3

Perseguido por Franco,

por Hitler y por Pétain

La venganza en la posguerra. La resistencia del maquis. Los franceses los trataban con desprecio. La OAS siembra el terror en Argelia. Los españoles liberan París

«Tengo que darte una mala noticia —le dijeron a Josefina cuando las cosas parecían ir mejor de lo que nunca hubiese imaginado—. Se llevan a tu marido». No se echó a llorar, porque quiso ser fuerte una vez más, pero se quedó muy asustada. Se vio luchando sola y sin recursos suficientes para sacar adelante a sus dos hijos.

Marcelino era entonces responsable del trabajo del PCE hacia el interior y, aunque tuvo que interrumpir su tarea en varias ocasiones, se adiestraba en los montes argelinos para volver a España como guerrillero. La hernia de la que le habían operado de urgencia en España se le reprodujo dos veces más, lo cual le obligó a mantener un periodo de reposo tras pasar por el quirófano de dos hospitales argelinos. No obstante, su actividad política era tan intensa que la Policía francesa no le quitaba la vista de encima, hasta que encontró motivos para detenerle. Pasó una temporada en la prisión de Orán, después fue trasladado a la de Argel, desde donde se tenía la intención de expulsarle del país.

A pesar de las malas relaciones entre los gobiernos de España y Francia, a este último no le gustaban las actividades de los exiliados españoles en sus territorios de ultramar y, de tarde en tarde, cedía a las presiones franquistas para forzarles a que se trasladaran a la Unión Soviética.

¡Qué fatalidad la de nuestro exilio republicano! Había logrado escapar de Franco, pero posteriormente tuvo que soportar sucesivas persecuciones: la hitleriana, la del régimen de Vichy y, en algunos casos, también la estalinista. Las autoridades francesas querían quitarse de encima como fuera el problema de los expatriados españoles. Tenían, además, un viejo resentimiento con quienes se habían negado, como Marcelino, a alistarse en la Legión Extranjera. Muchos republicanos españoles, tras la derrota de la Guerra Civil, se unieron a la Resistencia contra los nazis y, finalizada la Segunda Guerra Mundial, se alistaron en las tropas francesas como legionarios para combatir en la guerra de Indochina. Se calcula que dos centenares de españoles lucharon en la batalla de Dien Bien Phu, que supuso la definitiva derrota del colonialismo francés en Extremo Oriente, y una parte de esos doscientos desertaron para unirse a las tropas del enemigo, lideradas por el comunista Ho Chi Minh.

Es fácil suponer que Marcelino Camacho, si hubiese aceptado formar parte de la Legión Extranjera y le hubieran enviado a la guerra de Indochina, también habría simpatizado con los comunistas. Sin embargo, su principal objetivo en Argelia era prepararse para combatir a las tropas del general que se habían sublevado contra la legalidad republicana y recuperar, de nuevo, la libertad de su país.

Tras su victoria, Franco creó un clima de terror y ejerció lo que el hispanista Paul Preston llama la «política de la venganza», que consistió en enviar al exilio a cerca de medio millón de personas y en ejecutar o aplicar la Ley de Fugas a más de cuarenta mil en la posguerra (ya lo hizo con unos cien mil durante la guerra).

Los exiliados no daban mucho tiempo de vida al régimen franquista, pero soñaban con precipitar su derrota, provocando un levantamiento general en toda España y la posterior intervención de Inglaterra y Francia. El desconocimiento de la verdadera realidad de una España traumatizada por una guerra de efectos catastróficos y la falsa ilusión de que el país se encontraba en una situación prerrevolucionria permanecieron un tiempo, pero se desvanecieron a finales de los años cuarenta.

