi vida. Veía, suspiraba, hablaba, comía y hacía por él. Si yo no hubiera estado así de enamorada, no me habría casado. Si yo hubiera pensado que había una posibilidad de divorcio, no me habría casado. No había necesidad de casarse: yo no tenía problema con que viviéramos juntos sin promesas de por vida. Todo lo que habíamos vivido hasta ese momento había sido maravilloso y cuando nos casamos lo hicimos porque nos amábamos. Eso era lo que queríamos y deseábamos hacer.
Nunca pensé que todo eso se acabaría tan repentinamente.