Tengo un amigo, Teodoro, en el cuerpo logístico. Dice que esta boda gravará al cuerpo de intendencia como no lo ha hecho ninguna operación en toda la guerra. Oxiartes, para honrar a su hija, ha hecho venir a todos los jefes de clan y malik que hay desde la ciudad de Bactra hasta el Oxo y a todos sus criados entre los seis y los ochenta años. Los otros señores de la guerra, para no ser menos (o quedar fuera del nuevo orden), han convocado a todos sus secuaces. Precediendo a la boda habrá Antar Greb, es decir, «los Diez Días del Perdón». Durante ese período se indultará a los prisioneros, se condonarán las deudas, se arbitrarán enemistades. ¿Dónde dormirá semejante multitud? ¿Cómo se la alimentará? Solamente para transportar las tiendas en las que albergar ese gentío hará falta un millar de camellos. En cuanto al número de las mulas es incalculable, como el de los carros que ya han enviado chalanes y acemileros. ¿Cómo daremos de beber a todas esas bestias? El río Bactro es la morada de centenares de nutrias sagradas.
—¡Por Heracles, esos mamoncetes tendrán que largarse nadando a toda prisa para salvar sus peludos pellejos!
La ciudad no puede sustentar a tanta gente, de modo que empiezan a aparecer campamentos extraoficiales de la noche a la mañana. Carpas de vivaques alfombran las orillas del río, suben por las faldas de las montañas, se extienden por la Llanura de los Lamentos que parece, por fin, haber derrocado su nombre. Todos los alfayates y zapateros al este de Artacoana han viajado hasta aquí con la esperanza de obtener en veinte días las ganancias de diez años. Los barberos afeitan la cabeza de los hombres para que tengan buena suerte. Los carboneros pregonan la leña envuelta en haces sujetos con cintas que cargan en carros de dos ruedas; los espaderos montan bichees; centenares de puestos se apiñan en espacios ocupados de bote en bote con bataneros, merceros, pañeros, herreros, hojalateros, artesanos del bronce. Mendigos mutilados comparten puesto con grabadores de tatuajes; encantadores de serpientes reparten su tenderete con vendedores ambulantes de yute, nas y bhang. Hay chicos que trabajan por la calle cargando a la espalda recipientes de bronce con chai caliente que sirven en tazas abriendo pitorros que llevan a la altura de la cintura. Algo que no falta en Afganistán es el pescado. La trucha de arroyo y la marrón se traen a toneladas desde los arroyos de montaña por los barqueros dhuttie en unas ingeniosas balsas de mimbre, con los peces todavía vivos en el agua. En la ciudad no queda alojamiento, de modo que caravanas de camellos ponen tiendas al borde del desierto. Un bazar de carpas se extiende sobre centenares de acres y en él se ofrecen chalecos y calzado de Media, dagas de Damasco, gorros aghee acolchados y túnicas de Patia. Adivinos leen el futuro con tiradas de piedras; astrólogos interpretan lo que ven en el cielo. Buhoneros de baratijas y fruslerías trabajan en pareja, uno llevando ante sí una gran horca tintineante de la que cuelgan cientos de anillos para dedos de manos y pies, brazaletes, ajorcas para el tobillo, collares, fetiches, amuletos y talismanes, en tanto que su socio va dando saltitos alrededor y vende las mercancías de ambos. Como recuerdo, las imágenes de la novia y del novio se pintan en copas y platos, se tejen en alfombras, se esmaltan en bandejas y se cosen en banderines, campanillas de rezos y en casquetes; se pueden comprar retratos de Alejandro y Roxana en cuentas y monedas, conchas de cauri, pañuelos y prendas interiores. Compañías de actores, acróbatas, malabaristas, contorsionistas, charlatanes de feria y bufones organizan espectáculos improvisados; los poetas recitan; los rapsodas cantan; los filósofos edifican. Jamás había visto a tantos oradores aficionados. Un chiflado tras otro declama su desquiciada doctrina encaramado a una piedra en el mercado; dentro de un anexo entoldado cuento una decena que arenga al gentío que escucha con expresiones que van del fervor al estupor. En un paseo por la ciudad te encuentras yoguis de la India, ascetas de Cos, automutilados de Khumar. Veo a un sadhu atravesarse las dos mejillas con una docena de varillas de hierro para kebab sin dejar de sonreír en ningún momento. Su cestillo rebosa monedas que le echan los maces y albaricoques y ciruelas de los afganos. Una chica traga espadas; otra contorsiona el cuerpo para poner las plantas de los pies sobre la cabeza. Hombres con braseros venden sesos de cordero escalfados en el cráneo, manos de cerdo, criadillas de toro en camas de arroz humeante. Se pueden comprar globos oculares, nudillos, cráneos hundidos, collares de dientes y colmillos, orejas y dedos, amuletos contra la muerte y las deformidades, poemas para conseguir amor, suerte, felicidad; lubricantes y asfixiantes, emolientes y afrodisíacos, pociones y lociones, eméticos y panaceas. Veo al mismo tipo cojo dejar las muletas tres veces en un mismo día. De Babilonia han venido maestros voladores de cometas; sus carpas de papel planean muy alto con el viento afgano. ¡Larga vida a Alejandro y a Roxana! La unión del rey y la princesa constituirá el día más glorioso del país desde el nacimiento de Zoroastro: los maces, jubilosos porque se van y los afganos eufóricos por verlos marchar.