Mientras tanto, cuando los nazis fueron derrotados, muchos de los combatientes republicanos decidieron regresar a España para unirse a los movimientos antifascistas de resistencia que, desorganizados y sin armamento, a pesar de su dramática situación, seguían luchando desde el comienzo de la Guerra Civil, porque no habían podido huir por las fronteras de Francia o Portugal. La mayoría fueron víctimas de una represión sangrienta, encarcelados, fusilados o asesinados a sangre fría, pero algunos lograron sobrevivir gracias al apoyo clandestino de la gente, los llamados enlaces, que se solidarizaba con ellos por razones humanitarias más que por sus ideas políticas. Los enlaces tuvieron una actitud heroica, porque además de proporcionar a los guerrilleros escondites y alimentos y de pasarles información, cuando les descubrían, si no conseguían escapar, eran salvajemente castigados para dar ejemplo al resto de la población. Se les aplicaba la Ley de Fugas o la posterior Ley de Bandidaje y Terrorismo, lo que equivalía a una política de aniquilación y exterminio. Pocos consiguieron salvarse.

Como cuenta el historiador Secundino Serrano, al maquis habían ido a parar socialistas, comunistas, anarquistas de la CNT o la FAI, trotskistas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y gente de cualquier ideología unida por la lucha antifascista. Pero, a partir de 1944, el PCE decidió dar un giro al movimiento guerrillero y ordenó a sus militantes invadir el valle de Arán. La intervención, denominada Operación Reconquista de España, fue, además de muy controvertida, un rotundo fracaso. Entre 4000 y 7000 voluntarios, entrenados y con armamento, cruzaron los Pirineos para unirse al maquis, convencidos de que podían recuperar una parte del territorio y declararlo zona republicana, para iniciar un levantamiento contra Franco. Contaban con el apoyo internacional de los aliados, aunque, en la práctica, nunca lo tuvieron. Lograron izar la bandera republicana en algunos pueblos y aldeas, pero el enemigo, con batallones del Ejército, guardias civiles y policía armada, organizó una ofensiva demoledora.

En poco tiempo, los maquis, bajo la sigla comunista de Agrupaciones Guerrilleras, tuvieron que replegarse tras la contundente derrota. La orden de la invasión, que partió de los dirigentes comunistas, resultó controvertida y polémica; lo que para unos fue el último intento de acabar con el recién instaurado régimen franquista, para otros constituyó un acto irreflexivo que incrementó la represión contra los guerrilleros y los sospechosos de colaboración.

Lo cierto es que, a pesar del fracaso, los exiliados siguieron alentando la lucha, porque mantenían la esperanza de que el fascismo, derrotado en el resto de Europa, cayera también en España. Los combatientes que permanecieron en el interior y los enlaces que les prestaban su apoyo fueron diezmados por la brutal represión franquista.

La censura impedía transmitir cualquier noticia relacionada con la guerrilla y, cuando mataban a los guerrilleros, tiraban sus cuerpos a las cunetas o en las puertas de los cementerios para atemorizar a la población. De manera esporádica, aparecía alguna noticia manipulada en los periódicos de la época, explicando que los cadáveres pertenecían a bandoleros que se escondían en los montes, desde donde bajaban para atracar y robar en los pueblos. Nadie los mostraba como heroicos soldados republicanos. Pocos conocían las actividades del maquis y, quienes las sabían, lo ocultaban para evitar las represalias de la Guardia Civil.

El Partido Comunista decidió cambiar de estrategia en 1948 hasta dar por finalizada la lucha guerrillera. Tampoco el abandono de la cúpula comunista les hizo desistir y, los pocos que quedaban en el maquis, a pesar de carecer del apoyo político del PCE, continuaron sus actividades hasta muchos años después. La mayoría murieron en el monte, otros fueron detenidos y corrieron la misma suerte, y los menos lograron escapar para emprender el camino del exilio y quedarse inicialmente en Francia o en Marruecos.

