PRÓLOGO

Hagamos memoria, a ser posible, sin manipulaciones interesadas o recuerdos alterados por el paso del tiempo. La siguiente historia se centra en una familia que mantuvo siempre convicciones muy profundas, por las que combatió toda una vida que en varias ocasiones estuvo a punto de perder. Marcelino Camacho, Josefina Samper y sus dos hijos se la jugaron multitud de veces para defender los derechos de los trabajadores, la dignidad y, en definitiva, la libertad. Una libertad que era incompatible con la dictadura. Y aunque el dictador murió en la cama, hubo muchos ciudadanos que nunca se doblegaron, ni se acobardaron, ni se sometieron al poder de aquel hombre que impuso su propia ley por la fuerza. Soportaron palizas de distinta entidad. Recibieron golpes físicos, morales y políticos, pero lo importante es que se mantuvieron en pie.

Si he elegido a los Camacho como ejemplo de resistencia y dignidad es porque su historia carece de grietas, fisuras o desfallecimientos. Cuando en España llovían piedras, ellos aguantaron la tormenta a cuerpo descubierto. No fueron los únicos, porque la lucha contra el franquismo se hizo entre los de dentro y los de fuera, los de cerca y los de lejos, los radicales y los moderados. Pero lo esencial de aquel tiempo fue la movilización popular, las huelgas, las protestas y las manifestaciones de trabajadores, sindicalistas, universitarios, estudiantes, curas obreros, abogados… que oponían su resistencia desde el interior. Se necesitaba que todos ellos abrieran las puertas desde dentro para que pudiera entrar la libertad desde fuera.

No hace tanto que los españoles tuvimos las mismas incertidumbres que egipcios, tunecinos, libios, sirios, yemeníes y de cuantos hoy luchan contra la tiranía. Salvando toda clase de distancias, están viviendo un proceso similar al nuestro. No pongamos en duda que alcanzarán una libertad como la nuestra. Pero debemos advertirles de que, muerto el perro, no se acabó la rabia. Siempre hay alguien que quiere imponer su poder por la fuerza. Si antes eran los tiranos, ahora son otras dictaduras más difusas. En los países democráticos se ha levantado una oleada de indignación contra la tiranía de los mercados. La movilización popular, una vez más, es la manera de frenar su exceso de codicia. La crisis económica ha demostrado que los potentados del mundo, magnates de los negocios y las grandes finanzas, se van rehabilitando alegremente, dejando a su paso un reguero de millones de ciudadanos víctimas de su mala práctica pública y privada, incluida la corrupción amparada por la permisividad política. La mayoría de los responsables del crack financiero están rehabilitados y han vuelto tranquilamente a operar, sin apenas cortapisas, en Wall Street.

Es una gran mentira que los indolentes ciudadanos del sur vivamos a costa de los virtuosos del norte. Lo único cierto es que en España el paro afecta a más del cuarenta por ciento de los jóvenes, a quienes la reforma laboral convertirá en trabajadores precarios para toda la vida y quienes encontrarán, además, enormes obstáculos para acceder a una vivienda y a una educación de calidad. Y los que tenemos la inmensa suerte de trabajar, lo hacemos durante más horas, para ganar menos, jubilarnos más viejos y cobrar una pensión menor. Estos y otros asuntos más precisos alimentan la indignación de muchos ciudadanos que protestan en las plazas públicas contra quienes consideran los generadores de la crisis: los mercados y las élites políticas.

Hay una generación que aún no está perdida, sino a tiempo y con ganas de buscar alternativas. Han tomado las calles para provocar una insurrección pacífica contra el fatalismo de que solo hay una salida: la que quieren imponernos globalmente desde los grandes centros de poder.

Si en tiempos más difíciles los protagonistas de este libro pudieron resistir, sus nietos también lo lograrán.