Paso la mañana en la tienda de suministro, helado.
Comprendo el aprieto en el que está el mando. Comprendo la solución. El informe falso se enviará a Macedonia, donde lo aceptarán sin dudar. El cuartel general lo publicará aquí para darlo a conocer a todo el ejército. Entonces ninguno de los que lo han firmado podrá decir que es mentira. Los bactrianos y los sogdianos se alistarán en las unidades; traerán a sus primos y a sus hermanos. Es una buena estrategia. Si yo fuera un oficial del estado mayor, también manipularía los hechos.
Pero sigo sin querer firmar.
Uno de los guardias que me vigilan es un mercenario arcadio. Se llama Polemon, un buen tipo; lo conozco de la construcción de la ciudad de Kandahar. Me pasa a escondidas un poco de guiso y media jarra de vino.
—A ver, ¿qué tripa se te ha roto? —me pregunta, y por qué estoy siendo tan cabezota. Le hablo de Lucas, de que para él la verdad lo era todo.
—Amigo, no sabes bien dónde te has metido. Esos cabrones no se andan con tonterías.
—Sí, seguro que ya han inventado una historia para mí también.
—Y tanto que lo han hecho. Y la firmaré. Todos la firmaremos.
El cansancio me tiene hecho polvo, pero soy incapaz de dormir. En mi mente veo los ojos de Lucas. No puedo fallarle. Me preparo para lo peor que pueden hacerme. No estoy dispuesto a traicionar a mi amigo.
A media mañana el campamento bulle de actividad. Se ha encontrado el rastro de Espitámenes. Se imparten órdenes. Las brigadas de Alejandro se pondrán en marcha a mediodía. Nuestra compañía se reunirá con su división. Todos menos yo.
Esta es la peor tortura posible. ¡No pueden dejarme atrás!
Me sacan a patadas de la tienda de suministro para poder desmontarla y cargar en mulas lo que hay en ella. Vuelven a meterme en la primera tienda; fuera oigo a mis compañeros prepararse. No lo soporto. Hay guardias nuevos apostados en la entrada. Se supone que tengo que sentarme y estar callado, pero mis carceleros hacen la vista gorda cuando Bandera y Estéfano, montados para emprender la marcha, se paran fuera.
—Firma —dice Bandera al tiempo que su mirada me transmite: «Todo es una mierda, de todas formas».
Estéfano se da golpecitos en la cabeza para aconsejarme que no sea tan testarudo.
Vuelven a sacarme de la tienda y esta vez me llevan al recinto del rey. Me dejan en otra tienda más grande, con compartimentos. Estoy en ascuas hasta mediodía. ¿Dónde esta mi yegua? ¿Se habrá ocupado alguien de ella? El faldón se abre y entra el mismo capitán de ayer. Esta vez va acompañado por un coronel del estado mayor. El coronel dice que está harto de todo esto, suelta bruscamente el documento y me ordena que lo firme.
Me niego.
—¡Que el infierno te lleve! —El coronel descarga un puñetazo en la mesa—. ¿Es que quieres que me convierta en un asesino?
Sigo en posición de firmes.
—¡Eres una vergüenza! ¡Deshonras al ejército! —Y se marcha hecho una furia.
El capitán no ha dicho una sola palabra. Me indica que me siente con una seña y él lo hace en otra silla. Me sirve una copa de una jarra.
—Es agua —dice.
La acepto. El capitán sonríe.
—Tu hermano Filipo se encuentra en algún lugar de la estepa. De no ser así lo habría hecho venir también para que te hiciera entrar en razón. —Me mira—. Pero tampoco le habrías hecho caso a él ¿verdad?
Saca otro documento de un estuche y lo empuja hacia mí.
—Esta es tu lista de remiendos. —Es la hoja de mis gastos. El capitán me da un momento para que le eche un vistazo. Ahí está reflejado hasta el último cuarto que le debo al ejército por mi yegua, anticipos, asignaciones… La lista debe de tener cuarenta renglones—. La romperemos. —Lo siguiente es mi contrato de alistamiento—. Lo rebajaré doce meses. —El capitán me mira a los ojos mientras añade—: Dejémonos de bagatelas y vayamos al grano.
»Asciendes a sargento. Te has ganado un León de Bronce, así que no veo por qué no puede ser de Plata. Con la condecoración va incluida la paga de dos años. Gratificaciones aparte, además de tu asignación oikos. Traeremos a tu chica a Nautaca. Para que el invierno no sea tan crudo.
Señala el informe original.
—No tienes que firmarlo. Sólo has de darme tu palabra de que no desmentirás el contenido verbalmente ni por escrito.
Es muy bueno. Pero cada palabra que pronuncia me pone más furioso. En mi mente veo los restos carbonizados de Lucas arrastrados por el suelo detrás de un yaboo bactriano.
—Ya puestos, ¿por qué no me mata y acabamos de una vez?
El capitán suspira.
—Por Zeus, eres un hueso duro de roer.
Se pone de pie. Espero que entren los guardias para prenderme. Se oye el ruido del faldón al abrirse. Oigo unas pisadas al otro lado de la lona. Entra luz y con ella, lo hace un hombre.
Es Alejandro.