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La división de Ceno cruza el Jaxartes al tiempo que las Pléyades se ponen por la mañana, el primer día de invierno. Hace frío. El aire arrastra polvo de nieve a través de la estepa helada. Nuestras órdenes, como ya he dicho, son acosar a Espitámenes. La sensación es de que el momento cumbre se aproxima.

Se ha avistado al Lobo ochenta millas al este de la frontera, cerca de un pueblo que se llama Gabas. Es un puesto avanzado de comercio que frecuentan hombres de las tribus de los masagetas. Se congregan allí en primavera antes de cabalgar hacia el sur. ¿Se propone Espitámenes hacerlos salir en invierno?

Ciertamente, algo se trama. Costas, el cronista, viaja con nosotros. También nos acompaña Agatocles, el capitán del servicio de inteligencia.

—Por Hades —dice Bandera—, todos los ratones han salido de sus madrigueras.

Las patrullas parten hacia el norte y el este por el páramo. Nuestra compañía se divide en tres para hacer un barrido lo más amplio posible. Hay muchas partidas de exploradores enviadas por otros grupos. Día tras día descubrimos señales del paso de numerosos caballos, no desplegados, como suelen cabalgar los jinetes de las tribus, sino en columna para ocultar cuántos son. El invierno ha irrumpido con gran crudeza. Acabamos de acampar junto a un arroyo helado cuando un correo llega a galope con órdenes de Ceno para que nuestra patrulla parta y lo siga a toda velocidad.

Al oeste de la región que hemos estado rastreando se encuentra una planicie azotada por vendavales a la que llaman Tol Nelan, «la Nada». Allí, un grupo explorador de otra de las compañías de nuestra división se ha topado con un campamento de varios centenares de enemigos que viajan sin carretas ni mujeres. La patrulla se ha puesto a cubierto sin ser detectada y ha enviado mensajeros de vuelta a la columna pidiendo ayuda. Nuestra sección se encuentra entre las unidades enviadas como refuerzo.

Cabalgamos durante un día y una noche; en el camino nos encontramos con otra patrulla a la que se ha emplazado y dos compañías de infantería montada enviadas por Ceno. Exploradores de la patrulla original nos salen al encuentro a diez millas del lugar y nos conducen hacia allí dando un amplio rodeo. Ocuparnos posiciones encubiertas.

Nuestra fuerza consiste en tres patrullas —unos sesenta hombres— y las dos compañías enviadas de la columna. Ceno las ha reforzado con artillería: dos trabucos (pedreros) y media batería de catapultas de saetas ligeras, del tipo que se puede desmontar y transportar una en dos mulas. Nuestro comandante es Leandro Arimas, el capitán de los Compañeros al que han mandado con las dos compañías. Costas el cronista ha llegado con él, así como Agatocles. Al parecer esperan tener espectáculo. Leandro ordena instalar un campamento base junto al cauce de un río helado, a dos millas del campamento enemigo y luego divide nuestras fuerzas en unidades de ataque y fuerzas de bloqueo.

Para variar, el plan funciona. Dos horas antes del amanecer, nuestras compañías sitúan en posición dos alas de treinta caballos cada una en el flanco del campamento enemigo que da a la estepa. Lucas y yo cabalgamos con el ala del sur. La tropa se deja ver con las primeras luces del día, como si saliera del pálido sol. Al mismo tiempo, una compañía de infantería, que se había situado en posición por la noche en las elevaciones adyacentes, se lanza al ataque sobre el campamento.

El enemigo huye hacia el cauce helado del río. Los caballos cargan con dos e incluso con tres fugitivos. Cuando llegan al lecho del río, la artillería macedonia abre fuego. Un trabuco puede lanzar una piedra de diez libras a doscientas yardas; cuesta abajo, a trescientas. Cuando los proyectiles hacen impacto entre las rocas y los fragmentos de hielo del río congelado, el pánico se apodera del enemigo. Nuestro capitán Leandro cae al alcanzarlo una de nuestras piedras. La lucha es intensa y violenta. Cuando acaba, se han apresado sesenta ponis y cuarenta hombres. Y un extra inesperado.

Derdas, el hijo de catorce años de Espitámenes.