Fue en el último periodo cuando Marcelino Camacho había recibido la orden de trasladarse clandestinamente a España desde Argel para formar parte de las Agrupaciones Guerrilleras transformadas ya en Comités de Resistencia. Todavía seguían incorporándose combatientes a la guerrilla, a pesar de la evidencia de que no recibirían ayuda internacional contra el régimen franquista y de que tenían en contra la realpolitik, que se reforzó para mantener el precario equilibrio de la Guerra Fría. Los intereses internacionales dejaron abandonados a su suerte a los guerrilleros que, a pesar de los impedimentos, seguían luchando por la libertad.

Desde 1959, las rutas fronterizas españolas por donde se colaban clandestinamente los combatientes estaban muy controladas, y esa dificultad fue uno de los motivos que retrasaron la incorporación de Marcelino a la lucha en el interior. Pero llegó el momento en que decidieron llevárselo.

«Me han dicho que te llevan al maquis», preguntó Josefina. «Acaban de dar la orden de que se suspendan por completo sus actividades —le respondió Marcelino—. Con la lucha guerrillera hemos perdido más de lo que ganamos».

—Para mí fue un respiro —recuerda Josefina.

Era el año 1952 y Stalin decidió interrumpir la lucha guerrillera. Dentro del reparto geoestratégico, España dejó de interesarle. Era una causa perdida. Las grandes potencias, a pesar de las insustanciales condenas diplomáticas, habían aceptado ya la victoria del franquismo. No merecía la pena liberar a los españoles de la dictadura y, poco a poco, se iría aflojando el cerco diplomático.

La tranquilidad en casa de la familia Camacho no duró mucho tiempo. Cuando cerraron la empresa donde trabajaba de fresador, su oficio de toda la vida, Marcelino se entregó de lleno a las actividades del partido y a la coordinación de los militantes entre Argelia y Marruecos. Como no tenía pasaporte, realizaba los viajes clandestinamente con ayuda de los compañeros argelinos o marroquíes de la Confederación General del Trabajo (CGT), en cuyo sindicato militaba, alternando esta labor con sus responsabilidades en el PCE. A las autoridades francesas no solo les molestaba la actividad política de los exiliados españoles, sino la creciente simpatía que mostraban con los militantes del Movimiento Nacional Argelino que luego formaron parte del Frente Nacional de Liberación que, en 1954, lideraría la guerra contra el colonialismo francés. «Algunos franceses tenían ideas racistas y le trataban mal y con desprecio —escribe Marcelino en sus Memorias, refiriéndose a Benchongara, uno de sus buenos amigos argelinos—, incluso alguno le insultaba llamándole sale race o también sale ratón, raza sucia y sucio ratón». Hicieron una gran amistad, y Benchongara protestó cuando detuvieron a Marcelino en Orán, junto con otros tres compañeros, para llevárselos a la prisión argelina de Barberousse, donde estaban encerrados muchos militantes argelinos anticolonialistas.

Unos y otros compartían el burdo manejo a que habían sido sometidos por parte de los franceses en situaciones críticas. Durante la Segunda Guerra Mundial, los argelinos fueron movilizados para integrarse en el ejército de De Gaulle, en la lucha contra los nazis; después, como ya se ha contado, para combatir en Indochina contra las tropas de Ho Chi Minh. Lejos de agradecérselo, los colonos franceses más radicales tuvieron con ellos un comportamiento racista que, a partir de la guerra colonial, cristalizó en la Organización del Ejército Secreto, en francés Organization de l’Armée Secrete (OAS), cuyos miembros sembraron Argelia de atentados terroristas.

También los exiliados españoles dieron su apoyo a las tropas francesas en ambas contiendas, sin conseguir a cambio el debido reconocimiento ni el menor gesto de gratitud. Ni siquiera se les reconoció una importante deuda simbólica: su decisiva contribución a la liberación de París.

—Fueron los antiguos soldados del Ejército Popular Republicano los que entraron en París junto a los aliados —recuerda Josefina—. Al principio, cuando terminó la guerra, dieron mucha importancia a la ayuda de los españoles que formaron parte de la Resistencia contra los nazis, pero, al cabo de un tiempo, los franceses se olvidaron de todo.