Entretanto, se celebran cientos de jurgas y consejos tribales. Clemencia es la consigna del momento. El lema de empezar de nuevo lo impulsa todo.
Las bodas, como ya he dicho, se celebrarán al estilo persa. Habrá eventos preliminares durante cinco días que culminarán con la ceremonia del matrimonio en sí al quinto. El número cinco es el del amor en la numerología persa. Todo lo que forme parte de la ceremonia ha de ser divisible entre cinco: quinientos prisioneros serán indultados; quinientos esclavos serán liberados. El mismo número de cometas volará sobre el palacio el día de la boda y se soltarán dos veces cinco mil palomas en el apogeo de la ceremonia nupcial.
La ceremonia que unirá a Alejandro y a la princesa Roxana tendrá lugar al anochecer, el inicio del día en el uso persa. Un desfile militar precederá a la boda; discurrirá por la planicie y lo presenciarán los dignatarios maces y afganos que a continuación subirán a la ciudadela, donde se realizará la ceremonia en sí. Cuando los ritos concluyan y las cometas y las palomas hayan volado, darán comienzo los festejos, que durarán toda la noche, incluso después de que los novios se retiren al amanecer, y todo el día siguiente, cuando varios ritos de clemencia tendrán lugar. En cuanto a nuestra compañía, hará un último ensayo a media mañana, después comeremos y prepararemos los uniformes, las armas y las armaduras. Nos bañaremos y tendremos un último servicio de barbería con corte de pelo, arreglo la barba, encerado de dientes.
Varios días antes se erige una columna conmemorativa a los caídos griegos y macedonios. La ceremonia tiene lugar al amanecer. Los nombres de Elías, Lucas y Tolo, junto con seis mil novecientos más, se han cincelado en la piedra. Estéfano ha compuesto una oda de despedida.
EN COMPAÑÍA DE SOLDADOS
En compañía de soldados
no tengo que justificarme.
En compañía de soldados
todos comprenden.
En compañía de soldados
no he de fingir ser quien no soy.
Ni adoptar esa pose, por bienintencionada que sea,
que esperan quienes no me han conocido en armas.
En compañía de soldados todos mis crímenes se perdonan
estoy a salvo
estoy entre amigos
estoy en casa
en compañía de soldados.
Estos ritos van acompañados de juegos funerarios. Los participantes son centenares; el talante es solemne, pero alegre. El cuerpo de ingenieros ha construido un hipódromo, un circuito de cuatro estadios alrededor de un poste de viraje. Las carreras de caballos se organizan para que todos los participantes sean griegos y macedonios con el propósito de no agraviar a los nativos, ya que su participación podría entenderse por parte de sus compatriotas como un homenaje a la muerte de los extranjeros. Pero llegado el momento, son tantos los campamentos bactrianos y sogdianos que rodean la pista de carreras ya que no queda ningún otro sitio donde dormir y estos tipos son tan buenos jinetes que se los invita también. Yo mismo participo con Khione. Ganamos una eliminatoria y llegamos terceros en la siguiente, pero al final la fatiga de la campaña ha dejado a mi pobre yegua hecha unos zorros. Acabamos los últimos en la siguiente y nos unimos a la multitud de espectadores. Estoy con Bandera en la fila de la tienda de apuestas cuando veo a un spin gar («barba blanca», el término afgano para referirse a un viejo) que me es conocido. Es Ash, el acemilero de Kandahar que me alquiló a las mujeres porteadoras para cruzar el Hindu Kush.
Cruzo hacia el bribón y le palmeo la espalda.
—¡Por Zeus, creía que los guardias habían encerrado a todos los criminales!
Se vuelve hacia mí con una sonrisa desdentada.
—Entonces, ¿cómo es que estás tú en libertad?
Nos abrazamos como hermanos. El proverbio es verídico en cuanto a que incluso entre enemigos irreconciliables puede haber concordia cuando transcurre tiempo suficiente.
