A pesar de azuzar a animales y prisioneros, tardamos seis días en reunirnos con la columna principal. Esta se encuentra en Gabas, el campamento de comercio en la frontera entre Sogdiana y las Tierras Salvajes. Alcanzamos el tren de asalto; las unidades de combate ya han partido hacia el norte. Un explorador nos cuenta que los hombres del Lobo se están reuniendo al otro lado de la frontera.
—Parece que esta vez va en serio.
Nadie a visto a Lucas, Costas y Agatocles. La captura del hijo de Espitámenes es una novedad para ellos. No saben nada del tema.
Dejamos a los prisioneros y reanudamos la marcha hacia el norte por la calzada militar o lo que se ha convertido en tal. Caravanas de cientos de mulas acarrean raciones y el equipo pesado. ¿Cuánta ventaja nos lleva Ceno? Nadie lo sabe. ¿Dónde está Espitámenes? Los pringados de retaguardia nos miran con gesto inexpresivo.
Nuestros animales están tan hechos polvo que no aguantan el ritmo. Necesitan un día de descanso. Acampamos junto al lento tren de suministros en un aguazal congelado en medio de la nada. El vendaval aúlla. Arrancamos terrones para levantar un cortaviento. Al clavar la pica en la turba, desentierro un cráneo. Bandera saca el fragmento de una pelvis. Estamos en un túmulo, un antiguo montículo de enterramientos. Los soldados son supersticiosos.
—No pienso pegar la pestaña aquí —dice Dados.
Nos acostamos en el campamento de los acemileros. Desayunamos vino y pienso, ambas cosas heladas. Las compartimos con un escuadrón de lanceros peonios —los exploradores de élite de Alejandro— que han cabalgado tres días sin descanso desde Nautaca.
—¿Dónde está el rey?
—Viene deprisa, amigos. ¡Y se trae hasta al último recluta!
Los lanceros devoran las gachas y después espolean a sus monturas y parten hacia el norte dejando atrás la columna de suministros.
Por la tarde, pasa la caballería mercenaria de Alejandro. Se rumorea que su escuadrón de Compañeros del Rey —y él mismo— ya ha pasado por Gabas tras las huellas de la caravana oriental. Nos han adelantado.
Avanzamos a paso de tortuga. El tren de suministro lleva mucho forraje seco, pero los sargentos no nos permiten usarlo. Cada bala de heno está destinada para una unidad de línea. No tenemos nada que darles a nuestros ponis. La estepa es una anchurosa extensión gris y helada; la hierba, paja tiesa y congelada. Las heces de nuestros caballos salen a borbollones, como sopa.
Seguimos sin saber nada de Lucas. Le doy vueltas en la cabeza a las posibles explicaciones.
—Ya estás pensando otra vez —me dice Bandera.
Su razonamiento es que entre semejante multitud hay pocas probabilidades de recibir noticias de un hombre. Además, es casi seguro que Lucas habrá superado las dificultades.
—Son héroes, él y ese capitán. Fue su informe lo que puso en marcha todo este espectáculo.
Quiero creerlo. Tiene sentido; la coincidencia de ambos sucesos encaja a la perfección. Probablemente Lucas estará ahora mismo acampado con unidades de avanzada. Estará con Ceno y Alejandro, disfrutando de la gloria.
Seguimos adelante. Se produce un deshielo y la estepa se convierte en un tremedal. Las mulas cargadas se hunden casi hasta los corvejones; montones de carretas se quedan atascadas. Allí por donde pasa la columna da la impresión de ser un campo roturado por bueyes. Todo es tan deprimente que hasta la muerte parece una fiesta; mejor que dormir otra noche en este lodazal de aguas sucias.
Llueve durante todo el día, el décimo y el undécimo. Nuestros caballos parecen esqueletos y nosotros, fantasmas. Entonces, al duodécimo, la temperatura cae en picado. El cielo descarga cellisca y después se pone a nevar. Coronamos una elevación. Al frente vemos un área de concentración. Los oficiales de intendencia nos sacan de la calzada y nos llevan por detrás de una cadena de colinas.
Hemos llegado al frente. Tiendas y cocinas de campaña. Infantes maces a millares, todos armados para la batalla. Nada de medias picas, sino sarisas. Estéfano me manda que busque a alguien de la brigada de Ceno para informar de nuestra llegada. Es imposible. La zona de agrupamiento ocupa millas. Nos encontramos entre unidades de la caballería mercenaria de élite de Alejandro y sus caballos hacen que los nuestros parezcan perros. Antes de tener tiempo de localizar una cara conocida o un estandarte que me sea familiar, un asistente de coronel nos ordena montar y cabalgar. La batalla no es mañana, sino hoy.
No encuentro a nadie que haya visto a Lucas.