Con la liberación de París, en agosto de 1944, fue derrotada la Francia del Régimen de Vichy, con lo que se puso fin a la colaboración con el Tercer Reich y se recuperó la legitimidad histórica y política de la Tercera República Francesa, al mando del general De Gaulle. Aquella decisiva derrota del nazismo comenzó con una insurrección encabezada por la Resistencia, que se solidarizó con la huelga general convocada por el Partido Comunista francés. Se levantaron barricadas en muchos frentes de la ciudad para impedir el desplazamiento de las tropas alemanas, a las que Hitler había dado la orden de destruir París.

Los sublevados no hubieran resistido demasiado tiempo de no haber recibido el apoyo exterior de los partisanos y de la División Blindada del general Leclerc, que contaba entre sus filas con la 9.ª Compañía, conocida como La Nueve, formada por españoles que habían luchado en el Ejército Popular Republicano, cuyo batallón estaba al mando de Joseph Putz, un voluntario de las Brigadas Internacionales que luchó en la guerra civil española. La mayoría de los miembros que la formaban eran anarquistas, pero también había comunistas, con los que se enfrentaban siempre que se planteaban discusiones ideológicas. No obstante, eran muy solidarios a la hora de luchar contra el enemigo o en caso de que hubiera algún herido al que auxiliar.

La mayoría de los hombres que componían La Nueve tenían menos de veinte años cuando cogieron las armas por primera vez para defender la República española […] Con las tropas del general Leclerc, La Nueve se preparó en África e Inglaterra, desembarcó en Normandía, liberó París, sufrió los más duros combates para liberar Alsacia y su capital Estrasburgo y consiguió llegar hasta el mismo búnker de Hitler, en Berschtesgaden. Durante la contienda, en cada tumba de los compañeros desaparecidos, los españoles colocaron siempre una pequeña bandera republicana.

A pesar del heroico comportamiento de los españoles durante la Segunda Guerra Mundial, su lucha junto a los franceses y su extraordinario coraje y valor, en el prólogo al citado libro de Evelyn Mesquida encontramos las siguientes palabras de Jorge Semprún:

De los discursos de la Liberación, entre 1944 y 1945, se publicaron centenares de noticias sobre la importancia de la participación española. Poco después, sin embargo, tras la derrota alemana y la liberación de Francia, apareció enseguida la voluntad de afrancesar o nacionalizar la lucha de esos hombres […]. Fue así como la participación extranjera, sobre todo la española —que fue la más numerosa—, fue desapareciendo poco a poco, hasta esfumarse totalmente de las memorias. Años después, nos encontramos con que mucha gente se sorprendía cuando les contabas que París había sido liberada por los españoles en vanguardia.

Los testimonios de Evelyn Mesquida y de Jorge Semprún sobre las proezas de La Nueve explican sin paños calientes lo que Josefina Samper insinúa con atenuantes: que los franceses persiguieron y detuvieron a su marido, lo encarcelaron durante cinco meses a la espera de juicio, hasta que lograron expulsarle de Argelia, todavía territorio colonial francés. No obstante, atribuye tan pésimo comportamiento a la derecha francesa: «El ministro del Interior del Gobierno francés de aquella época —puntualiza— era un reaccionario que estaba dispuesto a ceder a las presiones de la dictadura franquista».

El padre de Josefina también tuvo que salir precipitadamente de Argelia, al ser amenazado de muerte por los terroristas de la OAS. Salvador Samper se instaló en el sur de Francia, y su hija y su yerno, Marcelino, regresaron a España un 18 de julio de 1957.

El paso del tiempo ha demostrado que la Francia liberada de De Gaulle y los propios historiadores minimizaron la decisiva actuación de los combatientes españoles junto a las tropas aliadas. Fue otra gran injusticia histórica, de las muchas que cometieron contra España antes, durante y después de la Guerra Civil.