—¿Qué te trae por aquí, Ash?
—Mulas, ¿qué otra cosa podía ser?
Encontramos un sitio fuera de las apreturas del gentío y nos ponemos al corriente de las noticias.
—¿Esta vez no traes mujeres? —pregunto, a lo que él alza las manos al cielo con las palmas hacia arriba.
Bandera le cuenta lo de Shinar y yo.
El viejo estalla en carcajadas por lo que cree que es una broma.
—¡No, es cierto!
Hace falta un juramento para conseguir que Ash se lo crea. Se retuerce la barba mientras intenta recordar.
—¿Cuál de ellas era?
—A la que golpeaste. La que te compré.
—¡Dios nos ampare! —Otra vez sube las palmas hacia el cielo—. Este país te ha vuelto más loco de lo que imaginaba.
Bandera le cuenta lo de Lucas y Ghilla, lo del niño y el final de mi amigo. Ash se pone serio.
—Era un buen tipo. Que su alma encuentre la paz.
Nos cuenta que comparte una tienda situada una milla río arriba, en el gran campamento de los panjshiri.
—Cenad conmigo, amigos míos.
No podemos. Tenemos que ensayar para el desfile militar que precede a la boda. Sin embargo, acordamos con Ash volver a encontrarnos el día de las carreras de caballos. A punto de marcharse ya, el viejo bribón me agarra del brazo.
—Sabes que su hermano está aquí también ¿verdad?
Se refiere al hermano de Shinar. Era lo que me temía, con tantos aliados afganos reunidos para la boda. Baz podría estar en cualquier parte, incluso en nuestro propio campamento.
—¿Dónde? —inquiere Bandera.
—Sirve en los lanceros sogdianos adjuntos a la brigada de Hefestión. Él y dos de sus primos. —Ash describe un vivaque situado en la planicie, a varias millas—. Hermano y parientes buscan satisfacer la deshonra que has ocasionado a la familia al liberar a la chica. Le he oído hablar de ello, pero no sabía que su objetivo eras tú.
Le pregunto a Ash si en su opinión esto es realmente serio.
—Hay que temer a esos gallitos exaltados —contesta—. Y temer más a las pájaras de su tribu, porque la a’shaara las tiene tan cogidas como la garra de un águila aferra a una paloma.
Sé lo que Bandera está pensando. Despedirse del viejo, encontrar al hermano. Matarlo. Una parte de mí está completamente de acuerdo con él, pero nuestro código de filoxenía prohíbe derramar la sangre del clan de mi prometida… y parientes de mi pequeño hijo.
Además, veo en esto una oportunidad que me brinda el cielo.
—Ahora son los Diez Días del Perdón ¿verdad, Ash? Contesta afirmativamente y añade que quizá pasen años hasta que se repita esta circunstancia. Me vuelvo hacia Bandera.
—Conocimos al hermano de Shinar hace un tiempo, ¿recuerdas? Él no quiso nunca que hubiera esta pendencia, no es algo que esté deseando hacer. Cogería al vuelo la oportunidad para dejarlo de lado.
Hay otra razón por la que soy optimista. La fecha de nacimiento de mi hijo es el diecinueve de artemiso. Allá en casa es el Día de la Anexión, el aniversario de la incorporación de Apolonia a la Gran Macedonia. En mi ciudad este día ondeará el estandarte del León en todas las casas; las calles se llenarán de danzarines. También allí se condonarán las deudas. Es un buen presagio.
Le pregunto a Ash qué tenemos que hacer.
—Déjalo en mis manos —me contesta.
Hay que convocar un consejo tribal, una perspectiva que los hombres del clan aceptarán con entusiasmo. Será un gran pasatiempo; hablarán de ello durante años. Dice Ash que yo he de acudir en persona y pedir perdón por mis malas acciones.
—¿Pedir perdón? ¡Y una puta mierda! —exclama Bandera.
Pero Ash sabe de lo que habla.
—A estos dussars —dice, utilizando la palabra que significa «palurdo» o «patán»— les causará un gran placer debatir tu petición, Matías. Tienes que tomar parte en la función. Puede que te cueste dinero. —Se refiere a la compensación por desagravio. Dinero de sangre, como absolver a un asesino—. ¿Tienes? —me pregunta.
—Suficiente para que un sinvergüenza como tú saque tajada —dice Bandera. Pero yo estoy lanzado.
—Puedes pedir lo que quieras, Ash. Al igual que Baz, el hermano.
¿Para qué sirve el dinero, si no? Para conseguir lo que necesitas… O para mantener lejos lo que temes.
—¿Cuánto se tardará en organizarlo? —pregunto.